2.    Velada con Jim
 

 
 

Después del instituto me fui directamente a casa. Dejé el flamante coche nuevo de Jim en el garaje y me alegré de no haberle hecho ni un rasguño.

 

Una de las cosas que me gustaba de la casa de Jim es que en ella me sentía como en mi propio hogar. Quizás porque era un poco como él: sencilla, pero con todo lo necesario, cómoda y bella a la vez. Por eso intentaba mantenerla como estaba la primera vez que la había visto, ordenada y limpia. Lo cual no era fácil para alguien que nunca en su vida había movido un dedo para realizar tareas domésticas. Sonreí para mis adentros al recordar los primeros días de convivencia con Jim. Él no tenía servicio doméstico, como yo en Telabaal, así que se encargaba de la casa personalmente. Y debo decir que lo hacía muy bien. Me daba vergüenza admitir que no sabía hacer ninguna tarea doméstica, así que le había pedido a Beatrice que me enseñara, lo cual había sido hasta divertido, si exceptuamos la plancha... El caso es que después de unas cuantas lecciones, ya sabía todo lo que necesitaba. Miré a mí alrededor, evaluando el trabajo pendiente. Jim había barrido el suelo antes de ir a la biblioteca y había puesto el lavavajillas, así que recogí los platos limpios y fregué las baldosas hasta dejarlas relucientes. Después puse una lavadora y subí a mi habitación a cambiarme de ropa. Mientras me desnudaba repasé el horario de clases que había colocado en una esquina de mi tocador. Había marcado una clase en rosa: Tutoría. Aunque me sentía un poco ridícula por no poder sacarme a mi nuevo profesor de la cabeza no podía evitarlo. ¿Qué me pasaba? El mismo día en que le había asegurado a Jim que pasaba de chicos, me quedaba subyugada por uno de ellos, por sus ojos color avellana, su sonrisa perfecta y su amable voz. Intenté borrar esos pensamientos y cambiarlos por: “humano, profesor, fuera de mi alcance”. Como no funcionaba, me puse un cómodo chándal y tomé mi libro de magia. Concentrarme en lograr un conjuro difícil sí que eliminaría de mi mente los dulces ojos y las bellas facciones de Noah..., al menos por un rato.

 

 
 

 
 

 
 

—¿Claire? Ya estoy en casa y traigo una apetitosa pizza y helados para celebrar tu primer día de clase. Por hoy nos saltaremos la comida sana. La ocasión lo merece.

Subí las escaleras del sótano de dos en dos y cuando abrí la puerta del vestíbulo me abalancé sobre Jim y le di un espontáneo abrazo. Él pareció contento y a la vez algo cohibido, así que añadí:

—He conseguido un conjuro dificilísimo: enviar un objeto desde el sótano a mi habitación. ¿Sabes lo que significa eso? Que el abuelo tenía razón. Soy más poderosa de lo que me imaginaba, solo tenía que creer en mí y trabajar en ello...

Jim me sonrió paternalmente, pero fue fácil ver un atisbo de preocupación en sus ojos. Después de lo bien que se había portado conmigo no quería contrariarle, así que añadí:

—Sé que aún no soy lo bastante fuerte como para luchar contra la magia oscura, Jim, pero algún día tendré que hacerlo.

—Lo sé, pero le prometí a tu abuelo que cuidaría de ti y eso conlleva que no puedo dejarte volver a Telabaal hasta que sea el momento adecuado —me recordó.

—¿Y cómo sabrás cuándo estaré preparada? —quise saber.

—Supongo que tu abuelo confiaba en que tú y yo, juntos, lo sabremos cuando eso suceda.

Yo asentí, era imposible no mostrarse de acuerdo con Jim, siempre tan ecuánime y tranquilo. Sin embargo, notó que aún tenía dudas en mi interior, así que me llevó al jardín, donde estaba plantado un hermoso bambú japonés.

