CAPÍTULO 9
Naroa dio un último mordisco a la lasaña vegetal, el panecillo que la acompañaba hacía tiempo que desapareció sustituido por el de su compañero de mesa quien, para su sorpresa, guardó silencio mientras yantaba; Aquello le permitió dar marcha atrás en sus pensamientos y hacer un rápido inventario de lo ocurrido las últimas horas. Sentía la cabeza a punto de estallar, una insistente punzada se le clavaba una y otra vez en el centro de la frente como un taladro neumático que nunca dejaba de trabajar. La herida del brazo era más irritante que dolorosa, latiendo constantemente.
—¿Quieres que busque a Dayhen? —la voz de Bok irrumpió en el silencio.
A pesar de los sonidos a su alrededor, propios de la algarabía de aquella parte del complejo en lo que era ya prácticamente la hora del té, ella era capaz de aislarse a sí misma. Alzó la mirada y se encontró con sus ojos verdosos—. No estás bien, por eso te saqué de la sala. Pero no has mejorado, estás incluso más pálida y has jugado con la comida, más que comértela.
Ella sonrió ante el puchero que escuchó en su voz. Su forma de actuar contrastaba drásticamente con su apariencia. El hombre de unos treinta y pocos años sentado al otro lado de la mesa con ropas estridentes y mirada inteligente, no casaba en absoluto con la actitud que mostraba. Parecía más bien un niño hiperactivo que un hombre adulto.
—Me siento bien, el dolor de cabeza no tiene nada que ver con la reliquia y sí mucho con el estrés —le dijo dejando el cubierto al lado del plato. Y era cierto, su cuerpo operaba con total normalidad. El cansancio que la dejaba sin aliento, la falta de respiración y el agobio se esfumaron cuando él obró su magia en ella. El dolor de cabeza no era más que un mecanismo de autodefensa frente al estrés de las últimas horas; estaba segura. No podía quitarse de la mente que aquellos dos individuos del parque, operaban bajo las órdenes de Markus. Había dado con el a demasiado pronto y eso la asustaba. La necesidad de volver a huir crecía con cada segundo que pasaba. Pero tenía que confiar en las palabras que su ángel de la guarda le trasmitió.
«Relikviers. Encuéntralos».
Él debía tener sus propios motivos para enviarla a Bucarest, de algún modo sabía que aquellos hombres estarían al í y la protegerían. Tenía que confiar en sus instintos tal y como lo había hecho hasta el momento. No podía darse el lujo de perder esta oportunidad. Si lo que se dijo en la sala de reuniones contenía algo de verdad, estaba en las manos adecuadas. Pero… todo aquel o sonaba tan fantasioso.
«¿Tanto o más que el hecho de que tú alojes una reliquia, guapa?». La aguijoneó su conciencia.
Sacudiendo la cabeza, se obligó a sonreír.
—No es importante, se me pasará tan pronto descanse un poco —le dijo con seguridad—. Ha sido un día extraño… yo… no sé si te he dado las gracias por cubrirme en el puente… Gracias.
Él negó con la cabeza.
—Es mi deber —le dijo con un ligero encogimiento de hombros—. Aunque no niego que lo he disfrutado, eres blandita.
Ella abrió la boca para decir algo al respecto, pero solo pudo reír. Señor, aquello sentaba tan bien.
—Gracias… creo —dijo entre risas.
Él le devolvió la sonrisa, su mirada fija en ella.
—Sé que desconfías de él, ahora incluso más que antes, pero no te hará daño —le dijo él—. Es un buen hombre, pero le han quitado lo que más quería.
Creo que tú podrías l enar ese hueco…
Sus palabras hicieron que negara la cabeza.
—Sí, claro… dime cómo puedo deshacerme de la reliquia y se la daré con sumo gusto. Entonces tendrá de nuevo lo que le quitaron —farfulló ella—. Esa noche debí estar más borracha de lo que pensé para no darme cuenta que es un gilipol as…
—Ese es un sentimiento que comparto contigo a la perfección.
Su inesperada presencia la cogió con la guardia baja. De pie, detrás de la silla de Bok, se encontraba Dayhen en toda su gloria.
—Boksen, lárgate antes de que decida incinerarte. Hoy ya has agotado mi paciencia —declaró al tiempo que levantaba al hombre por el cuello de la chaqueta, obligándole a incorporarse.
Rápido como una liebre, Bok se libró de su agarre y puso entre ambos una distancia prudencial. Con todo, una enorme sonrisa cubría su rostro. ¿Ese chico no tenía sentido de auto conservación?
