CAPÍTULO 7

 

Su palma aterrizó sobre la superficie de la mesa haciendo que los artículos de oficina temblasen o terminasen esparcidos. Flexionó los dedos lentamente, la tensión y la rabia se apreciaba en la vibración de su mano y en el tic de la mandíbula. Apretó los dientes con fuerza y fulminó al mensajero con la mirada, el hombre tenía alguna que otra herida y a juzgar por la piel negra que se dejaba a la vista la venda que cubría su mano, no exageró en su reporte.

—Salieron de la nada, la teníamos bajo la mira del fusil pero aparecieron y nos redujeron —explicó, su voz sonaba firme—. Eran ellos, señor. No me cabe la menor duda.

Un exabrupto coronó los labios de Markus, su mano se deslizó sobre la mesa y levantó el marco que cayó con el golpe. La visión de la fotografía le hizo apretar los dientes incluso más; ella se veía tan juvenil y sonriente a su lado.

Aquel a fue tomada varios años atrás, poco después de conocerse, cuando pensó que las cosas podrían resultar de otra manera.

—¿Dónde están ahora?

El hombre pareció dudar unos instantes.

—La policía rodeó el parque, apenas pudimos escapar. —Se vio obligado a recordarle—. Mi mejor suposición es que le están ofreciendo protección.

Se levantó de golpe, la silla resbaló hacia atrás deslizándose sobre sus ruedas, su mirada prometía tormenta.

—¡No quiero suposiciones! ¡Quiero hechos! —declaró con furia contenida —. ¡La quiero aquí, a mis pies!

El hombre se tensó, pero permaneció inmóvil.

—Sí, señor —afirmó secamente.

Él se obligó a calmarse, a tomar aire y dominar su genio. Necesitaba tener la cabeza fría, solo así podría pensar con claridad e idear la manera de traerla de nuevo a su lado. Dónde pertenecía.

—Hay que llegar a el a, hacerla salir una vez más de su guarida —musitó más para sí mismo que para el soldado—. Lo primordial es separarla de ellos y tiene que ser rápido… no podemos permitir que averigüen sobre el a… que aprendan sobre la reliquia.

El soldado frunció el ceño.

—¿Cómo sabemos que no lo saben ya? Si son los custodios de los objetos…

Una perezosa sonrisa se extendió lentamente por sus labios.

—La ignorancia puede ser tanto una bendición como una maldición — respondió saboreando las palabras—. ¿Por qué otorgar demasiado poder cuando quieres ser tú el único que ponga y ejecute las leyes? La información, justa y exacta, es necesariamente un bien… cuando deseas conservar los secretos.

Su mirada voló de nuevo al soldado.

—¿La sede está siendo monitorizada? —preguntó, aunque sabía la respuesta.

El soldado asintió.

—Tal y como usted ordenó, señor —asintió con firmeza.

Él asintió satisfecho.

—Bien —aceptó abandonando su escritorio para dirigirse a uno de los ventanales a través del cual podía verse buena parte de la ciudad—. Comprobad que el a está con ellos, vigilad cada uno de sus movimientos, seguidla si abandona el edificio…

—¿Solo vigilancia? —quiso cerciorarse.

Él asintió, su reflejo en el cristal mostró un rostro de pura concentración.

—Por ahora —aceptó corroborando su pregunta—. Extremad todas las precauciones y esperad noticias mías… Quizás podamos matar dos pájaros de un tiro.

Con un saludo marcial, el hombre dio media vuelta y abandonó el despacho dejándole sumido en sus pensamientos durante un instante. Entonces dio media vuelta y se dirigió hacia el teléfono, vacilando al principio para luego levantar el auricular y marcar con decisión.

—Los Relikviers hicieron su entrada —dijo nada más oyó como descolgaban la línea—. Tienen a la portadora.

 

Naroa se apeó del coche, frente a el a se extendía una enorme parcela que daba cabida a cuatro impresionantes edificios distribuidos en forma de cubo.

Compuestos cada uno de ellos de cinco plantas, dos de las cuales, se le explicó, formaban los museos y almacenes situados a nivel del sótano; las piezas se encontraban allí en condiciones óptimas de seguridad y acondicionamiento.

Basados en la típica construcción rumana, la piedra gris y los ventanales diseñados en arco, bóveda o con aplicaciones no desentonaban ni rompían la armonía de los edificios de la avenida. Incluso los modernos añadidos que los conectaban entre sí por medio de enormes pasil os —permitiendo de este modo el acceso no solo desde las entradas principales de cada uno sino también desde el interior—, armonizaban con el estilo de la vivienda.

