Capítulo 18![](/epubstore/M/J-Marillier/El-Espejo-Oscuro/OEBPS/Images/decha.jpg)
No preguntaré por qué volviste a mandarla lejos de Pitnochie ni por qué se te ocurrió concertarle un matrimonio mientras yo no estaba en casa —dijo Bridei—. No preguntaré por qué, cuando te enteraste de que se había escapado, no hiciste ningún esfuerzo por buscarla. No hace falta que me expliques por qué no me dijiste que se había perdido, por qué me mentiste. Nunca he entendido tus motivos para desconfiar así de Tuala. Yo tengo muy claro que lleva consigo la bendición de la Brillante, que recorre un sendero de luz y que no puede traernos otra cosa más que el bien. Tú eres el druida del rey. La sabiduría de los dioses reside en lo más profundo de tu corazón y corre con fuerza por tu sangre. ¿Dónde he aprendido yo esos entresijos sino a través de ti? El hecho de que nunca hayas sido capaz de reconocer la verdad sobre Tuala es un misterio para mí. Me has decepcionado, Broichan. Y has despertado en mí dudas que resultan inquietantes. Me pregunto si tal vez no te das cuenta de que ya no soy un niño, de que me he convertido en un hombre. Me pregunto si no reconoces que, con el tiempo, un hombre que quizá sea rey debe aprender a pensar por sí mismo.
—Siéntate, Bridei.
Sería una grosería negarse; además, el sentido común le dijo a Bridei que sus piernas no lo sostendrían mucho más tiempo. Desde el momento en que terminó su última y terrorífica carrera hacia lo alto del Rasguño del Águila y tuvo a Tuala a salvo en sus brazos, se había hecho patente lo mucho que debía el éxito de su viaje a la excepcional Espuma y, en última instancia, a Faolan. Bridei sabía que estaba débil y exhausto. Sin embargo, lo habían adiestrado en el autocontrol, y lo había adiestrado el mejor. Lo que entonces debía afrontar era una contienda, y no tenía ninguna intención de perderla.
—Bueno —empezó Broichan, que tomó asiento frente a él a la mesa y sirvió aguamiel en un par de copas—, espero que me escuches, a pesar de que dices que no buscas explicaciones.
—No quiero ninguna. No puede haber ninguna explicación que tenga sentido para mí. Tuala estaba a nuestro cargo; la diosa nos la confió. Siempre has sabido lo que ella significa para mí. Con tus maquinaciones, tu inacción y tus silencios te encargaste de que Tuala casi se perdiera para siempre. Le causaste una tristeza y un dolor indecibles. Si esperas perdón, vas a quedar decepcionado. Si esperas conformidad, es que eres idiota.
Broichan suspiró.
—Bridei, tenemos siete días hasta la asamblea —dijo—. Tus palabras de antes me dicen que no lo has olvidado, aunque tus acciones impetuosas sugieren que has perdido de vista su importancia. Siete días, Bridei. Es invierno. Drust el Verraco ya estará en Caer Pridne, persuadiendo, engatusando, sobornando, volviendo a los hombres en tu contra, reuniendo apoyos para su causa. Cada día que pasas lejos de la corte la influencia de tu oponente aumenta. La elección no nos esperará. Debemos regresar a Caer Pridne en cuanto podamos. Tienes que estar allí, ser visto y oído, influir en los corazones y las mentes de aquellos a los que todavía se pueda hacer cambiar de idea. Fue una locura venir aquí. Quedarse más de lo debido podría acabar con nuestras esperanzas. Podría acabar con el futuro de Fortriu.
Bridei permaneció en silencio un momento mientras se contemplaba las manos, que estaban relajadas en la mesa frente a él. No tocó la aguamiel.
—Seguro que es una exageración —dijo—. Hay otros buenos candidatos.
—Eso es falso, Bridei. Carnach hablará en tu nombre en la presentación, no en el suyo propio. Mi considerada opinión, así como la de todos los miembros de mi círculo de allegados, es que sólo habrá otro aspirante: Drust el Verraco. Ambos sabemos, todos nosotros sabemos, que eres el candidato elegido por el Guardián de las Llamas. Han sido quince años de preparación; muchos más de planificación. Tu patria te necesita. Tu gente te necesita. Admito que te hace falta descansar un poco, recuperar fuerzas. Un día, dos, no más. Luego tendremos que cabalgar de vuelta a la corte.
Bridei no dijo nada.
Broichan juntó las manos con los dedos hacia arriba; su expresión no cambió.
—Queda la cuestión de Tuala. Lo comprendo. Te doy mi palabra de que se le proporcionará refugio aquí durante el tiempo que sea necesario. En cuanto a su futuro, ahora no es el momento de pensar en él. Hubiera sido mucho mejor que hubiese permanecido en Banmerren, donde había lugar para ella. Su huida nos ha hecho perder un tiempo precioso. No importa, eso puede esperar. Después de la asamblea, cuando seas rey, podemos ocuparnos de ella.
—No tengo intención de perderla de vista —dijo Bridei.
—No puede viajar a la corte con nosotros —el tono de Broichan fue rotundo—. Allí no van a aceptarla en calidad de nada. Es evidente que lleva la sangre de los Seres Buenos. ¿Qué pensarían los votantes de Circinn al respecto? Incluso nuestra propia gente desconfiaría de ella. ¿Por qué crees si no que tuvo que dejar Pitnochie?
—Creo que dicha desconfianza sólo surge si se permite que así sea. —Bridei habló lentamente, sopesando cada una de sus palabras—. Tu gente te quiere y te respeta. Hubiera bastado con una o dos palabras tuyas para enterrar esas dudas. Tú, en cambio, la mandaste lejos. La despojaste del único hogar que había conocido. Tus garantías no tienen ningún valor para mí. No voy a volver a Caer Pridne sin Tuala.
Se hizo un breve silencio.
—Lo lamento, Bridei. Comprendo los lazos de niñez que existen entre vosotros. Veo las cualidades de Tuala que parecen admirables: ingenio, delicadeza, lealtad y un encanto físico que podría hacer que un joven olvidara lo que es correcto a la hora de elegir una… compañera. —Broichan pronunció esa última palabra con evidente disgusto—. Déjame ser franco contigo. No sé qué papel ves para ella en la corte. Me doy cuenta de que no es el de una hermana. Tal vez podría arreglarse. Se le podría proporcionar alojamiento, no en el mismo Caer Pridne, abiertamente, sino…
—Ya es suficiente. —Bridei mantuvo un tono desapasionado a pesar de la furia que sentía—. Es evidente que no me he explicado con bastante claridad. Mi intención es que Tuala y yo nos casemos. No voy a aceptar a ninguna otra mujer. No es una cuestión para debatir. Mi decisión está tomada.
