image

La avioneta atraviesa lentamente la pista de aterrizaje y se detiene en la zona de aparcamiento. El piloto apaga los motores, abre la portezuela y desenrolla la escalerilla para que bajen los pasajeros.

Tomi se desabrocha el cinturón de seguridad y de un bote salta a la pista, donde lo espera un coche, que lo lleva al terminal de pasajeros.

—¡Corriendo a por un taxi, Tomi! —le azuza el padre de las gemelas.

Suben al primero que encuentran libre y el capitán pide al conductor:

—¡Al Vicente Calderón lo más rápido que pueda, por favor!

En el estadio la situación sigue siendo crítica para los Cebolletas. Los hinchas están preocupados.

—¿Por qué insisten en atacar por las bandas? —pregunta Elvis—. Es imposible jugar con tanto barro.

—Tienes razón —aprueba el padre de Nico, profesor de matemáticas—. Cuando no se logra resolver un problema, hay que buscar otro camino.

—No conocéis a mi marido —explica la señora Sofía—. Es un cabezota y, cuando se le mete algo en la cabeza, es difícil que cambie de idea. Cuando se enamoró de mí, traté de convencerle de que era demasiado hermosa para él, pero no hubo nada que hacer, así que al final me tuve que casar con él…

Daniela, sentada a su lado, suelta una carcajada.

Hasta ahora los Cebolletas solo han puesto a prueba a Fidu tras una potente falta sacada por Bruno, que el guardameta ha detenido en dos tiempos. En cambio, los Tiburones Azzules crean una situación de peligro tras otra. Los Zetas están amontonados en la parte central del campo, que está seca, y atacan en masa como si quisieran abrir un boquete con un ariete.

Charli salta y palmotea delante del banquillo de los Tiburones. Parece que todavía lleve encima el polvo pica pica.

—¡Vamos, al ataque! ¡Quiero el gol del K. O.! ¡Si encajan otro se hundirán! ¡No aflojéis, chicos, masacradlos!

El cronista radiofónico Tino no tiene un segundo de descanso, porque las jugadas se suceden rápidas:

«Atención, amigos, Diouff está otra vez solo delante de la puerta. Arma la derecha… ¡Fabuloso, Gato! ¡Ha despejado tras una estirada prodigiosa a la escuadra! Si los Cebolletas todavía tienen alguna esperanza de remontar y ganar, es gracias a nuestro violinista, que ya ha salvado su puerta con cuatro paradas increíbles, por lo menos».

image

«Queridos amigos, esperemos que llegue pronto el descanso, para que míster Champignon pueda reordenar las ideas en el vestuario y proponer otra táctica. Hoy es imposible jugar por las bandas. Tendríais que ver en cambio cómo galopa Ángel en el centro del campo, donde el terreno está seco: parece que tenga alas. ¡Tenemos que detenerlo, chicos! El número 10 de los Zetas tiene un tiro potente y desde esa posición podría hacernos daño. Así es, acaba de lanzar un zambombazo temible. Puñetas, qué trallazo… Ese tipo tiene un cañón en lugar de una pierna. ¡Vuela, Gato, por favor, atrapa ese balón, necesitamos un nuevo milagro!»

Pero esta vez el violinista no llega. La pelota roza el poste derecho y entra: ¡Tiburones 2 – Cebolletas 0!

Es el resultado con el que acaba el primer tiempo.

Los Zetas entran satisfechos en el vestuario, aclamados por sus hinchas, que tocan bocinas ensordecedoras, fabricadas por el propio Charli en su taller utilizando cláxones de camiones.

Pedro se acerca a João con su sonrisita insoportable.

—¿Cómo es que vais llenos de barro hasta las cejas? Nosotros todavía llevamos la camiseta limpia…

El brasileño está tan decepcionado y agotado que no le quedan fuerzas para replicar.

En cambio, Nico está furibundo y la toma con Fidu.

—¡Felicidades por la jugarreta de las mangueras! No me lo esperaba de ti. Estaba seguro de que, a pesar de haberte convertido en un Zeta, habías mantenido el espíritu deportivo de un Cebolleta. Qué equivocado estaba…

—¡Pero si yo no sabía nada! —se defiende el devorador de merengues, persiguiendo a su amigo, que sale del campo a paso veloz—. Si hubiera sabido que os iban a preparar semejante treta os habría avisado. ¡Te lo juro por todos los merengues del mundo!

—Y tú tampoco sabías nada, ¿verdad, Ángel? —pregunta Sara, con la cara sucia de barro—. En lugar de hacer preguntas a los peces de colores, tendrías que hacérselas al espejo. ¿No te da vergüenza lo que habéis hecho? ¡Habéis arruinado el partido! ¡Habéis hecho trampa!

Ángel también intenta por todos los medios demostrar su inocencia:

—¡Yo tampoco sabía nada! ¡De verdad! Nadie me contó que tenían la intención de inundar el terreno, ni antes ni después. ¡Tienes que creerme, Sara!

—Sí, tienes que creerle —confirma Pedro, carcajeándose—. Fidu y Ángel no sabían nada. Les hemos mantenido al margen de la misión Napoleón, porque estábamos seguros de que se habrían chivado… Como habéis visto, la estrategia ha sido un auténtico éxito.

El capitán de los Zetas pasa junto a la mesa sobre la que descansa la copa, la besa y le dice:

—Nos vemos en un ratito, hermosa mía…

Nico y Sara entran en el vestuario hechos unas furias.

