CAPÍTULO 2

 

Naroa dejó la taza sobre el trozo de papel que hacía la función de posavasos, el sabor amargo del café le inundaba la boca; no era algo que le gustase pero venía muy bien para espabilarse. Y ella necesitaba estar despejada, era precisamente ahora, a la luz de un nuevo día que los sucesos cobraban sentido; era el momento de enfrentarse a las consecuencias.

Pero, ¿qué ocurría cuando las consecuencias de una noche erótica e inolvidable la dejaban en un estado inmejorable? No tenía resaca. Se sentía plena y maravillosamente bien. De hecho, no podía recordar la última vez que su cuerpo le respondía sin quejas, sin pagar factura por los excesos de una única noche.

Se recostó contra el respaldo de la sil a y echó la cabeza hacia atrás, la imagen de su dormida amiga en el sofá del salón la hizo sonreír. Un brazo en el suelo, otro cubriendo el rostro y la manta de lana medio caída eran un conjunto difícil de olvidar.

El reloj en forma de conejo que Nessa l evaba consigo a todos los sitios, marcó las once de la mañana. Ella se giró y observó las manecillas con hipnótica atención, aquel ridículo aparato parecía encontrar siempre un hueco en sus maletas convirtiéndose en un recordatorio de la vida nómada que habían emprendido cinco años atrás.

Este había sonado en el momento exacto en que atravesaron la puerta de la habitación del hotel en el que se alojaban; las cinco de la madrugada y dos amigas riéndose y canturreando en voz baja mientras caminaban del brazo intentando mantener el equilibrio. La fiesta en la playa se alargó más de lo esperado, unido al correr de la cerveza y la contagiosa algarabía de una noche especial, solo volvieron cuando sus respectivas parejas decidieron desaparecer.

Nessa había emitido un pequeño chillido al ver el sofá y se lanzó sobre él para ponerse a roncar casi al instante; no se había despertado desde entonces.

Se pasó una mano por el pelo todavía húmedo por su temprana ducha. Al contrario que su amiga, ella había ido directa a la ducha para quitarse el olor a humo y la arena pegada en su piel. Una traviesa sonrisa había curvado sus labios al recordar el agua caliente acariciando su sensible piel tal y como lo hiciera él antes, el alcohol todavía corría por sus venas aplacando la conciencia que resurgió con el comienzo del nuevo día.

Sin embargo, nada de aquello ensombrecía su buen humor, unas pocas horas de sueño y se encontraba tan descansada como si hubiese dormido días.

Sus recuerdos de la noche anterior no confirmaban si no su nuevo credo.

“Aprovecha el momento, porque puede ser el último para ti”. Por primera vez, la mañana la encontró fresca, sonriente y dispuesta a enfrentarse al mundo sin el lastre que siempre parecía dispuesto a hundirla y robarle poco a poco la vida.

El sonido de la alarma del correo electrónico devolvió su atención al portátil.

El destinatario enseguida l amó su atención. La sonrisa abandonó sus labios y su mirada cayó inmediatamente en el cuerpo del mensaje.

«Hora de levantar el vuelo. Relikviers. Encuéntrales.»

Hora de levantar el vuelo. Aquel a frase parecía resaltar más que las otras ante sus ojos. Una vez más tendrían que ponerse en marcha y a juzgar por los dos bil etes de avión adjuntos al mensaje, su destino no estaba demasiado lejos.

Seguirían viviendo en el mismo continente pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Cuándo podrían establecerse por algo más de dos o tres meses?

Dejando escapar un cansado suspiro, encendió la impresora y procedió a imprimir los dos bil etes de avión.

—No tenemos mucho tiempo para hacer las maletas —murmuró para sí mirando el horario del vuelo.

Un bajo gruñido acompañó al sonido de la impresora mientras se ponía en marcha, ella se giró justo a tiempo de ver a su compañera despertando al caer al suelo.

—¿Qué es eso? ¿No atacan?

Ella esbozó una irónica sonrisa.

—Solo si crees que la impresora se convertirá en un Transformer —le dijo —. Buenos días, bienvenida al mundo de la gente despierta.

Nessa se frotó el rostro con las manos y procedió a desperezarse.

—¿Buenos días? Señor, ¿cómo demonios haces para estar fresca como una lechuga tras haber dormido…? Um… ¿Qué hora es?

Ella sonrió.

—Hora más que suficiente para que te levantes y hagas la maleta —declaró extrayendo la primera página de la impresora para mostrársela—. Nos vamos a Bucarest.

La mujer miró el papel que le tendía, se levantó y cruzó la habitación para cogerlo.

—Dímelo una vez más, ¿por qué seguimos las órdenes de este tipo como si se tratase de La Búsqueda del Tesoro o algo más absurdo? —preguntó haciendo una mueca—. Bucarest, ¿qué demonios quiere que busquemos allí? ¿A Drácula? Espera… ¿Relikviers? Um… me suena el nombre.

Ella alzó la mirada.

—¿Ah sí?

Su amiga asintió y chasqueó la lengua.

—Tenemos menos de tres horas para ponernos en marcha si queremos l egar a tiempo para coger el maldito avión —continuó. Su mirada se encontró con la de el a—. ¿Queremos coger el maldito avión?

