Armando comunica la noticia en mitad de la cena y Tomi se atraganta con el trozo de escalope que estaba masticando.
—Mañana por la tarde iremos juntos a comprar los trajes para la ceremonia —le anuncia su padre.
—Perdona, pero ¿qué ceremonia? —pregunta el delantero centro.
—La boda de mi hermano Simón —responde Armando—. Tu tío, ¿te habías olvidado?
—Pues la verdad es que sí —admite Tomi—. ¿Cuándo es?
—El domingo 27, en una preciosa villa medieval que está pasado Guadalajara —explica su padre.
En ese preciso instante es cuando Tomi se atraganta con el escalope…
Después de toser un buen rato y beber un poco de agua, el capitán de los Cebolletas exclama:
—¡Pero si el 27 jugamos el desempate!
—Ya lo sé, pero el partido empieza a las ocho de la noche y la boda se celebra a las diez de la mañana. Tendremos todo el tiempo del mundo para comer, coger el coche y llegar a Madrid con suficiente antelación —asegura Armando—. No hacen falta ni dos horas para llegar a Sigüenza.
—Pero basta con que se produzca un imprevisto, un accidente, y me quedaré sin jugar —replica Tomi, inquieto—. Es demasiado arriesgado. ¿Me puedo quedar en casa, papá? Por favor… Ya llamo yo al tío Simón y le explico lo que pasa.
—Ni hablar —responde como un rayo el chófer de la línea 54—. Mi hermano vino a mi boda, a tu bautizo, a tu primera comunión… Siempre ha estado presente en los días más señalados para nuestra familia, y yo estaré acompañándole con mi familia al completo el día más feliz de su vida. Le quiero un montón.
—Yo también le quiero, ya lo sabes —explica Tomi—, pero estoy seguro de que él también preferiría que jugara el partido. Así podría dedicarle la liga como regalo de bodas. Al tío Simón le gusta el fútbol más que a mí. Después de un viaje de dos horas y una comilona llegaré al Vicente Calderón agotado.
—¡No hace falta que empujes el coche, basta con que estés sentado! —rebate Armando—. De todas formas, la decisión está tomada: vienes a la boda y mañana compraremos los trajes para la ceremonia.
Tomi deja los cubiertos cruzados sobre el plato, donde todavía queda un pedazo de carne. Se le ha pasado el hambre de golpe.
Lucía trata de animar a su hijo.
—No te preocupes, si la comida se alarga volveremos antes de que acabe, para poder estar aquí a última hora de la tarde. Así tendrás un par de horas para descansar y desentumecer las piernas. ¿De acuerdo?
—Sí, podemos hacer eso si no queda más remedio —aprueba Armando.
Tomi sonríe a su madre y le da un bocado a un melocotón, un poco más aliviado. Ante la sola idea de no poder estar en el Vicente Calderón para dirigir a su equipo contra los insoportables Zetas se le había hecho un nudo en el estómago.
Antes del gran partido cada día saldrá un número del MatuTino, con una página dedicada a los entrenamientos de los Cebolletas y otra a los de los Tiburones Azzules. Para el aprendiz de periodista será un trabajo muy duro, porque no es fácil escribir dos hojas e imprimirlas cada día, pero Tino está en forma. Le apasiona la idea y va cambiando de un campo a otro, sacando fotos y entrevistando a los protagonistas de la finalísima, gracias a lo cual sus artículos siempre tienen datos curiosos.
Por ejemplo, esta tarde, delante del tablón de anuncios de la parroquia de San Antonio de la Florida hay un tropel de muchachos, que leen y comentan.
El artículo que más llama la atención es el dedicado al original entrenamiento ideado por Charli, ilustrado con una fotografía. En el MatuTino puede verse una silueta de cartón vestida con la camiseta de los Cebolletas y con un cartel que dice «Tomi» colgado al cuello, mientras Pedro, fotografiado de espaldas, dispara con rabia contra ella.
En el artículo, titulado «Los Zetas en pie de guerra», Tino cuenta que todos los jugadores de los Tiburones Azzules han disparado contra la silueta de un adversario, tratando de abatirla a balonazos.
