I.4
[1] Ciro charlaba sin parar dando razones de este tipo; finalmente su madre se marchó, y Ciro se quedó y fue educado allí. Y enseguida se mezcló con los de su edad, de modo que se encontraba como en casa, y enseguida también se ganó a sus padres, entrando en sus casas y haciendo evidente el afecto que sentía por sus hijos, de modo que incluso, si necesitaban algo del rey, exhortaban a sus hijos a que pidieran a Ciro que lo consiguiese para ellos, y Ciro, tanto por amabilidad, como por amor propio, hacía todo lo posible por conseguir lo que le pedían los niños. [2] Astiages, por su parte, era incapaz de negarse a darle gusto en lo que le pedía Ciro. Porque, una vez que se encontró mal, no se apartó ni un momento del lado de su abuelo y no dejaba de llorar, de modo que todos se daban cuenta de que tenía un miedo terrible de que su abuelo muriese; pues, incluso de noche, si Astiages necesitaba algo, Ciro era el primero en darse cuenta, y con más rapidez que nadie, se levantaba para ayudarle en lo que él creía que le iba a gustar, de manera que tenía conquistado completamente a Astiages.
[3] También Ciro era, quizá, demasiado charlatán; tanto por causa de su educación, porque el maestro le obligaba a dar cuenta de lo que hacía y a exigir cuentas de otros cuando hacía de juez, como también por su afán de aprender. Siempre estaba preguntando a los que estaban con él por muchas cosas, por cómo eran en realidad; y todas las preguntas que él recibía de otros, las contestaba enseguida, por ser de mente muy rápida. Es así como, de todas estas cosas juntas, le venía su charlatanería. Pero es que, lo mismo que los jóvenes se hacen grandes de cuerpo, y, sin embargo, es evidente su expresión juvenil que traiciona su corta edad, de la misma manera también, de la charlatanería de Ciro no se desprendía altivez, sino ingenuidad y afecto, hasta el punto de que cualquiera hubiese deseado más escucharle que tenerlo al lado en silencio.
[4] Cuando el tiempo le hizo crecer y le llevó a la época de la adolescencia, entonces ya sus palabras eran más escasas y su voz más reposada, y estaba lleno de vergüenza, hasta el punto de ponerse rojo cuando se topaba con los de más edad, y ya no se comportaba tanto como un cachorrillo dispuesto a lanzarse sobre todo el mundo. Era realmente más tranquilo, pero extraordinariamente agradable en el trato. Efectivamente, en las competiciones que, muchas veces, los de la misma edad organizan entre ellos, no proponía a sus compañeros aquellas en las cuales se sabía superior, sino que iniciaba precisamente aquellas en las que sabía bien que era inferior, diciendo una y otra vez que lo iba a hacer mejor que ellos, y así, era el primero en saltar sobre los caballos, para disparar montado flechas o dardos, cuando aún no era muy capaz de mantenerse encima, y, al ser vencido, era él el que más se reía de sí mismo. [5] Y como no rehuía por haber sido vencido hacer aquello en lo que había sido vencido, sino que insistía en intentar de nuevo hacerlo mejor, rápidamente alcanzó a los de su edad en el arte de la hípica, y enseguida los sobrepasó por su entusiasmo por practicarla, y pronto acababa con las fieras del parque, persiguiéndolas, disparando sobre ellas y matándolas, de modo que Astiages no daba abasto a reunir fieras para él. Y Ciro, dándose cuenta de que, a pesar de que quería, no podría procurarle muchas fieras, le dijo: «Abuelo, ¿qué necesidad hay de que tú te des el trabajo de buscarme fieras? Si me dejases ir a cazar con mi tío, yo pensaré que todas las fieras que vea las has criado tú para mí.» [6] Pero, a pesar de desear muchísimo salir de caza, ya no insistía en sus súplicas tanto como cuando era niño, sino que se dirigía a su abuelo con más timidez. Y en lo que antes reprochaba a Sacas, que no le permitía ir junto a su abuelo, se convirtió él ya en un Sacas de sí mismo: pues no iba a su lado, si no veía que era el momento oportuno, y pedía con insistencia a Sacas que le indicase cuándo era oportuno entrar, y cuándo no era oportuno; de modo que Sacas le amaba ya tan entrañablamente como todos los demás.