—Nada de incineraciones hoy, gracias —declaró y la señaló a el a—. No seas un capullo con ella, no se encuentra del todo bien.
Una única mirada de refilón fue suficiente para que diese media vuelta y saliese a toda prisa en dirección a la puerta, llevándose por delante alguna que otra bandeja.
—Creo que esa es una reacción que debería preocuparme —murmuró ella volviendo su mirada hacia él—. ¿Es costumbre el que amenaces a todo el mundo con enviarlos al infierno y que estos salgan huyendo como si los persiguiese el mismísimo diablo?
Él no solo no respondió, si no que acortó la distancia entre ambos y posó la mano sobre su frente, tomándole la temperatura.
—No estás fría —dijo como si eso fuese suficiente explicación—. Tu temperatura es un poco más elevada de lo normal, pero está dentro de los márgenes establecidos.
—¿Ahora eres médico? —se burló y le apartó la mano.
Él cogió el asiento que abandonó su compañero y se dejó caer en él.
—No, soy historiador.
Ella se quedó sin palabras. No esperaba que él soltase una perla de sí mismo de esa manera.
—De qué época en concreto.
Una perezosa sonrisa curvó sus labios, pero no era para ella, ni siquiera la miró cuando contestó.
—Un poco de cada una.
Ella frunció el ceño.
—¿Eres siempre tan parco en palabras?
Él la miró ahora, recorriéndola con pereza.
—¿Hay algo que quieras saber de mí, duende? —Su respuesta trajo consigo ese bajo y sensual tono que la llevó a recordar su noche juntos.
Frunció el ceño y apretó los labios, no pensaba darle una respuesta o caer en su juego así que optó por cambiar de tema.
—¿Cómo es posible que esos… um… Vigilantes perdiesen las reliquias? — le preguntó volviendo al tema que estuvieron tratando en la sala—. ¿No podían buscarlas el os mismos que han tenido que enrolar en su cruzada a tus antepasados?
Ahora fue su turno de fruncir el ceño.
—¿Mis antepasados?
Ella asintió, su mirada acompañando a sus palabras.
—Sí, ya sabes, tus tátara, tátara, tátara lo que sea —dijo con un encogimiento de hombros—. Los idiotas que dijeron “sí, amo” cuando los enviaron a buscar los objetos perdidos.
Él ladeó ligeramente la cabeza, la sorpresa y la confusión nadando en su rostro.
—Las reliquias no se perdieron —respondió lentamente—. Como ya oíste, fueron robadas.
Ella lo miró, una pequeña sonrisa empezó a curvar sus labios.
—Peor me lo pones, ¿así que aún encima de idiotas, sospechosos de robo?
Él se echó hacia atrás, recostándose en el respaldo de la silla, un aspecto demasiado relajado para su gusto.
—Idiotas, ladrones… ¿algún epíteto más que quieras añadir? —preguntó, su voz baja, demasiado suave para su gusto.
Ella dejó escapar un suspiro, tenía que darle la razón, lo estaba insultando gratuitamente.
—Lo siento —reculó en sus palabras—. Eso ha estado fuera de lugar. No tengo derecho a l amar idiotas a tus antepasados solo porque tú lo seas.
Para su sorpresa, él se rió. Una risa baja, breve, pero una risa a fin de cuentas.
—Contigo uno nunca gana, ¿no duende? —comentó, sus ojos verdes se clavaron en ella, brillantes y vivaces.
Ella lo miró por debajo de sus espesas pestañas.
—Mi nombre es Naroa, y no estoy en ningún torneo como para que alguien salga vencedor —le dijo y dejó escapar un pequeño resoplido. Se l evó las manos a las sienes y empezó a masajearlas, el dolor de cabeza no remitía—. ¿Hay alguna posibilidad de conseguir aquí algún analgésico? Temo que los que yo l evaba encima terminaron desperdigados en algún lugar del parque.
Ella siseó, dejando escapar una repentina retahíla de maldiciones.
—Mierda, la mochila de Nessa terminó en el lago, pero mi bolso quedó allí, en el parque —maldijo una vez más—. Seré estúpida. Si la policía lo encuentra…
—No lo encontrarán —negó él con absoluta seguridad—. Tus pertenencias y las de tu amiga están aquí. Todas ellas.
Ella lo miró, sus ojos se entrecerraron lentamente.
—¿Habéis entrado en nuestra habitación de hotel?
Él se limitó a encogerse de hombros.