«Además de entrenar la puntería —explica Charli en la entrevista recogida en el MatuTino—, el ejercicio que he inventado sirve para estimular el espíritu de lucha. Cada partido es una especie de batalla, y en las batallas se pone uno el cuchillo entre los dientes, porque de lo contrario acaban contigo. En los dos encuentros de la liga contra los Cebolletas, mis muchachos saltaron al campo blandos como unos flanes. Esta vez no cometeremos el mismo error. En el desempate veréis a los Zetas galopar gritando como indios feroces contra los rostros pálidos de los Cebolletas… ¡Los exterminaremos! Cada día inventaré un ejercicio como este para mantener la tensión al máximo.»
—Pero ¡¿cuántas tonterías puede llegar a soltar el coletas?! —salta Nico, hecho una furia—. ¡El deporte es lo más pacífico del mundo! ¿Qué tiene que ver con la guerra?
—¿Y te sorprende? —pregunta Pavel—. Desde que los conocemos han hecho todo lo que han podido para provocarnos. ¿Esperabas que fueran a parar justamente ahora, la víspera del partido más importante?
—¡Un momento! ¿Habéis leído esto? La parte más interesante del artículo está al final —informa Becan—. Escuchad: «El curioso ejercicio de tiro organizado por Charli fue interrumpido por una pequeña discusión. De hecho, Ángel se negó a atizar balonazos a la silueta de Sara e insistió en que del cuello del muñeco de cartón se pusiera por lo menos la cara de Lara».
—Qué simpático… —comenta halagada Sara.
—Por supuesto, simpatiquísimo —añade Lara, con una expresión que no tiene nada que ver con la de su hermana—. En cuanto lo vea le daré las gracias por haberme ametrallado a balonazos a mí, en lugar de a ti.
Los Cebolletas ríen entre dientes, mientras João advierte:
—Lara, si quieres puedes darle las gracias ahora.
Y es que Ángel está sentado sobre un banco, al borde del campo.
—Seguro que ha venido a espiar nuestro entrenamiento —comenta Becan, preocupado.
—Qué va —le tranquiliza Dani, guiñando un ojo—, yo creo que ha venido a echarle miraditas a Sara… Tiene que estar coladito perdido.
—¿Cómo que coladito? —se burla Lara—. Más bien debe querer burlarse otra vez de ella.
—Te informo, hermanita —replica Sara, mirando a su gemela con los brazos en jarras—, de que Ángel me ha pedido perdón y desde entonces siempre se ha portado muy bien conmigo, sin segundas intenciones. ¿Tan raro sería que estuviera colado por una preciosidad como yo?
Los Cebolletas vuelven a reír con ganas y se dirigen hacia los vestuarios.
El tendido eléctrico ha sido reparado y el equipo de Champignon puede entrenarse por fin con luces artificiales, en las mismas condiciones en las que disputará el partido de desempate en el Vicente Calderón.
Después de las vueltas de calentamiento alrededor del campo y los ejercicios atléticos, Augusto se ocupa del Gato y lo entrena con los balones altos, disparando sin parar tiros cruzados desde las bandas. Y es que el portero está más expuesto a los focos, porque la pelota en vuelo cruza los haces de luz y puede engañar al Gato mientras la espera para blocarla.
Al acabar las prácticas técnicas (paradas, peloteos, pases,…) y antes del partidito que como siempre servirá para cerrar el entrenamiento, Gaston Champignon vuelve al vestuario y sale de él con un par de espadas de plástico.
«¿Qué tienen que ver las espadas con el fútbol?», te estarás preguntando.
¿No creerás que Champignon ha caído tan bajo como Charli y tiene intención de preparar a sus pupilos para una guerra?
Qué idea más absurda…
Sabes mejor que yo cuál es el lema de los Cebolletas: «Quien se divierte siempre gana». Un entrenador que ha enseñado a sus pupilos a disfrutar del fútbol de ese modo tan noble nunca les pedirá que planten batalla, porque en el campo no hay enemigos. Así que si empuña armas de juguete puedes estar seguro de que lo hace solo por brindar a sus muchachos una nueva posibilidad de divertirse. Efectivamente: además de las dos espadas de plástico, el cocinero-entrenador arrastra un saco transparente lleno de globos. Dibuja un círculo de un par de metros de diámetro con botellas de plástico llenas de agua y luego explica el juego a los Cebolletas, que le observan perplejos y sonrientes.