[7] Así, pues, una vez que Astiages se dio cuenta de que él deseaba ardientemente ir a cazar fuera, le dejó salir con su tío e hizo que le acompañasen guardianes de más edad a caballo, para que vigilasen por él, tanto en las dificultades del terreno, como por si aparecía alguna fiera salvaje. Y así Ciro preguntaba con interés a los que le acompañaban a qué fieras era preciso no acercarse y a cuáles se debía seguir con decisión. Y ellos le decían que los osos habían matado ya a muchos de los que se les acercaban, y también los jabalíes, los leones y las panteras, pero que los ciervos, los corzos, los muflones y los asnos salvajes90 eran inofensivos. Le indicaban también los accidentes del terreno, de los que había que guardarse no menos que de las fieras: pues muchos se habían despeñado ya, ellos y sus caballos. [8] Ciro ponía mucho cuidado en aprender todas estas cosas; pero una vez que vio que salía un ciervo, olvidándose de todo lo que había escuchado, le persiguió sin ver nada más que por donde huía el ciervo. Al saltar sobre él, el caballo cae de rodillas y por poco Ciro no sale despedido por encima de su cabeza. No lúe así, sino que Ciro con dificultades logró mantenerse firme y el caballo se levantó. Cuando llegó al llano Ciro abate con su jabalina al ciervo, que era una hermosa y grande pieza. Él no cabía en sí de gozo, pero los guardianes, corriendo a su lado, le hacían reproches y le insistían en la clase de peligro a que se había lanzado y afirmaban que lo contarían tal como había sucedido. Así que Ciro estaba de pie descabalgado y apenado de oír estos reproches. Pero al oír un grito, salta al caballo como un loco y cuando vio que un jabalí atacaba de frente, avanza contra él y blandiendo el arma certeramente le alcanza en la frente y le abate. [9] Entonces ya, hasta su propio tío, le hacía reproches, al ver su osadía91. Pero él, a pesar de sus reproches, le pedía que le permitiese llevar él mismo todo lo que había cazado y entregárselo a su abuelo. Y dicen que su tío dijo: «Pero si se entera de que los has perseguido tú, no sólo te reprenderá a ti, sino también a mí, porque te lo he permitido.» «Si quiere —cuentan que dijo él— que me mande azotar, pero después de que le entregue lo que he cazado. Por tu parte, tío, si tú quieres —dijo— castígame como te parezca, pero concédeme este favor.» Ciaxares a su vez, dando por terminada la cuestión dijo: «Haz lo que quieras, pues en realidad tú pareces nuestro rey»92. [10] Y así Ciro, llevando las fieras, se las entregó a su abuelo y le dijo que las había cazado para él. Las jabalinas no se las mostraba, pero las dejó llenas de sangre en un sitio donde creía que su abuelo las vería. Entonces Astiages dijo: «Pero, hijo, por mi parte, acepto con gusto cuanto me das, pero no necesito nada de esto, si tú para ello te pones en peligro.» Y Ciro dijo: «Si en verdad tú no los necesitas, te suplico, abuelo, dámelos para distribuirlos entre los de mi edad.» «Bien, hijo —dijo Astiages—, tómalos y repártelos entre quien quieras, y también todo lo que quieras de lo demás.» Y Ciro, lomándolas, las repartía entre los niños, a la vez que les decía: «Chicos, ¡qué juego tan tonto, cuando yo cazaba las fieras en el parque! Me parece igual que si alguien cazase animales atados. En primer lugar, era en un pequeño espacio, además los animales eran flacos y sarnosos, uno cojo y otro lisiado; en cambio los del bosque y de las llanuras, ¡qué hermosos, grandes y brillantes aparecen ante nuestros ojos! Los ciervos, como si tuviesen alas, saltaban hasta el ciclo, los jabalíes, como dicen que hacen