20
Al otro lado del estanque
–¿Puedo cogerlo un rato, por favor? —preguntó Lisette Hamilton.
Colette Sinclair sostenía a su hijo en brazos, abrumada por las emociones que la inundaban al ver sus diminutos y perfectos rasgos. Tenía los ojos y la sonrisa de Lucien. Incluso una semana después de su nacimiento, no podía dejar de mirar su preciosa carita. Había llegado unas semanas antes de lo previsto, pero estaba sano y fuerte.
Sonriendo, llena de orgullo, Colette le pasó el bebé a su hermana, que esperaba ansiosa a su lado.
—Ten cuidado con la cabeza.
—Lo sé, lo sé —murmuró Lisette y lo cogió mientras dormía para mecerlo en sus brazos—. Oh, es el pequeñín más dulce del mundo.
—¿A que sí?
Colette no podía evitar lanzarle piropos a su hijo. Rebosaba de felicidad, que tan solo disminuía un poco por la ausencia de Juliette.
—Pronto te casarás y tendrás un hijo propio, Lisette —pronosticó Yvette en broma.
—No seas tonta —intervino Paulette con desdén—. ¡Lisette no está preparada aún para casarse con Henry!
Molesta, Lisette apartó la vista del bebé que tenía en brazos y le lanzó una mirada de desaprobación a la más joven de sus hermanas.
—¡Callad vosotras dos! No discutamos ahora sobre mi futuro.
Colette estaba a punto de apoyar la opinión de su hermana, cuando la puerta de la habitación del niño se abrió.
—Oh, laissez-moi voir mon adorable petit-fils! —Genevieve La Brecque Hamilton entró en el cuarto con su habitual fatiga dramática. Había ido a Devon House desde Brighton para ver a su primer nieto—. ¡Oh, déjame ver a mi precioso nieto!
—¡Madre! ¡Estás aquí! —gritó Colette, emocionada, sorprendida por alegrarse al ver a su madre después de tanto tiempo.
Colette no había visto a su madre desde Navidad y tenía muchas ganas de que conociera a su hijo recién nacido. Al dejar Londres e irse a vivir cerca del mar, Genevieve Hamilton ahora tenía más energía. Aunque seguía utilizando para caminar el bastón con el mango dorado, no era más que para aparentar. Parecía más joven que hacía años. Había vuelto a tener color en la cara y los ojos le brillaban de vida. Sus cabellos grises estaban peinados a la moda, alrededor de su rostro, y llevaba un elegante vestido de color violeta intenso. Colette casi no la reconocía.
—Bonjour mes chéries. C’est formidable de vous voir. Colette, querida, siento no haber llegado antes. —Abrazó fuertemente a Colette y, después de darle su bastón a Yvette, se volvió hacia Lisette—. Lisette, donne-moi le bébé. Dámelo.
Obedientemente, pero a regañadientes, Lisette le pasó el niño dormido a su madre.
—Eh bien, bonjour, mon petit. Je suis ta grand-mère. Il est parfait, simplement parfait. Je suis ta grand-mère. Soy tu abuela. —Genevieve le cantó con voz suave, sonrió y asintió con la cabeza. Se volvió hacia su hija—. Il est tellement adorable. Es perfecto, perfecto. ¡Por fin tenemos un chico en la familia! Se parece a su padre, ¿verdad? Pero también veo algo de ti en él, Colette. ¿Cómo vas a llamarle?
Paulette sacudió su rubia cabeza, indignada.
—¡No lo han decidido todavía!
—¿Por qué no? —exclamó Genevieve, sorprendida—. ¡El niño tiene que llamarse de alguna manera!
—¡Claro que va a tener un nombre! —respondió Colette acaloradamente y luego vaciló—. Es tan solo que Lucien y yo no acabamos de estar de acuerdo. —Ambos habían pasado horas repasando nombres y por fin lo habían reducido a dos, pero no acababan de llegar a un acuerdo.
Su madre se rio.
—No esperaba que fueras tan indecisa, Colette.
—Ah, no es culpa mía —protestó—. Es Lucien el que no se decide.
Genevieve, aún con el bebé en brazos, se sentó en una silla.
—Tampoco esperaba eso de Lucien.
—Creo que tiene pinta de Charles —sugirió Paulette desde el otro lado de la habitación.
—¡Qué tontería! —declaró Genevieve—. On sait de qui il tient. Phillip es el más adecuado para él.
—¡Madre! —gritó Colette, sorprendida—. ¡Ese es precisamente el nombre que quiero ponerle!
Solo que Lucien tenía otro nombre en mente, Godfrey, y Colette lo detestaba.
—Pues ya está. Se llama Phillip Sinclair, el futuro conde de Waverly y marqués de Stancliff —anunció Genevieve como si la decisión recayera en ella.
—¿Puedo cogerle yo ahora? —preguntó Yvette a su madre.
Genevieve asintió con indulgencia y le dio el bebé a Yvette.
—Está muy solicitado.
—¿Qué tal viaje has tenido, maman? —le preguntó Colette.
Lucien había enviado un carruaje a buscarla en cuanto nació el bebé.
—Le voyage a été terrible. Je déteste voyager, c’est tellement ennuyeux. —Genevieve hizo un gesto con la mano en el aire—. Ha sido terrible. Odio viajar. Las carreteras son espantosas y están demasiado abarrotadas, pero los trenes son sucios. De cualquier modo, viajar es horrible. —Sonrió mientras se recostaba en la silla y las miró a todas—. Me alegro de volver a veros, chicas.
