CAPÍTULO 5

 

Naroa estaba acostumbrada a que su vida fuese un torbellino de desastres.

No creía en las casualidades, los acontecimientos de los últimos años hacían difícil creer en el as. Todo ocurría por causa y efecto, nada quedaba al azar y pese a todo, el nítido recordatorio de la foto que examinaba en la pantalla de su nuevo teléfono móvil hablaba de todo lo contrario.

—Sigue mirando la foto con esa intensidad y terminarás por hacerle un agujero al teléfono.

Las palabras de su amiga la arrancaron de sus pensamientos devolviéndola a la pacífica y cálida mañana. El sonido de los pájaros, el correr del agua y las conversaciones en un idioma extranjero la trajeron de regreso al Parque Cismigiu, dónde se detuvieron a contemplar una de las joyas verdes más importantes de la ciudad de Bucarest.

Habían l egado al país cinco días atrás, durante todo ese tiempo se limitaron a establecerse y a indagar sobre el motivo que les trajo hasta la ciudad valaco. El temor que siempre las acompañaba al emprender una nueva huida y asentarse en un nuevo lugar empezaba a remitir, pero, otras inquietudes ocuparon su lugar.

El elaborado reloj en forma de farola que ocupaba una parte del jardín marcaba las once de la mañana, su mirada vagó sobre el plácido lago —que daba nombre al parque—, dónde las parejas disfrutaban de un romántico paseo en barca. La mañana se presentó luminosa, radiante, realmente calurosa y muchos de los lugareños aprovechaban las vacaciones o el tiempo libre para pasear por los jardines, disfrutando de las sombras que proporcionaban los árboles.

—Bueno, al menos los monumentos no están tan mal —oyó a su amiga, quien se recreaba la vista con dos deportistas que hacían ejercicio—. Y el tiempo es bastante agradable, demasiado pegajoso para mi gusto, pero no me quejaré.

Ojalá pudiese decir lo mismo de su gastronomía.

Ella sonrió ante el breve discurso de Nessa, sabía que la chica se refería al restaurante más emblemático de la ciudad, en el que terminaron sacándole una foto a la comida.

—Recuérdame que antes de entrar en ningún otro lado, pregunte por el menú.

—Preferiría que antes preguntásemos el precio —le dijo con un mohín. El sablazo que les metieron en el exclusivo local, todavía dolía—. Podemos ir al que te sugerí ayer. Sus platos son conocidos, tenía buen ambiente y no tendremos que empeñar un riñón para pagar.

Su amiga dejó escapar un pequeño bufido.

—¿Dónde está tu espíritu aventurero? Estamos en la ciudad de Vlad Tepes, el Empalador. El mito del que surgió el vampiro más conocido de toda la historia.

Ella le dedicó una mirada que hablaba por sí sola.

—Temo que mi espíritu aventurero ha sufrido bastante los últimos años, ya no es lo que era —le recordó al tiempo que volvía a bajar la mirada sobre la foto que mantenía fija en su móvil.

Dayhen Brann. Vicepresidente de Relikvier Corporative.

Ahora tenía un nombre que asociar al hijo de puta con el que se acostó en la playa. Un nombre que aumentó sus, no pocos, dolores de cabeza. Habían l egado a Bucarest buscando respuestas y se encontraron de bruces con aquel o.

La foto pertenecía a una de las muchas instantáneas que poblaban Google, en concreto era de la última recepción benéfica que la compañía l evó a cabo las pasadas navidades. En el a podía ver al hombre l evando del brazo a una atractiva y joven rubia, la cual resultó ser, nada más y nada menos, la presidenta de la corporativa. Meliss Caterby.

Durante los últimos días se empapó de todo lo que encontró en la red sobre dicha empresa y su directiva. Descubrió que se trataba de una de las mayores firmas del mundo del Arte Antiguo y la Arqueología, con varias entidades en países europeos, en América, Asia e India. Se especializaban en la recuperación de piezas antiguas y su conservación, tenían una amplia cobertura de seguros y una completa plantil a de especialistas en varios campos. Sus inicios, sin embargo, se remontaban a poco más de una década, no fue hasta mediados de los ochenta que lo que empezó como una pequeña empresa familiar despegó hasta convertirse en lo que era hoy en día. Y al parecer, el artífice de el o, llevaba el apel ido Brann.