Mientras admiraba de nuevo su belleza, Jim me explicó:

—La historia de crecimiento del bambú es similar a la de nuestro camino de aprendizaje interior, por ello lo planté en el jardín, para que me mostrara siempre la necesidad de la paciencia y la fe.

Hizo una pausa, acariciando levemente el tronco. Después continuó diciendo:

—Cuando plantas la semilla del bambú, la abonas y la riegas constantemente, pero, aparentemente, nada sucede durante los primeros siete años.

—¿Siete años?

—Sí, un largo tiempo, que haría que un cultivador inexperto estuviera convencido de que la semilla que había plantado era infértil. Sin embargo, para quién conoce el bambú, sabe que después de siete años, en apenas seis semanas, la planta crecerá hasta alcanzar los treinta metros.

—¿Solo tarda seis semanas en crecer?

—No, en realidad tarda siete años y seis semanas —repuso sonriente—. Durante los primeros siete años en los que aparentemente estaba inactivo, en realidad el bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirán sostener el crecimiento que tiene. Tu regreso a Telabaal debe ser igual. Sé que anhelas volver y luchar por tu pueblo, pero necesitarás dominar tu poder y la magia completamente antes de enfrentarte a los Dake.

Yo permanecí en silencio, reflexionando. Después añadí:

—Comprendo lo que me quieres decir. No puedes ponerte delante de la semilla e intentar precipitar las cosas, porque luego las raíces no serían lo bastante fuertes para sostener el tronco. Tengo que estudiar para ampliar mis poderes y a la vez fortalecer mi espíritu para asegurarme que nada ni nadie me lleve a la magia oscura…

Él asintió y yo acaricié nuevamente al bambú mientras musitaba:

—A veces me gustaría ser como los humanos, que no tienen que estar continuamente luchando entre el bien y el mal.

—¿Eso crees? Los humanos tienen su propia magia oscura, que puede presentarse en ellos de muchas maneras. Viven en el miedo, la ira, el resentimiento, el odio, la violencia o las ansias de poder. Se estancan en el pasado y no asumen la responsabilidad de sus actos ni luchan por lo que realmente desean. Y todo ello les lleva al sufrimiento y a un estancamiento que no permite a sus almas evolucionar. Sus auras, su mente y su cuerpo se vuelven oscuros y pierden su derecho de nacimiento de ser felices. Entregan su poder y ni siquiera son conscientes de ello.

—Pero tú y tu familia sí que sois felices, al menos la mayor parte del tiempo. Beatrice, su esposo John, tú… cuando estoy con vosotros solo siento paz y armonía.

—Eso es porque aprendimos a llevar una vida espiritual. Dominamos la mente con meditaciones y visualizaciones, practicamos la mejora constante tanto en nuestra vida espiritual como física y tenemos presente en todo momento que lo que hacemos a los demás regresa multiplicado a nosotros, siempre, sin excepción. Pero tardamos años en conseguir este autocontrol, Claire, y de hecho aún nos queda mucho por aprender.

—Cada día comprendo más porque el abuelo te eligió para cuidarme. Creo que serías un buen maestro… —me atreví a decir—. ¿Podrías ayudarme a mejorar mi autocontrol? Soy capaz de hacerlo con los conjuros pero me gustaría aprender a dominar mi mente y mis sentimientos.

Jim rio, pero añadió:

—Estaré encantando y será un honor ayudarte, pero, al igual que sucede con este bello bambú necesitas tiempo… y hoy ha sido tu primer día de instituto, así que dejaremos aparcada la magia y nos centraremos en disfrutar el presente.

 —Me parece bien —contesté risueña — ¿Qué decías de una terrenal y humana pizza?

