1.    Primer día de instituto
 

 
 

Mientras escuchaba a Jim llamarme por enésima vez, me sentía paralizada delante del gran espejo de mi cuarto. Estaba acostumbrada a mis botines y mis largos vestidos de mangas estrechas finalizadas en volantes, ceñidos en el pecho y cayendo en túnica el resto de la ropa. Así que ahora me sentía medio desnuda con el pantalón pirata, la camiseta de manga corta y las sandalias que Beatrice, la hermana de Jim, me había regalado, junto con otra mucha ropa para que fuera adecuadamente vestida al instituto. Supongo que las prendas eran bonitas para los cánones humanos, y debía reconocer que acentuaban mi figura, que Beatrice había definido amablemente como esbelta y delicada. Lo cierto es que mis pensamientos estaban lejos de mi físico o de la ropa humana, porque seguía añorando mis preciosos vestidos de terciopelo que había dejado en el vestidor de mi hogar, al igual que todo lo demás. Suspiré profundamente. Al menos Beatrice había elegido un conjunto de color rosa, también uno de mis favoritos, porque con mi tez blanca como el alabastro y mis cabellos color miel me daba una imagen angelical, el aspecto que debía mantener no solo en apariencia sino también en espíritu si quería mantenerme alejada de la magia oscura. Beatrice debía ser consciente de ello, porque toda la ropa que me había regalado era de colores pasteles. No hubiera soportado llevar nada negro, demasiados recuerdos de William se asociaban para mí a ese color. Dejé a mi pesar que mi mente vagara de nuevo a su recuerdo. La vestimenta de William había sido uno de los cientos de motivos por los que el abuelo lo había criticado, sobre todo el día que me vio portando su capa negra. El recuerdo dolió en mi corazón.

 

“Era una tarde fría y lluviosa, así que William, galantemente, me había cedido su capa para que llegara a mi casa. Él no me había acompañado, para no variar estaba castigado por haber utilizado algún conjuro prohibido, aunque en aquel entonces no me parecía tan reprobable como ahora, quizás porque aún era demasiado inocente para darme cuenta de lo que significaba. Llegué rápidamente al umbral de mi hogar, pero cuando intenté cruzarlo la magia me detuvo. Miré hacia la puerta abierta sin comprender y una voz furiosa se dejó oír desde el vestíbulo:

 

—¿Se puede saber qué hace mi nieta cubierta por una capa de magia oscura? ¿Acaso creías que podrías entrar con “eso” en nuestro hogar?

Mi abuelo era la única persona capaz en el mundo de dejarme completamente sin palabras y, lo que era peor, sin argumentos. Bajé los ojos y él continuó:

—Dime la verdad, Alyssa, ¿de quién es esa capa maldita?

—De William. Me la prestó por la lluvia.

El abuelo se mesó los cabellos desesperados, lo que aumentó mi nerviosismo. Aunque era un hombre recto, no solía perder los estribos, y cuando lo hacía era porque algo estaba realmente mal. Me miró y me dijo seriamente:

—William Dake es un brujo oscuro, toda su familia lo es, por eso llevan esos ropajes negros, símbolo de la magia que utilizan, con la que una vez intentaron dominar Telabaal.

—William no es como su familia.

—Ya hemos discutido esto anteriormente. ¿Olvidas acaso que estoy en el Consejo Escolar?

Yo no contesté, y él añadió:

—Contéstame una sola pregunta: ¿Dónde está él ahora?

—Castigado… —musité

—Por usar un conjuro prohibido. ¿Me equivoco?

—No. —respondí, sabiendo que había perdido la discusión. En silencio me quité la capa y él hizo hincapié:

—No puedes entrar con ella en esta casa, así que haz un conjuro y envíasela de vuelta al colegio.

—No puedo hacer eso…

—¿Prefieres que lo haga yo? Ya te lo he dicho, no puedes entrar con ella en nuestra casa, y tampoco pienso dejarla en el suelo para que su padre mañana me lo eche en cara en el Consejo. Devuélvela.

Musité el conjuro en silencio y la capa desapareció para ir hasta el aula donde William cumplía su castigo. Me sentía profundamente avergonzada, él solo me la había prestado por hacerme un favor, exponiéndose incluso a mojarse él, y yo se la devolvía como un regalo envenenado.

Con los ojos bajos entré en la casa y subí directamente a mi habitación. La vergüenza iba dando paso a la furia… Golpeé la cama casi a la misma vez que mi vieja tata golpeaba quedamente la puerta. La dejé entrar, pero por todo recibimiento le dije:

—Antes de que lo digas, el abuelo no tiene razón. Soy consciente de que ha tenido sus diferencias con la familia de él, pero debería dejar fuera a William de todo eso.