—¿Le han salido cuernos? ¿Ha cambiado de color? —su amiga se inclinó sobre el a para echarle un nuevo vistazo a la foto—. Nah, sigue siendo el mismo hijo de puta que vimos el primer día en la red. Al menos, ahora no estás azul por la falta de respiración, o peor, blanca como un fantasma.

Ella apretó los labios para no responder al pique de su amiga. Ninguna esperó, cuando se metieron en un ciber café al poco de llegar a la ciudad, lo que su búsqueda les reportaría. Hasta el momento las directrices que recibía de su “ángel de la guarda”, nunca le fal aron. Llevaban demasiado tiempo siguiéndolas y agradeciendo su buena fortuna como para suponer que ahora él las había traicionado de algún modo.

Aquel o tenía que tratarse simplemente de una coincidencia. Si tan solo creyese en el as…

—Tenemos que encontrar respuestas.

Su amiga la miró.

—¿Y crees que esa empresa puede ofrecernos alguna?

No lo sabía, pero el mensaje en su correo electrónico dejaba poco lugar a otra interpretación. Fuese lo que fuese que encontrase allí, debía ir. Si existía alguna forma de solucionar sus problemas, la respuesta se encontraría en la compañía Relikvier.

—No lo sé, pero debemos intentarlo —respondió con un profundo suspiro —. Si fuese peligroso, no nos habría enviado al í.

Ella se pasó una mano por el pelo y chasqueó la lengua.

—Confías demasiado en un tío al que no le has visto la cara en toda tu vida —aseguró—. ¿Qué vas a hacer? Llegar al í y decirles: “¿Hola, me l amo Naroa y poseo la pieza de arte más antigua que podréis encontrar jamás?”. Empieza a utilizar la cabeza para algo más que sujetar el pelo, Naro. No es como si pudieses desprenderte de ese objeto y los museos vivos todavía no se han puesto de moda.

Ella se giró y esbozó una sonrisa. No podía evitarlo, a veces Nessa decía cosas tan absurdas que la animaban.

—Hoy te has despertado ingeniosa, ¿huh? —Negando con la cabeza continuó caminando a lo largo del paseo, maravillándose de la paz del lugar—.

Sea como sea, la respuesta tiene que estar al í… lo sé.

El resoplido exasperado, seguido de las manos alzándose al cielo de su amiga, hizo que pusiese los ojos en blanco.

—Señor, ese polvo en la playa con un completo desconocido te ha dejado el cerebro frito —le aseguró. Entonces un pequeño pitido comenzó a sonar procedente de su reloj—. ¡Hora de doparse, guapa!

Naroa se sonrojó, incluso llegó a mirar a su alrededor y agradeció que la gente pareciese no entender ni una sola palabra de lo que las dos locas turistas hablaban.

—Un día, acabaremos de cara a la pared y cacheadas —le dijo con un profundo suspiro—. Nos tomarán por camellos, o yonkis.

—Yo sería el camel o y tú la yonki —le dijo con una amplia sonrisa al tiempo que se quitaba la mochila que l evaba y la apoyaba sobre la barandilla de piedra que formaba un amplio puente sobre el lago. Pronto extrajo de su interior un pequeño neceser y se lo entregó—. Aquí tienes el agua.

Ella suspiró, le entregó el teléfono, abrió el neceser y extrajo la medicación que se veía obligada a tomar.

—Parece que la nueva medicación está funcionando —comentó sacando un botellín de agua para sí misma—. No has estado tan fatigada estos últimos días.

Ella asintió. Asombrosamente, su salud mejoró mucho en los últimos días, en realidad, su estado se mantenía en un nivel óptimo de rendimiento. Su corazón marchaba a un ritmo normal, el cansancio que siempre la agobiaba y se había intensificado en los últimos meses pareció reducirse. No podía recordar la última vez que había hecho un viaje de estas características sin que su cuerpo protestase después por los excesos y el estrés de la huida.