los hombres valientes, atacaban de frente, y, por su tamaño, era imposible no alcanzarlos. Lo que es a mí me parece que éstas, incluso muertas, son más hermosas que las vivas encerradas —dijo—. Pero ¿es que vuestros padres os dejarían también a vosotros ir de caza?», preguntó. «Ya lo creo que nos dejarían —continuaron—, si Astiages se lo indicara.» Ciro dijo: «Entonces ¿quién podría hacerle mención a Astiages del asunto a favor nuestro?» ¿Quién —dijeron —sería más capaz de persuadirle que tú?» «Es que, por Hera93, yo no sé en qué clase de hombre me he convertido; porque ni siquiera soy capaz de hablarle yo, ni puedo ya mirar a mi abuelo como a un igual; y si sigo avanzando por este camino temo —dijo— que voy a volverme completamente estúpido y tonto; en cambio cuando era niño, parece que era un empedernido charlatán.» Los niños dijeron: «Por lo que dices, mal está el asunto, si ni siquiera por nosotros serás capaz de actuar, cuando necesitemos algo, sino que nos veremos obligados a pedir a algún otro lo que está en tu mano.» [13] Al oír Ciro estas palabras, se picó y, marchándose en silencio, dándose ánimos a sí mismo para atreverse, entró, después de deliberar sobre cómo se lo diría a su abuelo para causar los menos problemas posibles y poder conseguir para él y para los niños lo que pedían. Así que empezó de la siguiente manera: «Dime, abuelo —dijo— si alguno de tus servidores se escapase y lo cogieses, ¿qué harías contra él?» «¿Qué otra cosa —dijo— que atarle y obligarle a trabajar?» «¿Y si volviese a ti por su propia voluntad, cómo actuarías?» «¿Cómo voy a actuar —dijo— si no es azotándole primero, para que no lo vuelva a hacer, y después tratarle como al principio?» «Pues sería el momento oportuno —dijo Ciro— de que prepararas con qué azotarme, puesto que estoy tramando cómo puedo escaparme a cazar llevándome a los de mi edad.» Y Astiages: «Has hecho bien —dijo— en decírmelo de antemano; así que te ordeno no moverte de dentro del palacio. ¡Bonito estaría que, como un mal pastor, yo dejase perder, por unos trozos de carne, al hijo de mi hija!»
Después de oír estas palabras, Ciro obedeció y se quedó, pero estaba apenado, con el rostro sombrío y en silencio. Astiages por su parte, cuando se dio cuenta de que estaba profundamente apenado, para darle gusto, le llevó de caza, y reunió muchos hombres a pie y a caballo, así como a los niños; haciendo converger las fieras en los lugares accesibles a los caballos, organizó una gran cacería. El, presente con toda su dignidad real, prohibió que nadie tirase un solo dardo antes de que Ciro se hubiera saciado de cazar. Pero Ciro no le dejaba que lo prohibiese, sino que dijo: «Abuelo, si quieres que yo cace a gusto, deja que todos los que están conmigo persigan la caza y compitan del mejor modo que cada uno pueda.»
[15] Entonces Astiages los dejó y de pie contemplaba cómo luchaban con las fieras, cómo competían entre ellos, cómo perseguían a las piezas y disparaban sobre ellas. Y disfrutaba con Ciro que no podía callarse de alegría, sino que como un cachorro de raza, aullaba cuando se acercaba a una pieza y animaba a todos, llamándoles por su nombre. Y gozaba viendo que él se reía de uno, felicitaba a otro, sin ningún tipo de envidia. Y así, finalmente, cuando ya tenía muchas piezas, Astiages se marchó. Y en adelante, tan contento estuvo de esta cacería que, siempre que era posible, salía junto con Ciro y muchos otros, y se llevaba también a los niños para dar gusto a Ciro. Así pasaba Ciro la mayor parte de su tiempo, procurando a todos alegrías y favores y no haciendo mal a nadie.
