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De «Viole Falushe», capítulo 111 de Los Príncipes Demonio, de Carl Carphen (Elucidarian Press, New Wexford, Aloysius, Vega):
«Cada Príncipe Demonio debe afrontar el problema de la celebridad. Todos son lo bastante fatuos y exhibicionistas (Attel Malagate es la excepción) como para aspirar a desarrollar al máximo su personalidad y a imprimir su estilo sobre tantas vidas como les sea posible. Consideraciones de orden práctico, sin embargo, les empujan al anonimato, en especial cuando visitan los mundos del Oikumene. Viole Falushe no incumple la regla. Como Malagate, Kokor Hekkus, Lens Larque y Howard Alan Treesong, oculta celosamente su identidad, y ni tan sólo los invitados a su Palacio del Amor le han visto el rostro. En algunos aspectos Viole Falushe es el más humano de los Príncipes Demonio; es decir, sus vicios se hallan en una escala accesible a la comprensión humana. Están ausentes la inimaginable crueldad, la insensibilidad reptiliana, la megalomanía y la ominosa perversión que caracterizan respectivamente a Kokor Hekkus, Malagate, Lens Larque y Howard Alan Treesong. Las notas destacables en la maldad de Viole Falushe serían un espíritu vengativo insaciable, sensibilidad infantil y monstruosa autoindulgencia.
»Dejando aparte sus vicios, existe un aspecto singularmente atrayente en Viole Falushe, una calidez, un idealismo, algo que ni los más intransigentes moralistas se atreven a discutir. Escuchemos al mismo Viole Falushe en una conferencia (grabada, por supuesto) dirigida a los estudiantes de la Universidad de Cervantes:
»"Soy un hombre desgraciado. Estoy obsesionado por mi dificultad de expresar lo inexpresable, de definir lo desconocido. La búsqueda de la belleza es, por supuesto, un impulso psicológico fundamental. En sus varias modalidades (por ejemplo, el deseo de perfección, el anhelo de fundirse con lo eterno, la realización de un Absoluto creado por nosotros mismos, aún más amplio que nuestra totalidad) es quizá el impulso humano más importante.”
»"Estoy atormentado por este impulso; me afano, construyo, pero, paradójicamente, tengo la total convicción de que, si alguna vez alcanzo mis objetivos personales, los resultados serán insatisfactorios. En este caso concreto, la contienda es más importante que la victoria. No describiré mi propia lucha, mis aflicciones, mis oscuras pesadillas, mis angustias. Las consideraríais incomprensibles, o peor aún, ridículas.”
»”He sido descrito a menudo como un hombre malvado y, aunque no rechazo la etiqueta, tampoco asumo una crítica tan severa. La maldad es un vector de calidad, sólo operativo en la dirección del vector, es frecuente que los actos más censurados produzcan un daño ínfimo, incluso beneficioso, a las personas que los padecen.”
»"Muchas veces me han preguntado sobre el Palacio del Amor, pero no me gusta gratificar las curiosidades morbosas a este respecto. Baste decir que estoy a favor de la expansión de la conciencia y de la gratificación de los sentidos… aunque en mi vida privada practico un ascetismo que os sorprendería. El Palacio del Amor abarca un área muy extensa, y no ocupa una única estructura, sino más bien un complejo de jardines, pabellones, salas, cúpulas, torres, paseos y paisajes pintorescos. El personal del Palacio se compone de personas jóvenes y hermosas, y no conocen otra vida; son los más felices de los mortales."
»Así habla Viole Falush—. Los rumores no le contemplan con tanta benevolencia. Se dice que le fascinan las variaciones y culminaciones eróticas. Uno de sus juegos favoritos, según parece, es conducir a una doncella de gran belleza a un claustro aislado. Se la alecciona en la idea de que algún día encontrará una criatura milagrosa que la amará y después la matará… y un día la dejan en libertad en una pequeña isla donde Viole Falushe aguarda.»
El hotel Príncipe Franz Ludwig era el lugar de reunión más elegante de Rolingshaven. El vestíbulo principal era enorme; un cuadrado de sesenta metros de lado y treinta de altura. Doce arañas derramaban su luz dorada; cubría el suelo una gruesa alfombra de color pardo y dorado adornada con sutiles dibujos. Las paredes estaban revestidas de sedas azul pálido y amarillas; el techo mostraba escenas de una corte medieval. Los muebles eran de estilo antiguo, muy trabajados, sólidos pero elegantes, con cojines de raso amarillo o rosa y las molduras lacadas en un tono de color del oro oscurecido. Jarrones de cinco metros de altura llenos de flores adornaban las mesas de mármol. Un paje elegantemente uniformado estaba situado de pie junto a cada una de las mesas. Tan suntuosa complejidad sólo se podía encontrar ya en la vieja Europa. Gersen nunca había puesto el pie en un lugar tan majestuoso.