—Alyssa… —su voz tembló intentando encontrar las palabras adecuadas—. Esas diferencias de las que tú hablas motivaron una guerra cruenta, y no quiero ni pensar que hubiese sucedido si la magia oscura hubiese triunfado… A veces tengo miedo de que los jóvenes no seáis suficientemente conscientes de lo que llegó a estar en juego.

Sus palabras me hicieron avergonzarme y musité:

—Está bien, puede que el abuelo tenga razón sobre eso, pero William no es como su familia.

—Querida, tu abuelo y yo hemos visto más brujos oscuros de los que nos gustaría… Y William lo es.

—Estáis equivocados —respondí con firmeza.

Ella me miró apenada, pero no dijo nada más. La vi alejarse por el pasillo e, instintivamente, la seguí, quedándome escondida en el recoveco de la escalera. Estaba hablando con mi abuelo, cuya voz sonaba ahora más apesadumbrada que furiosa.

—¿En qué momento mi dulce nieta se convirtió en la novia de un brujo oscuro?

—Señor, es usted el brujo más sabio que he conocido nunca. De veras que lo es. Pero me temo que en cuestión de tratar a una adolescente como Alyssa es usted un completo idiota.

—¿Qué está diciendo?

La voz del abuelo sonaba incrédula, nadie osaba enfrentarse a él de ese modo. Mi tata le respondió:

—Hace más años de los que ninguno de los dos recuerda que nos conocemos, así que le seré sincera. ¿De verdad cree que la manera de alejar a una adolescente enamorada de su novio es criticándolo a diario?

—Pero es que ella no se da cuenta de cómo es realmente…

—Y tampoco lo hará mientras usted siga prohibiéndole verle. Nadie puede ocultar para siempre su verdadera personalidad. En algún momento, ese joven mostrará a Alyssa su magia oscura y ella será la primera en querer romper con él. Pero a más la intente alejar de él, más la acercará.

El abuelo no contestó, y yo volví a mi habitación apesadumbrada. “Se equivocan”, pensé. William podía ser algo inquieto y temerario, pero no había nada maligno en él. Me tumbé en la cama, incapaz de concentrarme en los deberes, intentando pensar en lo que habría sentido William al ver su capa devuelta por un conjuro, sin siquiera darle las gracias.

Cuando bajé a cenar, el abuelo y yo no tuvimos nuestra charla diaria de cómo nos había ido el día. Mi novio me separaba de la persona que más quería en este mundo, de la que me había hecho de padre, pero mi corazón de adolescente desbocado no encontraba la manera de olvidar a William, de ver en él la maldad que el abuelo tenía tan claro que existía”.

 
 

Seguía absorta en mi imagen cuando Jim apareció por la puerta de mi habitación, con una sonrisa paternal:

—¿Estás nerviosa? —me preguntó ayudándome a ponerme la chaqueta, como si temiera que no me decidiera nunca a terminar de vestirme.

Mientras cogía mi mochila contesté:

—Soy una bruja huérfana exiliada de su mágico mundo que va a ir al instituto con un montón de humanos adolescentes. ¿Por qué debería estar nerviosa?

Jim rio y contestó:

—¿Tienes claro lo que vas a decir cuando te pregunten quién eres?

—¿Bruja adolescente en apuros ayudada por un humano extrañamente amigo de sus brujos padres que se hace pasar por su padre adoptivo? —pregunté con la media sonrisa que mi coraza hacía surgir en mi rostro cuando deseaba bromear sobre lo que me preocupaba.

—Definitivamente, heredaste la ironía de tu madre. No te pondré más nerviosa repasando lo que ya sabes, así que vamos, te llevaré en coche.

Parecía muy ilusionado con mi primer día de instituto, así que me costó encontrar las palabras para lo que quería decirle:

—Esto… Jim… ¿Tú crees que la mejor manera de entrar en un instituto nuevo es de la mano de un adulto? Creo que la última vez que mi abuelo me llevó al colegio yo aún no sabía nada de conjuros y puede asegurarte que ahora soy bastante buena haciéndolos.

Él suspiró, sonrió bonachonamente y contestó condescendientemente:

—Tienes razón. Me temo que estoy más nervioso que tú. Coge mi coche, hoy hace un día estupendo y me apetece caminar hasta la biblioteca.

—¿Me dejas tu coche nuevo? —pregunté asombrada.

—Digamos que confío en que si lo estropeas usarás uno de esos conjuros que practicas cada tarde para repararlo sin arruinarme, ya que eso técnicamente no sería usarla en beneficio propio, sino para evitar que yo sufra un colapso nervioso.

Como siempre Jim había conseguido que estallara en carcajadas. Mientras tomaba de su mano las llaves, se la estreché y le dije:

—Es genial oírte decir que soy como mi madre. Dado que no la conocí es bueno saber que está dentro de mí.

—Claro que lo está…

Jim acarició cariñosamente mi mejilla y repitió:

—Buena suerte. Y recuerda que no puedes hacer nada mágico.