En la fachada principal, la cual se ampliaba hacia delante la distancia de un metro, destacando sobre los dos bloques adyacentes a cada lado de menores dimensiones, podía leerse gravado en la piedra. “Relikviers Corporative. Turnul Est”. Y algunos metros por debajo, la bandera de Bucarest, junto con la de Rumanía y la Unión Europea colgaban de los mástiles sin una brizna de viento que las moviese.

—Impresiona, ¿verdad? —se adelantó Bok, que ya bajaba de la parte de atrás junto con su compañero y Nessa.

Nessa ladeó la cabeza como si quisiera encontrar una perspectiva distinta del edificio.

—Un poquito recargado, ¿no? —farful ó, entonces miró a su alrededor, a la amplia avenida l ena de edificios y casas de la misma altura o más baja—.

Supongo que encaja.

Ella no dijo nada mientras recorría con la mirada cada centímetro de piedra, observando las ventanas reforzadas, las cámaras de seguridad para finalmente detenerse en la enorme entrada la cual permanecía abierta al público. Varios coches permanecían aparcados frente al edificio, la mayoría con el logotipo y nombre de la compañía adornando la puerta.

Una inesperada mano en su espalda la hizo estremecerse, no necesitó volver la mirada para saber a quién pertenecía; el calor que manaba de su cuerpo era suficiente recordatorio. Su cercanía la ponía nerviosa, toda ella reaccionaba a su contacto como lo hizo en la playa solo que estaba vez, el recelo, la incertidumbre y los rescoldos del reciente atentado contra su vida, no le permitieron disfrutar de el o y relajarse.

—Pareces un resorte a punto de saltar —le dijo. Aquella era una de las pocas frases que había escuchado de su boca durante el trayecto; la conversación estuvo dominada en su mayoría por los otros dos hombres y las respuestas ácidas de Nessa. Estaba claro que ella no estaba de acuerdo con irse con ellos.

—Vaya, pero si hablas —fingió sorpresa, pero de él no obtuvo si no un leve levantamiento de cejas.

La risita tras ellos hizo que el a misma sonriera.

—Yo no lo catalogaría precisamente de cal ado —aseguró Bok pasando delante de ellos—. Aunque yo le gano.

—Bok, tu ganarías incluso a una grabadora. —El comentario l egó de Nazh, quien instaba a su amiga a caminar—. Bienvenidas a Relikviers Corporative. El complejo está formado por cuatro edificios denominados torres; esta es la Torre Este.

—Encantador —farful ó Nessa dando un reluctante paso, su mirada volviendo hacia ella—. ¿Estás segura de esto? Podemos irnos ahora mismo si lo deseas…

—No mientras porte mi reliquia. —La declaración de Dayhen se acompañó de un leve empujón.

Ella abrió la boca para responder, pero Nessa se le adelantó.

—Vuelve a hacer eso y te quito las pelotas por la garganta —lo amenazó sin dudar un solo segundo.

—Si vuelve a empujarme seré yo la que le deje sin pelotas —declaró el a acariciando ligeramente el improvisado vendaje que Nessa había aplicado a su brazo. Bok les había entregado un pequeño botiquín nada más subirse al coche—.

¿No sabes pedir las cosas por favor?

—Camina —fue la ruda respuesta que recibió a cambio.

Ella frunció el ceño.

—Me caías mejor en la playa —siseó en voz baja.

Él esbozó una irónica sonrisa.

—Tú también a mí.

—Lo ves, se masca el romance —comentó Bok esperando al lado de la puerta principal cuando Nazh se reunió con él.

El hombre puso los ojos en blanco y farfulló en voz baja.

—Yo apuntaría más bien a la tragedia.

—Por esta vez, tengo que estar de acuerdo contigo —añadió Nessa, quien no dejaba de fulminar a Dayhen con la mirada.

Dejando escapar un bajo suspiro, miró a su amiga con intención de hablar con el a. Si no ponía fin a la desconfianza y animosidad de Nessa para con él, acabarían l egando a las manos. Y la verdad fuese dicha, no era precisamente su amiga quien saldría perdiendo.

—Hay demasiado que explicar y asuntos que tratar como para estar perdiendo el tiempo aquí en plena cal e. —La l amada de atención de Nazh los hicieron girarse hacia él; A juzgar por la mirada que encontró en su rostro, aquella no era la primera ocasión en la que tenía que enfrentarse al algo así—. ¿Por favor?

