21 de junio

Luz y tinieblas

LENA ESTABA EN PIE y su oscura silueta se recortaba contra la luna. No lloraba y tampoco gritaba. Tenía los pies bien asentados en el suelo a ambos lados de la inmensa grieta que ahora atravesaba la cueva dividiéndola en dos.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Liv mirando a Amma y a Arelia en busca de respuesta.

Seguí su mirada a través de las rocas y comprendí su silencio. Observaba conmovida un rostro familiar.

—Al parecer, Abraham ha interferido en el Orden de las Cosas.

Macon se encontraba en la entrada de la caverna enmarcado por la luz de la luna, que empezaba a recobrar su redondez. Leah y Bade estaban a su lado. No sabía cuánto tiempo llevaban allí, pero por la mirada de Macon, era evidente que lo habían visto todo. Macon avanzó despacio, acostumbrándose todavía a la sensación de apoyar los pies en el suelo. Bade iba detrás y Leah lo ayudaba llevándolo del brazo.

Lena se sorprendió al oír su voz. Para ella, una voz de ultratumba. Oí su pensamiento, apenas un susurro. La idea la asustaba.

¿Tío Macon?

Se quedó pálida. Recordé lo que sentí al ver a mi madre en el cementerio.

—Qué número tan impresionante montaron Sarafine y tú, abuelo. He de reconocerlo. ¿Convocar una luna de Cristalización antes de tiempo? Te has superado a ti mismo. —El eco devolvía la voz de Macon. El aire estaba inmóvil, tan quieto que no se oía nada excepto el suave rumor de las olas—. Naturalmente, cuando me he enterado de que venías, no me ha quedado otro remedio más que aparecer. —Macon calló, como si aguardara una respuesta. Al no obtenerla, gritó—: ¡Abraham! Veo tu mano en todo esto.

La caverna tembló. Por la abertura del techo cayeron algunas rocas estrellándose contra el suelo. Daba la impresión de que la cueva entera se derrumbaría. El cielo ennegreció. Macon, el de los ojos verdes, el Caster de Luz —si en verdad lo era—, parecía todavía más poderoso que el Íncubo que antes fue.

Una carcajada estentórea recorrió el lugar. En el suelo de la caverna, donde la luz habría dejado de brillar, Abraham apreció de entre las sombras. Por la barba y el traje parecía un anciano inofensivo en vez del más Oscuro de los Íncubos de Sangre. Hunting avanzaba a su lado.

Abraham se paró ante Sarafine, que estaba tendida en el suelo. Cubierta por una gruesa capa de hielo, estaba totalmente blanca, parecía un capullo helado.

—¿Me llamabas, muchacho? —dijo el viejo, y soltó otra carcajada seca y feroz—. Ah, el orgullo de la juventud. Dentro de cien años sabrás cuál es tu sitio, nieto.

Calculé mentalmente cuántas generaciones los separaban: cuatro, quizá cinco.

—Soy consciente de cuál es mi lugar, abuelo. Por desgracia, lo cual resulta excepcionalmente extraño, creo que voy a ser yo quien te envíe de vuelta al tuyo.

Abraham se mesó la barba.

—Mi pequeño Macon Ravenwood, siempre, desde niño, has estado muy perdido. Cuanto ha sucedido es obra tuya, no mía. La Sangre es Sangre igual que la Oscuridad es Oscuridad. Has olvidado dónde residen tus lealtades —dijo e hizo una pausa para mirar a Leah—. Y tú harías bien en recordarlas, querida. Pero, claro, todo tiene una explicación, como te crio una Caster. —Se estremeció como si le dieran escalofríos.

Leah reaccionó con rabia, pero también con miedo. Tenía ganas de tentar su suerte con la Banda de la Sangre, pero no quería retar a Abraham.

—Hablando de niños perdidos —le preguntó Abraham a Hunting—, ¿dónde está John?

—Se ha ido. Es un cobarde.

—¡John no es capaz de demostrar cobardía! —bramó Abraham—. No está en su naturaleza. Y su vida es para mí más importante que la tuya. De modo que te sugiero que vayas a buscarlo.

Hunting bajó la mirada y asintió. No pude por menos que preguntarme por qué John Breed significaba tanto para Abraham, que no sentía nada por nadie.

Macon observó a Abraham detenidamente.

—Qué conmovedor ver cómo te preocupas por tu chico. Espero que lo encuentres, sinceramente. Sé lo doloroso que resulta perder a un niño.

La caverna tembló de nuevo y a nuestro alrededor cayeron más rocas.

—¿Qué le has hecho a John?