—¡Oh, Bridei! —las palabras de Broichan surgieron con un suspiro—. Todavía eres joven. El futuro se extiende ante ti lleno de posibilidades. Esta, simplemente no es una de ellas, hijo. Un rey de Fortriu no contrae matrimonio con una hija de los Seres Buenos. Una acción así te dejaría expuesto al ridículo durante toda tu vida. Te coartaría, te inutilizaría. Su influencia haría que tu trayectoria resultara peligrosamente impredecible. No podemos permitirlo.
—¿Podemos? —Bridei respiraba lentamente, manteniendo las manos inmóviles, la expresión serena.
—Tus consejeros. Aunque nunca habla directamente sobre ello, hace tiempo que Talorgen alberga la esperanza de que pudiera hacerse una alianza entre su propia hija y tú. Ferada es muy adecuada: inteligente, con buena presencia, sin aspecto enfermizo, y lleva la sangre real de Fortriu. Además, es la hermana de tu mejor amigo.
—Respeto y admiro a Ferada; siempre lo he hecho. No tengo ninguna intención de casarme con ella. —A Bridei le vino a la mente una visión de Gartnait, su rostro ahogado mirando ciegamente hacia el cielo nocturno, y se estremeció sin querer.
—Aniel sugirió a la rehén real, Ana —prosiguió Broichan—. Es muy hermosa y por lo visto un modelo de amabilidad y cortesía. Sería una elección excelente. Hay otras. Bridei, comprendo que un joven está sometido a fuertes impulsos, a las pasiones del cuerpo que despierta el Guardián de las Llamas. No albergo duda alguna de que ya es hora de que tomes esposa.
—Pero no a Tuala.
—Por supuesto que no. El hecho de que hayas considerado siquiera semejante opción sorprende dada la educación que has recibido.
—Ya veo. ¿Y acaso la decisión de no considerar a Tuala como una joven adecuada para mí no sorprenderá a la Brillante? Fue la diosa la que la dejó a mi cargo un día del Solsticio de Invierno de hace mucho tiempo. ¿O es que para ti esto es un detalle sin importancia?
Hubo una pausa.
—Como ya he dicho, podemos asegurar el bienestar de Tuala —los dedos de Broichan juguetearon con la copa de aguamiel—. No hace falta que te cases con ella para cumplir tu promesa de cuidarla y protegerla siempre.
—Me parece que sí. Creo que la Brillante la trajo a Pitnochie precisamente por este motivo: para que, si me convertía en rey de Fortriu, tuviera a una compañera perfecta a mi lado, alguien que me diera fuerzas para las pruebas y experiencias que comporta ese camino. La diosa envió a Tuala como mi amiga del alma, para que yo no flaqueara ni fracasara en esta gran empresa. La amo y ella me ama. ¿Es demasiado simple para que pueda comprenderlo un druida?
—Bridei, estás sumamente cansado y muy débil todavía, y supongo que no has comido nada desde que saliste de Caer Pridne —dijo Broichan—. Créeme, es mejor que dejemos esta discusión para mañana. O mejor todavía, para después de la asamblea. Las decisiones como esta no pueden tomarse con prisas. Si no vas a dejar a Tuala aquí, entonces podemos llevarla de vuelta a Banmerren hasta que se decida la cuestión del trono. Es de vital importancia que concentres todas tus energías en la elección. No podemos permitirnos distracciones. Deja este asunto de momento. Fola la mantendrá a salvo hasta que tengamos tiempo de solucionar las cosas…
—No. Este asunto no puede esperar —dijo Bridei—. Esta noche Tuala ha estado a punto de morir porque tú no has sido capaz de comprender, porque creía estar absolutamente sola en este mundo. Fui testigo de tus propios momentos aciagos en el Umbral. Entonces me di cuenta de lo que llega a afectarte el camino que has elegido. Sé lo difícil que resulta. Dime, ¿tanto se ha concentrado tu vida en la disciplina y la lealtad que nunca has sabido lo que es el amor?
—Esto no es amor —replicó Broichan con un tono de voz súbitamente duro como el hierro—, sino la falsa ilusión de un joven. No vas a casarte con Tuala. Como rey, no puedes hacerlo.
Bridei clavó la mirada en los ojos oscuros e impenetrables de su padre adoptivo.
—Entonces me parece que no seré rey —dijo en voz baja.
La mirada de Broichan cambió. Era evidente que ni en sus pesadillas más horribles había previsto esa reacción por parte de Bridei.
—¿Qué estás diciendo?
—Tuala será mi esposa. No vais a hacerme cambiar de opinión, pues ahora sé que no puedo seguir adelante sin ella. Parece ser que me estás planteando una elección: Tuala o el reino. No voy a renunciar a ella, Broichan. Y si decido que el precio de cumplir con este sueño tuyo de hace quince años sencillamente es demasiado alto para mí, entonces tendrás que encontrar a otro hombre para que sea tu marioneta. No puedo hacerlo sin ella.
—¡No seas ridículo! ¡Pues claro que puedes hacerlo! —El druida estaba de pie, con el rostro más blanco que la tiza.
—Deja que lo exprese de otra manera —dijo Bridei—. Sin ella no voy a presentarme como candidato. Espero que te haya quedado suficientemente claro. Soy un hombre, Broichan. He crecido y tomo mis propias decisiones. Nunca he perdido de vista el destino para el cual me preparaste. No lo dejaré escapar a la ligera, créeme. Pero lo que he dicho va en serio, hasta la última palabra. Si te niegas a consentir nuestra boda, Tuala y yo nos marcharemos y haremos nuestra propia vida en otra parte, donde no nos alcancen los intolerantes agentes del poder. No hay nada que puedas hacer o decir para hacerme cambiar de opinión.