Navarth escogió un sofá cercano a una salita en la que un cuarteto de músicos interpretaba una selección de capriccios. Llamó a un camarero y pidió champán.
—¿Es aquí donde debo buscar a Viole Falushe? —preguntó Gersen.
—Le he visto en varias ocasiones. Debemos estar alertas.
Bebieron champán sentados en la sala dorada. La falda y la blusa negras de la chica, sus morenas piernas desnudas y las sandalias no parecían indignas o inapropiadas, ya sea por pura paradoja o por improbable yuxtaposición, lo que no dejaba de sorprender a Gersen. ¿Cómo se las había arreglado para llevar a cabo la transformación?
Navarth hablaba de trivialidades, y la chica apenas pronunciaba palabra. Gersen pensó que lo mejor era no precipitar el curso de los acontecimientos. Además, le fascinaba la experiencia. La chica había bebido mucho vino, pero se mantenía serena. Daba la impresión de consagrar cierto interés hacia la gente que atravesaba la estancia, pero de una manera desapasionada.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Gersen por fin—. No sé cómo dirigirte la palabra.
—Llámela como quiera —terció Navarth ante la impasibilidad de la joven—. Es mi costumbre. Esta noche será Zan Zu, de Eridu.
La chica sonrió, un breve destello de alegría. Gersen decidió que, después de todo, no era idiota.
—Zan Zu, ¿eh? ¿Es ése tu nombre?
—Es tan bueno como otro cualquiera.
—Se ha terminado el champán, una cosecha excelente. ¡Vamos a cenar!
Navarth se puso en pie y ofreció su brazo a la chica. Cruzaron el vestíbulo y descendieron cuatro macizos peldaños para llegar al comedor, no menos magnífico que el vestíbulo.
Navarth ordenó la cena con entusiasmo y sutileza. Gersen jamás había probado manjares tan deliciosos, y lamentó que la capacidad de su estómago le impusiera unos límites. Zan Zu de Eridu comía con elegancia, pero sin interés. Gersen la miró de reojo. ¿Estaría enferma? ¿Habría sufrido recientemente una gran pena? Parecía muy tranquila… demasiado tranquila, teniendo en cuenta lo que había bebido: moscatel, champán, los diversos vinos que Navarth había pedido para acompañar la cena… Bien, le daba igual. Su problema era Viole Falushe. Aunque aquí, en el hotel Príncipe Franz Ludwig, sentado con Navarth y Zan Zu, Viole Falushe parecía un ente de ficción. Con un esfuerzo, Gersen volvió a la realidad. Era fácil dejarse seducir por la riqueza, la elegancia, la buena comida, la luz dorada de las arañas.
—Si no encontramos aquí a Viole Falushe, ¿dónde sugiere que busquemos? —preguntó a Navarth.
—No he hecho planes por anticipado. Las circunstancias dirán. No olvide que Viole Falushe me tomó como ejemplo hace mucho tiempo. ¿No es razonable suponer que sus proyectos coincidirán con los nuestros?
—Muy razonable.
—Comprobaremos la teoría.
Más tarde llegaron los cafés, los pasteles y los licores. Gersen pagó la cena, que se elevaba a 200 UCL, y salieron del hotel Príncipe Franz Ludwig.
—Y ahora, ¿qué? —preguntó Gersen.
—Es temprano todavía —reflexionó Navarth—. En el cabaret Mikmak siempre hay diversión, de una clase u otra, por ejemplo, contemplar a los buenos ciudadanos tratando de comportarse con corrección.
Del cabaret Mikinak fueron al Paru, el Fliegence Hollander y luego al Blue Pearl. Cada nueva taberna o cabaret era menos elegante que la anterior, al menos en apariencia. Al salir del Blue Pearl, Navarth les condujo al Café del Crepúsculo, en el paseo Castel Vivence de Ambeules, después de una sucesión de garitos portuarios, cervecerías y salas de baile. En el Zadiel’s All World Rendez-Vous, Gersen interrumpió las disertaciones de Navarth.
—¿Es aquí donde esperaremos a Viole Falushe?
