19 de junio

Nadie especial

ESA NOCHE DORMIMOS en el bosque entre las raíces de un árbol inmenso, el mayor que había visto nunca. Vendamos la rodilla de Link con mi camiseta de sobra y le hicimos un cabestrillo con parte de mi sudadera del Jackson. Ridley se tendió al otro lado del tronco. Contemplaba el cielo con los ojos muy abiertos. Me pregunte si estaría viendo el cielo Mortal. Parecía exhausta, pero me dio la impresión de que no podía conciliar el sueño.

Me pregunté qué estaría pensando, si lamentaba habernos ayudado. ¿Habría perdido realmente sus poderes?

¿Qué se sentiría ser mortal cuando se ha sido tal vez otra cosa más elevada, cuando nunca se ha sentido «la fragilidad de la existencia humana», como decía la señora English? Recurrió a esa expresión para comentar El hombre invisible de H. G. Wells. En estos momentos Ridley parecía precisamente eso, invisible.

¿Se podría ser feliz al despertarse un día y darse cuenta de que, de pronto, has dejado de ser alguien especial? ¿Podría Lena ser feliz? ¿La vida conmigo no le parecería nada especial? ¿No había sufrido ya lo bastante por mí?

Como Ridley, yo tampoco podía dormir. Pero no quería contemplar el cielo, sino leer el diario de Lena. Por un lado me daba cuenta que era invadir su intimidad, por otro sabía que en aquellas páginas manoseadas podría encontrar algo que pudiera servirnos. Al cabo de una hora me convencí de que leer el diario nos beneficiaria a todos y lo abrí.

Al principio me resulto difícil leer porque la única fuente de luz con que contaba era mi móvil. Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra, los textos de Lena aparecieron con claridad entre las rayas azules de las páginas. En los meses posteriores a su cumpleaños había visto su escritura, pero jamás me acostumbraría a ella. No se parecía en nada a la letra infantil que tenía hasta aquella noche, la de su cumpleaños. En realidad, después de tanto tiempo de trazos negros y fotografías de lápidas, ver palabras me sorprendía. Los márgenes, sin embargo, estaban llenos de lo dibujos de trazos negros propios de los Caster.

Las primeras entradas estaban fechadas tan solo unos días después de la muerte de Macon, cuando Lena todavía no había dejado de escribir:

Noches llenas y vacías / todas el mismo miedo a nada y a todo, / aguardo a que la verdad me estrangule mientras duermo / si es que duermo.

Miedo a nada y a todo. Comprendí. Así había actuado. Sin miedo a nada y con miedo a todo. Como si no tuviera nada que perder, pero temiera perderlo.

Pasé las páginas. Una fecha llamó mi atención. 12 DE JUNIO. El ultimo día del curso.

la oscuridad de oculta que creo que puedo retenerla, / asfixiarla en la palma de la mano, / pero cuando me miro las manos, están vacías, / serenas cuando ella cierra sus dedos en torno a mí.

Leí la entrada varias veces. Describía el día que pasamos en el lago, cuando llevo las cosas demasiado lejos. Aquel día pudo matarme. ¿Quién seria «ella»? ¿Sarafine?

¿Cuánto tiempo llevaba combatiéndola? ¿Cuándo empezó su lucha? ¿La noche que murió Macon? ¿Desde que llevaba ropa de Macon?

Sabía que debía cerrar el diario, pero no podía. Leer lo que había escrito era casi como volver a oír sus pensamientos. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo y lo deseaba tanto… Pasé las páginas, buscando los días que me afectaban.

Como el de la feria…

Corazones y miedos mortales, / algo que pueden compartir, / y lo liberé como a un gorrión.

El gorrión era un símbolo de libertad para los Caster.

Tanto tiempo pensando que intentaba librarse de mí y lo que en realidad quería era concederme la libertad. Como si su amor fuera para mí una prisión de la que no podía escapar.

Cerré el diario. Leerlo me resultaba demasiado doloroso. Especialmente cuando, en todos los sentidos, Lena se encontraba tan lejos de mí.

A un metro escaso, Ridley seguía con la vista fija en el cielo mortal, veíamos el mismo cielo por primera vez.

Liv estaba acurrucada entre dos raíces conmigo a un lado y Link al otro. Supongo que, tras averiguar la verdad de lo que ocurrió en el cumpleaños de Lena, esperaba que mis sentimientos por ella desaparecieran, pero todavía me preguntaba si todo habría sido distinto de no haber conocido antes a Lena. Que habría ocurrido si la primera hubiera sido Liv.

