CAPÍTULO 26

 

Dayhen se despertó con el zumbido de su teléfono, el insistente sonido lo arrastró del sueño hasta traerlo de nuevo a la conciencia. El suave y cálido cuerpo a su lado se removió ligeramente cuando salió de la cama para dar media vuelta y mostrarle un más que apetecible trasero desnudo. Sonriendo la cubrió con la sábana y atravesó la habitación para rescatar el teléfono del bolsil o de su chaqueta. Si sonaba, era porque había ocurrido algo importante que Nazh quería que supiese, de otro modo, no lo molestaría; no se arriesgarían a poner en peligro a la reliquia.

Echando un último vistazo hacia la cama, cogió el móvil y dejó la habitación, quedándose en el pasillo.

—¿Qué ocurre?

El suspiro de Nazh al otro lado de la línea confirmó las sospechas sus sospechas.

—Creo que la lista sería más corta si me preguntases, qué no ha ocurrido desde que desaparecisteis —aseguró él con cierto retintín—. ¿Cómo está el Arven?

Él frunció el ceño.

—Naroa está bien —puntualizó el nombre de la mujer.

Oyó el resoplido de Nazh, el cual se parecía ligeramente a una sonrisa.

—Ya veo —fue todo lo que dijo al respecto. Entonces dejó caer el verdadero motivo de su llamada—. Hemos tenido la visita de dos Vigilantes.

La incredulidad bailó en los ojos de Dayhen, por un momento bajó el teléfono y lo miró como si pensase que estaba hablando con otra persona.

—¿Dayh? ¿Sigues ahí?

Él volvió a llevarse el teléfono a la oreja y su pregunta salió a bocajarro.

—¿Quiénes?

No hubo vacilación desde el otro lado del teléfono.

—Odín se presentó momentos después de la explosión —le dijo sin darle muchas más explicaciones. Nazh sabía que Dayhen no deseaba saber nada del dios—. Pero ha sido la reciente visita de Mitra la que me hizo l amarte.

Él frunció el ceño una vez más al saber que el Vigilante de Nazh hiciera acto de presencia.

—¿Y?

Un momento de silencio cubrió la línea antes de que Nazh lo noquease con la siguiente frase.

—Los pilares de los elementos se están resquebrajando —informó el hombre ya sin rastro de diversión en su voz—, es necesario que restablezcas el Arven a su lugar de origen lo antes posible.

Él se quedó sin palabras, aquella información era como un mazazo, como el gatillazo que marcaba la cuenta atrás a un episodio que esperaba no tuviese que llevarse a cabo.

—Mitra nos ha informado de que es necesario que se establezca entre la reliquia y su elemento primigenio un vínculo —continuó—. Una Comunión de Almas. Solo así habrá alguna garantía de poder devolver la reliquia a su lugar de origen.

La pregunta saltó sola de su boca.

—¿Y qué ocurrirá con su portadora?

Un ligero suspiro inundó la línea.

—Si su alma es lo suficientemente fuerte, vivirá —declaró con voz suave—.

La única forma en que quizás puedas salvarla, es a través de la comunión de almas, pero no es algo fácil de conseguir. Ella debe entregarte no solo su alma, si no estar dispuesta a dar el Arven, o lo que es lo mismo, su vida, a ti.

Él se tensó al escuchar las últimas palabras de su compañero. No lo permitiría, jamás.

—El Cónclave ha dado su palabra —escuchó que decía Nazh.

Él apretó el teléfono con fuerza.

—Una palabra en la que no confío en lo más mínimo —replicó él con un tono igual de suave que el de su compañero, pero en el cual encerraba una peligrosidad que ninguno pasó por alto.

Un nuevo resoplido.

—Dayhen…

Él apretó la mano libre.

—Está bien, Nazh, me has transmitido el mensaje —declaró moviendo ya el dedo hacia la tecla de apagado—. Llegado el momento, haré lo que tenga que hacer.

Sin más cortó la comunicación y echó la cabeza hacia atrás. Se quedó mirando el techo durante unos instantes antes de dar media vuelta y volver a la habitación, dónde se metió en la cama y despertó suavemente a su compañera para volver a perderse en su cálido y acogedor cuerpo.

Una Comunión de Almas, pensó durante un breve instante… una sentencia de muerte. No arriesgaría así a esa mujer, no arriesgaría lo que más le importaba, no otra vez.