—No me lo puedo creer…
—Piensa únicamente en lo que le has hecho a Tuala. Fue con tus acciones equivocadas con lo que sembraste la semilla de todas sus desgracias. Mi obediencia perfecta sólo dura hasta que veo aparecer las brechas en los rostros de aquellos a los que creía intachables. No puedo perdonarte lo que le has hecho. No puedo perdonar tus mentiras. Pero no tomo esta decisión para castigarte. Quiero presentarme como candidato al trono, Broichan. He trabajado mucho para eso. Creo que es la voluntad de los dioses; tengo la plena confianza de que soy el mejor para ello. Pero sé que, si resulto elegido rey, no puedo sobrevivir sin ella. Es únicamente por esa razón por lo que me marcharé si tus aliados y tú no apoyáis mi decisión. Ahora haré lo que has sugerido: iré a buscar ropa seca, comida y descansaré. Todavía tiene que celebrarse el ritual del Solsticio de Invierno. Esta es una estación de despertar, una época en que nace una nueva luz, en la que los días se alargan hasta que el Guardián de las Llamas alcanza su radiante cenit una vez más. Una noche auspiciosa. Tal como has dicho, no queda mucho tiempo para tomar la decisión. Esto es, tu decisión. La mía ya está tomada.
—¿Qué me estás pidiendo? —preguntó Broichan.
—Tu apoyo en todo. Que no sólo apruebes mi decisión, sino que además muestres a Tuala amistad y cortesía, y te cerciores de que otros hagan lo mismo en la corte. Que no hables mal de ella, que no hagas nada malo contra ella. Que ni una palabra sobre tu verdadera actitud respecto a este asunto llegue a saberse nunca fuera de los confines de esta habitación.
—Y si me niego, tú de verdad…
—Me marcharía de Pitnochie, y de Fortriu, con Tuala a mi lado. No volverías a verme nunca.
—Lo dices en serio.
Bridei se puso de pie.
—Si me convierto en rey, tengo intención de contar con unos cuantos consejeros —dijo—, tú entre ellos. Lo que ha ocurrido aquí no reduce mi gratitud por los años que has dedicado a mi educación, por la sabiduría que has compartido conmigo, por las oportunidades que me has proporcionado. Sin embargo, sí que ha asegurado que nunca esté dispuesto a volver a confiar en ti. Un rey debe escuchar a sus consejeros y luego tomar sus propias decisiones. —Inclinó la cabeza con educación, se dirigió hacia la puerta y abandonó la estancia. Tras él hubo un completo silencio.
Al ritual del Solsticio de Invierno le faltó un poco de su vitalidad habitual. Broichan recitó las plegarias, pero tenía la cabeza en otro sitio. Apagaron el fuego, pero durante muy poco tiempo, era importante mantener el salón caliente ya que tres de los allí presentes sufrían los efectos adversos de una larga exposición al frío del invierno. Cuando la ceremonia llegó al punto en que debían entonarse la pregunta y la respuesta, Broichan miró a Bridei y este, calmado y sereno, llevó a cabo la parte perfeccionada durante mucho tiempo bajo la exigente supervisión de su padre adoptivo. Al final, cuando todos se pusieron en pie y formaron un círculo para pronunciar las palabras de bendición, Tuala ocupó su sitio al lado de Bridei, su mano en la de él. Faolan miraba con expresión adusta desde un rincón de la estancia.
Luego tuvo lugar el banquete, que fue magnífico, pero ni Bridei ni Tuala pudieron comer mucho. Un poco de sopa y un poco de pan pareció ser más que suficiente, y no tocaron la cerveza ni la aguamiel dispuestas frente a ellos. Hablaron poco; se sentaron uno al lado del otro en el banco en que, siendo niños, se habían acurrucado por las noches contando historias de magia y misterio. Esa noche un nuevo relato se desarrollaba para los dos, un relato que contenía suficientes maravillas y promesas para durar toda una vida. Sólo tenían ojos el uno para el otro.
El tronco del Solsticio de Invierno ardía vivamente. Bruma dormitaba frente a la chimenea, hecho un ovillo, y cerca de él se hallaba tendido el perro blanco, que dormía de lado con las piernas estiradas y la cabeza apoyada en los pies de Bridei, agitando las orejas de vez en cuando. Quizá, en sueños, seguía montando guardia en el valle solitario donde una vez, hacía mucho tiempo, un querido guerrero había caído bajo un hacha de Dalriada.
Los habitantes de la casa se fueron a la cama. Tuala tenía sitio en los aposentos de Mara y Bridei en su antigua habitación, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a moverse y nadie daba ninguna orden. Al final, cuando Mara hubo echado el cerrojo a la puerta y apagado todas las lámparas menos una y se marchó, no sin antes dirigir una mirada harto significativa por encima del hombro, Broichan se levantó y se dirigió en silencio a su habitación.
Cerca del fuego había una gran silla de madera de roble grabada, con un ancho respaldo. Bridei se había movido para acomodarse en ella, con Tuala en sus rodillas. Ella tenía la cabeza apoyada en su hombro y su cuerpo menudo curvado contra el de él. Una cálida manta los cubría a los dos. Bajo ella, era posible que las manos se movieran, acariciaran, crearan una serie de deliciosas sorpresas. Bridei tenía las mejillas un tanto sonrojadas; a Tuala le brillaban los ojos. Quizá era mejor que ambos estuvieran demasiado agotados para desear nada más que aquella delicada exploración de su recién descubierta intimidad. Faolan estaba tumbado boca arriba en un banco junto a la pared más alejada, tapado con una capa. No parecía probable que durmiera. Incluso allí, no dejaría de vigilar al joven pretendiente a rey.
—Tengo que preguntarte una cosa —susurró Bridei—. Pero no es fácil. Si dices que no, no sólo me romperás el corazón, sino que además me harás quedar como un completo idiota delante de toda la casa.
—No diré que no. —Movió la mano suavemente sobre la piel del pecho de Bridei bajo la camisa limpia que le habían dado.
Él tragó saliva.
—Quería preguntártelo antes de que… Iba a preguntarte… ¿Querrás ser mi esposa, Tuala? —El corazón le latía muy deprisa; después de todo lo que habían pasado, era asombroso lo mucho que le aterrorizaba hacerle esa pregunta.
—Claro que sí —respondió ella con voz débil, dulce y precisa; no había cambiado mucho desde que era una niña.
Bridei inclinó la cabeza y la besó. El beso que ella le devolvió era, sin lugar a dudas, el de una mujer. Al cabo de un rato él retiró los labios.
—¿Comprendes lo que esto significará? —le preguntó—. Si tengo éxito en la elección, te convertirás en reina de Fortriu. Es una vida muy distinta. Solitaria. Difícil.
—Ya lo sé. ¿Qué opina Broichan? ¿Qué te ha dicho? ¿Está de acuerdo?
—Todavía no. Pero lo estará; no tiene otra alternativa. Le dije que retiraría mi candidatura si se negaba a aprobar nuestro matrimonio.
—¡Oh!
