7

La chica que encontré en Eridu

era la más tierna de las mujeres;

las horas que pasé a su lado

fueron demasiado breves.

Donde los sauces besan la orilla del río

me obligó a descansar;

me obsequió con higos

y el más dulce de los vinos.

Hablé de la gravedad, del tiempo y del espacio,

de aquí y de allá.

Le pedí que viniera conmigo

para ver mundos sin par.

Junto las rodillas y con voz suave dijo:

«Me aturde imaginar

las estrellas brillantes, su fulgor,

los caminos que vagan al azar

Tú eres tú y yo soy yo,

es mejor que vuelvas

y te quedes en Eridu

hasta que aprendas.

NAVARTH

A las diez de la mañana siguiente Gersen volvió al barco vivienda. Todo había cambiado. El sol era cálido y amarillo. El cielo, que resplandecía con el azul de la Tierra, se veía tachonado de nubes algodonosas. Navarth tomaba el sol en la cubierta. Gersen descendió por la escalerilla y atravesó el embarcadero.

Se detuvo junto a la plancha.

—¡Hola! ¿Puedo subir a bordo?

Navarth volvió la cabeza con parsimonia y examinó a Gersen con los ojos amarillos y entrecerrados de un pollo enfermo. Desvió la vista para contemplar una fila de barcazas que se deslizaban en silencio levantando chorros de agua. Habló con voz tenue:

—No simpatizo con las personas de hígado débil, que alzan las velas para navegar a sotavento.

Gersen asumió la pulla como una invitación implícita para subir.

—Dejando aparte mis defectos, ¿qué sucedió?

—Nos extraviamos. La búsqueda, la misión…

—¿Qué búsqueda? ¿Qué misión?

… nos desviaron de ruta. En primer lugar, hace sol. El camino es ancho y blanco, pero de repente se estrecha… Al final acecha una espantosa tragedia. Un millar de colores alucinantes, posiblemente el crepúsculo. Si volviera a ser joven, cómo alteraría los acontecimientos. Los vientos me han barrido como hojarasca. A usted también le pasará. Desaprovechó su oportunidad. Cada una se presenta sólo una vez…

—Al margen de esto —repuso Gersen, que encontraba la conversación poco productiva—, ¿habló anoche con Viole Falushe?

Navarth levantó una mano huesuda en el aire con la palma hacia abajo.

—Tumulto, una confusión de formas. ¡Caras agrias, ojos relampagueantes, una lucha de pasiones! Me senté y los oídos me retumbaban.

—¿Qué le ocurrió a la chica?

—Estoy de acuerdo en todo. Magnífica.

—¿Dónde está? ¿Quién es?

La atención de Navarth se concentró en un objeto que revoloteaba sobre el agua: una gaviota blanca y gris. Era evidente que no estaba dispuesto a responder con claridad.

—¿Qué me dice de Viole Falushe? —siguió pacientemente Gersen—. ¿Cómo sabía que estaría en el Café de la Armonía Celestial?

—Nada más simple. Le dije que iríamos allí.

—¿Cuándo le informó?

—Sus preguntas me aburren. —Navarth se movió como inquieto ¿Debo ser yo quién ponga en hora su reloj? ¿Debo consultarle como a un oráculo? ¿Debo…?

—La pregunta me parecía muy sencilla.

—Nos movemos en planos diferentes. Cámbiese al mío, si le apetece; yo no puedo.

—Entonces —insistió Gersen, pese al mal humor de Navarth—, por una u otra razón, anoche nos encontramos a Viole Falushe. ¿Qué me Sugiere ahora?

—No haré mas sugerencias… ¿Por qué le interesa tanto Viole Falushe?

—Olvida que ya se lo expliqué.

—Era para estar seguro… Bien, en cuanto a concertar una cita no veo grandes problemas. Le invitaremos a una pequeña fiesta. Un banquete, tal vez.

Algo en el tono de Navarth, o quizá un velocísimo centelleo de sus ojos, puso a Gersen en guardia.

—¿Piensa que aceptaría?

—Desde luego, siempre que se planifique con cuidado.

—¿Cómo puede estar seguro? ¿Cómo sabe con certeza que se halla en la Tierra?

—¿Ha visto alguna vez un gato deslizándose entre la hierba? —Navarth levantó un dedo autoritario—. Hay momentos en que se detiene, una pata en alto, y maulla. ¿Existe alguna razón para esos sonidos?

Gersen era incapaz de seguir la lógica del discurso.

