EL RELATO:
El Paso del Rey estaba bien hollado, como si los recientes viajeros hubiesen sido muchos y las recientes lluvias pocas, pero el bosque crecía a la vera del camino. Zarzas, ortigas, brezos y matorrales competían por el espacio entre las innumerables variedades de árboles.
Durante las primeras horas forzaron a los caballos en forma despiadada, pero cuando el capón estuvo a punto de arrojar a Sandor y a Marek al pisar en un hoyo oculto, Catrona decidió que era hora de detenerse.
Desmontaron, condujeron a los animales hasta el borde del camino y Catrona alzó la pata izquierda delantera del capón.
—No creo que se haya hecho daño —comentó después de examinarlo cuidadosamente unos momentos.
—Tal vez debamos dejarlo descansar —opinó Petra—. Sólo por las dudas.
—Y comer algo —sugirió Jareth.
Los otros muchachos asintieron con la cabeza.
—No —se opuso Jenna—. Debemos continuar. Es necesario que lleguemos al Cruce de Wilma antes de... —Vaciló un instante y decidió no decir lo que todos estaban pensando—. Además, tengo la extraña sensación...
—¿De que hemos sido vigilados? —preguntó Catrona en voz baja.
—Algo así —contestó Jenna.
—¿Y desde hace varios kilómetros?
Jenna asintió con expresión sombría.
Montaron rápidamente, ignorando sus estómagos vacíos, y, como si hubiesen percibido el peligro, los caballos respondieron de inmediato. El capón se adelantó al galope, demostrando que estaba en condiciones. Catrona logró darle alcance, pero Jenna permaneció detrás para cuidar la retaguardia. Cuando giraba con la cabeza no veía más que bosque verde, pero en determinado momento le pareció oír el sonido de unos tambores acompañado por un silbido agudo. Pasaron casi dos kilómetros antes de que comprendiera que lo que oía eran los cascos de los caballos y el silbido del viento en sus oídos. Sólo eso... y nada más.
Alternando el paso y el galope, cabalgaron varias horas más antes de que Catrona volviera a indicarles que se detuviesen. Esta vez, alejaron a los caballos del camino y se ocultaron bajo unos álamos temblorosos.
—No me gusta esto —susurró Catrona a Jenna—. En todo el trayecto no nos hemos cruzado con nadie.
—Pensé que eso era mejor —respondió Jenna.
—Éste suele ser un camino muy transitado. Carretas, carros, jinetes solitarios, incluso caminantes. No nos hemos encontrado con nadie.
—Debemos decírselo a los demás. Catrona posó una mano sobre su brazo.
—No. Aguarda. ¿Para qué preocuparlos antes de que llegue el problema?
—En la Congregación Nill se me dijo que no saber es malo, pero no querer saber es peor. Ellos son nuestros amigos, nuestros compañeros. Debemos confiarles nuestras espaldas.
—No son buenos combatientes —replicó Catrona con fatiga—. Sólo os confío mi espalda a Katri y a ti.
—Son todo lo que tenemos —insistió Jenna. Catrona suspiró.
—Así es; locas que estamos. —Se llevó los dedos a la boca y silbó para llamar a los demás.
Reunidos en círculo, escucharon mientras Catrona les transmitía sus temores. Jareth tenía el ceño fruncido con una expresión de concentración, pero Sandor y Marek se mecían de atrás para delante como si el movimiento les ayudase a comprender lo que ella estaba diciendo. Petra permanecía inmóvil y respiraba lentamente, utilizando la técnica latani. Jenna comenzó a seguirle el ritmo, hálito por hálito, y pronto sintió el aligeramiento familiar de su verdadero ser que se liberaba de su cuerpo para flotar por encima de él.
La voz de Catrona era como un zumbido de insectos mientras Jenna deambulaba sobre ellos. Sus manos translúcidas bajaron para tocar a cada uno en el centro de su mente, donde latía el pulso bajo el frágil escudo de piel y hueso.
Ante ese contacto, como ya le había ocurrido antes, Jenna se sintió atraída hacia el interior de cada uno de sus compañeros. Catrona era un fuego intenso cuyo punto más ardiente se hallaba en el centro. Petra era un manantial de aguas frías sobre un lecho rocoso. Los hermanos eran tibios, como leche recién ordeñada. Pero Jareth le recordó a Carum ya que parecía tener partes de fuego e hielo, zonas de un extraño calor, aunque no se sentía conmovida por ellas como cuando se había concentrado en el joven príncipe.
Se apartó de ellos para volver a elevarse y de pronto vio unas pequeñas luces en círculo alrededor de ellos. Entonces descendió hacia su propio cuerpo y se deslizó en él como en un traje conocido.
—De espaldas a mí —gritó.