 

Naroa se despertó lentamente, el cuerpo le dolía de aquel a forma maravillosa que traía color a sus mejil as; el hombre era un verdadero dios en la cama. Cuando la había despertado con ansiosas caricias en medio de la noche, buscando de nuevo su contacto y su entrega no pudo si no rendirse a sus demandas. Los sentimientos que estaba desarrollado por él la asustaban, le conferían un poder que no podía entregarle; No. Dayhen no podía saber que el a se estaba enamorando de él, que había empezado a quererlo. Eso la destruiría a largo plazo, lo sabía, ya ocurrió una vez.

Necesitando de un momento para pensar, para ordenar sus pensamientos sin su confusa cercanía, se deslizó fuera de la cama. Recogió sus ropas desperdigadas por el suelo y se vistió antes de ir a su mochila y ponerse a hurgar en su interior. El teléfono que había escondido seguía en su lugar. Necesitaba hablar con Nessa, escuchar su voz, encontrar algo de claridad en todo aquel infierno.

El hombre había tocado sin saberlo uno de sus mayores secretos, y se había descubierto a sí mismo en el proceso.

Ella no tenía familia, el hombre que la había engendrado nunca había querido saber de ella y su madre era una caza fortunas cuya hija le estorbaba demasiado para seguir su larga lista de conquistas. Su llegada al mundo fue un error colosal, según no se cansaba de decir su santa madre, el amor no daba de comer, se había cansado de decirle, no costeaba su nivel de vida y una niña pequeña no era algo que reclamase la atracción de algún posible soltero.

Con dieciséis años, había conseguido que su santa madre firmase el papel que le concedería su emancipación, conseguir la firma de su donante biológico fue todavía más fácil; cualquier cosa para evitar un posible escándalo ante su nueva mujer.

Había terminado el instituto a fuerza de voluntad, estudiando y trabajando para poder pagarse la vivienda y la matrícula. De no ser por sus notas y las becas a las que fue accediendo, quizás nunca hubiese asistido a la universidad y todo lo que pasó desde entonces, no sería más que un mal sueño.

Nessa y Markus se convirtieron en su familia… hasta que ella lo estropeó todo. Su presencia obligó a su mejor amiga a amenazar a su propio hermano, a renegar de él para salvar su vida. No deseaba repetir la historia, no con Dayhen.

Él no se merecía algo así, no cuando ni siquiera sabían si saldría viva de todo aquello.

Naroa había aprendido a no amilanarse, a luchar, su pasado era algo que no volvería a repetirse, aprendió de su error y no caería otra vez en lo mismo.

Echó un último vistazo a Dayhen, dormido y tranquilo. La luz apenas empezaba a brillar al otro lado de las cortinas anunciando el comienzo de un nuevo día. Suspiró, recuperó su teléfono y abandonó la casa.

Necesitaba un poco de tranquilidad, privacidad. Debía llamar a Nessa, la chica estaría subiéndose por las paredes después de varios días sin noticias; nunca habían pasado tanto tiempo separadas.

Abandonó la casa por la puerta de atrás, el frescor de la mañana la recibió con el sonido de los pájaros que se despertaban ante el comienzo de una nueva mañana mientras se alejaba del lugar en dirección a la línea boscosa que discurría a espaldas de la casa, no deseaba compañía, y el otro único camino bajaba hacia el lago, dónde podría encontrarse con los curiosos lugareños.

—Vamos, Nessa. Coge el maldito teléfono —farfulló sin dejar de moverse.

Era incapaz de quedarse quieta en un solo lugar.

El teléfono se desconectó al cuarto toque, seguido por la voz más que enfurruñada de su mejor amiga y Guardiana.

—Si eres Naroa, más te vale estar a miles de quilómetros de distancia y tener en la punta de la lengua una excusa endiabladamente buena, por la que no me recorra esos miles de quilómetros para patearle el culo —la voz de la mujer sonó alta y clara.

Ella sonrió.

—¿Crees realmente que le dejaría un teléfono rojo con lunares blancos a alguien? —le dijo en respuesta—. Se reirían de mí el resto de mi vida.

Un suspiro.

—¿Estás sola?

Ella miró a su alrededor y no puedo evitar responder con ironía.

