20 de junio

Diecisiete lunas

LOS ÍNCUBOS DE SANGRE fueron los primeros en reaccionar. Se fueron desmaterializando uno por uno y reaparecieron en formación. Reconocí a Caracortada, el Íncubo presente en el funeral de Macon. Estaba en primera línea y nos observaba con ojos calculadores. Como era de esperar, Hunting no estaba presente. Era demasiado importante para una simple matanza. Sin embargo, Larkin estaba al frente del grupo. Tenía una serpiente negra enroscada en un brazo y era el segundo en el mando.

Nos rodearon en pocos segundos, anulando toda posibilidad de escape. Se encontraban frente a nosotros, que teníamos la pared rocosa en la caverna a nuestra espalda. Amma se colocó entre los Íncubos y yo, como si se hubiera propuesto combatirlos con sus propias manos. No tuvo oportunidad.

—¡Amma! —grité. Era demasiado tarde.

Larkin se colocó a unos centímetros de ella con un cuchillo que parecía muy real.

—Para ser una vieja creas demasiadas molestias, ¿lo sabías? Siempre metiéndote donde no te llaman y convocando a tus difuntos. Ya es hora de que te unas a ellos.

Amma no retrocedió.

—Larkin Ravenwood, vas a lamentar mucho todo esto cuando intentes encontrar el camino entre este mundo y el próximo.

—¿De verdad? —replicó Larkin, llevando el brazo hacía atrás, preparándose para apuñalar a Amma.

Antes de que pudiera hacerlo, Twyla extendió la mano y unas partículas blancas atravesaron el aire. Larkin gritó y soltó el cuchillo para frotarse los ojos.

—¡Ethan, cuidado! —Me avisó Link, y todo ocurrió a cámara lenta. Vi que el grupo de Íncubos se precipitaba sobre mí, pero al mismo tiempo oí otra cosa. Un zumbido apagado que fue subiendo de volumen poco a poco. Una luz verde apareció ante nosotros, la misma luz pura que había emitido el Arco de Luz al girar en el aire poco antes de la liberación de Macon.

No podía ser otro que el propio Macon.

El zumbido se hizo más potente y la luz ascendió haciendo retroceder a los Íncubos. Mire a mi alrededor para comprobar que todos seguíamos bien.

Link estaba agachado, con las manos apoyadas en las rodillas como si estuviera a punto de vomitar.

—Que poco ha faltado —dijo Ridley, que le daba en la espalda unas palmadas tal vez demasiado fuertes—. ¿Qué le has arrojado a Larkin? ¿Algún tipo de materia eléctrica? —le pregunto a Twyla.

La anciana sonrió, frotando las cuentas de uno de los treinta o cuarenta collares que llevaba.

—No ha hecho falta, cher.

—¿Qué, entonces?

Sèl manje —respondió Twyla con marcado acento de Nueva Orleans.

Ridley no comprendió.

—Sal —tradujo Arelia con una sonrisa.

Amma me dio con el codo.

—Ya te dije que la sal prevenía contra los malos espíritus. Ya también contra los malos chicos.

—Hay que seguir adelante. No tenemos mucho tiempo —dijo la abuela corriendo hacia las escaleras con la ayuda de su bastón—. Ethan ven conmigo.

La seguí hasta el altar. Un humo espeso me envolvió. Me asfixiaba y me intoxicaba al mismo tiempo.

Llegamos al último escalón. La abuela de Lena amenazó a Sarafine con el bastón, que de inmediato empezó a brillar con una luz dorada. Sentí un gran alivio. La anciana era una Empath. No poseía poderes propios, pero si capacidad para aprovechar los poderes de otros. Y los poderes de los que en ese momento se había apropiado pertenecían a la mujer más peligrosa de la caverna: su hija Sarafine, que canalizaba la energía del Fuego Oscuro para convocar la Decimoséptima Luna.

—¡Ethan, coge a Lena! —me gritó la abuela, sumida en algún tipo de vínculo psíquico con Sarafine.

Era cuanto necesitaba oír. Deshice los nudos de la soga que ataba a Lena y a su madre. Lena estaba tendida sobre la roca congelada casi inconsciente. La toqué. Tenía la piel fría como el hielo. Por mi parte, sentí la sofocante atracción del Fuego Oscuro y sufrí un aturdimiento inmediato.

—Lena, despierta, soy yo.

La sacudí. Movió la cabeza a ambos lados. Tenía la mejilla roja por el hielo de la roca. La incorporé y la cogí en brazos para transmitirle el poco calor que aún me quedaba.

Abrió los ojos y trato de hablar. Cogí su rostro con ambas manos.

—Ethan… —Le pesaban los parpados. Volvió a cerrar los ojos—. Vete de aquí.

—No.

La besé y la estreché entre mis brazos. No importaba lo que pudiera pasar. Por aquel único momento, por abrazarla de nuevo, todo había merecido la pena.

No pienso irme sin ti.