Puse el mantel mientras Jim preparaba los platos y los vasos. Serví sendos zumos de naranja y le di un bocado a mi primer trozo de pizza, que, como siempre, me resultó delicioso. Mientras cenábamos comenté cómo había ido mi primer día, aunque por algún motivo que desconocía no hablé en ningún momento de Noah. A medida que las horas del día habían ido pasando, aquel guapo y encantador profesor parecía salido de mi imaginación, y temía que si hablaba de él la realidad lo eliminaría. Así que me centré en mis compañeros de clase.

—Esther es una chica encantadora, y por lo que sé muy buena alumna. Me alegro de que hayas hecho amistad con ella. Además, es una lectora empedernida como tú, cada semana viene a la biblioteca por nuevos libros. Seguro que tendréis muchas cosas de qué hablar —comentó Jim.

Yo asentí y él añadió:

—Claire, ¿has echado mucho de menos tu antigua Escuela de Magia?

Vacilé antes de responder. Jim se había jugado la vida adentrándose en el reino de Zaeba para rescatarme en Telabaal antes de que me alcanzaran los Dake; había luchado para que me permitieran entrar en el mundo de los humanos y me había acogido en su casa como si fuera parte de su familia. Por todo ello me resultaba muy difícil quejarme de algo o mostrarle mis sentimientos si eran de tristeza,  ya que me hacía sentir desagradecida. Sin embargo, sabía que Jim era lo suficientemente inteligente como para saber cuándo le mentía si me preguntaba directamente, así que confesé:

—Añoro estudiar cosas útiles, para cuando regrese a casa. Me gustaría mejorar mi técnica con los conjuros, ayudada por un buen profesor. Puedo hacer algunos en el sótano, pero para otros necesito cielo abierto...

—¡Ni se te ocurra sugerirlo! Aunque no te negaré que me encantaría verte en acción. ¿Te imaginas la cara de nuestras vecinas si te vieran? –bromeó Jim.

Ambos reímos en grandes carcajadas y Jim añadió más seriamente:

—Y en cuanto a lo demás, ¿cómo te sientes?

Suspiré antes de contestar:

—Creo que no va a quedar muy bien que lo diga, pero me ha resultado extraño ser una desconocida. Aunque por otra parte también es relajante, ya que nadie espera que sea la mejor de la clase, ni la más popular, ni los profesores me miran con lupa para ver si cumplo con las expectativas de ser la bruja más poderosa que haya existido —suspiré intentando encontrar las palabras adecuadas—. Si quisiera usar una metáfora diría que en Telabaal era una princesa  y aquí he perdido mi trono, aunque no sabría decirte si lo echo de menos realmente.

Jim rio ante mi tono de falso dramatismo y añadió tomándome de las manos:

—Eres una princesa, Claire. Lo eras en Zaeba y también aquí.

—Una bruja princesa sin reino —musité.

—Una bruja princesa con un reino al que volver —me aseguró.

—Cuando sea lo bastante fuerte, como diría el abuelo —suspiré—. Ojalá él también estuviera aquí.

Mi voz se apagó lentamente ante su recuerdo, así que Jim cambió de tema rápidamente. Durante el resto de la velada me contó lo que sabía de mis compañeros de clase, ya que tenía mucho contacto con ellos en la biblioteca. Reímos despreocupadamente y al finalizar la cena, Jim cogió un libro como tenía por costumbre hacer todos los días. Antes de coger el mío, encendí unas velas protectoras y un incienso para purificar el ambiente. Mientras lo hacía y veía a Jim absorto en su lectura, no pude dejar de recordar la primera noche que pasamos juntos en la Fortaleza.

“El camino desde Telabaal era largo, pero Jim había tomado un rápido atajo por los bosques. No era la forma más segura de llegar a la Fortaleza, pero si la más rápida. Ambos confiábamos en que mi conjuro de invisibilidad nos permitiese llegar hasta ella sin ser vistos, aunque mi mayor temor era que William hubiese percibido mi magia. Si lo hacía, me pregunté si sospecharía de mi huida a la Fortaleza, algo que resultaba poco probable. Al fin y al cabo, ningún brujo se acercaba a ella. Era un lugar temido y prohibido a partes iguales.

