CAPÍTULO 13
Nessa se pasó las manos por el pelo en un gesto de desesperación, las páginas impresas que tenía ante el a, seguían siendo el mismo galimatías de otra; no conseguía encontrar nada coherente en ellas. Llevaba dos días frecuentando la biblioteca de la Torre Este, un enorme espacio lleno de libros más viejos que Matusalén y el segundo hogar de Alexander.
El hombre parecía mimetizarse con el ambiente. Pelo corto y castaño, ojos marrones, cara alargada y atractiva, camisa abotonada que dejaba entrever el vello oscuro de su pecho… él suponía tanto un incentivo como una tortura para las largas horas de investigación. Oficialmente era el historiador, restaurador e informático del Equipo R —el nombre les había quedado tras una molesta conversación con el líder del mismo, Nazhaniel; Empezaba a encontrar cierta satisfacción en l evarle la contraria a ese hombre—, y su paciencia era con mucho superior a la media de la población masculina. Ella sabía que podía ser cargante cuando se lo proponía, y él no se despeinó ni un poquito mientras sufría su presencia.
—¿Por qué no dejas eso y sales a airearte?
Su voz, con un suave acento mediterráneo, se coló sin previo aviso en sus pensamientos.
—Pareces un ave enjaulada —continuó él sin levantar siquiera la mirada del papel que estaba leyendo—. Un poco de aire fresco te sentará bien.
Ella hizo un mohín.
—El aire aquí es de todo menos fresco —refunfuñó mientras se desperezaba—. Temo que se encendiese una ceril a con simplemente extraerla de la caja.
Él esbozó una lenta sonrisa y dejó su lectura para volverse hacia ella.
—Tenemos extintores y al jefe de bomberos en el equipo —le dijo con cierta ironía en la voz.
Ella puso los ojos en blanco.
—Gracias, pero no —negó ella, sin poder ocultar un ligero estremecimiento.
No quería saber el alcance que tenía el poder de esos cuatro hombres, todavía intentaba procesar el hecho de que existían y que su presencia desafiaba las leyes de la naturaleza—. El Titanic ya se hundió una vez, no necesitamos más agua por aquí.
Sacudiendo la cabeza para despejarse, se centró nuevamente en lo que tenían sobre la mesa.
—¿Has encontrado algo de utilidad?
Él asintió y volvió sobre el material esparcido sobre la mesa. El portátil que tenía al lado había saltado ya al salvapantallas.
—Mucha de la información parece un galimatías sin sentido —le explicó—, hay patrones que se repiten lo que me l eva a pensar que quizás se trate de alguna clase de código. Entonces, hay un par de palabras que se repiten varias veces a lo largo de todo el documento.
Ella se inclinó sobre la mesa para ver lo que le indicaba.
— Teaghlach —pronunció, mordiéndose casi la lengua—. ¿Eso es una palabra?
Él esbozó una sonrisa.
—En gaélico escocés significa “familia” —explicó, entonces señaló otra frase subrayada en los documentos—. Kutumba, está escrito en guyarati…
Ella arqueó las cejas.
—¿Guya… qué?
Él sonrió ante su asombro.
—Guyarati —repitió lentamente—. Es un idioma que procede de Guyarat, un estado al oeste de la India.
—¿India? —su asombro crecía por momentos.
Él asintió y señaló una vez más la palabra en el documento.
—La palabra familia se repite a lo largo del escrito en esos dos idiomas — comentó y le indicó los lugares para que ella pudiese verlos.
—Gaélico escocés y guya… lo que sea —repitió ella, entonces frunció el ceño y alzó la mirada hacia él—. Familia… ¿Es posible que…?
Él asintió.
—Necesitaré algo más de tiempo, pero estoy por apostar que en algún lugar de todo esto, se encuentra lo que buscamos —aceptó con decisión—. Los nombres de las familias originales.
