CAPÍTULO 14

 

—Bueno, duende, te quitas la ropa o dejarás que me deshaga yo de ella.

Se lamió los labios, de repente, la idea de que le arrancase la ropa, o la convirtiese en cenizas parecía tan apetecible como el hombre que estaba ante ella. El recuerdo de la pasada noche en la playa la encendía, la empujaba de nuevo a él y aumentaba su deseo. Él la acechaba, aquel os ojos verdes la recorrían, la devoraban, el calor en aquel dormitorio iba en aumento, la tensión sexual se notaba en el aire. Se le hacía la boca agua, podía notar como todo su cuerpo reaccionaba a su presencia.

Se lamió los labios una vez más, sus dedos se encontraron con los botones que mantenían cerrada la blusa, la tela húmeda se pegaba a su cuerpo y hacía difícil la tarea de quitarla de su piel.

—Quizás, si dejases de mirarme como un postre, podría concentrarme — murmuró mirándole a los ojos.

Él sonrió, una sonrisa traviesa, sensual. En un momento sus manos caían a ambos lados de sus caderas y al siguiente se deslizaban sobre su cuerpo, sin tocarla, haciendo que la tela se deshiciese sobre su cuerpo, convirtiéndose en cenizas. El calor del fuego la acarició, su piel reaccionó a el o, absorbiéndolo, nutriéndose de él. La respiración se le aceleró, sus labios se entreabrieron dejando escapar un pequeño sonido de placer mientras los últimos restos de sus prendas caían al suelo dejándola expuesta, totalmente desnuda.

—Eso está mejor —declaró dando un nuevo paso hacia el a, dominándola con su estatura y cuerpo, acorralándola contra la lisa y fría pared del armario. Ella dio un respingo al notar el frescor contra su piel caliente, sus pechos se erguían l enos, sus pezones endureciéndose bajo su mirada mientras la humedad brotaba entre sus piernas, amenazando con desbordarse—. Dioses, eres exquisita, duende.

Ella alzó la mirada para encontrarse con la suya, la lengua acarició el labio inferior atrayendo su atención. Deseaba tanto volver a tener aquella boca sobre la suya, sentir la blandura de sus labios, su sabor.

—¿Vas a besarme, o piensas quedarte ahí toda la noche?

Él sonrió ante la sensual petición, su mirada ascendió de sus pechos a los labios bril antes, l enos y anhelantes.

—Mirarte es sin duda algo de lo que disfruto —aceptó apoyando la mano al lado de su cabeza, mientras la otra trazaba su cuerpo sin l egar a tocarlo—, pero sé que disfrutaré mucho más al tocarte y hacerte gritar de placer.

Su boca encontró finalmente el camino hacia la suya, sus labios acariciaron los suyos antes de sentir como su lengua penetraba en ella, acariciándola, enredándose con la de el a. El fuerte cuerpo se pegó al suyo, la humedad de su ropa acariciaba su enfebrecido cuerpo, podía sentir su dureza a través del pantalón, rozándose contra su piel. El contacto la hizo gemir, el sonido tragado por su boca.

Sus manos abandonaron su lugar y subieron por los brazos masculinos, sus dedos acariciaron los duros músculos, rozando la tela de la camiseta, tironeando de el a hasta poder hundirse en el húmedo pelo y acercarle más a ella.

Él gruñó, sus manos resbalaron por su cuerpo, encontraron sus pechos y los amasó con firmes e inquisitivos dedos. Sus pezones se endurecieron aún más ante el contacto, creciendo entre sus atormentadores dedos. Sintió como abandonaba su boca para deslizarse por su cuel o, mordiéndola solo para calmar el pel izco en su piel con la cálida lengua. Sus atenciones la dejaban sin respiración, su sexo empapado palpitaba deseoso de un contacto más íntimo, demandaba atención con tal desesperación que dolía. ¿Cuándo había estado tan caliente y desesperada por un hombre?

Su boca siguió sembrando besos sobre su piel, sus manos se movieron entonces de sus senos, se enlazaron en las de el a retirándolas de su pelo y bajaron por el cuerpo de ambos, deteniéndose a escasos centímetros de su dura erección.

—¿Ardes, duende? ¿Te consumes? —le susurró al oído, el cosquil eo de su aliento la hizo estremecerse—. ¿Puedes notarlo? ¿Ves lo que provocas en mí?