Ante la señal, Catrona desenvainó la espada y se colocó espalda contra espalda con Jenna. Jareth comprendió casi de inmediato.
—¡Los cuchillos! —les gritó a Marek y a Sandor.
Ellos sacaron sus cuchillos y permanecieron con Petra en medio de ambos, aguardando. Durante un largo minuto no oyeron nada; ni el crujido de una ramita ni un movimiento del pasto. Era como si el bosque entero hubiese dejado de respirar.
De pronto, Jenna alzó la cabeza bruscamente.
—¡Allí!
Todos miraron a su alrededor. Al principio no había nada que ver. Y después... lo hubo. Un círculo de unos treinta hombrecillos los rodeaban. Estaban vestidos de verde, chaqueta y calzón, y parecían haberse metamorfoseado de los árboles o de las malezas. Tenían la mitad del tamaño de un hombre, con un reflejo algo verdoso en la piel, como una capa translúcida, sobre huesos delicados. Sin embargo, no daban la impresión de fragilidad. Era como si la Tierra misma se hubiese reducido a su esencia al otorgar la forma humana.
Deber relinchó con nerviosismo, seguida por las bayas. Sólo el capón permanecía en silencio, escarbando la tierra una y otra vez con un sonido apagado.
Uno de los observadores verdes avanzó rompiendo el círculo, y se detuvo a menos de un metro de Jenna. Ella podría haberse inclinado para tocarle la cabeza, pero no se movió. Él alzó la mano como en un saludo y habló en una lengua extraña y melodiosa.
—Av Anna regens; av Anna quonda e futura.
—Habla de modo que podamos comprender —exclamó Jareth con la voz quebrada, como la de un niño.
—Yo lo comprendo —dijo Petra con suavidad—. Mi Madre Alta exigió que aprendiera las antiguas lenguas, dice: Salud Rema Blanca; salud Blanca, ahora y para siempre.
Jenna emitió un gruñido, pero Marek habló:
—Entonces está bien. Mi padre suele decir: “Si un hombre te llama amo, confía en él por un día; si te llama amigo, confía en él por un año; si te llama hermano, confía en él hasta el fin”. —Fue el discurso más largo que cualquiera de ellos le había oído decir.
—Pero no me ha llamado de ninguna de esas formas —replicó Jenna—. Me ha llamado Anna. Según tu padre, ¿hasta dónde puedo confiar en él?
Marek se dispuso a responder, pero el hombrecillo alzó la mano y el joven se paralizó.
—Hasta donde se extiende el bosque, Anna —aseguró, hablando de pronto su idioma sin más que un leve acento.
—Pero... —comenzó a decir Jareth.
Jenna le hizo una seña para que guardase silencio.
—Hasta donde se elevan los cielos —continuó el hombrecillo—. Te hemos aguardado desde los comienzos de estos tiempos. Tu nacimiento ha sido narrado alrededor de muchos fuegos; tu reinado, bajo muchas estrellas. Primero la Alta y finalmente la Anna; del modo que el círculo puede cerrarse.
—Desde los comienzos de estos tiempos... —murmuró Jenna para sí misma—. Y el círculo que se cierra... ¿ Qué significa eso? —En voz alta dijo—: Me has llamado por un título, pero mis amigos me llaman Jenna. ¿Tú eres mi amigo?
El hombrecillo esbozó una amplia sonrisa. Sus dientes blancos y uniformes brillaron contra el verdor de su rostro. Con una reverencia respondió:
—Somos tus hermanos.
—¡Hasta el fin! —dijo Marek triunfante.
—Puede que sí —susurró Jareth—. Y puede que no.
El hombrecillo los ignoró y se dirigió sólo a Jenna.
—A éste podéis llamarle Sorrel. No es su verdadero nombre, pero vuestras bocas no serían capaces de pronunciarlo ni vuestros corazones podrían oír su sonido.
—Comprendo —aceptó Jenna—. Yo también tengo un nombre secreto. Y bien Sorrel, ¿eres tú el rey de este pueblo verde?
—No tenemos rey ni capitán. Sólo tenemos el círculo.
—Entonces, ¿cómo es que hablas en nombre de tu... círculo? —intervino Catrona.
—En esta ocasión, éste tiene la palabra primero con permiso del círculo —explicó Sorrel.
Jenna asintió con la cabeza y envainó su espada.
—En esta ocasión, pues, depongo mi arma. Lo mismo hará mi hermana, Catrona.
Catrona alzó una ceja y, muy lentamente, guardó su propia espada.
—Y mis hombres guardarán sus cuchillos —agregó Jenna. Se mordió el labio superior, única señal de su nerviosismo.
Con el ceño fruncido, Jareth deslizó el cuchillo dentro de su bota. Al ver que Marek y Sandor vacilaban, les gruñó:
—Vamos. Vamos.
