18
Elio Azzi se mordió el labio inferior, intranquilo. A su lado, Juan Carlos Galí no apartaba los ojos del reloj de la Sala de los Espejos. Parecía intensamente inmerso en su abstracción. Ni la ostentosa seguridad de Paal Struer, hablando con Magrit Zebler en voz alta, hacía mella en él. El abogado se acercó un poco más.
—¿De verdad se encuentra bien? —preguntó en voz baja.
El médico no se movió.
—Sí —dijo lacónico.
—No lo parece —insistió el primero.
Se relajó. Apoyó la espalda en el módulo y giró la cabeza. Luego consiguió forzar una cansada sonrisa.
—La tensión. Esta noche no he dormido bien.
—¿Su hijo?
—Sí.
—Podemos pedir un aplazamiento de un día si es necesario, ya lo sabe.
—No, ahora no. Hoy es una jornada decisiva.
Faltaban apenas dos minutos para las diez de la mañana. Elio Azzi estudió sus anotaciones.
—Decisiva, en efecto —apuntó—. Es nuestro último testigo.
Juan Carlos Galí desvió la mirada.
—Ayer perdimos el tiempo, ¿no es así? Todavía fue peor que anteayer.
—Yo no diría tanto. Los testimonios de Portu y Deleure fueron necesarios, al menos para reafirmar el derecho legal de nuestra petición de deshibernación. Lo malo es que Struer es bueno. La forma en que rebatió a Carlsson anteayer… Usted no olvide estar atento a mis indicaciones. Ayer apenas si me miró un par de veces, y estuvo a punto de perder el control en una ocasión. Por lo menos hoy será distinto. La fibra sentimental todavía sigue moviendo montañas. Consiga mantenerla al límite de sus emociones, mírela a los ojos, interpóngase entre ella y Struer, hable despacio, deje que los recuerdos fluyan y muy especialmente que se apoderen de todos. Es muy posible que aquí, influenciada por el ambiente, esa mujer olvide lo que hablamos, lo de mirar a los jueces, y muy directamente a las dos jueces femeninas… Habrá de ser como un gran director orquestando una armonía perfecta.
Faltaba medio minuto para las diez.
—Mi hijo tuvo ayer tres colapsos consecutivos —dijo de pronto Juan Carlos Galí—. Pasó cuatro horas gritando de dolor. Puede que ahora mismo esté…
Elio Azzi notó cómo dominaba su desesperación final. Una última descarga antes del inicio de la sesión.
—Lo siento —murmuró, inseguro ante lo que tenía que decir.
El médico llevó un poco de aire a sus pulmones y despertó por segunda vez de una nueva abstracción.
—Perdone —dijo—. No tenía por qué haberle dicho esto. No tiene ningún sentido ahora. —De pronto hundió sus ojos en los del abogado y su tono cambió—. Usted… ¿confía en mí?
Su ayudante legal no comprendió.
—Formamos un equipo. Por supuesto que…
—Escuche —dijo Juan Carlos Galí con una súbita premiosidad—. Tiene que confiar en mí, y muy especialmente comprender lo que…
Elio Azzi se envaró.
—¿Qué está tratando de decirme?
Diez segundos para las diez.
—Habrá un último testigo —manifestó el médico—, pero no será Christine Popescu.
—¿Qué?
—Tenía que decírselo antes de…
Por la puerta de los jueces apareció Hans Dieter Kochel, seguido de sus seis correligionarios. La voz del Ordenador se escuchó en la sala.
—Encuesta Pública. El Tribunal de Estrasburgo se reúne. ¡Todos en pie!
—Doctor Galí… —Elio Azzi estaba desconcertado—. ¿De qué demonios está hablando?
El himno de la Confederación apagó el murmullo final.