Ella volvió a mirar el documento y frunció el ceño.
—¿Por qué estaría esto en manos de mi familia? —preguntó más para sí misma que para él.
Él se echó hacia atrás, apoyándose en el respaldo y posó el bolígrafo sobre la mesa.
—En todo grupo se erige un liderazgo, ya sea bajo conocimiento expreso, o por dejadez de los demás miembros —respondió pensativo—. Aquel que inspire más confianza, cuyas decisiones sean buenas para el resto, acabará por ser aceptado como líder incluso sin que se presente a tal cargo. Supongo que el que este documento haya estado en manos de tu familia, indica que en algún momento se convirtió en ese pilar central que sostuviese la fe y la esperanza de las demás.
Ella no dijo nada, la sola idea le ponía el vello de punta.
—No sería algo tan descabel ado, puesto que tú acabas de tomar las riendas de tu legado con motivo de proteger al resto del grupo —concluyó, mirándola a los ojos.
Aquel a intensa y penetrante mirada la ponía nerviosa, por lo que desvió la vista y se levantó al mismo tiempo.
—Si te he mostrado esto, es por Naroa —dijo abandonando su asiento—, no deseo que nadie más tenga que pasar por lo que padeció ella. Si puedo detenerlo, lo haré.
Una irónica sonrisa curvó los labios de Sasha.
—Por supuesto —declaró alzando la mano a modo de despedida—. Te l amaré tan pronto encuentre algo.
Ella dejó escapar un bufido y abrió la puerta de la enorme sala.
—Eso si todavía estoy aquí —farful ó abandonando la habitación.
Naroa miró el papel del alta que aquel irritante médico le entregó minutos antes y lo metió en el bolsil o trasero de sus vaqueros. Nessa le había comunicado que sus pertenencias ya no estaban en el hotel en el que se alojaban, el Equipo R
—como recientemente descubrió que llamaba a los Relikviers—, habían requisado sus cosas para trasladarlas a una de las torres, así que después de discutir con Mikel para que le diese el alta aquel mismo día, su amiga le trajo una muda.
Ella no tardó ni cinco minutos en abandonar la cama de la enfermería y vestirse después de que el papel del alta estuviese firmado y en sus manos. No quería darle la oportunidad a su inseparable y terco vigilante de encontrarla allí; no podía permitirse caer bajo su custodia. Dayhen tenía demasiado poder sobre el a.
Recogió la bolsa con sus cosas y salió de la habitación. Ni siquiera había l egado al final del pasil o cuando se vio interceptada por Bok.
—¿A dónde vas tan solita, hermanita? —la saludó con una amplia sonrisa.
Entonces miró más allá de ella, por encima de su hombro—. ¿Le has dado esquinazo a Dayh?
Su mirada cayó sobre él y arqueó una delgada ceja.
—¿Habéis descubierto que soy adoptada y todavía no me lo habéis comunicado? —le dijo el a con absoluta ironía—. Oh, no… espera. Creo que ya lo entiendo. Te han nombrado mi niñera.
Él se echó a reír con desenfado.
—Una niñera no serviría de nada, necesitas todo un ejército para mantenerte segura —aseguró él—. ¿Todavía no te has dado cuenta de lo importante que eres?
Ella soltó un bufido.
—Créeme, no ha sido idea mía acabar… con esto… en mí —declaró señalándose a sí misma—. Si alguien me hubiese preguntado entonces, habría declinado el dudoso honor y saldría corriendo como el demonio en dirección contraria.
Él hizo una mueca.
—Pero no fue como si pudieses elegir, ¿no es así? —aseguró él—. Ni siquiera sabías que la portabas hasta que esta despertó… ¿Qué ocurrió? ¿Cuál fue el detonante?
Ella apretó los labios. A su mente acudió una nítida imagen de la sangre tiñendo sus manos, el agonizante dolor que la atravesó y la mirada de sorpresa en los ojos de ese maldito cuando Nessa la sacó de al í.