La pregunta no era la primera vez que surgía y todavía no tenía una respuesta que fuese adecuada.

—Naroa…

Ella sabía que venía a continuación, habían mantenido aquella conversación una y otra vez.

—Tenemos que confiar en él.

Él, quien quiera que fuese, se había convertido en una especie de ángel de la guarda para el as.

—Esto es una locura.

Sí, una locura que ya duraba cinco años. Una desesperada carrera contra el tiempo y para mantenerla a el a a salvo. Su aparición había supuesto el comienzo de todo; la arrancó de las garras de un lunático, la entregó al cuidado de Nessa y desveló para el a el secreto de su vida.

Él sabía quién era ella y la obligó a ponerse en movimiento, condujo sus pasos con precisión milimétrica alejándola del infierno desatado sobre su vida y permitiéndole de algún modo vivir unos pocos meses sin la hoja del verdugo sobre su cuello.

—Sé que es una locura, Nessa —aceptó ella—. Pero hasta el momento él es el único que responde mis dudas.

Su amiga esbozó una mueca y se inclinó sobre el teclado.

—No me quejaré por que sea quien sea ese fantasma paga nuestras facturas —declaró de forma práctica—. Pero eso no quiere decir que confíe en él, no señor, ni un poquito.

La chica abrió el buscador de Google e introdujo el nombre que aparecía en el correo electrónico frunciendo el ceño al ver las opciones que aparecían en él.

—Relikvier Corporative. —Leyó por encima—. Es una de las mayores empresas de arte y antigüedades. Tienen sucursales en todo el mundo, se les consideran punteros en su sector y su sede está en… oh, adivina… Parece que después de todo sí iremos a conocer el país de Vlad Tepes.

Naroa se inclinó hacia delante para leer mejor.

—¿Una empresa de antigüedades?

Su amiga esbozó una irónica sonrisa y le palmeó el hombro.

—Míralo de esta forma, te sentirás como en casa —aseguró con profunda ironía—. En fin, si tenemos que largarnos para coger ese avión, será mejor que me duche. Tú puedes empezar a hacer las maletas.

La chica estaba ya girando sobre sus talones cuando oyeron el timbre de la puerta.

—Um, debe ser Todd. Dijo que se pasaría —dijo Nessa. Entonces resopló —. Ese hombre no entiende el significado de “rollete” de una noche. ¿Puedes deshacerte de él?

Ella puso los ojos en blanco. Empezaba a ser una especialista en deshacerse de los novios de su amiga.

—¿Qué enfermedad tienes ahora? ¿Algo realmente contagioso? ¿Lepra?

—le dijo con ironía mientras se levantaba.

La chica le echó la lengua.

—Dile que me he mudado de país —sugirió—, después de todo, en pocas horas eso no será mentira.

Naroa puso los ojos en blanco y fue a abrir la puerta.

—No sé si eso será suficiente para disuadirle —farfulló—, al último lo recibí con un cuchillo de cocina en las manos y me miró como si fuese una psicópata.

¿Qué culpa tengo yo de que me pillase troceando la carne?

—Ánimo —le dijo ella desapareciendo ya por el pasillo—, al próximo que se te pegue como una lapa lo espanto yo.

Ella hizo una mueca y se giró desde la puerta.

—Eso lo haces sin necesidad de que se me peguen como lapas — refunfuñó y entonces murmuró solo para ella—. No les das tiempo a que se me acerquen siquiera.

—¡Te he oído! —declaró su amiga seguido del sonido de la puerta del cuarto de baño al abrirse—. No creas que me he olvidado de ese tío con el que te has enrol ado a noche… ¡Quiero todos los detal es!

Con una última mirada en su dirección la avisó.

—Si de veras quieres que diga que no estás, será mejor que empieces a callarte.

No obtuvo respuesta. Sacudiendo la cabeza, salió al recibidor y abrió la puerta cuando el timbre volvió a sonar. Ella se encontró ante un desconocido que l evaba una bonita sonrisa y una única rosa en las manos.

—Hola, tú debes de ser Naroa.

La sorpresa dio paso inmediato al recelo.

—¿Quién lo pregunta?

La áspera respuesta pareció sorprenderle, pero no por el o perdió la sonrisa.

—Me lo merezco —respondió él al tiempo que le tendía la flor—. Soy el tío que te dio plantón anoche. En mi defensa tengo que decir que no ha sido a propósito, me llamaron del hospital y no pude zafarme.

Empezó a perder el color cuando las palabras que él pronunció se hundieron con fuerza en su interior.

—Tú eres…

—Cristian —asintió él. Su propia sorpresa parecía haberlo hecho dudar—.

Um, ya sabes, el amigo capullo de Todd.

El poco color que pudiera quedarle en el rostro se volatilizó, el aire escapó rápidamente de sus pulmones y antes de que se diese cuenta de sus actos le cerró la puerta en las narices y giró sobre sus talones.

—¡Vanessa, sal ahora mismo! —gritó apresurándose hacia la puerta del baño—. ¡Nessa!

La chica abrió la puerta a toda prisa, su mirada buscando cualquier posible peligro solo para darse de bruces con el a.

