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Bebía whisky de la espita
y cantaba borracho con ardor,
creí que me tragaba media tina,
pero Tim R. Mortiss me salvó.
No es algo comme il faut
practicar la poligamia,
aun así me,fascinaba,
pero Tim R. Mortiss me disuadió.
Estribillo:
Tini R. Mortiss, Tim R. Mortiss,
Qué gran amigo.
Coge mi mano mientras duermo,
me guía cuando me tambaleo,
siempre está conmigo.
Para seducir a tina bella esquimal
atravesar el Estrecho de Bering juré.
No bien poner el pie en el mar
con Tim R. Mortiss me crucé.
Una amenaza misteriosa, un veneno espantoso
en una vieja filacteria.
Tiré la basura en un pozo,
y ahora Tim R. Mortiss me atormenta.
Estribillo (chasqueando los dedos y golpeándose los talones en el aire):
Tim. R. Mortiss, Tim R. Mortiss,
que gran amigo.
Coge mi mano mientras duermo,
me guía cuando me tambaleo,
siempre está conmigo.
NAVARTH
Al día siguiente Gersen visitó por segunda vez las dependencias del Halion. El expediente de Navarth era extenso y entusiástico, y contenía escándalos, inconveniencias, infracciones y declaraciones ultrajantes, que abarcaban un período de cuarenta años. El capítulo inicial trataba de una ópera, representada por estudiantes de la Universidad, con libreto de Navarth. La primera función fue declarada una infamia, y nueve estudiantes fueron expulsados de la Universidad. A partir de ese momento, la carrera de Navarth subió como la espuma, declinó, resurgió, volvió a remontarse y se hundió de forma terminante. Desde hacía diez años residía en un barco vivienda anclado en el estuario del Gaas, cerca de Fitlingasse.
Gersen se dirigió a la estación Hedrick de la avenida Castel Vivance y emergió en el distrito comercial marítimo de Ambeules, vecino al estuario del Gaas. El distrito bullía con la actividad frenética de agencias, almacenes, oficinas, muelles, bufetes, restaurantes, licorerías, puestos de fruta, quioscos y dispensarios. Los robots descargaban las barcazas; los carros se arrastraban por la avenida, el suelo se estremecía con las vibraciones del expreso subterráneo. Gersen preguntó en una tienda de dulces por la Fitlingasse.
Autobuses de puertas automáticas, conducidos por chóferes acomodados en butacas al aire libre, recorrían la avenida. Gersen contó un kilómetro, dos kilómetros, con el Gaas a su derecha. El bullicio disminuyó. Los grandes bloques y edificios del distrito comercial dieron paso a las anticuadas estructuras de tres y cuatro plantas: singulares edificios de tierra fundida o paneles de terracota con ventanas estrechas, que el humo y el aire salado habían pintado de cien colores indeterminados. De vez en cuando el autobús atravesaba áreas vacías en las que sólo crecían hierbas raquíticas. A través de estos huecos se veía la calle subiendo hacia el norte, en un nivel más elevado que el del paseo Castel Vivence, con altos edificios de apartamentos apretados unos contra otros.
La Fitlingasse era una avenida estrecha y gris que moría en la cumbre de la colina. Gersen descendió y casi enseguida divisó un desvencijado barco vivienda de dos pisos amarrado en un muelle ruinoso. Un hilo de humo surgía de la chimenea. Había alguien a bordo.
Gersen examinó los alrededores. La brumosa luz del sol caía sobre el estuario; en la orilla opuesta se distinguían miles de casas con tejados de Color pardo, alineadas en filas que descendían hasta el borde del agua. Más cerca había muelles vacíos, pilotes podridos, uno o dos almacenes y un local de ventanas púrpura y verde que se asomaban sobre el agua. Una chica de diecisiete o dieciocho años sentada en el muelle arrojaba guijarros al mar. Miró a Gersen con indiferencia y apartó la vista. Gersen le dio la espalda para estudiar el barco vivienda. Si ésta era la residencia de Navarth, gozaba de un panorama espléndido aunque la pálida luminosidad, los tejados pardos de Dourrai, los muelles podridos y el nivel del agua dotaban a la escena de cierta melancolía. Hasta la chica, a pesar de su juventud, parecía triste. Llevaba una falda corta de color negro y una chaqueta marrón. Tenía el cabello oscuro y despeinado, aunque no se podía saber si por causa del viento o el desaliño. Gersen se acercó y preguntó:
—¿Está Navarth a bordo?