—No te preocupes, solo usaré la magia si tratan de hacerme novatadas. Pero seré discreta y solo los convertiré en ratones hasta el baile de fin de curso.

—Recuérdame que no te deje ver más películas sobre los institutos, esto es Coldriver, no Los Ángeles. Aquí la gente se lleva bastante bien, se conocen desde bebés y la mayor parte acaba saliendo unos con otros… Aunque tú olvida esa parte, tú y los chicos humanos no deberíais…

Cuando comenzó a tartamudear yo sonreí de oreja a oreja y le aseguré:

—No te preocupes, paso de los chicos en general y de los humanos en particular.

—Genial, justo lo que quería escuchar.

Sonreí pícaramente por toda respuesta y bajé las escaleras dando saltos.

Mientras me subía al anhelado coche de Jim, sentí un gran agradecimiento. Llegar al instituto en aquel coche me daba seguridad, lo cual no dejaba de ser algo ridículo si tenemos en cuenta de que en mi antiguo colegio a la gente le bastaba con saber mi apellido para quedar impresionados. Claro que entonces era la heredera de una de las familias más importantes del reino, y aquí presuntamente era la sobrina lejana del bibliotecario del pueblo, a la que había adoptado al morir mi abuelo.

Conduje despacio, intentando retrasar lo más posible mi llegada al instituto. Jim vivía en una pequeña casa en las afueras de Coldriver, una ciudad de unos cuatro mil habitantes ubicada entre el frío mar de la costa norte de los Estados Unidos y los frondosos bosques de las montañas. Para mí, Coldriver era el lugar ideal para mi exilio. Era un bello y tranquilo pueblo cerca de las montañas, donde podía encontrar las numerosas plantas que necesitaba para practicar mis conjuros, la mayor parte de ellos de defensa. Sabía que Jim no quería ni oírme hablar del tema, pero en mi fuero interno creía, o quería creer, que podría volver a mi hogar, vencer a los Dake y conseguir restaurar la paz. Mi corazón, que había tenido que proteger con una coraza tras la muerte de mi abuelo y que se había roto en pedazos en mi lucha con William; únicamente se mantenía de nuevo en funcionamiento gracias a una nueva coraza, la que me garantizaba que podría volver a mi hogar, libre de magia oscura, algún día. Acababa de cumplir los diecisiete años cuando murió mi abuelo, ahora sentía que todo lo que había pasado desde entonces me había envejecido, alejándome de mis felices años en la Escuela de Magia, junto a William y a todos mis amigos. El recuerdo de la escuela me entristeció, cortándome la respiración. Era demasiado doloroso dejar salir aquellos recuerdos de mi vida perfecta antes de la muerte del abuelo, cuando anhelaba ser la gran bruja Alyssa. Suspiré y sentí como el dolor arremetió con fuerza en mi pecho. Tenía que ser sincera conmigo misma, mi vida había dejado de ser perfecta antes de la muerte del abuelo, cuando me iba dando cuenta de que la magia oscura se apoderaba de mi novio, el chico más guapo y popular de la Escuela de magia. Sus ojos eran cada vez más oscuros, su mirada más penetrante, y cada vez trataba con más desprecio a los que tenían menos poderes en el colegio. Y conmigo, conmigo era cada vez más posesivo, como si yo fuera un conjuro que él pudiera manejar a su antojo. Yo le obsesionaba tanto como la magia y el poder, y por eso no quería dejarme ir, nunca… Me lo repetía una y otra vez, hasta que me ahogaba… Incluso después de la ruptura, en su retorcida mente yo seguía siendo suya y mis desplantes, un mero juego. Recordé nuestra ruptura, después de muchas discusiones por pequeñas cosas hubo un acontecimiento que lo cambio todo.

“Era ya tarde, y había comenzado a oscurecer. Me había retrasado con mis deberes, así que estaba en la biblioteca intentando terminar mi trabajo. Estaba tan concentrada que apenas advertí la llegada de Rose. Era una de mis mejores amigas desde la infancia, aunque lamentablemente con el pasar de los años escolares habíamos tenido que separarnos en clases diferentes, ya que mis poderes eran mayores que los de ella y por tanto recibíamos lecciones según estos. No obstante, siempre encontrábamos el momento para vernos e intercambiar confidencias, por ello supe apreciar enseguida que algo grave le sucedía.

—¿Estás bien, Rose?

Sus ojos estaban llorosos cuando me contestó:

—Se trata de Eric. Unos chicos de tu clase le están haciendo pasar un mal rato en el patio de la escuela, en la zona del bosque. Sé que debería avisar a algún profesor, pero eso solo haría que luego se ensañaran más con él.

—No te preocupes, avisaré a William, todos le respetan en clase.

—No… Alyssa… William es uno de ellos.

—¿Qué? —pregunté incrédula mientras me levantaba furiosa—. Tiene que haber un error.