—Lo de siempre —murmuró en voz baja, llana—. Intentaron matarme.
Empiezo a creer que se ha convertido en el nuevo deporte nacional.
Él emitió un chasquido con la lengua y sacudió la cabeza.
—Soy parte reliquia y parte elemento —dijo captando una vez más su atención—, eso me hace algo así como parte de la reliquia que portas… su hermano. Y conozco al Arven lo suficiente para saber que no despertó por cualquier nimiedad. El fuego no se despierta si no hay algo poderoso que lo avive.
Ella se tensó, apartó la mirada por temor a que pudiese reflejar algo de su dolor.
—¿Es que no hay nadie medianamente normal entre vosotros? —preguntó en un intento de desviar la conversación.
Aquel o hizo reír a Bok.
—Define normal —le sugirió.
Ella abrió la boca pero enseguida volvió a cerrarla. Su vida no era un campo de estrel as precisamente, los acontecimientos de los últimos cinco años la condujeron más al á de la línea de cordura que cualquier persona de su edad podría tener; La mayoría de la gente muy posiblemente echaría a correr a toda velocidad en sentido contrario, o terminaría en una habitación acolchada sin vistas. Posiblemente ese también habría sido su destino si no tuviese a Nessa a su lado, y no es que su amiga pudiese entrar en el calificativo de normal con el legado familiar que arrastraba. Pero si algo aprendió, es que cuando estás desahuciada, lo extraño deja de tener importancia. Todo deja de tener importancia frente a la muerte.
—Olvida mi pregunta —se retractó. Su mirada cayó nuevamente sobre el hombre que permanecía con una amplia sonrisa en su rostro. Su pelo parecía haber sido víctima de una descarga eléctrica, un rastrojo de barba le oscurecía el bigote, pero todo aquello palidecía ante las estridentes ropas que usaba. ¿Alguien de veras creía que un pantalón de tela escocesa en color rojo hacía juego con una camiseta naranja fluorescente? Prefería no entrar a discutir sobre la variedad de collares que colgaban de su cuello, dónde varios símbolos religiosos batal aban con otras etnias; Había cosas en las que era mejor no meterse—. La respuesta podría darme pesadillas.
Él dejó salir una ronca risa.
—En ocasiones, hablar de aquello que no entendemos es la mejor manera de comprender —le dijo ladeando ligeramente la cabeza.
Ella negó con la cabeza.
—¿Nunca has oído que la ignorancia es la mayor de las bendiciones? — replicó rascándose la nariz—. Si quieres mantener todavía la cabeza sobre los hombros y no terminar como la niña del Exorcista, la ignorancia es la clave.
Él chasqueó la lengua.
—El conocimiento es poder —declaró él, contrario a la forma de pensar de ella.
—No siempre, Bok, no siempre —aseguró, se llevó la mano a la frente y suspiró—. Pero ya que hablamos de conocimiento, ¿alguna idea de dónde estoy y cómo puedo l egar al dormitorio de Nessa? Ella me comentó que nos habían alojado juntas.
Él puso los ojos en blanco.
—Deberías quedarte con Dayhen —aseguró sin pelos en la lengua—.
Estarás más segura.
Ella imitó su gesto.
—¿Segura? He tenido una aguja clavada al brazo y eso no fue suficiente restricción para intentar dejar mi cama e irle a la yugular —murmuró con absoluta ironía—. Si quieres una pelea, danos un ring de boxeo y tendrás la contienda del año.
Él resopló, su rostro tan expresivo que no había necesidad de palabras.
Con todo, Bok no era de los que se quedaba cal ado; no conocía la palabra tacto.
