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Del Mundus, de Rolingshaven:

«Kusiness, 30 de septiembre: Dos agentes de la gendarmería local fueron asesinados esta tarde por uno de los invitados a una misteriosa orgía celebrada en las posesiones del barón Caspar Heaulmes, en Kussines. En la confusión que siguió a los acontecimientos, el asesino consiguió escapar y se cree que se oculta en los bosques adyacentes. Su nombre aún no se ha hecho público.

»El anfitrión y cabecilla de la bacanal era el famoso poeta y librepensador Navarth, que desde hace mucho tiempo deleita a los ciudadanos de Rolingshaven con sus travesuras…»

El artículo describe a continuación las circunstancias de los asesinatos. Se incluye una relación de las personas detenidas.

Del Mundus, de Rolingshaven:

«Rolingshaven, 2 de octubre: Ian Kelly, de 32 años, vecino de Londres, fue víctima anoche de un inexplicable ataque, al ser asaltado y muerto a golpes en la Bisgasse. No hay pistas sobre la identidad de su asaltante ni de los motivos del crimen. Kelly saltó a las portadas dos días antes, como participante en la famosa fiesta que el poeta Navarth celebró en las posesiones del barón Caspar Heaulmes. La policía trabaja en la teoría de que ambos hechos están relacionados

Artículo de Cosmópolis: «VIOLE FALUSHE. PARTE 1: EL MUCHACHO», por Navarth:

«Viole Falushe es tan famoso por su Palacio del Amor como por la fantástica magnitud de sus crímenes. Viole Falushe, el Príncipe Demonio. ¿Quién es, qué es? Yo, de entre todos los seres vivos, soy tal vez el más indicado para juzgar sus motivos y analizar sus actos. Poco sé del hombre en el que se ha convertido. No le reconocería si se cruzara conmigo por la calle. Pero os diré esto: partiendo de mi conocimiento de Viole Falushe cuando era joven, creo que el concepto popular de Viole Falushe (o sea, un hombre elegante, alegre y romántico) no se sostiene. La idea es, de hecho, sorprendente y ridícula.

»Cuando conocí a Viole Falushe tenía catorce años. Su nombre era Vogel Filschner. Si el hombre se parece al muchacho, sus celebradas hazañas amorosas sólo pueden haberse producido mediante la violencia o las drogas. Como sabe todo el mundo, estoy muy orgulloso de mi reputación de hombre sincero, y por ello me entrevisté con todas las mujeres que conocieron en su juventud a Viole Falushe. Omitiré los nombres por razones obvias. Comentarios elocuentes:

—Un chico obsesionado por toda clase de obscenidades.

—Vogel era muy repelente, a pesar de que había chicos en la clase mucho más feos que él. Le conocí durante cuatro años y nunca aprendió a sobrellevar sus penas.

—Nunca pude soportar la cercanía de Vogel. Olía mal, como si nunca se cambiara de ropa interior o de calcetines. Estoy segura de que nunca se lavaba las manos y de que, muy posiblemente, jamás se bañaba.

—¡Vogel Filschner! Supongo que no toda la culpa era suya. Debió de influir su madre en el comportamiento del chico. Tenía costumbres desagradables, tales como hurgarse la nariz y hacer burillas, hacer ruidos extraños con la garganta y, sobre todo, oler mal.

»He reproducido algunas opiniones representativas; de hecho, las más caritativas. Antes que nada soy un hombre juicioso y objetivo, de modo que no he querido presentar las anécdotas más extravagantes.

»Déjenme que les describa a Vogel Filschner tal como le conocí. Era alto, de piernas largas y delgadas y un estómago demasiado abultado, como una araña. Para completar esta impresión añadiré que tenía las mejillas redondeadas y una enorme nariz rosada. En su favor debo decir que admiraba mi poesía, aunque ya pensaba entonces que Vogel Filschner desfiguraba mis teorías hasta hacerlas irreconocibles. Yo predicaba el engrandecimiento de la existencia; Vogel quería que aprobara su crueldad sin límites.

»La primera vez que Vogel Filschner se acercó a mí fue en ocasión de mi celebrado contratiempo con lady Amelie Pallemont-Dalhouse, relacionado con mi patrocinio de su hija Earline que, por cierto, constituye por sí solo un episodio notable. En cualquier caso, Vogel apareció una mañana con unos versos insufribles que había escrito. Daba la impresión de que había perdido el juicio a causa del amor que sentía por una muchacha; no hará falta especificar que la doncella estaba lejos de suspirar por sus cumplidos…»

El artículo continúa durante varias paginas.