La muchacha asintió sin cambiar de expresión y contempló a Gersen con la objetividad de un naturalista. Gersen bajó al embarcadero y cruzó una endeble plancha hasta llegar a la cubierta de proa.
Llamó a la puerta. No hubo respuesta. Gersen golpeó con los nudillos otra vez. La puerta se abrió violentamente. Un hombre con cara de sueno y sin afeitar se asomó. Era de edad indeterminada, delgado, de piernas largas y flacas, nariz torcida, pelo alborotado de ningún color en particular y ojos que, a pesar de estar perfectamente colocados, daban la impresión de mirar en dos direcciones a la vez. Sus ademanes eran violentos y truculentos.
—¿Es que ya no existe la intimidad? Fuera de mi barco, ahora mismo. Cada vez que me tiendo a descansar un poco, algún funcionario de faz estólida, algún inoportuno buhonero insiste en expulsarme de mi lecho. ¿Va usted a marcharse? ¿No me he expresado con suficiente claridad? Le advierto que guardo un par de ases en mi manga…
Gersen trató de interrumpirle sin éxito. Cuando Navarth terminó su perorata comenzó a retroceder hacia el muelle.
—¡Un minuto de su tiempo! —gritó—. No soy un funcionario, ni tampoco un vendedor ambulante. Me llamo Henry Lucas, y quería…
—Ni ahora, ni mañana, ni en el futuro, ni en ningún momento deseo intimar con usted. ¡Lárguese! Tiene cara de gafe; una sonrisa de dientes negros y apretados. Estas cosas no tienen secretos para mí; ¡usted es un pájaro de mal agüero! No quiero saber nada de usted. Váyase.
Con un rictus triunfal desenganchó la plancha del embarcadero y volvió a entrar.
Gersen regresó al muelle. La chica seguía sentada en la misma posición. Gersen miró otra vez al barco vivienda. Con voz de asombro preguntó:
—¿Siempre es así?
—Es Navarth —respondió la muchacha como si esa frase resumiera cualquier explicación.
Gersen fue a la taberna y pidió una jarra de cerveza. El hombre que atendía la barra era silencioso, observador, de gran estatura y prominente estómago. Gersen dedujo de sus respuestas que, o no sabía nada de Navarth o no quería decirlo.
Se sentó enfrascado en sus pensamientos. Pasó media hora. Cogió el listín telefónico y buscó Salvage. Encontró un anuncio:
JOBAN SALVAGE & TOW
REMOLQUES — ARRASTRE DE BARCAZAS
EQUIPOS DE BUCEO
No hay trabajo demasiado grande o demasiado pequeño
Gersen telefoneó y explicó lo que deseaba. Le comunicaron que al día siguiente tendría el equipo encargado a su servicio.
Por la mañana, un pesado remolque de alta mar subió por el estuario, giró y se deslizó en el amarradero contiguo al del barco vivienda de Navarth, apenas separado por un metro de distancia. El patrón aulló unas órdenes a los marineros; echaron cuerdas sobre el muelle y las ataron alrededor de los bolardos. El remolque quedó amarrado.
Navarth salió a cubierta y pataleó con rabia.
—¿Es obligatorio amarrar tan cerca? Llévense esa cáscara de nuez; ¿acaso intentan aplastarme contra el muelle?
Apoyado en la barandilla del remolque, Gersen contempló la cara alzada de Navarth.
—¿Verdad que cambiamos unas palabras ayer?
—Lo recuerdo muy bien; exigí que se marchara, y aquí está de nuevo más inoportuno que nunca.
—Me preguntó si sería tan amable de concederme unos pocos minutos de su tiempo. Quizá le sería de utilidad.
—¿Utilidad? ¡Bah! He sacado más dinero de mi zapato del que usted ha gastado. Lo único que deseo es que se lleve su remolque bien lejos.
—Claro, claro. Sólo es cuestión de un momento.