—Tan sola como puede estarlo una en medio de ninguna parte —le dijo con un resoplido—. Está bien, Ness; Dayhen… me ha traído a casa de un amigo.

Estamos en algún lugar a las afueras de Bucarest. No te creerías ni en mil años lo que he visitado esta mañana… todavía me da escalofríos.

Una risita del otro lado de la línea.

—¿Te ha arrastrado por cada una de las catacumbas de la ciudad?

Ella puso los ojos en blanco.

—Nop —declaró y cambió el teléfono de mano—. Pero sí he estado a los pies de la tumba del famoso Vlad Tepes.

Ella escuchó un jadeo al otro lado de la línea.

—¡¿Has estado en el Monasterio de Snagov?! ¡Pero qué hija de puta! — declaró con verdadera envidia—. Sabes que ese era uno de los destinos que quería visitar… y tú te negaste.

—Créeme, no he ido precisamente por interés turístico —declaró con un resoplido.

Hubo un breve momento de silencio entre ambas.

—¿Estás bien?

Ella suspiró. Sabía que aquella pregunta iba a llegar en algún momento.

—He tenido una crisis —murmuró—, pero estoy bien… él…Dayhen… ha estado a mi lado… y… estoy bien.

Hubo un ligero suspiro del otro lado de la línea.

—Él no es Markus, cielo —le recordó. La mujer tenía la virtud de leerle el pensamiento—. Puede que no confíe precisamente en él, pero sus compañeros parecen buena gente, y eso debe significar algo.

—Eso no hará que esté seguro a mi lado —replicó—, lo sabes. Nadie está seguro cerca de mí. Él me quiere muerta y no tiene reparos en llevarse a quien haga falta por delante.

Un nuevo resoplido.

—Si hubiese sabido desde el principio…

—Nessa, no —la interrumpió con fuerza.

—¡Es mi hermano, Naroa! ¡Mi jodido hermano!

Ella apretó los labios, el dolor y la rabia que sentía Nessa la conocía íntimamente.

—No ha sido culpa tuya.

Ella resopló.

—No vamos a ir otra vez por ese camino —dijo con un resoplido—. Ambas sabemos que no sirve de nada.

Ella hizo una mueca.

—Estoy bien, en serio…

—No tan bien si me estás llamando —aseguró—. Por cierto, sigo esperando por esa excusa endiabladamente buena.

Naroa se rió.

—¿Por qué no me estás gritando que vuelva hasta dejarme sola?

Un suave suspiro.

—Markus no ha dado señales de vida, esos tipos que nos atacaron desaparecieron como el humo —aseguró con un resoplido—, y te has perdido la visita de Odín… Naro, esto es una locura de proporciones épicas; Ha aparecido otra Guardiana y ahora es una portadora como tú… Hagas lo que hagas, no vengas… el Relikvier es tu mejor oportunidad ahora mismo.

Las palabras de su amiga la detuvieron en seco.

—¿Qué?

La información que acababa de dejarle caer era demasiado absurda como para no reparar en el a. Nessa dejó escapar una ácida, carcajada.

—Sé que esto es como para caerse de espaldas, nena y ojalá estuvieses aquí. A ti se te da mejor lidiar con los imposibles, pero le he visto, Naro; con mis propios ojos. Hablé con él, sentí su poder, su… no sé, solo sé que era “ÉL”… Los Relikviers no son lo que pensábamos al principio, el os…

—Son los guerreros originales elegidos por los dioses para portar los elementos sagrados y buscar las reliquias —respondió ella de carrerilla—. Sep. Lo sé… me estoy acostando con uno de ellos… un guerrero einhenjar… mola.

Su amiga soltó un poco delicado exabrupto, del que cualquier camionero estaría orgulloso.

—Lo ves, tú eres capaz de aceptar estas cosas sin que te de vueltas la cabeza —se burló su amiga—. Y espero que el beneficiarte al Relikvier tenga sus ventajas, cielo. Dentro de lo malo, hemos ido a caer en las manos adecuadas, creo yo.

Ella se mordió el labio inferior.

—Nessa, yo…

—Shh, no lo digas en voz alta —la censuró—. No hasta que sepas que no hay vuelta atrás.

Ella bufó.

—No pensé que ocurriría otra vez, no quería que ocurriera —aceptó—. No quiero equivocarme otra vez, duele demasiado.

