VEINTIUNO
—Quiero daros las gracias a todos por acompañarnos hoy. Este desfile tiene un significado muy especial, es una manera de tener a Cristina entre nosotros una vez más, de disfrutar de su talento y de la belleza que era capaz de crear, y estoy segura que ese toque de magia que tenía va a permanecer en nuestro recuerdo para siempre. Quiero agradecer a su familia que haya venido hoy aquí a pesar de su dolor…
El público rompió a aplaudir y Lucía se echó a llorar. Andoni Usabiaga se acercó al micrófono con los ojos brillantes, pero manteniendo el control y comenzó a hablar.
—Nosotros, mis hijos y yo, también queremos agradeceros que hayáis venido. Esto es mucho más que un desfile, es un homenaje a su memoria y la clase de funeral que ella hubiera elegido. Creo que es una manera bonita de recordarla, entre las cosas que más le gustaban: su trabajo, sus amigos, la belleza y la alegría. Me gustaría que todos hicierais un brindis por Cristina esta tarde. Gracias, muchas gracias.
La gente aplaudió de nuevo, visiblemente emocionada, y luego empezaron a abandonar el salón. Los familiares de Cristina fueron los primeros en irse, con buen criterio en opinión de Carmen: no le parecía que los hijos pudieran soportar otra tanda de emociones, abrazos y lágrimas.
Carmen se acercó a Lucía, que parecía agotada. Pese a su elegancia habitual y al maquillaje, parecía haber envejecido diez años en los últimos días.
—Siento molestarla, sé que está cansada; pero tengo que hablar con usted.
Lucía asintió con aire resignado.
—Vamos a otro sitio —contestó—. El bar estará tranquilo a esta hora.
Se sentaron a una mesa. Lucía pidió un agua mineral; Carmen y Lorena, nada.
Le expusieron lo que les había dicho Lidia, y Lucía dejó caer los brazos como si se rindiera.
—Es cierto. Esperaba que no saliera a la luz porque es lo último que les falta a Andoni y a los chicos.
—¿Cómo de seria diría usted que era la relación? —preguntó Carmen.
—Mucho más de lo que yo hubiera querido. Estaba enamorada como una quinceañera. Ya saben que estaba dispuesta a operarse, lo llenó de regalos y hace poco me comentó que pensaba separarse e irse a vivir con él.
—¿Esa fue la discusión que mantuvieron en la tienda?
—Sí. Yo no podía consentir que se arruinara la vida de esa forma. Al principio pensé que era un capricho; ella llevaba mal hacerse mayor, él es muy guapo y pensé que le halagaba mantener una relación con alguien mucho más joven.
—¿Y él qué decía? —preguntó Lorena.
—Él se dejaba querer. Está aquí sin papeles. No tiene dinero y no hay mucho trabajo de modelo, y menos sin tener la documentación en regla. Una clienta nos pidió que lo contratáramos en el último desfile y nos pareció bien porque no hay muchos chicos, sobre todo con esa presencia. Hay que reconocer que sabe desfilar.
—¿Andoni lo sabía?
—No, Cristina pensaba esperar a pasar las navidades antes de sacar el tema, y yo querría evitar a toda costa que se entere él o los chicos, ¿qué sentido tiene ahora?
—Pero si ese chico estuviera involucrado en la muerte de Cristina…
—Eso es ridículo. Para él esto es una desgracia terrible. Cristina era su pasaporte a una vida nueva: papeles, dinero, lujo… ¿Por qué iba a renunciar a eso? Ariel es un chico listo que sabe lo que le conviene.
—¿Por qué ha discutido hoy con él? —quiso saber Carmen.
—Digamos que ha intentado un chantaje encubierto. Me ha dicho que necesitaba dinero, que dudaba entre pedírmelo a mí o pedírselo a Andoni, que estaba seguro de que Cristina hubiese querido dejarle en una situación segura. He tenido que contenerme para no darle una bofetada.
—¿Y qué le ha contestado?
—Que nadie tiene ninguna obligación moral ni económica con él y que si hablaba con Andoni yo me iba a encargar de que no volviera a trabajar en esta ciudad. De todas formas, hemos quedado mañana en la tienda. Pensaba darle algo de dinero a cambio de que se vaya de aquí. Tengo contactos en Madrid y Barcelona, podría buscarle algún trabajo para intentar quitarlo de en medio.
—Mañana iremos a la tienda a la hora en que han quedado y hablaremos nosotros. De momento, no voy a comentar esto con la familia —dijo Carmen—. Aunque no lo crea, me importan los sentimientos de las personas y sé las consecuencias que una investigación de este tipo trae para todos los inocentes implicados.
—Perdone —contestó Lucía—, no pretendía ofenderla. No creo que usted sea insensible, pero su trabajo puede ser muy cruel.
—Intentaré que solo lo sea lo imprescindible, se lo prometo.
Carmen le hizo una seña a Lorena para que la esperara fuera. Sabía que se estaba metiendo en camisa de once varas, pero no podía evitarlo.
—Ha sido un día muy duro, ¿verdad? La he visto hablar con Coro.
Lucía rompió a llorar.
—No puedo más, está loca, pretende meter a Cristina…
—Lo sé. —Carmen le ofreció un pañuelo—. Vino a verme Guillermo por si podía retener a su hermana o averiguar algo sobre esas monjas. Le aconsejé que hablara con usted.
—Gracias. Sí, me ha llamado esta tarde y he intentado que Coro entrara en razón. No quisiera cargar a Andoni con más preocupaciones. Pero es terca como una mula y ha decidido redimir a su sobrina. Le aseguro que no reconozco en esta mujer a la que fue mi amiga de joven. ¿Quién dice que las personas no cambian? Coro era alegre como unas castañuelas, le gustaban los chicos, bailar y divertirse. Iba a misa como íbamos todas entonces, pero no era una beata. Y no es solo el asunto religioso, se ha vuelto seca, fría. No ha derramado ni una lágrima por Cristina. No entiendo por qué se le ha metido en la cabeza que Cristi se haga monja.
—¿Y Cristina está de acuerdo?
Lucía levantó las manos en un gesto de incomprensión.
—Cristina no sabe qué quiere, tiene las emociones como si se las hubiesen metido en una batidora. Quiere que alguien le diga lo que tiene que hacer, irse de aquí, romper con todo. Qué sé yo lo que le pasa por la cabeza.
—Sé que no es asunto mío, pero quizás puedan hablar con el psiquiatra. No creo que les diga nada, pero pueden explicarle los planes. Dudo que lo vea apropiado después del intento de suicidio. Si es necesario pueden hablar con el juez.
Lucía se secó los ojos.
—Tiene razón, ya lloraré cuando tenga tiempo. Ahora hay cosas por resolver.
De camino a su casa, a Carmen le venía todo el rato a la cabeza un fragmento de una canción de Serrat: «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio». Temía que en este caso la verdad fuera tan triste como irremediable.