El 3 de octubre, Navarth pagó 50.000 UCL al barón Caspar Heaulmes en concepto de daños y perjuicios y fue dejado en libertad sin cargos, al igual que el resto de los invitados.

Gersen se encontró con Navarth en la alameda que había frente al Palacio de Justicia. Navarth fingió no reconocer a Gersen, pero éste pudo al fin convencerle de que le acompañara a tomar un café.

—Justicia… ¡bah! —Navarth señaló con gesto desdeñoso el Palacio—. ¡Piense en ello! He tenido que pagarle dinero a ese rencoroso y mojigato viejo. ¡Él debería indemnizarme! ¿Acaso no interrumpió la fiesta? ¿Qué esperaba conseguir irrumpiendo de esa manera? —Navarth se aclaró la garganta con la cerveza que Gersen había pedido—. Una cosa así amarga a cualquiera. —Dejó la jarra ante sí con un golpe y escudriñó a Gersen—. ¿Qué quiere de mí ahora? ¿Otra prueba de virtuosismo? Le advierto que no me dejaré manipular por segunda vez.

Gersen le mostró los artículos periodísticos que se referían a los hechos. Navarth rehusó leerlos.

—Un montón de tonterías y procacidades. Todos los periodistas son iguales.

—Me he enterado de que un tal Ian Kelly fue asesinado ayer.

—Sí, pobre Kelly. ¿Estuvo usted en el proceso?

—No.

—Pues perdió otra oportunidad, porque entre el público se hallaba Viole Falushe. Es el más sensible de los hombres y no perdona una injuria. Ian Kelly tuvo la desgracia de parecerse demasiado a usted en estatura y porte. —Navarth meneó la cabeza con tristeza—. Ay, ese Vogel. Aborrece la frustración tanto como un aguijón de abeja.

—¿Sabe la policía que el asesino es Viole Falushe?

—Les dije que lo había conocido en un bar. ¿Qué otra cosa podía decir?

Gersen no replicó. Indicó el artículo una vez más.

—Hay veinte nombres en la lista. ¿Cuál es el de Zan Zu?

Navarth dedicó al periódico un gesto de desprecio.

—Elija el que quiera. Tanto da uno como otro.

—Pero uno de estos nombres se le tiene que haber adjudicado —insistió Gersen.

—¿Cómo puedo saber el nombre que le dio a la policía? Creo que beberé más cerveza. La conversación me ha secado la garganta.

—Leo aquí «Drusilla Wayles, dieciocho años». ¿Es ella?

—Es posible, sí, muy posible.

—¿Es ése su nombre?

—¡Kalzibah misericordioso! ¿Por qué ha de tener un nombre? ¡Un nombre es una carga! Algo que vincula a un conjunto de circunstancias incontroladas. ¡No tener nombre es ser libre! ¿Es usted tan terco que no puede imaginar una persona sin nombre? Ella es la que los demás eligen que sea.

—Es extraño. Se parece sorprendentemente a la Jheral Tinzy de hace treinta años.

Navarth se enderezó en la silla como alcanzado por un rayo.

—¿Cómo lo sabe?

—No he perdido el tiempo. He escrito esto, por ejemplo.

Gersen sacó un falso número de Cosmópolis. El rostro del joven Vogel Filschner ocupaba la portada, sobreimpuesto sobre el contorno de una figura alta, gris y ominosa. El pie rezaba: «El joven Viole Falushe; Mis recuerdos de Vogel Filschner, por Navarth».

Navarth le arrebató la falsificación y leyó el artículo de un tirón. Se llevó las manos a la cabeza.

—¡Nos matará a todos! ¡Nos ahogará en vómitos de perro! ¡Hará crecer árboles en nuestras orejas!

—El artículo parece objetivo y juicioso —dijo Gersen—. No puede ofenderse ante los hechos.

Navarth volvió a leerlo y cayó en un paroxismo de aflicción.

—¡Lo ha firmado con mi nombre! ¡Nunca escribí algo así!

—Todo es verdad.

—¡Más a mi favor! ¿Cuándo se pondrá a la venta?

—Dentro de una o dos semanas.

—Imposible. Lo prohibo.

—En ese caso, devuélvame el dinero que le presté para financiar la fiesta.

—¿Prestado? ¡No hubo tal préstamo! Usted me pagó, me contrató para montar una fiesta en la que Viole Falushe estaría presente.

