17 de junio
Arco de luz
MI MADRE Y MACON RAVENWOOD. Solté el Arco de Luz como si quemara. La cajita se estrelló contra el suelo y la esfera rodó por la hierba como si se tratara del inocente juguete de un niño y no de una prisión sobrenatural.
—¿Qué ocurre, Ethan?
Era evidente que Marian no se daba cuenta de que yo había reconocido el Arco de Luz. No lo mencioné al contarle las visiones. En realidad, no había reflexionado mucho sobre él. Era otro de los detalles del mundo Caster que no comprendía.
Sólo que este era un detalle importante.
Si aquel era el Arco de Luz de mi visión, mi madre había amado a Macon como yo amaba a Lena. Como mi padre la había amado a ella.
Necesitaba saber si Marian estaba al corriente de dónde lo había encontrado mi madre y de quién se lo había dado.
—¿Tú lo sabías?
Marian se agachó y cogió el Arco de Luz. Su negra superficie brilló con el sol. Volvió a ponerlo en la cajita.
—¿Si yo sabía qué? Ethan, dices cosas sin sentido.
Las preguntas surgían con mayor rapidez de lo que mi mente era capaz de procesarlas. ¿Cómo conoció mi madre a Macon Ravenwood? ¿Cuánto tiempo duró su relación? ¿Quién más la conocía? Y la más importante…
¿Qué lugar ocupaba mi padre en todo aquello?
—¿Sabías que mi madre estaba enamorada de Macon Ravenwood?
Fue como si a Marian se le desmoronara el semblante. Para mí, fue respuesta suficiente. Sólo pretendía darme un regalo de mi madre, no revelarme su secreto más íntimo.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Tú, al darme el Arco de Luz que Macon le regaló a mi madre, la mujer que amaba.
A Marian se le humedecieron los ojos, pero no lloró.
—Las visiones. En ellas aparecían Macon y tu madre —dijo atando cabos.
Me acordé de la noche que conocí a Macon. Lila Evers, dijo, Lila Evers Wate, le corregí yo. Mencionó el trabajo de mi madre, pero afirmó que no la conocía. Otra mentira. Me daba vueltas la cabeza.
—Así que lo sabías. —No era una pregunta. Sacudí la cabeza deseando olvidar cuanto conocía—. Y mi padre, ¿lo sabe?
—No. Y no puedes decírselo, Ethan. No lo comprendería —dijo Marian, desesperada.
—¿No lo comprendería? ¡Soy yo quién no lo comprendo!
Las personas que estaban cerca dejaron de chismorrear y nos miraron.
—Lo siento mucho. Creí que nunca tendría que revelar esa historia. Pero pertenece a tu madre. Es su vida, no la mía.
—Por si no te habías dado cuenta, mi madre ha muerto. No puede responder a mis preguntas —dije con un tono duro e implacable, fiel reflejo de cómo me sentía.
Marian se quedó mirando la lápida de mi madre.
—Tienes razón. Necesitas saber.
—Quiero la verdad.
—Y yo voy a intentar que la sepas —dijo, con voz temblorosa—. Si sabes lo de Arco de Luz, presumo que sabes también por qué Macon se lo regaló a tu madre.
—Para que pudiera protegerse si él la atacaba.
Macon siempre me había dado lástima, ahora me daba asco. Mi madre era Julieta en una especie de obra perversa en la que Romeo era un Íncubo.
—En efecto. Macon y Lila tuvieron que enfrentarse a la misma situación que Lena y tú. Me ha sido difícil observarte todos estos meses sin establecer ciertas… comparaciones. No puedo ni imaginar lo difícil que debió de ser para Macon.
—No sigas, por favor.
—Ethan, comprendo que es muy duro para ti, pero esos no cambia lo que ocurrió. Soy una Guardiana y estos son los hechos. Tu madre era una Mortal; Macon, un Íncubo. No podían estar juntos, no cuando Macon cambió y se transformó en la creatura Oscura que estaba destinado a ser. Macon no se fiaba de sí mismo. Temía acabar hiriendo a tu madre, por eso le dio el Arco de Luz.
—Verdades. Mentiras. Qué más da. —Estaba harto.
—La amaba más que a su vida. Eso es verdad. —¿Por qué lo defendía hasta ese extremo?
—No matar al amor de tu vida no te convierte en un héroe. Eso también es una verdad. —Estaba furioso.
—También él estuvo a punto de morir, Ethan.