—No es la primera vez que William y sus amigos se ensañan con alguno de nosotros, ya sabes, los brujos de segunda categoría.

Yo la miré frustrada y tomándola de las manos le dije:

—Nadie es más importante que nadie, y por supuesto los que tenemos más poderes no podemos utilizarlos en contra de nuestros compañeros. Es uno de los principios de la magia.

—De la blanca sí, pero no de la oscura.

Al escucharla, palidecí mientras la voz del abuelo retumbaba en mis oídos intentando convencerme una y vez que William era un brujo oscuro. Con lágrimas en los ojos añadí:

—Llévame donde están ellos.

—Pero…

—Tú hazlo. Si verdaderamente William está con ellos me aseguraré de que no vuelva a molestaros.

Ambas corrimos hacia el patio, sin tardar en escuchar los alaridos de Eric. El espectáculo era espeluznante. A través de conjuros, le habían confinado en una diminuta jaula, en la que cada vez que tocaba uno de los barrotes sufría una descarga eléctrica. Rose estalló en llanto. Una furia incontrolable surgió de mí al ver sufrir de ese modo al hermano de mi mejor amiga, a un buen chico, a un brujo indefenso ante los poderes de William y sus secuaces. Sin pensarlo, levanté mis manos y con un conjuro liberé a Eric, mientras todos me miraban sorprendidos.

—Alyssa, ¿qué demonios haces aquí?

La voz de William sonó posesiva, sacándome completamente de mis casillas, así que le espeté:

—Eso debería preguntarlo yo. ¿Se puede saber que hacéis maltratando a un compañero?

—No es un compañero, es un simple brujo de segunda o tercera categoría. Además, con alguien tenemos que practicar…

Mi mirada furiosa pareció divertir a William, que respondió:

—¿Qué pasa, Alyssa? ¿Sigues teniendo miedo de probar tus poderes?

Le miré fijamente, intentando mantener la calma, y luego desvié los ojos a los de sus amigos.

—Desde este momento, Rose y Eric están bajo un conjuro de protección que ninguno de vosotros es lo bastante fuerte para romper. Eso es demostrar mis poderes, no la bravuconería y la cobardía de atacar a un brujo con menos poderes como hacéis vosotros.

William se acercó a mí mientras me espetaba al oído:

—Que seas mi novia no te da derecho a hablarme así delante de mis amigos. Mira lo que hago con estos estúpidos brujos de segunda.

De sus manos salieron dos rayos en dirección a Rose y Eric, pero mi conjuro de protección hizo que estallaran contra unos árboles cercanos mientras yo le gritaba:

—Yo ya no soy tu novia...

Tanto él como sus amigos me miraron extrañados, y la voz severa de mi abuelo se dejó oír desde el camino:

—Tus conjuros no pueden romper la protección hecha por una bruja blanca con todo su amor y amistad. Tu padre debería haberte enseñado eso.

William y sus amigos le miraron con rabia, pero ninguno se atrevió a protestar. Sin mediar palabra se marcharon, mientras mi abuelo ayudaba a Eric a levantarse. Este parecía avergonzado cuando dijo:

—Muchas gracias por ayudarme, Alyssa, nunca lo olvidaré.

—Yo también te lo agradezco, aunque siento que te hayas peleado con tus amigos por nosotros —añadió Rose.

—Esos no son mis amigos, vosotros sí.

Los tres nos fundimos en un abrazo, y Eric comentó:

—Me temo que volverán pronto, se habrán cabreado de que me hayas defendido.

—No te preocupes, hijo —respondió el abuelo sonriéndole—. El conjuro de protección que Alyssa ha hecho es muy poderoso, mientras vuestra amistad permanezca intacta, ni William ni otros magos de su calaña podrán haceros daño.

Los dos hermanos nos sonrieron y se alejaron cogidos de la mano, Rose aún algo llorosa y Eric más tranquilo por el comentario de mi abuelo. Cuando nos quedamos solos, yo bajé la cabeza y musité:

—Lo siento mucho.

—Alyssa, estoy muy orgulloso de lo que has hecho por ese muchacho. Anda, vámonos a casa.

Aquella fue de las últimas veces que le abracé, y aún ahora, que había pasado tanto tiempo, pensé en todo lo que daría por volver a hacerlo, por borrar todas nuestras discusiones sobre William, por aquel brujo que tan bajo había caído al lastimar a un inocente”.