—Lo hacemos —siguió Jenna lentamente— porque vosotros no esgrimís armas contra nosotros.
Una extraña risita corrió por el círculo de hombrecillos. Sorrel volvió a inclinarse.
—En verdad debemos decirte, Anna, que jamás portamos armas; con excepción de éstas. —Alzó sus manos. Tenía unos dedos extremadamente largos cuyas uñas eran de un verde pálido.
—¿Y cuan potentes son? —preguntó Petra con demasiada amabilidad—. Potentas manis qui?
La risa del hombrecillo fue como el gorjeo de un pájaro.
—Trez. Mucho, Pequeña Madre. Muy potentes por cierto.
De pronto, extendió la mano y arrancó una varilla del bosque, la peló y la retorció convirtiéndola rápidamente en un lazo. Sin dejar de sonreír, arrojó lejos el lazo.
Catrona emitió un sonido de admiración y Jenna se volvió hacia ella.
—Éstos son nuestros hermanos, Catrona. Por el momento.
Catrona asintió con la cabeza lentamente, sin dejar de mirar las manos de Sorrel.
—Con nuestras hermanas, nuestras manos serán como la hierba dulce, el malvavisco, suave y sedante —afirmó Sorrel—. Mirad. —Con un movimiento fluido se situó junto a Deber y acarició su hocico. El animal suspiró profundamente con un extraño sonido y se reclinó en sus manos.
—¿Por qué nos habéis seguido desde tan lejos? —preguntó Catrona de pronto, sin que su mano abandonara la empuñadura de la espada.
Sobresaltado, Sorrel alzó la vista, pero con la misma velocidad volvió a bajar los ojos.
—Oh sí —manifestó Catrona satisfecha de haberlo sorprendido—. Vosotros no sois los únicos capaces de leer las señales del bosque. Nosotras, las hermanas de las Congregaciones, somos conocidas por ello.
—Hemos oído eso —admitió Sorrel—. Es algo que nos acerca aún más. Hermano con hermana.
—Volveré a preguntarlo —dijo Catrona con énfasis—. De hermana a hermano: ¿Por qué seguirnos como si fueseis nuestros enemigos cuando, según decís, sois nuestros amigos?
—No somos amigos. ¡Hermanos! —respondió Sorrel—. Debemos vigilar y saber quiénes son los que cabalgan por nuestros bosques. Debemos estar seguros de que se trata de la Anna. Las estrellas nos indican que ha llegado el momento de que se cierre el círculo, pero hay muchos que transitan nuestro camino. Debemos estar seguros antes de dar la bienvenida a la Anna.
Hubo un murmullo entre el resto de los Hombrecillos Verdes, como confirmando su frase.
Petra y los muchachos miraron a su alrededor. El sonido parecía rodearlos desde todas partes, como un lazo.
—¿Por qué nos rodeáis? —preguntó Petra, girando lentamente para mirarlos uno por uno.
—¿No es el círculo la forma perfecta, Pequeña Madre? —preguntó Sorrel—. Perface. En él nadie es más alto. Nadie es más bajo. Nadie es el primero. Nadie es el último.
—¿No eres tú primero en este círculo? —preguntó a su vez Jenna bajando la voz para no resultar ofensiva. Repitió su extraña frase—: En esta ocasión, éste tiene la palabra primero... —Cruzó los brazos frente al pecho—. ¿Qué otro del círculo habla, con excepción de ti? —Jenna sonrió.
Petra susurró en la antigua lengua:
—¿Quis voxen?
—La pregunta no cuadra contigo, Anna. Ni contigo, Pequeña Madre. Preguntas semejantes son más apropiadas para la boca de la Vieja Gata o para sus jóvenes Felinos —señaló a Catrona y a los muchachos.
Como ante una señal, Catrona habló en voz bien alta utilizando las palabras de Petra.
—¿Quis voxen? —Su pronunciación era abominable.
—Éste es quien habla hoy. Mañana será otro. El círculo no se detiene.
Jenna se acercó al hombrecillo. A pesar de que era muy alta para él, en forma instintiva supo que no debía hincarse. Ello los degradaría a ambos. Sólo inclinó un poco la cabeza, como único indicio de la diferencia de altura.
—¿Y nosotros formamos parte de tu círculo más amplio, Sorrel?
Él asintió con la cabeza.
—Al igual que el resto de la vida.
—Sin embargo me has señalado como diferente. Me has llamado Anna, y también reina.
—Regens —susurró Petra—. ¡Buena pregunta, Jenna!
—Te hemos estado aguardando desde el comienzo —aseguró Sorrel—. Tu llegada es parte del círculo. Tú anuncias el final.