—Tiene que capitular. Sabe que es posible que gane. Tendré mayoría, siempre y cuando Fokel de Galany llegue a Caer Pridne a tiempo. En caso de un empate en votos, se pueden hacer públicas las pruebas que tiene Faolan sobre el atentado de Drust contra mi vida. Eso zanjaría la cuestión.
—¿Un atentado contra tu vida? ¿Es la herida en la cabeza que mencionó Faolan?
—En luna llena. Me atacaron cuando me dirigía a Banmerren. Lo siento… Lamento mucho no haber podido hacértelo saber…
Ella levantó la mano y le acarició el cabello suavemente, rozándole la cabeza allí donde la herida todavía era evidente.
—No sé cómo pude pensar… —murmuró ella—. Ellos me mostraron visiones: Ana y tú, Ferada y tú… No debería haberles creído…
—¿Ellos? ¿Quiénes?
Tuala sonrió.
—Tengo que contarte una larga historia. Una historia muy extraña. Creo que tal vez me prepararon una especie de prueba.
Él asintió con la cabeza, y sus dedos se entrelazaron con los sedosos mechones oscuros del cabello de Tuala.
—Mi historia también es difícil de creer. Parece que los dioses nos hayan puesto a prueba a los dos. Gartnait estaba aquí. Vino detrás de mí. Está muerto.
—¿Muerto? ¿Qué ocurrió?
—La verdadera historia sólo te la puedo contar a ti. Nada más la conocemos Faolan y yo, nadie más. Tengo que encontrar un relato distinto para Talorgen.
Tuala lo miró fijamente y guardó silencio.
—Vino detrás de mí desde Caer Pridne. Yo llevaba la yegua de Uist. Gartnait debió de forzarse hasta el límite. Me alcanzó justo antes de que llegara a Pitnochie. Dijo que había venido para acompañarme, para ayudarme. Cabalgamos hasta el Espejo Oscuro buscándote, y entonces…
—¿Qué ocurrió? —Tuala sostuvo la mano de Bridei entre las suyas.
—Me rodeó el cuello con las manos e intentó estrangularme. Fue como si se hubiera vuelto loco. Sólo fue capaz de decir que lo sentía. La única manera de tener alguna posibilidad de zafarme de él era obligándolo a meterse en el agua.
—¿En el Espejo Oscuro? —Tuala tomó aire.
—Fue… un viaje. Una prueba. Cuando volví a recuperar el sentido, me encontré con Faolan, que me sacaba agua de los pulmones, y con Gartnait, que yacía ahogado en la orilla. Faolan nos sacó a los dos del agua. El perro estaba allí, el perro del Espejo Oscuro, sólo que entonces era real. En ese momento no había tiempo para pensar. Fuimos directos a buscarte. En cuanto a los motivos por los que Gartnait actuó de ese modo, eso sigue siendo un misterio.
—¿Qué le dirás a Talorgen?
Bridei dirigió una mirada hacia el banco en el que Faolan estaba echado.
—Que ocurrió un accidente, que Gartnait intentó salvarme y se ahogó. Al menos, que una vez muerto tenga la buena opinión de su padre.
—Ferada se pondrá muy triste.
—Sí. A pesar de todas sus peleas, Gartnait y ella estaban muy unidos. Ferada me ayudó. De no ser por ella no podría haberme escapado de Caer Pridne.
—¿Crees que Talorgen, Fola y los demás te apoyarán aunque tengas intención de casarte con una chica que no es… adecuada?
—Tú eres absolutamente adecuada —le dijo Bridei—. Sólo es cuestión de demostrárselo. Y sí, creo que los demás harán lo que yo quiera, a pesar de toda la influencia de Broichan. Si no lo hacen será porque no soy tan buen candidato. En cuanto a los jefes de clan de Fortriu, soy yo quien más se ha esforzado para convencerlos durante esta última estación. Me apoyarán. Por la mañana, si no antes, mi padre adoptivo habrá aceptado que sus motivos son discutibles.
—Teme que mi influencia sobre ti sea mayor que la suya —señaló Tuala—. Hubo una época en la que él y yo casi fuimos aliados. Pero nunca confiará en mí, no importa las veces que le demuestre que puede hacerlo. No formo parte de su plan.
—Su plan ha terminado —repuso Bridei—. Este camino es nuestro, tuyo y mío.
—Él te quiere. No deberías olvidarte de eso.
—No me quiere por lo que soy. Sólo por lo que puedo hacer por él, por Fortriu.
—Te equivocas. Para él eres como un hijo.
—Creo que no.
Se hizo un breve silencio. El perro blanco suspiró y se movió. Tuala sostuvo la mano de Bridei contra su mejilla y la rozó con sus labios.
—¿Bridei?
—¿Sí?
—¿Cuándo nos casaremos?
—¡Ah! —Él se incorporó un poco y le cubrió mejor los hombros con la manta—. Quería hablarte de ello.
—Pareces preocupado, querido. Cuéntame.
—Es tan sólo que…, bueno, tengo un gran deseo de que nuestra noche de bodas sea… perfecta.
—Espero que lo sea —dijo Tuala.
—No si debemos pasarla aquí donde tú has sido tan infeliz, aquí donde la influencia de Broichan es tan fuerte. Y tampoco en Caer Pridne. Quiero hacer algunos cambios. No sólo para nosotros, sino para el reino. Está relacionado con…
—¿Con el Umbral?
Él movió la cabeza en señal de asentimiento.
—Si todo va como espero, puede que en cuestión de siete días sea rey. El primer cambio que quiero hacer es instaurar mi corte lejos de Caer Pridne. Construiré una nueva fortaleza, crearé un nuevo centro para los asuntos de Fortriu. Creo que eso será un fuerte símbolo de que se avecinan tiempos mejores. He pensado en un lugar, uno que Ged de Abertornie me describió, situado cerca de la desembocadura del lago de la Serpiente. Allí hay una colina elevada con los restos de una antigua fortificación de piedra y madera. La cima está coronada con grandes árboles y cuenta con una magnífica extensión de terreno abierto en lo alto. Desde esa posición ventajosa es posible ver no sólo el océano, sino también las aguas del lago y las colinas de la Gran Cañada. No creo que debas vivir donde no puedas ver el bosque.
—Ni tú donde no puedas ver el vuelo del águila sobre los grandes lugares agrestes —dijo Tuala en voz baja—. Hay gente a quien no le gustará tu plan. La fortaleza de Caer Pridne ha sido la residencia de los reyes de Fortriu durante muchos años.
—Ha llegado un momento de cambios —dijo Bridei—. Si no estamos preparados para aceptarlo, estamos condenados.