—¿Qué ocurre?

Naroa se aferró a las mangas del albornoz que llevaba; no le había dado tiempo ni de meterse bajo el chorro del agua.

—Cristian está ahí fuera —declaró el a con un siseo.

La sorpresa en el rostro de la chica dio paso a una divertida sonrisa.

—Um… tuvo que ser un polvazo fantástico para que haya venido corriendo a verte —se burló el a.

Su mirada encontró la de su amiga.

—Él no es… él —declaró enfatizando la última palabra.

El gesto en su cara fue suficiente para desquiciarla.

—¿Cómo que no es él?

Con una negativa, indicó con un gesto aireado hacia el pasillo.

Él no es el tío con el que me lie anoche. —Su voz subió de volumen—.

¡No lo es!

Su amiga bufó.

—Naroa, cielo, vale que nos hemos pasado con las cervezas… y era de madrugada… pero…

Ella se exasperó hasta el punto de l egar a sacudirla.

—¿Estás escuchando lo que te digo? ¡No es él! ¡No conozco de nada a ese tío!

El timbre de la puerta volvió a sonar haciendo que ambas mujeres se volviesen hacia el pasillo.

—¿Estás segura que no es el mismo tío?

Ella puso los ojos en blanco y la soltó.

—Por supuesto que estoy segura —resopló—. Ese tío no es… el tío con el que me enrollé anoche.

La chica entrecerró los ojos.

—¿Completamente segura?

Las ganas de gritar empezaban a sobrepasarla.

—¡Malditamente segura, Nessa!

Ella frunció el ceño.

—Entonces, ¿con quién diablos te has liado en la playa?

Un pequeño gritito escapó de entre sus labios al tiempo que introducía los dedos entre su pelo con desesperación.

—¿Cómo quieres que lo sepa? —chilló—. Podría ser cualquiera…

incluso…

Las palabras se perdieron y Naroa supo que ambas estaban pensando lo mismo.

—Nos vamos ya —se adelantó Nessa cuando el timbre volvía a sonar una vez más—. Recoge lo más rápido que puedas. Me desharé de él y nos largamos.

Ella asintió aunque por dentro empezaba a temblar. ¿Cómo podía ser tan descuidada?

—Nessa…

Su amiga le cogió el rostro entre las manos como solía hacer cuando estaba a punto de entrar en pánico.

—No te tendrán, Naro —declaró con fiereza—, no dejaremos que ese hijo de puta o sus hombres vuelvan a acercarse a ti.

Asintiendo apretó una de las manos de su amiga y retrocedió.

—Ve a recoger —La envió—. Me inventaré algo y después nos iremos cagando leches para el aeropuerto.

Sin perder un segundo corrió a su habitación, sacó la pequeña maleta, — que siempre tenía medio lista—, y empezó a recogerlo todo. Tres meses. Tres cortos y breves meses era toda la libertad que tuvo, ahora, debían ponerse de nuevo en movimiento. No podía permitir que él la atrapase, jamás le daría lo que quería.

 

Dayhen bajó por la larga y estrecha vía adoquinada de edificios de no más de tres plantas que formaban la cal e de Mon, en el centro de Oviedo. El Restaurante Raitán dónde debía encontrarse con su compañero se ubicaba en la plaza Trascorrales; un local rústico en el que ofrecían típicos platos asturianos. Se había pasado buena parte de la madrugada caminando, relajado y asombrado por la paz que habitaba en su interior, pensando en lo ocurrido hasta el momento. Su escarceo con la pequeña duende lo dejó en un estado meditabundo. En su memoria solo existía un recuerdo que contuviese una paz como la que el a le había proporcionado, pero la manera de obtenerlo… Todavía se estremecía ante aquellas imágenes, ante el vacío que siguió a aquel desolador incendio; el fuego en su interior se había aplacado, sí, pero a un costo que jamás podría permitirse.

En contra de su buen juicio había vuelto a la playa poco antes del amanecer, la buscó entre los rescoldos de las hogueras, entre las parejas borrachas, o los que se despejaban en el agua fría y salada de la mañana; pero ella ya no estaba allí.

Una nueva urgencia por terminar con lo que lo trajo inicialmente a Asturias lo obligó a coger el coche y conducir de regreso a su hotel. Allí se duchó para luego volver a salir. Su compañero dejó una nota pegada a la puerta, sabiendo que sería la manera más efectiva de que la leyese, con las sel as del restaurante en el que lo esperaría. No sabía que le daba más miedo, si el que Bok hubiese salido por su cuenta o lo esperase en un restaurante.

No se había molestado ni en detenerse a desayunar, tomó un café en una de las máquinas expendedoras y fue directamente al Museo Arqueológico.

Emplazado en el antiguo claustro de San Vicente, el edificio de piedra y ventanas de madera que albergaba el Museo se había ampliado recientemente. La estructura de la nueva parte destacaba por su aspecto contemporáneo. De líneas rectas, cristal y color, incluso el suelo, salpicado de baldosas azules y verdes sobre fondo arenisca resultaba un brusco contraste contra la piedra que cubría buena parte de la zona antigua. Un edificio modernista rodeado por siglos de historia.