—Me encuentro mucho mejor —aceptó llevándose las dos pastillas que le tocaban a la boca para bajarlas con media botella de agua—. Tendré que enviarle un correo electrónico y hacérselo saber.

Aquel a había sido otra de las cosas que tenía que agradecerle a su ángel de la guarda.

—¿Y qué hacemos con esto? —preguntó alzando el móvil con la foto—.

¿Vamos a seguir posponiéndolo? Personalmente tengo ganas de meterle un palo por el…

—Nessa —pidió, interrumpiendo la amenaza que había escuchado ya demasiadas veces.

Ella entrecerró los ojos.

—Te engañó —le recordó, haciendo alusión a la conversación que ambas habían mantenido sobre aquella noche después de que ella hubiese descubierto su identidad—. Se aprovechó de ti…

Ella puso los ojos en blanco.

—No digas tonterías —negó con la cabeza—. Fue solo un polvo, lo pasamos bien, punto. No te pongas melodramática.

—Un polvo con un tipo que usurpó la identidad de otro.

Resoplando, le devolvió el neceser.

—Nessa, en realidad ni siquiera nos pedimos los nombres —declaró con cansancio—. No le des más vueltas, y por el amor de dios, no digas ni una sola palabra. Con suerte, él ni se acordará de mi cara.

—Yo no contaría con ello, guapa.

Una inesperada voz masculina a su espalda, hablando en inglés, captó su atención inmediata. Ambas se volvieron y no sabía que les sorprendía más, si la sonrisa de satisfacción que curvaba los labios del hombre o la chaqueta sastre en color naranja, que contrastaba estrepitosamente con los pantalones a cuadros.

 

Bok sonrió satisfecho al encontrarse ante las dos mujeres. Tenía que concederle mérito a la portadora de la reliquia, fuese quien fuese el que cubría sus pasos, lo hizo lo suficientemente bien como para que Sasha tuviese que saltarse todos los protocolos para encontrar la identidad de las dos mujeres, que ahora le miraban con recelo.

Los últimos días consumieron la escasa paciencia de la que contaba Dayhen. El Relikvier no hacía otra cosa que bufar y poner mala cara, la llegada de Ryshan y el inesperado silencio que guardó sobre el motivo de su retraso solo contribuyó a que ambos terminasen enzarzándose en una pelea.

Afortunadamente, Nazh, —el líder de esa casa de locos—, estaba allí para poner freno al despliegue de testosterona de los dos hombres.

No pasaron ni veinticuatro horas desde el momento en que obtuvieron una pista importante que los llevó a peinar la ciudad como desesperados concursantes en una yincana de la búsqueda del tesoro; Las dos mujeres estaban en Bucarest.

Dos personas con su misma descripción habían entrado en el país con visado turista a principios de la semana.

En cuanto su compañero dio el nombre del aeropuerto, Dayhen y él se presentaron allí. El rastro no era tan nítido como lo había sido en la playa, pero no existía duda alguna, aquella mujer tenía que llevar la reliquia consigo.

La búsqueda comenzó entonces, extendiéndose durante dos días en los que las emociones del Relikvier del fuego se mantuvieron a flor de piel; lo suficiente como para sacar a Bok de quicio y plantarlos a ambos un par de horas atrás cuando captó el inconfundible rastro del Arven.

Y al fin tenía ante sí la responsable de aquella incansable búsqueda. La esencia que la rodeaba era tan intensa que lo embriagaba. El vínculo con el elemento del fuego estaba presente, quizás un poco más débil de lo que lo sintió en Dayhen, pero estaba al í y lo llamaba a él; Lo reconocía como El Boksen.

La mirada de sorpresa y recelo en los ojos de las dos mujeres lo hizo reconsiderar su acercamiento, no deseaba que huyesen, al menos no hasta que sus compañeros le diesen alcance… Si es que Dayhen era capaz de sacar la cabeza del culo y abrir la mente al enlace que ahora tenía que ser más fuerte que nunca antes.

—Él ha estado buscándote durante días —le dijo, respondiendo a la última parte de la conversación que había escuchado entre ellas—. No te haces una idea del humor que se trae. Pero es culpa suya. No es como si estuviese acatarrado o le hubiesen arrancado la nariz, tu aroma es inconfundible. ¿La l evas encima?