Presa de su furor, Abraham ya no parecía un anciano inofensivo, sino el demonio que en verdad era.

—¿Que qué le he hecho? La pregunta es qué le has hecho tú. —Abraham frunció el ceño, pero Macon se limitó a sonreír—. Un Íncubo capaz de soportar la luz del sol y conservar su fuerza sin alimentarse… sólo de una pareja muy especial nacería un niño con esas cualidades. ¿No te parece? Desde un punto de vista científico podría decirse que harían falta las cualidades de un Mortal, pero ese chico posee las virtudes de un Caster. Y como no puede tener tres padres, eso sólo puede significar que su madre era…

—Una Evo —dijo Leah con sobresalto.

Todos los Caster presentes reaccionaron al oírla. La sorpresa se extendió como una ola y un escalofrío recorrió la caverna. Sólo Amma permaneció impasible. Cruzó los brazos y miró a Abraham Ravenwood como si fuera uno más de los pollos que solía desplumar, despellejar y cocer en una de sus abolladas cacerolas.

Intenté recordar lo que Lena me había dicho de los Evos. Eran criaturas metamórficas con la capacidad de reflejar la forma humana. No se limitaban a usurpar un cuerpo Mortal como Sarafine. Los Evos podían convertirse en Mortales por un breve período de tiempo.

—Exacto —dijo Macon con una sonrisa—. Un Caster capaz de adoptar forma humana el tiempo suficiente para concebir un niño, con ADN de un Mortal y un Caster por un lado y el de un Íncubo por otra. No has perdido el tiempo, ¿verdad, abuelo? No sabía que te gustara hacer de alcahuete en tus ratos libres.

Abraham lo miró con ira.

—Eres tú quien ha alterado el Orden de las Cosas. Primero el encapricharte con una Mortal y luego al volverte contra tu propia especie para proteger a esa niña —dijo con tono de reprimenda, como si Macon no fuera más que un chico impetuoso—. ¿Y a qué nos ha conducido? A que esta niña de los Duchannes haya partido la luna en dos. ¿Y sabes lo que eso significa? ¿La amenaza que supone para todos nosotros?

—El destino de mi sobrina no te incumbe. Ya tienes bastante con ese chico fruto de un experimento científico. No obstante, me pregunto qué harás con él —replicó Macon con un brillo en los ojos.

—Cuida tu tono al hablar —dijo Hunting dando un paso adelante. Abraham, sin embargo, lo contuvo con un gesto—. Te maté una vez y volveré a hacerlo.

Macon negó con la cabeza.

—No seas infantil, Hunting. Si estás pensando en hacer carrera como discípulo del abuelo, vas a tener que esforzarte —dijo Macon, suspirando—. De momento lo mejor es que metas el rabo entre las piernas y sigas a tu amo a casa como un buen perro. —Hunting apretó los dientes. Y Macon se dirigió a Abraham—. Y, abuelo, por muchas ganas que tenga de comparar notas de laboratorio, creo que ha llegado el momento de que te vayas.

El viejo se echó a reír y un viento frío empezó a girar a su alrededor silbando entre las rocas.

—¿Crees que puedes tratarme como al niño de los recados? No volverás a pronunciar mi nombre, Macon Ravenwood. Lo vas a llorar, lo vas a sangrar. —El viento sopló a su alrededor, se le desanudó la corbata y se le enroscó en torno al cuerpo—. Y cuando mueras, mi nombre aún será temido y el tuyo nadie lo recordará.

Macon lo miró a los ojos, sin el menor asomo de miedo.

—Como mi hermano, tan dotado para las matemáticas, ha dicho, ya he muerto una vez. Vas a tener que idear algo nuevo, anciano. Pero esto empieza a cansarme. Será mejor que te vayas.

Macon movió los dedos y se oyó un ruido. La noche se abrió con un desgarro detrás de Abraham. El anciano vaciló, pero a continuación esbozó una sonrisa.

—Debe de ser la edad, pero casi me olvido de llevarme mis cosas antes de marcharme —dijo. Extendió el brazo y algo salió de una de las grietas de la roca. Se desvaneció en el aire y reapareció en la mano de Abraham. Contuve la respiración por un instante al ver de qué se trataba.

El Libro de las Lunas.

El libro que todos pensábamos que se había convertido en cenizas en los prados de Greenbrier. Un libro que era una maldición en sí mismo.

A Macon se le ensombreció el rostro. Extendió el brazo.

—Eso no te pertenece, abuelo.