Aquel a mano de dedos fuertes y largos guió la suya hasta la dura protuberancia, permitiéndole sentir su erección bajo la palma, tras la tela.

—Tu cercanía me enciende, me conduce al borde —susurró en su oído, cada palabra acompasada de un erótico lametón. Su erección frotándose ahora contra su mano—. Te deseaba así, desnuda, excitada y hambrienta… te he imaginado así, acariciándome, tus manos alrededor de mi pol a, sobre mi piel.

Ella gimió en respuesta, todo su cuerpo se estremeció ante su erótica declaración, ya no sentía el frío de la puerta del armario, todo su cuerpo estaba en l amas, podía sentir como la humedad resbalaba por sus muslos. ¡Si él seguía hablándole de esa manera, se correría tan solo con el tono de su voz!

—¿Estás mojada para mí, duende? —susurró una vez más en su oído—.

Yo te recuerdo mojada y caliente, recuerdo tus gemidos coreando cada penetración, pero sobre todo, recuerdo lo bien que te amoldabas a mí, la forma en que me sujetabas, apretándome en tu interior…

Sus palabras la volvían loca, la presión en su vientre se incrementaba exponencialmente, la necesidad que él despertaba en el a la consumía. Lo deseaba, maldito fuera, estaba desesperada por sentir sus manos sobre su cuerpo, en su sexo. Quería que la follase. Señor, estaba perdiendo la cabeza.

—Si… si no haces algo pronto… vas a tener que arreglártelas… tú solito — gimió apretando su mano sobre su erección. Un gruñido masculino abandonó su garganta un instante antes de que su boca volviese a tomar posesión de la suya.

—Ah, no —ronroneó entre beso y beso—. De eso nada… tú vas a encargarte de ello…

Ella no pudo sino reír ante la seguridad en su voz.

—¿Lo haré? —le dijo resbalando la mano sobre la erección que todavía acunaba.

Él gruñó y le mordisqueó la garganta. Sus manos, otra vez libres, volvieron al cuerpo femenino, sus pechos volvieron a atraer su atención; durante un momento.

—¿Estás mojada?

Ella se rió ante la estúpida pregunta, sus dedos acariciando lentamente sus nalgas.

—Si bajas un poquito más, quizás lo descubras —ronroneó apretándose contra él, sin dejar de atormentarle con los dedos.

Le oyó reír, un sonido bajo, breve, pero risa al fin. Quiso decir algo al respecto, pero la mano que le acariciaba las nalgas siguió bajando, sus dedos se deslizaron entre las mejillas tocándola desde atrás. Involuntariamente dio un respingo, acercándose más a él.

—Um… empapada… caliente… —empezó a enumerar—. Muy mojada…

perfecta.

Sus dedos se movieron en el a, acariciándola, penetrando en su carne anhelante con premeditada lentitud. La tensión en su vientre se incrementaba cada vez más, sabía que si seguía acariciándola de aquel a manera se correría sin remedio.

—Si sigues así… no tardaré mucho… en correrme —siseó aumentando el a misma el ritmo de sus caricias sobre la cada vez más dura y larga erección.

Para su sorpresa, los dedos desaparecieron dejándola vacía, dolorida y anhelante.

—No… —se quejó.

Él sonrió, ahuecó su rostro y la besó, reclamando su boca con un hambre que equiparaba a la suya. Su mano retiró la de ella de su erección solo para desabrocharse los pantalones, y bajar lo suficiente los calzoncillos como para liberar su sexo.

—Cuando te corras, estaré profundamente enterrado en ti —le susurró tras terminar su beso. Sus manos resbalaron por sus senos, le pellizcaron los pezones, le acariciaron la tripa y se detuvieron a enmarcar su cadera. Él se lamió los labios ante el triángulo de rizos claros que brillaban húmedos entre sus piernas—.

¿Estás de acuerdo, duende? ¿Me quieres dentro de ti?

Ella jadeó al sentir sus dedos deslizándose por sus mulos, acariciando el borde entre sus piernas solo para retirarse una vez más.

—¿Qué diablos esperas que diga? ¿Qué no? —gimoteó el a con desesperación—. Por favor…

Él siguió atormentándola.