Su reunión con la Dra. Rodríguez, —la especialista que había pedido ayuda a su empresa para comprobar la autenticidad de la pieza encontrada recientemente en las excavaciones—, discurrió en una agradable conversación salpicada de historia y coqueteo. En otro momento, sin duda encontraría a la mujer atractiva y no dudaría en encontrarse con ella para un polvo rápido en alguno de los almacenes, pero su prioridad era comprobar el objeto, su autenticidad y ver si tenía algo que ver con aquello que buscaban. Tras un minucioso examen dedicado más a autentificar el periodo y autenticidad de la pieza que a comprobar si era o no una de las cuatro reliquias, firmó con el museo un acuerdo por la pieza. Esperaba que en las próximas semanas uno de los entendidos en el periodo de la pieza, se pasase para hacerse cargo de ella y su conservación.

La placa identificativa de la plaza sobresalía a su derecha, un estrecho paso entre dos edificios lo condujo a su destino. Las estatuas de una lechera y su burra lo recibieron sobre un suelo de baldosas amaril as divididas por franjas grises, un grupo de casas de varios tonos circundaban el lugar logrando un conjunto único. El verde toldo con el nombre del restaurante lo llamó de inmediato, varias sillas y mesas de madera ocupaban la parte de la terraza mientras el cartel de un intenso violeta mostraba el menú y las especialidades de la casa.

Sentado a una de las mesas, un hombre de alborotado cabello negro y una discreta americana que imitaba la piel blanca y negra de una vaca —discreta en comparación a otras prendas de colores chillones que solía vestir—, disfrutaba de un copioso desayuno.

—¡Buenos días, jefe! —La bienvenida no hizo si no provocar una punzada en su pecho. No era buena señal, no podía serlo.

—¿Qué has hecho ahora, caja estúpida?

Los ojos azul claro del hombre se abrieron ligeramente, sus labios se estiraron en una divertida sonrisa al tiempo que dejaba el tenedor de nuevo sobre la mesa.

—Nada que amerite ese precioso apelativo —aseguró indicándole una silla vacía al otro lado de la mesa—. ¿Qué tal ha ido la entrevista con la doctora Rodríguez?

Él dejó escapar un resoplido y acortó la distancia entre los dos, pero no tomó asiento.

—Como mujer de negocios es… difícil —respondió a desgana—, y como arqueóloga… una pesadil a. Pero bueno, cuando la dama tiene razón, hay que dársela. El objeto que han encontrado corresponde a la datación que sugieren, a primera vista parece auténtico, las muescas en el metal y el grabado son inconfundibles. Hemos cerrado las condiciones del seguro. A Ryshan le gustará, es una pieza bastante fina.

El hombre esbozó una sonrisa.

—¿La arqueóloga o el hallazgo?

Con una breve negación de cabeza arrastró la silla hacia atrás y se dejó caer en ella.

—Es posible que ambas —dijo estirando la mano para coger el periódico que su compañero pareció dejar a un lado.

Él no l egó a tocar el diario pues su compañero lo interceptó sujetándole el puño de la chaqueta. Alzó la mirada hacia él y lo vio husmear el aire mientras su rostro mudaba de la sorpresa a la incredulidad, un segundo después la sil a caía con estrépito al suelo.

—Bok, que demonios…

No le dio tiempo a liberarse, el puño de su chaqueta se presionaba ahora contra la nariz masculina. Si bien estaba acostumbrado a las excentricidades del hombre, aquello iba mucho más al á de las majaderías que solía hacer.

—No puedo creerlo. —Aquel as fueron las primeras palabras que consiguieron abandonar la garganta del hombre—. La has encontrado.

De un brusco tirón, liberó su brazo de las manos de su compañero.

—¿Qué mierda piensas que estás haciendo?

Los ojos claros se encontraron con los suyos, la excitación bailaba alegremente en el os.

—¡Oh, joder, jefe! ¡La has encontrado! —exclamó al tiempo que lo recorría de los pies a la cabeza con la mirada. Sus manos siguiendo cada uno de los movimientos como un niño que busca el regalo oculto que trae su padre—.

¿Dónde está? ¿Por qué no me llamaste enseguida? Por todos los dioses, ¡la has encontrado!

Un rápido chispazo salido de ningún lado hizo que el hombre diese un salto atrás, apartándose de inmediato de él.

—¡Joder, jefe! Es mi chaqueta favorita —se justificó al tiempo que palmeaba rápidamente el cuello de piel, del que salía humo—. La próxima vez que pidas cita para ver a una psicóloga, asegúrate de que te dé el tratamiento antes de tirártela.

Él entrecerró los ojos, su mirada fija en el imbécil que tenía delante.

Realmente, tenía suerte de que lo necesitaran, de lo contrario lo quemaría a él y no al maldito abrigo.

—¿Dónde está? —insistió, ahora que el peligro de incendio se extinguió—.

No seas cabronazo, déjame verla…, solo un pequeño vistazo.

Alzó una mano con un claro gesto que dejó al hombre inmóvil en el lugar.

—¿De qué mierda estás hablando?