El libro giró bruscamente en la mano de Abraham, pero la oscuridad que lo rodeaba aumentó. El anciano se encogió de hombros con una sonrisa. Se oyó otro desgarro que atravesó la caverna y desapareció, llevándose consigo el libro y a Hunting y a Sarafine. Cuando el eco del desgarro se disipó, las olas borraron hasta la huella del cuerpo de Sarafine en la arena.

Al oír el desgarro, Lena había echado a correr. Cuando Abraham se marchó, estaba en mitad de la caverna. Macon se apoyó en la roca y esperó a que llegara su sobrina para abrazarla, aunque cuando lo hizo se tambaleó y estuvo a punto de caerse.

—Pero estabas muerto —dijo Lena, sin separarse de él.

—No, cariño, sigo vivito y coleando. —Cogió la barbilla de Lena y la obligó a mirarlo—. Mírame, sigo aquí.

—¡Tienes los ojos verdes! —dijo Lena, asombrada.

—Tú no —repuso Macon, acariciando a su sobrina con gesto triste—. Pero son muy hermosos. Tanto el verde como el dorado.

Lena seguía sin poder creer lo que estaba viendo.

—Te maté. Recurrí al libro y te maté.

Macon le acarició el cabello.

—Lila Jane me salvó antes de cruzar al otro lado. Me encarceló en el Arco de Luz y Ethan me liberó. No fue culpa tuya, Lena. No sabías lo que iba a ocurrir. —Lena empezó a llorar. Macon siguió acariciándola y le habló en susurros—. Chist. Ya pasó. Todo ha terminado.

Mentía, lo supe al mirarlo a los ojos. Los negros estanques que guardaban sus secretos ya no existían. No comprendía todo lo que había dicho Abraham, pero sabía que sus palabras había atisbos de verdad. La Cristalización de Lena no era la solución a todos nuestros problemas. Al contrario, de ella surgían otros nuevos.

Lena se apartó de Macon.

—Tío, no sabía que iba a ocurrir esto. Estaba pensando en la Oscuridad y en la Luz, en lo que deseaba de verdad y de pronto me di cuenta de que no pertenecía a ninguno de los dos mundos. Después de todo lo que he pasado, no soy Oscura ni de Luz, soy ambas cosas.

—No te preocupes, Lena —dijo Macon y quiso abrazarla otra vez para consolarla.

Lena no se dejó.

—Estoy preocupada. Mira lo que he hecho. Tía Twyla y Ridley han muerto, y Larkin…

Macon miró a Lena como si la viera por primera vez.

—Has hecho lo que tenías que hacer. Has Cristalizado. No has elegido un lugar en el Orden de las Cosas, lo has modificado.

—¿Y qué significa? —preguntó Lena con voz vacilante.

—Significa que eres tú misma: poderosa y única como la Frontera, un lugar donde no hay Oscuridad ni Luz, sino sólo magia. Pero, a diferencia de la Frontera, en ti hay Luz, aunque también hay Oscuridad. Eres como yo. Y después de lo que he visto esta noche, como Ridley.

—Pero ¿qué ha pasado con la luna? —dijo Lena, mirando a su abuela. Fue Amma, sin embargo, la que contestó.

—La has dividido en dos partes, mi niña. Melchizedek tiene razón, el Orden de las Cosas se ha quebrado y es imposible lo que puede suceder a partir de ahora.

—No lo comprendo. Has sobrevivido, pero también Hunting y Abraham. ¿Cómo es posible? La maldición decía que…

—Posees Luz y Oscuridad, una posibilidad de la que la maldición no hablaba y con la que ninguno contábamos —dijo la abuela con pesar. Tuve la sensación de que se callaba algo y de que la situación era más compleja de lo que dejaba entrever—. Pero me alegro mucho de que estés bien.

Oímos un chapoteo. Me volví, y vi llegar a Ridley y a Link.

—Supongo que, en realidad, ahora soy una Mortal —dijo Ridley con su habitual sarcasmo y con evidente alivio—. Tú siempre tienes que dar la nota, ¿no? Ya estás complicando las cosas otra vez, ¿eh, prima?

Lena contuvo la respiración. Estaba estupefacta.

Eran demasiadas emociones. Macon estaba vivo cuando ella creía haberlo matado. Había Cristalizado, pero con el resultado de que era de Luz y de Sombra al mismo tiempo. Había partido la luna. Estaba seguro de que no tardaría mucho en derrumbarse. Cuando lo hiciera, yo estaría allí para recogerla y llevarla a casa.

Lena abrazó a Ridley y a Link a la vez y a punto estuvo de estrangularles en su singular versión de un círculo Caster. En esos instantes no era Luz ni era Sombra, tan sólo estaba agotada y en compañía.