Navarth meneó la cabeza malhumorado. El buceador que Gersen había contratado subió por el otro extremo del remolque. Gersen se volvió hacia Navarth.
—Es muy importante que hable con usted; si tuviera la gentileza de…
—Tal importancia se contempla desde un único punto de vista. ¡Fuera de aquí y llévese ese remolcador monstruoso!
—Enseguida —dijo Gersen.
Hizo una señal al buceador, que tocó un botón.
Sonó una explosión bajo el barco vivienda, que se sacudió y escoró. Navarth se puso a correr frenéticamente. Desde el remolque descendieron unos garfios que hicieron presa en la barandilla del barco vivienda.
—Por lo visto se ha producido una explosión en la sala de maquinas —informó Gersen a Navarth.
—¿Cómo es posible? Nunca hubo explosiones. Ni siquiera hay máquinas. ¡Me estoy hundiendo!
—No, mientras las cuerdas lo aguanten. Pero nos vamos dentro de un minuto y he de retirar los garfios.
—¿Qué? —Navarth elevó los brazos al cielo—. ¡Me iré a pique, junto con el barco! ¿Es eso lo que quiere?
—Recuerde que usted mismo me ordenó partir —explicó Gersen—. Así que… —Se volvió hacia la tripulación—. Suelten los garfios. Nos marchamos.
—¡No, no! —vociferó Navarth—. ¡Me hundiré!
—Si me invitara a subir a bordo, si hablara conmigo y me ayudara a escribir un artículo para mi periódico, la situación daría un giro favorable. Estaría dispuesto a echarle una mano, e incluso a reparar su casco.
—¿Por qué no? —estalló Navarth—. Usted es el responsable de la explosión.
—Cuidado, Navarth. Está rozando la calumnia. Recuerde que tengo testigos.
—¡Bah! Lo que usted ha hecho recibe el nombre de piratería y extorsión. Escribir un artículo, ¿eh? Bien, pues… ¿por qué no lo dijo antes? ¡Yo también soy escritor! Suba a bordo; hablaremos. Siempre me apetece una pequeña diversión: un hombre sin amigos es como un árbol sin hojas.
Gersen saltó al barco vivienda; Navarth, todo amabilidad, dispuso un par de sillas de cara al pálido fulgor del sol. Sacó una botella de vino blanco.
—Siéntese; ¡como si estuviera en casa!
Abrió la botella, llenó los vasos y luego se acomodó en su silla, saboreando el vino con delectación. Su cara se veía plácida e inocente, como si toda la sabiduría racial hubiera pasado por ella sin dejar el menor rastro. Navarth, como la Tierra, era viejo, irresponsable y melancólico, henchido de una peligrosa alegría.
—¿Así que es escritor? Yo diría que no se corresponde con la imagen habitual.
Gersen mostró su tarjeta de Cosmópolis.
—Señor Henry Lucas —leyó Navarth—. Escritor especializado. ¿Por qué ha venido a verme? Ya no estoy de moda, mi buena época no es más que un recuerdo. Desacreditado, arruinado. ¿Cuál fue mi ofensa? Me esforcé en expresar la verdad con toda su vehemencia. Esto es peligroso. Una palabra debe ser completamente inocua, desprovista de énfasis. El oyente es incapaz de reaccionar, se queda sin defensas, el significado penetra en su mente. Tengo mucho qué decir sobre el mundo; pero cada año se atenúa esta compulsión. Vivir o morir, todo es lo mismo para mí. ¿Sobre qué versará su artículo?
—Viole Falushe.
—Un tópico interesante —parpadeó Navarth—, pero ¿por qué se dirige a mí?
—Porque le conoció como Vogel Filschner.
—Hum. Bien, sí. Es un hecho poco conocido. —Con dedos súbitamente temblorosos, Navarth vertió más vin—. ¿Hay algo que desee en especial?
—Saber.
—Le sugiero —dijo Navarth con cierta agresividad— que busque la información en su fuente.
—Por supuesto, si supiera dónde ir a buscar. Pero ¿y si está en Más Allá? En su Palacio del Amor.
—Ése no es el caso; está aquí, en la Tierra.