—Me hace falta un voluntario cualquiera que se llame João —anuncia Champignon.
—Lo sabía, siempre me toca a mí hacer de conejillo de Indias… —comenta el brasileño, dando un paso adelante.
El cocinero-entrenador se arrodilla por tierra, ata en torno a los tobillos del extremo izquierdo cuatro globos de colores y luego entrega a Sara una de las espadas de plástico.
—Ahora entrad en el círculo —explica Champignon—. Tú, Sara, tienes que intentar hacer estallar los globos con la espada, mientras tú, João, tienes que eludir los golpes, pero sin salirte del círculo. Es un ejercicio útil para entrenar los reflejos de los defensas, que tienen que escoger el momento adecuado para intervenir, y también para los delanteros, que tienen que esquivar las entradas de los defensas. Será un concurso y al final tendremos dos vencedores: el defensa que haya destrozado los globos en el menor tiempo y el atacante que más haya resistido con un globo hinchado por lo menos. Ahora formaré otro círculo con más botellas, así habrá dos parejas luchando a la vez.
—¡Yo quiero entrar en el otro círculo! —se ofrece Dani aferrando la espada, encantado por la propuesta de Champignon.
—¡Voy contra ti! —rebate Tomi, quien se sienta en el suelo y se ata al pie los globos de colores.
En cuanto pita el cocinero-entrenador, João se pone a dar saltitos como un grillo dentro del círculo de botellas, intentando zafarse con golpes de cintura del marcaje de la gemela, que lo persigue sin lograr alcanzarlo. Se diría que tiene problemas.
El brasileño apoya el pie derecho en tierra y luego sale corriendo en la dirección opuesta, hace una pirueta sobre sí mismo, salta doblando las rodillas contra el pecho para levantar los globos y pregunta, en son de triunfo:
—¿A que te da vueltas la cabeza, Sara? Si quieres, puedes rendirte…
Nadie mejora el tiempo de Sara, que gana el concurso de defensas, mientras Rafa se adjudica el de los delanteros, gracias a una táctica de lo más personal.
Para evitar la espada de Elvira, el Niño, cuando está cansado y se expone a ser alcanzado, hace el pino y se pone a caminar en equilibrio sobre las manos. Elvira, que es más baja que el italiano, se ve obligada a saltar para intentar alcanzar los globos…
Como siempre, gracias a la fantasía de Gaston Champignon los Cebolletas regresan al vestuario satisfechos, con la sensación de haber jugado, no trabajado. En cambio, han practicado ejercicios sumamente valiosos para llegar al desempate en plena forma.
El propio Ángel lo reconoce ante Sara:
—¿Sabes que te envidio? Vuestros entrenamientos son mucho más divertidos que los nuestros. Espero que en el Calderón no me ataques con una espada.
—No, pero te quitaré el balón igualmente —rebate Sara—. De todas formas, gracias por no haberme acribillado a balonazos el otro día…
—No me basta con las gracias —replica el Zeta—. Quiero que vengas a dar una vuelta por el Retiro.
—Si crees que me vas a volver a convencer de que juegue de delantera, ¡ya lo puedes olvidar! —salta la gemela con una mirada furiosa—. Me quedaré en defensa y, en cuanto te acerques a nuestra área, te trataré como la última vez…
—Vale, vale —contesta Ángel, en tono conciliador—. Te juro que el partido de desempate no es lo que me preocupa. Lo único que quiero hacer es preguntarles algo a los peces de color, y me gustaría que me acompañaras. Eso es todo.
La tigresa esconde sus garras y pone ojos de gatita.
—En ese caso acepto la invitación.
—Perfecto. Pasaré en bici a buscarte hacia las cuatro. ¿Te va bien? —propone el Zeta.
—Estupendamente —contesta Sara.
La joven defensa se siente el corazón alegre y ligero, como si fuera un globo.