El paciente y suave tono de voz, unido a la educada invitación pareció apaciguar los ánimos. Ella miró a Nessa, quien se encogió de hombros dándole vía libre para hacer lo que creyese conveniente; aunque no por ello quería decir que estuviese de acuerdo.

Con una última mirada hacia él, quien imitó el gesto de su compañero de forma burlona, invitándola a continuar, entró en la sede de los Relikviers.

Solo esperaba no haberse equivocado y que su decisión de confiar en este hombre no acabase costándole caro.

Entrar en Relikvier Corporative fue como penetrar en otro mundo. La suntuosidad y elegancia del interior hacía palidecer la hermosa fachada. Pese a ello, el estilo antiguo y caro que decoraban la recepción estaba salpicado de nuevas tecnologías introducidas de manera que no rompiesen con la armonía del lugar. La recepción era un ir y venir de gente; Mensajeros con paquetes, hombres y mujeres vistiendo batas blancas y guantes de látex, algunos de ellos l evaban incluso alguna caja con artículos para restaurar. Una colmena bien organizada en la que todo el mundo parecía saber exactamente qué hacer.

—Jo-der —silbó su amiga mirando con asombro sus alrededores.

—¡Ey, Nazh! —alguien llamó desde el otro lado de la sala. Al instante una de las mujeres vestidas de bata y guantes apareció a su lado—. Necesito ese diario. Quiero ese diario. Dime que lo hemos conseguido.

El aludido sonrió ampliamente, un travieso brillo rondándole los ojos.

—Estoy en el o, Carmen —le respondió con la misma tranquilidad con la que parecía manejarlo todo—. Te prometo que en cuanto lo tengamos en nuestras manos, serás la primera en saberlo.

La mujer hizo un mohín, pero pareció conforme.

—Más te vale —declaró y sonrió al resto del grupo antes de marcharse por dónde había venido.

—Como podéis ver, somos una empresa bastante ocupada —comentó él volviéndose hacia el a, entonces hacia su amiga—. Este ajetreo suele ser normal por aquí.

Bok bufó atrayendo su atención.

—Por favor… esto no es nada —comentó desechando las palabras del hombre—. Esperad a verlos correr y gritar, amenazando con matar o castrar a

alguien por que la entrega no ha llegado a la hora estimada, o porque algún idiota dejó caer el café sobre una piedra con más de diez siglos…

Ambos hombres se volvieron hacia él.

—Mejor no menciones lo de la lápida —le sugirió Dayhen—. Todavía siento ganas de arrancarte uno por uno los dedos de la mano.

—¿Veis a que me refiero? —declaró Bok escabul éndose ya hacia una de las dos puertas de ascensor que se veían al otro lado de la habitación, en el lado opuesto al mostrador de recepción.

—Un día lo mataré… y me reiré al hacerlo —aseguró Dayhen al tiempo que dejaba escapar un cansado suspiro.

Ella se volvió hacia él.

—Eso es cruel —aseguró, pero había una sonrisa en sus labios.

Dayhen arqueó una ceja ante su gesto.

—Espera a pasar un tiempo a solas con él y lo verás desde mi punto de vista —declaró y continuó tras sus compañeros quienes ya entraban en el ascensor.

Dejó escapar un bajo resoplido. No estaba segura de que estuviese por aquí el tiempo suficiente como para ello. Su mirada recorrió una vez más el vestíbulo fijándose por primera vez en una de las pinturas que adornaban una de las paredes.

—¡Naroa! —la llamó Nessa. Ella se giró para ver como las puertas del ascensor empezaban a cerrarse. Dayhen permanecía fuera, esperándola.

—Adelantaos. —Tuvo tiempo de decirle a su compañero antes de que las puertas se cerraran por completo.

Ella se mordió el labio inferior, un sonrojo de vergüenza cubrió sus mejillas al darse cuenta de que se había quedado pasmada mirando el cuadro.

—Lo siento, me he distraído —murmuró reuniéndose con él.

Sus ojos verdes siguieron la misma dirección que la atrajo a ella. Su mirada se suavizó mientras contemplaba el cuadro.

—Es un cuadro hermoso.

Él la contempló.

—La vigilia de la valquiria —le informó, poniéndole nombre—. Del pintor prerrafaelista Edward Robert Hughes.

Ella volvió a mirar el cuadro y luego a él.