¿Puedo verla? Nunca la he visto realmente, ¿sabes? Me crearon después de todo ese lío… ¡Oye, hueles también a moras! Me gusta ese aroma, a él le gustará también, estoy seguro.

El gesto tenso de la mujer le indicó claramente que estaba confundida, la forma en la que retrocedió hablaba de recelo, por lo que acabó alzando las manos mostrándose inofensivo.

—No voy a hacerte nada, soy inofensivo para ti, lo prometo —continuó avanzando ahora hacia ellas—. Me conocen como el Boksen, pero puedes l amarme Bok. Sabía que estarías aquí, capté tu esencia unas cal es atrás, aunque eres mucho más guapa en persona. La foto no te hace justicia.

Su mirada fue entonces hacia la mujer rubia que la acompañaba, la cual se había colocado sutilmente ante ella, protegiéndola. Aquello lo hizo sonreír.

—A ti tampoco —le dijo. Su atención regresó a Naroa—. Encontré tu teléfono móvil en la playa, así supimos quien eras. Dayhen ha estado de muy mal humor desde entonces. Ya sabes, tiene la cabeza llena de fuego… y bueno, ahora mismo creo que también las venas. Necesita drenarlo, ¿pero me escucha? Noooo.

Está obsesionado contigo… o más bien con la reliquia que portas. Necesita un buen revolcón. Ahora que estás aquí, quizás puedas volver a hacer lo que hiciste antes y aplacar el fuego. ¿Cómo lo has hecho, por cierto? No es que él me lo dijese… en realidad no ha soltado prenda.

—Joder, ¿ahora también reclutan a enfermos mentales? —oyó mascul ar a la rubia, quien empujó ligeramente a su compañera haciéndola retroceder disimuladamente. A su alrededor la gente que pasaba les dedicaba alguna que otra mirada pero seguían con lo suyo—. ¿De dónde diablos los sacan?

Él vio como la otra chica se resistía, el recelo en su rostro había dado paso a la curiosidad, parecía como si quisiese hacerle alguna pregunta y no se atreviese.

—Nessa, no estoy segura que él sea…

La mujer reaccionó dando un nuevo paso atrás y hablándole en apenas un susurro.

—No te alejes de mi lado.

Pasándose la mano por el pelo, se rastró el cogote. Su rostro reflejaba su actual indecisión.

—Os juro que no soy una amenaza para ninguna —insistió y ladeando la cabeza miró a la portadora—. Dayhen no te hará daño, ninguno de los Relikviers te dañará. Solo quieren recuperar…

—¿Has dicho Relikviers? —le preguntó la rubia con una mirada más bien osca.

—¿Dayhen… como en el vicepresidente de Relikvier Corporative? ¿Dayhen Brann? —añadió ella. Su mirada fija ahora en él.

Bok frunció el ceño ante la inesperada pregunta, entonces asintió.

—Sí. —No vaciló en su respuesta, como tampoco lo hizo en caminar directamente hacia la mujer que poseía la reliquia, deteniéndose a la altura de ambas—. ¿La l evas contigo? La sensación es muy fuerte, ¿dónde está?

Ella dio un respingo cuando estiró una mano hacia delante, sin l egar a tocarla.

—¿Qué cosa? —preguntó, al tiempo que daba un nuevo paso atrás, quedándose al borde del puente.

Él puso los ojos en blanco. Menuda conversación de besugos.

—¿Qué va a ser? La reliquia —le dijo, acompañando sus palabras con un chasqueo de la lengua. Entonces frunció el ceño, como si algo en el a no encajase del todo—. Es extraño, la siento en ti, pero… hay algo más.

Naroa se tensó, su gesto no pasó desapercibido, como tampoco la intervención de su compañera.

—Aléjate de ella. —Había una clara amenaza en la voz de la mujer—.

Naroa, retrocede, este tío está loco.

Él resopló. ¿Cuántas veces habría oído la misma cantinela?

—No estoy loco —refunfuñó—. Es solo que nadie me entiende. Mi mente está l ena de cosas que he aprendido, algunas se confunden con otras. Los idiomas es lo peor, tengo verdaderos problemas para encontrar la frase adecuada y eso que el inglés es de los más fáciles… Intenta aprender lenguas muertas, verás que divertido.

