Capítulo 19
Meter a un hombre lobo en una pelea de brujas es como meter un tanque en un nido de serpientes. Las serpientes pueden tener colmillos, pero el tanque no va a sentir los mordiscos. Del mismo modo, las brujas podían conjurar un hechizo tras otro contra Hal, que lo único que él iba a decir sería «parad, que me hacéis cosquillas», justo antes de arrancarles el cuello. Las Hexen entendieron que sus posibilidades de supervivencia habían bajado en picado con la llegada de Hal y no perdieron el tiempo en planear una retirada estratégica. Tuve que agacharme y esquivar un par de cuchillos lanzados con prisas, y eso me impidió frenarlas en su afán por alcanzar la salida. Hal tensó los músculos y enseñó los colmillos cuando las brujas salieron disparadas por la ventana y cruzaron el jardín a la carrera para llegar a la calle, pero no hizo amago de perseguirlas; se quedó vigilando sin más a las dos figuras que se alejaban.
Yo empecé a ir detrás de ellas, pero recordé mi escasez total de prendas de vestir justo cuando iba a saltar por la ventana. Lo más probable es que la mayoría de los testigos malinterpretara que un hombre desnudo persiguiera a dos mujeres voluptuosas por toda la calle.
—Joder —dije entre dientes. Después alcé la voz furioso—: ¡Maldita sea en setenta lenguas muertas, Hal! ¿Por qué no las detuviste?
Frunció el ceño, pero me respondió con calma, sin dejar de vigilar la retirada de las brujas.
—Órdenes del alfa, Atticus. Ya sabes que no puedo meterme en tus peleas.
Fue despacio hacia el porche, sin apartar la vista de las brujas hasta que se metieron en un Camaro y desaparecieron con un chirrido por University Drive. Entonces se volvió para mirar a través de la ventana rota y se acercó.
—Por los grandes dioses de las terribles tinieblas —dijo, con los brazos en jarras—, ¿por qué demonios estás desnudo en casa de la viuda?
—¿Qué? Oh, mierda.
—Y tienes una nueva colección de arañazos y magulladuras por todo el cuerpo. Si vuelves a decirme que son consecuencia del sexo salvaje, te tumbo.
—Espera, Hal, déjame que te lo explique…
—Te he estado llamando al móvil sin parar y ahora ya me imagino por qué no contestabas.
—No, no es eso. No lo entiendes.
La viuda eligió ese momento para aparecer por el pasillo, el que llevaba a su dormitorio, y comentó en voz alta y con cara sonriente y un poco sonrojada:
—Oye, ha sido bastante divertido, ¿verdad, muchacho?
Me pegó una palmada audaz en el trasero y se rió socarrona.
—Ahg, estás enfermo —soltó Hal.
—Hal, por favor.
—Si esto es lo que le gusta a un hombre cuando llega a tu edad, espero morir antes de ser tan viejo.
—¡Maldita sea, vine volando en forma de búho y, justo después, nos atacaron esas brujas! ¡Eso es todo! Señora MacDonagh, ¡dígaselo!
—De acuerdo, eso es lo que ha pasado. Pero ¿por qué se pone así? En cualquier caso, ¿quién es?
—Es mi abogado —le expliqué, y entonces se me ocurrió que parecía que tenía muchísima prisa por encontrarme—. ¿Qué haces aquí, Hal?
—Pues al final tuve que llamar a Granuaile al móvil para descubrir dónde estabas, ya que tú no respondías al móvil ni al teléfono de casa. Ella tiene tu coartada, no te preocupes.
—¿Mi coartada para qué?
Dejó escapar un suspiro profundo y sacudió la cabeza.
—Dime que por lo menos has oído las sirenas por el barrio.
—Sí, ¿por qué?
—Bueno, los coches que hacían sonar todas esas sirenas ahora mismo están aparcados a dos manzanas de aquí, delante de tu tienda. Tu empleado yace muerto en la acera.
Tanto la viuda como yo dimos un grito ahogado.
—¿Cuál? —pregunté—. Ahora tengo dos, aparte de Granuaile.
—Un chico —murmuró Hal—. No cogí su nombre. Un cliente llamó al 911.
—¿Perry? —dije—. ¿Perry ha muerto?
—A no ser que tengas otro chico empleado, tiene que ser Perry.
—Por los dioses de las tinieblas —dije en voz baja, uniendo todas las piezas de la cadena de acontecimientos que se habían ido sucediendo—. Debe de haberlo matado la castaña mientras la rubia me atacaba en casa. Un golpe coordinado. Y después se unió a la rubia aquí en Roosevelt porque aquí tenían el coche en el que huirían… Manannan Mac Lir me toma por tonto.
—Seguro que puedo seguirles el rastro, si quieres. No pueden estar muy lejos —se ofreció Hal—. No puedo luchar, pero te puedo llevar hasta ellas.
—No, no, ya las tengo. —Hice un gesto con la mano para que se quedara tranquilo—. Tengo un mechón de pelo de la rubia. Ahora ya no tiene escapatoria, y la castaña estará con ella, y todas las demás también.
—¿Las demás qué?
—Ahora te lo explico. Pero déjame que antes vaya a por una toalla.
La viuda se ofreció a hacernos unos sándwiches, a pesar de que no era más que media mañana. También quiso darnos un whisky, pero le dijimos que un té sería perfecto, ya que era evidente que quería prepararnos cualquier cosa. Ella se fue a ocuparse de los tés en la cocina, mientras Hal y yo nos sentábamos en el salón para ponernos al día. Yo sabía que la muerte de Perry me afectaría más después de un tiempo; en ese momento, tenía que concentrarme en cómo conseguir que nadie más resultara herido por mi culpa.