Unió sus índices y pulgares formando un anillo. Jenna notó que sus dedos largos y delgados contaban con un nudillo de más.
—¿Qué final? —preguntó—. ¿Qué final anuncio yo?
—El final de lo que conocemos —respondió Sorrel—. Estos tiempos.
—¿Se referirá al final de lo que él y los Hombrecillos Verdes conocen? —preguntó Marek, evidentemente confundido.
—¿O al final de lo que conocemos nosotros?—agregó Sandor mirando a su hermano.
—Nos iremos. Vosotros vendréis con nosotros —decidió Sorrel.
—No —dijo Jareth. Se inclinó para volver a extraer el cuchillo de su bota—. La Anna va en rescate de sus hermanas. Y nosotros estaremos con ella. No iremos contigo. Mi padre me ha dicho: “Quien se va con los Grenna permanece con ellos.” Dentro de muchos años, cuando regresemos, todas las personas que conocemos estarán muertas y el pasto crecerá sobre sus tumbas.
—Jareth —Jenna extendió una mano hacia él—. Ésas son sólo historias.
—De todos modos... —continuó Jareth—, no debemos olvidar a las hermanas.
—La mano con que sostenía el cuchillo comenzó a temblar y él mismo la sujetó cogiéndose la muñeca.
Jenna miró a Sorrel.
—Él tiene razón, lo sabes.
Sorrel sacudió la cabeza.
—Has llegado demasiado tarde para ayudar a estas hermanas. La única forma es el círculo. Te irás más fuerte de lo que has llegado.
—¡Demasiado tarde! —la voz de Jenna se quebró. Para calmarse y ayudarse a pensar, realizó tres profundas respiraciones latani y trató de concentrarse en seguir el ritmo con que respiraba Sorrel, hálito por hálito. Sin embargo sus espiraciones eran tan lentas que comenzó a sentirse invadida por un mareo. Cerró los ojos y reflexionó sobre esas palabras: Demasiado tarde para ayudar a estas hermanas. Sabía que lo que él decía era verdad, pero había quince Congregaciones más, incluyendo la suya. Catorce que debían ser puestas sobre aviso. No podía permitir que las cogiesen desprevenidas. Jenna abrió los ojos y miró a Sorrel. Sus ojos verdes como el bosque estaban fijos en ella.
—Es demasiado tarde para todas ellas, Anna —dijo él, como si le hubiese leído los pensamientos—. Malas propas.
Jenna alzó el mentón. Mientras hacía girar el anillo en su mano izquierda, recordó lo que Madre Alta le había dicho al entregárselo: El momento del final es inminente. En ese instante tomó su decisión.
—Iremos con los Grenna.
—Pero Jenna... —comenzó Jareth. Petra le tocó el hombro.
—Iremos sin discutir ya que nosotros somos pocos y ellos muchos.
—Puede que sean muchos —replicó Jareth—, pero son pequeños. Son más pequeños que yo; y además tengo un cuchillo. No tengo miedo de morir por la Anna.
—Yo tengo una espada —agregó Carroña—. Y nunca he tenido miedo de morir por mis hermanas. —Desenvainó la espada produciendo un furioso sonido metálico.
—Iremos con Sorrel —repitió Jenna—. Ingresaremos en su círculo. No permitiría que ninguno de vosotros muriese por mí. Sorrel me ha llamado hermana y reina. Y me promete fuerzas. Las necesitaremos en gran medida para los próximos días. Confío en él.
—¿Durante cuánto tiempo? —susurró Jareth en voz ronca—. ¿Durante cuánto tiempo confiarás en él? ¿Un día? ¿Un año? ¿Hasta el fin? ¿O hasta que otro de los del círculo tenga la palabra?
—Confío en él hasta que este asunto esté concluido, lleve el tiempo que lleve. ¿Estás conmigo, Jareth? Si es así, habla.
Él guardó silencio, pero Marek y Sandor respondieron al unísono.
—Estamos contigo, Anna.
—Y yo, regens —afirmó Petra.
Después de unos momentos, Catrona habló con voz tan baja que Jenna tuvo que esforzarse para oírla:
—Y yo. —No envainó su espada.
Finalmente Jareth exhaló un profundo suspiro.
—Sólo iré porque tú lo pides, Jenna. Tú... no ellos. —Señaló por encima del hombro al círculo de hombrecillos verdes.
Jenna asintió con la cabeza y se volvió hacia su caballo. Tomó las riendas y llevó consigo a la yegua, agradecida de que, al menos, no tuviera que discutir con ella. Caminó tras la espalda verde de Sorrel, asombrada de que no se le perdiese entre la miríada de verdes del bosque.
Podía oír que los demás la seguían de cerca, y el sonido de sus pasos era como un eco que repetía: Es demasiado tarde para ayudar...