10. Esgrima
Después de tantas semanas de instituto, la rutina se había apoderado de las clases. Quizás porque apenas veía utilidad en ellas para mi propósito de volver a Zaeba y derrotar a los Dake, acudía formalmente a todas las clases, estudiaba y preparaba mis trabajos y exámenes concienzudamente, pero olvidaba todo lo que había aprendido en poco tiempo. Mi mente se hallaba concentrada en continuar aprendiendo mis conjuros en el sótano de Jim, haciéndome más y más fuerte cada día como bruja.
Así que cuando nuestro siempre original profesor de gimnasia decidió hacer unas clases de esgrima, mi deporte favorito en Zaeba, sentí que todo el sopor que sentía en el instituto desaparecía como por arte de magia y por fin tuviera un motivo real para levantarme cada día y desplazarme hasta allí. En mi reino, desde pequeños aprendíamos el uso de la espada para ayudarnos a mejorar nuestra coordinación, concentración y la capacidad rápida de decisiones acertadas; todas ellas cualidades muy necesarias para ser un buen brujo. Mi abuelo me había enseñado él mismo en el jardín de nuestra casa durante años, así que había conseguido bastante precisión.
El Sr. Doole, el profesor de gimnasia, nos expuso en varias clases la teórica y las pautas de los asaltos, que intenté asimilar, ya que la esgrima en el mundo humano era algo diferente de la que yo había practicado durante años. Sinceramente, estaba deseando coger aquella espada brillante y realizar los bellos y coordinados movimientos en un combate. En cada clase intentaba hacer los movimientos que el Sr. Doole nos indicaba a la perfección, ya que este nos había prometido que próximamente comenzaríamos a practicar en parejas.
Esther y yo habíamos decidido formar una pareja, aunque ninguna de las dos había previsto que el Sr. Doole, tras un largo discurso de repaso de la técnica, nos propusiera:
—Después de observaros en clase, he decidido que el primer combate lo disputen la señorita Sullivan, cuya fantástica técnica me ha sorprendido, y el señor Sanders, que como todos sabéis fue el campeón regional hace dos años.
—No lucharé contra una chica —se apresuró a protestar Sanders, lo que hizo que me hirviera la sangre, así que olvidando mi control le espeté:
—¿Por qué? ¿Tienes miedo que te gane?
Se oyeron algunos vítores por parte de los asistentes, y también palabras de ánimo para Sanders. Ambos nos miramos con los ojos centelleantes, y él repuso burlonamente:
—Si es lo que quieres... Cuando usted diga comenzamos, Sr. Doole.
Nos vestimos con el traje protocolario, y nos pusimos las máscaras. Yo trataba de permanecer calmada, pero aquel chico me recordaba demasiado a mi enemigo, William Dake, con el que tantas veces había practicado cuando éramos amigos. Me di cuenta de que mi respiración se estaba volviendo entrecortada, así que cerré los ojos y, cuando los abrí, estaba preparada para el combate. Chris mantenía la mirada de superioridad por los campeonatos ganados, pero esta desapareció a la que comenzamos el primer asalto. Él tenía muy buena técnica, pero no podía competir conmigo, ya que como bruja mis sentidos estaba mucho más desarrollados que los de él, así como mi capacidad de concentración. Aunque sus seguidores seguían pensando que me humillaría con una apabullante derrota, pronto advertí en sus ojos y en su manera más insegura de atacar que era consciente de que no podía vencerme. La sensación de victoria me hacía sentir bien, demasiado bien, pero no fue hasta que volví a mirarle a los ojos y sentí su miedo a hacer el ridículo delante de todo el instituto cuando me di cuenta de mi injusticia. ¿Qué estaba haciendo? ¿Es que no había aprendido nada de mi abuelo? Yo era Alyssa, una bruja buena que no podía permitirse usar sus habilidades o su magia para hacer daño a nadie, y eso es lo que estaba haciendo. A mí no me importaba ganar o perder, solo quería volver a practicar la esgrima como lo hacía en Zaeba. Si estaba luchando para vencer es porque quería vengarme no solo de Chris por su forma de tratarme, sino porque me recordaba a William. Mi abuelo se hubiera avergonzado de mí, de cómo me estaba dejando llevar por la ira y la venganza. Respiré profundamente, recuperando el control, volví a mirar a mi contrincante, y supe lo que tenía que hacer.
Los vítores hacia Chris por haberme ganado resonaron en mis oídos, aunque preferí prestar atención a las amables palabras de Esther diciéndome que lo había hecho muy bien. El Sr. Doole también me felicitó y dio la clase por acabada, aunque el corrillo de Sanders seguía felicitándole. Yo recogí mis cosas y me dirigí a la biblioteca. La esgrima, como tantas otras cosas, debería esperar a que volviera a Zaeba, donde podría practicar en igualdad de condiciones contra mis contrincantes.
