CAPÍTULO XVII
EN efecto —asintió Doc—. Lleva la fecha de 1911.
A sus palabras siguió un ruido semejante al trueno. No soplaba viento alguno. El ruido parecía filtrarse desde arriba, a través del pómez negro, y, al mismo tiempo, proceder del interior.
Se oía por todas partes como si las rocas, atormentadas, estuviesen vibrando, muy por debajo de la superficie del planeta, por toda la tierra.
—¿Qué es eso? —exclamó Pat intrigada.
—El exordio de la terminación —respondió Johnny.
—Esta vez te he comprendido, Johnny; quieres decir el principio del fin.
—Hemos de dejarlo todo —dijo Doc— y correr a salvar a esos pobres infelices que están en los pozos.
Doc salió el primero, seguido de todos los demás. Fuera del espeso bosque, al cruzar por los depósitos de lava, vieron de cerca el achatado con volcánico.
El cráter estaba envuelto en rojizo resplandor y ascendía el humo en retorcida espiral.
—¡No tardará ya! —gritó Ham.
—¡Ha estado preparándose a reventar desde que estamos aquí! —asintió Monk.
Doc aflojó el paso para dejar que Pat llegase a su lado. Cuando nadie les miraba, le entregó la brújula.
—Consérvala en lugar seguro —le dijo.
—¡Debes estar preparando jaleo! —exclamó Pat.
Doc nada dijo, tal vez porque en la obscuridad creada por la ceniza negra se vieron varios fogonazos.
—¡A tierra! —gritó Doc.
Empezaron a silbar balas por encima de ellos.
—¡El hermano de Boris otra vez! —aulló Monk.
La roca volcánica estaba llena de hendiduras. Ocultándose en ellas, Doc y sus ayudantes dispararon a su vez, logrando mantener a los otros a distancia.
Resultaba aún más peligroso que las balas la frágil piedra volcánica que se rompía en un millar de pedazos bajo el impacto de las balas, diseminándose como otras tantas agujas de cristal.
Doc dio las más severas órdenes contra todo riesgo temerario. Luego, dejando a Monk, Ham y Pat con el prisionero, se llevó a los otros consigo para intentar un movimiento de flanco.
Aprovechando las gargantas de lava y los cráteres apagados, Doc y sus hombres pudieron aproximarse bastante. Una vez fueron vistos y dispararon una lluvia de balas contra ellos.
Una de las balas tumbó un cardo de la especie llamada la antorcha, tirándolo contra los hombros de Renny, lo que significaba que éste tendría que pasarse semanas enteras arrancándose espinas.
Doc les dejó, desapareciendo en la obscuridad. Las cenizas volcánicas llovían más espesas ya, y el cono del volcán estaba bañado en un resplandor perpetuo de color de rosa.
Volvió a oírse la especie de trueno, que parecía filtrarse a través de la roca, bajo sus pies.
De pronto se oyó un estallido enorme. Su eco repercutió por los desfiladeros de lava como la explosión de un barreno.
—¡Las granadas de bolsillo de Doc! —bramó Renny.
Después de la explosión, se oyeron gritos frenéticos.
Los hombres de Boris Ramadanoff empezaron a disparar espasmódicamente.
Estos sonidos fueron retrocediendo, hasta que reinó el silencio.
Crujió la roca y Doc apareció en la obscuridad, dirigiéndose hacia ellos.
—¿La excursión tuvo éxito? —inquirió Johnny.
Doc movió afirmativamente la cabeza.
—Están corriendo.
—Más vale que corramos nosotros también —gruñó Renny—. Toda la parte superior de esa montaña está a punto de saltar.
—La amenaza se hace más seria por momentos —asintió Doc—. Vamos a reunirnos con los demás.
Pero no fueron ellos los que se reunieron con los otros, sino los otros los que se reunieron con ellos. Es decir, parte de los otros.
—¡Doc! —gritaron al mismo tiempo Monk y Ham, llegando a todo correr.
—¡Por aquí! —contestó Doc.
—¡El conde se ha escapado! —explicó Ham.
—¡Con Pat! —agregó Monk.
—Cortó la cuerda que le sujetaba contra esta roca vidriosa, seguramente —prosiguió Ham—. ¡Y agarró a Pat!
Monk bramaba de rabia.
—¡No podíamos disparar porque la usó como escudo!
—Y con este polvo y esta obscuridad desapareció de vista a los seis pasos —acabó diciendo Ham—. Intentamos encontrarle; pero en vano.
—Seguid hacia los pozos —ordenó Doc—. Ya buscaré yo a Pat.
Se despidió con un movimiento de mano y desapareció de su vista.
Mientras los ayudantes de Doc corrían en dirección a los pozos, el trueno subterráneo volvió a sonar y la luz rosácea que brillaba por encima del volcán se dilató violentamente, lanzando ígneos rayos a través de la cenicienta obscuridad y vomitando un torrente de lava que se deslizó por las laderas de la montaña en rojizos ríos.
—Ya te dije yo que estaba a punto de reventar —gruño Renny.
El geólogo Johnny les tranquilizó.
—Sería muy raro que la erupción inicial fuese de un volumen suficiente para inundar la meseta en que se encuentran los pozos.
Long Tom exclamó: —¡Mirad!
—¡Rayos! —estalló Monk—. ¡Corred!
El aviso apenas era necesario. Por un desfiladero empezaba a deslizarse, en dirección a ellos, una masa de lava líquida. Era una ondulante serpiente de roca líquida, hirviente. El calor predecía en gaseosas olas a la riada.
Los ayudantes de Doc lo sintieron al correr, frenéticos, hacia terreno más alto.
—¡Por el toro sagrado! —exclamó Renny—. De muy cerca nos ha ido eso.
—Y..., ¿cómo regresaremos luego a través de esa faja de infiernos derretidos? —inquirió Monk.
—Sólo tenemos cortado el paso por un lado —observó Long Tom.
Al acercarse a los pozos, hicieron varios disparos de aviso. Los capataces, como carecían de armas de fuego, no les disputaron el terreno.
Asustados ya por la actividad del volcán, se entregaron, gritando de pánico.
Los ayudantes de Doc obligaron a los hombres del collar de piel de lagarto a que se metiesen en los pozos y pusieran en libertad a los esclavos.
Tan aprisa se llevó a cabo el trabajo de salvamento, tan atentos estaban todos para asegurarse de que todos los esclavos fueran sacados de los pozos, que no se dieron cuenta, de momento, de la terrible trampa en que estaban quedando cogidos.
Fue Monk el primero en darse cuenta de su situación.
—¡Rayos! —rugió—. ¡Hay lava por los dos lados!
Así era, en efecto. El torrente de lava se había hecho mayor, abriéndose en dos fajas que cruzaban una por cada lado de la meseta. La única manera de escapar de ésta ahora era por mar.
Renny se golpeó los puños con impotencia.
—Y por mar los tiburones —dijo—. Amigos, estamos en una situación que difícilmente podría ser peor.
Mientras hablaban, los riachuelos de lava parecieron crecer.
Las rojas cuerdas alimentadas por la ígnea corriente del cráter del volcán se hincharon y aproximaron amenazando con inundar toda la meseta y su laberinto de pozos.