19 de junio

Buenaventura

CORRÍA PORQUE ME PERSEGUÍAN. Saltaba los setos como podía y me escabullía por patios y calles desiertas. Lo único que no variaba era la adrenalina. No podía parar.

Y entonces vi la Harley, que se dirigía directa hacía mí con las luces encendidas.

No luces blancas ni amarillas, sino verdes. Me deslumbraron y tuve que taparme la cara…

Me desperté. Lo veía todo bajo una luz intermitente verde.

No sabía dónde estaba hasta que me di cuenta de que el resplandor provenía del Arco, que emitía una luz tan brillante como la de una estrella. El Arco estaba sobre el colchón, adonde debía haber rodado desde el bolsillo de mi pantalón. Pero el colchón parecía distinto y el objeto fuera de control.

Empecé a recordar: las estrellas, los Túneles, el ático, el cuarto de invitados. Y entonces me percaté de por qué la habitación no parecía la misma.

Liv se había marchado.

No tardé en averiguar dónde estaba.

—¿Es que tú no duermes nunca?

—Parece que no tanto como tú.

Como en casa de tía Marian, Liv no apartó la vista del catalejo para mirarme. Era de aluminio y mucho más pequeño que el telescopio que había dejado en Gatlin.

Me senté en el escalón, a su lado. El patio, una pequeña parcela de césped bajo un magnolio, estaba tranquilo, tan tranquilo como era la propietaria de la casa, mi tía.

—¿Qué haces levantado?

—Me he despertado de pronto y he tenido el impulso de levantarme —dije, tratando de aparentar una despreocupación que no sentía. Miré hacia arriba y me fijé en la ventana del cuarto de invitados, que estaba en la segunda planta. Aun desde el patio se veían los destellos verdes e intermitentes del Arco de Luz.

—Qué raro, a mí ha pasado lo mismo. Echa un vistazo por el catalejo —dijo Liv pasándomelo. Parecía una linterna salvo por la larga lente acoplada en el extremo.

Al agarrarlo toqué la mano de Liv, pero no experimenté la conmoción que esperaba.

—¿Esto también lo has hecho tú?

Sonrió.

—Es un regalo de la profesora Ashcroft. Y deja ya de hablar y mira ahí —dijo señalando un punto encima del magnolio. A mi ojo Mortal le pareció una extensión oscura de cielo sin estrellas.

Enfoqué la lente y en aquella franja de cielo apareció un aura espectral que descendía hasta la tierra hacia un punto no muy distante de nosotros.

—¿Qué es eso, una estrella fugaz? ¿Las estrellas fugaces dejan esas estelas?

—Podría ser, pero eso no es una estrella fugaz.

—¿Cómo lo sabes?

Dio unos golpecitos en el catalejo.

—Creo que es una estrella fugaz del cielo Caster. ¿No te acuerdas? Si perteneciera a nuestro cielo, la veríamos sin necesidad del telescopio.

—¿Es eso lo que dice ese reloj tan raro que tienes?

Tomó el selenómetro del escalón.

—Ya no estoy muy segura de lo que dice este artilugio. Pensé que se había estropeado hasta que he visto en el cielo.

El Arco de Luz seguía emitiendo un resplandor estroboscópico.

Recordé un detalle de mi sueño: la Harley que se dirigía directamente hacia mí.

—No podemos seguir aquí durante más tiempo, algo está pasando.

Lo intuí. Algo estaba ocurriendo en Savannah.

—Sea lo que sea debe estar ocurriendo por aquella zona —dijo Liv señalando a lo lejos. Ajustó la correa del selenómetro en su muñeca y metió el catalejo en la mochila. Era hora irse.

Le ofrecí la mano, pero se levantó sin mi ayuda.

—Despierta a Link. Voy por mis cosas.

—Sigo sin entender por qué no podíamos esperar a mañana —dijo Link de mal humor. Sus erizados cabellos apuntaban en todas direcciones.

—Mira esto. ¿Te parece que podíamos esperar a mañana?

El Arco de Luz resplandecía tanto que iluminaba toda la calle.