—¿Cuánto se tardará en construir tu nueva fortaleza?
—No lo sé. Un verano, tal vez dos.
—¡Eso es mucho tiempo!
Él suspiró y su mano se movió bajo la manta hasta posarse sobre el pequeño pecho de Tuala. El gemido con el que ella respondió le hizo preguntarse si en realidad no estaría siendo increíblemente idiota.
—Sí, querida, es mucho tiempo. Y tengo que hablarte de una promesa que hice… Un juramento al Guardián de las Llamas…
—Te estás ruborizando…
Él dirigió una rápida mirada a Faolan; el escoto tenía los ojos cerrados y se oía un débil ronquido.
—Prometí mantenerme célibe hasta mi boda —dijo avergonzado—. Lo siento, fue…
—Oh. Ya veo. ¿Dos veranos, dices?
—Quizá los constructores puedan trabajar deprisa.
—Esperemos que sí. ¿Dónde viviré hasta entonces? No quiero quedarme aquí en Pitnochie, no sin ti. Y no quiero volver a Banmerren.
—Tampoco podría tolerarlo. Con voto de abstinencia o sin él, quiero tenerte cerca. Al menos podremos mirarnos, hablarnos, tocarnos…
—Creo que será otra prueba más… Quiero serte de la mayor ayuda posible. Pero si estoy en la corte y todavía no estamos casados, me parece que sería fácil que la gente chismorreara. Mi presencia supondría una carga para ti, como siempre creyó Broichan…
—Tengo una solución para eso. Creo que te gustará.
—Tú tienes soluciones para todo.
—No siempre. Hago lo que puedo, que es lo mismo que puede hacer cualquiera, ya sea druida o guerrero, siervo o rey.
Aguarda un momento, Tuala. —Ana alargó la mano para arreglar un poco el cabello de su amiga que caía sobre la banda trenzada rizándose en torno a sus orejas de un modo favorecedor. La banda estaba teñida de un color azul intenso y hacía juego con la suave falda y la túnica que Tuala llevaba. Eran prendas sencillas y elegantes. También calzaba unos bonitos zapatos de piel de cordero. Era la primera vez que iba sin los vendajes y el ungüento; había insistido en que no pensaba asistir a la elección de un rey con los pies atados con tiras de tela. Las ampollas se estaban curando. El afecto y la amabilidad de la que había sido objeto habían contribuido en gran medida a sanar las otras heridas.
—¿Listas, chicas? Debemos entrar ahora. —Rhian de Powys, majestuosa con su vestido gris paloma, se quedó mirándolas con una sonrisa en los labios—. Tenéis muy buen aspecto las dos. La espalda recta y la barbilla alzada, Tuala. Nos pondremos una a cada lado de ti. Mira a la gente directamente a los ojos. Eres una futura reina; no tienes rival.
—Gracias, mi señora. Por todo. —El plan de Bridei había resultado milagrosamente bien hasta el momento. La viuda de Drust se había mostrado encantada ante la petición que le hizo el muchacho para que permaneciera en la corte, conservando sus antiguos aposentos, y que actuara como acompañante y mentora de su prometida hasta el momento de su matrimonio. La intuición de Bridei había sido muy acertada. Rhian no estaba ansiosa ni mucho menos de regresar a Powys con su familia, puesto que había forjado fuertes vínculos en la corte durante los años que había pasado en Fortriu. Su hermano también se alegró de quedarse en Caer Pridne. Tuala sospechaba que ambos habían desempeñado un papel mucho más influyente en las decisiones del antiguo rey de lo que nadie creía. El porte dulce y el comportamiento discreto de los dos hermanos era un tanto engañoso; en la tranquilidad de los aposentos de las mujeres, mientras bordaba, Rhian debatía sobre estrategia política con unos conocimientos que suponían un reto incluso para una chica como Tuala criada por eruditos. Por frustrante que pudiera resultar el tiempo de espera, lo cierto era que no iba a ser aburrido. Además, sería muy provechoso para ella pasar esos años bajo la supervisión y la protección de la viuda del rey. Rhian podía enseñarle cómo caminar, cómo vestir, a quién mirar a los ojos y de quién no fiarse. Tuala aprendería los sutiles juegos de la corte, y a cuidar tanto de sí misma como de Bridei. Una educación como aquella era inestimable, y recibirla de manos de aquella bondadosa y justa mujer era un regalo muy poco común. Además, la protección e influencia de Rhian contribuirían en gran medida a acallar a los que pudieran hacer correr la voz de que un miembro de los Seres Buenos no era una esposa adecuada para un rey. Ana también tendría su papel durante ese tiempo. De momento, nadie había dicho nada al respecto. De momento, Tuala había permanecido principalmente en los aposentos privados de la reina. La primera prueba real era aquella noche.
—¿Estás lista?
—Sí, mi señora.
Salieron a una sala abarrotada de hombres y mujeres. Había muchas lámparas encendidas. Esa noche las mesas se habían colocado junto a las paredes y se había dejado un espacio abierto frente a la tarima. Mientras ocupaba su lugar entre Rhian y Ana, Tuala buscó con la mirada entre la gente algún rostro conocido. Ahí estaba Ferada, que tenía un aspecto apesadumbrado y exhausto pero que mantenía la cabeza bien alta. Llevaba el cabello cobrizo perfectamente arreglado, al igual que su vestido, bien plisado y sujeto. Junto a ella, uno a cada lado, estaban sus hermanos pequeños. Los indomables Bedo y Uric permanecían quietos y silenciosos esa noche, y Bedo iba cogido de la mano a su hermana. Talorgen estaba detrás de ellos. El jefe del Pozo del Cuervo había envejecido diez años desde la heroica muerte de su hijo mayor, a lo cual siguió la extrañamente repentina marcha de su esposa a una lejana e indeterminada parte del territorio. Se rumoreaba que Dreseida estaba tan abrumada por el dolor que había perdido el juicio. Decían que no regresaría. Aquellos que sabían la verdad, Tuala entre ellos, la mantenían en secreto. Era Talorgen el que había mandado lejos a su esposa. Por lo que había hecho, y por lo que había estado a punto de hacer, Dreseida había sido desterrada de su hogar y de su familia, de su tierra y de sus parientes para siempre. ¡Pobre Ferada! Ella siempre había deseado hacer algo con su vida más allá de las restricciones de un matrimonio estratégico. Ahora su futuro había quedado limitado; debía regresar al Pozo del Cuervo y ocupar el lugar de su madre para llevar la casa de su padre y educar a sus hermanos.