—No hizo ni una cosa ni otra. El barón Heaulmes arruinó la fiesta, es cierto, pero éste no es mi problema. ¿Y dónde estaba Viole Falushe? Usted me dirá que era el asesino, pero esto no significa nada para mí. Devuélvame el dinero, por favor.

—Imposible. ¡Gasto el dinero como agua! Y el barón Heaulmes exigió su libra de carne.

—Bien, devuélvame los novecientos mil UCL restantes.

—¿Qué? No tengo esa cantidad a mano.

—Quizá podríamos descontar una parte como pago por el artículo, pero…

—¡No, no! ¡El artículo no debe ser publicado!

—Será mejor que lleguemos a un trato. Usted me oculta algo.

—Por suerte. Usted ha publicado el resto —Navarth se frotó la frente—. Han sido unos días terribles. ¿No le despierto la menor compasión?

—Usted planeó matarme —rió Gerse—. Usted sabía que Viole Falushe querría seducir a Drusilla Wayles, o Zan Zu, como se llame. Usted sabía que yo no lo permitiría. Ian Kelly pagó con su vida en mi lugar.

—No, no, se equivoca. ¡Yo esperaba que usted matara a Viole Falushe!

—Usted es un canalla de la peor especie. ¿Qué le iba a pasar a Drusilla? ¿Se le ocurrió pensarlo?

—Yo no pienso. No puedo permitirme la menor cavilación. Si abandonara por un instante la línea que divide mis dos cerebros…

—Dígame lo que sepa.

—Tendré que retroceder de nuevo hasta Vogel Filschner —Navarth obedeció a regañadientes—. Cuando capturó al coro femenino, Jheral Tinzy escapó. Eso ya lo sabe. Pero ella era la culpable del crimen y los padres de las demás chicas la acusaron. Una situación muy dura. Hubo amenazas, insultos en público…

Navarth se encontraba en un aprieto similar. Un día le propuso a Jheral Tinzy que huyeran juntos. Jheral, amargada y desilusionada, lo aceptó como un mal menor. Fueron a Corfu, donde pasaron tres años. El amor de Navarth por Jheral Tinzy aumentaba día tras día.

Un terrible día Vogel Filschner apareció en la puerta de su chalet. Quedaba poco del antiguo Vogel, aunque sus rasgos fueran idénticos. Caminaba más erguido, pero lo más sorprendente era su nueva personalidad. Había adquirido dureza, seguridad firmeza; sus ojos brillaban, y la voz no temblaba. La maldad le sentaba bien.

Vogel se mostró extremadamente amistoso con Navarth.

—Lo pasado, pasado está. ¿Jheral Tinzy? No quiero nada de ella. Te pertenece; luego está mancillada. Soy exigente a este respecto. No tomo ninguna mujer que otro hombre haya utilizado. Tranquilízate, nunca sabrá nada de mi amor hacia ella… Debería haber esperado. Sí. Debería haber esperado. Porque tendría que haber supuesto que yo volvería… Pero mi amor por Jheral Tinzy ya se ha desvanecido.

Navarth se tranquilizó un poco. Sacó una botella. Se sentaron en el jardín, comieron naranjas, bebieron ouzo. Navarth se emborrachó y cayó dormido. Cuando se despertó, Vogel Filschner se había marchado. Jheral Tinzy también.

Vogel Filschner regresó al día siguiente. Navarth estaba furioso.

—¿Dónde está ella? ¿Qué le has hecho?

—Se encuentra sana y salva.

—¿Y tus promesas? Me dijiste que ya no la amabas.

—Es verdad. Mantendré mi promesa. Jheral no tendrá mi amor, ni el de ningún otro hombre. ¿Sobrestimaste mis emociones, poeta? El amor puede convertirse en odio en una fracción de segundo. Jheral servirá, y servirá bien. No satisfará mi deseo de amor, pero saciará mi odio.

Navarth se arrojó sobre Vogel Filschner, pero éste saltó sobre el muro y Navarth se quedó solo.

Nueve años más tarde, Viole Falushe llamó por videófono a Navarth, pero ocultando el rostro. Navarth sólo escuchó su voz. Navarth le pidió que Jheral Tinzy volviera, a lo que Viole Falushe accedió. A los dos días una niña de tres años le fue entregada a Navarth. Viole Falushe llamó otra vez.

—He cumplido mi promesa. Has recuperado a Jheral Tinzy.

—¿Es su hija?

—Es Jheral Tinzy; no necesitas saber más. La dejo a tu cargo. Cuídala, aliméntala, vigílala y encárgate de que permanezca intocada… porque un día volveré a buscarla.