—Ah, niña. Si no doliese, no sabríamos que estamos vivas y somos capaces de luchar —le aseguró el a—. He sido testigo de cómo lo mirabas, cielito, y tú misma acabas de confesar que lo estás usando de cama. Aprovecha el momento, Naroa, disfrútalo y no pienses. Ya te has privado durante demasiado tiempo de algo como la felicidad.

Ella sacudió la cabeza, un gesto que su amiga no podía ver.

—Volvamos al tema que nos ocupa —pidió reconduciendo la conversación a puerto seguro—. ¿Qué es eso de la Guardiana y que porta la reliquia?

—Como oyes —respondió con un resoplido—. Ahora está aquí, en la Sede de los Relikviers; Sasha está hablando con el a.

Naroa frunció el ceño.

—¿Cómo ha podido ocurrir algo así?

Ella suspiró.

—Ojalá lo supiera.

Entonces una voz cantarina se oyó de fondo pronunciando su nombre.

—¿Es el Arven? —reconoció la voz de Bok—. ¡Hola Naroa! ¿Cómo está mi jefe favorito? ¿Todavía no ha arrasado con nada?

Ella no pudo evitar sonreír al escuchar al hombre y a su amiga por encima.

—Para…saca… ve a fastidiar a alguien más, caja estúpida —declaró Nessa.

Naroa se rió ante la pelea de los dos, entonces sintió un ligero escalofrío que la recorrió de pies a cabeza. La sensación era intensa y la puso inmediatamente en guardia. Escaneó los alrededores con la mirada, pero no vio a nadie, en su caminata se internó por el sendero que discurría hacia el bosque y luego se internaba en él y la alejaba de los escasos chalets que salpicaban la zona.

—Nessa —musitó—, algo no anda bien.

Las voces se apagaron al otro lado de la línea, cuando alguien volvió a hablar, su voz era firme.

—¿Qué es? ¿Naroa?

Ella dejó de escuchar, el corazón latía frenético al tiempo que un sudor frío empezó a empaparle la piel, tenía los nervios de punta y a pesar de todo no veía a nadie, incluso los pájaros se habían cal ado; Había alguien extraño en aquel lugar.

—¿Naro? ¿Naroa? —insistían desde el teléfono firmemente anclado en su mano—. Maldita sea, joder, Naroa, si estás ahí contesta.

—¿Dónde está tu Relikvier? —Se oyó la voz de Bok—. Esto no huele bien.

Ella se tensó, dando un salto cuando un pájaro salió asustado de entre los árboles.

—¡Naroa, maldita sea!

Ella se sobresaltó de nuevo, miró el teléfono y lo puso en manos libres.

—Él está aquí —susurró cada vez más nerviosa—. Está aquí, Nessa, puedo sentirle…

—Mierda —oyó mascullar a su amiga—. Naroa, ¿dónde estás exactamente?

Ella no respondió, algo no iba bien, lo sentía. Él estaba al í, ese maldito hijo de perra la había encontrado.

—Naroa, joder… ¡Dime ahora mismo dónde diablos estás! —ella podía escuchar a través del teléfono la respiración acelerada de su amiga, sin duda corriendo hacia la salida más cercana, para coger un vehículo y salir tras ella. Se obligó a tragar saliva y centrarse cuando oyó también la voz de Bok.

—Llamaré a Dayhen al móvil —declaró Bok.

Ella se estremeció, cada sonido se magnificaba, cada movimiento de las hojas se transformó en sospechoso. Se llevó instintivamente la mano al cinturón, pero no llevaba arma alguna.

—¡Naroa, joder, o me dices algo en este mismo instante, o te mataré yo misma!

Ella se sobresaltó, la voz de su amiga la trajo por completo al presente y empezó a desandar el camino.

—Está aquí —declaró el a con voz rota—. Estoy desarmada… no tengo ni una maldita arma conmigo.

Un nuevo exabrupto del otro lado del teléfono, seguido de otras voces y fieras palabras de su amiga.

—Mierda… joder… ¡no lo sé! —clamó antes de volverse hacia el a—.

Naroa, tienes que buscar algo, cualquier cosa, una maldita piedra si hay… No le dejes acercarse a ti, tienes que correr en dirección contraria. Por lo que más quieras, dime que no estás lejos de Dayhen…

Ella siseó cuando tropezó en su apresurada retirada.