—¿Cómo será esa fiesta, ese banquete, o lo que sea?

—¡Sí, sí, la fiesta! —El tema interesaba a Navarth—. Hay que hacer los preparativos con gran esmero, y costará una gran suma: un millón de UCL.

—¿Por una fiesta? ¿O un banquete? ¿A quién piensa invitar? ¿A toda la población de Sumatra?

—No. Un selecto ramillete de veinte invitados. Pero los preparativos corren prisa. Soy una fuente, una inspiración para Viole Falushe. Me ha superado en su excelsa majestad. Pero demostraré que soy superior en ámbitos más reducidos. ¿Qué es un millón de UCL? En sueños he gastado mucho más en el espacio de una hora.

—Muy bien —aceptó Gersen—. Tendrá su millón.

«Los intereses de un día», reflexionó.

—Precisaré una semana. Apenas es suficiente, pero no podemos retrasarnos más.

—¿Porqué?

—Viole Falushe regresa al Palacio del Amor.

—¿Cómo lo sabe?

—¿Se da usted cuenta de que la curva de mi dedo oculta la estrella más lejana? —Navarth paseó su mirada sobré el agua—. ¿De que cada pensamiento humano perturba la parasfera psíquica?

—¿Es ésa la fuente de su sabiduría… las perturbaciones psíquicas?

—Es un método tan bueno como otro cualquiera. Pero en cuanto a la fiesta, éstas son mis condiciones. El arte implica disciplina; cuanto más elevado es el arte, más rigurosa es la disciplina. Por lo tanto, debe plegarse a ciertas limitaciones.

—¿Cuáles son?

—Ante todo el dinero. Entrégueme inmediatamente un millón de UCL.

—Sí, por supuesto. ¿En una bolsa?

Navarth agitó la mano con indiferencia.

—En segundo lugar, yo me haré cargo de los preparativos. Usted no debe entrometerse.

—¿Esto es todo?

—Tercero, deberá comportarse con moderación. ¡Si no es así, no le invitaré!

—No me importaría perderme la fiesta, pero yo también quiero imponer algunas condiciones. Primera, Viole Falushe ha de venir.

—¡No tema! Será imposible mantenerle alejado.

—Segunda, me lo presentará.

—No será necesario. Él mismo lo hará.

—Tercera, me gustaría saber cómo piensa invitarlo.

—¿Es que hay otra forma? Le llamaré por videófono al igual que a los otros invitados.

—¿Cuál es el número?

—SORA, seis, uno, cinco, dos.

—Muy bien. Le traeré el dinero cuanto antes.

Gersen volvió al hotel Rembrandt, donde comió enfrascado en sus pensamientos. ¿Hasta qué punto estaba loco Navarth? Sus brotes de locura alternaban con períodos de lucidez, siempre a la conveniencia de Navarth. Ahora, el número, SORA-6152; Navarth lo había confesado con sospechosa facilidad… Gersen no pudo contener su curiosidad. Fue a una cabina cercana, se caló las gafas y tecleó los botones. En la pantalla asomó un sorprendido rostro humano.

—¿Quién llama? —pidió una voz.

Gersen frunció el ceño y adelantó la cara. La voz habló por segunda vez:

—¿Quién llama?

Era la voz de Navarth.

—Quiero hablar con Viole Falushe.

—¿Quién llama?

—Alguien que desea conocerle.

—Por favor, deje su nombre y su número de teléfono; le responderán en el plazo más breve posible.

Gersen pensó que oía de fondo una risita muy poco sorprendida.

Salió de la cabina pensativo. Le mortificaba ser engañado por un poeta loco. Fue al Banco de Vega y sacó un millón de UCL en metálico. Introdujo los billetes en una maleta y tomó un taxi hasta la Fitlingasse. Al bajar vio a Zan Zu, la chica de Eridu, en la puerta de una pescadería en la que había comprado una bolsa de eperlanos fritos. Llevaba su falda negra y el cabello revuelto, pero un atisbo de la magia de dos noches atrás aún se desprendía de su persona. Se sentó en una viga oxidada y comió el pescado con la vista perdida en el estuario. Gersen pensó que parecía cansada, apática y un poco ojerosa. Se encaminó al barco vivienda.

Navarth cogió el dinero con un gruñido desconsiderado. —La fiesta se celebrará, pues, dentro de siete días.

—¿Ha mandado las invitaciones?

—Todavía no. Déjelo todo en mis manos. Viole Falushe estará entre los invitados.

