Preámbulo: Noche de exilio

 

 
 

Corrí desde el bosque hasta mi casa como si la misma muerte me persiguiera, no tanto por el miedo a William Dake sino más bien por el que tenía en esos momentos a mí misma, a lo que había sido capaz de hacer para defenderme, a la magia que, por primera vez en toda mi vida, había utilizado en contra de alguien. En mi histérica huida no podía dejar de preguntarme si era eso lo que William había querido desde el principio, hacerme ver que mi magia podía ser tan oscura como la suya, que estaba más cerca de él de lo que nunca había creído. Por eso me había dejado marchar, sabía que podría alcanzarme después con facilidad en casa. Era un brujo tenebrosamente poderoso, inteligente y manipulador; y se regocijaba ante la idea que en mi soledad yo sintiera durante más rato la ira corriendo por mis venas, que recordara su imagen en el fango, herida por mí, la presunta bruja que solo practicaba magia buena. Sí, jugaba conmigo para que sintiera la oscuridad en mi interior como antes lo había hecho para que me enamorara de él…

 

Intenté tranquilizarme y dejar mi ira atrás, como el abuelo me había enseñado tantas veces. Me detuve un momento, cerré los ojos y respiré profundamente, varias veces, visualizando como una luz blanca me invadía serenando mi corazón. Después de unos minutos en los que la ira fue remitiendo, me concentré en mi paso, intentando olvidar todo lo demás. Mis ligeros botines me permitían correr con facilidad, pero no así mi largo y empapado vestido de terciopelo, tan violeta como mis ojos en ese momento, centelleantes por el conjuro practicado. La lluvia caía incesante desde nuestra pelea en el bosque, como si la increíble potencia de nuestra magia hubiera despertado la ira de la naturaleza, azotando mi rostro y mis cabellos, enredándolos en mi cara y sobre mi pecho. Había perdido la capa durante la pelea, era mi capa favorita, regalo de mi abuelo en mi dieciséis cumpleaños, también violeta, también de terciopelo. Sabía que William se la quedaría para hacer algún conjuro con ella, pero por nada del mundo me arriesgaría a volver a aquella parte del bosque, no hasta que estuviese segura de que mi ira no volvería a descontrolarse, no hasta que supiese que podía mantenerme en la magia blanca como mi abuelo me había enseñado.

 

El abuelo… apenas hacía dos meses que había fallecido y todo el reino parecía haberse vuelto loco. Con el Gran Consejo de Brujos tomado por el clan de los Dake, la magia oscura se había cernido sobre el reino y no sabía cuánto tiempo tardaría en alcanzarme, como ya casi lo había hecho aquella tarde. Suspiré y no pude evitar preguntarme cuánto tardaría William en aparecer en mi casa para continuar nuestra “conversación” y eso me hizo apretar con más fuerza el paso.

Cuando entré en casa, esta estaba sospechosamente a oscuras, así que, temblorosa, busqué una cerilla para encender una vela protectora. Podía haberlo hecho fácilmente con unas simples palabras, era un conjuro básico, pero no quería usar mis poderes otra vez, tenía miedo de lo que era capaz de hacer. Cuando encendí la vela, alcé la vista al gran espejo que había sobre ella, en la entrada. A medida que mi ira iba disminuyendo y el poder del conjuro que había realizado se disipaba, mis ojos iban abandonando paulatinamente el color violeta para tornarse relajadamente verdes. Eso me aliviaba. Suspiré. Era hora de ser práctica. Necesitaba cambiarme de ropa, la caminata bajo la lluvia sin la protección de mi capa me había dejado empapada, fría y ya comenzaba a tiritar. Me sorprendía que mi vieja tata no estuviera en casa esperándome a aquellas horas de la tarde, así que dirigí la mirada hacia la mesita, donde nos dejábamos los avisos. Había algo escrito, pero cuando me iba a acercar a leerlo una voz penetrante me sobresaltó:

—Su hermana está enferma y ha ido a visitarla. Debemos aprovechar ahora que no está para irnos, si no sabe dónde estás ni con quién, ningún conjuro podrá extraerle esa información.

Me giré, algo asustada. Era un atractivo hombre de unos cuarenta años, alto y fuerte. Tenía los cabellos oscuros, y sus ojos eran de un intenso azul, lo que me sorprendió porque no eran habituales en Telabaal. Su tez era clara y sus marcadas facciones se veían surcadas por las primeras arrugas. Sabía que podía defenderme de cualquiera, pero no me sentía tentada a volver a utilizar mis poderes aquella noche. Con voz temblorosa pregunté:

—¿Quién es usted y qué hace aquí?