Allí estaba Fola con un grupo de mujeres sabias entre las que se contaba Kethra. Saludaron a Tuala con un gesto de la cabeza y una sonrisa y ella les devolvió el saludo con cierto asombro. Aquello todavía le parecía irreal, sobre todo cuando Bridei no se hallaba cerca.
Estaba Uist con sus ondeantes vestiduras blancas, y junto a él había otro anciano… Tuala reprimió un grito de alegría; fue lo único que pudo hacer para quedarse quieta y no echar a correr por el salón para abrazar al viejo de barba blanca y nariz aguileña que se hallaba al lado del druida montaraz.
—Wid —musitó, y notó que sonreía de un modo impropio de una dama. Su viejo amigo inclinó la cabeza con cortesía en su dirección y luego le guiñó un ojo.
—¿Esto te complace? —murmuró Rhian.
—¡Oh, sí! Wid me enseñó todo lo que sé. Bueno, al menos la mitad. Me alegro muchísimo de verlo.
—Se quedará en la corte indefinidamente, o al menos eso me han dicho. Bridei solicitó su presencia. Tu prometido está muy pendiente de tu bienestar; desea que estés rodeada de amigos. Es muy bueno contigo, Tuala.
—Lo sé.
—Mira —susurró Ana—, allí está Drust el Verraco, todo ataviado con el color rojo de Circinn. Y ahí vienen los demás. Bridei parece más serio de lo habitual.
—Sí. Estará preocupado por si algo le sale mal. Sabe que sus palabras serán las adecuadas y que su intervención no defraudará a nadie, pero es su manera de ser.
—Ese hombre te está mirando fijamente. Allí, mira. Garvan, el picapedrero.
Tuala dirigió la vista hacia donde Ana le indicaba y su mirada se encontró con la de Garvan. El hombre sonrió y volvió la cabeza hacia otro lado. La tristeza de sus poco agraciados rasgos era desconcertante. ¡No se habría imaginado de verdad que ella cambiaría de opinión y aceptaría casarse con él! ¡No era posible que realmente tuviera intención de esperar indefinidamente hasta que ella tomara alguna decisión! Los hombres eran unas criaturas extrañas, la verdad. Incluso Bridei, a quien conocía mejor que a sí misma, la había sorprendido con su promesa al Guardián de las Llamas. Dos años enteros. Eso era mucho tiempo. Claro que, si era otro el que se convertía en rey, no habría necesidad de retrasarlo tanto. Tuala no lo creyó probable. ¿Cómo iban a dejar los dioses que Bridei no fuera el elegido?
Los candidatos se dirigieron al centro del salón, Drust el Verraco, resplandeciente con su ropa de lana teñida de color escarlata, Bridei, vestido en el mismo tono de azul que llevaba Tuala y la capa prendida con el águila de plata. Drust era un hombre robusto, fornido y moreno. Con su figura corpulenta y sus ojos pequeños, parecía estar hecho para su sobrenombre. A su lado Bridei parecía menudo y joven, aunque era el más alto de los dos. Ambos iban con sus partidarios: Bridei con Broichan y Aniel, y Drust con los consejeros Bargoit y Fergus y la poco atractiva figura del hermano Suibne.
A una señal de Tharan, que se hallaba de pie en la tarima en el extremo de la sala, la multitud guardó silencio.
—Que se presenten los jefes votantes —dijo el consejero.
Unos cuantos hombres salieron de entre las filas de los allí presentes. Tuala no reconoció a muchos de ellos, pero sí a Talorgen, Ged de Abertornie con su atuendo irisado y Morleo de Aguasluengas. Bridei le había presentado a estos dos últimos; Ged había hecho muchos aspavientos sobre su belleza y su diminuto tamaño y había expresado su intención de metérsela en el bolsillo y llevársela a casa con él a escondidas. A Tuala le había caído bien. Morleo se había mostrado cortés y formal, como si ella ya fuera reina.
—Muy bien —dijo Tharan—. ¿Ya está? ¿Podemos proceder?
—Esto no es todo —dijo Aniel con ecuanimidad—. Como todos sabemos, los grupos del oeste se encuentran de camino hacia aquí y se espera su llegada para esta misma noche. De no ser por el decreto formal de un plazo de siete días para las presentaciones a la asamblea, solicitaríamos que esta se retrasara un poco más para que ellos pudieran estar presentes. Además, todavía es posible que venga un representante de las Islas Luminosas. El tiempo…
—¡Empecemos de una vez! —Bargoit parecía haber prescindido de la diplomacia—. ¿Cómo vamos a hacerlo? ¿El sacerdote y la mujer sabia tienen voto?
—Se les va a permitir que participen —dijo Tharan—. No puede suponer ninguna diferencia en el resultado final.
Fola se puso en pie y avanzó hacia el grupo de jefes de clan. Quedó empequeñecida por ellos, por sus vestiduras de colores vivos, sus broches de plata y sus torques de oro que la hacían parecer tan pequeña y discreta como una paloma de las rocas; no obstante, había una fuerza en su porte erguido, en su nariz picuda y en su penetrante mirada que aseguró que quedara un círculo de espacio desocupado a su alrededor.
—Ya oímos las exposiciones de los dos candidatos cuando se presentaron en el Solsticio de Invierno —siguió diciendo Tharan con gravedad—, las de Drust hijo de Girom en persona, y las de Bridei hijo de Maelchon por boca de un representante, Carnach, de la casa de Fortrenn. Ahora les damos a cada uno de ellos la oportunidad de hablar de nuevo. Brevemente. Si los rezagados llegan antes de que se emita el voto final, pueden participar. Si no, me temo que habrán perdido su oportunidad. Oigamos primero al candidato de más edad, Drust.
El Verraco de Circinn habló bien; llevaba muchos años siendo monarca del reino del sur y estaba acostumbrado a dirigirse a su pueblo. Habló de su madurez y experiencia, de que, si la última elección se hubiera llevado a cabo con imparcialidad, ya sería rey tanto de Circinn como de Fortriu, puesto que la subida al trono de Drust el Toro se había basado en un sistema de votación incorrecto. Tuala notó que Rhian se ponía tensa a su lado y vio que apretaba los labios. Rozó su brazo.
—Es mentira —le dijo Tuala—. Pondrá a la gente en su contra. Una jugada rastrera. Ignórala, mi señora.
Rhian la miró y sus labios se curvaron en una sonrisa atribulada.
—¡Tan joven y ya tan sensata! —comentó.
