Los Cebolletas se han vuelto a reunir en el Pétalos a la Cazuela para los ensayos del anuncio. Está también Adriana, la hermana de Rafa y campeona del tiro al arco.
—¿Me equivoco o has perdido algunos gramos de peso? —pregunta Nico a Fidu.
—¡Cierto, pareces más delgado! —exclama João—. Tenemos que avisar enseguida a Tino, que hará una edición extraordinaria de su periódico con una noticia de primera plana: «¡Fidu adelgaza!».
—Eso es, tomáoslo a broma… —responde el guardameta—. No tiene ninguna gracia. Charli nos está masacrando… Estoy haciendo los entrenamientos más duros de mi vida. Lo único positivo es que me dan hambre. Hoy Champignon ha hecho merengues, ¿verdad?
—Mejor no llaméis a Tino —se corrige João—, porque hoy en la merienda Fidu va a recuperar los gramos perdidos.
Todos echan a reír, mientras Fidu finge ahogar a João con su cadena de lucha libre.
—Ahora os explico lo que tengo pensado —anuncia el director Vincent—. La peliculita empezará con Gaston saliendo de la cocina con un plato delicioso y flores de todos los colores. Se para en medio de la sala y, mientras le dedico un primer plano, exclama el eslogan de nuestro anuncio: «¡Con Gaston, c’est plus bon!».
—¡Un pareado! —lo celebra Adriana—. ¡Me encantan las rimas!
—Sí, las rimas ayudan a recordar el mensaje —explica Vincent—. Y, para que lo recuerden mejor, la repetiremos tres veces. Después de encuadrar a Gaston, dirigiré la cámara a la mesa de Armando y Lucía, que repetirán «¡Con Gaston, c’est plus bon!», luego a la de Fernando y Clementina y por último a la de un par de Cebolletas. Como veis, precisamente ese es el segundo mensaje que haremos llegar a los telespectadores: el restaurante de Gaston es apto para todas las edades, de los ancianos a los niños.
—¿Así que el anciano del anuncio seré yo? —salta como una flecha Armando—. ¡Si acabé el bachillerato el año pasado!
Los Cebolletas sueltan una carcajada.
—En ese caso, digamos que «adulto»… —se corrige con una sonrisa el director francés—. Como os decía, me hace falta una pareja de Cebolletas, ¿quién se apunta?
—¡El capitán! —salta Fidu, que empuja adelante a Tomi con un manotazo…
—¡Muy bien! —aprueba el director—. El capitán se sentará a esta mesa con la chica de las rimas, que tiene una cara muy fotogénica.
Adriana se sienta sonriendo junto a Tomi que, muy cortado, intenta dar una explicación a Vincent:
—No creo que sea buena idea… Sí, ella es amiga mía, pero… como la televisión la ven todos… ¿entiende?
—No, no he comprendido nada —confiesa el director extendiendo los brazos.
—Se lo explicaré yo —tercia Adriana—. El capitán tiene una novia que se llama Eva. Si Eva lo ve sentado a la mesa conmigo, le perseguirá con un paraguas hasta el Retiro para rompérselo en la cabeza…
—No te preocupes, Tomi —le reconforta Vincent—. Hoy solo haremos las pruebas. Cuando grabemos el anuncio, podrás traer a Eva a tu mesa, ¿vale? Ahora os explico cómo acaba. Después de las tres parejas sacaré en primer plano a Fidu, que intentará repetir «¡Con Gaston, c’est plus bon!» con la boca llena de merengues.
—¡Una idea genial! —celebra el portero entusiasmado—. Pero para que salga bien habrá que hacer un montón de tomas…
Todos echan otra vez a reír.
—Nuestro querido Fidu demostrará a los telespectadores que, en el Pétalos a la Cazuela, además de comer bien, se come mucho —prosigue el director francés—. El anuncio acabará en la tetería, donde la bella Elena, rodeada de flores, mirará a cámara y anunciará: «Os espero en el paraíso».
El proyecto de Vincent es acogido por un gran aplauso. El director lo agradece con una reverencia y luego se pone a perparar las tomas.
Por la tarde, en los vestuarios de los Cebolletas los estados de ánimo son contradictorios: en el de las chicas reina la alegría, en el de los chicos una ligera preocupación.
La alegría se debe a una estupenda noticia, que ha hecho que las gemelas se pusieran eufóricas. Lara se la cuenta enseguida a Elvira:
—¡Va a venir nuestro padre a ver el desempate en el Vicente Calderón!
