XVIII

Tosiendo y saludando sin cesar, sonriendo a todos con aire astuto, Judas de Cariote, el Traidor, se presentó ante el Sanedrín. Era hacia el mediodía, al siguiente en que Jesús fue crucificado. Los jueces y los que mataron al Nazareno estaban allí; estaban el anciano Anás y sus hijos, imágenes fieles y repugnantes del padre, y su yerno Caifás, a quien consumía la ambición, y todos los otros miembros del Sanedrín, que han sustraído sus nombres a la memoria humana; ricos y eminentes saduceos, orgullosos de su poder y engreídos de su ciencia.

Recibieron al traidor silenciosamente y, como si no hubiese entrado nadie, sus rostros altaneros no hicieron el menor gesto. Hasta el más insignificante de ellos, ignorado e inadvertido de los otros, alzó su cara de pájaro y miró al vacío como si no hubiera pasado nada de particular. Judas saludó una y otra vez, y los miembros del Sanedrín seguían callados; parecía que no era un ser humano el que acababa de entrar, sino un insecto impuro que se arrastraba ante ellos. Pero Judas de Cariote no era hombre que se turbase, y al verse atascado en el silencio del tribunal continuó saludando, saludando, dispuesto a saludar hasta la noche, si era menester.

Por fin, Caifás impacientado, preguntó : - ¿Qué quieres? Judas se inclinó una vez más y declaró con modestia: - Soy Judas de Cariote, el que os ha entregado a Jesús de Nazaret. - ¿Y qué? Ya recibiste tu paga. Vete —ordenó Anás. Como si no hubiese oído, Judas continuó saludando. Y Caifás, señalándole con la mirada, preguntó a Anás: - ¿Cuánto le diste? Caifás sonrió; Anás sonrió también, y por todos los altivos rostros se deslizó la onda de una alegre sonrisa; el que tenía cabeza de pájaro se echó a reír también. Judas palideció y rompió a hablar atropelladamente.

- Sí, sí, es muy poco; pero Judas no está descontento; Judas no se queja de haber sido despojado. Está satisfecho. ¿No ha servido a una causa santa? Sí, una causa santa. ¿Y los más sabios, no escuchan ahora a Judas, y se dicen: Judas Iscariote es de los nuestros, Judas el Traidor es nuestro hermano y nuestro amigo? Por ventura, ¿no siente Anás el afán de arrodillarse y besar la mano de Judas? Pero Judas no se lo permitirá, porque Judas es un cobarde y tiene miedo de ser mordido.

Caifás dijo: - Echad a este perro. ¿Qué está ladrando? - Vete de aquí. No tenemos tiempo de oír tu charla —declaró Anás con indiferencia. Judas se irguió y cerró los ojos. El papel de embustero y falaz que había desempeñado con tanta holgura durante toda su vida, de pronto se le hizo insoportable; con un movimiento de cejas lo rechazó. Cuando miró de nuevo a Anás, su mirada era sencilla, franca y terrible. Pero los presentes no percibieron inmediatamente este cambio.

- ¿Quieres que te echen a palos? —gritó Caifás. Ahogándose bajo el peso de los terribles pensamientos, que cada vez se esforzaba en elevar más alto para arrojarlos como desde una cumbre sobre la cabeza de los jueces, el Iscariote replicó con voz ronca:

- ¿Sabéis…, decidme, sabéis bien quién era el que habéis condenado y crucificado ayer? - Lo sabemos. Vete.

Con una sola palabra iba a desgarrar la tenue venda que velaba los ojos de aquellos hombres, y toda la tierra iba a estremecerse bajo el peso de la implacable verdad. Aquéllos tenían un alma, y él, Judas, iba a hacérsela perder; tenían vida e iba a arrebatársela; veían la luz y los iba a sumir en las tinieblas eternas. ¡Hosanna! ¡Hosanna!