La sorpresa cruzó los ojos azules, su ceño se intensificó y él vio como el chico metía las manos en los bolsillos, como si necesitara refrenarse a sí mismo.

—Pues de qué va a ser —dijo, como si le hiciese una pregunta absurda—.

¿Dónde la encontraste? ¿La tenía la arqueóloga?

Su propio ceño se intensificó ante aquellas inesperadas y extrañas preguntas. No tenía la menor idea de lo que pasaba.

—¿Dónde he encontrado el qué? ¿De qué diablos estás hablando, Bok?

La sorpresa en el hombre frente a él ahora era palpable.

—¿No la tienes?

Estaba empezando a exasperarse.

—¡Tener el qué!

Su compañero sacó las manos de los bolsillos enfatizando sus próximas palabras.

—La reliquia, Dayhen —declaró indicándole con un gesto de la mano—.

Apestas a reliquia.

El recibir una bofetada no le hubiese sorprendido tanto como el escuchar aquellas palabras. El color abandonó progresivamente su rostro, podía sentir un sudor frío bajándole por la espalda.

—Eso es… imposible.

Los ojos en blanco de Bok no decían lo mismo.

—Usted, perdone… “Señor yo todo lo sé, pero no puedo oler una reliquia ni aunque me den con el a en las narices” —espetó él con absoluto sarcasmo. Un par de pasos más y estaba de nuevo frente a él, su dedo índice clavándosele en el pecho—. Apestas a reliquia, jefe, a “tú” reliquia. Si vas a decirme que no la tienes…

De repente empezaba a faltarle el aire, la saliva se espesó en su boca.

—No la tengo.

Si aquello fuera comparable a una escena de dibujos animados, la forma en la que a su compañero se le cayó la mandíbula sería perfecta.

—Vale, de acuerdo, ¿dónde está la cámara oculta? —preguntó él mirando a su alrededor—. ¿Te has compinchado con Nazh para gastarme una broma?

Él negó con la cabeza.

—No, Bok —respondió todavía en shock por la noticia—. No es una broma, no he encontrado ninguna de las reliquias, ni siquiera he sentido su presencia o la cercanía de cualquiera de los elementos que…

El chillido del hombre lo interrumpió, la forma en que se l evó las manos a la cabeza y se mesó el pelo corto no presagiaba nada bueno. La desesperación era palpable en sus ojos.

—Pero es que no se trata de una reliquia cualquiera, Dayh —clamó con desesperación—. Es el Arven Odin… y perdona que te lo diga tan crudamente, jefe, pero… ¡A—P—E—S—T—A—S a él!

Sus manos volvieron a estar casi al instante sobre la chaqueta del Relikvier.

—Tuviste que tenerla en tus manos o tocarla. —Parecía que iba a empezar a arrancarse el pelo de un momento a otro—. O al menos estar cerca de su portador…

La dimensión de los hechos empezaba a filtrarse profundamente en él, pesando tanto como una losa y abriendo al mismo tiempo un resquicio de esperanza que no había sentido en mucho tiempo.

—La marca que ha dejado en ti es muy profunda —continuó Bok sin darle tiempo a pensar—, eso implica que has tenido que tener la reliquia prácticamente en las manos.

Él negó con la cabeza.

—Eso es imposible. —No podía aceptarlo, sencillamente no tenía sentido —. De ser el Arven… tendría que haberlo sentido, Bok.

El chico se encogió de hombros en respuesta.

—Eso sería lo normal —aceptó al tiempo que daba media vuelta y se ponía a caminar de un lado a otro al tiempo que se rascaba la nariz. Un gesto que hacía siempre que estaba nervioso o excitado por algo—. ¿Estás seguro que no sentiste nada? ¿Un incremento de poder mayor de lo común? ¿No te descontrolaste en ningún momento? ¿Tu don no se ha visto alimentado en alguna manera, aumentado? No sé… ¿algo?

Él negó con la cabeza.

—No —respondió pensando en las últimas horas y en su entrevista con la doctora en el museo. Su poder había permanecido calmado, saciado desde la noche anterior—. El museo está lleno de objetos antiguos, incluso el torque tenía cierta… conexión con la tierra… pero nada que ver con las reliquias.

Bok se pasó una mano por el pelo con gesto desesperado y resopló.

—No entiendo nada —aceptó sin más—. Si no está en el Museo, ni tampoco la tiene la arqueóloga, entonces, ¿cómo es posible que apestes a el a?

Tiene que haber algo más, Dayhen, piensa, ¿en dónde y con quien has encontrado desde que nos separamos?

Las palabras se quedaron atascadas en su garganta cuando una repentina imagen penetró en su mente. Un sencillo vestido amarillo y un horrible sombrero de playa.

—Oh, tío. Puedo deducir sin temor a equivocarme por esa mirada de “estoy jodido”, que acabas de encontrar la pieza del puzle que nos falta. —La voz de Bok se filtró en su mente—. Ahora sé bueno e ilumina al Boksen, ¿sí?

Su respuesta fue escueta pero muy reveladora.

—Mierda.

—Oh, sí, hasta el cuello. —Él le dio la razón sin más—. ¿Y bien? ¿A cuántas te has cepil ado? Si me dices que menos de cinco seré la caja más feliz del planeta.