—Quiero oírlo de tu boca, duende —insistió sin dejar que sus dedos la tocaran íntimamente—. Quiero oírtelo decir…

Ella se mordió el labio inferior, ¿estaban teniendo realmente aquel a conversación?

—Vamos, duende —insistió, sus manos seguían atormentándola, tan cerca y al mismo tiempo no lo suficiente—. Dime que me deseas enterrado profundamente en tu interior.

Oh, dios. ¿Tenía que hablar con aquel maldito tono de voz? Ese hombre la ponía al borde, la enardecía y enloquecía sin pensar en nada más. ¿Realmente iba a obligarla a admitir aquel o?

Se lamió los labios, estaba desesperada, su solo contacto era suficiente para hacerla gritar, y al í estaba él, esperando una respuesta que no se atrevía a dar.

—Por favor —musitó apretándose contra él, deseando sentir su piel y no aquella húmeda camiseta—. Solo hazlo.

Él negó con la cabeza, su mirada puesta en la suya.

—Dímelo, Naroa. —Pronunció su nombre con esa cadencia que la hacía estremecer—. Necesito saber que tú también lo deseas.

Ella se lamió los labios y dejó escapar el aire cuando aquel os malditos dedos pasaron de nuevo muy cerca de su sexo, sin tocarlo.

—Hazlo —gimió, se mordió el labio inferior al tiempo que apretaba la tela de la camiseta en sus manos—. Te necesito… te quiero… duro y profundo… te quiero dentro. Ahora…

Él sonrió, sus dedos arrastrándose sobre su sexo un segundo antes de cerrarse sobre su cadera para girarla de cara al armario. Ella se sorprendió, dejó escapar un pequeño jadeo cuando sus pezones rozaron la lisa pared. La dura erección acarició su trasero un instante antes de sentirle empujando contra ella desde atrás.

—Oh, tío —jadeó el a ante la repentina intrusión. Su sexo amoldándose fácilmente a la enorme verga que penetraba en su interior.

Él le cogió las manos y la mantuvo prisionera con su cuerpo, su pol a penetrando firme y profundo en su lubricado sexo, l enándola por completo.

—Respira, duende —le susurró al oído, sus caderas impulsándose hacia delante para introducirse un poco más. En aquella posición, la penetraba completamente—. Así, eso es, relájate…

Ella dejó escapar el aire lentamente, algo difícil pues parecía haberse olvidado de cómo hacerlo.

—No muevas las manos —le susurró al oído mientras retiraba las suyas y las resbalaba por su cuerpo, acariciándole los pechos, pel izcándole los pezones para terminar en sus caderas, tirando de el a hacia atrás, hacia él—. Estás ardiendo, duende, realmente caliente y húmeda. Te aferras a mí como una maldita buena funda. Me muero por follarte, rápido y duro, ¿estás lista?

Señor, ¡si estuviese un poco más lista, sería un charco derretido en el suelo!

—Solo… muévete… —gimió ella dejando caer la cabeza hacia delante, apoyando su peso en las manos—. Por lo que más quieras, hazlo. Solo, tómame.

Él no necesitó más incentivos, sus caderas se movieron hacia atrás, saliendo de el a y volvió a empujar hundiéndose nuevamente en su interior. La fricción era exquisita, todo su cuerpo vibraba al ritmo de sus embestidas, sus pechos se bamboleaban, pesados, sus pezones empujaban hacia delante, duros y necesitados de las caricias que antes le había prodigado. Su cuerpo rodeaba el suyo, el calor aumentaba entre el os y se filtraba en su piel, la acunaba y alimentaba alejando el cansancio y la locura de los pasados días.

Sus manos subieron a sus pechos, los amasaron y pellizcaron sus pezones enviando una descarga eléctrica que fue directa a su sexo, potenciando el orgasmo porque su cuerpo l evaba l orando desde el mismo momento en que ambos cruzaron la puerta.

Gimió, su cuerpo estalló en pedazos convirtiéndose en gelatina, las piernas la sustentaban a fuerza de voluntad mientras él continuaba empujando en su interior, arrastrándola consigo a un segundo orgasmo mucho más intenso que el primero. De sus labios salió un agudo gritito, su cuerpo se estremeció, apretando su sexo, arrastrándole a él también a la liberación definitiva.

