8
Diez minutos antes de la cita, Gersen aparcó su coche aéreo de alquiler en un prado de los arrabales de Kusiness y bajó. Cubría su traje de arlequín con una capa; llevaba el antifaz en el bolsillo.
La tarde era calurosa y soleada, y olía a otoño. Navarth no habría podido elegir mejor día Gersen inspeccionó sus vestimentas con sumo cuidado. El traje de arlequín no ofrecía muchos escondites, pero se las arregló como pudo. En el cinturón llevaba una hoja afilada de vidrio; la hebilla hacía las veces de mango. Portaba un proyector atado al brazo izquierdo, y un veneno oculto en la manga derecha. Protegido de esta guisa, Gersen se envolvió en la capa y caminó hasta el pueblo, un conjunto de edificios de hierro negro antiguo y piedra batida, a la orilla de un pequeño lago. El panorama era bucólico y encantador, casi medieval; la posada, quizá la estructura más reciente del pueblo, tenía al menos 400 años de antigüedad. Un joven vestido de gris y negro vino a su encuentro.
—¿Va a la fiesta, señor?
Gersen asintió y dejó que le condujera hasta un muelle al borde del lago, donde aguardaba un barco con dosel.
—El antifaz, por favor —dijo el joven.
Gersen se colocó la máscara, subió a bordo y el barco derivó hacia la otra orilla.
Parecía que era el último en llegar. Ante un aparador semicircular se agolpaban unos veinte invitados, cohibidos con sus vestimentas. Navarth, inconfundible a pesar de todo, se adelantó y despojó a Gersen de su capa.
—Pruebe esta cosecha mientras espera; es ligera, sedosa y le fascinará.
Gersen tomó la copa y se hizo a un lado. Veinte hombres y mujeres: ¿cuál era Viole Falushe? Si se hallaba presente, no daba señales de vida. Una joven esbelta permanecía de pie a su lado, rígida como si el vaso contuviera vinagre. Navarth había permitido que Zan Zu acudiera a la fiesta, después de todo. 0 la había obligado a venir, a juzgar por su actitud. Contó: diez hombres, once mujeres. Si los sexos iban a estar emparejados, todavía faltaba un hombre. Mientras Gersen contaba el barco arribó al otro muelle: un hombre aguardaba. Era alto y enjuto. Su porte combinaba la indolencia con la tirantez. Gersen lo examinó minuciosamente; si no era Viole Falushe, reunía las condiciones indispensables para serlo. El hombre se acercó al grupo con parsimonia. Navarth se precipitó hacia él con ademanes serviles y recogió la capa que el hombre le entregaba. Colgó la capa de una percha, ofreció un vaso de vino al recién llegado y se mostró más excitado que nunca. Agitaba los brazos, recorría la fila de invitados a grandes zancadas.
—Amigos, invitados, todos han llegado ya: un grupo selecto de ninfas y semidioses, poetas y filósofos. Fijaos en nuestros modelos: naranja y rojo, negro y rojo: ¡damos vida a una inconsciente pavana! Somos actores, protagonistas y espectadores al mismo tiempo. El marco al que nos adaptamos espontáneamente, el argumento, por decirlo así, es el que he ideado: las variaciones, cambios, improvisaciones y posterior desarrollo sólo son de nuestra competencia. Debemos ser sutiles, libres, temerarios, sin perder jamás el ritmo, siempre al unísono. —Navarth elevó su vaso hasta hacerlo coincidir con un rayo de sol, bebió con gesto teatral y señaló los árboles con dramatismo—. ¡Seguidme!
A cincuenta metros había un autocar de techo amarillo y los costados esmaltados de rojo, naranja y verde. Los bancos estaban forrados de felpa naranja. En el centro había una losa de mármol, sostenidas por sátiros arrodillados también de mármol, sobre la que se erguían docenas de botellas de todos los tamaños, formas y colores, rellenas del mismo vino suave.
Los invitados subieron, el autocar arrancó y se deslizó en silencio sobre sus patines.
El autocar atravesó un bellísimo parque, rodeado de espléndidos paisajes. Poco a poco, los invitados se fueron desinhibiendo. Había risas y conversaciones, pero la mayoría se deleitaba en el vino y en la contemplación del panorama otoñal.
Gersen estudió a los hombres de uno en uno. El último llegado parecía reunir todos los requisitos para ser Viole Falushe; Gersen lo calificó como Candidato Número 1. Pero también había otros cuatro altos, enjutos, sombríos y sosegados (Candidatos Números 2, 3, 4 y 5).