Su respuesta no alegró precisamente al hombre.

—La playa estaba llena de gente —se estaba respondiendo más a sí mismo que a su compañero.

—¿Qué pasa? ¿Les dices que se pongan en fila y te las vas tirando de una en una? —le dijo de forma irónica.

—Solo… fue ella.

La mirada escéptica en su rostro hablaba por sí sola.

—¿Ella? En una playa llena de tías en bikini y a tope de cerveza, me dices que solo fue… ¿una?

Sus ojos se encontraron.

—Fue suficiente.

Él vio como Bok abría la boca y volvía a cerrarla. No sabía si era por prudencia, porque se quedó sin palabras o vio algo más en su mirada.

—¿Pasó algo fuera de lo común mientras estabas con ella? —la pregunta fue directa y no había broma en su tono—. Ya sabes, un aumento de poder, quizás… o disminución, más bien. No sé, alguna conexión…

Él frunció el ceño. Su encuentro fue extraño, la forma en la que la encontró, la repentina atracción… Pero aquello no significaba que ella tuviese la reliquia…

¿verdad? No, era imposible. Él la habría reconocido tal y como la reconoció años atrás, aquella conexión, la explosión de su poder… nada había sido como entonces.

—No —declaró—. He sentido antes la reliquia, Bok y con ella… fue extraño, pero ni de lejos la misma sensación.

Con todo aquello captó su interés.

—Extraño como —insistió, su mirada fija en su rostro como si buscase allí las respuestas.

Él negó con la cabeza.

—No lo sé —resopló y se pasó las manos por el pelo—. Lo usual… el fuego empezaba a lamerme la piel… el a… la utilicé… solo fue un polvo, pero… de alguna manera… fue distinto. Ella… me calmó… calmó al fuego.

Bok asintió.

—¿Cómo si lo extinguiese, lo consumiera?

Su mirada deambuló por la plaza, cruzándose con alguna que otra persona que iba de paso.

—Es… posible.

Un bajo silbido llamó de nuevo su atención.

—Bueno, ahí está la respuesta que buscamos —le dijo volviendo a la mesa para recoger el periódico y el bolso bandolera que cruzó por delante de su pecho —. Tu nueva mujercita ha tenido que tener la reliquia en sus manos, o estar en contacto con ella durante bastante tiempo porque apestas a reliquia.

—Mierda —siseó de nuevo.

Él lo ignoró y fue directo a lo que necesitaba saber.

—¿Alguna idea de dónde podemos encontrar a la gatita caliente?

Él negó una vez más con la cabeza.

—Estupendo —dejó escapar un resoplido—. ¿No te sientes como un completo gilipol as? Es que empiezo a verte en ese marco y no veas lo bien que encajas. Sabrás al menos la playa, ¿no?

Él le dedicó una mirada fulminante.

—Eh, no me mires así, yo no fui quien la perdió —respondió alzando las manos—. Es más, estoy poniendo todo de mi parte para encontrarla para ti, ¿ves?

Soy útil, no puedes matarme.

No pudo hacer otra cosa que poner los ojos en blanco.

—¿Podrás rastrearla?

Él imitó su gesto.

—Hombres y sus juguetes —resopló—. Venga, coge la correíta y sácame a paseo, con suerte no levantaré la pata sobre tu reliquia.

 

Naroa alzó la mirada del bolso al escuchar el anuncio que l amaba a los pasajeros de su vuelo. Llegaron con el tiempo justo para devolver el coche de alquiler y sacar las tarjetas de embarque. El aeropuerto de Asturias se encontraba a cuarenta y siete quilómetros de la capital del principado, un trayecto que para ella resultó demasiado largo bajo la ansiedad provocada por los descubrimientos de las últimas horas. No fue capaz de pasar ni un solo bocado del sándwich que Nessa le compró en la cafetería del aeropuerto. Su mente se entretenía recordando cada segundo de lo ocurrido la noche anterior, la fiesta en la playa, el correr del alcohol, el desconocido a quien confundió con su cita y el ardiente polvo que vino después… Todo el o parecía estar ahora riéndose de el a, recordándole que había bajado la guardia, algo que no podía permitirse.

Su nerviosismo iba en aumento, era incapaz de dejar de mirar por encima del hombro como si esperase verle de un momento a otro caminando hacia el a.

Su sonrisa, su mirada penetrante y esa voz suave y profunda que una vez encontró sexy y calmante, seguían presente en sus pesadillas; estuviese dormida o despierta. No caería de nuevo en sus manos, así muriese en el intento, él no volvería a tocarla, jamás le daría lo que buscaba.

—Ese es nuestro vuelo, será mejor que embarquemos.

La voz de Nessa contribuyó a aplacar en algo su temor. Su compañía era lo único que la mantenía cuerda y en marcha; gracias a el a seguía viva.

—No encuentro mi teléfono móvil —dijo volviéndose a su amiga—. He registrado mi bolso de arriba abajo y no lo encuentro.

La chica frunció el ceño.

—Quizás lo has metido en la maleta.

Ella negó con la cabeza.

—No. —No dudó en su respuesta—. Sabes que siempre lo l evo encima o en el bolso. No está.