En seguida que hubo hablado, Navarth pareció lamentar su precipitación y frunció el entrecejo.
Gersen se retrepó en la silla, todas sus dudas y recelos desvanecidos: Vogel Filschner y Viole Falushe eran la misma persona; frente a él tenía a un hombre que le conocía bajo ambas identidades.
—Hay mil temas más interesantes que Viole Falushe.
Navarth se mostraba inquieto y resentido.
—¿Cómo sabe que se encuentra en la Tierra?
—¿Cómo sé cualquier cosa? ¡Soy Navarth! —Señaló un hilo de humo en el cielo—. Lo veo, luego lo sé. —Levantó la botella de vino y la meció bajo la luz del sol—. La veo, luego lo sé.
Gersen reflexionó en silencio unos momentos.
—No estoy en condiciones de criticar su epistemología. Para empezar, no la entiendo. ¿No me puede proporcionar datos más fidedignos acerca de Viole Falushe?
Navarth intentó pasarse un dedo por la nariz, pero erró el cálculo y se lo introdujo en un ojo.
—Hay un tiempo para ser valiente y un tiempo para ser precavido. Todavía no conozco el punto de vista de su artículo.
—Intentará ser un documento juicioso, sin exageraciones ni apologías. Procuraré que los hechos hablen por sí solos.
—Una empresa peligrosa. —Navarth arrugó los labios—. Viole Falushe es el más sensible de los hombres. ¿Recuerda la historia de la princesa que descubrió un guisante enterrado bajo cuarenta colchones? Viole Falushe es capaz de detectar la falta de una sílaba en la invocación matutina a Kalzibah de un coro de niños ciegos… Por otra parte, el inundo gira, la alfombra del conocimiento se desenrolla. No tengo nada que agradecerle a Viole Falushe.
—¿De modo que considera negativamente su carácter?
Navarth ya no pudo contenerse más. Bebió vino con un gesto ampuloso.
—Muy negativamente. ¡Si yo mandara, qué castigo impondría! —Se reclinó en la silla, señaló con un dedo huesudo el lejano horizonte y declamó—: Una pira alta como una montaña, y Viole Falushe en la cumbre. A su alrededor diez mil músicos dispuestos sobre estrados. Con una sola mirada enciendo el fuego. Los músicos tocan mientras su whisky hierve y sus instrumentos se derriten. Viole Falushe canta con voz de soprano… —Se sirvió más vino—. Una visión melancólica. Imposible.
Me conformaría con ver a Viole Falushe ahogado o devorado por leones…
—Parece que dispone de suficientes datos.
—Vogel Filschner leyó mis poemas. —La mirada de Navarth retrocedió en el tiempo—. Un joven imaginativo, pero desorientado. Cómo cambió, qué gran transformación. Agregó control a su imaginación. Ahora es un gran artista.
—¿Artista? ¿Qué clase de artista?
—Jamás hubiera alcanzado su altura actual sin el arte, sin estilo y proporción. ¡No se llame a engaño! Es un hombre sencillo, como yo, con objetivos muy claros. Usted, en cambio… es el más complicado y oscuro de los hombres. Entreveo un rincón de su mente, y enseguida se desliza un velo negro. ¿Es usted de la Tierra? No me diga nada. —Navarth agitó las manos como para atajar la posible respuesta de Gersen—. Hay demasiado conocimiento en el mundo; utilizamos los hechos a modo de muletas, y así empobrecemos nuestros sentidos. Los hechos mienten; la lógica es un fraude. Sólo conozco un sistema de comunicación: recitar poesías.
—¿Viole Falushe es poeta también?
—Su arte no estriba en las palabras —gruñó Navarth, que no quería perder el control de la conversación.
—¿Adónde va Viole Falushe cuando visita la Tierra? ¿Viene aquí?
Navarth contempló a Gersen con incredulidad.
—Ése es un pensamiento desafortunado.
—¿Adónde va, entonces?
—Aquí, allá, a cualquier lugar. Es esquivo como el aire.
—¿Cómo se citan?
—Nunca lo hago. Me visita en ocasiones.
—¿Hace mucho de la última?
—Sí, sí, sí. ¿No lo he dejado bien claro? ¿Por qué está tan interesado en Viole Falushe?