—¿No le puedes bajar la intensidad o algo? —repuso mi amigo protegiéndose los ojos—. ¿No lo puedes apagar?

—No creo —dije. Aunque sacudí el Arco, la luz siguió brillando.

—Tío, te has cargado la bola mágica.

—Yo no me la he cargado, sólo… —me interrumpí. Qué más daba. Guardé el Arco de Luz en mi bolsillo—. Es verdad, está rota.

La luz siguió brillando a través de la tela de los pantalones.

—Es posible que una fuente de energía Caster de algún tipo lo haya encendido y alterado sus funciones normales —dijo Liv, intrigada.

Link no estaba al tanto.

—¿Y está dando la alarma? Eso no es bueno.

—No lo sabemos.

—¿Lo dices en serio? Cuando el comisionado Gordon acciona la Bat-señal, nunca se avecina nada bueno. Cuando los Cuatro Fantásticos ven el número 4 en el cielo…

—Ya lo he captado, gracias.

—¿Ah, sí? Pues me alegro. Y ahora, ¿podrías decirnos cómo nos vamos a orientar si Ethan se ha cargado la bola mágica?

Liv consultó su selenómetro.

—Puedo llevarlos a la zona donde ha caído la estrella —dijo, y me miró—. Si se trata de una estrella, naturalmente. Pero puede que Link tenga razón. No sé adónde nos dirigimos exactamente ni con qué nos encontraremos al llegar.

—Menuda situación. Cuánto me gustaría que apareciera un chico con una buena guillotina —dije.

—Hablando de cosas anormales. Miren quién está ahí —dijo Link señalando la acera delante de una casa con contraventanas rojas. Lucille estaba sentada en el bordillo y parecía mirarnos con impaciencia, como queriendo indicar que nos diéramos prisa—. Ya les dije que volvería.

Lucille se lamió las patas, malhumorada, esperando.

—No puedes vivir sin mí, ¿verdad nena? Es el efecto que causo en las mujeres —dijo Link con una sonrisa acariciando a la gata, que se escabulló como pudo.

—Vamos. ¿No quieres venir?

Lucille no se movió.

—Sí, es verdad, es el efecto que causa en las mujeres —le dije a Liv mientras Lucille se desperezaba.

—Ya volverá —dijo Link—, siempre lo hacen.

Lucille echó a correr en dirección contraria.

Todavía era noche cerrada cuando llegamos a las afueras de la cuidad. Tenía la sensación de que llevábamos horas caminando. En la calle principal siempre había mucho ajetreo de día, pero en ese momento estaba desierta.

—¿Estás segura de adónde nos dirigimos?

—En absoluto. Mis cálculos son aproximados, sólo están basados en los datos que dispongo. —Liv había mirado el catalejo cada cinco manzanas. No había por qué dudar de sus datos.

—Me encanta cuando se pone en plan científico —dijo Link tirándole de la trenza.

Me fijé en las cinco columnas de piedra que flanqueaban en la entrada del famoso cementerio de Buenaventura de Savannah, que se encuentra en las afueras de la cuidad. Es uno de los camposantos más conocido del Sur de los Estados Unidos y uno de los mejor vigilados. Lo cual era un problema, porque llevaba cerrado desde el atardecer.

—Oigan, colegas, es una broma, ¿no? ¿Están seguros de que era aquí adonde teníamos que venir?

A Link no le hacía demasiado feliz vagabundear por el cementerio de noche, especialmente cuando había un guardia en la entrada y una patrulla de policía pasaba ante la verja de vez en cuanto.

—Entremos de una vez.

Link sacó la cizalla.

—No sé si mi pequeña va a poder con esto.

—No vamos a pasar por la verja, sino por encima de ella.

Liv se las arregló para pisarme todas las partes del rostro, darme una patada en el cuello y meterme la punta de las deportivas hasta el fondo del omóplato antes de conseguir colocar sus sesenta kilos de peso sobre la tapia. Perdió el equilibrio al llegar arriba y cayó con un golpe sordo.

