EPÍLOGO
La mañana amaneció lluviosa, en realidad no había dejado de l over en toda la semana, pero Naroa no tenía intención de quejarse. Estaba viva, tenía a Dayhen junto a ella y el Arven ocupaba por fin el lugar que le correspondía.
Cuando despertó al lado de su guerrero, en la misma cama en la que habían pasado los últimos días, creyó que todo era parte de una pesadilla; sin embargo, el llamativo pelo rojo que llevaba ahora y las palabras de la diosa Freyja resonando en su mente decían claramente otra cosa. Los últimos acontecimientos habían pasado entonces a cámara lenta, trayendo a su mente cada uno de los sucesos; su conversación telefónica, aquellos dos hombres persiguiéndola, la presencia de Markus y su posterior pelea… El disparo, y la navaja que le arrebató la vida.
Sintió los brazos de su pareja apretándola contra él, acompañándola y dándole fuerzas para enfrentarse a aquel a tumba simbólica que no visitaba desde hacía cinco años. A su lado, Nessa y ella decidieron instalar otra pequeña cruz con el nombre de Markus.
—Espero, que dónde esté ahora, encuentre la paz que le fue esquiva durante su vida —murmuró Nessa de pie ante la tumba que contenía un puñado de cenizas y tierra.
Naroa dejó el amparo de los brazos masculinos y caminó hasta detenerse junto a su amiga. Lentamente se inclinó hacia delante y depositó un par de rosas blancas ante la cruz manchada por el paso del tiempo y la falta de cuidados.
—La encontrará —dijo incorporándose—. Nuestro hijo estará con él, ya ninguno de los dos estará solo.
Nessa se volvió hacia ella, las lágrimas que había evitado perlaban ahora sus ojos.
—Lo siento, Naroa —le dijo deshaciéndose en sol ozos—. Él te causó tanto daño, os hirió a los dos… hizo cosas…
Ella abrazó a su amiga, estrechándola.
—Él no era Markus —Se obligó a decir, necesitando creer en sus propias palabras. Era hora de poner el pasado a descansar—. El hombre al que amé, tu hermano… murió hace mucho tiempo, Nessa y él jamás me hizo daño, no nos lastimó a ninguno de los dos. Y él es quien estará ahora con nuestro hijo en brazos, le cuidará hasta el momento en que volvamos a encontrarnos.
Su mirada se cruzó en ese momento con la de Dayhen, quien la miraba con ternura y amor, un imperceptible gesto de su barbilla fue suficiente para que sonriera, agradeciéndole que comprendiera sus palabras y la necesidad de decirlas en voz alta.
Las dos mujeres se permitieron dar rienda suelta al l anto, en una silenciosa comunión que solo el as podían compartir, dejaron salir todo el dolor que había permanecido guardado en su pecho durante los últimos cinco años. Ambas sabían que para poder enfrentarse al futuro, debían poner a descansar el pasado y eso fue lo que hicieron.
La l uvia había cesado hacia la mitad de la mañana, Naroa caminaba con Dayhen por el pequeño cementerio mientras Bok se quedaba junto a Nessa, dándole tiempo para reponerse. Sus dedos enlazados acariciaron los de él, su mirada se encontró con la suya y sonrió suavemente, feliz al poder hacer algo tan inocente como pasear de la mano sin temor a que alguien saltase en algún momento desde detrás de un matorral, dispuestos a matarla. Esperaba que ahora que ya no tenía el Arven, hubiese dejado de ser interesante para quien quiera que estuviese tras los pasos de las reliquias.
Ella había puesto en antecedentes a Dayhen y a los demás Relikviers de las extrañas palabras que había pronunciado Markus en la cabaña, y todos habían l egado a la conclusión de que el hombre posiblemente no habría sido más que un peón en toda aquel a locura; Saber que habría alguien más, con suficiente poder como para estar al tanto de la existencia de las reliquias y quererlas para sí, no era algo de lo que alegrarse precisamente.
—¿Qué te preocupa, duende?