—¿Un ring de boxeo? —él negó con la cabeza, la risa presente en su voz —. Yo sugeriría una habitación de hotel… o ni tanto, creo que un sofá sería una buena opción para empezar… si llegáis a él. Por otro lado, en la playa no es que necesitaseis tantas comodidades. No deberíais reprimir todo eso, es malo para la salud… por no mencionar que mi chico está al borde. Un buen polvo podría marcar la diferencia, liberar tensiones, esas cosas…
Ella parpadeó, su incredulidad crecía exponencialmente bajo aquellas palabras.
—Y a ti te vendría de maravilla —le aseguró con inocente satisfacción—, el sexo es incluso bueno para la piel. La rejuvenece.
Alzó las manos y sacudió la cabeza.
—No estamos teniendo esta conversación —declaró dispuesta a dar media vuelta e irse. Ya encontraría el camino.
—Oh, sí que lo hacemos —aseguró sonriente—. Contigo puedo tener una conversación, tú me respondes… Ellos… lo nuestro es un monólogo dónde yo hablo y el os dicen…
—Cierra el pico, caja inútil. —La voz llegó procedente del otro lado del pasil o.
Su sonrisa se amplió e incluso aplaudió.
—Y ahí está la respuesta —declaró volviéndose hacia el recién l egado—.
Creo que enviaré a imprimir camisetas con ese eslogan.
Dayhen lo fulminó con la mirada, una mano elevándose en su dirección con una clara intención. El brillo en sus ojos verdes no dejaba lugar a dudas.
—Una palabra más y te calcino ahí mismo.
Estaba claro que el hombre o lo que fuese no tenía sentido de conservación, pensó ella al verlo l evarse las manos a las caderas y hacer un mohín más propio de un niño de cinco años que de un hombre adulto.
—No creo que a Meliss le hiciese gracia, por no hablar de que me necesitáis para rastrear las reliquias ya que al parecer los todo poderosos Relikviers no podéis olerla ni aunque os la hayáis tirado —declaró sin medir sus palabras—. Y hablando de tirar cosas, ¿por qué todavía no te has acostado con ella? Está que se sube por las paredes, y tú al borde. No es como si pudieses quemar todo el edificio, habría unas cuantas personas que montarían en cólera…
por no decir que saldrían achicharradas. Aunque bien pensado… puedo recomendarte alguna que otra a la que no me importaría ver cómo le arde el culo, sería incluso divertido y…
Ella sintió la oleada de calor un instante antes de ver como Bok daba un salto hacia atrás evitando la mancha negra y humeante que crecía en el lugar en el que estuvo. La temperatura comenzó a subir rápidamente, su piel se calentó en respuesta, absorbiéndola como si necesitase de esa tibieza, sin embargo, las paredes y las obras que contenían, no aceptaron de tan buen grado el calor.
—Los cuadros… —murmuró dando un paso hacia delante solo para encontrarse emitiendo un gritito cuando los aspersores del techo se abrieron y dejaron caer una fina l uvia fría sobre ellos—. ¡Oh, mierda!
—Lárgate… ahora… mismo —la voz del Relikvier sonó tensa en sus oídos, una rápida mirada hacia él y observó atónita como el agua ni siquiera le tocaba, evaporándose a escasos centímetros de su piel. Sus ojos verdes bril aban oscurecidos, apretaba con fuerza la mandíbula y la mano que había extendido bajaba ahora con el puño fuertemente cerrado.
—Joder… está bien jefe… —declaró entonces Bok, a quien el agua empapaba sin piedad. De fondo podía oírse el sonido amortiguado de la alarma contra incendios. Contrario al común sentido de supervivencia que gritaba que se alejase de aquel poder y del hombre que lo esgrimía, caminó hacia él.
—No creo que eso sea una buena idea, Bok —se encontró ella misma murmurando.
Él esbozó una mueca que a su juicio parecía una sonrisa llena de ironía.
—¿Quieres hacerlo tú? —sugirió en voz baja—. Por otro lado, eso no parece tan mala idea, ¿qué tal si me echas una mano aquí?
