19.                  Conjuro prohibido
 

 
 

Habían pasado tres semanas desde la visita de la Guardia de la Fortaleza y, como todas las mañanas. Noah y yo habíamos quedado en la playa. El cielo estaba ennegrecido y parecía que iba a llover, pero igualmente nos apetecía pasear por el único sitio en el que no escondíamos nuestro amor. Aunque en mi fuero interno estaban grabadas las palabras de los Guardianes de la Fortaleza sobre mis relaciones con humanos, había decidido enterrarlas y disfrutar de mi maravilloso novio humano. Ninguna profecía me alejaría del hombre al que amaba, y estaba segura de que tenía que haber una manera de que pudiéramos estar juntos.

 

Cuando llegamos a nuestro bello escondite, Noah me hizo sentar a su lado en la arena y, mientras jugueteaba con un mechón de mi pelo, comenzó a explicarme:

 

—Cariño, he recibido una oferta increíble de Harvard, para ser docente el próximo año.

—¿Profesor en Harvard?

Noah me había contado mil veces cuánto le hubiese gustado poder impartir clases allí, así que durante una décima de segundo me alegré muchísimo por él… hasta que fui consciente de que eso significaba nuestra despedida. Noah advirtió el cambio en mi mirada y se apresuró a decir:

—Claire, no voy a dejarte, quiero que vengas conmigo.

Le miré interrogativamente, sin comprender. Él se explicó:

—He visto tu expediente, es brillante, seguro que podrás conseguir una beca fácilmente.

—Suena genial, pero yo… no sé si puedo…

—Jim estará muy orgulloso de ti si consigues entrar en Harvard y ya te lo he dicho, el dinero no será un problema. Seguro que te dan la beca, y también podemos contar con mi sueldo.

Telabaal, la guerra con los Dake, mi destino… todo pasó en mi mente como una veloz película. Claro que Jim estaría orgulloso, incluso feliz de alejarme del peligro de que volviera a luchar contra los Dake. Y yo anhelaba tanto estar con Noah el resto de mi vida, lejos de toda la oscuridad de la magia que había dominado mi reino. Pero tenía que ser realista, era una bruja, y eso no podía eliminarlo de mí, por mucho que quisiera ser solamente la dulce y humana Claire de la que Noah se había enamorado. Él me miró preocupado y yo intenté explicarle:

—Noah, te quiero, de verdad. Contigo he aprendido más emociones de las que puedo expresar con palabras, y siento que eres mi alma gemela. Te juro que quiero pasar el resto de mi vida amándote y haciéndote feliz igual que tú haces conmigo.

—Entonces, ¿por qué no pareces feliz con mi propuesta?

Desvié la mirada. Como decirle quién era y el deber de cumplir un destino que me alejaba de él. Noah insistió:

—Claire, no tengo palabras que describan como me siento cuando estoy contigo, solo sé que no quiero estar lejos de ti ni un segundo… Por eso quiero que vengas a Harvard conmigo y que, aunque suene extraño por lo joven que eres, que algún día no muy lejano te cases conmigo. Te amo, ahora y para siempre.

Me estremecí, venciendo todos mis miedos y mi sensación del deber. Así que por un maravilloso momento olvidé quién era realmente y contesté, tomándole de las manos y mirándole fijamente a los ojos:

—Acepto, Noah. Quiero vivir contigo el resto de mi vida. Y sé que siempre voy a querer esto, porque si estamos viviendo juntos, no importa el dónde. Porque cada mañana al abrir los ojos sabré que no te he soñado, que eres maravillosamente real, que te amo más que el día anterior. Porque a tu lado he encontrado la felicidad y en ti es donde quiero quedarme. Así que si tu felicidad está en Harvard, allí está la mía. Ahora tú eres mi destino.

Cuando terminé de decir esto, nuestros labios se sellaron en un beso de amor que era una promesa en sí mismo.

Permanecimos varios minutos besándonos y abrazándonos, y entonces todo pasó tan deprisa que aún no recuerdo bien como fue. Al terminar de decir mi promesa la cicatriz había comenzado a arderme de un modo lacerante, pero eso no era lo peor. De algún modo al sellar nuestro compromiso, aquella marca había activado algún tipo de conjuro contra la persona a la que yo declarara mi amor. Noah se había quedado pálido, parecía que se ahogaba y tuve que ayudarlo a sentarse. Con voz entrecortada me dijo:

—No sé qué me pasa, cariño. No me encuentro bien.

—Tranquilo, iré a buscar ayuda.

—No te vayas —me rogó.

Le miré desesperada, no quería dejarle allí solo, pero por otra parte algo me decía que William había usado una magia muy potente y Noah estaba en grave peligro. Yo, como bruja, podía dominar el dolor y dejar latente el conjuro como había venido haciendo hasta la fecha, pero un humano no tenía ninguna posibilidad de vencerlo. Noah se tumbó, incapaz de mantenerse, y yo corrí a la playa de al lado, donde conseguí que mi móvil funcionara para avisar a los servicios de urgencias.