El hombre abrió su mano y me tendió una joya, haciéndome palidecer. La tomé en mi mano e instintivamente la puse al lado de la que yo llevaba siempre prendida en mi vestido, en el centro del pecho. Era la mitad que faltaba a mi corazón de amatista. Las últimas palabras de mi abuelo retumbaron en mi cabeza: “Si la magia oscura toma el reino, deberás seguir el corazón de amatista para salvarte a ti y a nuestro pueblo. Nunca dejes que la leyenda se haga realidad, Alyssa, o todo lo bueno que hay en la magia desaparecerá para siempre”.

El desconocido pareció leerme la mente, porque me contestó:

—Mi nombre es Jim, soy un viejo amigo de tu abuelo, él me envió la señal para que viniera a buscarte.

Le miré fijamente. Había algo en él que me transmitía seguridad, por lo que mis sentidos volvieron a la normalidad, advirtiendo por primera vez algo que debería haber sido obvio para una bruja de mi nivel.

—Usted no es brujo…

—No. Provengo del mundo de los humanos.

—¿Del mundo de los humanos? No creía que nadie pudiera venir de allí, nuestros mundos están separados desde hace siglos… Además, una vez aquí, ¿cómo ha podido entrar en mi casa sin poderes? Está protegida por magia muy poderosa, nadie puede entrar sin mi permiso o el de…

Se apagó mi voz, mientras él terminaba mi frase:

—No hay murallas que no tengan una fisura, Alyssa, y las que separan nuestros mundos no son la excepción. Está prohibido, y es peligroso para todos nosotros, pero se puede atravesar la división que separa a brujos y humanos si sabes cómo. Respecto a tu casa, tu abuelo me dio permiso para entrar.

—Pero… ¿Cómo? Ese permiso solo puede darse en persona…

—Digamos que tu abuelo y yo tuvimos un encuentro secreto entre los dos mundos, en la Fortaleza. Hacía años que no nos veíamos. Me dolió verle tan débil… pero él no parecía preocupado por su muerte, solo por tu futuro y el de vuestro mundo. Me contó que la magia oscura volvía a acechar al reino de Zaeba, y su profundo temor de que los Dake se alzaran con el poder a su muerte.

—Como así ha sido —musité mientras una lágrima luchaba por no caer por mi mejilla. Sí, recordaba perfectamente aquellos días en los que el abuelo se había ausentado, sin darnos ninguna explicación. Incluso en su enfermedad había emprendido un peligroso viaje para la salvación de su reino y de su nieta.

—Alyssa, tu abuelo me habló de una profecía muy antigua… Me dijo que si esta se cumplía, podría terminar con la magia blanca de tu reino, e incluso poner en peligro las alianzas de paz con los otros mundos, como el de los humanos.

Yo asentí, comenzaba a estar harta de aquella profecía y todo lo que significaba. Él añadió:

—También me explicó que a su señal debía venir a buscarte sin demora. Anoche recibí esa señal, y por eso sé que queda poco tiempo. Si un escuadrón del clan de los Dake se dirige hacia aquí tú sola no podrás detenerles, son demasiados. Debemos alcanzar la Fortaleza antes de que te atrapen, o toda esperanza desaparecerá.

—La Fortaleza es el lugar prohibido, nadie debe acercarse allí… —protesté asustada.

—La Fortaleza es tu única salida, Alyssa. Es la brecha entre los dos mundos, la única manera de salvarte y evitar la profecía. Confía en mí, la he atravesado en otras ocasiones. Por favor, tienes que venir conmigo ahora.

Le miré fijamente. Me sentía mareada, agotada por la salvaje pelea, el oscuro conjuro, la carrera que había hecho para llegar hasta mi casa bajo la lluvia… Desde la muerte del abuelo había ido perdiendo toda mi fuerza y aquella tarde había llegado a mi límite. Sentí que perdía mi equilibrio, y que la mano de aquel hombre me sostenía fuertemente, transmitiéndome seguridad y paz. No obstante, el miedo me retenía. ¿Dejar mi casa, mi hogar, mi mundo?

Creo que mi expresión delató mis dudas, porque se apresuró a añadir:

—Tu madre confió en mí, un desconocido, alguien que no era brujo, y me salvó la vida. Deja que yo ahora salve la tuya.

Cuando habló de mi madre un destello se abrió en mi corazón, y la misma voz interior que me había alejado de William hizo que asintiera lentamente:

—Está bien, iré con usted. Pero antes tengo que recoger las cosas del abuelo, no puedo permitir que los Dake se hagan con esa información.

—Los libros más importantes y las anotaciones de tu abuelo están ya en mi carruaje. Él me dejó instrucciones para todo, no te preocupes.

—El abuelo sabía que yo diría que sí… —musité

—Porque confiaba en ti. Me dijo que eras su digna heredera y que por eso tomarías las decisiones mejores para tu pueblo, más allá del miedo.