[16] Cuando tenía en torno a los quince o dieciséis años, al hijo del rey de los asirios, que estaba a punto de casarse, le entró también el deseo de ir de caza por esta época. En consecuencia, cuando oyó que en las fronteras de su país con el de los medos había mucha caza que no había sido cazada a causa de la guerra, le entró el deseo de ir allí. Y así, a fin, que cazase con seguridad, se hizo acompañar de muchos hombres a caballo y peltastas94, cuya función era hacerle salir a las fieras de la espesura hacia los campos y los llanos. Al llegar al lugar donde tenía las guarniciones y la guardia, se puso a cenar, con la idea de ir a cazar temprano al día siguiente.
[17] Llegado ya el atardecer, llega de la ciudad el relevo de la guardia anterior, tropas a caballo y de a pie. A él le pareció que disponía de un gran ejército: pues eran dos guarniciones juntas, y eran muchos también los que habían ido con él, tanto jinetes como infantes. Así, pues, se le ocurrió que era una ocasión estupenda para saquear el país de los medos, y que la cosa resultaría más brillante que la caza y pensaba que habría mayor abundancia de víctimas95. Y así, levantándose temprano, se puso al mando de su ejército, dejó a la infantería agrupada en las fronteras. y él con la caballería avanzó hasta las guarniciones de los medos y se apostó allí con el grupo mejor y más numeroso, para que los soldados de las guarniciones de los medos no pudiesen recibir ayuda contra los atacantes, y envió por grupos, para atacar unos por un lado, otros por otro, a los que le pareció necesario, con orden de echarse sobre cualquiera que se encontrasen y traerlo a su presencia. Ellos así lo hicieron.
[18] Habiendo sido comunicado a Astiages que había enemigos dentro del país, corrió él mismo a las fronteras acompañado de su guardia, y su hijo hizo lo mismo con los jinetes que tenía a su lado, y a los demás les dio la orden que acudieran a prestar ayuda. Cuando vieron un gran contingente de asirios agrupados en orden de batalla y la caballería apostada, hicieron alto también los medos. Ciro, al ver que también los demás habían corrido a prestar ayuda a toda prisa, sale él también en ayuda, vistiéndose por primera vez una armadura, creyendo que no lo iba a hacer nunca: tanto deseaba verse revestido con aquellas armas. Eran muy hermosas y le iban muy bien aquellas armas que su abuelo había hecho hacer a su medida. Armado así, cabalgó hasta donde estaban los demás. Astiages, al verlo, se asombró de quién le había dado la orden de venir; sin embargo, le dijo que permaneciera a su lado. [19] Ciro, cuando vio a muchos jinetes enfrente preguntó: «Abuelo, ¿acaso son enemigos aquellos que están sobre sus caballos sin moverse?» «En efecto, esos son enemigos», dijo Astiages. «¿Y también aquellos —dijo— que van a caballo?» «Ciertamente, también aquéllos.» «Por Zeus, abuelo, —dijo— parecen malos y malos también los caballejos sobre los que van montados y se están llevando nuestras cosas; bien, es preciso que algunos de nosotros avancemos contra ellos.» «Pero, hijo, ¿no ves qué grueso de caballería está parapetado en orden de batalla? Ésos, si nosotros avanzamos contra aquéllos, nos cortarán la retirada; y el grueso de nuestras fuerzas aún no está aquí.» «Pero si tú te quedas —dijo Ciro—, y recoges a los que van llegando en ayuda, ellos tendrán miedo y no se moverán, y los que llevan el botín lo abandonarán, en cuanto vean que algunos soldados avanzan contra ellos.»