Tuala observó a Bridei mientras este aguardaba su turno. Estaba muy pálido y tenía la mandíbula muy apretada. Mantenía las manos relajadas a los costados. Era algo en lo que se había entrenado, en la postura y en la respiración. Junto a él, Broichan tenía aspecto de estar absolutamente igual de nervioso. Los demás parecían más confiados. En esos momentos Bridei estaba rodeado de sus partidarios: el pelirrojo Carnach, el sombrío Aniel, Talorgen, Ged y Morleo. Faolan también estaba allí cerca, adoptando el aspecto del guardaespaldas experimentado y no del todo presente, con la vista puesta no en Bridei, sino en los rincones, en las sombras, en las miradas sutiles y en los movimientos bruscos. Los otros, Breth y Garth, se hallaban apostados estratégicamente detrás y a ambos lados de Tuala y sus compañeras. Bridei no dejaba nada al azar.
Drust terminó su discurso cuando Tharan, por señas, dejó claro que «breve» no tenía más que una interpretación. Había dicho algo sobre la fe cristiana y sobre que abrazarla uniría a todo Fortriu y supondría cambios beneficiosos. Un alarmante número de jefes votantes habían aplaudido esas palabras con entusiasmo. Tuala se mordió el labio. ¿Era posible que Bridei se hubiese equivocado después de una planificación tan minuciosa? Según sus cálculos, si los representantes del oeste no llegaban pronto, Bridei no contaría con sus doce votantes. Se había esperado que el primo de Ana de las Islas Luminosas mandara a un pariente para que votara en nombre de su pueblo. No lo había hecho. Tuala se preguntó qué le ocurriría a Ana si Bridei perdía la corona.
—Ahora habla tú, Bridei —dijo Tharan.
Bridei dirigió la mirada hacia el otro extremo de la estancia; sus ojos se cruzaron con los de Tuala, azules como el cielo estival, brillantes y entusiastas, y sonrió. Ella le dirigió una leve inclinación de la cabeza; sabía que el mensaje de su corazón estaba escrito en su rostro. «Te quiero. Puedes hacerlo».
—Soy Bridei, hijo de Maelchon. —La joven voz sonó clara y fuerte—. Mi padre es el rey de Gwynedd. Mi madre es lady Anfreda, pariente de nuestro difunto gran rey, Drust hijo de Wdrost, conocido como el Toro. Soy joven. Ofrezco toda una vida al servicio de nuestra querida tierra de Fortriu. Soy un hombre adulto; combatí al lado de nuestros jefes de clan en la batalla de los Confines de Galany y demostré mi valía en el campo de batalla y en la restitución del orgullo herido de Fortriu recuperando la Piedra del Mago. Fui educado por el druida real, Broichan, y soy erudito a la vez que guerrero. Amo a los antiguos dioses de Fortriu, cuyos huesos son la tierra que pisamos, cuyo dulce aliento es el aire que nos da la vida. Guiaré a mi pueblo por sus caminos durante todos los años de mi reinado. Os serviré con lo mejor que pueda ofrecer y con la inspiración del Guardián de las Llamas, la sabiduría de la Brillante y la profunda certeza de la Diosa Madre como guía. Os ofrezco mi juventud, mi sangre, mi coraje y mi energía. Os conduciré hacia un nuevo futuro, un futuro en el que las fronteras de Fortriu volverán a ser seguras y en el que sus gentes volverán a estar unidas. Os lo juro por todo lo que es bueno.
A Tuala le dio la impresión de que una luz brillaba en su rostro al hablar; no sabía si los demás podían verla, pero el absoluto silencio que siguió a sus palabras indicaba que sí. Levantó la mano para enjugarse los ojos.
—Muy bien —dijo Tharan al cabo de unos instantes—. Que empiece la votación. Drust hijo de Girom, ocupa tu sitio a la izquierda. Bridei hijo de Maelchon, a la derecha. Todos los que no sean jefes votantes que abandonen la zona frente a la tarima.
El derecho a voto estaba restringido a un cierto número de jefes de clan de las siete casas de los priteni. Los votantes representaban a las familias más antiguas y a los mayores territorios de cada una de las casas o tribus. Algunas de las casas tenían un solo voto, otras tenían dos o tres. En el lado del salón correspondiente a Bridei estaban Talorgen, Ged y Morleo; también Carnach y Wredech, pues ambos tenían derecho a emitir un voto siempre y cuando no se presentaran ellos mismos a la elección. Fola estaba al lado de Talorgen. Otros hombres habían avanzado. Uist y Wid habían retrocedido. Por regla general se consideraba que los druidas ya tenían suficiente influencia sin que además tuvieran que votar.
En el lado de Drust había doce hombres, tal como todos habían previsto; doce jefes de clan y el hermano Suibne, que permanecía en silencio con su cruz en las manos. En realidad, ahora que Tuala lo miraba bien, se dio cuenta de que el sacerdote no se había movido hacia la izquierda, sino que sus pies calzados en sandalias estaban uno a cada lado de lo que podría considerarse como la línea divisoria de la sala. Más hombres se habían colocado a la derecha; en el lado de Bridei había entonces once personas.
Tharan emitió un fuerte carraspeo por encima del sofocado murmullo de voces excitadas.
—¿Comprendes las normas de este procedimiento, hermano Suibne? —dijo—. Debes situarte a la derecha o a la izquierda para indicar tu intención. —La voz del consejero había adquirido cierto dejo; puede que anteriormente se hubiera opuesto a Bridei, pero no había ni un solo hombre del norte de Fortriu que hubiera deseado ver al cristiano Drust en el trono con el ponzoñoso Bargoit susurrándole al oído.
—Necesito tiempo para reflexionar —la voz de Suibne era calmada; no obstante, Tuala notó el tono firme, la mirada directa—. Uno debe considerar, al menos brevemente, estos discursos antes de tener que decidirse. Un momento, te lo ruego.
Tuala vio que Fola torcía los labios, divertida, y con una especie de reconocimiento. Otros se mostraron menos pacientes; del bando de Circinn se alzó un murmullo enojado. Ellos ya hacía mucho tiempo que se habían decidido. Era ridículo dejar la decisión para el momento de los discursos finales. Antes de viajar hasta Caer Pridne ellos ya sabían cuál sería su voto; habían esperado que el sacerdote fuera de la misma opinión.
Las puertas se abrieron en la parte trasera del salón; habían entrado los recién llegados. Hubo un barullo de voces.
—Te concederemos un poco más de tiempo —dijo Tharan. La manera en que mantuvo el tono de voz calmado y la expresión imparcial mientras miraba por encima de la multitud hacia la puerta fue encomiable—. Unos momentos para la reflexión. Supongo que, al ser escoto, no estás familiarizado con estas formalidades.
