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Los tres hombres objeto de la atención informativa ocuparon los módulos detrás de la mesa. Juan Carlos Galí el central, con Petersen a la derecha y Ulme a la izquierda. Aguardaron a que el silencio en la sala fuese absoluto y en el otro extremo, el mismo guardia de seguridad que había revisado las credenciales de todos los asistentes se encargó de cerrar las dos puertas. Al instante el estabilizador luminoso de la amplia estancia se equilibró automáticamente lo mismo que los ecualizadores térmicos.
No hubo el menor prolegómeno.
—Es posible que todas y todos ustedes sepan quién soy —comenzó a decir el máximo responsable de la rueda de prensa—, pero por si a última hora se hubiese incorporado algún nuevo corresponsal, me presentaré: Mi nombre es Juan Carlos Galí y soy doctor en medicina, profesor de Biología en la Universidad de Zurich y director del Instituto de Hibernación de Europa. Me acompañan esta tarde el profesor Friederick Petersen, vicepresidente del Consejo Médico Europeo, y el profesor Olaf Ulme, director de planificación para Europa de la Organización Mundial de la Salud.
Un movimiento en la sala capturó su atención. Un periodista acababa de darle un codazo o algo parecido a otro. Reconoció al que había sido objeto de la curiosa acción: Arthur Goliwosky, uno de los pocos periodistas en quien siempre confió. El otro hombre le estaba mirando con ojos furiosos, mientras manipulaba su equipo de registro. Volvió a concentrarse en su alocución.
—El motivo de que les hayamos reunido, viene determinado por la declaración que voy a realizar a continuación y que les rogaría me permitiesen formular sin interrupciones. Una vez finalizada la misma, dispondrán del tiempo necesario para preguntar cuanto deseen.
Nadie habló, y salvo algunas miradas cruzadas, tampoco hubo movimientos entre los asistentes. Juan Carlos Galí extrajo un pliego de notas escritas a mano de uno de los bolsillos de su pieza superior. Fue desplegando las hojas sobre la mesa con sumo cuidado, sin precipitación, ordenándolas. Los dos hombres que le flanqueaban le observaron con atención. Petersen era nórdico, rubio, de buena estatura, frisando los sesenta y cinco años de edad, en tanto que Ulme, con una presencia física más cuadrada, parecía haber rebasado los ochenta. Su cabellera blanca como la nieve descansaba suavemente sobre los hombros. En el centro, Galí no podía ocultar su origen mediterráneo, latino, con el pelo muy negro, al igual que la barba y el bigote. Su edad, en tomo a los cuarenta años, le proporcionaba una contagiosa fuerza y magnetismo. Cuando habló de nuevo, su voz se hizo menos solemne.
—Ustedes ya sabrán que el Instituto de Hibernación Europeo es el único centro de la Confederación donde, y desde hace décadas, se alberga a los dos mil ciento cuarenta y siete casos de seres humanos hibernados supervivientes hasta hoy. Como su director he sido el máximo responsable de su funcionamiento y mantenimiento, desde que ocupé el cargo hace doce años. No quiero ni mucho menos recordar ahora mi frontal oposición y mi lucha personal contra la ley de prohibición de técnicas de hibernación y soporte de vida latente que en la actualidad impide continuar con este método que comenzó a funcionar en la segunda mitad del pasado siglo XX. El motivo de esta rueda informativa es otro, y atañe exclusivamente al futuro de esos dos mil ciento cuarenta y siete seres humanos que un día decidieron, voluntariamente, sobrevivir a su muerte irreversible, confiando en que un día, como hoy, nosotros y nuestros avances les devolviéramos la vida. Creo un deber, como médico en mi caso y como humano en el de todos, cumplir con este cometido.
Algunos corresponsales se relajaron en sus módulos o adoptaron posturas menos interesadas si permanecían de pie. La lucha de Galí contra el sistema no era precisamente un tema nuevo. El médico supo comprender sus instintivas reacciones. Dejó de leer una de sus anotaciones para mirarles directamente a los ojos.
—No voy a pedir que se reactive un caso cerrado como es el de la hibernación y el derecho a la vida, si es lo que están pensando —dijo—. Al menos de momento. Estoy aquí para abrir un nuevo caso, y ustedes están aquí para hacerlo llegar al público. De todos es sabido que las últimas legislaturas del Tribunal de Estrasburgo han… aparcado el tema de los hibernados, por no existir, todavía, garantías suficientes que asegurasen la infalibilidad de la medicina en el ciento por cien de los casos, una vez deshibernados. Esto ya no es así y la actual legislatura deberá decidir en breve el futuro de esas dos mil ciento cuarenta y siete personas. Por este motivo estamos aquí.