La pantalla se apagó. Navarth examinó a la niña. Ya se parecía a Jheral… ¿Qué hacer? Sus sentimientos eran confusos. No podía considerarla ni una hija ni una especie de materialización de su antiguo amor. Supo que siempre existiría en sus relaciones una ambigüedad, pues Navarth era incapaz de amar impersonalmente; necesitaba establecer un nexo de unión con el objeto de su amor.

Navarth ejemplificó sus impulsos contradictorios con la descripción de sus relaciones con la chica. La alimentó y le dio un hogar, pero de una forma casi casual, intermitente. La muchacha adquirió pronto independencia. Se hizo introvertida y poco comunicativa; no tenía amigos y enseguida dejó de hacer preguntas.

A medida que iba madurando aumentaba su increíble parecido con Jheral Tinzy. Era Jheral Tinzy en persona, y su presencia atormentaba a Navarth con los recuerdos del pasado.

Pasaron doce años sin que Viole Falushe cumpliera lo prometido, si bien Navarth no confiaba en que hubiera olvidado. Se obsesionó con la idea de que, el día menos pensado, Viole Falushe llegaría y le arrebataría la chica. A veces trataba de explicar a la muchacha el peligro que representaba Viole Falushe, pero estos intentos de aproximación dependían de su estado de ánimo, y nunca estaba seguro de si la joven le había comprendido. Intentó recluirla, tarea difícil a causa de las costumbres impredecibles de la joven, y se la llevó a los rincones más remotos de la Tierra.

Cuando la muchacha cumplió dieciséis años vivían en Edmonton, Canadá, destino de miles de peregrinos que acudían a escalar la Espinilla Sagrada. Navarth pensó que pasarían inadvertidos entre los interminables festivales, procesiones y ritos sacerdotales.

Pero Navarth se equivocaba. Viole Falushe descubrió su escondite. Una noche la telepantalla se iluminó para mostrar una figura alta recortada contra un fondo de luz azul que oscurecía sus rasgos… Navarth, a pesar de todo, reconoció a Viole Falushe y, sin la menor esperanza, ordenó a la pantalla que se aclarara.

—Bien, Navarth —dijo Viole Falushe—, ¿qué haces en la Ciudad Santa? ¿Vives casi a la sombra de la Espinilla porque te has vuelto un devoto de Kalzibah?

—Estudio —murmuró Navarth—. De la perseverancia en el celo extraigo la fuerza de la resolución.

—¿Cómo está la chica? Me refiero a Jheral. Confío en que se encuentre bien.

—Ayer por la tarde se hallaba en excelentes condiciones. No la he visto desde entonces.

Viole Falushe miró fijamente a Navarth; lo único que daba dimensión a su silueta era el brillo de los ojos.

—¿Es virgen?

—¿Cómo puedo saberlo? No puedo vigilarla día y noche. En cualquier caso, ¿por qué te interesa?

La mirada de Viole Falushe aumentó de intensidad.

—Me interesa y mucho, hasta un punto que no puedes ni imaginar.

—Hablas de una forma extravagante. Apenas puedo creer que lo hagas en serio.

—Algún día visitarás el Palacio del Amor, viejo Navarth —rió con suavidad Viole Falushe—; algún día serás mi invitado.

—¡No yo! —exclamó Navarth—. Soy un nuevo Anteo; jamás permitiré que mi talón abandone el contacto con la Tierra; ¡si es necesario me tumbaré de bruces y me agarraré con ambas manos!

—Bien, pues llama a la chica. Haz que Jheral se coloque ante la pantalla para que pueda verla.

La voz de Viole Falushe había adoptado un tono extraño: la dulzura y la ternura se mezclaban con una rabia casi insoportable.

—¿Cómo puedo llamarla si no sé dónde está? Correrá por las calles, o dará un paseo en canoa por el lago, o estará en la cama con alguien…

Un sonido ronco interrumpió a Navarth; pero la voz de Viole Falushe seguía siendo apacible.

—Nunca digas eso, viejo Navarth. Se halla bajo tu custodia; te ordené que le dieras instrucciones muy precisas. ¿Lo has hecho? Sospecho que no.

—La mejor instrucción es dejar que viva su vida. No soy pedante, ya lo sabes.

—¿Sabes por qué te entregué a la chica? —dijo Viole Falushe después de unos instantes de silencio.

—Hasta mis motivaciones me confunden. ¿Cómo adivinaré las tuyas?

—Te lo diré. Porque me conoces bien, sabes que cuando ordeno algo no hacen falta instrucciones explícitas.