El autocar se detuvo; los invitados descendieron en un prado salpicado de asters púrpura y blanco. Navarth, brincando y saltando como una cabra, guió al grupo bajo un bosquecillo de altos árboles. Serían las tres; el sol caía sobre los macizos de hojas doradas e incidía en un gran dosel de seda marrón y dorada ribeteada de grises verdosos y azules. El dosel cubría un pabellón de seda sostenido por mástiles blancos helicoidales.
Alrededor del pabellón se distribuían veintidós sillas de respaldo alto. Ante cada una había un taburete antiguo de ébano engastado de nácar y cinabrio, con un tazón bermejo sobre cada uno. Navarth, siguiendo algún criterio enigmático, distribuyó a sus invitados en las espléndidas sillas. A Gersen le tocó en un extremo del pabellón; Zan Zu estaba a varias sillas de distancia, y los cinco candidatos enfrente. De algún lugar cercano surgía música, o algo parecido a música: una sucesión de acordes equívocos, tan tenues a veces que casi no se podían oír, y en otras equívocos, complejos y desconcertantes, sin llegar a completar o producir una progresión, pero siempre embriagadores.
Navarth ocupó su lugar y todos se sentaron en silencio. Del pabellón surgieron diez muchachas desnudas, salvo por unas zapatillas doradas y rosas amarillas en las orejas. Transportaban bandejas con copas de grueso cristal verde llenas del mismo vino suave de antes.
Navarth se quedó en su silla; los invitados le imitaron. Hojas amarillas doradas por el sol caían amorosamente sobre el pabellón; un aroma perfumado flotaba en el aire. Gersen probó el vino con precaución. No podía arriesgarse a caer en una trampa. Muy cerca se hallaba Viole Falushe, una situación por la que hubiera pagado gustosamente un millón de UCL. El astuto Navarth no había cumplido su promesa al pie de la letra. ¿Dónde estaban las «negras radiaciones»? Concedía la mayor plausibilidad a los Candidatos 1, 2 y 3, pero, en este sentido, no se sentía inclinado a confiar en sus poderes parapsíquicos.
La tensión y la expectación se traslucían en el ambiente. Navarth se acurrucaba en su silla como si ya se estuviera divirtiendo. Las muchachas desnudas, moteadas por la luz del sol y la sombra de las hojas servían vino y se movían con lentitud, como si caminaran bajo el agua. Navarth ladeó la cabeza, al igual que si captara sonidos provenientes de una gran distancia. Habló con voz exultante, y los acordes errabundos parecieron adaptarse al ritmo de sus palabras y crear música.
—Algunos de los aquí presentes han conocido emociones de muy diversa índole. Nadie puede experimentar todas las emociones, porque son infinitas y fugitivas. Algunos de los aquí presentes son imprudentes, incólumes, vírgenes… y no lo saben. ¡Miradme! ¡Soy Navarth, mejor conocido como el poeta loco! Es inevitable. Sus nervios son conductivos, transportan chorros incontenibles de energía. Tiene miedo… ¡mucho miedo! Siente el movimiento del tiempo. Entre sus dedos fluye un latido cálido, como si asiera una arteria al descubierto. Al menor sonido (una risa lejana, el murmullo del agua, una ráfaga de viento) enferma y desfallece, porque estos sonidos jamás volverán a producirse. ¡Ésta es la estremecedora tragedia del viaje que todos emprendemos! ¿Le gustaría al poeta loco que todo fuera diferente? ¿Nunca jubiloso? ¿Nunca desesperado? —Navarth se puso en pie de un brinco y bailó una jiga—. Todos los que estamos aquí somos poetas locos. Si queréis comer, os aguardan las delicias del mundo. Si queréis meditar, sentaos en vuestras sillas y contemplad la caída de las hojas. Fijaos cuán lentos son sus movimientos: el tiempo se ha paralizado en nuestro honor. Si queréis exaltaros, esta magnífica cosecha no empalaga ni atonta. Si queréis explorar proximidades eróticas, distancias medias u horizontes lejanos: valles y enramadas nos rodean. —Su voz descendió una octava; los acordes disminuyeron todavía más de intensida\1.\2o puede haber sombra sin luz, sonido sin silencio. El júbilo bordea la frontera del pánico. Soy el poeta loco. ¡Soy la Vida! Por lo tanto, consecuencia inevitable, la Muerte está también conmigo. Pero allí donde la Vida clama sus exigencias, la Muerte guarda silencio. ¡Contemplemos las máscaras!