—Nosotras también nos alegramos, madre —dijo Lisette con dulzura.
Colette se preguntaba lo que su madre pensaba al no trasladarse ninguna de sus hijas con ella a Brighton. Cuando Colette se casó con Lucien, generosamente les ofreció su casa a todas las hermanas para que pudieran quedarse en Londres y continuar supervisando juntos la librería familiar. Naturalmente había extendido la oferta a Genevieve también, pero, puesto que ella había vivido suficiente en la ciudad, decidió mudarse a una casita cerca del mar. Sin sus hijas. Algo que, aunque pareciera extraño, a todos les fue muy bien. Por supuesto, se hacían visitas. Genevieve se alojaba en Devon House durante semanas y ellos la visitaban, aunque Lisette viajaba más a Brighton que ninguna otra. Colette y Juliette eran las que iban con menos frecuencia.
Genevieve hizo una pausa mientras buscaba con la vista en la habitación.
—¿Dónde está Juliette?
Desde aquella noche fatídica, Colette había evitado informar a su madre de la desaparición de Juliette por miedo a disgustarla. Pero ahora no había modo de evitarlo.
—Bueno, maman —empezó a decir, vacilante—, Juliette ha salido de viaje.
Aún con el bebé en brazos, Yvette lo soltó:
—¡Ha huido a Nueva York sin decirnos que se marchaba!
—Mon Dieu, mais que fait-elle donc à New York? Tu plaisantes j’espère —gritó Genevieve, colocando una mano sobre su corazón—. ¿Os estáis riendo de mí?
Colette miró a su hermana más pequeña con mala cara, mientras Paulette le daba un codazo.
—¡Bueno, es verdad! —dijo Yvette haciendo pucheros y se preguntó qué había dicho que estaba tan mal.
—Sí, maman. Habríamos preferido decírtelo de un modo más suave. —Colette le lanzó a Yvette otra mirada de desaprobación. Había esperado no tener que contarle a su madre que Juliette se había escapado en mitad de la noche y mucho menos en el cuarto de su hijo, pero Yvette había estropeado aquel plan—. Pero sí, es verdad. Juliette se coló en un barco que iba a Nueva York.
—¿Ibais a mantenerlo en secreto? ¿Cómo habéis pensado que no me enteraría? —Genevieve se puso más nerviosa—. Vous alliez me cacher ce secret? Comment avez-vous pu pensé que je ne l’apprendrais pas?
—No pretendíamos ocultártelo, madre —contestó Colette—. Simplemente no queríamos preocuparte.
—¡Dios mío! Juliette siempre dijo que quería ir allí, pero nunca pensé... No esperaba que hiciera algo así... —Genevieve empezó a respirar rápidamente y se llevó la mano al corazón—. Comment a-t-elle pu me faire ça à moi? Je lui avais dit de ne pas y aller.
Sin tener que decirlo, Lisette fue al retículo de su madre y sacó un frasquito de sales aromáticas que siempre llevaba consigo. Se lo dio a su madre.
—Merci beaucoup, ma petite chérie. —Genevieve le sonrió débilmente a su hija—. J’ai très mal à la tête. Ahora es mi cabeza.
Colette suspiró ante el dramatismo habitual de su madre.
—Juliette está perfectamente. El capitán del barco es un amigo nuestro y se ha asegurado de que no le pasara nada malo. Llegó sana y salva a Nueva York y está alojada en casa de Christina Dunbar.
—¿Cuándo va a volver? —preguntó Genevieve, a la que sin duda le costaba asimilar la información sobre su segunda hija.
—No estamos seguras —dijo Paulette en voz baja.
—Lord Eddington ha ido a buscarla a Nueva York —añadió Yvette—. Va a traerla de vuelta.
Genevieve murmuró en francés.
—Juliette siempre ha sido la testaruda. Tiene mucha pasión en su interior. Ma fille est égoiste, insouciante, c’est une tête brûlée. Juliette a toujours eu la tête dure. Pero es demasiado tonta, demasiado imprudente y solo piensa en sí misma. Comment ai-je pu élever une fille aussi égoïste? ¿Cómo he criado a una hija tan egoísta? Le prohibí ir allí, ¿verdad?
—Sí, madre, lo hiciste —admitió Colette.
Genevieve y Juliette habían discutido sobre aquel tema en muchas ocasiones. Tal vez si su madre no le hubiera prohibido ir, Juliette no habría tenido que salir huyendo sola y se habría preparado un viaje adecuado para ella con la compañía apropiada.
—¡Pero no me escuchó! A su madre. Non, ne me parles pas d’elle. Comment a-t-elle pu briser ainsi le coeur de sa pauvre mère? Cette fille, je m’en lave les mains. No quiero saber nada de ella.
—Madre, por favor —empezó a decir Colette—. Ya sabes cómo es Juliette...
—No. —Genevieve estaba cada vez más enfadada—. No me hables de ella. No lo discutiré. Je n’en parlerais pas. Elle est l’instigatrice d’un terrible scandale. J’ai toujours su qu’elle en serait à l’origine. Ha traído la vergüenza a esta familia con su comportamiento egoísta y desconsiderado.
Los ojos de Yvette se hicieron más grandes conforme su madre continuaba la diatriba.