Era medianoche cuando llegamos. Supe inmediatamente que estábamos allí, más por la extraña sensación que recorrió todo mi ser que porque el carruaje hubiese aminorado la marcha. Nerviosa, no pude evitar sacar la cabeza por la ventanilla. El espectáculo era impresionante. El castillo estaba protegido por dos murallas concéntricas de piedra, en las que destacaban hermosas y brillantes torres puntiagudas. La entrada a la Fortaleza, que se había abierto como por arte de magia, se encontraba entre las dos torres más altas. Allí un puente levadizo salvaba el foso y nos llevaba hasta la segunda muralla, cuya puerta también se abrió sola. Ya en su interior, el castillo se alzaba ante nosotros como una masa de piedra de inexpugnable belleza. La puerta se abrió nuevamente sin que viéramos a nadie, y el carruaje se adentró en el patio de armas. Jim me abrió galantemente la puerta y me ayudó a bajar. Con voz suave me dijo:

—Aquí estás a salvo, Alyssa. Vamos, tenemos mucho que hacer.

Rápidamente recogimos entre los dos las maletas y los libros que se habían desperdigado. Pesaban bastante, así que Jim se hizo cargo de llevar la mayor parte de ellos. Me resultaba fascinante como se movía por la Fortaleza, como si no sintiera miedo, solo premura. Yo estaba aterrada, no solo por todo lo que había oído hablar de este lugar desde niña, sino también porque la extraña sensación que me había acuciado en el pecho al atravesar la primera puerta se iba haciendo más fuerte a cada momento.

Seguía lloviendo, pero Jim se las había ingeniado para dejar el carruaje a cubierto, así que los libros estaban protegidos. No se podía decir lo mismo de nosotros, que aún estábamos calados hasta los huesos por la lluvia. Por ello, al seguir a Jim a través de las estancias, sentí cómo la humedad de la piedra me provocaba fuertes escalofríos. Subimos unas escaleras, adornadas con una bella y delicada alfombra púrpura, que lamenté estropear con mis botines manchados de barro. Jim no parecía advertirlo, seguía mirando incesantemente su reloj. Rápidamente me guio hasta una amplia sala, decorada con blasones, uno de ellos el que distinguía el reino de Zaeba. Miré ansiosa la chimenea, pero estaba apagada. Jim, que había depositado las maletas en el suelo, tuvo el mismo pensamiento que yo y se acercó a los troncos intentando buscar la manera de encenderlos. Sin dudarlo le dije:

—Yo lo encenderé.

Alcé mis manos, pronuncié las palabras... y me quedé esperando. Volví a alzarlas, repetí el conjuro y nada pasó. Jim iba a decir algo cuando una voz madura y serena retumbó a mis espaldas:

—Tu magia no funciona aquí, joven Alyssa.

Me giré intrigada. Quién me hablaba era un caballero de unos cincuenta años, ataviado con una cota de mallas y un blasón blanco cubriéndole el pecho; en cuyo centro la imagen de la Fortaleza sobresalía ricamente bordada. Era alto y fuerte, y desde luego su presencia era imponente. Jim suspiró aliviado al verle, y cruzó la estancia para estrechar su mano. El caballero a su vez le palmeó la espalda mientras le decía:

—Sabía que lo conseguirías, viejo amigo.

Creo que ambos advirtieron mi curiosidad, por lo que Jim explicó:

—Alyssa, tenemos el honor de que el gran Maestre de la Orden de la Fortaleza nos acoja esta noche.

—¿Vamos a pasar la noche aquí?

De algún modo, la perspectiva de quedarme más tiempo mojada y helada entre aquellos muros de piedras comenzaba a parecerme más terrorífico que enfrentarme a los Dake. El Maestre comprendió y me contestó:

—Tenemos muchas cosas de qué hablar, joven Alyssa. Pero no te preocupes, lo haremos en un lugar más cómodo

Hice un esfuerzo por sonreír ante sus amables palabras, pero seguía tiritando. El Maestre hizo una señal y un joven caballero apareció de la nada.