—Mi reliquia estará más segura aquí —declaró. Ella supo por la forma en que pronunció las palabras y la mirada en sus ojos, que las eligió a propósito.
—Si pudiese, te metería la reliquia por el…
—Eh, esos modales… Naroa. —Pronunció su nombre con una cadencia que le causó estremecimientos—. Todavía no has dicho quienes era los hombres que os atacaron en el parque y por qué están tras mi reliquia.
Ella lo fulminó con la mirada.
—Son otro tipo de imbéciles —le soltó el a en un bajo siseo—, el mundo parece estar repleto de ellos.
Ella deslizó la sil a contra el suelo con intención de levantarse, pero la mano de él sobre su muñeca le impidió avanzar.
—Esto no es un juego, duende —le aseguró mirándola a los ojos.
Ella tiró de la mano para soltarse, pero él no la dejó ir.
—Nunca he considerado el que me persigan y den caza como a un animal un juego, Dayhen Brann —siseó, escupiendo su nombre—. Quizás deberías tenerlo en cuenta tú y los tuyos, porque no me dejaré cazar por nadie.
Él suavizó su agarre, deslizó la mano sin soltarla y entrelazó sus dedos para atraerla hacia él por encima de la mesa, de modo que sus rostros quedaron a escasos centímetros.
—No hay necesidad de escapar cuando ya has llegado al lugar al que perteneces —murmuró mirándola a los ojos—. Quiero nombres, duende, quiero saber quién está detrás de mí reliquia.
Ella se relajó lo suficiente para que él aflojase también su mano, entonces se soltó de un tirón.
—Te lo diré cuando encuentre el lugar al que pertenezco —le espetó el a—.
No al que alguien me obligue a permanecer.
Con esas últimas palabras dio media vuelta y cruzó la sala, evitando las miradas curiosas de la gente que debió ver el intercambio entre los dos. Además, la tarjeta de visitante que l evaba colgada del cuel o era un aliciente más para generar preguntas.
—¿Qué pasa? ¿Eres de la Interpol y esto es un interrogatorio? —se mofó Nessa. Sus dedos tamborileaban sobre la mesa de una pequeña y acogedora sala a la que la habían conducido. Frente a ella, los restos de un sándwich manchaban el plato.
Nazh permitió que una ligera sonrisa curvase sus labios, la mujer no hacía más que protestar cada dos segundos. Su preocupación obviamente recaía en su amiga. Parecía nerviosa al encontrarse lejos de ella. Su intención era recabar toda la información de la que dispusieran las dos mujeres, su aparición y los recientes acontecimientos dejaban en claro que tendrían que replantearse muchos de los conocimientos que adquirieron a lo largo de los últimos tiempos.
Después de la rápida salida de la portadora de la reliquia y la posterior retirada de Dayhen —que no dudaba iría tras ella—, se trasladaron a una de los salones de descanso de la Torre Este; una habitación menos austera y seria que la Sala de Juntas de la presidencia. Meliss los abandonó para atender varias l amadas, su actitud fue muy clara; si Nazh le hacía algo a cualquiera de las dos mujeres, le clavaría un cuchillo en las entrañas; y él sabía que reiría mientras lo hacía.
Sasha, quien les acompañó, permanecía de brazos cruzados apoyado contra la mesa de billar e intervenía de vez en cuando. Ryshan por su parte, había adquirido un mutismo que no era propio en él.
—Empieza por responder a mis preguntas y mantendremos una conversación en vez de un interrogatorio —pactó con el a, su mirada tan intensa como para hacerla estremecer.
Ella puso los ojos en blanco, estaba claro que no le gustaba su ofrecimiento.
—El que sigas actuando como un capul o no ayudará a que responda — declaró con una amplia sonrisa—. Así que, ¿por qué no empezamos de nuevo?
¿Un por favor, quizás?
Su sonrisa se amplió, la mujer era inteligente y tenía un ingenio que le gustaba. Un punto para ella.
—De acuerdo, volvamos al principio —aceptó modulando la voz—. Has dicho que tu amiga Naroa, no es la única… portadora humana… de las reliquias.
Ella asintió.
—Así es.
—Pero, ¿cómo puede ser eso posible? —intervino Sasha, descruzó los brazos y se apoyó en la mesa—. Quiero decir, ¿cuándo ha ocurrido?
Ella arqueó una ceja a modo respuesta.
—¿Cuándo ocurrió el qué?
