3.    Días de instituto
 

 
 

Los días pasaban rápidamente. En el instituto trataba de pasar desapercibida, como habíamos pactado con Jim. Contestaba monótonamente a las preguntas que me hacían mis compañeros sobre mi vida anterior, con mi falsa identidad bien aprendida, y trataba de llevar las lecciones al día para que los profesores no se fijaran demasiado en mí y Jim no tuviera ninguna queja de mi comportamiento. Le estaba tan agradecida que lo último que quería era hacerle quedar mal en Coldriver.

 

Esther se convirtió pronto en mi mejor amiga y, de algún modo, la salvaguarda de mi cordura. Es cierto que no podía hablar con nadie de mi hogar ni de mis poderes, pero aunque fuera con otras palabras, sentimientos como la nostalgia, los miedos a no ser aceptada en el instituto o la pena por la muerte de mi abuelo eran fácilmente comparables a lo que los humanos sentían.

 

En el instituto trataba de no pensar en Telabaal, pero aquel día era imposible no hacerlo. Después de un par de semanas de clase se votaban a los delegados, lo cual me puso en tensión toda la mañana. Mientras los candidatos exponían sus proyectos, mi mente solo podía pensar en Telabaal y en el último día que había estado en el Gran Consejo de Brujos, representando a mi abuelo:

“El Gran Consejo estaba integrado por cien familias, representadas cada una por uno de sus miembros. Sin embargo, tras la muerte del abuelo y poco después de la del jefe del clan de los Hatchel, cuarenta y una familias habían delegado extrañamente su voto al clan de los Dake, con Eugenius, el padre de William, a la cabeza. Ver sus asientos vacíos era un mal presagio, sin embargo cuando empezó la sesión, permanecía tranquila. Los clanes de los Aubert, Hartman y Dennery seguían fieles al espíritu de la magia blanca, lo habían estado desde el final de nuestra guerra civil. Sin embargo, ninguno de ellos hablaba hoy, desde la muerte del abuelo estaban demasiado atemorizados por ellos mismos y por sus familias. Yo creía que al asistir a la reunión me apoyarían, pero rápidamente se me cayó la venda de los ojos. Las propuestas del clan de los Dake, seguidas por los Groney y los Caplan, eran automáticamente aceptadas ante la impasibilidad de las demás familias. Sentía que la ira se iba apoderando de mí como nunca antes lo había hecho. Sabía lo que pasaba por sus mentes, la palabra era miedo. Todos recordaban los tiempos de la magia oscura, de la guerra entre los brujos practicantes de las diferentes magias y las pérdidas que todos ellos habían tenido en sus familias. Mi abuelo y el antiguo jefe del clan de los Hatchel habían sido su estandarte de magia blanca, y ahora, sin su liderazgo, el resto de brujos se veían perdidos. Nadie en el clan de los Hatchel se había sentido capaz de sustituir a su jefe, y yo seguía siendo una muchachita de diecisiete años que aún no se había ganado el respeto de nadie. Mi voz no perdía fuerza ante las críticas y los reproches de los representantes de las fuerzas oscuras, tanto que durante un segundo estuve a punto de lanzar un conjuro a Eugenius Dake y a Robert Groney y callar sus egoístas alegaciones.

Un sudor frío recorrió mi espalda al recordar cómo William me miraba desde su asiento, entre divertido por mi pasión y frustrado porque me negaba a aceptar el poder de la magia oscura. A medida que pasaban las horas sentía como la hostilidad hacia mí iba creciendo, y creo que ellos también se controlaban para no lanzar un conjuro contra mí. En total fueron cuatro horas, cuatro interminables horas de negociación que destruyeron el trabajo de tantos años de mi abuelo y sus amigos. Con la aprobación de las medidas propuestas por Eugenius Dake y aceptadas por sus secuaces, el Gran Consejo de Brujos quedaba en manos de la magia oscura, y así el reino entero. Los tiempos oscuros que habían ocasionado ya una guerra civil se volvían a cernir sobre el mundo que yo amaba y no podía hacer nada para evitarlo. Me sentía impotente, rodeada de brujos que no me escuchaban porque anhelaban el poder de la magia oscura y no querían aceptar el peligro que suponía entregarse a ella

Nunca olvidaré cuando salí de la gran sala del Consejo, flanqueada por los viejos amigos de mi abuelo, tan silenciosos en ese momento como durante la sesión. Había comenzado a llover, pero estábamos tan derrotados que ni siquiera hicimos nada para evitar mojarnos. El camino hacia el pueblo estaba oscuro, a nadie le apetecía hacer un conjuro para encender las antorchas y los candiles ubicados en los árboles. Parecíamos una compañía de condenados a muerte. A medio camino, en la espesura del bosque, William salió de la nada y me interceptó el paso. Me sentí algo temerosa, ya que pronto estuvimos solos en la oscuridad de la noche, los demás se habían alejado rápidamente en cuanto le habían visto con su imponente capa. Alcé la mano y encendí un par de candiles, aunque sus ojos me ponían aún más nerviosa. Él se acercó a mí aún más y alzó la mano para acariciarme la mejilla. Yo me aparté, evitando la caricia:

—Amor mío, no deberías dejar que la política te afecte tanto —protestó con indulgencia.