—No había considerado el tema desde este punto de vista —parpadeó Navarth.

—Por lo tanto, viejo Navarth, has sido muy negligente.

—He oído esa acusación cientos de veces.

—Pero ahora ya sabes lo que espero. Confío en que repararás tu negligencia.

La pantalla se apagó. Navarth, lleno de furia, frustración y resentimiento, deambuló por la Gran Nave, la avenida que se extiende desde la Plaza de las Beatitudes hasta el Templo de la Espinilla. Hastiado de encontrar peregrinos se refugió en un salón de té, donde se tomó cuatro tazas de un té muy fuerte antes de serenarse lo bastante como para pensar.

¿Qué era, en esencia, lo que esperaba Viole Falushe?, se preguntó Navarth. Tenía un interés romántico en la chica, la quería influida, precondicionada, receptiva. Navarth no pudo reprimir una histérica carcajada de regocijo, que provocó sorprendidas miradas de los demás clientes, la mayoría peregrinos vestidos de negro.

Viole Falushe quería que concienciara a la chica del gran honor que le aguardaba; la quería precondicionada, predispuesta, ansiosa ya… Los peregrinos, recién llegados de las ceremonias en el templo, le miraban con suspicacia. Navarth se puso en pie y salió del salón de té. Ya no había motivos para permanecer en Edmonton. Tan pronto como fuera posible volvería con la joven a Rolingshaven.

Menciono un par de veces a Viole Falushe en tono peyorativo, en otras tantas conversaciones con la muchacha. Había llegado a pensar que estaba predestinada. En una de tales ocasiones la chica salió corriendo y desapareció durante varios días. Esto tuvo lugar, por fortuna, inmediatamente antes de una de las visitas de Viole Falushe a la Tierra. Cuando telefoneó a Navarth y le exigió ver a la chica, Navarth se vio obligado a decir la verdad. Viole Falushe habló con voz dulce:

—Es mejor que la encuentres, Navarth.

Pero Navarth no lo hizo hasta estar seguro de que Viole Falushe había partido de la Tierra.

En este punto, Gersen pidió una aclaración.

—¿En qué basaba su seguridad?

Navarth intentó evadir la pregunta, pero al fin admitió que Viole Falushe tenía un número de videófono secreto en el que podía ser localizado.

—¿Podría llamarle ahora?

—Sí, sí, por supuesto. Si tuviera ganas de hacerlo, que no es el caso.

Continuó su relato, pero con más precauciones, moviendo las manos y mirando a todas partes excepto a Gersen.

Daba la impresión de que Navarth había intuido que Gersen podría ser utilizado como un arma contra Viole Falushe (aunque no lo explicitó). Con extrema cautela, sin extralimitarse, siempre permaneciendo en la retaguardia, Navarth trataba de planear la destrucción de Viole Falushe. Los acontecimientos, sin embargo, se habían precipitado.

—Y ahora —dijo el poeta con voz temblorosa, señalando el falso Cosmópolis—, ¡esto!

—¿Cree que la reacción de Viole Falushe ante el artículo sería negativa?

—¡Ya lo creo l Jamás olvida nada. ¡Ésa es la llave de su alma!

—Tal vez convendría discutir el artículo con el propio Viole Falushe…

—¿Y qué ganaríamos con ello? Le dará tiempo para encontrar la respuesta pertinente.

—Bien, entonces publicaremos el artículo sin tocar ni una coma.

—¡No, no! —gritó Navarth—. ¿No lo he dicho con suficiente claridad? ¡Su castigo será equivalente a su irritación, y siempre juzga subjetivamente! El artículo le ofendería hasta límites insospechados; odia su niñez, sólo regresa a Ambeules para perjudicar a sus viejos enemigos. ¿Sabe lo que le ocurrió a Rudolph Radgo, que se burló de los granos de Vogel Filschner? El rostro de Rudolph Radgo es un jardín de carbuncos, resultado de un veneno sarkoy. Le hablaré también de María, que se cambió de asiento porque le molestaban los mocos de Vogel. María carece de nariz. Se ha hecho dos trasplantes, y las dos veces ha sufrido la pérdida de su nuevo miembro; nunca volverá a tener nariz. Así que ya lo ve, no es sensato ofender a Viole Falushe… —Navarth se frotó la nariz—. ¿Qué está escribiendo?

—Este material nuevo es muy interesante; lo estoy incorporando al artículo.

Navarth levantó las manos con tanta violencia que estuvo a punto de perder el equilibrio.

—¿Es que no tiene prudencia?