—Es… ¿una reproducción?

Él se limitó a mirar el cuadro una vez más y luego a ella.

—Podría ser —murmuró y extendió la mano invitándola a continuar—. Nos esperan.

Volvió a mirar una vez más el cuadro y frunció el ceño. Tenía que reconocer que no estaba muy puesta en materia de arte, pero el cuadro era impactante. Si era auténtico, ¿no debería estar en un museo? Haciendo a un lado sus pensamientos, le siguió hacia el ascensor.

—Dayhen.

Él giró el rostro hacia ella, sorprendido de que utilizase su nombre.

—Tienes un nombre extraño, ¿significa algo en especial? —le preguntó.

Aquel era el primer momento en el que estaban realmente solos desde su encuentro en la playa días atrás.

—Nada en particular, solo es un nombre —le dijo acompañándose de un ligero encogimiento de hombros. Apretó el número del último piso en el panel del ascensor y se quedó mirando al frente, como si no le interesase su presencia.

Ella echó un vistazo al interior del cubículo el cual era tan lujoso como el resto del edificio.

—Y los demás se mueren de hambre —musitó para sí misma.

Él escuchó su murmul o puesto que se giró hacia el a.

—¿Perdón?

Con una ligera negativa, apartó su comentario.

—Gracias por lo de antes —le dijo en voz baja, casi reacia—. Pensamos que la nueva medicación hacía efecto, pero… obviamente no fue así.

Él frunció el ceño, su mirada la recorrió lentamente de pies a cabeza.

—Confieso que ha sido una sorpresa el descubrir que alojas la reliquia del fuego —comentó volviendo ahora a su rostro—. Ni en nuestras más bizarras pesadillas pensamos ocurriría algo así. Y entonces, aquí estás tú… no entiendo como no estás muerta.

La sinceridad y despreocupación en sus palabras fue un impacto para el a.

Durante los últimos cinco años luchó con uñas y dientes por seguir adelante, por encontrar alguna manera de evadir a sus perseguidores y poner fin a la amenaza sobre su vida. Él no era el único que pensó en la muerte y en el milagro que suponía que siguiese con vida, un milagro al que los fármacos ya no contribuían.

—Ya sabes lo que dicen, mala hierba, nunca muere —declaró en un intento por restarle importancia al asunto.

Su rostro mudó ligeramente, el escepticismo era palpable en él.

—¿Cómo has podido terminar así?

Ella sacudió la cabeza.

—¿Así como?

Él bajó la mirada hacia su pecho.

—Alojando la reliquia —respondió sin más vueltas.

Ella hizo una mueca.

—No es algo que yo haya pedido, te lo aseguro —dijo con marcada ironía —, no lo pedí.

—¿Cuándo despertó en ti?

Ella lo miró a los ojos. Él no vaciló, esperaba tranquilo una respuesta, sin prisas, solo esperaba.

—¿Qué te hace creer…?

Él chasqueó entonces la lengua, su mano le rozó el rostro cuando le apartó un mechón de pelo que se había escapado del recogido.

—Eres humana —declaró sin dejar de mirarla—, puede que todavía no entienda muy bien cómo funciona la reliquia en tu interior, pero… la forma en la que el Arven ha consumido el fuego, en que se alimentó de él cuando te toqué… A falta de una palabra mejor, está famélica. Si obrase con tal intensidad, tu vida hace tiempo que se habría consumido.

Ella se lamió los labios, incapaz de negar sus palabras pero no deseando tampoco darle más datos al respecto.

—Debí percatarme de la forma extraña en que se comportó mi elemento la vez anterior —declaró, aunque el a no estaba segura de sí hablaba con el a, o consigo mismo—, pero estaba distraído.

El sutil recordatorio hizo que respondiese con ironía.

—Sin duda, de otro modo quizás te hubieses presentado sacándome de mi error.

Él la miró fijamente.

—Tu novio debió acudir a su cita…

Ella apretó los labios.

—Tuviste suerte, de ser mi pareja, tú no me habrías tocado.

Dayhen esbozó media sonrisa.

—¿Esperas una disculpa de mi parte?

Negó con la cabeza, sus palabras eran sinceras.

—A pesar de lo que opina mi amiga, no estaba tan borracha como para no darme cuenta de mis propios actos. —Se encogió de hombros—. Sabía en lo que me metía, a pesar de tu falta de… sinceridad.

Ella vio cómo se lamía los labios, un gesto de suficiencia que acompañó su lenguaje corporal.

