EL CUENTO:
Había una vez una niña llamada Jenny que caminaba por la pradera tras de sus ovejas. Cuando éstas se detuvieron a pastar, la pequeña Jenny trenzó una corona de margaritas y se la colocó sobre la cabeza. Pero pensando que las margaritas eran demasiado sencillas, tomó una rosa silvestre y estaba a punto de colocarla en la corona cuando, sin que el cielo estuviese nublado, se descargó un relámpago.
Jenny se levantó de un salto. Ante ella había un apuesto joven vestido de verde.
—¿Quién eres tú? —exclamó ella.
—Soy el rey de la pradera. He venido respondiendo a tu llamada.
—Pero yo no te he llamado.
—Has arrancado la rosa, y ésa es la señal que me hace acudir desde el reino verde.
El joven la tomó con su mano verde y fría y la condujo debajo de la colina. Allí cantaron y bailaron hasta que el atardecer se tornó oscuro y las estrellas cayeron como nieve a sus espaldas. Entonces Jenny exclamó:
—Debo regresar con mis ovejas.
Él la dejó ir y ella volvió cruzando la larga pradera. Pero todas las ovejas estaban ahora desperdigadas y algunas habían desaparecido.
Tristemente, Jenny regresó a su casa para informar sobre lo que había ocurrido. Pero al llegar a la aldea, descubrió que ésta estaba muy cambiada. Se detuvo en la primera casa y golpeó la puerta.
—¿Quién eres? —le preguntó el anciano que le abrió.
—Soy Jenny, hija de Dougal y de Ardeen. ¿Se encuentran ellos aquí?
—¡Ay de mí! —exclamó el anciano—. Yo soy el único descendiente de Dougal. Y en cuanto a Jenny, esa pobre niña provocó la muerte de su madre, Ardeen murió de pena después de que Jenny desapareciera con sus ovejas y no regresara jamás a casa. Ya han pasado cien años o más de aquello.
Jenny sacudió la cabeza y se lamentó:
Rey de la pradera, rey de la pradera;
Cien años atrás conmigo desposaba.
En un solo día cien años pasaban;
Cantando y bailando mi vida dejaba.
Entonces desapareció nuevamente colina arriba y nunca volvieron a verla.
Este cuento proviene del Valle del Whilem y ya han sido reunidas veintisiete versiones.