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Los planes mejor organizados
¿Qué demonios iba a hacer con ella?
Harrison Fleming no podía creer que tuviera delante de él a aquella mujer, lo bastante cerca como para besarla. ¿Cómo se las había apañado para viajar de polizón en su barco? ¡Era inconcebible! Increíble. ¿Y qué iba a hacer con ella ahora que Robbie la había encontrado? Harrison había hecho azotar a hombres hechos y derechos por una ofensa como aquella. No podía castigar de la misma manera a Juliette Hamilton, aunque la idea le tentaba bastante. Estaba delante de él con las manos en las caderas y un brillo resuelto en sus ojos azules, desafiándole con cada movimiento a que hiciera algo por su presencia.
Había conocido a Juliette en la casa de Lucien Sinclair y en el mismísimo momento en que posó sus ojos en la cuñada de su amigo recién casado, supo que aquella chica traería problemas. Unos problemas apetecibles, pero que, no obstante, le fastidiaban. La señorita Juliette Hamilton era la esencia misma del problema. Con su actitud descarada, sus ojos brillantes y su insolente ingenio, no era ninguna jovencita inglesa tímida. Y había tenido la prudencia de mantenerse alejado de ella mientras estaba en Devon House, no porque le tuviera miedo, sino porque Juliette era justo el tipo de problema que un hombre no necesitaba en su vida.
—¿Y qué piensa hacer conmigo? —preguntó, subiendo un poco el tono de voz.
Se acercó más y sintió que el miedo de la muchacha aumentaba mientras contenía el aliento. Debía de estar muy asustada. Tenía que estar muy asustada. ¿No se imaginaba lo que podría haberle pasado? ¿Lo peligrosas que eran sus acciones? ¿Estaba completamente desequilibrada? ¿Cómo se atrevía aquella chiquilla a colarse en su barco? Lo que le devolvió a su problema inicial.
¿Qué demonios iba a hacer con ella ahora?
La lógica y el sentido común le dictaban que deshiciese el camino realizado y la llevara de vuelta con Lucien Sinclair para que él se ocupara de ella. Había oído a Jeffrey Eddington hacer una referencia poco disimulada al hecho de que Juliette estaba empeñada en conseguir todo lo que quería. Bueno, a Harrison le condenarían si era él quien la ayudaba a llegar a Nueva York. Tenía que llevarla de vuelta a casa.
Juliette Hamilton no era problema de su incumbencia.
Por desgracia, aquel problema que en principio no era de su incumbencia se había convertido en aquel momento en problema personal al estar ella en su barco.
Si llevaba a Juliette a casa retrasaría su viaje a Nueva York. Ya había pospuesto su vuelta una semana por esperar a que llegara a Londres un envío de vino de Francia y cargarlo en su barco. Tenía que volver a Nueva York antes de fin de mes. Ya había estado demasiado tiempo fuera. Melissa se pondría frenética si se retrasaba aún más. La última carta que había recibido de casa transmitía que su vuelta debía ser inminente. Melissa le necesitaba desesperadamente y no podía decepcionarla. Otra vez no.
¡Y ahora tenía a Juliette Hamilton en su barco! ¡Cómo se atrevía aquella pequeña intrusa a causarle molestias a él y entrometerse en sus planes con su imprudente comportamiento! Tendría que darle una lección.
¡Sí, eso era!
Le hacía falta una lección. Y él sería el que se la iba a dar. Estaba claro que aquella tonta no tenía ni idea de lo peligroso que había sido escaparse de su casa. Podían haberle hecho daño, haberse perdido o unos extraños podrían haberla abordado un montón de veces antes de llegar al barco. Sí, aquella jovencita prepotente se merecía que le dieran una lección que nunca olvidaría. Y sin duda, su cuñado le daría las gracias por echarle una mano.
Harrison clavó sus ojos en los de ella. ¡Dios santo, tenía los ojos más azules que había visto en su vida! Unos ojos llenos de inteligencia, humor y algo más que no podía definir..., ¿inflexibilidad..., impaciencia..., resistencia..., rebeldía? No lo tenía claro. En cualquier caso, no tenía ningún rasgo de los que generalmente le gustaban en una mujer.
—Has entrado en mi propiedad sin autorización y debes ser castigada.
Aquellos ojos azules se abrieron un poco más al oír sus palabras, pero no llegó a ser ni un estremecimiento. Tenía que reconocer el mérito de aquella bravuconada.
—¿Y cómo propone castigarme? —preguntó arqueando una de sus delicadas cejas.
Harrison sonrió con picardía.
Juliette puso los ojos en blanco, exasperada, y le apartó de un empujón, lo que sorprendió al capitán. Pretendía intimidarla, pero por lo visto no había funcionado. Se dio la vuelta para mirarla a la cara. La chica había cruzado los brazos sobre el pecho. No pudo evitar percatarse de que era muy atractiva, incluso vestida con unos pantalones de hombre y una camisa que era demasiado grande para su pequeño cuerpo.
—¡Seguro que no se le ocurre nada más original que violarme!
Él se rio al oírla.
—No te hagas ilusiones, Juliette.
—¿No es lo que hacen los hombres cuando quieren intimidar a una mujer?
El capitán negó con la cabeza ante su sarcasmo. No era fácil ponerla nerviosa.
—No siempre.
—Y ¿entonces? ¿Qué va a hacer, capitán Fleming? ¿Voy a caminar por la tabla? ¿Me tirarán por la borda? ¿Me atará a un mástil para azotarme?
Ella le fulminó con la mirada, pero sus ojos reflejaron algo entre enfado y diversión.