 
 

Mi corazón latía tan apresuradamente por los recuerdos que me cortó la respiración y me nubló la vista, así que aproveché que veía acercarse a un par de amas de casa para detener el coche y dejarlas pasar mientras procuraba tranquilizarme. Iban cargadas con el carro de la compra, y parecían más interesadas en mí que en atravesar la calle, ya que habían advertido mi ansiedad y mis ojos desquiciados por el dolor. Era de esperar, en Coldriver no pasaban tantas cosas interesantes como para que la solitaria y recién llegada sobrina lejana del bibliotecario no llevara captando la atención de todo el mundo desde su llegada. Quizás por eso apenas me había movido de casa aquellas siete semanas que habían pasado desde que Jim me había traído, y cuando lo había hecho era para encerrarme en la soledad de la arbolada o en la biblioteca. Era consciente de que en una gran ciudad hubiera pasado desapercibida, pero allí aún me hubiera sentido más desorientada de lo que ya me encontraba ahora, sin un punto de conexión con mi mundo. Exceptuando por la playa, inexistente en Telabaal, el paisaje boscoso de Coldriver me hacía sentir como en mi propio hogar.

“Mi hogar… Telabaal, la capital del reino de Zaeba, un pueblo tan hermoso que, de haber estado en el mundo humano, de buen seguro se hubiese convertido en uno de aquellos pintorescos pueblos que los fines de semana se llenan de turistas cargados de cámaras de foto y vídeo y dispuestos a llevarse todos los recuerdos que encuentren de ese paisaje de postal. Siempre que caminaba por las amplias aceras de Coldriver, recordaba las calles empedradas de mi pueblo, sobre las que los brujos caminábamos sin asomo de interés en cambiarlas por algo más práctico, al igual que habían hecho los humanos. El pueblo estaba dividido por un caudaloso río, y se cruzaba de una orilla a otra a través de cualquiera de los puentes colgantes de inestables piezas de madera. De niños siempre intentábamos ir a columpiarnos a alguno de ellos al salir del colegio, pero invariablemente alguno de los miembros de la Guardia del pueblo se acercaba y provocaba nuestra huida inmediata, entre risas, eso sí. Mi casa estaba en la parte noble del pueblo, al lado derecho de la ribera del río, donde comenzaban las montañas. Allí los magos más poderosos y ricos del reino tenían sus casas, todas de ellas empedradas, amplias y acogedoras para recibir a vecinos y amigos y poder practicar cómodamente la magia. Juntas, en la falda de la montaña, creaban un paisaje espectacular de piedra entremezclada con la hiedra, cada una con el blasón distintivo de su familia en el torreón más alto. Para entrar a ellas había que cruzar una sencilla verja de madera, rodeada por setos en forma de animales. A ojos de cualquier visitante humano parecían fácilmente accesibles, pero nada más lejos de eso. Cualquier casa de Telabaal estaba fuertemente protegida por conjuros mágicos. El ambiente ancestral tenía su culminación en el edificio del Gran Consejo de Brujos, ubicado en lo alto de la montaña, un lugar al que solo los miembros de los clanes más poderosos podían acceder para hacer valer su opinión. Era un pueblo muy seguro, la Guardia, integrada por magos de élite, se encargaba de ello. El problema es que la Guardia estaba sometida al mandato imperativo del Gran Consejo de Brujos, y ahora que este había sido tomado por los Dake, ya no era garante de la magia blanca como lo habían sido hasta la muerte de mi abuelo, el último Gran Brujo del reino de Zaeba”.

Suspiré. Los recuerdos eran demasiado dolorosos, y encima estaba agobiada profundamente por tener que ir al instituto cuando solo quería volver a Telabaal y luchar por mis ideales y los de mi abuelo, defendiendo a todos los brujos buenos que ahora se hallaban en peligro.

Traté de concentrarme en el presente, como el abuelo me había enseñado. Y el presente era que Jim sabía que yo no quería ir al instituto, pero insistía en que si quería evitar levantar sospechas entre los humanos, debía actuar siempre como tal. Era la única manera de asegurar mi supervivencia en Coldriver.

El problema era que tantas novedades eran estresantes y me sometían a más presión de la que ya tenía. Para empezar, y aunque me había prometido no usar mi magia en beneficio propio, intentando alejarme lo más posible de la magia oscura, había necesitado de ella para ponerme al día en los estudios, lo cual me provocaba remordimientos y también algo de miedo. Pero había sido necesario, me convencí, e incluso el abuelo lo hubiera aprobado dadas las circunstancias. Iba a ir al instituto y no sabía ni explicar la Declaración de Independencia, lo cual hubiese resultado muy extraño para mis profesores, que quizás hubiesen comenzado a hacer preguntas que ni Jim ni yo podríamos contestar. Por fortuna para mí había llegado a Coldriver en julio, con lo que había tenido todo el final de las vacaciones de verano para, con un poco de ayuda mágica, aprender todo lo necesario, incluida la conducción de un automóvil. Ahora sin embargo tendría que estudiar, era lo malo de tener tantos valores, me reí en mi interior, que me tocaba hacer deberes y memorizar cosas que nunca necesitaría. Había usado la magia en beneficio propio para que no se descubriera que nunca había pisado un instituto humano y proteger mi identidad y a la Fortaleza; pero ahora que mágicamente ya me había puesto al día, estaba decidida a ser una alumna normal.