—Arthur, haz el favor de llevar a la joven Alyssa y a mi buen amigo a sus aposentos. Estoy segura de que ambos estarán deseando cambiarse esas ropas mojadas. Después nos reuniremos en el comedor. A pesar de la hora que es, estoy seguro de que ambos agradeceréis una buena sopa caliente y algo de comer.

Jim y yo aceptamos encantados, y seguimos rápidamente al joven caballero. Era muy alto, fuerte y esbelto a la vez, de suaves facciones y sonrisa amable. No pude evitar preguntarme cómo sería la vida allí, lo que añadió nuevos escalofríos a mi cuerpo, que desaparecieron en cuanto entré en la habitación que me habían asignado. Para empezar, tenía una gran chimenea encendida, con lo que estaba muy caldeada. En el centro había una gran cama con dosel, donde me habían dejado toallas secas y extraños ropajes:  un jersey de cuello alto negro y unos pantalones como los de un hombre, aunque parecían de mi talla. Genial, ahora aparte de exiliada y preocupada tendría que disfrazarme de chico...

Diez minutos más tarde, Jim y el caballero acudieron en mi búsqueda, así que no tuve tiempo para demasiadas cavilaciones. Mientras seguíamos al caballero por los silenciosos pasillos susurré:

—¿Por qué me han disfrazado de chico?

Tanto Jim cómo Arthur estallaron en carcajadas que no comprendí. Jim se apresuró a contestar:

—Son ropas de chica, humana. Saldremos al amanecer de la Fortaleza y debemos pasar desapercibidos.

—¿Las chicas humanas llevan pantalones? ¿Nada de túnicas, ni vestidos?

—Vestidos sí, aunque bastante diferentes de los que dejaste en Telabaal. No te preocupes, mi hermana Beatrice te ayudará en eso.

Hice una mueca y de pronto yo también estallé en carcajadas. Ellos me miraron interrogativamente y yo respondí:

—Ahora sí que no comprendo que mi abuelo quisiera que me fuera al mundo de los humanos. ¡Su nieta vestida con ropa masculina!

Jim rio a carcajadas y asintió, pero añadió:

—Que sepas que esos pantalones se llaman jeans y son la última moda.

Seguíamos riendo cuando llegamos hasta el espacioso comedor, cómodamente caldeado. Por suerte mi nuevo vestuario había incluido botines, así que no tenía que preocuparme por manchar las alfombras que decoraban toda la estancia. El Maestre nos indicó que nos sentáramos en la mesa, donde había dejado sendas sopas de cebolla con queso. Creo que nunca había agradecido tanto una bebida caliente, como si reconfortara no solo a mi cuerpo helado sino también a mi corazón. Mientras bebía, miré de reojo al Maestre, quién, a pesar de su corpulencia, no me intimidaba, sino que me recordaba un poco la mirada limpia y profunda de mi abuelo. Por eso me atreví a preguntar:

—Mi magia no funciona en este lugar, ¿verdad? ¿Es por eso por lo que me siento tan extraña, como si me faltara algo?

El Maestre se levantó y me indicó que observara el inmenso cuadro que coronaba la estancia. En él la Fortaleza se alzaba sobre un banco de nubes, y entre estas se hallaban dibujados los blasones que había visto colgados en la primera sala.

—Eres muy perspicaz, joven Alyssa. La Fortaleza es un sitio de paso, entre mundos diferentes, no solo entre humanos y brujos, también otros reinos, aunque algunos de ellos fueran destruidos hace mucho tiempo.