Oí el grito de Link. Un Íncubo había escapado del poderoso muro de luz que contenía a los demás. Era John Breed, que estaba detrás de él y le cogía por el cuello enseñando los colmillos. John tenía la misma expresión vacua de antes, como si no actuara por propia voluntad. Me pregunté si se debería al efecto nocivo del humo. Ridley atacó a John por la espalda y los tres cayeron al suelo. Debió de cogerlo por sorpresa, porque no era lo bastante fuerte para derribarlo. Lucharon cuerpo a cuerpo y rodaron por la arena.

No pude ver más, pero la escena me basto para darme cuenta de que aún corríamos un grave peligro. No sabía durante cuánto tiempo nos serviría aquella muralla sobrenatural, especialmente si era Macon quien la generaba.

Lena tenía que poner fin a aquella situación.

La miré. Tenía los ojos abiertos y la mirada perdida, como si no pudiera verme.

Lena. Puedes renunciar ahora. No cuando

No lo digas.

Es tu Luna de Cristalización.

No. Es su Luna de Cristalización.

No importa. Es tu Decimoséptima Luna, L.

Me miró, pero sus ojos parecían inertes.

Sarafine la ha convocado. Yo no he pedido nada.

Tienes que elegir o todas las personas a quienes queremos morirán aquí esta noche.

Apartó los ojos.

¿Y si no estoy preparada?

No puedes seguir huyendo, Lena. Ya no.

Tú no lo comprendes. No puedo decidir. Se trata de la maldición. Si elijo la Luz, Ridley y la mitad de mi familia morirán. Si elijo la Oscuridad, mi abuela, mi tía Del, mis primos… todos morirán. ¿Cómo voy a elegir?

La estreché con fuerza deseando que existiera algún modo de transmitirle mi energía o absorber su dolor.

—Es una decisión que sólo tú puedes tomar. —La ayudé a ponerse de pie—. Miré abajo. Las personas a las que quieres están luchando por su vida. Y tú puedes detener esa lucha. Sólo tú.

—No sé si puedo.

—¿Por qué no? —pregunté, desesperado.

—Porque no sé quién soy.

La miré a los ojos. Habían vuelto a cambiar, uno era de un verde perfecto, el otro, dorado.

—Mírame, Ethan. ¿Soy Sombra o soy Luz?

La miré y supe quién era. Era la chica a la que amaba. La chica a la que siempre amaría.

Instintivamente, saqué el librito dorado del bolsillo. Era cálido al tacto, como si una parte de mi madre viviera entre sus páginas. Se lo puse a Lena en la mano y noté que una sensación cálida se extendía por su cuerpo. Deseaba que sintiera el tipo de amor que simbolizaba y albergaba aquel libro: el amor eterno, el amor que ni con la muerte acaba.

—Yo sé quién eres, Lena. Conozco tu corazón. Confía en mí. Confía en ti.

Lena cerró la mano sobre el libro. Era suficiente.

—¿Y si te equivocas, Ethan? ¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque te conozco.

Sujeté su mano. No podía soportar la idea de que le ocurriera algo, pero no podía interponerme en su decisión.

—Lena, tienes que hacerlo. No hay otra opción. Ojalá la hubiera, pero no la hay.

Miramos hacia abajo observando la caverna. Ridley alzó la mirada y por un segundo pensé que nos estaba mirando.

—No puedo permitir que muera —dijo Lena refiriéndose a ella—. Te juro que está tratando de cambiar. Ya he perdido demasiado.

Yo ya he perdido a tío Macon.

—Fue culpa mía. —Se echó en mis brazos sollozando.

Quise decirlo que estaba vivo, pero recordé lo que él dijo. Su Transición no había concluido. En su interior aún podía quedar cierta Oscuridad. Si Lena sabía que estaba vivo y existía la más mínima posibilidad de perderlo otra vez, nunca escogería la Luz. No podía matarlo por segunda vez.

La luna estaba justo encima de ella. Pronto comenzaría la Cristalización. Debía tomar una decisión, pero yo temía que no lo hiciera.

Ridley apareció a nuestro lado. Había subido las escaleras corriendo y jadeaba. Abrazó a Lena, apretando la cara contra su mejilla, mojada por las lágrimas. Para bien o para mal, eran hermanas. Siempre lo habían sido.

—Lena, escúchame. Tienes que elegir. —Lena, llena de dolor, apartó la mirada.

Ridley cogió su cara y la obligó a mirarla.

—¿Qué le ha pasado a tus ojos? —preguntó Lena.

—Eso no importa. Tienes que escucharme. ¿He hecho alguna vez algo noble? ¿He dejado que te sentaras en el asiento delantero del coche siquiera una sola vez? ¿Te he guardado el último trozo de carta alguna vez en dieciséis años? ¿He permitido que te probaras mis zapatos?

—Tus zapatos nunca me han gustado —dijo Lena, y una lágrima resbaló por su mejilla.

—Mis zapatos te encantan —dijo Ridley sonriendo y limpiando el rostro de Lena con su mano llena de arañazos y manchada de sangre.

—No me importa lo que digas. No pienso hacerlo.

Se miraban a los ojos.

—No hay en mi cuerpo un sólo hueso que no sea egoísta, Lena, y te estoy pidiendo que lo hagas.

—No.