—Imagino que le llamará a SORA, seis, uno, cinco, dos…

—Por supuesto. —Navarth asintió tres veces con enorme graveda\1.\2ónde, sino?

—Y Zan Zu… ¿va a venir?

—¿Zan Zu?

—Zan Zu, la chica de Eridu.

—Ah… ésa. No sería prudente.

El nombre del individuo era Hollister Hausredel; su cargo, secretario del Liceo Philidor Bohus. Era un hombre todavía joven sin ninguna característica destacable.

Vestía de gris y negro y vivía en una de las torres de apartamentos de Sluicht con su mujer y dos hijos de corta edad.

Gersen, convencido de que su conversación con Hausredel surtiría mayor provecho cuanto más lejos estuviera del colegio, le abordó a unos cien metros de su domicilio.

—¿Señor Hausredel?

Hausredel mostró cierto asombro.

—¿Sí?

—Me pregunto si podríamos hablar unos minutos. —Gersen le indicó un bar cercano—. ¿Le importa tomar un café conmigo?

—¿De qué quiere hablar?

—De un asunto que le puede reportar un beneficio, a cambio de hacerme un favor.

La conversación se desarrolló sin dificultades, Hausredel era más flexible que su superior, el doctor William Ledinger. Hausredel se citó al día siguiente con Gersen en el mismo bar, llevando bajo el brazo un sobre de gran tamaño.

—Aquí lo tiene. No hubo problemas. ¿Tiene el dinero?

Gersen le entregó otro sobre. Hausredel lo abrió, contó el contenido y verificó los billetes con el detector de fraudes.

—Muy bien. Espero haberle ayudado tanto como usted me ha ayudado a mí.

Estrechó la mano de Gersen y salió del bar.

Gersen rasgó el sobre. Extrajo dos fotografías que eran copia de las depositadas en los archivos del colegio. Por primera vez vio la cara de Vogel Filschner, una cara taciturna. Cejas negras sobre llameantes ojos negros, la boca torcida en una mueca de descontento. Vogel no había sido un chico atractivo. La nariz era larga y grande, las mejillas se hinchaban como las de un bebé, llevaba el pelo negro demasiado largo y, aun en fotografía, parecía sucio. Algo más opuesto a la imagen popular de Viole Falushe era difícil de imaginar. Pero, evidentemente, éste era Vogel Filschner, a la edad de quince años, y muchos cambios se habrían producido.

La otra fotografía era de Jheral Tinzy: una chica muy guapa de brillante pelo negro y boca fruncida como si estuviera a punto de confesar un secreto dañino. Gersen examinó la fotografía en profundidad. Le proporciono más perplejidad que información, puesto que el rostro de la fotografía era casi exacto al de Zan Zu, la chica de Eridu.

Gersen echó un vistazo al resto del material contenido en el sobre: datos sobre otros miembros de la clase de Vogel Filschner con sus direcciones actuales… si eran conocidas.

Gersen estudió de nuevo la foto de Jheral Tinzy. Dos caras idénticas, excepto que la de Zan Zu no mostraba la menor coquetería. El parecido no podía ser accidental.

Gersen tomó el expreso subterráneo hasta la estación Hedrick de Ambeules y luego siguió la ruta familiar del paseo Castel Vivence.

Eran las primeras horas de la tarde; el sol empezaba a declinar sobre el estuario. El barco vivienda estaba a oscuras; nadie respondió a las llamadas de Gersen. Apretó un botón y la puerta se deslizó a un lado.

Gersen entró y las luces se encendieron. Inspeccionó el videófono de Navarth. El número, como había sospechado, era SORA-6152. ¡El astuto Navarth! Había una agenda al lado. No contenía nada interesante. Escrutó la pared, la parte inferior de los estantes y el videófono, con la esperanza de que Navarth hubiera anotado un número que quisiera ocultar al margen de su agenda. Gersen extrajo de un estante una sucia carpeta que contenía baladas, odas y ditirambos: Un gruñido para Gruel,/ Los jugos que he probado,/ Soy un juglar fugaz,/ ¡Pasan! / El sueño de Drusilla,/ Castillos en la arena y otras ansiedades, / de los que viven bajo el imperio de la razón,/ de los objetos que caen y los desechos.