—¿En serio? ¿No se tendrá que quedar en un rincón perdido del mundo? —pregunta la ex Rosa Shocking.
Como sabes, el padre de las gemelas es un hombre de negocios que viaja sin parar a bordo de su avión particular. Sus obligaciones normalmente le mantienen alejado de casa, y casi nunca ha asistido a un partido de sus hijas, a pesar de que estas han convertido a su madre, Daniela, en una hincha apasionada.
—No, esta vez viene —contesta Sara con los ojos brillantes—. ¡Nos ha prometido que la noche del sábado volverá de Estados Unidos y se pasará todo el domingo con nosotras!
—Entonces tenemos que derrotar como sea a los Zetas —observa Elvira—. ¡Una ocasión tan excepcional merece que se celebre con un trofeo!
—Tienes toda la razón del mundo —dice Lara—. Sara y yo prepararemos una camiseta especial dedicada a nuestro padre, que llevaremos bajo la de los Cebolletas. Si marcamos o ganamos se la enseñaremos.
—Estupenda idea, chicas —aprueba Elvira, que «choca la cebolla» con alegría a sus amigas.
El ambiente es mucho menos festivo en el vestuario masculino, a causa de la noticia de la boda del tío Simón, que Tomi acaba de comunicar al equipo.
El más inquieto parece Nico.
—Pero ¿tu padre ya sabe que el domingo es 27 de mayo? ¿Y que mucha gente hará puente aprovechando el lunes de pentecostés?
—Es verdad —conviene Julio—. Van a ser días de mucho tráfico.
—Sin contar con que la entrada de Madrid desde Barcelona es la que se atasca con más facilidad —añade Bruno.
—¿Por qué no dejáis de hablar de desastres? —se enfada el supersticioso Dani—. A fuerza de decirlas, algunas cosas acaban cumpliéndose. Lo que tenemos que hacer es pensar que todo va a ir bien. El capitán se divertirá en la boda del tío, se comerá un pastel exquisito, volverá a casa y por la noche levantará la copa de la liga en el estadio ese cuyo nombre no quiero pronunciar…
—Dani tiene razón —aprueba João—. Los brasileños siempre pensamos en positivo. ¿Por qué le tiene que pasar algo? Tomi tiene todo el tiempo del mundo de volver a Madrid para el partido. Armando es chófer de profesión, así que sabe mejor que nadie cómo se conduce.
—Además, su mujer es cartera —añade Dani—, así que si se topan con un atasco, nos enviará a su hijo por correo urgente. Pase lo que pase, Tomi llegará a tiempo.
Se oye una sonora carcajada.
Gracias a la alegría de Dani y João, los muchachos salen del vestuario un poco menos inquietos, aunque la perspectiva del puente tendrá distraído a Tomi durante todo el entrenamiento, como si llevara una china en el zapato.
Pero de momento el capitán tiene que ocuparse de un problema más inmediato: no hay balones.
Augusto ha ido a cogerlos al trastero y ha hecho un curioso descubrimiento: su llave no entraba en la cerradura. Ha mirado bien y se ha dado cuenta de que brillaba como si fuera nueva.
—Creo que algún gracioso ha cambiado la cerradura del trastero sin avisarnos —anuncia el chófer del Cebojet—. Y no creo que haya sido don Calisto…
—¡Malditos Zetas, otra vez fastidiando! —salta Nico—. Hay que ver qué maña se dan para arruinarnos los entrenamientos.
—Pero el domingo nos las pagarán todas en el campo —promete Aquiles—. Cada vez que me encare a un Zeta que se dirija a meta me acordaré de todas las bromas de mal gusto que nos han gastado…
Gaston Champignon, que se estaba acariciando el bigote por el lado izquierdo, cambia la mano de lado.
—No os preocupéis, chicos. Todos los problemas tienen solución. Y creo que he dado con ella.
—¿Va a volver a llamar a su amigo el despellejaconejos? —pregunta João.
—No, esta vez solo nos hará falta una buena danza de la lluvia —contesta el cocinero-entrenador.
Los Cebolletas se miran perplejos.
—¿Una danza de la lluvia? —repite Tomi en nombre de todo el equipo.
—Claro que sí. Nos hacen falta balones, ¿no? Pues intentemos que lluevan del cielo. Vamos, id al medio del campo y poneos a bailar —ordena Champignon.