—¿Ah, sí? Mira a tu alrededor. Mi madre está muerta. Los dos están muertos. Así que el plan de Macon en realidad no sirvió de mucho, ¿o sí?
Marian respiró hondo. Me dirigió una mirada que conocía bien. Me aguardaba una lección. Me tiró del brazo y nos alejamos del cementerio, lejos de todos los seres que habitaban sobre la tierra y debajo de ella.
—Se conocieron en Duke. Los dos estudiaban Historia de los Estados Unidos. Se enamoraron, como tantos jóvenes.
—Querrás decir como tantas estudiantes inocentes y tantos aspirantes a demonio. Mejor nos atenemos a los hechos, ¿no te parece?
—Tu madre decía que en la Luz hay Sombra y que en las Sombras hay Luz.
—¿Cuándo le dio el Arco de Luz? —No me interesaban las ideas filosóficas sobre la naturaleza del mundo de los Caster.
—Macon le confesó a Lila qué era y en qué se convertiría, que compartir el futuro era imposible —dijo Marian, despacio y eligiendo las palabras con cautela. Me pregunté si sería tan difícil decirlo como escucharlo y sentí lástima por ella y por mí—. Se les partió el corazón a los dos. Macon le dio el Arco de Luz, que, por fortuna Lila no tuvo que utilizar. Macon dejó la universidad y volvió a su casa, a Gatlin.
Marian se interrumpió, como si aguardase un comentario cruel por mi parte. Yo también esperaba una reacción, pero podía más mi curiosidad.
—¿Qué pasó tras el regreso de Macon? ¿Se siguieron viendo?
—Es triste, pero no.
—¿Es triste? —repetí con incredulidad.
Marian me miró fijamente y negó con la cabeza con gesto de reproche.
—Fue muy triste, Ethan. Nunca volví a ver a tu madre tan triste. Me tenía muy preocupada. Además, no sabía qué hacer. Llegué a pensar que se moriría de dolor. Estaba verdaderamente rota.
Habíamos recorrido el paseo que rodeaba el cementerio y en esos momentos nos habíamos internado entre los árboles, lejos de la mirada de la mayoría de ciudadanos de Gatlin.
—Y… —Tenía que saber el final por mucho que pudiera dolerme.
—Y tu madre siguió a Macon hasta Gatlin por los Túneles. No podía soportar estar alejada de él y juró que encontraría una forma de estar juntos, el modo de que Caster y Mortales pudieran compartir sus vidas. Estaba obsesionada con esa idea.
Comprendí. No me gustó, pero comprendí.
—La respuesta a esa pregunta no se encuentra en el mundo de los Mortales, sino en el de los Caster, así que tu madre encontró la manera de formar parte de ese mundo aunque no pudiera vivir con Macon.
Reanudamos el paseo.
—Te refieres a su trabajo como Guardiana, ¿verdad?
Marian asintió.
—Lila encontró una vocación que le permitió estudiar el mundo de los Caster y sus leyes, su parte Luminosa y su parte Oscura. La forma de buscar la respuesta.
—¿Cómo consiguió el trabajo? —Los Caster no tienen Páginas Amarillas, aunque si Carlton Eaton las repartía en la superficie y se ocupaba del correo de los Caster en el subsuelo, ¿cómo estar seguro?
—En esa época, en Gatlin no había Guardián… —dijo Marian y se interrumpió. Parecía incómoda—, pero un Caster poderoso solicitó un puesto ya que aquí se encuentra la Lunae Libri y aquí estuvo también el Libro de las Lunas.
Todo cobró sentido.
—Macon, ¿verdad? Él tampoco podía permanecer alejado de ella.
Marian se limpió las lágrimas con un pañuelo.
—No. Arelia Valentin, su madre.
—¿Por qué iba a querer la madre de Macon que mi madre fuera Guardiana? Aunque le diera pena, sabía que no podían estar juntos.
—Arelia es una poderosa Diviner, capaz de ver fragmentos del futuro.
—¿La versión Caster de Amma?
—Supongo que se puede decir que sí. Arelia advirtió algo en tu madre, la capacidad para encontrar la verdad, para ver lo que está oculto. Me imagino que tenía la esperanza de que tu madre encontrase la respuesta, la manera de que Caster y Mortales puedan estar juntos. Los Caster de la Luz siempre han tenido la esperanza de encontrar esa posibilidad. Genevieve no fue la primera Caster que se enamoró de un Mortal —dijo Marian con la mirada perdida. En el prado, a lo lejos, las familias empezaban a preparar el picnic—. O quizá lo hiciera por su hijo.
