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Provincia de Quebec,
en la actualidad
Luke se detiene en un restaurante cerca de
la salida de la autopista, porque necesita descansar de la
interminable cinta gris de la carretera. En cuanto se han metido en
un reservado, pide prestado el portátil a Lanny para ver las
noticias y consultar su correo electrónico. Aparte de la habitual
serie de mensajes de la administración del hospital («Se recuerda a
los empleados que no aparquen en el parking de la zona este, ya que
se utilizará para amontonar la nieve...»), no le ha escrito nadie.
Nadie parece haber advertido su ausencia. Distraído, Luke deja que
el cursor vague sin rumbo por la pantalla; no hay nada que
comprobar. Está a punto de apagar el ordenador cuando oye un
pitido. Alguien le ha enviado un correo electrónico.
Espera que sea propaganda, otra animosa pero
impersonal invitación de su banco a abrir una cuenta-depósito o
alguna tontería similar, pero es de Peter. Luke siente una punzada
de incomodidad; se ha aprovechado del buen carácter de su colega.
Peter es más un conocido que un amigo, pero como hay pocos
anestesiólogos en el condado y Luke suele estar en urgencias, se
veían más que la mayoría de los médicos. La última serie de
desgracias de Luke le había vuelto más huraño que de costumbre,
pero Peter era uno de los pocos médicos que todavía le
hablaban.
«¿Dónde estás? —dice el mensaje—. No creí
que fueras a llevarte el coche tanto tiempo. He intentado llamarte,
pero no respondes al móvil ¿Va todo bien? ¿No habrás tenido un
accidente? ¿Estás herido? Me tienes preocupado. LLÁMAME.» A
continuación, Peter ha escrito todos sus números de teléfono y el
del móvil de su mujer.
Luke cierra el mensaje de Peter con los
dientes apretados. «Tiene miedo de que me esté volviendo loco»,
concluye. Es consciente de que su conducta es rara, por decirlo
suavemente, pero la gente del pueblo contiene el aliento a su
alrededor, sin atreverse a mencionar a Tricia y el divorcio, ni la
muerte de sus padres. No le creen capaz de superar todas las
desdichas de su vida. Hasta ese momento, Luke no se ha dado cuenta
de que marcharse del pueblo con esa mujer le ha distraído de sus
sufrimientos. No ha dejado de sufrir en meses. Es la primera vez
que puede pensar en sus hijas sin que le den ganas de llorar.
Luke respira hondo y suelta todo el aire de
una vez. «No saques conclusiones», se dice. Peter está siendo
amable, paciente. No ha amenazado con llamar a la policía. Peter es
la persona más equilibrada en la vida de Luke, pero llega a la
conclusión de que probablemente se debe a que Peter es nuevo en
Saint Andrew. El joven médico no se ha contagiado todavía de la
enfermiza mentalidad del pueblo, de su carácter frío y huraño ni de
su puritana afición a juzgar a las personas.
Por un momento, Luke está tentado de llamar
a Peter. Es un enlace con el mundo real, el mundo que existía antes
de que ayudara a Lanny a escapar de la policía, antes de escuchar
su fantástica historia, antes de acostarse con ella, una paciente.
Peter podría convencer a Luke de que se aleje del borde de ese
precipicio. Respira hondo una vez más. La cuestión es: ¿quiere que
le convenzan?
Vuelve a abrir el mensaje de Peter y hace
clic en «responder». «Siento lo de tu coche —escribe—. Lo dejaré
pronto en un sitio donde la policía pueda localizarlo y
devolvértelo.»
Piensa en lo que ha escrito y se da cuenta
de que en realidad está diciendo que se ha marchado para no volver.
Siente un tremendo alivio. Antes de pulsar «enviar», añade al
mensaje: «Quédate con mi camioneta. Es tuya».
Luke pasa por el servicio antes de subir al
todoterreno; Lanny está ya en el asiento delantero, mirando hacia
el frente con una sonrisa que es solo una mueca.
—¿Qué pasa? —pregunta Luke mientras gira la
llave de encendido.
—No es nada. —Ella baja la mirada—. Cuando
he ido a pagar la cuenta, mientras estabas en el servicio, he visto
que tenían licores en venta detrás del mostrador. Así que he pedido
una botella de Glenfiddich. Pero aquella mujer no me la ha querido
vender. Ha dicho que tenía que esperar a que mi padre saliera del
servicio si él quería comprar una botella.
Luke acerca la mano al tirador de la
puerta.
—Voy yo, si quieres.
—No vayas. No es por el whisky, es que...
esto me pasa constantemente. Estoy harta, eso es lo que pasa.
Siempre me toman por una adolescente, me tratan como a una niña.
Puede que parezca una cría, pero no pienso como tal. Y a veces no
quiero que me traten como si lo fuera. Sé que parecer joven me
ayuda a ir tirando, pero Dios mío... —Levanta la cabeza, la sacude
y echa los hombros atrás—. Vamos a darle un espectáculo que la
tumbe de espaldas.
Antes de que Luke pueda protestar, Lanny le
agarra por el cuello de la chaqueta y tira de él. Pega la boca a la
suya y le da un largo beso, frotándose contra él. El beso sigue y
sigue, hasta que Luke se siente mareado. Por encima del hombro de
Lanny, ve a la mujer, inmóvil detrás del mostrador de la caja, con
la boca formando un horrible círculo y los ojos como platos.
Lanny lo suelta, riendo. Da una palmada en
el salpicadero.
—Vamos, papá. Busquemos un hotel para que
pueda follarte hasta volverte loco.
Luke le ríe la broma. Sin pensar, se limpia
la boca.
—No hagas eso. No me gusta que me tomen por
tu padre. Me hace sentir... —Una persona horrible, piensa, pero no
lo dice. Porque no lo es.
Ella se calla al instante, ruborizada,
mirándose las manos sin saber qué hacer.
—Tienes razón. Lo siento, no quería
avergonzarte —contesta—. No volverá a ocurrir.