—Si discutiéramos el artículo con Viole Falushe, quizá nos autorizaría a publicarlo.

—¡Es usted el que está loco, no yo!

—Podríamos probar.

—Muy bien —graznó Navarth—. No me queda elección. ¡Pero le advierto, negaré cualquier relación con el artículo!

—Como guste. ¿Llamamos desde aquí o desde el barco vivienda?

—Desde el barco.

Tomaron el expreso subterráneo hasta Ambeules y luego se dirigieron a la Fitlingasse con un vehículo de superficie.

El barco vivienda flotaba, sereno y plácido, en el estuario.

—¿Dónde está la chica? —preguntó Gersen—. Zan Zu, Drusilla, como se llame.

Navarth se rehusó a contestar. La pregunta de Gersen era como interrogarse sobre el color del viento, sugirió. Bajó por la escalerilla, subió a bordo del barco y abrió la puerta con un gesto trágico y desesperado. Se acomodó ante la telepantalla, apretó unos botones y pronunció la palabra que la ponía en funcionamiento. Apareció la presentación: una sola y frágil lavándula. Navarth miró a Gersen.

—Está accesible; cuando se halla ausente el fondo es azul.

Esperaron. De la telepantalla surgió el fragmento de una tierna melodía, y después de escasos segundos una voz:

—Ah, Navarth, viejo camarada. ¿Has traído un amigo?

—Sí, se trata de un asunto urgente. Éste es el señor Henry Lucas, que representa a la revista Cosmópolis.

—¡De honorable tradición! ¿No nos hemos visto antes? Me recuerda enormemente a otra persona.

—Estuve hace poco en Sarkovy. Según creo recordar, su nombre sonaba con insistencia.

—Un planeta nauseabundo, Sarkovy. De todas maneras, posee una especie de belleza macabra.

—He tenido ciertas desavenencias con el señor Lucas —dijo Navarth—, y deseo especificar que declino toda responsabilidad por sus actos.

—Mi querido Navarth, me alarmas. Seguro que el señor Lucas es un hombre educado.

—Ya lo verá.

—Tal como Navarth mencionó, trabajo para Cosmópolis. De hecho, soy uno de sus altos cargos. Uno de nuestros escritores preparó un artículo más bien sensacionalista. Sospecho que el periodista estaba muy entusiasmado, tal como Navarth me confirmó posteriormente. Parece que el escritor abordó a Navarth en tono exaltado y, a partir de una palabra pronunciada de forma casual, se lanzó a una prolija investigación y escribió el artículo.

—Ah, sí, el artículo. ¿Lo lleva encima?

—Está incluido aquí —Gersen desplegó la copia falsa—. Insistí en verificar los hechos, aparentemente correctos. Navarth cree que nuestro escritor se tomó las más extremas libertades. Considera que, para una mayor fidelidad, usted debería examinar el artículo y rubricar su veracidad antes de publicarlo.

—¡Bien pensado, Navarth! Bien, déjeme examinar esa alarmante efusión; estoy seguro de que no puede ser tan horrible.

Gersen deslizó la revista en la rejilla de transcripción. Viole Falushe leyó. De vez en cuando emitía sonidos involuntarios: silbidos entre dientes, carraspeos.

—Gire la página, por favor. —Su voz era tenue y suave. Enseguida dijo—: Ya he terminado. —Hubo un momento de silencio, y luego habló de nuevo, esta vez con cierto tono metálico—. Navarth, has sido singularmente imprudente, incluso para un poeta exaltado.

—Bah —musitó Navart—. ¿No he dejado bien claro mi papel en este asunto?

—No del todo. Hay párrafos exagerados y distorsionados que sólo pueden ser producto de la mente febril de un poeta loco. Has sido indiscreto.

—La sinceridad nunca es indiscreta —respondió con valentía Navarth—. La verdad, o sea, el reflejo de la vida, es bella.

—La belleza depende del ojo con el que se la mire —indicó Viole Falushe—. Encuentro poca belleza en este insultante artículo. El señor Lucas ha sido muy inteligente al pedir mi opinión. El artículo no puede ser publicado.

Navarth, por alguna razón extravagante, creyó conveniente demostrar su reprobación.

—¿De qué sirve la fama si tus amigos no pueden sacar provecho?

—Aprovechar la fama y humillar a tus amigos son cosas diferentes —habló la voz suave—. ¿Puedes imaginarte mi disgusto si este artículo aparece y me expone al ridículo? Me vería obligado a exigir rectificaciones y disculpas públicas; un simple acto de justicia. Si un acto tuyo hiere mis sentimientos, deberás expiar tu culpa hasta que mis sentimientos se rehagan. No basta proclamar que soy hipersensible. Si me hieres, has de aliviar mi herida sin importar cuánto te cueste.