—No, loco no, está de camisa de fuerza —farful ó Nessa, al tiempo que lo fulminaba con una intensa mirada—. No te acerques a nosotras o l amaré a la policía. Naroa, vamos, hay que largarse de aquí.

La ansiedad se reflejó en su rostro, no podía dejar que se marchase, pero no se atrevía a tocarla. El poder de la reliquia era muy fuerte en el a, demasiado intenso y la mirada de recelo en los ojos marrones, no prometía un buen momento.

—No, por favor… esperad —pidió dando un nuevo paso hacia ellas—.

Dayhen necesita verte, te está buscando… um… Naroa, ¿verdad? Tienes que devolvérsela. La reliquia que portas, le pertenece.

Él vio el reconocimiento una vez más en sus ojos. Sabía de lo que le hablaba, la mujer conocía la existencia de la reliquia.

—Sabes de qué te estoy hablando, ¿verdad?

Él la vio dudar, sus labios se movieron para hablar pero algo la detuvo. El aire pareció escapar de sus pulmones, ante sus propios ojos el a se giró, su mirada se perdió por el parque un instante antes de que oírla pronunciar.

—Está aquí.

Como si sus palabras fuesen la señal que esperaban, un agudo silbido surcó el aire seguido por un bajo quejido cuando el proyectil rozó el brazo de la chica y se estrel ó contra la balaustrada de piedra del parque. El griterío y la histeria de la gente que atravesaba en ese momento el camino, hicieron que todo el mundo empezase a correr para ponerse a cubierto.

—¿Eso ha sido un disparo? —preguntó Bok al tiempo que atravesaba la distancia que los separaba en pocos pasos. La rubia estaba atendiendo ya a la muchacha que se agarraba el brazo, sus dedos manchados de sangre.

—¡Naroa! —Nessa se acuclil ó junto a ella, su mirada dividiéndose frenética entre su amiga y los alrededores.

—Estoy bien, solo me ha rozado —le respondió al tiempo que dirigía la mirada hacia él—. Dime que no es tu gente.

Bok la miró a los ojos.

—No lo son.

Ella asintió y pareció relajarse hasta que un segundo proyectil impactó a escasos centímetros de ellas, enterrándose en el suelo.

—¡Maldito hijo de puta! —clamó la rubia y tiró de su amiga para ponerla en pie—. Vamos, hay que ponerse a cubierto.

—Aquí hay demasiada gente —protestó la chica.

Él echó un vistazo a su alrededor.

—Eso no parece molestarles —declaró al tiempo que se l evaba la mano al bolsillo del pantalón y sacaba un pequeño dispositivo parecido a un busca. Con un solo clic lo accionó—. ¿Quiénes son y qué es lo que quieren de vosotras?

La muchacha rubia lo fulminó con la mirada.

—Lo mismo que pareces querer tú.

Chasqueando la lengua, miró a su alrededor e indicó el sendero que rodeaba el lago.

—A juzgar por su mala puntería, tiene que estar en algún punto hacia el oeste —declaró—. Seguid el camino, acercaros tanto como podáis a los árboles, no dejéis que obtenga un blanco fácil.

Nessa frunció el ceño.

—¿Cómo sé que tú no eres uno de ellos?

Bok puso los ojos en blanco.

—Porque al contrario que ellos, yo no quiero convertirla en un pinchito moruno —aseguró y antes de que pudiese protestar, rodeó a Naroa con el brazo y la instó a caminar hacia el borde más cercano a los árboles—. ¡Ahora, corre!

En el momento en que se movieron llovieron más disparos. Los proyectiles impactaban en el suelo por delante de ellos, arrancaban alguna esquirla a los árboles o se hundían en la tierra.

—¿Siempre es tan divertido estar junto a ti? —preguntó Bok mientras conducía a la portadora de la reliquia ahora delante de él.

—Esto son solo los preliminares —respondió entre jadeos, su mirada voló por encima del hombro en busca de su amiga—. ¿Dónde está Nessa? ¡Mierda!