Y he aquí las palabras terribles que desgarraron su garganta: — No era un impostor. Era un inocente y puro. ¿Oís? Judas os ha engañado: os ha entregado un inocente. Esperó. Y oyó la voz senil de Anás que replicaba impasible: - ¿Es eso todo lo que tenías que decirme? - Creo que no me habéis comprendido —insistió Judas con dignidad, palideciendo más—. Judas os ha engañado. Jesús era inocente. Habéis matado a un inocente.

El que tenía cara de pájaro sonrió. Pero Anás permaneció glacial; se enjugaba el rostro y bostezó; Caifás bostezó también, y dijo con voz cansada: - ¡Y se atreven a hablar de la inteligencia de Judas Iscariote! Es un imbécil fastidioso. - ¿Cómo? —exclamó Judas, invadido de sombrío furor—. ¿Pero es que sois vosotros los inteligentes? Pues bien, Judas os ha engañado. No ha traicionado a Jesús, es a vosotros, los sabios, los poderosos, a quienes ha entregado a muerte infame, a muerte eterna. ¡Treinta dineros! ¡Sí! Ese es el precio de vuestra sangre, de vuestra sangre impura como el agua que las mujeres vierten en la calle a la puerta de su casa. ¡Ah! Sumo sacerdote, viejo Anás insensato, orgulloso pozo de ciencia, ¿por qué no diste una moneda, un óbolo más? En ese precio serás tasado por toda la eternidad.

- ¡Fuera de aquí! —rugió Caifás, rojo de cólera. Con un gesto, Anás le detuvo; con la misma indiferencia preguntó a Judas: - ¿Has acabado ya? —Si voy al desierto y grito a los animales: "¿Sabéis a qué precio han tasado los hombres a su Salvador?" ¿Qué harán? Saldrán de sus cubiles y rugirán de rabia; olvidarán su temor del hombre, vendrán a devoraros… Si digo a la mar: "¿Sabéis a qué precio han tasado los hombres a su Dios?" Si digo a las montañas: "¿Sabéis a qué precio han tasado los hombres a su Maestro?" La mar y las montañas abandonarán sus sitios, rodarán hasta aquí y se desplomarán sobre vuestras cabezas…

- ¡Judas quiere hacer de profeta! ¡Qué alto habla! —observó con tono sarcástico el que tenía cara de pájaro, y dirigió una mirada obsequiosa a Caifás. - …Hoy he visto el sol lívido. Miraba a la tierra con espanto, y decía: "¿Dónde está el hombre?" Hoy he visto al alacrán; descansaba sobre una piedra, y riendo decía: "¿Dónde está el hombre?" No lo veo. ¿Dónde está el hombre? No lo veo, decídmelo. ¿Se habrá quedado ciego el pobre Judas de Cariote?

Y se echó a llorar ruidosamente. En aquel momento parecía un loco; Caifás hizo un gesto desdeñoso; Anás reflexionó un instante, y declaró: - Creo, en efecto, que no se te ha pagado bastante, Judas, y eso es lo que te trastorna. Aquí tienes más dinero; tómalo y dáselo a tus hijos. Dejó caer algo que sonó. No se había apagado aún este sonido, cuando otro, muy semejante, lo prolongó; era Judas que arrojaba a puñados óbolos y monedas de plata a la cara del pontífice y de los jueces. Devolvía el precio de la traición. Las monedas volaban oblicuamente como un chubasco. Caían en las caras, en la mesa, rodaban por el suelo. Algunos ancianos se protegieron la cara con las manos, que pusieron con las palmas hacia fuera; los otros, entre gritos e injurias, levantáronse y huyeron; Judas, apuntando al pontífice, tiró la última moneda, que su mano trémula hubo de buscar largamente en la bolsa. Luego escupió con furor en el suelo, y salió.

- Ya está, ya está —murmuró mientras corría por las callejuelas asustando a los niños—. Creo que has llorado, Judas. ¿Estaría en lo cierto Caifás al decir que Judas de Cariote es tonto? El que llora el día de la venganza plena es indigno de ella. No permitas que tus ojos te engañen, no permitas que tu corazón mienta, no riegues el fuego con lágrimas, Judas de Cariote.