—Confía en mí. Es mejor así. Si aún queda en mí algún resto de Oscuridad, me estás haciendo un favor. Ya no quiero ser Oscura, pero no estoy hecha para ser Mortal. Soy una Siren.

Lena la miró con gratitud y comprensión.

—Pero si eres Mortal, no…

—No hay forma de saberlo. Cuando la Oscuridad se instala en tu sangre, sabes que… —dijo Ridley y se interrumpió.

Recordé las palabras de Macon. La Oscuridad no nos abandona tan fácilmente como cabría esperar.

Ridley abrazó con fuerza a Lena.

—Vamos, ¿qué voy a hacer yo con setenta y ochenta años más de vida? ¿Me imaginas saliendo con Gatlin, enrollándome con Link en el asiento de atrás? ¿Intentando averiguar cómo funciona la cocina? —Apartó la mirada, balbuciendo—. Pero si en ese asqueroso pueblo no hay ni un chico decente.

Lena cogió la mano de Ridley, que primero le dio un apretón y luego la soltó poco a poco hasta colocarla en la mía.

—Cuida de ella por mí, Malapata —se despidió, y desapareció por las escaleras antes de que yo pudiera decir nada.

Tengo miedo, Ethan.

Estoy aquí, L. No pienso irme a ninguna parte. Puedes hacerlo.

Ethan

Puedes hacerlo, Lena. Tienes que Cristalizar, ser tú. Nadie tiene que mostrarte el camino. Tú sabes cuál es.

Otra voz se unió a la mía desde una enorme distancia y a la vez también desde mi interior.

La voz de mi madre.

Juntos le dijimos a Lena, en aquel instante robado al tiempo que el destino nos regaló, no que tenía que hacer, sino que podía hacerlo.

Cristaliza, dije.

Cristaliza, dijo mi madre.

Yo soy yo, dijo Lena. Yo soy.

De la luna surgió una luz cegadora y un estallido que estremeció la caverna. No pude ver nada salvo aquella luz, pero sentí el miedo y el dolor de Lena, que me invadieron como una ola. Cada perdida, cada error, estaban grabados en su alma como tatuajes indelebles hechos de ira y abandono, de lágrimas y pesar.

La luz, pura y resplandeciente, llenó el lugar. Durante unos momentos no pude ver ni oír nada. Luego miré a Lena y vi su rostro bañado en lágrimas y un destello en sus ojos, que habían adquirido su verdadero color.

Uno era verde, el otro, dorado.

Echó la cabeza hacia atrás para mirar directamente a la luna. Su cuerpo se retorció y los pies quedaron colgando sobre la roca. Abajo, el combate se detuvo. Nadie habló ni movió un músculo. Todos los Caster y demonios que estaban presentes eran conscientes de lo que estaba ocurriendo: la balanza de su destino estaba a punto de inclinarse.

La caverna entera se transformó en una esfera de luz y la luna empezó a vibrar y a crecer. Luego, como en un sueño, se separó en dos mitades, dividiendo el cielo justo encima de Lena. Se formó una mariposa gigante y luminosa, con dos alas resplandecientes. Una verde y la otra dorada.

Un crujido recorrió la caverna y Lena gritó.

La luz se apagó y el Fuego Oscuro desapareció justo con el altar y la pira. Nos encontramos en el suelo, sobre la arena.

El aire quedó inmóvil. Pensé que todo había terminado, pero me equivocaba.

Un rayo rasgó el cielo, se escindió en dos y fulminó a sus blancos simultáneamente.

Larkin hizo una mueca de terror al sentir el impacto y su cuerpo se fue carbonizando poco a poco, como si se quemara de dentro a fuera. Unos cuervos negros le picotearon la piel hasta convertirlo en polvo y despareció por las rendijas de la roca llevado por el viento.

El segundo rayo descendió sobre Twyla.

Puso los ojos en blanco y cayó al suelo, como si su espíritu hubiera salido de su cuerpo dejándolo sin vida. Pero no se convirtió en polvo. Su cuerpo inerte quedó sobre la arena cuando Twyla se elevó por encima de él, temblando y apagándose hasta convertirse en un ser traslúcido.

A continuación la bruma se adensó y cobró forma, adoptando un aspecto semejante al que Twyla había tenido en vida. No dejo ningún asunto pendiente, todo acabó. Si algún día volvía, lo haría por propia elección. Ya no estaba vinculada a este mundo. Era libre. Y parecía en paz, como si supiera algo que los demás desconocíamos.

Se elevó hacía la luna a través de la abertura de la caverna y se detuvo un momento.

Adiós, cher.

No sé si lo dijo realmente o lo imaginé. Luego me tendió una mano luminosa y sonrió. Yo extendí el brazo hacía el cielo y observé cómo se disipaba bajo la luz de la luna. Una estrella apareció en el cielo Caster, pude verla un instante. La Estrella del Sur había reencontrado su lugar en el cielo.

Lena había elegido.

Había Cristalizado.

No estaba seguro de lo que eso significaba, pero ella seguía conmigo. No la había perdido.

Cristaliza.

Mi madre estaría orgullosa de nosotros.