—Entonces cogeré algo de ropa y…

—Me temo que en el mundo humano no te servirían demasiado esos preciosos vestidos de túnicas, al menos no en este siglo. Lo siento. Pero tendrás allí todo lo que necesites, te lo prometo. Mi hermana es adicta a las compras, así que te garantizo que en cuanto lleguemos te espera un ropero lleno —contestó con una media sonrisa. Después añadió retomando su semblante serio:

—Por favor, hemos de irnos ya. Algo me dice que los Dake se están acercando, y yo tampoco tengo la fuerza para detenerles. Como tú has dicho, no soy brujo, así que frente a una fuerza tan poderosa como la de los Dake o sus secuaces solo puedo ayudarte a escapar.

Comenzó a caminar, pero yo permanecí inmóvil. Ante su mirada apremiante alcancé a preguntar:

—Si me voy con usted, ¿volveré a Telabaal algún día?

Él suspiró y contestó:

—No lo sé, Alyssa. No puedo prometerte nada, pero sí puedo asegurarte que huir ahora es el único modo de salvarte y de evitar la profecía. Tu abuelo estaba seguro de ello y yo también lo estoy. Tu vida y tus poderes deben ser protegidos por encima de todas las cosas, y ahora el único lugar seguro para ti es más allá de las fronteras de Zaeba, lejos de la influencia de los Dake. Tienes que venir conmigo.

—Está bien —concedí—. Pero volveré cuando sea lo suficientemente fuerte para salvar la magia blanca en este reino. No viviré por siempre en el exilio.

Él asintió y por un momento sentí la misma mirada de orgullo que el abuelo me dedicaba cuando hacía algo bien. Definitivamente aquel hombre tenía muchas cosas que contarme, de cómo había conocido a mis padres y a mi abuelo; y cómo había podido atravesar la frontera entre nuestros mundos. Pero eso sería más tarde, cuando estuviésemos fuera de peligro. Aunque él temía por mi seguridad, yo lo hacía por la suya. Según las leyes de nuestro pueblo, estaba prohibido acceder al reino de Zaeba desde otros mundos; y, tal y como estaban las cosas, no creía que hubiera piedad para ningún forastero. Debíamos darnos prisa. Apenas me tomó unos segundos decidirme. Le tomé fuertemente de la mano y juntos salimos por la puerta trasera, donde esperaba un discreto carruaje negro que él mismo conducía. El caballo era tan bello como imponente, y parecía estar extrañamente tranquilo a pesar de los relámpagos y de la incesante lluvia. Definitivamente, de poco hubiera servido cambiarme de ropa, porque hubiera estado de nuevo totalmente empapada en cuestión de segundos. Jim me preguntó:

—¿Puedes hacer un conjuro de invisibilidad? Si los Dake advierten que no estás en casa cuando lleguen enviarán a sus tropas a buscarte y no sé si nos dará tiempo a llegar a la Fortaleza antes de que ellos nos sigan.

—Sí, protegeré al carruaje y a nosotros pero debemos tener cuidado con los conjuros que practico. William está muy… unido a mí… me refiero en la magia, porque la hemos practicado juntos desde niños. Si se concentra lo suficiente, puede detectar mi energía y saber el lugar exacto donde estamos.

—Genial, lo que nos faltaba. Pues entonces haz ese conjuro y larguémonos, por lo que tu abuelo me contó no es un jovencito al que me apetezca enfrentarme.

Murmuré las palabras mágicas y realicé con las manos los símbolos de protección e invisibilidad. Jim me ayudó a entrar en el pequeño carruaje, no sin antes obsequiarme con una amable sonrisa. Yo se la devolví más para darme fuerzas a mí misma que por educación.

Jim permaneció en silencio y yo pensé que mi abuelo, como siempre, tenía razón, William era un mago al que nadie inteligente quisiera enfrentarse, a no ser que fueras su exnovia igual de poderosa que él… O, al menos eso es lo que todos esperaban, aunque yo nunca lo hubiese tenido tan claro. Torcí el gesto y miré a mí alrededor. Dentro del carruaje Jim había dispuesto en sendas maletas todos los libros y cuadernos que el abuelo le había indicado. Me acomodé entre ellos como pude, intentando alejar mi mojado vestido de los libros que sobresalían por todas partes; eran tantos que no habían cabido en las maletas.

Aparté la vista de ellos y miré por la ventana, dejando que mis pupilas memorizaran todos los detalles de mi hermoso hogar. Después, volví la vista al interior y no pude evitar sentir un escalofrío al pensar en el lugar al que nos dirigíamos: la tenebrosa Fortaleza, un lugar prohibido y peligroso donde ni los miembros del clan de los Dake se habían atrevido a ir jamás.