Ambos intercambiaron una mirada, su compañero pedía permiso para hablar libremente. Si bien todos el os fueron elegidos para la tarea, con el tiempo el liderazgo había caído sobre sus hombros. Esos hombres eran algo más que sus compañeros o sus hombres, eran como hermanos y no pensaba fallarles. Con un imperceptible asentimiento dejó que continuase; el Relikvier de la Tierra tenía mucho más tacto y paciencia que él mismo.
—Las reliquias no siempre fueron humanas, originalmente eran objetos —le explicó—. Cuatro cálices de cristal que contenían los elementos más poderosos del universo, ¿cómo es posible que terminaran… siendo humanos?
Ella dejó escapar un pequeño suspiro.
—A ver, según vuestra versión, las reliquias fueron robas del… como se l ama…
—El Hall de los Elementos —Ryshan le facilitó la palabra.
—Eso, del Hal de los Elementos —repitió el a—, no tenéis ni puta idea de quién lo hizo, pero sabéis que fueron escondidas en algún lugar del planeta.
—Básicamente, sí —aceptó Nazh.
Ella chasqueó la lengua.
—Pues esa no es la versión de la que yo dispongo —respondió con un ligero encogimiento de hombros—, aunque, por otro lado, tiene cierto sentido.
Los tres hombres concentraron su atención sobre el a.
—Es muy poca la información que hay sobre las reliquias y el papel de las Cuatro Familias elegidas. Nadie sabe a ciencia cierta qué ocurrió para que los objetos desaparecieran de sus manos, pero todo apunta a que la ruptura l egó tras la traición de una de las familias… Algo ocurrió en ese momento que hizo que los objetos sagrados terminasen alojándose en seres humanos —expuso ella al tiempo que se pasaba una mano por el pelo en un obvio gesto de inquietud.
—¿Quiénes son esas familias y quien o por qué fueron elegidas? ¿Con qué cometido? —insistió Sasha.
Él la vio tomarse su tiempo, como si necesitase poner en orden sus ideas antes de dar salida a su explicación.
—Se dice que La Orden nació para proteger las cuatro reliquias sagradas que aparecieron en la tierra. —Ella comenzó con su relato—. La leyenda, tal y como yo la conozco es la siguiente.
»Hace varios siglos, en el momento en que la luna ocultó al sol, y el día se hizo noche, l egó a una de las tribus del norte un extraño personaje. Unos dijeron que era un anciano, otros que un niño y otros que una mujer, pero en lo que todos concordaron fue en que trajo consigo un don precioso; la vida. El jefe de la tribu organizó aquel a misma noche una reunión en la que se dieron cita los miembros de las cuatro familias más importantes que habitaban las tierras norteñas. A petición del jefe, el recién llegado mostró a los presentes los cuatro valiosos tesoros y los puso al tanto de su cometido. Cada uno de los objetos debería permanecer separado de los otros, ocultos y custodiados. Nadie debía conocer su existencia. A cambio, estos traerían prosperidad, riquezas y una vida longeva a sus guardianes.
»El jefe de la tribu, conocido por su sabiduría y ecuanimidad, pidió a las cuatro familias que eligieran a un miembro para ser el custodio de cada una de las reliquias. Con la primera luz de la mañana deberían partir de su tierra natal, dirigirse hacia el lugar que les dictara el corazón y cumplir con el encargo que el extraño había pedido. Cada uno de los elegidos se despidió de los más ancianos, alguno de el os decidió llevarse a su familia y tal y como había predicho el misterioso invitado, ellos prosperaron a lo largo de los años.
»Pero el ser humano es codicioso por naturaleza, no se conforma con sus propias riquezas y siempre busca aumentar su poder. Por el o, una de las familias creyó que si conseguía para sí también las otras reliquias, podría tener todo aquello que deseaba, que sería el más poderoso. Por primera vez en varios siglos, envió aviso a las otras tres familias y mediante engaños, consiguió que un miembro de cada casa se reuniese con él.
»Con los primeros rayos del amanecer, la sangre tiñó el suelo del lugar acordado, las vidas de tres de los miembros de las cuatro familias fueron sesgadas. Se dice que la muerte y la traición fue lo que hizo que las reliquias desaparecieran al mismo tiempo.
—Eso explicaría como las reliquias l egaron a caer en el mundo de los mortales —murmuró Sasha, su mano resbaló por el barbudo mentón al tiempo que hacía una mueca—. El ladrón quiso esconderlas entre los humanos, pero, ¿por qué?
Nazh, chasqueó la lengua.