Una voz resonó en mi cabeza, una voz varonil, seductoramente atrayente, pronunciada en un bello y frío rostro mientras me acariciaba la mejilla y me miraba con sus ojos oscuros y penetrantes: “Deja de luchar contra tus poderes, Alyssa, utilízalos para todo lo que anheles. Yo lo hago y es una sensación de poder increíble”.

Mi respiración se entrecortó al recordar que, incluso aunque en sus brazos me costaba mantenerme firme en cualquiera de mis propósitos, la educación de años había podido y le había contestado: “el uso en beneficio propio de la magia nos lleva a la magia oscura”. William se había reído, con aquella sonrisa que me había cautivado desde los dieciséis años, y me había besado apasionadamente en lugar de seguir discutiendo. Durante un tiempo, eso había sido una buena solución a nuestras diferencias, pero aquello que no solucionas vuelve a ti una y otra vez, incrementándose, hasta que ni siquiera el beso pasional del primer amor puede detenerlo.

Me estremecí y por un momento perdí el control del coche, aunque por suerte la calle era lo bastante ancha y me permitió disimular haciendo ver que iba a aparcar. Dejé el coche y saqué de mi mente cualquier pensamiento relativo a William. Estaba en Coldriver y hoy era mi primer día de clase. Todo lo demás era el pasado, y no quería que me afectara más de lo que hacía cada noche, en mis terribles pesadillas, en mi insomnio cada vez que recordaba todo lo que había sucedido antes de mi huida con Jim.

El instituto tenía un aspecto agradable, muy en la línea de las casas de Coldriver, lo cual hizo que mis facciones se relajaran. Era algo maniática del orden, supongo que por herencia de mi abuelo, y por ello me gustaba la sensación que el pueblo me transmitía, con sus edificios y calles de aspecto limpio y cuidado. No había mucho tráfico, así que observé que algunos alumnos habían llegado al instituto montados en bicicletas de brillantes colores. No pude dejar de pensar que me hubiera encantado venir caminando lentamente por las empedradas calles, como hacía en mi antiguo colegio. Suspiré. Lo había hecho, había vuelto a dejarme llevar por los recuerdos, y el problema es que cada imagen de mi hogar venía asociado a una fotografía de William en mi mente.

“Yo jamás había salido con ningún chico, así que aún recordaba la emoción que sentí cuando me tomó de la mano por primera vez y me propuso:

—¿Por qué no creamos un portal mágico juntos? Me gustaría enseñarte mi lugar secreto. Nunca llevo nadie allí.

—¿Y quieres llevarme a mí? —pregunté incrédula. A pesar de toda la atención que me había venido prestando en las clases, aún me costaba entender qué veía el chico más deseado del colegio en mí.

—Solo quiero llevarte a ti, siempre, solo a ti, Alyssa —me contestó con una de aquellas seductoras sonrisas que enamoraban a cualquiera.

Yo había sonreído bobaliconamente, en aquel momento el “siempre” me parecía muy romántico. Sin embargo había esbozado una duda:

 —¿Pero eso no es peligroso? La señorita Remington siempre nos ha dicho en clase que todavía no debemos…

—Alyssa, somos los brujos más poderosos de toda la escuela y seguramente más que la mayoría de los padres de nuestros compañeros. No hay por qué tener miedo. Confía en mí.

Sus profundos ojos negros me subyugaron, como siempre. Era tan convincente, intrépido e impulsivo. Yo tenía dieciséis años y, después de pasarme la vida recatadamente entre la escuela de magia, mis amigas y mi hogar con el abuelo, ahora sentía que sus ganas de aventura impregnaban todo mi cuerpo. Recordé que junté las manos con las suyas y musitamos al unísono las palabras para abrir el portal, más emocionada que asustada por romper las reglas o por el posible peligro; sintiendo una embriagadora sensación de libertad. Aquel día William me dio mi primer beso a orillas del que se convertiría en nuestro refugio y, si hubiese sido más lista, me hubiera dado cuenta de que lo más peligroso aquella tarde no había sido crear el portal, sino convertirme en la novia formal de William Dake”.

Cerré el coche violentamente, como si quisiera eliminar con el portazo aquellas imágenes del pasado que retumbaban en mi mente y me robaban la paz que Jim estaba intentado darme en Coldriver. Me tomé un minuto para serenarme, respirando hondo hasta que mi corazón dejó de palpitar tan apresuradamente. Al dejar caer la vista en el edificio, no pude dejar de pensar en mi Escuela de Magia, en que aquel año podría haber participado en su decoración. Sonreí amargamente. Desde tiempos inmemoriales, la Escuela de Magia cambiaba una vez al año totalmente su fisonomía. Los alumnos de último año, capitaneados por los dos mejores brujos de la promoción, se encargaban de remodelarla completamente. Era un proyecto al que dedicaban todo el año, aprendiendo conjuros que les permitieran trabajar con fachadas, torreones, escaleras, aulas… Desde que había entrado en la Escuela de Magia había deseado que llegara ese último año. Sabía que era de las mejores alumnas la escuela, así que podría haber estado allí, creando en la realidad los bocetos que había dibujado durante años. Pero mi sueño se había hecho añicos, no había nada que construir, porque ni siquiera yo estaba allí para luchar por ello. Una lágrima estuvo a punto de deslizarse por mi mejilla, así que cogí todas mis fuerzas para cargar mi mochila nueva a la espalda y dirigirme a la entrada. Si quería seguir adelante, tenía que aprender a dominar mis recuerdos y mis sentimientos, no había otra opción posible.