—No es política, son los derechos de nuestro pueblo. Con vuestra aprobación de la magia oscura volvéis a la situación que terminó en guerra civil hace veinte años. Los brujos más ambiciosos y poco escrupulosos se frotan la manos pensando en el poder. ¿Es que no te das cuenta de lo que estáis haciendo?

—El poder está en manos de los Dake, mi amor, o sea nuestro. Sé que te sientes derrotada, pero en realidad es la idea de gobierno de tu abuelo la que lo está. Tú puedes crear una nueva idea, conmigo.

—Pero es que yo creo en el sistema que se instauró tras la guerra, no en el reino del terror. Hoy tu familia tenía ya al entrar el cuarenta y tres por ciento de los votos antes siquiera de iniciar la sesión, y muchos más que os han apoyado llevados por el miedo. Eso es un gobierno del terror —insistí—. Esta tarde habéis aprobado que la magia oscura sea de nuevo legal, a la vez que limitáis las libertades de los brujos, de forma que solo les queda un camino, seguiros. Si no, serán detenidos, o perseguidos. ¿Eso es lo que quieres?

—Más bien eso es lo que este reino necesita: mano firme y poderosa. Nos necesita a nosotros, amor mío, tienes que estar de parte de tu nueva familia. Tú y yo somos los brujos más poderosos, descendemos de los clanes más antiguos y todo el poder es nuestro.

—No hay un nosotros, William. Te lo dejé claro cuando rompimos. Y nunca seré una Dake, así que deja de llamarme amor mío o cualquier cosa que se le parezca. No soy tuya, soy libre, igual que lo era mi abuelo, igual que lo somos todos los brujos de Telabaal, aunque tú y tu familia os empeñéis en lo contrario.

Su rostro se torció, pero su voz permaneció impasible mientras me decía:

—Te casarás conmigo en cuanto termine el luto por tu abuelo, así que Alyssa, por favor, deja de decir tonterías. Solo me dejaste porque tu abuelo te obligó a ello, tú me amas, lo sé, siempre lo has hecho y siempre lo harás. Estamos destinados a estar juntos.

Su voz era más tensa y dura a medida que aumentaba mi resistencia. Me tomó de los brazos y, antes de que pudiera reaccionar con magia, me llevó contra el árbol, atándome a él con unas cadenas mágicas. Intenté desatarme, tenía la fuerza para ello, pero como él bien sabía eso le daría unos minutos de ventaja. Mientras yo luchaba por liberarme él me tomó de la mano y apretó con fuerza sus dedos en mi muñeca mientras me decía:

—Eres mía, siempre lo has sido y siempre lo serás. Nadie que no sea yo podrá amarte sin morir y tú no podrás amar a nadie sin sufrimiento.

La muñeca me dolía profundamente, me estaba marcando con algún conjuro, a la vez que trataba de besarme apasionadamente en la boca, en el cuello, en el escote… Yo intentaba desasirme, pero al no lograrlo y contra todos mis principios concentré toda mi furia para lanzar un conjuro, que le tiró suelo, hiriéndose el hombro al golpearse contra un árbol”.

—Señorita Sullivan, solo falta por votar usted…

La voz de la señora Jansen me sacó de los recuerdos como si me hubieran atropellado. Todo el mundo me estaba mirando, los candidatos expectantes y los demás con caras que iban del desinterés hasta la risa por mi cara de ida. Bajé los ojos, algo cohibida por ser el centro de atención y contesté:

—Oh, dado que es mi primer año en este instituto y apenas conozco a nadie, prefiero abstenerme, si le parece bien, señora Jansen.

—Claro, por supuesto, muy honrado por tu parte —me contestó con una gran sonrisa. Yo le gustaba. Era estudiosa, nada problemática, callada en clase y además me rodeaba un aura de pobre huérfana adoptada. La combinación perfecta para alguien como la señora Jansen, soltera a los cincuenta años y que consideraba a todos sus alumnos un poco hijos suyos.

 
 

Cuando sonó el timbre me levanté pesadamente, algo afectada aún por mis pensamientos sobre Telabaal. Cuantas veces tendría que recordar una y otra vez aquella tarde, la última que había pasado en mi mundo antes del exilio, la última que había pasado con William. Era como si los recuerdos fueran latigazos imposibles de evitar, más dolorosos cada vez.

Al salir del aula, instantáneamente busqué a Sharon con la mirada, quería que monopolizara la conversación con cualquier tema suficientemente banal para hacerme olvidar el dolor que recordar aquella tarde en el Gran Consejo de Brujos me provocaba, el sentimiento de frustración y de saber que no había escapatoria…

No obstante, mientras la oía hablar de que aquella tarde se pasaría por la biblioteca, recordé las sabias palabras que el abuelo siempre me había dicho, hasta en su último suspiro: “Alyssa, aunque no siempre la veas, la magia de la luna sigue brillando en lo alto del cielo acompañada por las hermanas estrellas”. El abuelo tenía razón, como siempre. Jim me había dado la escapatoria que necesitaba, me había dado la luna en el exilio. Y le estaría eternamente agradecida por ello”.