Después, de vuelta en la playa, intenté vencer la magia oscura que estaba enfermando a Noah. Ya no me importaba que mis ojos estuvieran violetas en público, ni siquiera que alguien pudiera verme musitando conjuros y marcando símbolos en el aire. Noah había cerrado los ojos y sentía que aquel conjuro le estaba matando sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Mis ojos estaban anegados en lágrimas y no dejaba de repetirle que se quedara conmigo, pero el conjuro también me debilitaba a mí, y no podía canalizarlo porque estaba demasiado histérica por el colapso que estaba teniendo Noah. No sé cuánto tiempo estuvimos así, hasta que un médico y un camillero llegaron hasta la playa. Entre ambos lo levantaron y yo seguí musitando conjuros intentando lo imposible. Me había puesto las gafas de sol para evitar que vieran mis ojos, pero aun así supe que ellos notaban algo extraño en mi comportamiento.

Cuando llegamos a la ambulancia, Noah apenas respiraba. El médico miraba preocupado alternativamente a mí y al monitor, mientras las constantes vitales iban desapareciendo. Yo me atreví a preguntar entre sollozos:

—¿Se va a morir?

—Conozco a Noah desde hace años y es un hombre fuerte, si conseguimos que las constantes vitales vuelvan a su ritmo normal estoy seguro de que se salvará. El problema es que no sé qué demonios le está provocando esta parada cardiaca, que yo sepa no tiene ninguna enfermedad que lo justifique.

Yo sí lo sabía. Era su amor por mí, nuestro compromiso, lo que le estaba matando y solo había una cosa que podía hacer para salvarlo.

Existía un conjuro terrible que teníamos terminantemente prohibido hacer y que, sin embargo, era necesario para salvar la vida de Noah. Aunque se me desgarraba el alma pensarlo, sabía que aquella magia prohibida era lo único que podía hacer que Noah dejara de amarme y por tanto eliminar de su cuerpo la magia oscura que le estaba matando. Intenté tranquilizar mi respiración, le tomé la mano que tantas veces me había acariciado y saqué la fuerza de todo el amor que sentía por él y del miedo a perderle. Con las lágrimas rodando por mis mejillas le susurré al oído:

—Tienes que confiar en mí Noah, lo siento mucho, pero es por tu bien.

En cuanto pronuncié el conjuro supe que era demasiado tarde para echarme atrás, Noah ya no me recordaría, pero lo importante era que el monitor volvía a dar señales de vida. Cuando abriera los ojos, yo ya no estaría en la ambulancia, y ni él ni el médico preguntarían por mí porque, para ambos, yo nunca había existido.

Salí de la ambulancia y deambulé por la calle durante largo rato, con los ojos inyectados en sangre por la ira que sentía hacia William Dake, por lo que me había visto obligada a hacer. No pensaba, no era consciente de nada, solo sentía mi corazón desgarrarse por momentos y todos mis sueños de ser Claire desaparecer. Comencé a correr, como si quisiera dejar atrás todo mi dolor y llegué hasta casa de Jim. No me entretuve ni siquiera en cambiarme, cogí la bicicleta y corrí a los bosques. Tenía que encontrar la Fortaleza, volver a Telabaal y acabar con aquel maldito brujo que había destrozado mi vida.

Tenía los ojos anegados en lágrimas e iba demasiado veloz, así que choqué contra un árbol en cuanto me adentré en el bosque. La dejé allí tirada, presa de la impaciencia por encontrar la Fortaleza, y seguí avanzando intentando recordar los pasos que había hecho con Jim aquella primera noche el mundo humano. Las horas pasaron y seguí caminando por la montaña, hasta que la ira desapareció para dejar paso solamente al dolor. Entonces me dejé caer en suelo y pensé que nada tenía sentido ahora que había perdido a Noah.

Nunca supe cuánto tiempo estuve allí, inerte, hasta que un ruido me sobresaltó. Les miré a través de las lágrimas. Era mi familia: Jim, Beatrice, John y Kyle. Jim se arrodilló a mi lado y me abrazó, acariciando mis cabellos con suavidad. Tenía lágrimas en los ojos cuando me dijo:

—Creímos que habíamos vuelto a perderte, Claire. Si hubieras atravesado la Fortaleza, ahora tendrías a los Dake detrás de ti. No vuelvas a escaparte así nunca, por favor.

Había tal desesperación en su voz que dejé que me abrazara como a una niña pequeña, y luego hice lo mismo cuando Beatrice me acompañó a mi habitación y me ayudó a acostarme. Nadie me hizo preguntas, quizás porque sabían que en ese momento no podía dar ninguna respuesta.