¡Nessa!

Él siguió su mirada a tiempo de ver como la rubia hacía frente a un hombre vestido con tejanos y camisa oscuros. A juzgar por sus movimientos y la forma en la que combatía cada golpe, estaba versada en lucha, pero la corpulencia y fuerza extraordinaria de su contrincante no eran rival para ella.

—¡Naroa, corre! —la oyó gritar un instante antes de que la chica saliese propulsada hacia atrás de una patada y acabase con un ahogado grito en el lago.

—¡Nessa!

Ella giró sobre sus pies y empezó a correr de regreso sin darle tiempo a Bok para que la detuviese. No dio ni dos pasos cuando otro hombre se unió al primero y varios proyectiles se hundieron ante sus pies, obligándola a frenar. El arma les apuntaba ahora directamente.

—El juego se termina aquí, entréganosla.

 

Naroa empezaba a tener serios problemas para respirar, la repentina carrera, el miedo, todo se confabulaba contra ella para restarle energía. Hizo varias inspiraciones profundas mientras clavaba los ojos en el hombre que la apuntaba con un fusil de precisión; un arma que sabía podría atravesarle el pecho y matarla al instante.

—No intentes ninguna estupidez —continuó sin bajar el arma, su mirada vigilante sobre el a y el desconocido que las interceptó en el puente. Sus próximas palabras estuvieron dirigidas al dispositivo de escucha que llevaba anclado a la oreja—. Objetivo alcanzado.

—Deja que se vaya, él no tiene nada que ver en esto —le pidió entre jadeos. Su mirada vagó furtivamente hacia el lago, rogando que su amiga estuviese bien.

—Podrá irse cuando le entregues lo que quiere, ya sabes cómo funciona esto —le dijo. Asegurando el arma con un brazo, tendió la otra mano hacia ella—.

Ahora ven, Markus te espera.

Se estremeció. La sola idea de estar de nuevo en sus manos la enfermaba.

Una ligera brisa tironeó de su pelo, envolviéndola como una manta helada ante el primer paso que dio hacia delante.

—Siento tener que ser yo quien os fastidie el día, tíos, pero ella se queda.

Naroa giró la cabeza, extendiendo ya la mano para decirle que mantuviese la boca cerrada si quería salir de al í con vida, pero todo lo que pudo hacer fue jadear cuando Bok la placó tirándola al suelo y la cubrió con su cuerpo.

—¡Qué demonios crees…! —jadeó el a.

—Las quejas después, ahora coge aire y aguanta la respiración o Nazh nos convertirá a en cubitos de hielo y no quiero que el Sr. Llamitas me descongele a lo Bonzo —le dijo al tiempo que la apretaba con fuerza contra él, sujetando su rostro contra el calor de su pecho—. Respira profundamente y aguanta el aire. ¡Ahora!

Una inesperada ráfaga helada atravesó el suelo con rapidez cortándole la respiración. Ella pudo escuchar el silbido de un disparo y como el proyectil impactaba en algo. A sus oídos llegó un leve quejido y finalmente el silencio.

Pasaron varios interminables y aterradores segundos antes de que el peso que permanecía sobre el a se aliviase y la voz del hombre llenara el silencio.

—La puntualidad no es precisamente lo vuestro, ¿no? —le oyó decir mientras se levantaba, para finalmente tenderle la mano para ayudarla a levantarse—. ¿Estás bien?

Ella lo miró, apartó su mano y giró hacia el lugar dónde estaba el tirador.

Éste permanecía de bruces en el suelo, a su lado un hombre mantenía un pie sobre su mano, impidiéndole coger el arma que había perdido.

La tos y las maldiciones de su amiga l egaron hasta ella haciendo que soltase aliviada el aire que estaba sosteniendo; Nessa ya había salido del agua y escupía mientras siseaba entre dientes.

—Gracias a dios —musitó para sí. Se movió dispuesta a ir hacia ella, pero una nueva presencia se interpuso en su camino.

—Volvemos a encontrarnos, duende.

Alzó lentamente la mirada y le vio por primera vez a la luz del día, el hombre que había conocido en la playa. Su amante de una noche, Dayhen Brann.