Navarth fue señalando con el dedo a todos los silenciosos arlequines que componían el círculo.
—La Muerte está aquí, la Muerte acecha a la Vida. No es una Muerte estúpida, ni desorientada; es una muerte decidida, absorta en una sola vela. Así que no temáis, aunque tengáis motivos para temer… —Navarth volvió la cabeza—. ¡Escuchad!
Desde muy lejos llegó el alegre sonido de música. Fue aumentando de volumen, y cuatro músicos irrumpieron en el claro: uno con castañuelas, un guitarrista y dos violinistas, tocando con el entusiasmo suficiente para levantar los ánimos de cualquiera. De repente se interrumpieron. El de las castañuelas sacó una flauta, y la música derivó hacia una melancolía insostenible. Sin cambiar de tema desaparecieron entre los árboles y el sonido murió. Los acordes indecisos de antes retornaron, sin principio ni final, tan sencillos y naturales como respirar.
Gersen se notaba inquieto. Las circunstancias escapaban a su control. La fiesta le desconcertaba. ¿Era otro de los trucos de Navarth? Si Viole Falushe se erguía ante él y le descubría su identidad, Gersen sería incapaz de reaccionar. La bruma otoñal invadía el paisaje; el vino reactivaba sus sentimientos más recónditos. Jamás podría derramar sangre sobre aquellas sedas doradas, ni siquiera sobre la alfombra de hojas amarillentas.
Gersen se recostó en la silla, disgustado y divertido a la vez. De acuerdo, por el momento seguiría sentado y reflexionaría. Algunos de los otros invitados estaban conmovidos. Quizá las divagaciones de Navarth acerca de la muerte les habían aterrorizado, pues se movían con cautela. Gersen se preguntó a quién se habría referido en concreto Navarth… Las muchachas se movían entre las sillas con parsimonia y servían vino. Cuando una de ellas se inclinó sobre Gersen, éste olió el perfume de la rosa amarilla; la chica le sonrió y se dirigió al siguiente invitado.
Gersen bebió y se retrepó en su silla. A pesar de su estado de ánimo, aún era capaz de reflexionar. Algunos de los invitados se habían puesto en pie y charlaban entre sí. El Candidato Número 1 meditaba con semblante de tristeza. El Candidato Número 2 miraba fijamente a Zan Zu. El Candidato Número 3, al igual que Gersen, remoloneaba en su silla. Los Candidatos Números 4 y 5 participaban en la conversación general.
Gersen contempló a Navarth. ¿Qué ocurriría a continuación? Los planes de Navarth contemplarían un sinfín de posibilidades. Gersen le llamó y Navarth intentó fingir que no le oía.
—¿Está aquí Viole Falushe?
—¡Otra vez! —exclamó Navart—. ¡Es usted un monomaníaco!
—Ya me lo han dicho otras veces. Bien, ¿está aquí?
—He invitado a veintidós personas, incluido yo. Viole Falushe está aquí.
—¿Quién es?
—No lo sé.
—¿Cómo? ¿No lo sabe? —Gersen se enderezó en la silla, irritado por el doble juego de Navarth—. Dejemos las cosas claras, Navarth: yo le entregué un millón de UCL, con ciertas condiciones.
—Que yo he cumplido. La pura verdad es que ignoro el aspecto normal de Viole Falushe. Le conocí bien como Vogel Filschner. Viole Falushe ha alterado sus rasgos y su carácter. Hay tres o cuatro que podrían ser él. Hasta que no desenmascare al grupo eche a los que conozco y sólo quede uno, no le podré entregar a Viole Falushe.
—Muy bien, así lo haremos.
—Mi vida podría abandonar mi cuerpo de variadas formas. Me opongo a este plan. Soy un poeta loco, no un idiota.
—Actuaremos con sutilidad. Sea tan amable de reunir a sus invitados en el pabellón.
—¡No, no! —graznó Navarth—. Es imposible. Hay una manera más sencilla. Observe a la chica. Él irá a su encuentro, y entonces usted sabrá quién es.
—Podrían abordarla media docena…
—Pues reclámela para sí. Sólo un hombre se la disputará.
—¿Y si nadie lo hace?
Navarth se cruzó de brazos.
—¿Qué puede perder?
Ambos contemplaron a la chica.