—Pero eso solo nos dice que las reliquias conservaron su aspecto original durante un tiempo. Si bien desaparecieron de las manos de aquel os que las custodiaban, ¿cómo es que han terminado siendo alojadas por humanos? ¿Naroa no puede tener más de… treinta y pocos años, si no menos? ¿Las reliquias han estado ocultas hasta ahora? ¿Por qué?
Él vio como la muchacha negaba con la cabeza.
—Quizás, si me dejas continuar, pueda llegar a ese punto —declaró el a mirándole a los ojos—. Naroa no es el primer ser humano que aloja la reliquia.
La sorpresa cayó sobre los hombres.
—¿Ha habido más?
Ella se volvió hacia Ryshan, que fue el que preguntó esta vez y asintió.
—¿Sabéis que sois peores que niños pequeños cuando les narran un cuento? —se quejó con un mohín—. Como os contaba antes de que me interrumpieseis, las reliquias desaparecieron en ese momento… para volver a aparecer la noche siguiente en manos de las almas que fueron arrebatadas tan bruscamente.
»Se dice que fueron las propias almas de los muertos las que regresaron la noche siguiente con cada una de las reliquias y las entregaron a las almas más puras del pueblo en el que habían morado. Los objetos sagrados penetraron en sus cuerpos, se convirtieron en parte de sus portadores sin que el os supiesen el don o la maldición, que les había sido otorgada. Para preservar a sus portadores, los espíritus se presentaron ante sus familiares y eligieron a una persona de igual pureza para guardar las reliquias. Así fue como nació la Orden de los Guardianes.
»Pero faltaba una reliquia, la que pertenecía a la cuarta familia, aquella que traicionó a las demás. Nadie sabe exactamente qué ocurrió con ese objeto sagrado, hay quien dice que la reliquia ocupó el cuerpo del hijo del hombre que cometió asesinato y que empezó a consumirlo sin que ninguno supiese qué ocurría. Se cree que esa reliquia pasó de padres a hijos a través de la misma línea de sangre, sin ningún guardián que velase por ella, condenada por los pecados de la familia que la traicionaron, esperando poder reunirse algún día con las otras tres.
Ella se tomó un momento para dejar que la información calara en el os.
—Esa es la historia que se ha narrado en mi familia generación tras generación —explicó con un ligero encogimiento de hombros—. Y las reliquias no siempre pudieron ser encontradas. Mis antepasados han sido un poco paranoicos al respecto, vamos, que no se creyeron toda la historia… en algún momento se perdió la pista a la reliquia que debían custodiar y no se encontró hasta hará unos trescientos años, creo…
»Una tía abuela de mi bisabuela, —lo sé es un coñazo seguir el rastro de esa manera a la familia—, dejó constancia de su experiencia en un diario escrito con una letra que ni la de los médicos de hoy en día la entenderían. El caso es que habló en su diario de un hombre al que conoció y por el que sintió una atracción inmediata e irrefrenable… Decía que había algo extraño en él, cuando se encontraban era como si conectasen, como si su sitio estuviese a su lado.
»Hay varios saltos en su diario, pero a grandes rasgos dice que él enfermó, que empezó a deteriorarse y cuando finalmente murió, durante un instante, de su cuerpo emergió una copa de brillante cristal dorado. Él había sido el portador de la reliquia de fuego.
Nazh frunció el ceño al escuchar la última parte de su historia, toda la narración daba vueltas en su mente intentando extraer de todo ello la información que necesitaban.
—Entonces, los guardianes también sentís la presencia de la reliquia — comentó más para sí mismo que para el a. Su ceño se profundizó, su mirada reflejaba la sorpresa cuando se volvió hacia el a—. Pero esa atracción…
—No me jodas —saltó Ryshan, cuyo rostro lucía igual de sorprendido.
Él vio como la mirada de la mujer iba de uno al otro, su confusión dando paso a la comprensión y finalmente rompió a reír a carcajadas.
—Ay señor, esta sí que es buena —se reía aferrándose el estómago con las manos—. No puedo creerlo… pero que bueno… esperad a que se lo cuente a Naroa…
Un ligero rubor cubrió momentáneamente las mejil as de los dos hombres al darse cuenta de que se habían precipitado en sus conclusiones.
—Dios, gracias, tíos, de verdad que necesitaba reírme —aseguró intentando calmarse—. Ay, qué bueno, por favor.
—Em… lo siento —se disculpó Ryshan—. Pero es que tus palabras…
Ella asintió riéndose todavía.
—A mi amiga se le caen las bragas por el imbécil de vuestro compañero — declaró ella con un pequeño bufido—. Reconozco que la adoro, es mi mejor amiga y la quiero como a una hermana, pero de ahí a lo que sugerís… tíos, tenéis la mente sucia.