—La verdad refleja el cosmos —argumentó el poet—. Para erradicar la verdad hay que destruir el cosmos. Este es un acto desproporcionado.

—¡Ajá! Pero el artículo no es necesariamente cierto. Es un punto de vista, una o dos imágenes fuera de contexto. Yo, la persona más íntimamente involucrada, denuncia el punto de vista como una flagrante deformación.

—Me gustaría hacer una sugerencia —dijo Gersen—. ¿Por qué no permitir que Cosmópolis presente los hechos auténticos, lo que es lo mismo, los hechos desde su punto de vista? No cabe duda de que le debe una declaración a los habitantes del Oikumene, que se hallan fascinados por sus hazañas, las aprueben o no.

—No, creo que no —dijo Viole Falushe—. Un artículo de tales características parecería una explosión de vanidad, o peor, una apología falseada. Básicamente, soy un hombre modesto.

—Pero ¿no es también un artista?

—Por supuesto. En la escala más noble y más auténtica. Los artistas que me han precedido han expresado sus afirmaciones mediante la simbología abstracta; los espectadores, el público, siempre han sido pasivos. Yo utilizo una simbología más contundente, abstracta pero palpable, visible y audible… en definitiva, una simbología de hechos y ambientes. No hay espectadores, no hay público, no hay pasividad; sólo participantes. Se enfrentan a la experiencia más intensa. Ningún otro hombre se atrevió a concebir un marco más amplio —Viole Falushe rió por lo bajo—. Si exceptuamos, quizá, a mi megalomaníaco contemporáneo Lens Larque, aunque sus conceptos son menos fluidos que los míos. Me atrevería a decir que soy tal vez el más grande artista de la historia. Mi tema es la Vida; mi medio de la Experiencia; las herramientas el Placer, la Pasión, la Contundencia, el Dolor. Recreo una ambientación total que inunda toda la entidad. Es una descripción racional de mi propiedad, conocida popularmente como el Palacio del Amor.

—¡Precisamente lo que le gustaría conocer a las gentes del Oikumene! —aprobó Gersen—. Más que publicar un vulgar artículo escandaloso como éste —Gersen golpeó la falsificación con el reverso de la mano—, a Cosmópolis le gustaría que usted explicara sus tesis. Queremos fotografías, mapas, muestras de olores, impresiones sonoras, ilustraciones… sobre todo queremos su análisis de experto.

—Es posible, es posible.

—Bien. Seria preciso que nos viéramos. Dígame el lugar y la hora, y allí estaré.

—¿El lugar? ¿Puede haber otro? El Palacio del Amor. Cada año recibo a un grupo de invitados. Usted formará parte del próximo, y también el viejo loco Navarth.

—¡Yo no! —protestó Navarth—. Mis Pies jamás han perdido contacto con la Tierra; no me arriesgaré a perder la claridad de mi visión.

—La invitación, aunque tentadora, no es muy conveniente —se excusó Gersen—. Preferiría citarme con usted esta noche, aquí en la Tierra.

—Imposible. En la Tierra tengo enemigos, en la Tierra soy una sombra. Ningún hombre puede señalar con el dedo y decir, ahí está Viole Falushe… ni siquiera mi viejo amigo Navarth, del que he aprendido muchas cosas. ¡Una fiesta muy agradable la del otro día, Navarth! Espléndida, digna de un poeta loco. Sin embargo, la chica que te di para que cuidaras me decepcionó, y tú también. No has tenido ni el tacto, ni la imaginación, ni la creatividad que yo esperaba de ti. ¡Considera a la chica a la luz de lo que es y de lo que debe llegar a ser! Confiaba en obtener una nueva Jheral Tinzy: alegre y seria, dulce como la miel, áspera como la luna, la cabeza llena de pájaros, ardiente e inocente. ¿Y qué encuentro? Una niña traviesa, una libertina, un pilluelo de cara avinagrada, completamente irresponsable y de pocas luces. ¡Imagínate! Me desprecia y escoge a un tal lan Kelly, un insolente, un tipo despreciable que estaría mucho mejor muerto. Una situación incomprensible para mí. La chica no había sido bien adiestrada. Supongo que le habrás hablado de mí y de mi interés por ella…

—Sí —dijo Navarth con terquedad—. He pronunciado tu nombre.