Pasé las horas siguientes observándola. Dormida parecía tan serena, tan hermosa. Su belleza era muy distinta a la de Lena. Parecía contenta y satisfecha como un día de verano, un vaso de leche fría o un libro sin abrir. Carecía de sombras tortuosas. Era la encarnación de lo que yo anhelaba sentir.

Mortal, lleno de esperanza, vivo.

Cuando por fin me quede dormido, me sentía exactamente así…

Lena me sacudió para despertarme.

—Despierta, dormilón, tenemos que hablar. —Sonreí y la estreché entre mis brazos. Quise besarla pero sonrío y me apartó—. No, no es ese tipo de sueños.

Me senté y miré a mí alrededor. Estábamos en la cama del estudio de Macon.

—Yo sólo conozco ese tipo de sueños. Tengo dieciséis años.

—Pero este sueño no es tuyo, si no mío. Y yo sólo he tenido dieciséis años cuatro meses.

—Si Macon nos ve en su cama, ¿no se enfadará?

—Macon está muerto, ¿no te acuerdas? Pues si que es verdad que estás dormido.

Lena tenía razón. Me había olvidado de todo y ahora lo recordaba todo como un torrente: la muerte de Macon, el pacto… Y que Lena me había dejado. Pero no, porque en ese momento estaba allí, a mí lado.

—Entonces, ¿esto es un sueño?

Me esforzaba para que no se me hiciera un nudo en el estómago. Me sentía culpable por todo lo que había hecho, por todo lo que le debía.

Lena asintió.

—¿Sueño contigo o eres tú la que sueña conmigo?

—¿Alguna vez ha tenido eso alguna importancia entre nosotros? —Evitó responder mi pregunta.

Volví a intentarlo.

—Cuando despierte, ¿te habrás ido?

—Sí, pero tenía que verte. Era la única forma de que pudiéramos hablar.

Llevaba una antigua camiseta mía blanca, muy suave. Estaba despeinada y preciosa. Con el aspecto descuidado que a ella no le gustaba y que a mí me encantaba.

La cogí por la cintura y la atraje hacia a mí.

—L, he visto a mi madre. Me habló de Macon. Creo que lo amaba.

—Se amaban el uno al otro. Yo también he tenido visiones.

De modo que nuestra conexión no se había interrumpido. Sentí alivio.

—Eran como nosotros, Lena.

—Y, como nosotros, tampoco podían estar juntos.

Era un sueño, no me cabía la menor duda. Porque podíamos decirnos aquellas verdades terribles con un extraño distanciamiento, como si las sufrieran otras personas. Apoyo la cabeza en mi pecho y empezó a quitarme salpicaduras de barro. ¿Por qué mi camiseta estaba tan sucia? Intente recordar, pero no pude.

—¿Qué vamos a hacer L?

—No lo sé, Ethan. Tengo miedo.

—¿Qué quieres?

—A ti —respondió entre susurros.

—Entonces, ¿por qué todo es tan difícil?

—Porque nada está bien, nada funciona cuando estamos juntos.

—¿Te parece que esto no funciona? —pregunté estrechándola contra mí.

—No, pero lo que yo sienta ya no importa —dijo. Sentía su respiración en mi pecho.

—¿Quién a dicho eso?

—Nadie.

La miré a los ojos, seguían siendo dorados.

—No puedes seguir hasta la Frontera. Tienen que regresar.

—No voy a detenerme ahora. Tengo que saber como termina todo esto.

Jugueteé con sus negros y rizados cabellos.

—¿Por qué no quisiste saber como terminaba lo nuestro?

Sonrío y me tocó la cara.

—Bueno, ahora ya lo sé.

—¿Y cómo termina?

—Así.

Se inclinó sobre mí y me besó. Su pelo cayó sobre mi rostro como la lluvia. Tiré de la manta y se arrebujó debajo refugiándose entre mis brazos. Al besarnos sentí el calor de su tacto. Rodamos sobre la cama. Primero me puse yo encima y luego ella. El calor aumentó hasta el punto de que me costaba respirar. Pensé que me ardía la piel y cuando, después de besarla, me separé de ella, comprobé que así era.

Ardíamos los dos, rodeados de llamas que ascendían más allá de donde alcanzaba la vista. La cama no era una cama, sino una enorme roca. A nuestro alrededor todo ardía con las llamas amarillas del fuego de Sarafine.