Las cálidas manos de Nessa se posaron sobre sus hombros y la obligaron a mirarla.

—Está bien, Naro, solo respira —le habló en voz baja, calmada—. No sabemos si ese tío tiene algo que ver con el hijo puta de Kramer. No caigas en su trampa, eso es precisamente lo que él quiere, lo que busca y no podemos permitírselo, ¿vale? No permitas que su sombra condicione tu vida.

Ella se pasó una temblorosa mano por el pelo. Cinco años, cinco malditos años desde aquello y su nombre seguía provocándole escalofríos. Markus Kramer era sinónimo de muerte para ella. Ese hombre había cambiado su vida para siempre, la despojó de su calidez, de su ingenuidad y la obligó a enfrentar un destino del que, hasta ese momento, no tenía conocimiento.

—Y no te preocupes por el teléfono —insistió tratando de tranquilizarla—.

Es un pobre móvil de prepago, comprado en una tienda de segunda mano y la tarjeta está trucada. Aunque lo encontraran, no podrían rastrearlo hasta nosotras.

Ella quería ser tan optimista como su amiga, pero los pasados sucesos la obligaban a mantenerse siempre en guardia, a desconfiar de todos y todo. No podía darse el lujo de ser la misma muchacha inocente e ingenua de antaño, su vida dependía de el o.

—¿Cómo haces para mantener siempre ese nivel de optimismo? — preguntó alzando la mirada hacia el a.

Su amiga se encogió de hombros.

—Siempre es mejor ver el lado positivo de las cosas —aseguró—. Para lo demás, están los noticiarios.

«Aquello era indiscutible», pensó dejando escapar lentamente el aire.

Los altavoces comunicaron la última l amada para embarcar en su vuelo. Tomando una profunda respiración, echó un último vistazo a la terminal y se giró hacia ella.

—Ese es nuestro vuelo —dijo cerrando el bolso—, vámonos, no quiero permanecer aquí más tiempo del necesario.

Con un último vistazo a su alrededor, continuaron hacia la puerta de embarque.

 

Dayhen empezaba a tomar perfecta conciencia de su metedura de pata. No se trataba simplemente el hecho de haber retozado con la mujer que, a juicio de Bok, tenía que poseer la reliquia, sino al hecho de que ahora, más de diez horas después de su encuentro, sentía los rescoldos de poder que la noche anterior estuvieron allí.

La playa ahora estaba desierta, la basura y los restos de las hogueras que la cubrieron la noche anterior ya no estaban, las marcas del tractor que limpiaba la playa permanecían todavía sobre la arena. La magia de la noche se había extinguido y se l evó con ella la única pista que tenían sobre su reliquia.

La chaqueta de Bok ondeaba movida por la brisa del mar, sus botas de combate se hundían en la arena con cada paso que daba. Las huel as formaban un extraño sendero, ahora hacia delante, ahora hacia atrás, como las que dejaría un sabueso persiguiendo algún rastro sobre el suelo.

—Oh, tío, ha estado aquí —aseguró girando una vez más para dirigirse hacia la línea del agua y volver a ascender de nuevo—. ¿Cómo diablos no lo has notado? ¡Lo impregna todo! ¡Es poderosísima!

Eso es algo que estaría más que feliz de descubrir, pensó. Su mirada deambuló por la playa, el lugar se veía muy distinto a plena luz, como si los recovecos y la oscuridad que los había amparado en la noche no existiesen en la realidad que tenía frente a él. Sentía la vibración de su poder despertándose de su larga siesta, su piel tirante como si le faltase hidratación, algo en el aire tiraba de él, lo impulsaba a caminar, a buscar.

—Tú también lo sientes, ¿no es así? —La voz de su compañero atrajo la mirada en su dirección—. Ahora puedes sentirla.

No es como si pudiese negarlo, lo curioso es que no notase nada parecido cuando había vuelto a por el a antes de que saliese el sol.

—Hay algo… que l ama al fuego —declaró, sus palabras hoscas—. Pero no se parece en nada a la huella que sentí aquel a vez. Es… mucho más diluido, calmado.

El hombre arqueó ligeramente una delgada ceja oscura ante sus palabras y desanduvo el camino hasta detenerse frente a él. Ambos compartían una altura similar que solo le superaba en tres centímetros.

—¿Me permites?

Él se tensó. Sabía que venía a continuación, la mirada en los ojos de Bok no dejaba lugar a dudas y no era precisamente algo que le gustase. El ser que esperaba frente a él había sido creado a partir de la esencia de las reliquias y sus respectivos elementos; tenía una conexión directa con su elemento y cada vez que le permitía acceder a ello, terminaba de rodillas.

Con un seco gesto de la cabeza, le permitió proceder.

—Apriétense los cinturones, amigos, aquí vamos —murmuró él antes de posar la mano derecha sobre su corazón y dar rienda suelta a su esencia.

Su fuego se encendió con la rapidez del relámpago propagándose por todo su cuerpo, abrasándole y alcanzando el vínculo que unía a todos los Relikviers con el Boksen. Le asombraba que el hombre no acabase calcinado.