Unos minutos más tarde, una mano me detuvo, era la de Chris. Le miré hastiada y le espeté:
—¿Y ahora qué quieres?
—¿Por qué me dejaste ganar? —me preguntó con el gesto endurecido.
Respiré profundamente. Había engañado a todos los demás, incluido al Sr. Doole, pero no a él.
—Déjalo correr, Sanders.
—No —repuso cabreado—. Mira Claire, no lo entiendo. Primero me rechazas delante de todo el instituto, luego parece que me odias cada vez que te veo, y ahora me dejas ganar. ¿Es que has cambiado de idea? ¿Quieres salir conmigo y esta es la manera de decírmelo?
No pude evitar sonreír antes sus palabras, aquel chico solo tenía en la cabeza deporte y romances. Y también era bastante cabezota, así que decidí que era mejor contarle la verdad:
—Mira, Chris, yo, simplemente, comprendí que para ti era imprescindible ganar y que los demás te sigan admirando. En cambio, para mi carece totalmente de importancia, yo solo quería combatir por diversión. Anda, olvídalo, ¿quieres? Eres el campeón regional de esgrima, merecías ganar.
Aunque parezca mentira, el chico de las mil respuestas sarcásticas se quedó sin ninguna. Permaneció unos segundos en silencio, solo mirándome, lo cual me hizo sentir algo cohibida. Ya no era Chris Sanders, el capitán del equipo de fútbol. Era otro chico, igualmente guapo y decidido, pero dulce y cariñoso el que me dijo:
—Creo que me acabo de enamorar de ti.
—Chris, yo no… —vacilé.
—Entiendo que no te guste ahora mismo porque soy un capullo la mitad del tiempo, pero puedo cambiar y lo demostraré —me aseguró—. Nos vemos, Claire.
Observé como se marchaba, aún sorprendido. Pensé que quizás deberían enseñarnos en el instituto a saber comportarnos los unos con los otros, de forma que nadie tuviera la necesidad de humillar a nadie para ganar amigos o sentirse importante. Me alegraba que aquel pequeño detalle en la clase de esgrima le hubiera hecho darse cuenta de la verdad, pero el hecho de que yo ahora le gustara realmente me cohibía mucho.
Suspiré, pensando una vez más que los humanos podían ser muy complicados...
Continué paseando, justo para darme de bruces con Noah, que me miraba de un modo muy especial desde la puerta de un aula cercana.
—¿Hace mucho que estás ahí? —le pregunté preocupada.
—Lo suficiente. Corinne tiene razón, eres increíble. No se cómo ni quién te ha enseñado, pero tienes una fortaleza que nunca había visto en nadie. No pareces una adolescente.
Le miré temerosa. Tal y como Jim me había advertido, Corinne y yo pasábamos mucho tiempo juntas, y eso hacía que ella cada día fuera más consciente de que yo era diferente. Noah advirtió mi miedo y se apresuró a decir:
—Solo era un cumplido. Ojalá hubiera más gente como tú. Otra persona hubiese ganado solo para darle una lección a Sanders y ponerle en su sitio.
—Esto, yo… —suspiré profundamente, no creía que pasara nada por sincerarme un poco con él—. Mi abuelo me enseñó desde pequeña que todo lo que haces se vuelve contra ti, bueno o malo; y que no era yo quién debía impartir justicia.
Me detuve un minuto, sabía que tenía que saber la verdad, así que añadí:
—Noah, sé que transmito la sensación de que siempre hago lo correcto, pero mientras combatía con Sanders hubo un momento que estuve a punto de ganarle solo para humillarle.
—Pero no lo hiciste y, aunque Sanders me caiga fatal, lo cierto es que me alegro porque me cuadra con la imagen que tengo de ti —me aseguró mientras me sonreía de aquel modo tan especial.
Yo le devolví la sonrisa y no necesité ser una intuitiva bruja para adivinar que entre nosotros cada día había más magia, la mejor magia, la del amor. Pero estábamos en el instituto, Noah seguía siendo mi tutor y yo una alumna, así que sin rozarnos nos despedimos, él para acudir a sus clases, yo para estudiar en la biblioteca. Sin embargo, antes de marcharse, Noah se giró suavemente y me dijo:
—Ojalá Sanders no te convenza para salir con él, no me parece que sea adecuado para ti.
Yo volví a sonreír por toda respuesta y, sacando la chica coqueta que llevaba dentro por una vez, me alegré del tono un poco celoso de mi guapo tutor.