IV.6
[1] En éstas estaban ellos, cuando apareció Gobrias, un varón asirio de edad avanzada, a caballo y con un cortejo a caballo también; todos llevaban las armas de caballeros. Los encargados de recibir las armas les exhortaron a entregar las lanzas, para quemarlas igual que los demás. Pero Gobrias dijo que quería ver primero a Ciro. Los encargados dejaron allí a los otros caballeros y llevan a Gobrias a la presencia de Ciro. [2] El, cuando vio a Ciro, se expresó en estos términos: «Señor, yo soy de raza asiria; poseo una fortaleza amurallada y extiendo mis dominios por un ancho territorio; tengo una caballería de unos mil, que había puesto a disposición del rey de los asirios, del que yo era un gran amigo. Pero como aquel noble varón ha muerto por obra vuestra, y ostenta el poder su hijo, que es para mí el peor enemigo, llego a tu presencia, me prosterno ante ti como suplicante, me entrego a mí mismo como tu esclavo y aliado, y te suplico que seas mi vengador. En la medida en que me es posible, te considero como un hijo, pues carezco de hijos varones. [3] Porque el único que yo tenía, hermoso de cuerpo y alma, señor, que me amaba y me honraba tal como un hijo puede hacer feliz a su padre, con su honroso comportamiento, a ese hijo mío el rey de ahora, cuando el rey de entonces, que era el padre del de ahora, llamó a mi hijo para darle a su hija como esposa, y yo le envié orgulloso, naturalmente, porque iba a ver a mi hijo casado con la hija del rey, el rey de ahora, le convidó a una cacería y le dio libertad para cazar con todas sus fuerzas, porque se pensaba mucho mejor jinete que mi hijo, que cazaba a su lado como con un amigo; pero apareció una osa y ambos la perseguían: ese que ahora tiene el mando disparó un dardo y falló, ¡ojalá nunca hubiera ocurrido!; en cambio, mi hijo, disparando, cosa que no debería haber hecho, alcanza a la osa237. [4] Aunque disgustado entonces el príncipe, guarda en la sombra su envidia; pero cuando de nuevo, topándose con un león, él falló otra vez —como le puede pasar a cualquiera, creo yo— y mi hijo en cambio, alcanzando al león lo mató y dijo «¡He disparado dos veces una tras otra y las dos veces he derribado una pieza!», entonces ya, el impío no contuvo su envidia, sino que, arrebatando la lanza a uno de los de su séquito, clavándosela en el pecho a mi único y querido hijo, le quitó la vida. [5] Yo, desgraciado de mí, recogí un cadáver en lugar de un novio y enterré a mi edad al mejor y más amado de los hijos, cuando apenas le había salido la barba. El asesino, después de haberlo matado como a un enemigo, no ha dado jamás muestras de arrepentimiento, ni se ha dignado honrar de alguna manera al que yace bajo tierra, a cambio de su mala acción. Su padre, sin embargo, me manifestó su condolencia y era evidente que participaba conmigo del peso de la desgracia. [6] Por consiguiente, si él viviera, yo no habría venido nunca a tu presencia con la intención de causarle un mal a aquél, porque he recibido muchas pruebas de amistad de su padre y estaba a su servicio; pero una vez que el mando ha recaído en el asesino de mi hijo, yo no puedo mirarle con benevolencia, ni jamás él tampoco, lo sé bien, me consideraría un amigo. Pues sabe cuáles son mis sentimientos para con él y cuán alegre y feliz vivía antes y cómo estoy ahora, solo y pasando mi vejez sumido en el dolor. [7] En consecuencia, si tú me aceptases y consiguiese alguna esperanza de alcanzar algún tipo de venganza para mi querido hijo permaneciendo a tu lado, me parece que volvería a rejuvenecer238 y no me avergonzaría de seguir viviendo ni, cuando muriese, me parece que no lo haría lleno de pesadumbre.»
[8] Así habló Gobrias; Ciro respondió: «Gobrias, si realmente me demuestras que piensas tal como nos estás hablando, yo te acepto como suplicante y te prometo que, con la ayuda de los dioses, vengaré para ti al asesino de tu hijo. Dime —continuó— si yo hago esto por ti y te permito que conserves la fortaleza, el territorio, las armas y el poder que tenías antes, ¿qué servicio me darás tú a cambio?» [9] Él dijo: «La fortaleza, cuando vengas, te la ofreceré como tu casa, el tributo de mis tierras que antes le entregaba al rey, te lo entregaré a ti y a cualquier expedición militar que tú vayas, iré contigo llevándome todas las fuerzas de mi país. Tengo también —continuó— una hija soltera y muy querida por mí, en edad ya de matrimonio; yo antes creía que la estaba criando para ser la mujer del rey actual, pero ahora mi propia hija en medio de sollozos me ha suplicado que no la entregue como esposa el asesino de su hermano y yo soy de la misma opinión. Ahora te ofrezco que tú adoptes respecto a ella la misma actitud que yo demuestro adoptar respecto a ti.» Ciro respondió así: «Ante estas pruebas de sinceridad, yo te doy mi diestra y tomo la tuya. Que los dioses sean nuestros testigos.» Una vez hecho esto, exhorta a Gobrias a irse con todas las armas y le pregunta qué distancia hay hasta su casa, expresando su intención de ir allí. Gobrias le contestó: «Si fueras mañana temprano, al día siguiente pasarías la noche con nosotros.»
[11] Gobrias se alejó dejando un guía. En esto se presentaron los medos, después de haber entregado a los magos lo que ellos les habían dicho que escogían para los dioses, y después de haber apartado para Ciro la más bella tienda y la mujer de Susa, que se dice que era la más bella de las nacidas en Asia, y las dos cantantes mejores; a continuación apartaron en segundo lugar el botín correspondiente a Ciaxares y se otorgaron a sí mismos todo aquello que necesitaban, para hacer la campaña sin que nada les faltase: había de todo en abundancia. [12] También los hircanios tomaron lo que necesitaban cada uno; al enviado de Ciaxares le dieron una parte igual a la suya. Las tiendas que sobraban se las entregaron a Ciro para que las pusiese a disposición de los persas. En cuanto al dinero acuñado, dijeron que lo distribuirían cuando lo tuvieran todo reunido; y así lo hicieron.