Lo sintió retirarse en el último momento, eyaculando fuera de el a, sosteniéndola en su abrazo cuando ambos cayeron al suelo de rodil as, jadeantes y extenuados.

—¿Qué tal si la próxima vez, te quitas la ropa? —sugirió ella mirándole de reojo.

Él esbozó una lenta sonrisa, la cual iluminó sus ojos con picardía. Con un gesto se desprendió de la camiseta y permitió que su pantalón corriese el mismo destino que la ropa de ella.

—¿Mejor así?

Ella le devolvió la sonrisa y se permitió recorrer el cuerpo masculino con la mirada. Se lamió los labios y capturó el inferior entre los dientes.

—Un poco mejor —aceptó con suavidad—. Ahora, ¿por dónde íbamos?

Él sonrió a su vez y señaló la cama.

—Creo que estaba a punto de enseñarte mi lugar favorito.

Ella arqueó una delgada ceja y sonrió.

—¿Por qué será que no me sorprende tu elección?

 

Dayhen se despertó al sonido del busca, el cuerpo cálido de la mujer se revolvió a su lado. Ella dormía plácidamente pegada a su costado, utilizando su brazo como almohada. La suave y tersa piel de sus hombros quedaba al descubierto, los magníficos pechos asomaban tímidamente bajo la sábana; la idea de tirar de ella hacia abajo y verlos en toda su gloria se le antojaba una buena opción. Su sexo dio un tirón y se endureció ante el recuerdo de las últimas horas, no dejaba de sorprenderle el que todavía la deseara; la caja de condones vacía tirada al lado de la cama era un vivo recordatorio de la intensa velada compartida.

El irritante sonido del aparato atrajo nuevamente su atención, haciendo a un lado la sábana bajó de la cama y lo cogió. Era el número de Sasha.

Un rápido vistazo al reloj sobre la mesilla de noche lo dejó atónito. Él era madrugador por naturaleza, solía estar en pie a primera hora, por lo que ver que el aparato marcaba la una del mediodía, lo sorprendió.

Un suave gemido a su espalda llamó su atención, Naroa se estaba desperezando, se frotaba los ojos y miraba a su alrededor con el ceño fruncido.

—¿Qué es ese sonido? —murmuró, su voz somnolienta.

Él apagó la alarma, lo dejó de nuevo sobre la mesilla de noche y caminó hacia el armario para sacar una muda.

—Es mi busca —respondió mientras abría el armario y quitaba la ropa que necesitaba—. Reclaman mi presencia.

Vio como el a se incorporaba, sentándose en la cama mientras se arropaba y cubría los pechos con la sábana.

—Um… en ese caso, será mejor que yo vuelva a mi habitación… —ella frunció el ceño al darse cuenta—. ¿Dónde diablos está mi habitación?

Una inesperada sonrisa curvó sus labios, se giró hacia ella y le dedicó un guiño.

—Te lo diré cuando regrese —aseguró mientras se vestía rápidamente—.

Además, tendrás que esperar a que te consiga una muda. Quédate en la cama.

Descansa. Ya tendrás tiempo de pasearte por la torre.

Ella frunció el ceño.

—Preferiría pasearme ahora por la torre, gracias —declaró arrancando la sábana de la cama para levantarse también—. Nessa estará preocupada.

Él puso los ojos en blanco.

—Eres una mujer adulta, duende, ¿es necesario que le des cuenta de cada uno de tus actos? —preguntó con cierto cinismo.

Ella puso los ojos en blanco.

—Mira quien fue a hablar, el tío que se tiró a la reliquia y tuvo que decírselo su amigo —le soltó.

Él arqueó las cejas y sonrió ante la osadía de la mujer.

—Solo por eso, te quedas sin ropa hasta que vuelva —declaró cuando terminó de vestirse.

Ella aferró con fuerza la sábana.

—No te atreverás…

Él caminó hacia el a, la cogió de la barbilla y la atrajo hacia él. Sus bocas a un suspiro de distancia.

—Sí, claro que me atreveré —declaró acariciándole el labio inferior con el pulgar—. Si quieres ponerte algo encima, tienes mi armario a tu disposición.

Con un fugaz beso, recogió el busca de la mesil a y lo prendió en su cinturón.

—Pórtate bien, duende —le dijo, mientras salía por la puerta dejándola sola y atónita ante su respuesta.