—Respira. —Oyó su voz mucho más profunda que de costumbre, el poder subyacente en cada nota—, no luches. Está en ti. Por todo lo sagrado… has forjado un vínculo… es débil, no está del todo construido pero… está ahí… ¡Joder!

Una pequeña chispa de fuego abandonó su cuerpo e hizo que diese un salto atrás. Bok soplaba unos dedos cuyas yemas ahora aparecían quemadas.

—Enhorabuena, campeón —dijo mientras se abanicaba la mano—. No sé cómo demonios lo has conseguido, pero has creado un vínculo directo con la reliquia.

Él frunció el ceño sabiendo que aquello era del todo imposible.

—Pero eso no es posible —negó con convencimiento—. Para ello, tendría que haber tocado al menos la reliquia y de ser ese el caso, la sentiría.

Su compañero se limitó a encogerse de hombros.

—Que me registren, tío —dijo alzando ambas manos—. No tengo la menor idea de cómo lo has hecho, pero lo que está claro es que la has marcado, o la reliquia te ha marcado a ti… Sea como sea, tienes que dar con esa chica y recuperar el Arven.

Una vez dicho lo que tenía que decir, volvió a mirar la playa, alzó la cabeza y se puso a husmear el aire como si esperase encontrar algo en él.

—Y ahora que estás marcado, no debería de resultar complicado — murmuró al tiempo que echaba a andar hacia una de las zonas por las que se accedía al arenal—. El fuego se sentirá atraído hacia la reliquia y tú también.

Él se estremeció interiormente ante el pensamiento de tener por fin el objeto que l evaba tanto tiempo buscando en sus manos; aquel sería el final de su peregrinaje.

—La chica, necesitamos descubrir su identidad.

Él se detuvo un instante y le dedicó una irónica mirada.

—¿Nunca preguntas el nombre de la mujer con la que te acuestas? —le soltó sin reparos—. Sería todo un detalle por tu parte, por no mencionar que ahora mismo nos vendría de perlas.

No respondió. Su vida privada no era de dominio público.

—Bien, pues en ese caso seguiré con la nariz pegada al suelo —continuó él —. Reza por un milagro.

Él se tensó.

—Yo no rezo.

Bok dejó escapar un resoplido.

 

—Pues mira, no es mal día para que comiences a hacerlo —le espetó—. Y

ahora, si guardas silencio durante un momentito quizás pueda ganarme una galletita.

Una vez más tuvo que recordarse el por qué no podía quemar hasta los huesos al hombre, algo que haría con sumo gusto. Estaba a punto de hacer una apreciación en voz alta cuando su teléfono empezó a vibrar en el bolsillo interior de su chaqueta. El identificador de l amadas lo hizo fruncir el ceño, el número correspondía a la empresa.

—Brann —respondió dando su apellido. La respuesta no tardó en llegar—.

No. Tenemos algo importante entre manos, es posible que tengamos que quedarnos un par de días más. No. —Hubo un momento de silencio mientras escuchaba la rápida contestación del otro lado de la línea. Su interlocutor sonaba alterado—. ¿Dónde está Ryshan? ¿Cómo que todavía no ha llegado? ¡No me jodas, Sasha! ¡Tenía que haber vuelto hace dos días! ¿Cómo está ella? ¡Mierda!

Sí, está bien… lo mataré yo mismo cuando regrese. Sigue intentando localizarlo, salimos ahora mismo para allá. Sí, llama y dile al piloto que prepare el avión, estaremos allí en… treinta y cinco minutos.

Cortó la llamada y maldijo entre dientes.

—¡Maldita sea! —siseó ante el nuevo giro de los acontecimientos—. Justo ahora… ¡Joder! ¡Voy a matar a ese hijo de puta!

Su compañero ya caminaba hacia él, su rostro demasiado sonriente para su gusto.

—Volvemos a Bucarest —anunció sin darle tiempo a preguntar—. Ryshan l eva sin dar señales desde hace dos días. ¡Joder, tenía que pasar esto precisamente ahora!

—Rysh no es de los que desaparece sin dar señales de vida, esos sois tú y Nazh —aseguró con una amplia y satisfecha sonrisa—. Bueno, no hay mal que por bien no venga. Es una excusa perfecta para regresar a casa y que Sasha haga su magia con esto.

Él frunció el ceño ante el teléfono móvil de color blanco que le mostraba, la pantal a estaba encendida en modo bloqueo pero fue la fotografía que ocupaba el fondo lo que atrajo inmediatamente su atención.

—Es el a. —La sorpresa e incredulidad goteaban de su voz.

—¿La rubia o la morena? —le preguntó indicando las dos sonrientes mujeres que posaban.

—La morena.

Él asintió.

—¿Dónde lo has encontrado?

Señaló con el pulgar por encima de su hombro hacia uno de los caminos entre las rocas.

—Estaba tirado en el suelo —declaró—. Es una suerte que no sea una zona transitada, de habérsele caído en medio de la playa, posiblemente no habríamos l egado a tiempo para encontrarlo nosotros. Bien, aquí está nuestro milagro.

Por una vez no pudo refutar esa afirmación.

—Volvamos a casa —ordenó un poco más tranquilo y confiado—. La reliquia… tendrá que esperar un poco más.