Los chicos, cada vez más sorprendidos, se dirigen lentamente hacia el centro del campo.
—Tengo la impresión de que esta tarde el míster se ha olvidado el sombrero de cocinero y le ha dado una insolación —comenta João en voz baja.
—Sí, eso parece —coincide Dani—. Estos días el sol pica fuerte. No hay otra explicación. La danza de la lluvia, ¡ni más ni menos!
Gaston Champignon ve a su equipo algo abochornado y exhorta a las gemelas:
—Sara y Lara, fuisteis bailarinas, así que ¡ánimo! ¡Sacad a bailar a los chicos, que son muy tímidos! Haced como si estuvierais en una discoteca y moved los brazos como para relajar los músculos. ¡Sin danza no tendremos balones!
Las gemelas se ponen a bailar y luego, poco a poco, se les unen los demás.
El cocinero-entrenador aferra el megáfono que usa de vez en cuando para dirigir los entrenamientos y apunta con él hacia los edificios vecinos al campo de la parroquia. Casi todos los pisos tienen las ventanas abiertas, porque hace calor.
—Queridas señoras y queridos señores, perdón por las molestias. Soy Gaston Champignon, el chef del Pétalos a la Cazuela y entrenador de los Cebolletas —anuncia al megáfono—. Quiero pedirles un favor. Esta tarde nos hemos quedado sin pelotas para entrenar. ¿Podrían prestarnos alguna? Se las devolveremos de aquí a una hora. Así ayudarían al equipo del barrio, que el próximo domingo disputará el partido más importante de la temporada y podría hacer que también ustedes fueran campeones de Madrid. ¡Perdón una vez más por las molestias y gracias por su colaboración!
Primero asoma un niño a un balcón con una bola blanca y la lanza desde el tercer piso. Enseguida una mujer hace lo mismo desde una ventana del edificio de enfrente. Son las primeras gotas de un pequeño aguacero que dura unos minutos y hace llover sobre el campo de la parroquia una quincena de balones de todos los colores.
Los Cebolletas corren a recogerlos intercambiando miradas de estupor y entusiasmo.
—¡Tenemos un entrenador único en el mundo! —exclama Lara.
Con las pelotas que han recogido gracias a la danza de la lluvia, Gaston Champignon organiza un concurso para que los centrocampistas entrenen la precisión de sus tiros.
Reúne en el centro del campo a Nico, Bruno, Aquiles y Pavel y forma dos equipos con el resto del grupo.
—Un equipo correrá en fila india a lo largo de la banda derecha, arriba y abajo, de un banderín al otro —explica el míster—. El otro hará exactamente lo mismo por la izquierda. A pocos metros del banderín encontraréis una silla y os subiréis encima. Los cuatro lanzadores tendrán que haceros llegar los balones a los brazos cuando estéis encima. Nico y Aquiles lanzarán al equipo de la banda derecha y Bruno y Pavel al de la izquierda. Todos los balones blocados sobre la silla valen un punto. ¿Listos?
Los Cebolletas se ponen a correr a lo largo de las bandas.
Nico calibra su primer disparo, pero es demasiado largo y Dani solo consigue rozar la pelota saltando sobre la silla.
—¡Más suave, lumbrera! —aúlla João que, como Dani, forma parte del equipo de la derecha.
El primer punto lo gana el equipo de la izquierda, gracias a un tiro perfecto de Bruno, que Elvira bloca inclinándose un poco hacia adelante.
—Superbe! —aplaude Champignon, atusándose el bigote por la punta derecha.
Este ejercicio, que hace correr a los Cebolletas por las bandas y entrena a los centrocampistas a pasar hacia el exterior, es mucho más que un juego: es la táctica escogida por el cocinero-entrenador para derrotar a los Tiburones Azzules.
Pronto sabrás más…
Los disparos se vuelven cada vez más precisos. Cada vez se blocan más balones encima de las sillas y todo va a la perfección, hasta que Rafa salta para intentar blocar un tiro de Pavel, demasiado alto, apoya mal el pie sobre la silla y cae rodando a tierra con un grito de dolor.
—El tobillo… el tobillo… —se lamenta el Niño con una mueca—. Me he torcido el tobillo…
Augusto comprende que la lesión es grave y se lo da a entender con una mirada a Champignon, que se lleva la mano inmediatamente al bigote por el lado izquierdo.
Tino llega corriendo con una cámara de fotos.