Ella arqueó una ceja y miró al Relikvier, quien seguía pendiente de Bok.
—¿Me ves cara de idiota?
La respuesta no se hizo esperar.
—No serás más suicida de lo que lo es él —aseguró con un resoplido—.
Joder, esta ropa no es precisamente a prueba de aspersores, ¿te haces una idea de lo difícil que es encontrar algo así, jefe?
Naroa no vio jamás nada igual, en un momento la ropa estaba empapada y pegada al cuerpo masculino, al siguiente se había derretido cayendo al suelo en cenizas humeantes. Los aspersores cesaron al mismo tiempo, al igual que la alarma mientras Bok fruncía el ceño y ponía los brazos en jarras; la absoluta desnudez parecía no molestarle en absoluto.
—¿Ya? ¿Contento? —preguntó con un resoplido—. Ese pantalón era de mis favoritos.
Los ojos marrones de la muchacha se abrieron de par en par, la mandíbula se le desencajó mientras observaba entre azorada y curiosa el hombre completamente desnudo al otro lado del pasillo.
—Oh, dios…
Aquel ahogado susurro captó la atención de Dayhen, quien se limitó a fulminarla con la mirada.
—Si aprecias en algo su pellejo, te sugiero que apartes tu mirada de él…
ahora —había una ligera amenaza en la voz masculina.
Ella se sonrojó hasta la punta del pelo, la situación no podía ser más absurda.
—Eres un gilipol as —le dijo el a.
—Sí, pero uno que ahora mismo está en el borde —le recordó Bok, quien lo pasaba divinamente desnudo—. Así que, haz lo que te dice, preciosa… Si quieres, luego te regalo una foto para que te recrees.
Ella entrecerró los ojos sobre él.
—Que más quisieras… —masculló ella.
El calor que sintió previamente volvió a inundarla alejando el frío que la ropa empapada vertía sobre el a. Aquello no podía ser algo bueno, pensó mientras se giraba hacia él; su cuerpo parecía tenso, un rápido vistazo a sus manos y notó el temblor que lo recorría.
—Bok… retrocede.
Una nueva voz llegó desde el otro lado del corredor, el chapoteo de sus pasos en el mojado suelo la llevó a girarse. Nazh avanzaba tranquilamente hacia ellos. Algo en él debió alertar al otro hombre, pues alzó las manos y dio un paso atrás.
—Está al borde —comentó al tiempo que retrocedía lentamente.
Ella vio como el recién llegado asentía. Sus ojos se cruzaron un instante con los suyos en una muda pregunta.
—Estoy bien —respondió ella en voz alta.
Su mirada fue de nuevo hacia él, quien había vuelvo a centrar su atención sobre el a.
—No… no te muevas… —esta vez el murmul o vino de Dayhen.
El borde afilado de su voz contrastaba con el brillo de dolor y desesperación que encontró en sus ojos.
—Te estás comportando como un verdadero gilipollas —se encontró susurrando ella al tiempo que avanzaba hacia él. El sentido de conservación parecía haberse esfumado de aquel pasil o.
Bok esbozó una mueca.
—No creo que esa sea la mejor manera de aplacarlo.
La intensa mirada que posó de nuevo en él hizo que Nazh siseara.
—Maldita sea, Boksen, cierra la puta boca y lárgate ahora mismo. —No dejó lugar a réplicas—. Y ponte algo encima, por todos los dioses.
El hombre señaló al ofuscado Relikvier.
—Échale la culpa a su ardiente alteza —rezongó Bok, entonces dio media vuelta mostrándole a todos el trasero y se largó caminando con tanta dignidad como si estuviese vestido.
Ella vio como Nazh ponía los ojos en blanco.
—Señor, esa imagen va a darme pesadillas durante una buena temporada —siseó al tiempo que se dirigía hacia su compañero—. ¿No podías simplemente chamuscarle el culo como haces siempre?