—¿Dónde, si no? —preguntó el poeta loco, algo bebido—. ¡Dónde el corazón de la Tierra late con la sangre más espesa! Espesa, púrpura, con olor a polvo, como la sangre de los cocodrilos, la sangre de los leones muertos. No tema, ¡verá a su hombre! ¿De qué estábamos hablando? ¡Mi juventud, mi juventud desperdiciada! En un tiempo trabajé para Tellur Transit, investigando el contenido de maletas extraviadas. Es posible que fuera ahí donde extraje mi profundo conocimiento de la naturaleza humana…
Gersen se retrepó en su silla. En las presentes circunstancias, lo mejor era conservar una prudente cautela. Comprobó con sorpresa que estaba algo borracho, a pesar de su moderación. Las luces de colores, la música, la incesante conversación de Navarth compartían la responsabilidad con el alcohol. Zan Zu seguía tan inaccesible como de costumbre; la miró de reojo, como venía haciendo toda la noche. Gersen se preguntó: «¿Qué pensamientos rondan por esa cabeza? ¿Qué espera de la vida? ¿Alimenta esperanzas? ¿Suspira por un amante atractivo? ¿Detesta trabajar, desea visitar los mundos exteriores?».
Doce retumbantes campanadas sonaron en la antigua catedral de Flamande Heights.
—Es medianoche —graznó Navarth. Se irguió, trastabilleó un poco y miró alternativamente a Gersen y a Zan Zu de Eridu—. Ahora continuaremos.
—¿Adónde vamos? —preguntó Gersen.
Navarth señaló al otro lado de la calle, a un local alargado y bajo con un excéntrico tejado y adornado con luces verdes.
—Sugiero el Café de la Armonía Celestial, el lugar de cita de viajeros, hombres del espacio, vagabundos de los mundos exteriores y trasnochadores como nosotros.
Caminaron hacia el Café de la Armonía Celestial mientras Navarth exponía en voz alta su opinión sobre la pobre calidad de la vida en la Rolingshaven actual.
—Estamos estancados, nos deterioramos lentamente. ¿Dónde está nuestra vitalidad? ¡Se desborda hacia los mundos exteriores! Hemos malgastado nuestras vidas. En la Tierra se quedan los enfermos, los depravados, los pensadores críticos, los trotacalles sin rumbo, los paranoicos y los introvertidos, los grandes epicúreos, los soñadores tímidos, los medievalistas.
—¿Ha recorrido el Oikumene? —preguntó Gersen.
—Mi pie jamás ha abandonado el contacto con el suelo terrestre.
—¿En qué categoría, por tanto, se incluye?
—¿Acaso no he vituperado las categorías? —exclamó Navarth con un revuelo de manos—. ¡Aquí está el Café de la Armonía Celestial! ¡Estamos alcanzando el momento álgido de la velada!
Entraron, se abrieron paso hasta una mesa y Navarth ordenó al instante que les trajeran un mágnum de champán. El café estaba abarrotado: voces, estruendo y arrastrar de pies competían con una bulliciosa orquesta compuesta por pífano, concertina, eufonio y banjo; la clientela bailaba, saltaba, pataleaba y daba cabriolas al estilo de cada uno. Una barra algo elevada sobre el nivel de la planta ocupaba casi todo el ancho del local. Las siluetas de los hombres recostados contra el pasamano se silueteaban contra las luces verde y naranja de la barra. En las mesas de la planta se sentaban hombres y mujeres de todas las edades, razas, condición social y nivel de sobriedad. La mayoría usaban ropas europeas, si bien algunas exhibían vestimentas de otras regiones y otros mundos. Chicas de alterne serias y seguras de sí mismas iban de aquí para allá pidiendo bebidas, distribuyendo réplicas escabrosas y estableciendo citas. Los músicos cambiaron de instrumentos: laúd barítono, viola, flauta y tímpano, acompañados por un grupo de equilibristas. Navarth bebió champán con entusiasmo infatigable.
Zan Zu de Eridu paseaba la vista de un lugar a otro, sin que Gersen pudiera descifrar si lo hacía con interés, desasosiego o con cierta sensación de asfixia. Sus nudillos se blanqueaban cuando sujetaba la copa. Giró de pronto la cabeza y clavó los ojos en los de Gersen; sus labios esbozaron el fantasma de una sonrisa… o de una mueca de disgusto. Alzó la copa y bebió el champán.
El entusiasmo de Navarth había llegado a su punto culminante. Coreó la música, siguió el ritmo golpeando con los dedos en la mesa y trató de abrazar a una de las chicas, que lo esquivó con aire de hastío.