Luchó contra las ganas de borrar aquella mirada condescendiente de su hermoso rostro.
—Cualquiera de esos castigos bastaría.
—No se atreverá a hacerme nada. —Mantuvo la mirada—. Lucien le mataría.
Allí le había pillado. Harrison nunca le haría ninguna de aquellas cosas a una mujer y menos aún a la cuñada de su socio y buen amigo. No podía tocar ni un pelo de la insensata cabeza de Juliette. Pero sabía Dios que a aquella joven le hacía falta una lección.
—Debería dar la vuelta y dejar que tu familia se ocupara de ti.
Juliette no pronunció palabra ni movió un músculo, pero su rápida caída de ojos le dijo más que suficiente. ¿Qué? ¿No había ningún comentario desafiante? ¿Ni una réplica sarcástica? Harrison había dado en el blanco. La chica no quería volver a casa. Su deseo de ir a Nueva York era lo bastante fuerte para frenarle la lengua. ¿Quién o qué la esperaba en Nueva York que era tan irresistible para alejarla de su familia y arriesgar su precioso cuello por estar allí?
—Sí, eso sería lo mejor —dijo con indiferencia mientras asentía con la cabeza—. Debería informar a mi tripulación de que nos retrasaremos porque tenemos que devolver a su casa a una joven descarriada.
—Por favor, no lo haga, capitán Fleming.
Apenas oyó el susurro de su súplica. Ah, por fin lograba entenderla. Se acercó a ella y la muchacha alzó la vista.
—Por favor, no me lleve a casa. He llegado muy lejos. Preferiría que me azotara. O incluso que me violara.
Asombrado por sus palabras, enmudeció por un momento.
—Es bastante gratificante saber que preferiría mis encantos a unos azotes, señorita Hamilton. —La contempló detenidamente—. Sin embargo, antes de tomar ninguna decisión, debo hacerte una pregunta. ¿Por qué demonios Nueva York es tan importante para ti?
Ella sacudió la cabeza y su largo cabello oscuro se movió seductoramente alrededor de sus hombros.
—Es usted un hombre. No lo entendería.
Harrison la miró con profundo escepticismo. Su transparencia era obvia.
—Debes de estar locamente enamorada de él.
De nuevo volvió a negar con la cabeza y puso los ojos en blanco para ridiculizar su afirmación. Pero Harrison no estaba tan seguro. ¿Qué otra cosa podía llevar a una mujer a arriesgar su vida de aquella manera y a ponerse en peligro si no era por el amor de un hombre? Se apostaba lo que fuera a que había un joven bien parecido, al que su familia consideraba un incompetente por algún motivo, que la estaba esperando en alguna parte de Nueva York.
—Los hombres creen de verdad que el mundo gira a su alrededor, ¿no?
La amargura en su tono de voz le sorprendió. Sin habla, se la quedó mirando.
—¿De qué estás hablando?
—De nada.
Volvió a sacudir la cabeza como si pensara que no merecía la pena exponer su opinión.
Harrison apretó los dientes para contener las ganas de borrar la petulante expresión de su rostro. Aquel pequeño acto de burla y su aire de total condescendencia le enfurecieron. Harrison se sentía indignado ante aquella indómita muchacha que había alterado su barco, sus planes y su calendario al cargarle con la responsabilidad de ocuparse de su bienestar, y que ahora tenía el descaro de desafiarle mientras le miraba por encima del hombro.
—Llevo mucho dinero encima —afirmó—. Puedo pagar mi viaje.
—Eso estaría bien si este fuera un barco de pasajeros y no una embarcación privada.
Juliette se cruzó de brazos otra vez. La camisa suelta de hombre escondía aquella figura tan femenina que él sabía que poseía la joven. En Devon House la había visto ataviada con elegantes y lujosos trajes que realzaban bastante bien sus abundantes encantos y sus curvas femeninas, pero por alguna razón parecía incluso más hermosa y atractiva con aquel sencillo atuendo masculino que cuando la había visto por primera vez. «Señor, pero no implica más que problemas». Contuvo la respiración y contó hasta diez. Después, contó hasta veinte.
—Y diga, capitán Fleming, ¿qué pretende hacer conmigo? —Alzó la vista para mirarlo con un curioso aire desafiante en su bonita cara—. ¿Va a llevarme a casa?
Harrison la sonrió, exultante, cuando se le ocurrió una idea, y negó con la cabeza.
—No, no te llevaré a casa, Juliette. Al menos, aún no. —La miró fijamente, con mordacidad—. Yo ya llego tarde a mi propia casa y me niego a que tus pequeños caprichos me causen más molestias de las necesarias. Así que, sí, por ahora has conseguido viajar a Nueva York. Pero ten por seguro, cariño, que en cuanto atraquemos, te enviaré en el primer barco de vuelta a Londres. —Mientras se acercaba a ella, disfrutó al ver su mirada de desconcierto. Se inclinó hacia ella y le susurró al oído en tono más bien amenazador—: Mientras tanto, se te tratará como a cualquier otro polizón.
—Muy bien. —Se encogió de hombros y se apartó de él—. No esperaba menos de usted, pero me da igual con tal de que me lleve a Nueva York.
Tenía que reconocerlo. La chica tenía valor.
—Esta noche puedes dormir en mi cama. —Contuvo una carcajada cuando asomó un atisbo de miedo en sus ojos. Bien. Aquella pequeña arpía se merecía estar asustada—. Yo dormiré en otro sitio hasta que encontremos otra solución. Que duermas bien, Juliette. Te hará falta descansar para el día que te espera mañana.
Después de soltarle aquella pulla, Harrison la dejó sola en su camarote.