Ambos hombres carraspearon, intentando recobrar la dignidad. Mientras, Sasha aprovechó para hacer una nueva pregunta.
—Entonces, si lo he entendido bien, ¿ella es la última portadora de la reliquia? —preguntó.
La mujer asintió.
—Es la única portadora de la reliquia del fuego de la que tenga constancia en mi familia en los últimos… um… trescientos años, más o menos —aceptó, su mirada encontrándose con la del hombre—. Parece que no es algo generacional, ni tampoco hereditario y desde el momento en que la reliquia despierta, comienza la cuenta atrás para su portador.
Sasha frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir con que la reliquia despierta?
Nessa dejó escapar un profundo suspiro.
—Conocí a Naroa en la universidad, fuimos compañeras de cuarto durante dos años —le dijo, su mirada fue de él a los demás—. Pero no supe que era la portadora de la reliquia hasta hace unos cinco años. Fue tras un accidente en el laboratorio de la universidad. En ese momento la sentí claramente, era tal y como se describía en el diario. Naroa era la portadora de la reliquia del fuego y acababa de despertar.
—Está claro que tiene que existir alguna especie de vínculo, quizás creado a propósito para que las reliquias permanezcan bajo custodia —comentó Sasha—.
¿Pero qué ha ocurrido con las otras tres? ¿Tienes idea de quienes son o dónde están?
Ella negó con la cabeza.
—Ni siquiera sé si las familias todavía existen, si alguna se ha perpetuado hasta nuestros días o si son conscientes de su legado y su papel —contestó con un ligero encogimiento de hombros—. Admitámoslo, yo misma pensé que todo esto era un cuento de viejas, una fantasía hasta que me topé de bruces con Naroa. Por no hablar del hecho, de que las reliquias no son conscientes de quienes son o lo que portan.
—¿Y Naroa lo sabía?
Nazh la vio dudar.
—No hasta que fue demasiado tarde —murmuró, su voz mortalmente baja, como si la simple aceptación de aquel hecho, no fuese agradable—.Y casi la destruyen por el o… llevándola al borde de la muerte.
Él hizo una mueca.
—Déjame adivinar, ¿los tipos de esta mañana?
La mirada en su rostro fue suficiente respuesta.
—¿Quiénes son el os y cómo es posible que sepan de la existencia de la reliquia? —insistió. Había mucho más allí de lo que ella les decía, estaba seguro.
Ella vaciló en responder, su mirada vagó por la habitación antes de posarse de nuevo en él.
—Creo que ya os he dado suficiente información como para entreteneros un rato. —Ella se disculpó y abandonó su asiento.
Él, sin embargo, no estaba de acuerdo con esa respuesta.
—Si hay alguien más tras las reliquias, quiero saberlo —la avisó, su voz una orden—. No puedo dejar que caigan en manos equivocadas.
Ella frunció los labios y resopló.
—Sí, bueno, yo todavía no estoy del todo convencida de que las vuestras sean las adecuadas. —La desconfianza estaba presente en su voz—. Os doy un voto de confianza porque Naroa cree que aquí podríamos encontrar algunas respuestas, pero yo no soy ella. Mi deber es protegerla, de ellos o de vosotros, eso no lo sé. Por ello, permitidme que conserve mi escepticismo un poco más.
Ahora fue el turno de Ryshan de soltar un resoplido.
—Resumiendo… —concluyó con un mohín—. Las otras tres reliquias están ahí fuera, en alguna parte, en forma humana y no tenemos la más mínima forma de encontrarlas. No conocemos los apellidos o el linaje de las familias, ni si existen otros guardianes como tú. Sí, sin duda es un gran adelanto en nuestra búsqueda.
Ella lo recorrió con la mirada.
—Al menos la reliquia del fuego está aquí —les recordó Sasha y miró a Nazh—. Dayhen tendrá que evitar que se consuma hasta que encontremos la manera de devolver el objeto a su lugar de origen.
La mirada de la mujer cayó sobre Sasha, en sus ojos se leía una advertencia.
—Será mejor que eso lo hagáis sin que ella sufra daño alguno —los previno —. O no la tocaréis.
Nazh no podía si no sentir admiración por la menuda mujer, quien se enfrentaba a tres hombres poderosos sin el menor reparo.
—Haremos todo lo posible, Vanessa —prometió él—. Nadie quiere lastimar a tu amiga.
Ella asintió satisfecha.
—De acuerdo —aceptó lentamente.