[20] Cuando dijo estas cosas, a Astiages le pareció que tenía razón; y admirando cuán sensato y a la vez despierto era, ordena a su hijo que tome una formación de caballería y que avance contra los que se llevan el botín. «Y yo —dijo Astiages— avanzaré contra ellos, si intentan un movimiento contra ti, de modo que se vean forzados a desviar su atención hacia nosotros.» Así fue como Ciaxares, tomando fuertes caballos y hombres, inicia el ataque. Ciro, cuando vio que se ponían en movimiento, al punto se unió al grupo y se puso a la cabeza con toda rapidez; Ciaxares iba tras él y los demás tampoco se quedaban atrás. Cuando los saqueadores vieron que se acercaban, soltando rápidamente el botín, se daban a la fuga. [21] Pero las tropas de Ciro les cortaban la retirada, herían a los que alcanzaban, Ciro el primero, y cuantos lograban esquivarlos y pasar de largo, a ésos los perseguían por la espalda y no los dejaban, sino que lograron apresar a algunos de entre ellos. Y lo mismo que un perro de raza96 sin experiencia se lanza despreocupadamente contra un jabalí, así se lanzaba también Ciro, teniendo sólo ante sus ojos el atacar a los que lograba atrapar y no atendiendo a nada más.
Los enemigos, una vez que vieron a los suyos en apuros, iniciaron un avance en masa, convencidos de que los contrarios cesarían en su acoso cuando vieran que ellos iban hacia delante. [22] Pero Ciro no aflojaba en absoluto, sino que transportado de alegría, llamando a su tío, se dedicaba a perseguir y a hacer difícil la huida a los enemigos, cerrándosela; Ciaxares realmente iba tras él quizá también por vergüenza ante su padre; los demás, igualmente, seguían, más animosos en la persecución que de costumbre, ante una situación así, incluso los que no eran muy esforzados en la lucha contra los enemigos. Pero Astiages, cuando vio que los suyos se habían lanzado a una persecución alocada, y que los enemigos iban a su encuentro en formación cerrada, teniendo miedo por su hijo y por Ciro, no sea que les pasase algo al lanzarse desordenadamente contra unos enemigos bien preparados, se dirigió enseguida con sus tropas contra los enemigos. [23] Los enemigos, por su parte, cuando vieron que los medos se habían puesto en movimiento, hicieron alto, blandiendo unos sus jabalinas, y otros tensando sus arcos, convencidos de que, una vez llegaran al alcance de sus disparos, los enemigos se pararían como acostumbraban a hacer la mayoría de las veces: en efecto, lo habitual era avanzar sólo hasta el momento en que una y otra formación estaban muy próximas, y frecuentemente continuaban hostigándose hasta el atardecer. Sin embargo, cuando vieron que los suyos eran llevados en desbandada sobre sus propias filas por Ciro y los suyos, que cargaban contra ellos, y que Astiages con la caballería estaba ya a tiro de arco se dan media vuelta y huyen. Los medos, persiguiéndoles de cerca con ímpetu, capturaban a muchos. Y a los que alcanzaban les herían, tanto a caballos como a hombres, y a los que caían, los mataban; y no pararon hasta no estar ante la infantería de los asirios. Mí, temiendo que una tropa más numerosa les tendiese una emboscada, se detuvieron. [24] Después de esto, Astiages ordenó la retirada, muy contento por la victoria de la caballería y sin saber qué debía decir a Ciro, pues por una parte estaba convencido de que había sido responsable del éxito, pero por otra opinaba que su audacia era rayana en la locura. Porque incluso entonces, cuando los demás se marchaban a casa, él solo daba vueltas a caballo en torno a los enemigos caídos, y a duras penas lograron arrancarle de allí y llevarle junto a Astiages aquéllos a los que se había ordenado hacerlo; y viendo Ciro el rostro de su abuelo enfurecido al verle, se parapetaba tras los que le llevaban.