De repente clavó la mirada en Zan Zu, y después inspeccionó a Gersen, como asombrado de que no hubiera tomado la iniciativa. Gersen no pudo resistir el fulgor de los ojos de Zan Zu, y fuera por el vino, las luces de colores o el ambiente, vio desvanecerse ante él al golfillo que arrojaba piedras al agua. La transformación era pasmosa: ella era mágica, una criatura de cautivadora belleza.
Navarth contemplaba la escena, perdida toda su alegría. Gersen ladeó la cabeza, Navarth apartó la vista. «¿Qué me está sucediendo —pensó Gersen—, qué le ocurre a Navarth?» Gersen rechazó las ideas que bullían en su mente y se reclinó en la silla.
Zan Zu, la muchacha de Eridu, miraba la copa con expresión taciturna. ¿Alivio? ¿Tristeza? ¿Aburrimiento? A Gersen le costaba decidir. Los pensamientos de la muchacha parecían muy profundos. ¿En qué se estaba involucrando? Un estremecimiento de cólera recorrió su cuerpo. Miró a Navarth y éste le correspondió. Zan Zu bebió más champán.
—La Huerta de la Vida produce un solo melón —canturreó Navarth—. Nadie conoce el color del corazón hasta que le quitas la corteza.
Gersen examinó las otras mesas. Navarth llenó su copa. Gersen bebió… Navarth tenía razón. Para ganar algo tan intenso, tan delicioso, tan mágico tenía que haber un previo abandono, era indispensable quemar los puentes. ¿Y Viole Falushe? ¿Cuál sería su impulso básico? Como en respuesta a estos pensamientos, Navarth le agarró por el brazo.
—Está aquí.
Gersen se deshizo del ensueño.
—¿Dónde?
—Allí. En la barra.
Gersen escudriñó la hilera de hombres apoyados en la barra. Sus siluetas eran casi idénticas; algunos sostenían jarras, otros vasos.
—¿Cuál es Viole Falushe?
—¿Ve al hombre que está mirando a la chica? Sólo tiene ojos para ella. Está fascinado.
Gersen buscó entre las caras. Nadie parecía prestarles gran atención.
—¡Ella se ha dado cuenta! —susurró Navarth con voz ronca—. ¡Es más inteligente que yo!
Gersen miró a la joven, que parecía inquieta; sus dedos tamborileaban sobre el borde de la copa. Levantó los ojos hacia una de las formas indistintas. Cómo había intuido la dirección correcta era algo que estaba más allá de la comprensión de Gersen.
Un camarero se acercó a la chica y murmuró unas palabras en su oído. Zan Zu contempló de nuevo la copa de champán y cerró las manos en torno al pie… Se levantó con brusca decisión. Gersen se sintió invadido por una oleada de ira. Era innoble quedarse sentado sin hacer nada. Le estaban insultando. Le arrebataban algo que, aunque no le perteneciera, consideraba suyo. Se preguntó aterrorizado si sería demasiado tarde. Se levantó de un salto, cogió a la chica por la muñeca y la sentó en sus rodillas. Ella le miró estupefacta, como si despertara de un sueño.
—¿Porqué lo hiciste?
—No quiero que vayas.
—¿Por qué no?
Gersen no consiguió articular palabra. Zan Zu seguía sentada pasivamente, con cierta timidez. Había lágrimas en sus ojos. Gersen besó su mejilla húmeda. Navarth soltó una carcajada estentórea.
—¡Nunca, nunca se termina!
Gersen depositó a Zan Zu en su silla, pero le retuvo la mano.
—¿Qué es lo que nunca terminará? —preguntó en voz baja.
—Yo también he amado. ¿Y qué? El tiempo del amor ha pasado. Ahora habrá problemas, por supuesto. ¿No entiende la sensibilidad de Viole Falushe? Es tan extraño y delicado como la fronda de un helecho. No puede soportar la privación; le enferma.
—No es mi caso.
—Se ha equivocado por completo —le reprendió Navarth—. Falushe dedicaba todos sus pensamientos a la muchacha. Bastaba seguirla para encontrar a su hombre.
—Sí —murmuró Gersen—. Es cierto… es cierto. Ahora me doy cuenta.
Contempló el vaso de vino y luego la hilera de siluetas. Alguien le observaba a su vez; podía sentir su atención puesta en él. Se avecinaba un altercado. No estaba en forma, había prescindido del entrenamiento durante semanas. Y además estaba medio borracho.
Un hombre pasó muy cerca y fingió que resbalaba. Se tambaleó sobre la mesa y derramó el vino en el regazo de Gersen. Clavo sus ojos en los de Gersen; eran del color del hueso.