Hizo una pausa, como si le doliera, y después añadió:

—Los lugares de paso de un mundo a otro tienen su propia magia, que permite que en ellos puedan encontrarse seres diferentes en igualdad de condiciones. Yo soy humano y tú una bruja, pero en estas paredes ambos carecemos de cualquier poder. Por ello la Fortaleza es un lugar de amnistía, de celebración de reuniones que competen a diversos mundos.

—Por eso si los Dake no vienen aquí no es porque esté prohibido, sino porque tienen miedo de estar sin sus poderes.

—Exacto, joven Alyssa, y eso mismo se puede extender a todos los demás brujos. Sois la raza que más teme a la Fortaleza, porque sois los que más poder pierden al entrar a ella. Aquí sois vulnerables. No estáis entrenados para la lucha como puedan estarlo mis caballeros de la Fortaleza.

—¿Son todos humanos?

—No, solo yo. Como te he dicho la Fortaleza es un lugar de amnistía, así que los caballeros que la protegen no representan a ningún reino, solo defienden la paz y la justicia.

—¿Cuántos caballeros hay?

—Me temo joven Alyssa que por seguridad no debo contestar a esa pregunta.

—Los brujos somos vuestro enemigo común —musité tristemente.

—Yo prefiero decir que simplemente nos protegemos de la magia oscura, como haces tú. Alyssa, tu abuelo era un gran hombre y uno de mis mejores amigos. Él ayudó a mejorar esta Fortaleza.

—¿Mi abuelo colaboró con un sitio en el que los brujos perdiéramos nuestros poderes? —pregunté incrédula.

—No los perdéis, solo que no podéis usarlos porque quedan anulados mientras permanecéis en este espacio. Es un matiz muy importante, joven Alyssa.

—Pero, ¿por qué?

—Alyssa, no necesito decirte que el difícil equilibrio entre la magia oscura y la magia blanca ha ocasionado ya demasiadas guerras en vuestro reino. Pero, si además pudierais adentraros en los otros, la ambición de poder de los brujos oscuros les llevaría a intentar sumir a las otras razas en una dictadura.

—Y los otros seres no tendrían ninguna posibilidad...

—No exactamente, cada raza tiene su manera de luchar, de defenderse, y no se puede subestimar a ninguna. El problema no es quién es el ganador de la batalla. Si hubiera una guerra entre mundos, venciera quién venciera, siempre habría pérdidas, en todos los bandos.

—Alyssa, todos los mundos están sumidos en guerras continuas, no solo vosotros. Los humanos no han aprendido nada en tantos siglos de historia, y se siguen matando los unos con los otros, sin darse tregua. No tienen vuestros poderes, pero utilizan su inteligencia para crear armas que podrían destruirlos a todos —añadió Jim.

—Cada mundo, a su manera, es un peligro para sí mismo y para los demás, por eso en el principio de los tiempos se hizo una alianza entre mundos —añadió el Maestre con voz apesadumbrada—. Se prohibió el acceso de unos a otros, y solo se ha permitido en contadas ocasiones, para salvaguardar el bien común o en caso de catástrofes...

—¿Qué clase de catástrofes?

—Todo eso ocurrió hace muchos años —interrumpió Jim—. Debemos centrarnos, no tenemos mucho tiempo antes de que amanezca.

—Mi viejo amigo tiene razón, como casi siempre—. Hizo demasiado hincapié en estas últimas palabras, pero yo estaba demasiado cansada para advertirlo—. Alyssa, ahora ya comprendes que los brujos no vienen a la Fortaleza porque aquí pierden sus poderes, es la manera de evitar que la crucéis. En cambio, respecto a los humanos optamos simplemente por mantenerla en secreto, no están preparados para conocer la verdad. Solo la Guardia Humana de la Fortaleza sabe de su existencia y debemos guardarte de ella tanto como de los Dake.

—¿Quiénes son? —pregunté curiosa. Por primera vez en mi vida me sentía como si desconociera todo lo importante.

—Herederos de los que firmaron la alianza al principio de los tiempos, su cargo ha pasado de padres a hijos durante cientos de generaciones.