—Estoy bien, no se preocupen —dijo desde el otro lado.

Link y yo nos miramos. Él se agachó.

—Tú primero. Yo haré lo más difícil.

Trepé a sus hombros y me apoyé en la tapia. Link fue incorporándose hasta quedar de pie.

—¿Qué vas a hacer?

—Voy a buscar un árbol que esté pegado a la tapia. Tiene que haber alguno. No te preocupes, ya los encontraré.

Llegué a la parte alta del muro agarrándome con ambas manos.

—Tantos años escapando del instituto de algo tienen que servir.

Sonreí y salté.

Cinco minutos y siete árboles después el Arco de Luz nos llevó a la parte central del cementerio, entre tumbas de soldados confederados y estatuas que custodiaban el lugar de reposo de los olvidados. Llegamos a un grupo de robles cubiertos de musgos que crecían muy juntos. Sus ramas formaban un arco tan tupido sobre el camino que apenas se podía pasar. El Arco de Luz resplandecía intermitentemente.

—Hemos llegado. Es aquí, ¿verdad? —dije acercándome a Liv y consultando el selenómetro.

Link miró a su alrededor.

—¿Dónde? Yo no veo nada. —Señalé un claro hueco entre las ramas—. ¿En serio?

Liv parecía inquieta. No quería meterse entre unas zarzas cubiertas de líquenes en un cementerio en plena noche.

—El selenómetro no me da lecturas correctas. Ha enloquecido.

—No importa. Es aquí, estoy seguro.

—¿Crees que Lena, Ridley y John estarán aquí? —preguntó Link como si estuviera pensando en volver a saltar la tapia del cementerio y esperarnos en la puerta o en alguna hamburguesería.

—No lo sé —dije apartando los líquenes e internándome entre los árboles.

Al otro lado, los árboles eran todavía más ominosos y sus ramas pendían sobre nuestras cabezas formando una bóveda. Frente a nosotros había un claro lleno de tumbas donde se erigía una estatua enorme de un ángel suplicante. Todas las sepulturas estaban rodeadas de piedra y era fácil imaginar los ataúdes allí enterrados.

—Ethan, mira —dijo Liv llamando mi atención. Más allá de la estatua vi unas figuras iluminadas por la débil luz de la luna. Se movieron.

Teníamos compañía.

—No puede ser nada bueno —dijo Link negando con la cabeza.

Me quedé paralizado unos instantes. ¿Y si eran Lena y John? ¿Qué hacían solos en un cementerio y por la noche? Seguimos andando por el sendero, flanqueado todavía por las estatuas: ángeles hincados de rodillas que miraban al cielo, ángeles que nos miraban con los ojos llenos de lágrimas.

Mi sorpresa era completa y podía intuir quien nos aguardaba. Finalmente, pude identificar las dos figuras, pero eran las dos últimas personas con quien pensaba encontrarme.

Amma y Arelia, la madre de Macon. No la había visto desde el funeral de su hijo. Estaban sentadas entre tumbas. Era hombre muerto. Tendría que haber sospechado que Amma me encontraría.

Había otra mujer con ellas, pero no la reconocí. Era algo mayor que Arelia y tenía la misma piel dorada. Llevaba el pelo recogido en cientos de trenzas y veinte o treinta collares de gemas, vidrios de colores, pequeños pájaros y otros animalitos. En cada oreja tenía al menos diez agujeros y en todos llevaba pendientes.

Estaban rodeadas de lápidas y las tres se sentaban en círculo con las piernas cruzadas y las manos unidas. Amma nos daba la espalda, pero era ella. No tenía la menor duda.

—Cuánto han tardado. Los estábamos esperando y ya sabes cuánto odio esperar —dijo, con un tono menos impaciente que de costumbre, lo cual no tenía sentido, porque yo había desaparecido sin dejar siquiera una nota.

—Amma, lo siento mucho.

Hizo un ademán indicándome que no me preocupara.

—Ahora no hay tiempo para eso —dijo, y el hueso que adornaba su muñeca dio un golpe con un ruido. Apostaría cualquier cosa a que era un hueso encontrado en el cementerio.

