XV

Señalábase al judío con el dedo, y las gentes decían, unas con odio, otras con horror: - "Mirad: he ahí Judas, el traidor". Era el principio del infamante renombre que para siempre le había de quedar. Pasarían miles de años, los pueblos reemplazarían a los pueblos, pero las palabras pronunciadas con espanto y reprobación por los buenos y por los malos, continuarían resonando bajo el cielo:

- Judas, el traidor… Judas, el traidor. El oía con indiferencia todo lo que se decía de él; le devoraba una curiosidad ardiente y dominante. Por la mañana, cuando sacaron del cuerpo de guardia al Nazareno maltratado, el Iscariote le siguió y, cosa rara, no experimentaba ni ansiedad, ni dolor, ni alegría, sino solamente el invencible deseo de verlo y oírlo todo. No había dormido en toda la noche, y, sin embargo, se sentía los miembros ligeros. Cuando le entorpecían el paso, cuando la multitud le zarandeaba, se abría camino a codazos y avanzaba a primera fila; su mirada no estaba quieta un minuto. A fin de no perder una palabra del interrogatorio de Jesús por Caifás, lo escuchaba con una mano detrás de la oreja y, de vez en cuando, meneaba la cabeza con signos de aprobación, y decía:

- Muy bien, muy bien. ¿Oyes, Jesús? Pero no era dueño de sí; era una mosca atada a un hilo, que zumba y revuela aquí y allá, pero a la que no deja un segundo el hilo que la tiene prisionera. Pensamientos abrumadores como piedras aplastaban la nuca de Judas. Parecía no saber lo que eran aquellos pensamientos; no quería atenderlos, pero los sentía sin descanso. Y a veces se ponían a triturarle con todo su incomprensible peso. Y era como si la bóveda de una caverna rocosa hubiera lentamente descendido sobre la cabeza del Iscariote. Entonces se llevaba la mano al corazón, se esforzaba en moverse, como si estuviera transido de frío, y se apresuraba a mirar a otro lado, sin poder fijar los ojos en ninguna parte. Cuando Jesús salió de casa de Caifás, el Iscariote, que estaba muy cerca de él, se encontró con su mirada cansada, y, sin darse cuenta de ello, le saludó, moviendo amistosamente la cabeza varias veces:

- Aquí estoy, hijo mío, aquí estoy —murmuró precipitadamente, y empujó con cólera a un hombre que le cortaba el paso. Ahora la muchedumbre alborotada se dirigía a casa de Pilatos, donde se celebraba el último interrogatorio y el juicio. Judas examinaba con insoportable curiosidad la cara de los curiosos que acudían de todas partes. Muchos eran completamente desconocidos por el Iscariote; no los había visto nunca; pero vio otros de los que habían gritado "Hosanna" al paso de Jesús, y vio que el número de ellos crecía a cada paso.

"Así es, así es", pensó muy de prisa Judas, y tuvo un mareo como si hubiese bebido vino. "Todo ha concluido. Esos van a empezar a gritar: "¿Qué hacéis con Jesús? Jesús es nuestro…". Todos comprenderán y todo habrá terminado".

Pero los creyentes marchaban indiferentes, al parecer; unos fingían sonreír, como si el acontecimiento no les concerniese; otros murmuraban, en tono tímido y contenido, no se sabía qué; sus débiles voces se ahogaban entre el rumor de los movimientos, entre las exclamaciones furiosas de los enemigos de Jesús. Y Judas se sintió de nuevo ligero. Pero de pronto, vio, no lejos de allí, a Tomás, que se acercaba con precaución; tras unos instantes de reflexión, dio un paso hacia él. Tomás, a la vista del traidor, tuvo miedo y quiso esconderse, pero Judas le alcanzó en el fondo de una calleja estrecha y sucia.

- Tomás, espérame. El Apóstol se detuvo, y, avanzando sus dos manos, pronunció con tono solemne: - ¡Apártate de mí, Satanás! El Iscariote hizo un gesto de impaciencia. - ¡Qué tonto eres, Tomás! Te creía más inteligente que los otros. Satanás, Satanás… Habría que empezar por probarlo. Tomás dejó caer los brazos y preguntó con asombro: - ¿No eres tú el que ha entregado al Maestro? Yo mismo te he visto guiar a los soldados y señalar a Jesús. Si eso no es traición, ¿qué será la traición? - Otra cosa, otra cosa —contestó con viveza Judas—. Escúchame bien: sois muchos aquí; es preciso que se reúnan todos y griten en alta voz: "¡Devolvednos a Jesús! Es nuestro!". No se atreverán a negároslo. Comprenderán tal vez que…

- ¿Qué estás diciendo? - interrumpió Tomás, gesticulando -. ¿Ignoras la cantidad de soldados armados y de servidores del templo reunidos aquí? Y, además, todavía no se ha celebrado el juicio, y no debemos entorpecer el curso de la justicia. Todos acabarán por reconocer la inocencia de Jesús, y lo pondrán inmediatamente en libertad.

- ¿Lo crees tú así? —dijo Judas con aire pensativo—. ¿Y si fuera verdad, Tomás? ¿Qué sucedería entonces? ¿Quién engañaría a Judas? - Hemos discutido toda la noche y hemos llegado a la certidumbre de que el tribunal no puede condenar a un inocente. Y si le condena… - ¿Qué? —insistió Judas. - … No sería un tribunal. Y los jueces serán severamente castigados el día que tengan que dar cuenta de sus actos ante el Juez supremo… - ¡Ante el Juez supremo! ¿Crees tú en ese Juez supremo? —dijo irónico el Iscariote. - Y a ti te hemos maldecido todos; pero ya que niegas la traición será preciso juzgarte… Sin escuchar más, Judas dio bruscamente media vuelta y echó a correr a toda velocidad por la calleja, en pos de la muchedumbre que se alejaba. Pero pronto acortó el paso, pensando que las gentes que marchan en rebaño no van de prisa…