—No estoy cerca, me he internado en el bosque mientras hablábamos, ni siquiera veo la casa desde aquí —declaró.

Recorrió con la mirada los alrededores, fijándose en cada centímetro, intentando descubrir dónde estaba él; porque estaba allí. Markus estaba tras ella.

Un nuevo movimiento a su derecha y el destel o sobre algún objeto hizo que girara sobre sus propios pies y se precipitara al suelo cuando el primer disparo impactó en un árbol a pocos pasos de ella.

—¡Mierda! —siseó, el teléfono se le había escapado de las manos—.

¡Nessa! ¡Me están disparando! Será hijo de puta… ¿dónde ha quedado eso de que me quieres viva, Markus?

Resbalando sobre el suelo, corrió hacia su teléfono, lo recogió y se lo metió en el bolsillo superior de la blusa para seguir corriendo ahora hacia el interior del bosque. Por el rabillo del ojo pudo ver a dos hombres vestidos de verde militar que corrían con armas en las manos dispuestos a abatirla.

—Maldita sea, Ness, dime que habéis contactado a Dayhen —siseó sin dejar de correr—. Rastrea el maldito móvil si es necesario, pero envíame a…

¡Mierda!

Un nuevo disparo sonó a sus pies, esparciendo suciedad por todos lados.

—¡Naroa! —el grito de Nessa era aterrado.

—¡Tengo a dos tras mis pies! —jadeó corriendo por su vida—, van armados y me están disparando.

—¿Algún rastro de ese hijo de puta?

Ella hizo una mueca.

—Lo siento… no me he parado… a pedirles las credenciales —gimió girando bruscamente hacia la izquierda, para continuar entre los árboles y la maleza; no podía permitirse ser un blanco fácil.

Le ardían los pulmones y el latido del corazón tronaba en sus oídos, no podría seguir así durante mucho tiempo más, tenía que encontrar la manera de darles esquinazo y regresar, tenía que intentar bajar hacia el lago.

Un doloroso aguijón se clavó entonces en hombro, el impacto la empujó hacia delante y la hizo tropezar, pero no llegó a caer. El ardor que se extendió por todo su cuerpo la hizo gemir, se l evó la mano atrás y gimió al notar algo sobresaliendo de su hombro. Apretando los dientes tiró de el o y se encontró con lo que parecía ser alguna clase de dardo.

—Nessa… acaban de inyectarme algo… me han… golpeado con una especie de dardo —el miedo y las lágrimas empezaron a atenazarle la garganta—.

Nessa, ¿qué hago?

—Corre, Naroa, no dejes de correr —suplicó su amiga por encima de los gritos que se sucedían a su alrededor—. Enciende el puto coche, ya la tengo localizada por el móvil. Naroa, tranquila, estamos de camino…

Ella tomó aire profundamente, pero aquello pareció dolerle incluso más.

—Necesito a Dayhen —siseó sin estar muy segura de sí la habrían escuchado.

Echando un nuevo vistazo por encima del hombro vio que sus perseguidores ganaban terreno, necesitaba seguir avanzando, o esconderse. Se puso en movimiento pero sus piernas empezaron a fal arle lanzándola al suelo con tal fuerza que el teléfono salió disparado una vez más de su bolsillo. Las lágrimas le picaban en los ojos cuando consiguió ponerse de nuevo en pie y avanzar en sentido contrario, los hombres se dirigirían hacia las voces, si quería tener una oportunidad debía alejarse ahora, cuanto antes.

Su inestabilidad se volvió precaria, era incapaz de enfocar bien, cada paso se convertía en una lucha contra reloj y demasiado pronto su cuerpo empezó a temblar con tal virulencia que no le cabía la menor duda de que tenían que haberla drogado o envenenado…otra vez.

El calor en su interior aumentó exponencialmente cuando el Arven empezó a luchar contra aquel cuerpo extraño, la reliquia se alimentaba de ella en un intento de borrar de su sistema aquello que la hacía enfermar… La estaba consumiendo.

—Dayhen —susurró su nombre, consciente de que quizás no volvería a verle. La reliquia se perdería con el a. No podía permitir eso.