—¿Nos has traído tú hasta aquí?

—No puedo decir que sí. Los ha traído otra cosa, algo más poderoso que yo. Pero sabía que venían, sí.

—¿Cómo?

Amma me miró con cara de pocos amigos.

—¿Cómo sabe un pájaro que tiene que volar hacia el Sur? ¿Cómo sabe un siluro que tiene que nadar? No sé cuántas veces tengo que decirte, Ethan Wate, que no me llaman Vidente en vano.

—Yo también presagié tu llegada —dijo Arelia. Simplemente constataba un hecho, pero Amma se molestó.

—Después de que yo lo dijera.

Amma estaba acostumbrada a ser la única Vidente de Gatlin y no le gustaba que le pisaran el terreno por mucho que Arelia fuera Diviner con poderes sobrenaturales.

La otra mujer, la que yo no conocía, se dirigió a Amma.

—Será mejor que empecemos, Amarie. Nos están esperando.

—Vengan y siéntense. —Nos invitó Amma con un gesto—. Twyla está lista.

Twyla. Recordé el nombre enseguida.

Arelia respondió a la pregunta antes que yo la hiciera.

—Twyla es mi hermana. Ha hecho un largo viaje para estar aquí con nosotros esta noche.

Lena había mencionado en alguna ocasión que su tía abuela Twyla nunca había salido de Nueva Orleans. Hasta esa noche.

—Ven siéntate a mi lado, cher —me dijo dando unas palmadas en el espacio que quedaba a su lado—. No temas, sólo es un Círculo de Visión.

Amma se sentaba del otro lado de Twyla. Me dirigió su mirada. Liv retrocedió. Era guardiana, pero evidentemente, estaba asustada. Link se quedó justo detrás de ella. Era el efecto que Amma tenía en mucha gente. Aquella noche, además, se sumaban la situación y la presencia de Twyla y Arelia.

—Mi hermana es una poderosa Necromancer —declaró Arelia con orgullo.

Link hizo una mueca y susurró a Liv.

—¿Le gusta hacérselo a los muertos? Ese es el tipo de cosas que uno debe guardarse para uno mismo, ¿no?

Liv resopló.

—Una necrófila no, idiota, una Necromancer, una Caster que puede convocar a los muertos y comunicarse con ellos.

Arelia asintió.

—Exacto. Porque vamos a necesitar la ayuda de alguien que ya ha dejado este mundo.

Comprendí a quién se refería. O eso creía.

—Amma, ¿vamos a intentar hablar con Macon?

Una sombra de tristeza cruzó el rostro de Amma.

—Ojalá. Donde quiera que Melchizedek esté, no podemos ponernos en contacto con él.

—Es la hora —dijo Twyla sacándose algo del bolsillo y mirando a Amma y a Arelia. Fue patente su cambio de actitud. Se preparaban para despertar a los muertos.

Arelia extendió las manos delante de la boca y pronunció unas palabras con suavidad.

—Mi poder es el poder de ustedes, hermanas —dijo, y soltó unas piedrecitas en el centro del círculo.

—Piedras lunares —me susurró Liv al oído.

Amma tenía un saco de huesos de pollo. Habría reconocido su olor en cualquier parte. Era el olor de la cocina de mi casa.

—Mi poder es el poder de ustedes, hermanas.

Amma puso los huesos en el círculo junto con las piedras lunares. Twyla extendió la mano, en la que tenía una figurita en forma de pájaro, y pronunció las frases que le otorgaban poder:

Una para este mundo y otra para el otro.

Abre la puerta al que está próximo.

Inició un cántico potente y febril de letra muy extraña y puso los ojos en blanco. Arelia se sumó al canto agitando largos cordones llenos de cuentas y borlas.

Amma me agarró de la barbilla para mirarme los ojos.

—Esto no va ser fácil, pero es necesario que sepas ciertas cosas.

En el centro del círculo de Visión empezó a formarse un remolino parecido a una neblina blanca. Twyla, Arelia y Amma prosiguieron su cántico e iniciaron un crescendo. Era como si el remolino respondiera a sus órdenes. Adquirió velocidad y densidad y se elevó hacia el cielo como un tornado.