Lena gritó aferrándose a mí. Miré hacia abajo. Nos encontrábamos en la cúspide de una enorme pirámide de árboles destrozados. Había un extraño círculo horadado en la roca, una especie de símbolo de los Caster Oscuros.

—¡Lena, despierta! Tú no eres así. Tú no mataste a Macon. No te vas a convertir en Oscura. Fue el libro. Amma me lo contó todo. —La pira era por nosotros, no por Sarafine, que se reía a carcajadas. ¿O era Lena? Ya no distinguía entre las dos—. ¡L, escúchame! No tienes por qué hacer esto.

Lena chillaba sin parar.

Cuando desperté, las llamas nos habían consumido a los dos.

—Ethan, despierta. Tenemos que marcharnos.

Me incorporé respirando con dificultad y empapado en sudor. Me miré las manos y nada, ni una quemadura, ni un sólo arañazo. Había sido una pesadilla. Miré a mí alrededor, Liv y Link ya se habían levantado. Me froté la cara. Aún me latía el corazón, como si el sueño hubiera sido real y hubiese estado a punto de morir. Volví a preguntarme si el sueño era mío o de Lena. Me pregunté también si nos aguardaba ese final de muerte y de fuego que Sarafine deseaba.

Ridley estaba sentada en una roca con un chupachups y resultaba patética. Al parecer, a lo largo de la noche había pasado su conmoción y ahora se hallaba en un estado de negación. En realidad, ninguno sabíamos qué decir. Actuaba como si no hubiera pasado nada, como los veteranos de guerra que padecen estrés postraumático y aunque han vuelto a casa creen estar todavía en el campo de batalla.

Se mesó los cabellos y miró a Link.

—¿Por qué no te acercas, chico guapo?

Link tropezó con mi mochila. Buscaba una botella de agua.

—Paso.

Ridley se colocó las gafas de sol sobre la cabeza y le dirigió una mirada seductora. Resultaba evidente que había perdido sus poderes. A la luz del día, sus ojos eran tan azules como los de Liv.

—He dicho que vengas —dijo subiendo un poco su minifalda para mostrar algo más de su amoratado muslo.

Me dio lástima. Había dejado de ser una Siren y ahora sólo era una chica normal con aspecto de Siren.

—¿Para qué?

Link no mordía el anzuelo.

Ridley, que dio a su chupachups un último lametón, tenía la lengua coloreada de rojo.

—¿No te apetece besarme?

Por un instante pensé que Link iba a ceder, pero sólo habría servido para retrasar lo inevitable.

—No, gracias —repuso, y dio media vuelta. Era evidente que se sentía culpable.

—Tal vez sea temporal y recupere mis poderes —dijo Ridley con un temblor en la voz. Trataba de convencerse a sí misma más que a nosotros.

Alguien tenía que decírselo. Cuanto antes afrontara la verdad, antes saldría adelante. Si podía.

—Yo creo que es definitivo, Ridley.

Se volvió para mirarme.

—Eso no lo sabes —me dijo, a punto de sollozar—. Que hayas salido con una Caster no significa que lo sepas todo de nosotros.

—Sé que los Caster Oscuros tienen los ojos amarillos.

Noté que se le hacía un nudo en la garganta. Se subió la camiseta. Su piel seguía siendo tersa y dorada, pero el tatuaje que rodeaba el ombligo había desaparecido. Se pasó las manos por el vientre y se derrumbó.

—Es verdad. Me han arrebatado mis poderes.

Separó los dedos y dejó que el chupachups cayera al suelo. No profirió ni un sólo gemido, pero las lágrimas resbalaron por su rostro formando dos surcos de plata.

Link se acercó y le tendió la mano.

—Eso no es verdad. Sigues siendo una chica mala y guapa, muy guapa para ser Mortal.

Ridley se puso en pie de un salto.

—¿Te parece divertido? ¿Te parece que perder los poderes es como perder uno de tus estúpidos partidos de baloncesto? —Estaba histérica—. ¡Yo soy mis poderes, idiota! ¡Sin ellos no valgo nada! —Lágrimas negras corrían por sus mejillas. Estaba temblando.

Link cogió el chupachups, abrió la botella y lo mojó en el agua.

—Date un poco de tiempo, Rid. Desarrollarás tus propios encantos, ya lo verás —dijo, devolviéndole el chupachups.

Ridley lo miró sin comprender, y a continuación y sin apartar la mirada de Link, arrojó el chupachups lo más lejos que pudo.