Ella sonrió para sí, ¿era realmente tan transparente?
—Estaba pensando en Meliss —aceptó el a y se detuvo. Se giró hacia él, buscando su mirada—. ¿Qué le ocurrirá a ella ahora, Dayhen?
Él se la quedó mirando durante unos breves segundos, entonces la atrajo hacia él y bajó la boca sobre la suya en un contundente reclamo que la dejó mareada y deseando más; Ese hombre la dejaba siempre temblando por él.
—Te quiero, duendecillo —la sorprendió con aquellas palabras que había esperado tanto oír—, por tu coraje, por tu humanidad, por el enorme corazón que tienes y por ser la mujer más exasperante que he conocido en mi vida. No te preocupes por Meliss, ella estará bien mientras no le arranque la cabeza o algo peor a Nazh.
Dayhen la vio fruncir el ceño y no pudo más que sonreír, su pequeño duende no tenía la menor idea de lo que estaba hablando. Quizás se lo explicase más adelante, cuando él mismo comprendiese realmente lo que implicaban la conversación que tuvo con él poco después de su regreso. Si lo que creía era cierto, su amigo estaba metido en un buen lío, uno de proporciones épicas.
—¿Y de Ryshan sabéis algo? —la voz de su compañera lo arrancó de sus cavilaciones.
Él negó con la cabeza y suspiró. Su amigo llevaba desaparecido más de una semana y no daba señales de vida.
—Nada nuevo —negó él gesto torcido—. Todo lo que sabemos al respecto es que ha vuelto a Edimburgo… No sé por qué, pero creo que Rysh no dijo toda la verdad sobre lo ocurrido esos días que pasó incomunicado y temo que haya regresado precisamente para solucionar lo que quiera que haya encontrado allí.
Ella dejó escapar lentamente un suspiro y se apoyó contra su brazo.
—Me gustaría pensar que las cosas se calmarán a partir de ahora, pero no creo que vaya a ser así —aseguró ella y alzó la mirada hacia él—. Hay algo que todavía no me has dicho.
Él frunció el ceño un tanto sorprendido por la pregunta de su compañera.
—¿Qué más deseas saber, duende?
Ella se lamió los labios y se preparó para su respuesta, si no deseaba compartir aquel secreto con el a, lo comprendía, pero no dejaba de pensar que gracias a el a Dayhen había tenido que renunciar por segunda vez a lo que había perdido por culpa del Arven.
—¿Qué fue lo que entregaste a Odín a cambio del Fuego Eterno? ¿Qué fue lo que te convirtió en Relikvier?
Él se apartó lentamente de ella, sus manos subieron a su rostro y le acariciaron las mejil as.
—Algo que pensé me abriría las puertas y haría que el hombre que me engendró me reconociera como lo que soy, su hijo —declaró con voz suave, sus ojos no se apartaron de los de el a ni un solo instante—. Lo qué más deseaba en el mundo, lo más importante para mí era ganarme su cariño, su reconocimiento y encontrar en el Valhala, mi hogar.
Él le sonrió mientras le acariciaba las mejillas con los pulgares.
—Sin embargo todo eso palidece ante el regalo que tú me has hecho, algo que no permitiré que nada ni nadie me arrebate. Tú eres ese regalo, mi duende, el más importante de todos mis hallazgos, el único cuyo valor es incalculable. Puede que Odín me quitara lo que pensé que era importante para mí, pero ahora sé quién soy y el lugar que ocupo en su corazón.
Le alzó el rostro de modo que pudiese verse reflejado en aquellos hermosos ojos.
—Soy el único al que ha entregado su legado —aseguró con fervor—. Y
eso, amor mío, es suficiente recompensa para mí.
Ella envolvió los brazos alrededor de su cuello y se alzó sobre la punta de los pies para alcanzar sus labios.
—¿Lo prometes, Relikvier?
Él asintió y acortó la distancia entre ambos.