La entrada estaba atestada de gente, lo cual me hubiese puesto bastante nerviosa si no hubiera sido porque Sharon estaba allí, esperándome. William tenía la costumbre de catalogar a las personas con un adjetivo y, muy a mi pesar, pasar tanto tiempo junto a él había hecho que yo comenzara a hacer lo mismo. El adjetivo que describía a Sharon era “excesiva”. Llevaba demasiado maquillaje y tinte en el pelo, su cuerpo exuberante hubiera quedado mejor en una ropa menos ceñida y de colores más discretos; y su conversación era insulsa y monotemáticamente basada en los chicos. No era la amiga que yo hubiera elegido, pero lo cierto es que había sido amable conmigo, a pesar de no ocultarme que yo le parecía algo extraña. Su padre tenía un pequeño café al lado de la biblioteca, y este le había pedido que me esperara en el aparcamiento el primer día de clase para que yo no me sintiera tan cohibida. Antes de eso habíamos tomado algún café juntas, cuando yo iba a visitar a Jim, y la experiencia había sido curiosamente relajante. Dado que para Sharon solo existía una persona en este mundo, ella misma, podíamos pasar dos horas juntas sin que me hiciera ni una sola pregunta acerca de mi pasado o cómo había llegado a vivir con Jim. Era como estar en casa escuchando la radio de lejos, bastaba con asentir cada cierto tiempo y dejar vagar mi mente en algo que me interesara más.

Aquella mañana se había vestido más exagerada que de costumbre, como si fuera ir a una discoteca. Parecía que su objetivo diario era luchar desesperadamente en convertirse en el centro de atención, aunque me temo que no lo conseguía nunca.

Como era previsible, aquella mañana tampoco estaba interesaba en mi estado de ánimo o mis expectativas, solo buscaba a alguien a quién hablarle sobre el chico que le gustaba aquella semana. Lo cual no dejaba de ser una ventaja, porque mientras ella parloteaba incesantemente yo me dediqué a observar silenciosamente el terreno, intentando adivinar si podría adaptarme al instituto como lo había hecho a Coldriver, aunque cada día sintiera una punzada de dolor en mi corazón recordando mi hogar.

—¿Miss Sullivan?... ¿Claire?

Tardé un poco en reaccionar. Jim me había creado una falsa identidad y aún me costaba acostumbrarme a mi nuevo nombre y apellido.

El que me hablaba era un apuesto chico, que parecía que no había cumplido ni los veinte años. Era alto y atlético, y me sonreía tanto con sus labios como con sus atractivos ojos color avellana. Tenía el cabello ondulado, color miel algo más oscuro que el mío, que le caía sobre su blanca tez, confiriéndole un aire romántico. Sharon le miró coquetamente y me susurró al oído:

—Creo que has hecho tu primera conquista, nos vemos en clase.

—Conquista… —repetí. Eso no salía en los libros que había memorizado durante el verano, así que no supe muy bien qué hacer. Tenía ganas de tirarle un libro a la cabeza a Sharon por abandonarme así a mi suerte.

El chico parecía divertido con mi situación, así que dejé que comenzara él la conversación.

—Mi nombre es Noah. Soy el profesor de economía y también llevo las tutorías de los nuevos alumnos, es decir, la tuya, ya que eres la única que ha llegado este año.

Sentí que en mi interior iba creciendo el enfado por aquella novatada tan tonta, así que contesté impaciente:

—Mira, entiendo que es muy divertido hacerte pasar por profesor para reírse de la alumna nueva, pero no tengo tiempo para tonterías, he venido aquí a clase y no quiero llegar tarde.

Sin darle tiempo a contestar me giré bruscamente y caminé con paso firme hasta la secretaría, que por suerte para mí estaba muy bien indicada. Era una habitación pequeña, aunque decorada con mucha gracia, casi me recordaba más a una de las cocinas de las casas de Coldriver que a un despacho. Una señora de pelo canoso y sonrisa amable me dijo:

—No te conozco, así que debes ser Claire Sullivan, la hija adoptiva de Jim.