—Sí, ¿qué puedo perder? ¿Cuál es su relación con usted?
—Es la hija de un viejo amigo —declaró Navarth con zalamería—. Es, en efecto, mi Pupila. Me ha costado mucho educarla y conducirla con éxito hasta la madurez.
—Y una vez conseguido su propósito, ¿se dedica a ofrecerla al primero que pasa?
—Esta conversación me hastía. Miré. ¡Un hombre se acerca a la chica!
Gersen dio media vuelta. El Candidato Número 2 estaba frente a Zan Zu y le hablaba con evidente apasionamiento. Zan Zu escuchaba educadamente. Gersen experimentó una súbita emoción, como había ocurrido en el Café de la Armonía Celestial. ¿Deseo? ¿Celos? ¿Instinto de protección? Fuera cual fuese la emoción, le impulsó a avanzar y unirse a los dos.
—¿Lo está pasando bien? —preguntó Gersen con fingida camaradería—. Un día maravilloso para este acontecimiento. Navarth es un magnífico anfitrión, pero no se ha preocupado de presentarnos. ¿Cómo se llama?
—No cabe duda de que Navarth tiene buenas razones para proceder así —respondió el Candidato Número 2 con afabilidad—. Es mejor que no divulguemos nuestras identidades.
—Muy sensato —dijo Gersen, y preguntó a Zan Zu—. ¿Cuál es tu opinión?
—No tengo identidad que revelar.
—Tal vez lo más correcto sería interrogar al mismo Navarth sobre sus motivos —sugirió el Candidato Número 2.
—Creo que no. Navarth se sentiría confundido. Predica una falacia, parece que fomente relaciones íntimas entre disfraces que andan. ¿Es esto posible? Lo dudo. Desde luego que no en el nivel de intensidad que a Navarth le gustaría.
—Entiendo, entiendo —dijo el Candidato Número 2—. Ahora sea buen chico y déjenos en paz. La joven y yo manteníamos una conversación privada.
—Le ruego que acepte mis excusas por interrumpirles. Pero la joven y yo habíamos planeado ir a recoger flores en el prado.
—Se equivoca. Un error disculpable desde el momento en que todo el mundo va vestido de arlequín.
—Si se ha producido un error no puedo por menos que felicitarme, pues estoy encantado con esta deliciosa muchacha. Sea tan amable de disculparnos.
—Realmente, querido amigo, sus chistes carecen de toda gracia. ¿No ve que nos está molestando?
—Yo diría que no. En una fiesta de esta clase, en que los nervios se hallan a flor de piel, en que cualquier experiencia puede tener lugar, y por la que se pasea la Muerte, conviene ser sabio y flexible. Fíjese en aquella mujer. Parece muy locuaz y preparada para discutir de todas las materias que incluye en su repertorio. ¿Por qué no se reúne con ella y charlan un rato?
—Creo que es a usted a quién desea —contestó el Candidato Número 2 con brusquedad—. Lárguese.
—Parece que tendrás que ser tú quién decida —dijo Gersen a Zan Zu—. ¿Conversación o flores?
Zan Zu titubeó, mirando alternativamente a uno y otro. El Candidato Número 2 clavó en ella sus ojos de fulgurante intensidad.
—Elige, si es que vale la pena decidir entre este patán y yo. Elige… pero elige con cuidado.
—Vamos a coger flores —pidió Zan Zu a Gersen.
El Candidato Número 2 parpadeó, buscó a Navarth con la mirada como para rogarle que intercediera, pero luego lo pensó mejor y se alejó.
—¿De verdad que quieres ir a coger flores? —preguntó Zan Zu.
—¿Sabes quién soy?
—Por supuesto.
—No quiero ir a coger flores, a menos que me lo pidas.
—Oh…Entonces, ¿qué quieres de mí?
—No lo sé muy bien.
Zan Zu le tomó del brazo.
Pues vamos a coger flores y quizá lo averigüemos.
Gersen escudriñó el grupo. El Candidato Número 2 les observaba desde lejos Los Candidatos Números 1 y 3 parecían estar distraídos. La pareja se internó entre los árboles. Gersen le pasó la mano alrededor de la cintura y ella suspiró.
El Candidato Número 2 se encogió de hombros y como si este gesto hubiera hecho ceder su autodominio, se abalanzó sobre Gersen a grandes y silenciosas zancadas. En la mano empuñaba una pequeña arma. Detrás (Gersen lo vio todo en una fracción de segundo) se erguía Navarth, observando la escena con una curiosa postura que reflejaba por igual vergüenza y regocijo.