Gersen apartó los poemas. Registró las habitaciones. En el techo de la que ocupaba Navarth había la foto de una mujer desnuda, el doble del tamaño natural, con los brazos y las piernas extendidas y el cabello desparramado, como a punto de dar un salto hacia adelante. El guardarropa de Navarth contenía un fantástico surtido de vestidos de todos los estilos y colores, incluidos sombreros, capas y cascos. Gersen exploró los cajones y encontró objetos inesperados, pero ninguno relacionado con su investigación.

Había otras dos habitaciones más pequeñas, amuebladas de forma espartana. Un suave perfume invadía una de ellas: violetas, o quizá lilas; en la otra, asomada sobre el estuario, había un escritorio donde Navarth daría rienda suelta a sus fantasías literarias. El escritorio estaba sembrado de notas, nombres, apóstrofes y referencias, un desbordante volumen de material que Gersen no se molestó en investigar.

Volvió a la sala principal y se sirvió un vaso de moscato, apagó las luces y se instaló en la silla más confortable.

Pasó una hora. Las últimas huellas del crepúsculo desaparecieron del cielo; las luces de Dourrai brillaban sobre las olas. Una sombra oscura se hizo visible a unos cien metros de distancia… un pequeño bote. Se acercó al barco vivienda; escuchó el golpeteo de los remos y luego pasos sobre la cubierta. La puerta se abrió. Zan Zu penetró en el salón iluminado a medias. Dio un respingo de terror y retrocedió.

Gersen le cogió por el brazo.

—Espera, no te vayas. He estado esperando Para hablar contigo.

Zan Zu se calmó y entró en el salón. Gersen encendió las luces. Zan Zu se sentó con cautela en el borde de un banco. Llevaba pantalones negros y una chaqueta azul oscuro, el cabello estirado hacia atrás y sujeto con una cinta negra. Tenía el rostro blanco y macilento.

—¿Tienes hambre? —preguntó Gersen.

Ella asintió con la cabeza.

—Ven conmigo.

Comieron en un restaurante cercano. El apetito de la joven disipó las dudas de Gersen acerca de su salud.

—Navarth te llama Zan Zu; ¿es ése tu nombre?

—No.

—¿Cómo te llamas?

—No lo sé. Me parece que no tengo nombre.

—¿Qué? ¿No tienes nombre? Todo el mundo tiene nombre.

—Yo no.

—¿Dónde vives? ¿Con Navarth?

—Sí. Al menos hasta donde alcanzan mis recuerdos.

—¿Nunca te dijo tu nombre?

—Me ha llamado de muchas formas —respondió Zan Zu con cierta tristeza—. Prefiero no tener nombre. Soy lo que siempre quise ser.

—¿Y qué es lo que te gustaría ser?

Ella dedicó a Gersen una mirada sardónica y se encogió de hombros. «Una chica poco locuaz», pensó Gersen. —¿Por qué te intereso tanto? —preguntó de repente.

—Por varias razones, algunas complicadas, otras no tanto. Para empezar, eres una chica atractiva.

—¿De veras lo piensas?

—¿No te lo habían dicho antes?

—No.

«Qué raro», pensó Gersen.

—Hablo con muy pocos hombres. O mujeres. Navarth me dice que es peligroso.

—¿En qué consiste el peligro?

—Traficantes de esclavos. No me gustaría ser esclava.

—Muy comprensible. ¿Me tienes miedo?

—Un poco.

Gersen llamó a un camarero. Consultó la carta y pidió una tarta de fresas con nata para Zan Zu de Eridu.

—Bien, pues, ¿has ido al colegio?

—Por poco tiempo.

Relató cómo Navarth la había llevado de un lado a otro, hasta los confines más recónditos del mundo: aldeas, islas, las grandes ciudades del norte, las ruinas de Sinkiang, el Mar del Sáhara, el Levante. Tuvo un tutor de corta duración, breves temporadas en colegios poco usuales y siempre se le impuso la lectura de los libros de Navarth.

—Una educación poco ortodoxa —señaló Gersen.

—No me fue muy mal.

—Y Navarth… ¿cuál es su relación contigo?

—No lo sé. Siempre ha estado presente. A veces es… —titubeó—, a veces es tierno, a veces parece odiarme… No lo entiendo, pero tampoco me interesa. Navarth es Navarth.

—¿Alguna vez habló de tus padres?

—Nunca.

—¿,Y tú le preguntaste?

—Oh, sí. Varias veces. Cuando está sobrio es brillante: «Afrodita surgió de la espuma del mar. Lilith era la hermana de un antiguo dios. Arrenice nació cuando un rayo derribó un rosal». De modo que puedo elegir mi origen según me convenga.