Intuí que, como me había imaginado, todo el mundo debía estar cotilleando acerca de mí. Intentando evitar que me hiciera más preguntas me apresuré a contestar:

—Me preguntaba si podía darme el horario de mis clases y alguna indicación de cómo llegar ellas.

—Claro, claro, Pero, toda esa información se la di a tu tutor. Me comentó que te esperaría en la entrada.

Un estremecimiento recorrió mi columna.

—Disculpe, ¿cómo se llama mi tutor?

—Noah Canfield —dijo una voz divertida a mis espaldas.

Me giré y allí estaba él, enseñándome los papeles. No parecía enfadado. La secretaria, visiblemente más sonriente ante su presencia comentó:

—Os debéis haber cruzado en la puerta.

—Exacto —contestó él, intentando que no se le escapara una carcajada mientras yo me ruborizaba.

El teléfono comenzó a sonar insistentemente, así que nos libramos de las preguntas indiscretas de la secretaria. Él me indicó que le siguiera hasta un pequeño despacho. Estaba abarrotado de libros y papeles, y tuve ganas de ponerme a ordenarlo todo. Me sentía muy avergonzada, así que le dije:

—Siento lo ocurrido, profesor.

—No, en absoluto. Me encanta que me hayas confundido con un alumno, va bien para mi ego.

—Es que en mi anterior escuela los profesores eran todos, ya sabe… bastante mayores y por eso me confundí.

—Tengo veinticinco años, ¿te parezco lo bastante mayor?

—Sinceramente, no. En mi anterior escuela para ser un maestro debías acumular años de experiencia, muchos.

Él rio y contestó:

—Me gusta tu sinceridad, Claire. ¿Puedo llamarte así? No me gustan los formalismos.

—Por supuesto.

—Ahora te daré tu horario de clases y el mapa de la escuela, será mejor que te apresures porque las clases comienzan en diez minutos. No me gusta atosigar a los alumnos con las tutorías, así que prefiero que tengas la libertad de venir a verme siempre que quieras. ¿Te parece bien? Quiero ayudarte a que estés a gusto en tu nueva vida.

Genial, un profesor guapísimo de ojos bondadosos y pacientes que se preocupaba por mis sentimientos. Algo inaudito en mi escuela anterior, aunque no podría decir que me molestara. No, definitivamente esto era mejor que en mi antiguo colegio. Sin saber qué decir, musité:

—Gracias, profesor.

—Noah a secas.

Yo asentí y él me estrechó la mano, suave y blanca como la mía. Sentí que una corriente me recorría el cuerpo cuando volvió a sonreírme. Era un hombre realmente atractivo y amable, no se parecía en nada a cualquier profesor que yo hubiese tenido antes. Salí apresuradamente del despacho, lo último que quería era comenzar a sentir atracción por un humano, y menos si este era mi tutor. Antes de que cerrara la puerta oí cómo me decía amablemente:

—No temas, Coldriver es un pueblo pequeño y el instituto también lo es. Te adaptarás fácilmente.

Si hubiese sido Jim me hubiera reído y le hubiese contestado que no podría adaptarme nunca a estudiar entre humanos, pero la voz aterciopelada de Noah fue como una cálida caricia que me hizo sentir cómoda y reconfortada, por primera vez desde que había llegado al instituto.

A pesar de mis temores iniciales, no fue difícil encontrar la clase, y de hecho, si no hubiera sido por la ropa, la sensación que me transmitía el instituto era muy parecida al colegio de magia el primer día de las clases después de vacaciones. Era una atmósfera cargada, llena aún de la vitalidad del verano, con miles de historias que explicar, y a la vez implicaba la pérdida de libertad, de los días de sol y playa, de levantarse a la hora que te daba la gana, de la relajación de las normas paternas. Los alumnos bromeaban entre ellos, y se abrazaban y saludaban efusivamente, celebrando el reencuentro. Observé que había muchos pósteres y folletos desplegados con los clubes y actividades extras para apuntarme. Como no había ninguna que fuera de cómo batir a tu antiguo novio brujo y liberar a tu reino mágico, decidí que mis actividades extras seguirían centradas en practicar conjuros en el sótano de Jim.

Entré en la clase algo cohibida, buscando un sitio libre. Una chica de las primeras filas me sonrió y me indicó el pupitre de al lado. Con voz suave me dijo:

—Tú debes ser Claire Sullivan. Soy Esther Hay.

—Encantada.

Esther y yo conectamos enseguida. Era una chica de amables ojos castaños enmarcados en delicadas facciones por una oscura y corta melena. Su tono de voz era apaciblemente sosegado y tranquilo; un placer después de escuchar a Sharon. En pocos minutos me ayudó a organizar los papeles que me había pasado Noah, y se ofreció a ayudarme en lo que necesitara.

El primer día de clase había conocido a mi apuesto y atento tutor y a una amable compañera, me había reído en el comedor con el grupo de amigos de esta última y había seguido sin problema las clases. Quizás ser humana no estaba tan mal.