—Tengo que terminar con todo esto esta misma noche —dije, después de relatar lo que había pasado por la mañana—. Ya han matado a Perry y trataron de alcanzar a Granuaile y a la viuda… Mierda. No puedo dejar que sigan intentando terminar conmigo y con todos mis amigos. Ya me acosaron en el pasado, Hal; me crucé con ellas hace décadas. Hay que acabar con ellas. Se lo merecen, créeme.
—Te creo. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Tres cosas —respondí, marcándolas con tres dedos—. Primero, necesito que alguien cuide de la viuda hasta que todo esto haya acabado. ¿Crees que la manada podría echarle un ojo, ya que ella está al tanto de quiénes sois?
Hal hizo una mueca.
—A Gunnar no va a gustarle, pero yo mismo la vigilaré si es necesario —contestó.
—Eso es complicado, porque a ti te necesito para la segunda cosa. Leif me dijo que el tratado de no agresión con las Hermanas de las Tres Auroras ya está listo. ¿Podrías cerrarlo ahora conmigo? ¿Ser el testigo de la firma?
—Bueno, dentro de un rato, por la tarde, seguro. Tengo que estar en el tribunal a la una para una vista con otro cliente. Y en ese tiempo tú deberías prestar declaración a la policía, porque puedes estar seguro de que querrán hablar contigo sobre lo de Perry.
—Sí, sí, tienes razón. Vale, entonces lo haremos después. La tercera cosa es que me consigas una coartada mejor para esta noche que pasar el rato a solas con Granuaile. Creo que he estado apoyándome demasiado en ella y cuando empiece toda esta mierda por la noche, quiero tener algo irrefutable.
Hal asintió.
—De acuerdo. Mandaré a un par de personas de confianza para que pasen el rato con ella en tu casa. Montarán algo así como un festival de El Señor de los Anillos y, si hace falta, testificarán que tú te encargaste de hacer las palomitas.
—Joder, es buena idea. Me apetecería mucho más hacer eso que lo que tengo que hacer.
Hal hizo un par de llamadas y arregló las cosas para que un lobo entretuviera a la viuda lo que quedaba de día y otros tres se reunieran con Granuaile en mi casa más tarde, por la tarde.
—Vale, vamos a hablar con los polis —dije, con una despreocupación que estaba muy lejos de sentir.
No quería ir, de ninguna manera, porque allí estaba aguardándome la realidad descarnada de la muerte de Perry, y cuando lo viera ya no podría arrinconar en mi mente la certeza de su ausencia.
Hal enarcó las cejas y miró hacia abajo, abriendo mucho los ojos.
—¿Vestido con una toalla?
—Tengo la ropa y el móvil en el tejado de la tienda. Llévame al callejón y lo recuperaré todo, no te preocupes.
Hal apoyó la cara entre las manos.
—¿Me atreveré a preguntar qué hace ahí arriba? —dijo entre los dedos.
—Lo dejé todo allí porque tuve que deshacerme del maldito rabino ruso. Por cierto, ¿ya has descubierto algo sobre él?
—No. —Hal sacudió la cabeza—. Todavía estoy esperando el informe. Pero tenemos a alguien bueno trabajando en el tema.
Esperamos hasta que llegó un miembro de la manada de Hal para hacer compañía a la viuda —y resultó ser Greta, que había sobrevivido a la batalla en las montañas Superstition—. Me miró con desaprobación, al verme allí cubierto tan sólo con una toalla, pero no hizo ningún comentario.
—Lleva a la señora MacDonagh a dar un agradable paseo fuera de la ciudad —sugirió Hal, poniéndole un billete de cien dólares a Greta en la mano—. Tráela de vuelta por la mañana y, mientras, nosotros mandaremos que arreglen esta ventana.
—Oh, ¿podemos ir a Flagstaff? —La viuda palmoteó con ilusión—. Allí hay un asador donde los camareros cantan, y a una señorita lobo como tú seguro que le gusta un buen filete, ¿me equivoco?
Greta no dijo nada, pero lanzó una mirada muy expresiva a Hal. Éste suspiró y le dio más dinero, después me hizo un gesto para que lo acompañara al coche.
Me despedí de la viuda y le prometí que al día siguiente lo tendría todo arreglado.
—Oh, ya lo sé, Atticus —repuso, y entonces un destello pícaro le iluminó los ojos—. Sabes, no queda mucho para Navidad. ¿Este año te gustarían unos buenos bóxer?
—¡Señora MacDonagh! —exclamé, incómodo.
—¿Qué? ¿O es que eres de los que prefieren slip? Ahora los hacen de colores muy bonitos, ¿sabes? Cuando mi Sean vivía, los comprabas blancos o blancos, pero es que me parte el corazón verte en plan comando, cuando no hace ninguna falta.
—¿En plan comando? —exclamé. Al principio, Hal y Greta habían intentado disimular la gracia que les hacía nuestra conversación, pero ahora ya se reían por lo bajo sin miramientos—. ¿Dónde ha oído eso?
—En la tele, por supuesto. —La viuda me miró insegura y después miró a los lobos, que se secaban las lágrimas sin dejar de reírse. Entonces se molestó un poco, porque sospechaba que estaban riéndose de ella, y explicó un poco acalorada—: Lo vi en la reposición de «Friends», cuando Joey llevaba la ropa de Chandler y hacía medias sentadillas yendo en plan comando. ¿Lo he dicho mal?
—No, lo ha dicho bien, pero… Mierda. —Cada vez era más difícil hacerme oír por encima de los aullidos de los lobos—. Páselo bien con Greta en Flagstaff. Vamos, Hal. Y, oye, no te pago para que te rías de mí.
—Vale, vale, pero que esa cosa no se te suelte —dijo con la voz entrecortada, señalando la toalla—. No quiero que te sientes con el culo desnudo en los asientos de cuero.