—¡Ya os decía que Napoleón nos daba mala suerte! —exclama Dani al entrar en el vestuario—. Primero la lesión de Rafa, luego el retraso de Tomi, ahora el campo inundado…

Gaston Champignon observa a sus jugadores abatidos en los bancos y comprende que tiene que hacer algo para levantarles el ánimo.

—Sacaos esas camisetas llenas de barro —ordena el cocinero-entrenador—. En el segundo tiempo jugaremos con estas, que están limpias. Pero, por debajo, poneos estas…

Champignon abre una bolsa y distribuye camisetas con el lema «Campeones», las mismas que João había mandado confeccionar antes de la última jornada de la liga, para celebrar un trofeo que parecían tener en el bolsillo.

—Pero, míster, si vamos perdiendo 2-0… —señala Nico—. Se van a reír de nosotros como locos si descubren que llevamos esta camiseta debajo…

—¿Qué me dices? —rebate el entrenador—. Si nos han metido dos goles en el primer tiempo, ¿por qué no habríamos de poder meterles tres en el segundo? ¿No somos acaso los fabulosos Cebolletas, que ya han derrotado dos veces a los Tiburones esta temporada? Quien no crea en la posibilidad de remontar y no quiera volver al campo a divertirse, que se pegue ya una ducha, que yo no me enfadaré, tranquilos. En cambio, quien esté convencido de que al final podrá mostrar con orgullo la camiseta de campeón, que me escuche bien, porque ahora os voy a explicar cómo ganaremos la liga.

Sara y Lara son las primeras en ponerse las camisetas del triunfo, lanzándose una mirada feroz. Luego, uno tras otro, se las acaban colocando todos.

Superbe! —salta Champignon, orgulloso de sus jugadores—. ¡Todos juntos, como una espléndida flor! En el segundo tiempo se abrirán los pétalos de la remontada. El chino Sun Tzu también nos ha enseñado esto: «Imagina qué espera de ti el enemigo y haz exactamente lo contrario, así lo sorprenderás». ¿Qué espera Charli que hagamos en el segundo tiempo?

—Que no volvamos a atacar por las bandas, sino por el centro, donde el suelo está seco —contesta Nico.

—Exacto —confirma el cocinero-entrenador—. Así que seguiremos atacando por los costados.

—¡Pero hay demasiada agua, míster! —protesta enseguida Becan—. La pelota no rueda.

—Es que en el segundo tiempo no la haremos rodar, sino volar —explica Champignon—. ¿Os acordáis del ejercicio de las sillas? Haremos lo siguiente. Nico hará correr a los dos extremos, que estarán permanentemente adelantados, detendrán la pelota y pasarán al área al vuelo. Charli no se esperará que mantengamos jugadores en las bandas, así que nuestros extremos tendrán todo el tiempo del mundo para controlar el balón y pasar. ¿Te apetece entrar, Rafa?

El Niño se pone a dar botes para demostrar que se le ha pasado el dolor.

—¡Nunca me he sentido tan bien, míster!

—Perfecto —prosigue Champignon—. Rafa entrará por Ígor en ataque y junto a él se quedará Dani. Así tendremos dos torres en su área, listas para aprovechar los pases cruzados. Nuestros extremos serán Julio y Pavel. Entrarán por Becan y João, que se han cansado mucho en el primer tiempo. Sara, Lara y Elvira formarán una barrera delante del Gato, así a los Zetas les costará más penetrar por el centro. Inútil defender los laterales porque los Tiburones no los usan. Con este nuevo esquema y fuerzas frescas, estoy seguro de que remontamos. ¿Y vosotros? ¿Vamos a enseñar al final del partido la camiseta de campeones?

—¡Sííí! —responden a coro los Cebolletas.

—Además, Tomi ha aterrizado y está a punto de llegar en taxi —anuncia Augusto, con su móvil en la mano—. Entrará durante el segundo tiempo.

La noticia hace brillar los ojos de los Cebolletas, que se encienden como lamparitas. Todos han olvidado ya los dos goles encajados y los laterales encharcados y solo piensan en lo que tienen que hacer para remontar y arrebatar a Pedro la copa que ya cree haber ganado.

En la reanudación del encuentro, Tino informa a su público sobre las novedades que se han producido en la alineación:

«Al ir perdiendo por dos goles, míster Champignon está obligado a jugar la carta de Rafa, aunque el italiano todavía tiene un pie averiado. Pero el Niño es un delantero de raza. Mejor tenerlo a él en el área de penalti, con un pie lesionado, que a otro atacante con siete pies sanos. Sin Tomi y sin Rafa sería imposible atacar la puerta de nuestro amigo Fidu. En cambio, lo que no comprendo es por qué nuestro entrenador ha mantenido dos extremos en las bandas, donde es imposible hacer correr el balón. Hay demasiado barro, la pelota no rueda y llegar al fondo para hacer un pase es tan cansado como escalar una montaña. Si todos lo hemos comprendido, ¿cómo es posible que no lo haya hecho nuestro Champignon? Además, no comprendo por qué ha sacado a Becan y João. Ya sabemos que en los Cebolletas no hay reservas y que todos tienen derecho a jugar, sobre todo partidos decisivos como el de hoy, pero para renunciar a la clase de Becan y João en el momento más crítico del partido más importante de la temporada hace falta mucho valor… ¿Vosotros lo habríais hecho? No importa. Lo que cuenta es que los Cebolletas han empezado el segundo tiempo con el estado de ánimo apropiado. No parecen resignados. Han salido del vestuario con las garras afiladas y una determinación que no tiene nada que ver con lo que hemos visto en el primer tiempo. ¡Por fin atacamos! ¡Hay que tener fe, chicos!».