—Me ha hecho la zancadilla, mamón. Le voy a dar en el culo como a un niño.
Gersen estudió al hombre. Tenía un rostro como cincelado a martillazos, pelo amarillo muy corto y un cuello tan ancho como su cabeza. Su cuerpo era rechoncho y musculoso, el cuerpo de un hombre que había pasado la mayor parte de su vida en un planeta de mucha gravedad.
—Creo que no le hice la zancadilla —repuso Gersen—. Pero siéntese. Comparta un vaso de vino con nosotros. Dígale a su amigo que venga también.
El hombre, los ojos en blanco, reflexionó unos segundos. Tomó una decisión.
—¡Le exijo disculpas!
—Desde luego, lo tenía en la punta de la lengua. Lamento mucho haberle causado cualquier molestia.
—No es suficiente. Desprecio a los mandriles hipócritas como usted que insultan a uno y luego pretenden salirse del asunto sin consecuencias.
—Es su privilegio. Desprecie a quien quiera. ¿Pero por qué no llama a su amigo? Podríamos entablar una amena conversación. ¿De qué mundo proviene?
Levantó su vaso para beber.
El hombre le tiró el vaso al suelo.
—Insisto en que se largue. Ya me ha ofendido bastante.
Gersen oteó por encima del hombro de su interlocutor.
—Su amigo se acerca, a pesar de todas las tonterías que está diciendo.
El hombre volvió la cabeza. Gersen le asestó una patada en la rodilla y un puñetazo en el cuello. Le cogió por un brazo y le arrojó dando vueltas a través de la pista de baile. El hombre se irguió sin esfuerzo y se precipitó sobre él. Gersen le arrojó una silla a la cara; cuando el hombre la apartó, Gersen le dio un golpe en el estómago musculoso y duro como el roble. El hombre se encogió y saltó sobre Gersen, pero cuatro matones hicieron acto de aparición: dos echaron a Gersen fuera del local por la puerta trasera, y los otros dos escoltaron a su enemigo hasta la puerta principal.
Gersen permaneció de pie en la calle sin saber qué hacer. Toda la noche, un desastre. ¿Qué le estaba pasando?
El hombre de los ojos saltones estaría rodeando el edificio para ir a su encuentro. Gersen se refugió en las sombras. El hombre le esperaba en la esquina.
—Ahora me toca a mí, basura. Te voy a devolver cada golpe que me has dado.
—Es mejor que te largues —dijo Gersen con voz suave—. Soy un hombre peligroso.
—¿Y qué te crees que soy yo?
El hombre se acercó. Gersen retrocedió, sin ganas de entablar otra pelea. Llevaba armas, pero matar en la Tierra era un delito muy castigado. El hombre progresó lentamente hacia su escondite. El tacón de Gersen rozó un cubo. Lo cogió, lo lanzó sobre el hombre y dio vuelta a la esquina. El hombre de ojos saltones le siguió. Gersen sacó su proyector.
—¿Ves esto? Puedo matarte.
El hombre dio un paso atrás con los dientes apretados de rabia.
Gersen caminó hasta la entrada del Café de la Armonía Celestial, seguido a unos diez metros de distancia por su enemigo.
La mesa estaba libre. Navarth y Zan Zu se habían ido. ¿La figura confusa apoyada en el mostrador? Perdida entre las otras.
El hombre de ojos saltones esperaba junto al edificio. Gersen reflexionó un momento. Luego, muy despacio, como en un sueño, bajó por el paseo y se introdujo en una calle oscura.
Aguardó. Pasó un minuto. Gersen se cambió a una posición más favorable sin perder de vista la encrucijada de la calle y el paseo, pero no divisó a nadie.
Gersen dejó pasar diez minutos, vigilando ambos caminos, con el cuello estirado hacia arriba para prevenir que su enemigo de deslizara por los tejados. Cansado, volvió al paseo. Un completo desastre. El hombre de ojos saltones, el vínculo más cercano a Viole Falushe, no se había molestado en medirse con él.
Gersen salió del paseo Castel Vivence y subió por la Fitlingasse furioso y decepcionado. El remolcador se había marchado; el barco vivienda, ya reparado, flotaba en silencio sobre las oscuras aguas. Gersen bajó del taxi y paseó por el muelle. Silencio. Las luces de Dourrai se reflejaban en el estuario.
Gersen meneó la cabeza, lúgubremente divertido. ¿Qué otra cosa se podía esperar de una velada en compañía de un poeta loco y de una muchacha de Eridu?
Volvió al taxi y ordenó al conductor que le llevara al hotel Rembrandt.