Gersen escuchaba, sorprendido y divertido.

—Cuando Navarth está borracho, o cuando la poesía lo exalta, habla más, pero tal vez es menos… me asusta. Habla de un viaje. «Un viaje ¿adónde?», le pregunto, pero él no responde… Ha de ser algo horrible… No quiero ir.

Guardó silencio. La conversación no había disminuido el placer con que comía la tarta.

—¿Mencionó alguna vez el nombre de Viole Falushe?

—Es posible, pero no lo recuerdo.

—¿Vogel Filschner?

—No… ¿Quiénes son esos hombres?

—Se trata del mismo, que utiliza dos nombres diferentes. ¿Te acuerdas del tipo apoyado en la barra del Café de la Armonía Celestial?

Zan Zu contempló pensativamente su taza de café y asintió en silencio.

—¿Quién era?

—No lo sé. ¿Por qué me lo preguntas?

—Porque te fuiste hacia él.

—Sí, lo sé.

—¿Por qué? No le conocías…

La chica hizo girar la taza y siguió los movimientos del líquido negruzco.

—Me cuesta explicarlo. Sabía que me estaba mirando. Navarth me había llevado a ese lugar. Y tú también. Tenía la sensación de que todos queríais que fuera hacia él. Como… como una oveja al altar del sacrificio. Estaba aturdida. La sala daba vueltas en torno mío. Quizá había bebido demasiado vino, pero quería continuar. Necesitaba saber si ése era mi destino… Pero me lo impediste. Me acuerdo muy bien. Y yo… —se interrumpió y apartó las manos de la taza de caf—. En cualquier caso, sé que no me vas a hacer daño.

Gersen no dijo nada.

—¿O sí? —Preguntó Zan Zu dubitativa.

—No. ¿Has terminado?

Volvieron al barco vivienda, que continuaba solitario.

—¿Dónde está Navarth? —preguntó Gersen.

Preparando su fiesta. Se halla muy excitado. Desde que apareciste, todo es diferente.

—¿Qué sucedió la otra noche cuando me fui del Café de la Armonía Celestial?

—Charlamos. —Zan Zu enarcó las cejas—. Era como si hubiera luces en mis ojos, destellos verdes y naranjas. El hombre vino a la mesa y estuvo mucho rato mirándome. Habló con Navarth.

—¿Le miraste?

—No; creo que no.

—¿Qué le dijo a Navarth?

—Un sonido percutía en mis oídos, como un chorro de agua o el rugir del viento. No les escuché. El hombre me tocó el brazo.

—¿Y después… qué sucedió?

—No me acuerdo… No puedo recordar.

—¡Estaba borracha! —gritó una voz. Navarth entró como una exhalación en la sala—. ¡Meticulosamente borracha! ¿Qué está haciendo en mi barco vivienda particular?

—Vine para ver cómo gastaba mi dinero.

—Todo sigue como antes. Ahora, lárguese.

—Vamos, vamos. Éste no es el tono más apropiado para dirigirse al hombre que reparó su casa.

—¿Después de casi hacerla volar en pedazos? ¡Bah! ¡Habráse visto!

—Tengo entendido que en su juventud cometió algunos desmanes.

—¿En mi juventud? ¡He cometido desmanes toda mi vida!

—¿Cómo va la fiesta?

—Será un episodio poético, un ejercicio de arte experimental. Lo mejor sería que no viniera a esta fiesta tan particular, pues…

—¿Qué? ¡Yo la pago! Si no puedo ir, devuélvame el dinero.

—Esperaba que me dijera eso.

Navarth se balanceó con petulancia en su silla.

—Me lo temía. ¿Dónde se celebrará la fiesta?

—Nos encontraremos en Kussines, un pueblecito situado a unos treinta y cinco kilómetros al este. La cita es a las dos de la tarde, frente a la posada. Un requisito indispensable es ir vestido de arlequín.

—¿Vendrá Viole Falushe?

—Claro, claro; ¿es que no lo dejé claro?

—No del todo. ¿Todo el mundo irá de arlequín?

—Naturalmente.

—¿Cómo reconoceré a Viole Falushe?

—Vaya pregunta. ¿Cómo puede ocultarse? Desprende negras radiaciones. Le rodea un aura de intriga.

—Características muy llamativas. Aun así… ¿Hay otra forma de identificarlo?

—Usted lo decidirá en su momento. Por ahora, ni siquiera yo lo sé.