Nazh se volvió entonces hacia Sasha, quien parecía estar cavilando en alguna cosa.
—¿Qué ocurre?
Él lo miró.
—¿Y si las tres reliquias restantes también han despertado? —murmuró volviéndose hacia él—. Si están en la misma situación que el Arven…
—Se estarán consumiendo. —Ryshan terminó por él.
Él frunció el ceño.
—Para que eso ocurra, tendrían que haber despertado ya —comentó Nessa, metiéndose en la conversación—. Si algo he descubierto con Naroa, es que el a solo comenzó a debilitarse una vez que el objeto sagrado despertó. Al principio apenas se daba cuenta, un poco de cansancio, anemia… pero la cosa empieza a ir a peor con el paso del tiempo. Los últimos dos años se sustentó a base de medicación, pero últimamente ya no hacía nada. Pero no hay nada que garantice que los cuatro objetos aparezcan en una misma época o despierten al mismo tiempo. Como ya os dije, pasaron casi trescientos años hasta que supimos que el Arven había aparecido de nuevo.
Aquel o no era nada esperanzador, pensó Nazh. Las cosas podían complicarse realmente si las otras reliquias no daban señal de aparecer o despertar. Por otro lado, el que despertaran, tampoco era algo bueno si tenía que fiarse por los recientes acontecimientos.
—Entonces, si las reliquias están despiertas… —murmuró volviéndose hacia el a.
La chica asintió confirmando sus sospechas.
—Se están muriendo.
—Fantástico —maldijo él pasándose una mano por el pelo con ansiedad—.
Así que tenemos dos posibilidades, que las reliquias ni siquiera se hayan… um...
¿Reencarnado? O que lo hayan hecho y estén ahí fuera, en cualquier parte, consumiéndose. Fantástico, sencillamente fantástico.
Ella pareció debatirse consigo misma durante unos minutos, entonces dejó escapar un profundo suspiro y dejó que las palabras surgiesen de su boca.
—¿Y ese tío? ¿Bok? Él ha sentido a Naroa, la ha rastreado incluso —les recordó—. ¿No podría él buscarlas igual que ha hecho con ella?
Él se giró hacia ella y negó con la cabeza.
—No funciona así —negó—. Bok solo es capaz de sentir la reliquia una vez que está cerca de el a o ha dejado un rastro lo suficiente intenso para que lo reconozca, o si tengo que guiarme por lo que ha ocurrido con Dayhen, cuando el Relikvier entra en… contacto con su objeto sagrado.
Ella iba a abrir la boca para decir algo pero un bufido procedente de la puerta la interrumpió.
—En realidad no se trata tanto del contacto con la reliquia, como el hecho de que Dayhen crease un vínculo con el a.
Todos se giraron al mismo tiempo para ver entrar a Bok con las manos en los bolsillos.
—No sabía que la reliquia estaría en esa ciudad, solo me dejé llevar por una corazonada. De todas formas, no sentí absolutamente nada hasta la mañana siguiente en la que me encontré de nuevo con Dayhen; Él apestaba a la reliquia — recordó con un mohín—. Al principio me parecía inconcebible que él no la reconociese, pues en cierto modo el Arven es su recipiente, pero no conté con el objeto extraño en medio de la ecuación.
Nazh frunció el ceño, a veces era incapaz de seguir el hilo de los pensamientos de Bok.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, necesitando de una explicación—.
Explícate y en palabras que yo entienda, Bok.
—¿Qué objeto extraño? —añadió Sasha.
El hombre resopló y l egó a poner los ojos en blanco, pero obedeció.
—La pureza de la reliquia se mezcla con la humanidad que la hospeda — les explicó—. En ningún momento pensamos en que lo que buscábamos era un contenedor humano, por ello me centré únicamente en seguir la esencia del fuego y de la pureza de lo que una vez fue el Arven. Pero ahora ya no es puro, la reliquia está vinculada al alma de su portadora y para que pudiese sentirla y reconocerla como lo que es, se necesitó un vínculo para que yo pudiese sentirla a través del Relikvier. Imagino que para Dayhen fue más o menos lo mismo, el Arven si lo reconoció a él, al elemento que hospeda, pero él no reconoció la reliquia y tampoco entendió que la forma en la que reaccionó el fuego eterno se debía más al Arven, que a una…necesidad fisiológica.
Bok hizo una pausa para ver si los demás lo seguían, lo que vio en sus rostros pareció complacerle, ya que prosiguió.