Gersen empujó a Zan Zu al suelo y se refugió detrás de un árbol. El Candidato Número 2 se detuvo. Se volvió hacia Zan Zu y ante el asombro de Gersen, apuntó su arma contra la joven. Gersen saltó desde el árbol y golpeó el brazo del hombre; el arma se disparó y un chorro de energía quemó la tierra. Los dos enemigos se estudiaron, los ojos brillantes de odio… Un pitido agudo. Un retumbar de pies procedentes del bosque. Una docena o más de gendarmes hicieron acto de presencia. Al frente marchaban un teniente con un casco dorado y un furioso anciano vestido de gris.
—¿Qué significa esta intrusión? —se adelantó Navarth con arrogancia.
El anciano, bajo y obeso, fue hacia él agitando el puño.
—¿Qué demonios hacen aquí, violando mis propiedades? ¡Mequetrefes! Y todas esas chicas desnudas… ¡un absoluto escándalo!
—¿Quién es este viejo bribón? —preguntó Navarth con voz severa al teniente—. ¿Con qué derecho irrumpe en una fiesta privada?
El viejo, que había continuado avanzando, divisó el pabellón y palideció.
—¡Mirad! —susurró con voz estrangulada—. ¡Mis inapreciables sedas de Sikkim! Destrozadas por estos bandidos para revolcarse en ellas. Y mis sillas, ¡oh, mis preciosas Bahadurs! ¿Qué más habréis saqueado?
—¡Tonterías! —rugió Navarth—. He alquilado el pabellón y los muebles. Su propietario es el barón Caspar Heaulmes, que se halla en un sanatorio por motivos de salud.
—¡Yo soy el barón Caspar Heaulmes! —gritó el anciano—. No conozco su nombre, señor, ni el rostro que se oculta detrás de esa ridícula máscara, pero intuyo que es usted un canalla. Teniente, cumpla su misión. Échelos de aquí. ¡Insisto en que se lleve a cabo una profunda investigación!
Navarth levantó las manos en el aire y discutió el caso desde una docena de puntos de vista, pero el teniente fue inexorable.
—Temo que he de detenerlos a todos. El barón Heaulmes ha puesto una denuncia formal.
Gersen, que estaba algo apartado, había contemplado el desarrollo de los acontecimientos con sumo interés, sin perder de vista los movimientos de los Candidatos Números 1, 2 y 3. Quienquiera que fuese Viole Falushe (y el Candidato Número 2 es el que tenía mayores posibilidades) sudaría de angustia en estos momentos: en cuanto le arrestaran y llevaran a juicio se descubriría su identidad.
El Candidato Número 1 se mostraba abatido y disgustado; el Candidato Número 2 evaluaba la situación cuidadosamente sin dejar de mirar a uno y otro lado; el Candidato Número 3 parecía desinteresarse del asunto, incluso divertirse a ratos.
El teniente detuvo a Navarth y le acusó de violar la propiedad privada, robo, ofensas contra la moral pública y resistencia a la autoridad, puesto que había intentado asestar una patada al barón Heaulmes. Los gendarmes empezaron a conducir a los invitados a dos furgones celulares que habían descendido sobre el prado. El Candidato Número 2 fue apartándose del resto del grupo y, aprovechando la resistencia enconada de Navarth, se deslizó tras un árbol. Gersen gritó; dos gendarmes inspeccionaron los alrededores y se lanzaron en la dirección que había tomado el Candidato Número 2. Este corrió entre los árboles; cuando los gendarmes salieron en su persecución, hubo un súbito destello de radiación y dos hombres cayeron muertos. El Candidato Número 2 se internó en la espesura y se perdió de vista. Gersen intentó darle caza, pero se detuvo a los cien metros por temor a una emboscada.
Se despojó de la máscara, corrió hacia el aparador y recuperó su capa. La batea le trasladó al otro lado del lago, en las afueras de Kussines.
Cinco minutos después llegaba a su coche aéreo y despegó. Planeó durante un buen rato, investigando el espacio circundante. Si el Candidato Número 2 había utilizado un transporte aéreo se hallaría en su misma situación. Y también se dirigirían al lugar de los hechos patrullas de la policía. No sería difícil localizar a un hombre vestido de arlequín; cuanto antes se fuera, mejor. Gersen regresó a toda prisa a Rolingshaven.