[25] Esto acaecía en el país de los medos, y todos tenían el nombre de Ciro en la boca, tanto en relatos como en canciones; Astiages, que ya antes le tenía en gran consideración, entonces estaba pasmado ante él. Por su parte Cambises, el padre de Ciro, se alegraba mucho cuando se enteraba de estas cosas, pero cuando oyó que Ciro llevaba ya a cabo acciones propias de un hombre, le hizo llamar, para que completase su formación en las costumbres persas. Y se dice que entonces Ciro dijo que quería marchar para que su padre no se enfadase y su ciudad no se lo reprochase. De modo que a Astiages le pareció inevitable enviarle. Entonces ya le dejó partir, después de darle los caballos que él deseaba tener y de añadir a su equipaje otros muchos regalos de todas clases, tanto por su amor hacia él, como por las grandes esperanzas que tenía puestas en él de que iba a ser un hombre capaz de ser útil a sus amigos y enojoso para sus enemigos. Todos, niños, chicos de su edad, hombres y viejos a caballo, así como el propio Astiages, escoltaban a Ciro en su marcha. Y dicen que no hubo nadie que no volviese llorando. [26] También se dice que el propio Ciro se marchó derramando abundantes lágrimas. Dicen por otra parte que él distribuyó muchos de los regalos que Astiages le había dado entre sus compañeros y que finalmente incluso, despojándose de la vestidura meda que llevaba encima, se la dio a uno de ellos, para mostrar que éste era su amigo más querido. Sin embargo se cuenta que los que habían tomado y recibido estos presentes se los devolvieron a Astiages, y que Astiages aceptándolos, se los devolvió a Ciro, pero que él de nuevo los reenvió a los medos y dijo: «Abuelo, si quieres que yo vuelva a tu lado con gusto y no lleno de vergüenza, permite que si yo he dado algo a alguien, esa persona lo mantenga en su poder»; y que Astiages, después de oír esto, actuó como Ciro le indicaba.
[27] Para mencionar también alguna historia de amor: se dice que cuando Ciro se marchaba y se separaban unos de otros, que los parientes le despedían dándole un beso en la boca según la costumbre persa97 (todavía ahora los persas, en efecto, lo hacen así); se cuenta, pues, que un individuo de entre los medos, que destacaba por su belleza física y moral y que había sido tocado desde hacía mucho tiempo por la belleza de Ciro, que cuando vio que los parientes le besaban, se quedó atrás; una vez que los demás se fueron, que se acercó a Ciro y le dijo: «¿Soy el único de tus parientes a quien no conoces, Ciro?» «¡Cómo! —cuentan que dijo Ciro—, ¿acaso también tú eres de la familia?» «Ya lo creo que lo soy», cuentan que dijo. «Es entonces por eso —cuentan que dijo Ciro— que tú tenías muchas veces tus ojos clavados en mí; pues me parece haber reparado en que tú hacías eso.» «Es que —dijo—, aunque quería acercarme a ti, por los dioses, me daba vergüenza.» «Pero no tenía por qué darte —se cuenta que dijo Ciro— siendo de mi familia»; y que a la vez que decía esto se acercó y le besó. [28] Y que el medo, después de haber sido besado, le preguntó: «¿Acaso también entre los persas existe esta costumbre de besar a los parientes?» «Sí, sí —se dice que contestó—, al menos cuando se ven unos a otros después de tiempo o se marchan a algún sitio y van a estar separados.» «Sería el momento entonces para ti —dijo el medo—, de besarme de nuevo; pues me marcho ya, como ves»; y se cuenta que Ciro de nuevo le besó como despedida y se marchó. Que no habían hecho aún mucho camino, cuando el medo llegó de nuevo con el caballo empapado en sudor; y que Ciro al verle dijo: «¿Es que habías olvidado algo de lo que querías decirme?» «No, por Zeus —cuentan que dijo—, pero llego después de un largo tiempo.» Y que Ciro había dicho: «Por Zeus, pariente, después de un ratito.» «Cómo un ratito —dicen que replicó el medo—, ¿no sabes, Ciro, que incluso el tiempo de pestañear me parece muchísimo porque durante ese tiempo no te veo a ti tal como eres?» Y que entonces Ciro pasó de llorar a reír y le dijo que se marchase tranquilo, que volvería a estar con ellos en tan poco tiempo, que le sería posible volver a verle sin necesidad de pestañear si quería98.