—Bien, no estoy nada satisfecho, y la enviaré a alguna otra parte para corregirla. La pondré en manos de tutores menos dotados pero más disciplinados. Sería agradable que se uniera a nosotros en el Palacio del Amor… ¿Decías algo, Navarth?

—Sí. He decidido aprovechar tu invitación. Visitaré tu Palacio del Amor.

—Eso está muy bien para ustedes, los artistas —se apresuró a decir Gersen—, pero yo soy un hombre muy ocupado. Tal vez un par de entrevistas breves aquí en la Tierra…

—Pero es que ya he abandonado la Tierra —dijo la voz de Viole Falushe con acento de educado reproche—. Estoy en órbita a la espera de oír que mis planes respecto a esa jovencita sean cumplidos al pie de la letra… Así que venga al Palacio del Amor.

La flor violeta viró al verde, se desvaneció y dejó lugar a un delicado azul pálido. La conexión se interrumpió.

Navarth continuó hundido en la silla durante un buen par de minutos, la cabeza inclinada y la barbilla apoyada en el pecho. Gersen se quedó mirando por la ventana, sintiendo un nuevo y súbito vacío en su vida… Navarth se puso perezosamente en pie y fue a su despacho. Gersen le siguió. El sol abrazaba el estuario; los tejados de Dourrai brillaban como bronce; los muelles podridos oscilaban en formas y ángulos extravagantes; un aura de melancolía invadía el ambiente.

—¿Sabe cómo se va al Palacio del Amor? —preguntó Gersen.

—No, él nos informará. Tiene una mente similar a un armario atestado, no se le escapa ni un detalle.

Navarth balanceó sus brazos como si no supiera qué hacer, volvió al despacho y salió con una botella verde oscuro alta y esbelta y dos vasos. La abrió y escanció.

—Beba, Henry Lucas o como se llame, sea lo que sea que busque: esta botella contiene la sabiduría de los siglos, tintura de oro terrestre.

No encontrará otra igual; es la última que queda en toda la vieja Tierra, la loca y vieja Tierra, como el loco y viejo Navarth, ofrece lo mejor e su serena madurez. Beba este precioso elixir, Henry Lucas, y considérese afortunado; normalmente está reservada para los poetas locos, los trágicos Pierrots, los ángeles negros, los héroes a punto de morir…

—¿No me puedo contar entre ellos? —murmuró Gersen, más para s que para Navarth.

Navarth repitió su gesto habitual de exponer el vaso a la luz del sol que sólo despedía ya unos pocos rayos anaranjados. Se bebió de un trago la mitad de la copa y paseó la mirada sobre el agua.

—Abandono la Tierra. El viento se apodera de la hoja marchita ¡Mire, mire, mire! —señaló con súbita excitación la línea sombría que dibujaba el sol sobre el estuario—. ¡Ésa es la ruta, el camino que hemos de seguir!

Gersen bebió el licor, que parecía estallar en un chorro de luces multicolores.

—Todo eso está muy bien, pero ¿adónde se ha llevado a la chica?

—No me cabe la menor duda. La castigará, silbando entre dientes como una serpiente. Es Jheral Tinzy, la mujer que una vez le rechazó… así que deberá volver a su infancia.

—¿Está seguro de que es Jheral Tinzy? Tal vez es alguien que se le parece muchísimo…

—Es Jheral Tinzy. Hay diferencias, diferencias significativas. Jheral era frívola y algo cruel; ésta es pesimista, introvertida, y nunca piensa en la crueldad… Pero es Jheral Tinzy.

Se sentaron, cada uno embargado en sus propios pensamientos. El crepúsculo se deslizó sobre las aguas; en las colinas lejanas empezaron a brillar algunas luces. Un mensajero uniformado bajó de su coche aéreo y vino a su encuentro. Les llamó desde el embarcadero.

—Una entrega para el poeta Navarth.

Navarth se precipitó hacia la plancha.

—Soy yo.

—Imprima su huella dactilar aquí, por favor.

Navarth volvió con el mensaje: un sobre azul alargado. Lo abrió con parsimonia y extrajo su contenido. En lo alto de la hoja se destacaba la lavándula que ya habían visto en la telepantalla. El mensaje decía:

«Diríjanse a Más Allá y penetren en el Grupo de Sirneste, sector de Acuario. En el corazón del grupo hallarán el sol amarillo Miel. El quinto planeta es Sogdian. Y al sur del continente en forma de reloj de arena encontrarán la ciudad de Atar. Dentro de un mes vayan a la agencia de Rubdan Ulshaziz y digan: soy un invitado del Margrave.»