Él desvió la mirada hacia él y tras un momento rodó los hombros haciendo que parte de la tensión que contenía su cuerpo se evaporara.
—No me habría detenido solo ahí —respondió y se giró por completo hacia Naroa, examinándola desde los pies a la cabeza. Estaba empapada, el pelo le caía en retorcidos mechones, la ropa que pegaba a su cuerpo delineando cada una de sus curvas, marcando sus pechos y la incipiente dureza de sus pezones—.
Se lo advertí.
Ella tragó, su corazón dio un vuelco y para su absoluta sorpresa e irritación todo su cuerpo reaccionó a su mirada, tensándose y enardeciéndose.
—No puedes permitirte descontrolarte de esa manera —le recordó Nazh mucho más tranquilo. Su mirada recorrió el pasillo y resopló—. Menudo desastre.
Él lo dejó para acercarse a ella y agarrarla de la mano.
—Podrás arreglarlo —declaró sin quitar los ojos de encima de la muchacha.
Nazh observó cada uno de sus movimientos.
—Dayhen…
Ni siquiera lo miró, se limitó a entrelazar los dedos en los de el a y tirar hacia él.
—Métete en tus asuntos, Nazh —declaró en voz baja, su mirada clavada en la de el a—. Comprueba que esa caja estúpida sigue de una pieza… ya tendrás tiempo después para pedirme cuentas.
Él dejó escapar un profundo resoplido, su mirada fija en la pareja.
—No creo que sea una buena idea que permanezcas cerca de… la reliquia… en estos momentos —comentó observando cada una de las reacciones —. Deja que se vaya… podrás… hablar después con el a.
Él apretó más su mano, pero no le hizo daño en ningún momento. De alguna manera, el a se sintió segura a su lado.
—Hablaré con el a… cuando tenga que hacerlo —declaró sin dejar de mirarla—, lo cual no será en este momento. Tú y yo tenemos algo pendiente, duende.
Ella se lamió los labios y tiró de su mano, en un mudo desafío.
—¿Es ahora cuando te das golpes en el pecho y me arrastras del pelo? — le respondió alzando la barbilla con gesto desafiante.
Él esbozó una sonrisa ladeada, la ironía claramente definida en sus ojos.
—Conozco un método mucho más efectivo.
El aire escapó de sus pulmones durante una décima de segundo cuando la rodeó sin previo aviso, se la echó al hombro como si fuese un bombero y se marchó de al í con ella como si un segundo antes no hubiese estado a punto de calcinar a alguien.
La deseaba, ardía por ella, su presencia se había convertido en un infierno del que no podía liberarse. No sabía qué demonios lo poseyó para obrar de aquella manera, el absurdo parloteo de Bok no debería afectarle de la manera en que lo hizo. Ella, ella era la única culpable. La necesidad de tenerla de nuevo, de saborear su piel lo consumía y añadía combustible a su fuego.
Se había descontrolado, lo sabía tan bien como se conocía a sí mismo y el detonante era ella, su presencia, su continuo desafío. Esa mujer era el mismísimo demonio para él y a pesar de todo la deseaba, y por suerte, no era el único que pensaba de esa manera.
La dejó caer lentamente al suelo, soltándola solo cuando sus pies tocaron tierra. Sus ojos marrones l ameaban, estaba furiosa, la acelerada respiración hacía que su pecho subiese y bajase atrayendo su atención; la ropa mojada transparentaba la tela brocada del sujetador azul, pero eran las duras puntas presionando contra esta el que le hacía la boca agua.
—Eres un absoluto capul o —declaró ella dando un par de pasos hacia atrás. Necesitaba mantener la distancia con él—. ¡Habrías podido matarle!
Él no respondió, su atención estaba puesta en ella, en la forma en que la ropa mojada se ceñía a sus formas.
—Debió mantener la boca cerrada —respondió subiendo la mirada hasta encontrarse con los ojos marrones—. Sobrevivirá.