Echó mano de las fuerzas que le quedaban y siguió internándose en el bosque, el zumbido en sus oídos se hizo insoportable y con el o llegó el aguijoneaste dolor de estómago y las arcadas. Veneno, comprendió. Luchó por avanzar, pero sus piernas cedieron por completo lanzándola al suelo, sabía que sus perseguidores estaban cerca y la encontrarían. Intentó moverse una vez más, alejarse del lugar de algún modo, pero ya no pudo. En su último resquicio de conciencia reparó en dos cosas: Los hombres que la perseguían corrían más allá de su posición, y la mano enguantada que le cubría la nariz y la boca impidiéndole hablar o hacer ruido poseía un olor que conocía realmente bien.

—Shh, amor —escuchó aquella voz ronca en su oído—. Él no te tendrá, no te tocará.

Luchó por girarse, por mirarle a la cara y un nuevo gemido aterrado escapó de su boca cuando reconoció a su repentino salvador. Markus Kramer.

Naroa no pudo luchar, sus fuerzas la abandonaron por completo y lo último que vio fue la sonrisa beatífica del hombre que convirtió toda su vida en un infierno.

 

Dayhen se despertó con el presentimiento de que algo iba mal. El encontrar el lado de la cama de su amante vacío y frío no hizo más que confirmar sus sospechas. El fuego en su interior crepitaba con insistencia, furioso, deseoso por alcanzar la presencia de la reliquia que la ausencia de Naroa le negaba.

Hizo a un lado las sábanas y se apresuró a coger el pantalón del suelo y ponérselo, apenas terminó de abrocharlo cuando sonó su teléfono. Sabía que este no sonaría a no ser que fuese vital y necesario. Su miedo se incrementó varios grados.

—¡La tiene! —fue la desesperada y llorosa voz de Nessa la que inundó la línea—. Ese cabrón hijo de puta la tiene.

Él apretó los dientes, una sensación de agonía y abandono le roía las entrañas.

—Siento como se aleja… —declaró sin estar muy seguro de que aquel a fuese la frase correcta.

—Dayhen, el a tiene el Arven, es necesario que des con ella —aquella fue la voz de Nazh. Él debió ser quien lo había l amado en primera instancia—.

Necesitas llevar la reliquia al Hall de los Elementos, o la perderemos de nuevo.

—¡A la mierda la reliquia! ¡Estamos hablando de un ser humano, joder! — exclamó Nessa.

Hubo cierta vacilación en la línea, entonces fue la voz de Bok la que la inundó.

—Se está muriendo, tío —le soltó a bocajarro—. Si puedes sentirla, quiere decir que habéis cerrado el vínculo; Una comunión de almas.

“La única forma en que quizás puedas salvarla, es a través de la comunión de almas, pero no es algo fácil de conseguir. Ella debe entregarte no solo su alma, si no estar dispuesta a dar el Arven, o lo que es lo mismo, su vida, a ti”.

Las palabras que le había transmitido Nazh tras la visita de Mitra, resonaban en su mente.

—Tienes que llevarla al Hal de los Elementos —insistió Bok, quien parecía haberse hecho con el control del móvil—. Solo tú puedes salvarla a ella y al Arven, Dayhen. Por favor, no la dejes morir… Naroa ya no puede seguir nutriendo al Arven… morirá si no se devuelve a su lugar de origen. Necesitamos devolver la reliquia y el fuego a su sitio para que sellen de una vez por todas el portal, Dayhen. Al menos una de las reliquias debe ocupar ya su lugar, Padre de Todos no podrá aguantar mucho más.

Él apretó los dientes, que le diesen al jodido dios.

—¿Dónde está el a? —preguntó poniendo el teléfono en manos libres al tiempo que terminaba de vestirse rápidamente.

—La estamos siguiendo vía satélite, pero su teléfono ha dejado de moverse desde la última vez —explicó Bok—, y eso fue hace cinco minutos.

Él siseó, se calzó, tomó el teléfono y salió inmediatamente de la casa.

—Envíame la localización exacta —dijo colando el teléfono en uno de los bolsillos superiores de su camisa—. Hay que encontrarla.

La voz de Nazh penetró a través del nuevo jaleo de voces.

—Dayh, el Arven es prioritario —declaró con una voz que, en días normales, no admitiría discusión alguna.

Él apretó los dientes. Aquel no era un día normal.

—No, mi prioridad es mi mujer —declaró, cortó la comunicación y puso el teléfono en modo rastreo. No volvería a dudar, esta vez, nadie le quitaría su legado.