—¿Qué ha cambiado ahora? —preguntó una voz—. ¿Cómo van a forzar al Tribunal a emitir un veredicto?
—No creo que sea tan sencillo —admitió Juan Carlos Galí—. Probablemente deba realizarse una encuesta pública, una vista del caso. Sin embargo, lo fundamental, es que finalmente hay un punto de partida para no demorarlo por más tiempo. —Miró a Olaf Ulme y le invitó a seguir—: Profesor.
El hombre aclaró su garganta. Cruzó los dedos de sus manos sobre la mesa y tras tomarse unos segundos comenzó a hablar, con una voz cargada y débil.
—La Organización Mundial de la Salud, hará público mañana por la mañana un comunicado oficial por medio del cual se declarará erradicado de nuestro mundo el cáncer. Puede que muchos de ustedes se hayan olvidado ya de este mal, pero hoy se cumplen veinte años desde que el último enfermo de cáncer murió en la Tierra. Más que otras ocasiones, la OMS ha tardado en certificar tal erradicación, debido a la complejidad de este tipo de enfermedades. Otras, contra las cuales se está luchando, han hecho acto de aparición en este siglo; sin embargo, la herencia de la más dura soportada en el pasado, puede decirse que ha concluido.
Juan Carlos Galí retomó la palabra.
—Como ampliación de esta noticia —dijo—, el profesor Friederick Petersen también tiene algo que decir.
La naciente agitación cesó. El hombre se inclinó sobre la mesa, como si tratase de dar plena convicción a sus palabras. Dejó nacer una voz grave.
—Durante años, el Consejo Médico Europeo ha tratado de actuar por medio de la legalidad, en el llamado por ustedes «caso de los muertos vivientes»… —se produjeron unas risas, cierta distensión. Petersen no dejó de hablar por ello—. Mi presencia aquí esta tarde se debe exclusivamente a un motivo: prestar el definitivo soporte al doctor Galí en lo que va a anunciarles a continuación, aunque muchas y muchos de ustedes, ya lo habrán adivinado. La certificación de la Organización Mundial de la Salud no es únicamente un hecho histórico, sino el definitivo marco legal que cambia las circunstancias en torno al futuro de los hibernados. Es posible que la Administración lance nuevos impedimentos que eviten la vuelta a la vida de esos seres humanos, pero médica y científicamente, no existe ninguno desde mañana.
Algunas voces intentaron iniciar la tanda de preguntas al dejar de hablar Petersen. Juan Carlos Galí levantó sus dos manos, formando una pantalla, y esperó cerca de quince segundos a que el silencio renaciera de nuevo en la sala. Cuando lo consiguió no volvió a mirar sus notas.
—Desde hace veinte años —repitió—, un tiempo que supera con creces todos los límites antes establecidos por la OMS, no muere en nuestro planeta ningún ser humano víctima de neoplasias, comúnmente conocidas como cánceres, ni tampoco sarcomas óseos o arterioesclerosis. Mucho antes, las técnicas de trasplantes fueron estabilizadas tras el descubrimiento de PR7A que venció los últimos rechazos o complicaciones posteriores. Esto quiere decir que estamos ya en condiciones de asegurar la vida, tras la deshibernación, de los dos mil ciento cuarenta y siete hombres y mujeres que alberga el Instituto. Por este motivo, pienso llevar el caso al Tribunal de Estrasburgo, solicitando en primer lugar la aceptación, por parte de la presente legislatura, del mismo, y en segundo lugar el inmediato desbloqueo de la ley que durante muchos más años de los previstos ha mantenido a esas personas a la espera de su curación y vuelta a la vida. Estoy en condiciones de afirmar que si bien hemos heredado un problema de una generación anterior, no vamos a mantenerlo oculto ni congelado, y les aseguro que no es un juego de palabras, para dejar que sea la próxima generación la que deba resolverlo. Éste es nuestro compromiso, aquí y ahora, y desde mañana declararé una guerra abierta contra todo poder fáctico que trate de impedir lo que humanamente es natural. La última «excusa legal», el miedo a deshibernarles y que pudieran morir antes de ser curados, ha desaparecido. Es hora de actuar, simple y definitivamente.
Una docena de voces se dispararon en el aire.