Se detuvo. Habíamos completado el círculo y llegado a la tumba de Macon. Vi el ángel doliente desde la distancia. Pero el lugar había cambiado mucho desde el entierro. Donde antes no había más que tierra, crecía un jardín silvestre al que daban sombra dos limoneros inconcebiblemente grandes que flanqueaban la lápida. A la sombra, sobre la tumba, matas de jazmines y romero. Me pregunté si alguien habría visitado la sepultura ese día.
Me acaricié las sienes. Mi cabeza parecía a punto de estallar. Marian apoyó una mano en mi espalda suavemente.
—Sé que tienes que asimilar muchas cosas, pero nada de lo que te he contado cambia lo esencial: tu madre te quería.
Me zafé de la caricia de Marian.
—Pero a mi padre no.
Marian me tiró del brazo para obligarme a mirarla. Lila era mi madre, pero también la mejor amiga de Marian, y yo no podía cuestionar su integridad ante ella sin salir malparado. Ni aquel día espantoso ni ningún otro.
—No digas eso, EW. Tu madre quería a tu padre.
—Pero no se vino a vivir a Gatlin por él. Lo hizo por Macon.
—Tus padres se conocieron en Duke cuando los tres preparábamos la tesis. Por ser Guardiana, tu madre vivía en los Túneles de Gatlin y se desplazaba entre la Lunae Libri y la universidad para trabajar conmigo. No vivía en el pueblo, en el mundo de las Hijas de la Revolución y de la señora Lincoln. Si se mudó a Gatlin fue por tu padre. Abandonó la oscuridad y salió a la luz. Y créeme que fue un gran paso para ella. Tu padre la salvó de sí misma cuando ninguno de nosotros podía. Ni Macon, ni yo.
Miré los limones que daban sombra a la sepultura de Macon y a la sepultura de mi madre, que estaba detrás. Pensé en Macon, en su empeño en ser enterrado en el Jardín de la Paz Perpetua con tal de descansar eternamente a tan sólo un árbol de distancia de mi madre.
—Se trasladó a vivir a un pueblo donde nadie la aceptaba porque tu padre no habría querido marcharse y ella lo amaba —dijo Marian levantándome la barbilla—. Sólo que él no fue el primero.
Respiré hondo. Por lo menos no toda mi vida era mentira. Mi madre quería a mi padre, por mucho que también quisiera a Macon Ravenwood. Cogí el Arco de Luz de manos de Marian. Lo aceptaría para tener un objeto que había pertenecido a ambos.
—No encontró la respuesta, la forma de que Caster y Mortales pudieran estar juntos.
—No sé si existe —dijo Marian rodeándome con un brazo. Apoyé la cabeza en su hombro—. Si hay un Wayward aquí, EW, ese eres tú. Dímelo tú a mí.
Por primera vez desde que vi a Lena bajo la lluvia casi un año antes no supe qué decir. Al igual que mi madre, no había encontrado respuestas, sólo problemas. ¿Le habría pasado lo mismo a ella?
Me fijé en la cajita que Marian sostenía.
—¿Por eso murió mi madre? ¿Por qué intentó encontrar la respuesta?
Marian cogió mi mano y depositó en ella la cajita.
—No me quejo, Ethan. Yo elegí este camino. No todos tienen la suerte de poder elegir su lugar en el Orden de las Cosas.
—¿Te refieres a Lena o a mí?
—Tanto si quieres asumirlo como si no. Tu papel es importante y el de Lena también. No es algo que puedan elegir —dijo, apartándome el pelo de los ojos como mi madre solía hacer—. La verdad es la verdad. «Rara vez pura y nunca simple», como diría Oscar Wilde.
—No te comprendo.
—Toda verdad es fácil de comprender una vez que ha sido descubierta, el problema es descubrirla.
—¿Otra cita de Osca Wilde?
—De Galileo, el padre de la astronomía moderna. Otro hombre que se rebeló contra su lugar en el Orden de las Cosas, el primero que dijo que el Sol no gira alrededor de la Tierra. Él sabía quizá mejor que nadie que no elegimos la verdad, sólo nuestra actitud frente a ella.
Cogí la caja. En el fondo comprendía lo que Marian quería decirme, por mucho que no supiera nada de Galileo y todavía menos de Oscar Wilde. Yo formaba parte de aquella historia tanto si me gustaba como si no. Evitarla me habría resultado tan imposible como evitar las visiones.
Ahora tenía que decidir qué hacer al respecto.