Ella negó con la cabeza.
—Esto me supera —aceptó sin rodeos—. Acabo… acabo de ver como la ropa de un hombre se hacía cenizas como si nada. Los cuadros de las paredes…
la pintura… sudaba… Sentí la ola de calor antes de que se activasen los aspersores y…
—¿Y? —preguntó tranquilo, contemplándola a placer.
Ella dejó escapar un profundo suspiro, rastil ó los dedos a través de su pelo.
—Y tendría que gritar hasta quedarme afónica, pedir que me pongan un pijama blanco y me encierren en una habitación acolchada —murmuró echando la cabeza hacia atrás para contemplar un techo color crema con luces alógenas—.
En su lugar, me quejo porque un tío se quedó en pelotas en medio del pasillo…
¿Siempre está tan cómodo paseándose en cueros delante de todo el mundo?
Ahora fue su turno de poner los ojos en blanco.
—Es Bok —dijo él—, eso sería suficiente respuesta para cualquiera que lo conozca.
Ella se estremeció, sus manos se deslizaron por la piel desnuda de sus brazos, perlados con gotas de agua.
—Ese es el problema… no le conozco —le miró—, no os conozco a ninguno. ¿Te das cuenta que me has secuestrado? Esa no es la manera de convencer a alguien para que intime contigo…
Él arqueó una ceja ante su tono.
—No tengo necesidad de convencerte de algo que tú también quieres — declaró y acompañó sus palabras con un ligero encogimiento de hombros—. Algo de lo que ambos ya hemos disfrutado.
Sus gestos le decían mucho más que sus palabras. Ella era expresiva, hablaba sin decir nada, su lenguaje corporal muy expeditivo.
—Y ahí tenemos de nuevo la arrogancia masculina —resopló ella dándole la espalda. Ambos podían oír el chapoteo de sus zapatillas mientras caminaba, el roce de la tela mojada—. Joder, estoy empapada.
Él le indicó una puerta de madera más clara al otro lado del dormitorio.
—El baño está ahí —señaló.
Su mirada cayó sobre él con tal intensidad que estaba seguro, que de poder manejar su fuego, ahora mismo solo quedaría de él volutas de humo.
—¿Qué tal si me dices dónde está mi habitación? —sugirió ella echando un fugaz vistazo a su alrededor—. Esa era la pregunta a la que esperaba que tu compañero me respondiese… antes de tu oportuna aparición.
Él caminó hacia el a pero no la tocó, todavía no confiaba en sí mismo como para no arrancarle la ropa y follarla allí mismo.
—Quítate la ropa —le dijo en cambio—, no necesitas coger un resfriado.
Ella entrecerró lentamente los ojos.
—Indícame cómo l egar a mi dormitorio y lo haré —insistió ella sin ceder terreno.
Él se permitió recorrerla una vez más con la mirada, el hambre por ella crecía exponencialmente. El fuego se revolvía en su interior, lamiéndole la piel, deseoso de alcanzar la reliquia y llenarla, reclamarla.
—¿Por qué yo?
La pregunta lo tomó por sorpresa. En la mirada de el a existía verdadera curiosidad.
—En la playa —insistió tras ver su confusión inicial—. ¿Por qué me escogiste a mí?
Aquel a era una pregunta para la que ni siquiera él tenía respuesta.
—Fuiste la primera a la que vi. Estabas sola. Con una cerveza en las manos. Y me recibiste con los brazos abiertos y sin preguntar. Eras una presa fácil —declaró con un ligero encogimiento de hombros—. No te ofendas.
Ella dejó escapar un pequeño jadeo, sus labios se curvaron en una sonrisa y sus palabras no pudieron sonar más sarcásticas.
—¿Ofenderme? Por favor, ¿cómo iba a ofenderme ante tal descripción?
Estoy acostumbrada a que los tíos me consideren una presa fácil.