—¿Son guerreros?

—No, son guardianes de la paz en el mundo humano. Nunca han atacado a los otros mundos, y aceptan que seres mágicos se adentren en sus territorios en son de paz y por una causa mayor.

—¿Me aceptarán a mí?

—No, a la gran bruja Alyssa, no. Pero sí que permitirán que una joven huérfana que huye de la magia oscura se adentre en el mundo humano de la mano de una familia a la que ellos respetan.

Jim carraspeó, dando a entender que el Maestre me estaba dando demasiada información. Este continuó:

—La familia de Jim ha demostrado su bondad a lo largo de los años, y fueron elegidos expresamente por tu abuelo para cuidar de ti. La Guardia de la Fortaleza también lo acepta, siempre y cuando crean que no eres un peligro. Por ello nadie debe saber que eres Alyssa.

—No lo entiendo… No he hecho nada…

—Digamos que la profecía es temida por todos por igual: “De la unión de los dos brujos de linaje más antiguo nacerá el poder invencible”. Tu magia junto con la de William Dake podría someternos a todos, seríais invencibles, y ningún reino estaría a salvo.

—¡Pero yo nunca estaré con William! Estoy harta de que esa profecía gobierne mi vida. Además, ni siquiera tiene por qué ser cierto que nosotros seamos los brujos más poderosos.

—Sabes bien que cuando nacisteis se vaticinó que vosotros erais los elegidos —insistió el Maestre.

Apreté los puños mientras intentaba mantener mi autocontrol. Jim se acercó a mí diciendo:

—Sabemos que te mantendrás alejada de los Dake, y también que quieres vencerlos. Por ello estarás un tiempo con nosotros, hasta que seas lo bastante fuerte para la dura batalla que te depara el destino. Tu abuelo, el Maestre y yo estamos absolutamente convencidos de tu fuerza interior, Alyssa, pero no podemos pedir esa confianza a la Guardia Humana de la Fortaleza. Ellos temen que te pases a la magia oscura y por ello no dudarían en hacerte prisionera para evitar un mal en el futuro.

—¿Me encerrarían antes de que hubiera hecho nada? ¿No llegarían a darme el beneficio de la duda? ¡Son peores que los Dake! —repliqué con el gesto endurecido.

—Cumplen un cometido de siglos, joven Alyssa, y lo hacen de la única manera que saben. Por ello, para todo el mundo serás la joven Claire. Ni siquiera Jim usará tu verdadero nombre. Solo mis tres primeros caballeros Robert, Arthur y Alexander saben de tu llegada, a parte de mí mismo. Solo puedes confiar en nosotros cuatro mientras estés en la Fortaleza y, fuera de ella, únicamente en Jim. Nadie, absolutamente nadie, puede saber quién eres en realidad, por tu propia seguridad, y también por la suya. ¿Me has comprendido? No puedes bajar la guardia en ningún momento y por ello deberás tener mucho cuidado de intimar con los humanos excesivamente…

Por la manera en que el Maestre me miró supe que se refería a los chicos… aunque no tenía por qué preocuparse, de momento tenía bastante con ser la exnovia de William Dake, el nuevo rey de la magia oscura. Jim se acercó a mí y me puso la mano en el hombro diciéndome con voz grave:

—Sé que te pedimos mucho, pero también sé que estás preparada. Tu abuelo me contó que desde niña te ha enseñado magia blanca, de forma que estaba convencido que esta ya era parte de tu esencia. Ello te ayudará en tu camino.

Asentí pesadamente, como si cargara sobre mí todo mi destino. Renunciaba a mi hogar, a mis amigos, a mi nombre y a practicar la magia en público. Y me consagraba a mi destino, salvar a Telabaal de la magia oscura. El Maestre tendió su mano, Jim puso la suya encima y yo hice lo mismo. El pacto de los tres estaba sellado y nuestra energía unida por un bien común”.