—Una vez que ese vínculo se forjó, reconocí su esencia y pude seguirle la pista a la chica una vez que estuvo en la misma ciudad. Sé que si ahora ella abandona el edificio, yo podría seguirla. Dayhen también podrá hacerlo, de hecho, cuanto más fuerte se haga el vínculo entre el Relikvier y su reliquia, más cerca estarán de la Comunión de Almas.
—¿Qué es una Comunión de Almas? —preguntó el a, quien seguía con interés la explicación.
Ryshan dejó escapar un bufido.
—Un mito —rezongó al tiempo que sacudía la cabeza.
Él lo miró, si bien había sido de la opinión de Ryshan con respecto a la Comunión de Almas, a la luz de los recientes acontecimientos debía contar con todas y cada una de las posibilidades, por muy absurdas que fueran.
—Las reliquias eran originalmente los recipientes que contenían la esencia de nuestros elementos —explicó Nazh, su mente procesando ya la dimensión de lo dicho por Bok—. Juntos, formaban un vínculo común e indivisible que mantenía intacto cada uno de los sellos.
Ella parpadeó varias veces, entonces esbozó una irónica sonrisa.
—¿Ah, pero también hay sel os?
Bok le guiñó el ojo.
—Te sorprendería el saber todas las cosas que tenemos, guapa —le aseguró—. Nazh debería llevarte al museo para que lo veas por ti misma.
Ella perdió el buen humor, la desconfianza seguía muy presente.
—No estoy segura de querer ver nada, ni con él, ni con ninguno de vosotros —declaró mirando a cada uno de ellos—. No os ofendáis.
Ryshan sacudió la cabeza, de todos los presentes parecía el más escéptico.
—A ver si lo he entendido todo —resopló—. No tenemos ni idea de si las reliquias están ahí fuera, si ya han despertado o no. Y en el caso de que hayan despertado, ¿hay alguna manera de evitar que se consuman como ocurre con la reliquia de fuego?
Bok sacó las manos de los bolsillos y las alzó con un encogimiento de hombros.
—Dayhen lo está haciendo con el Arven —le recordó—. De hecho, los dos lo hacéis también con Meliss.
Ryshan sacudió la cabeza y dio un paso adelante.
—Eso es distinto —declaró cortando cualquier tema que derivase hacia ese terreno—. Es un vínculo completamente distinto…
Bok chasqueó la lengua y lo miró como si realmente pensase que era idiota.
—Si conseguís mantener con vida a alguien que no os pertenece, ¿qué crees que podrías hacer con algo que sí es parte de ti? —Dejó caer con total aplomo.
Él hombre arqueó una de sus cejas rubias y resopló.
—Bok, a veces me sorprendes —aceptó sin reparos.
Él sonrió en respuesta.
—Lo sé, a veces también me sorprendo a mí mismo —le contestó hinchado como un pavo real—. Soy un genio y no lo sabía. Mira que bien.
Nazh dejó escapar un pequeño soplido, su mirada recorrió a cada uno de los hombres y finalmente se detuvo en la chica.
—Necesito el nombre de esas cuatro familias —dijo, su mirada fija en ella.
Ella respondió alzando las manos en un gesto inocente, demasiado inocente para su gusto.
—Que me registren, tío, todo lo que sé acabo de escupirlo sobre tu mesa de bil ar —aseguró esbozando una amplia sonrisa.
Él le devolvió la sonrisa con una propia, y al contrario que ella, él era un verdadero predador.
—No todo, cariño, no todo —le dijo inclinándose hacia delante—. Los detalles, pueden l egar a ser muy importantes y esclarecedores.
Ella se tensó, su frente se arrugó ligeramente.
—No me gusta tu mirada —rezongó ella.
Él se limitó a encogerse de hombros.
—Acostúmbrate —le sugirió Bok, quien le dio una palmadita de ánimo en el hombro—. No tiene otra.
Dicho eso, dio media vuelta y se dirigió a Ryshan.
—¿Quieres que te lo explique de nuevo? Creo que te irá bien cualquier pequeño dato que pueda aportar —lo sorprendió Bok—. A ver si al menos alguno de vosotros es más inteligente que Mr. Llamitas y no mete la pata antes de l egar a presentarse.
Ryshan se lo quedó mirando durante un breve instante, entonces sonrió con absoluta ironía.
—¿Sabe Dayhen que lo llamas así?
Él se encogió de hombros.
—Si vosotros supieseis todo lo que sale de mi maravillosa boca, no me necesitaríais, Rysh.
Sin más, le dedicó un último guiño a Nessa y salió por la puerta con el Relikvier pisándole los talones.