Sin previo aviso, Twyla inspiró profundamente, como si estuviera tomando su último aliento y el remolino desapareció en su garganta.

Por unos momentos pensé que iba a morir. Estaba rígida, con la espalda tan recta que daba la impresión de estar sujeta a una tabla. Con la boca todavía abierta, los ojos se le volvieron a poner en blanco.

Link retrocedió una distancia prudencial mientras Liv se adelantaba unos pasos con intención de socorrer a Twyla. Amma la agarró por el brazo para impedírselo.

—Espera.

Twyla soltó aire. La niebla blanca salió despedida de su boca elevándose sobre el círculo. Volvió a formarse un remolino que empezó a adquirir forma humana. Tenía los pies desnudos y un vestido blanco que se inflaba como un globo. Era una Sheer y cobraba cuerpo a partir de la bruma que ascendía y se enroscaba formando un torso, un cuello delicado y, por último, un rostro.

Era…

Mi madre.

Poseía la naturaleza luminosa y etérea propia de los Sheers, pero aparte por su cualidad traslúcida, era exactamente igual que mi madre. Parpadeó varias veces y me miró. No, la Sheer no era exactamente igual que mi madre, era mi madre.

Tenía la voz suave y armoniosa que yo recordaba.

—Ethan, cariño, te estaba esperando.

La miraba, pero estaba mudo. En ninguno de los sueños que tuve desde su muerte, en ninguna fotografía, en ningún recuerdo me había parecido tan real como en aquellos momentos.

—Hay tantas cosas que necesito decirte y tantas que no puedo decirte. He intentado mostrarte el camino, te he enviado canciones…

Era ella quien creaba las melodías que sólo oíamos Lena y yo. Hablé pero mi voz sonó distante, como si no fuera mía. Diecisiete lunas, la canción de la Cristalización.

—Eras tú. Todo este tiempo eras tú.

Sonrió.

—Sí. Me necesitabas. Pero ahora él te necesita a ti y tú lo necesitas a él.

—¿Quién? ¿De quién hablas, de papá? —dije a pesar de que intuía que no se refería a mi padre. Hablaba de ese hombre que tanto había significado para los dos.

Macon.

No sabía que había muerto.

—¿Te refieres a Macon? —pregunté. Observé un brillo en sus ojos que confirmó mi sospecha. Tenía que decírselo. Si a Lena le ocurría algo, a mí me habría gustado que alguien me lo dijera aunque nuestra relación hubiera cambiado por completo—. Macon ha muerto, mamá. Haces unos meses. Él no puede ayudarme.

Se estremeció. Estaba tan hermosa como la última vez que la vi, aquel día lluvioso en que me dio un abrazo antes de marcharse a clases.

—Escúchame, Ethan. Él siempre te acompañará, y sólo tú puedes redimirlo —dijo, y su imagen empezó a desvanecerse.

Extendí el brazo, desesperado para tocarla, pero mi mano atravesó el aire.

—¡Mamá!

—Han convocado la Luna de Cristalización. —Desaparecía, se disipaba en la noche—. Si la Oscuridad prevalece, la Decimoséptima Luna será la última. —Ya apenas podía verla. La niebla volvía a girar en remolino—. Date prisa, Ethan. No tienes mucho tiempo, pero sé que puedes hacerlo. Tengo fe.

Sonrió y traté de memorizar su expresión porque sabía que se estaba yendo.

—¿Y si llego demasiado tarde?

Oí su voz a la distancia.

—He intentado protegerte. Debí saber que no podría. Siempre has sido muy especial.

Me fijé en la bruma blanca, se retorcía tanto como mi estómago.

—Mi niño, mi dulce verano. Siempre pienso en ti. Te quiero.

No oí nada más. Mi madre había estado allí. Durante unos minutos había visto su sonrisa y oído su voz. Y ahora ya no estaba.

Había vuelto a perderla.

—Yo también te quiero, mamá.