—Responderle sería tanto como afligirle con un hecho —sonrió Gersen—, pero no es ningún secreto. Represento a la revista Cosmópolis y me gustaría escribir un artículo sobre su vida y sus actividades.
—Hum. A Viole Falushe le pierde la vanidad. ¿Por qué no preguntárselo directamente?
—Me gustaría hacerlo, pero primero he de ponerme en contacto con él.
—Nada más fácil, con tal de que pague una pequeña cantidad.
—¿Por qué no? No reparo en gastos.
Navarth se puso en pie de un brinco, lleno de entusiasmo.
—Necesitaremos una joven bella y virgen. Debe despedir un cierto destello, una sensibilidad, fervor e ímpetu especiales. —Dejo vagar su mirada como si buscara un objeto perdido. Espió a la joven que Gersen había visto en el muelle el día anterior, sentada en el mismo lugar. Navarth se llevó los dedos a los labios, emitió un silbido agudo y le hizo señas a la chica de que se acercar—. Ella servirá.
—¿Es ésta la joven virgen centelleante? Parece más bien un golfillo.
—Ja, ja —graznó Navarth—. ¡Ya verá! Soy débil y caquéctico, pero soy Navarth; a pesar de mi vejez, las mujeres florecen cuando las toco. Ya verá.
La joven subió a bordo del barco vivienda y escuchó el programa de Navarth sin hacer comentarios.
—Saldremos a cenar. No repararemos en gastos, nos deleitaremos Con lo mejor de lo mejor. Atavíate con sedas, joyas, con tus más delicados perfumes. Este caballero es rico, el más admirable de todos los hombres. Repítame su nombre, por favor.
—Henry Lucas.
—Henry Lucas. Arde en deseos de empezar la fiesta. Ve, pues, y prepárate.
La chica se encogió de hombros.
—Estoy preparada.
—Tú eres el juez más adecuado —declaró Navarth—. Ve adentro mientras repaso mi guardarropa. —Echó un vistazo al cielo—. Día amarillo, noche amarilla. Me pondré de amarillo.
Les guió a la sala, que estaba amueblada con una mesa de madera, dos sillas de roble tallado, estanterías atestadas de libros y baratijas y un jarrón que contenía tallos de hierbas de las pampas. Navarth sacó de un armario una segunda botella de vino, que abrió y colocó sobre la mesa junto con vasos.
—Beban —dijo y desapareció en la habitación contigua.
Gersen y la chica se quedaron a solas. La examinó con disimulo. Llevaba la falda negra del día anterior, una blusa negra de manga corta y sandalias; de acuerdo con la moda de la Tierra, no lucía ni joyas ni tinte para la piel. Era esbelta, pero tenía el pelo enmarañado. No logró resolver la duda de si se hallaba muy serena o indiferente por completo. Guiado por un súbito impulso, Gersen cogió un peine del lavabo de Navarth y peinó los cabellos de la joven. Ella le dirigió una mirada de sorpresa y luego permaneció de pie, silenciosa y pasiva. Gersen se preguntó qué pensamientos rondarían su mente. ¿Estaría tan loca como Navarth?
—Ya está —dijo Gersen por fin—. Ahora no tienes tanto aspecto de granujilla.
Navarth volvió enfundado en una chaqueta marrón, varias tallas más grande, y zapatos amarillos.
—No han probado el vino. —Llenó tres vasos hasta el borde—. Tenemos una agradable velada por delante. Nosotros tres: tres islas en el mar, y cada isla un alma errabunda. Avanzamos juntos, ¿y qué es lo que encontraremos?
Gersen probó el vino: un delicioso y fuerte moscatel; bebió. Navarth vertió el vino en su garganta como si derramara un cubo en el estuario. La joven bebió, sin la menor vacilación, sin demostrar ni un ápice de emoción. «Una chica extraña», pensó Gersen. En algún lugar detrás de la grave faz anidaba una hoguera inextinguible. ¿Qué estímulos la podrían excitar? ¿Qué le haría estallar en carcajadas?
—¿Estamos preparados? —preguntó Navarth, y a continuación abrió la puerta y les cedió el paso—. ¡En busca de Viole Falushe!