—No recuerdo vendarte los ojos, ni taparte los oídos —declaró él con un ligero movimiento de hombros. Cada gesto, casual y tan sensual que la enervaba por la absurda atracción que suponía a pesar de su enfado—. ¿Acostumbras a citarte a ciegas con cualquiera?

La burla en su voz hizo que actuara en consecuencia.

—¿Y tú a fol arte todo lo que l eva faldas?

Él sonrió, una sonrisa genuina y divertida.

—Falda, shorts, un vestido de playa amaril o… —respondió con desenfado, él hacía clara referencia a la ropa que el a llevaba esa noche.

Sus labios se apretaron en una firme línea, sus palabras sonaron forzadas, de repente, el pequeño receptáculo empezaba a resultar asfixiante.

—Empiezo a pensar que quizás deba exigir una disculpa de tu parte — rezongó.

Él se volvió entonces hacia el a, su corpulencia y sensualidad cerniéndose sobre ella, acorralándola contra una de las tapizadas paredes. Sus manos descansaron apoyadas a ambos lados de su cabeza, enjaulándola con su cuerpo.

—¿Qué es lo que quieres oír exactamente de mis labios, duende? ¿Qué fue un placer follarte? Lo fue. ¿Qué me arrepiento de mis actos? En absoluto — bufó ante la sola idea—. ¿Qué me ha sorprendido como el demonio que una criatura delicada y enfermiza como tú sea el alojamiento de mi reliquia? Oh, sí, ya lo creo que sí, pero nada de ello va a hacer que retroceda ante mi meta.

Si hubiese temido realmente por su propia vida, es posible que no abriese la boca, pero el a deseaba saber, sin importar el desenlace, necesitaba saberlo.

—¿Y cuál es… esa meta?

Él se echó atrás, pero no lo suficiente como para dejarla ir.

—Recuperar lo que es mío, cueste lo que cueste —declaró sin vacilaciones —. Lo que incluye el Arven.

Ella se tensó cuando él volvió a cernerse sobre ella, su mirada ahora a la altura de la suya y una pregunta bailaba en sus ojos.

—Pero hay algo más —le dijo sin apartarse, su cuerpo acercándose más al suyo sin llegar todavía a rozarla—, una curiosidad en la que no he podido dejar de pensar desde el momento en que hemos vuelto a encontrarnos.

—¿Por qué no he salido huyendo en dirección contraria nada más verte?

Sí, eso también me lo he preguntado yo… está claro que necesito un escáner cerebral inmediatamente.

Él esbozó una irónica sonrisa, una de sus manos dejó la pared y se deslizó sobre la mejilla. Ella podía sentir el fuego en sus dedos, lamiéndole la piel.

—Caliente… —susurró muy cerca de su boca—. Pero no lo suficiente.

¿Cómo has sabido de nosotros, de nuestra existencia? No te has sorprendido en demasía al ver a Nazh crear ese remolino, ni tampoco opusiste resistencia a mi fuego… Más aún, aquí estás, frente a mí, encerrada conmigo en el ascensor, más preocupada de l egar a nuestro destino que de que pueda incinerar esta cabina o a ti.

Ella retiró las manos que mantuvo en todo momento a sus costados y le empujó.

—Cuando convives con la muerte, aceptas todo lo que venga a ti —declaró al tiempo que él le permitía quitárselo de encima—. Poco importa de qué clase sea, o lo que haga. Cuando te estás muriendo, da lo mismo a lo que te enfrentes, el final no cambiará.

Él no le quitó los ojos de encima, no la creía y no le culpaba por ello, después de todo no le había dicho toda la verdad, ni siquiera su mejor amiga sabía toda la verdad.

—No me gusta que me mientan, duende —le dijo, su mirada fija en la de ella.

Alzó la barbilla y lo miró desafiante.

—No he mentido —respondió bruscamente.

Él asintió.

—No, no lo has hecho —repuso justo cuando el ascensor se detenía y sonaba el timbre que precedía a la apertura de las puertas—. Pero has ocultado parte de la verdad, si no toda.

Ella no respondió.

—Te sugiero que pienses en cambiar de táctica, duende, ahí dentro tendrás que decir toda la verdad —le dijo mientras las puertas se abrían—. Es la única manera en la que podrás ganar.

Sin darle tiempo a responder, salió del ascensor y giró hacia la izquierda dejándola sola con aquel a sutil amenaza pendiendo sobre su cabeza.