Él le dedicó la misma mirada.
—Cualquiera pensaría que una mujer sabría, incluso borracha, quien es el hombre con el que se acuesta; sobre todo cuando lo espera —le recordó, sacándole los colores—. Aunque, por supuesto, el alcohol puede inducir a cometer equivocaciones.
Ella apretó los dientes, pudo intuirlo por la manera en que tensó la mandíbula.
—No estaba borracha —siseó entre dientes.
Él se encogió de hombros.
—Embriagada, entonces.
Rechinó los dientes, casi pudo escuchar el sonido.
—No me estaba acostando con él —declaró el a, su irritación presente en sus palabras—. Vamos a dejar algo en claro. En el momento en que nos liamos, no estaba saliendo con nadie… de hecho, si alguien no fue honesto esa noche, serías tú. Dejaste que creyese que eras otra persona, eso tampoco habla precisamente a tu favor.
Ella tenía razón, su proceder había sido menos que correcto, pero, por otro lado, tampoco esperó volver a verla. Estaba acostumbrado a acostarse con una mujer y dejar su cama o echarla de la suya antes de que las sábanas se enfriasen.
El sexo solo era un método para liberar tensiones, para despojarse del fuego que se acumulaba en su interior; un método de contención.
Este pequeño duende, por otra parte, cambiaba esa perspectiva pues se encontraba deseándola de nuevo, incluso ahora.
—Nunca dije que fuese un caballero, duende —dijo él, aceptaba su parte de culpa—. Me limito a tomar lo que se me ofrece, sin pedir ni prometer nada a cambio.
Ella apretó los labios al escuchar su declaración.
—Así es como yo juego —confirmó, y abrió los brazos para enfatizar sus palabras—. No pretendí en ningún momento lo contrario. Te lo dije, te quiero en mi cama, contra la pared, en el suelo… dónde mejor nos convenga… Solo doy lo que
tomo, sexo, nada más.
Él la vio estremecerse, sus ojos bril ando desafiantes.
—Quítate la ropa, Naroa —pronunció su nombre con suavidad, acariciando cada sílaba—. Después, podremos seguir con esta conversación.
Él no dejó de observar y anotar cada una de sus reacciones. La forma en que se movía. La tensión en su cuerpo. El delicado temblor en sus manos. Sus labios se entreabrieron ligeramente, el brillo de la humedad dejada por la caricia de su lengua lo encendió incluso más; le deseaba.
—Dime cómo llegar a mi dormitorio —le pidió tras un momento de silencio compartido.
—Lo haré… —aceptó con desinterés—. Después.
Ella frunció el ceño, pero había rendición en sus gestos.
—No puedo ganar contra ti, ¿verdad?
Él ladeó ligeramente la cabeza.
—¿Realmente quieres ganar?
Ella suspiró, sus ojos se encontraron con los suyos.
—No lo sé —confesó, sus manos pasaron una vez más a través de su pelo —. No es muy útil sentirse rabiosamente atraída hacia alguien cuya actitud es la de “quiero mi reliquia”, que solo sabe gruñir órdenes y abrasarme o devorarme con la mirada.
Él continuó con su tono calmado, razonable incluso.
—¿Qué es lo que deseas, duende? ¿Quieres que me vaya? ¿Podrás soportarlo?
Ella se lamió los labios, su sexo empujó contra los pantalones recordándole que dejase de hablar y la tomase.
—No —confesó con un suspiro—. Y eso es lo que más me aterra de todo.
No tengo la menor idea de por qué me estoy relamiendo, por qué siento la lengua espesa en la boca, y por qué, maldito seas, deseo tan desesperadamente que me beses… Tú solo deseas la reliquia.
Él dio un paso hacia ella, su mirada cruda, sensual, totalmente descubierta.
—En esto momentos, deseo mucho más que eso, duende —aseguró, relamiéndose—. Mucho más.