—Con mi alma y mi corazón, duendecillo —murmuró antes de tomar su boca en un intenso beso l eno de dulces y sensuales promesas.
Odín contempló el Arven ardiendo a salvo en su lugar. Algo en la antigua reliquia había cambiado, su brillo era más intenso, el fuego elemental parecía bailar en su interior, crepitando al son de una melodía que solo ella oía. Las otras tres columnas permanecían vacías, oscuras y en algunas empezaban a aparecer las primeras grietas; aquello no era una buena señal. El poder de los Vigilantes se estaba debilitando a pasos agigantados y con ello aumentaba el riesgo de que los sellos se rompieran y todo lo que hicieron hasta entonces no sirviese de nada. Si aquellos que permanecían confinados se liberaban, la humanidad no sobreviviría, no esta vez.
—Ese ha sido un juego arriesgado.
El dios ni siquiera se giró, conocía al recién llegado y era uno de los pocos hombres en los que confiaba. Su justicia no tenía parangón.
—El Arven vuelve a ocupar el lugar que le corresponde —dijo observando la reliquia—. Los pilares se deterioran y no sabemos cuánto aguantarán. El recuperar las reliquias y devolverlas a su lugar de origen, es prioritario.
El se detuvo a su lado y miró el fuego que ardía en la copa de cristal.
—Se requiere un gran sacrificio —le dijo en respuesta—. La Comunión de Almas es solo el principio, la reliquia debe ser entregada libremente y aceptada de igual manera. El portador debe renunciar a su vida y el Relikvier aceptarla; No es un intercambio sencillo.
—Pero es posible —declaró Odín volviéndose ahora hacia él—. ¿Tenemos alguna pista sobre quién está detrás de esa búsqueda paralela de las reliquias?
Frotándose el mentón, su compañero comentó.
—Solo es una suposición por mi parte —aclaró—, y si esta resulta ser verdad, a nuestros Relikviers le esperan unos días difíciles por delante. El Arven está seguro y el Jordiske Sjel acaba de aparecer. Si bien la reliquia no ha hecho más que despertar, por lo que pasará tiempo antes de que pueda ocupar su lugar.
El viejo dios dejó escapar un profundo suspiro.
—Ahora que sabemos que las reliquias están alojadas en humanos, es primordial dar con el as. —Su mirada voló hacia el lugar en el que descansaba el Arven—. Los pilares no aguantarán mucho más.
Asintiendo en acuerdo con el dios, Mitra miró las otras columnas de mármol negro.
—Hay un tiempo para cada cosa, Odín —suspiró—, la impaciencia nunca ha hecho nada bueno por nadie.
Aceptando aquellas sabias palabras, el dios asintió, solo esperaba que el tiempo no terminase por correr en su contra.
Ryshan observó cómo los números iban cambiando poco a poco, le l evó más tiempo del que pensaba dar con el a, pero ahora que la tenía localizada, estaba dispuesto a devolverle cada uno de los días en los que lo retuvo encerrado, atado y a su merced. Ella estaba a punto de descubrir el significado de la venganza de las manos de un hombre como él.
Las puertas del ascensor se abrieron y sonrió; La venganza era un plato que se servía frío y él estaba dispuesto a invitarla a comer. Recorrió el largo pasil o, el a se alojaba en uno de los hoteles más lujosos de Edimburgo; un pequeño detal e que estaba a punto de cambiar.
Llamó a la puerta y esperó, no tardó mucho en escuchar sonidos procedentes del interior de la habitación que indicaban que el a se encontraba al í.
La escuchó tropezar, un pequeño exabrupto y la puerta se abrió mostrando a una hermosa e inmediatamente sorprendida mujer.
—Hola Calia —le sonrió con satisfacción—. Volvemos a encontrarnos.
Su gesto de sorpresa y la comprensión que cruzó los ojos de la mujer le confirmaron que le recordaba. Bien, él estaba dispuesto a hacer que no le olvidase y por el camino descubriría que tenía que ver esa mujer con su reliquia. Sí, sería una apasionada venganza.