—Como pensador —repuso Suibne—, prefiero tomar mis decisiones sólo tras haber sopesado todos los argumentos. Agradezco tu consideración.
Bargoit avanzó, agarró al sacerdote del brazo y empezó a hablarle furiosamente entre dientes al oído.
—Retrocede, Bargoit —la voz de Tharan sonó entonces fríamente autoritaria—. En esta zona sólo pueden estar los hombres y mujeres votantes. Supongo que este hombre puede pensar por sí mismo. Es de esperar que así sea.
—¿Votantes, dices? —Una voz poderosa se alzó desde la parte trasera del salón; la multitud se abrió para dejar paso al hombre que avanzaba a grandes zancadas, vestido con la oscura ropa de montar, las botas y la capa de piel para un viaje invernal. Su rostro y su cuerpo tenían toda una red de tatuajes, el complejo recuento de numerosas batallas; sus ojos eran oscuros y feroces, la mandíbula le daba adustez a sus rasgos. Tuala vio que la expresión de Bridei cambiaba, se iluminaba—. Eso me incluye a mí: Fokel, hijo de Duchil, jefe de los Confines de Galany.
—¡Los Confines de Galany se han perdido! —espetó Bargoit, con una mirada furiosa—. ¿Cómo puedes ser jefe de un territorio que vuelve a estar una vez más en manos de los escotos? —Se dio la vuelta rápidamente para encararse con Tharan, señalando con un dedo acusador—. ¡No debería permitírsele votar! ¡Es un flagrante incumplimiento de las reglas! ¡Esta elección es una farsa!
—Te equivocas. —Era la voz de Broichan, profunda y firme—. La ley le permite votar; Fokel es un jefe en el exilio. El verano pasado se demostró que esos territorios están a nuestro alcance. Este joven que tenéis ante vosotros, nuestro nuevo rey en ciernes, se ha encargado de que el símbolo de la libertad de Galany fuera devuelto intacto a Fortriu. Fue un acto de gran temple y visión de futuro, un acto sin duda bendecido por el mismísimo Guardián de las Llamas. Dentro de poco Fokel volverá a ser el jefe allí. Negarle el voto equivale a decir que nuestro pueblo no tiene futuro en el oeste. Es la declaración de un traidor.
—Es suficiente —intervino Tharan con firmeza—. Fokel, puedes votar, por supuesto. Debo decir que tu oportunidad deja bastante que desear.
Fokel ya se había situado al lado de Talorgen en el lado derecho del salón. Tuala volvió a contar. Sin tener en cuenta al sacerdote cristiano, que seguía solo en el centro, había entonces doce personas en el lado de Drust y doce en el de Bridei, incluida Fola. La sala se había ido abarrotando de gente; por lo visto, a Fokel lo habían acompañado toda su banda de guerreros en aquel viaje a Caer Pridne y hasta el último rincón se hallaba entonces ocupado por unos hombres de aspecto salvaje, con la piel llena de espirales y sombras, mechones de cabello largo y miradas feroces. Iban todos bien armados; llevaban hierro colgando de todas partes. Los ojos de las damas de la corte reflejaban una mezcla de admiración y aprensión.
—¿Y bien, hermano Suibne?
—Necesito un poco más de tiempo.
—No podemos esperar toda la noche. Es una decisión muy sencilla pero, lamentablemente, parece que recae sobre ti. Toma una determinación, por favor.
—Puede que haya una minucia que se me olvidó mencionar —terció Fokel con indiferencia—. Si no me equivoco, debería votar al menos un jefe de cada una de las siete casas, ¿verdad?
—Es correcto —contestó Tharan—. Puesto que ningún representante de las Islas Luminosas ha hecho el esfuerzo de estar presente, esta vez han perdido su derecho.
—Pero hay otra casa que no está representada aquí —dijo Fokel rascándose la barbilla.
—Otra… ¡Ah! ¿Te refieres al norte? —Tharan arqueó las cejas—. Los caitt llevan años sin votar. Nunca se han atenido a nuestra ley. No es un requisito… Por otra parte, si no vienen no pueden votar.
—Esta vez sí han venido —dijo Fokel.
Otro hombre salió de entre las sombras, un hombre inmensamente alto con una cabellera negra que le llegaba hasta la cintura y un rostro como un bloque de granito, totalmente cubierto de unas intrincadas marcas a cuyo lado los tatuajes de guerrero de Fortriu parecían garabatos hechos por niños. El hombre llevaba una capa larga con capucha hecha de muchas pieles pequeñas cosidas. Tuala se estremeció al pensar en Bruma, que en esos momentos dormitaba frente al fuego de los aposentos de Rhian. La prenda de aquel hombre estaba ribeteada por lo que parecían ser colas de gato. En torno al cuello llevaba un ornamento de huesos pequeños ensartados en un cuero lleno de nudos. Tenía una mirada peligrosa y unos puños enormes. El hacha que portaba a la espalda, cuya hoja estaba cubierta con signos de la luna y las estrellas, relucía como la plata bruñida bajo la luz de las lámparas.
—Soy Umbrig de los caitt. —Su voz resonó como una trompeta de guerra y su lenguaje era una variante gutural y con acento del idioma de los priteni. Umbrig cruzó los brazos y debajo de la capa se dejaron ver unos anchos aros de plata labrada con ondas y trenzas que rodeaban unos miembros muy musculosos—. Emito mi voto a favor del hombre que honra a los antiguos poderes. De haber sabido que esta corte daría crédito a un aspirante cuyas creencias se burlan de la sabiduría de los antiguos dioses, habría venido siguiendo un camino menos pacífico para prestar mi apoyo a este joven guerrero. Veo en su mirada que su fe es inquebrantable y sus intenciones firmes. El voto de los caitt va para Bridei hijo de Maelchon.
—Urdido por los druidas —terció Bargoit entre dientes—. Planeado, tramado e injusto en todos los sentidos…
En la tarima, Drust el Verraco empezaba a tener aspecto de sentirse muy incómodo. Su ancho rostro casi estaba tan rojo como su túnica. Si la votación terminaba con un empate, era muy probable que por primera vez se aireara en público la cuestión de un chapucero intento de asesinato. Él sabía que ellos lo sabían. Debía ser muy consciente de cómo podrían desarrollarse las cosas y de las probables consecuencias para su propia reputación. Tuala miró a Bridei. Él parecía calmado, aunque todavía estaba más pálido que antes.
—Según mis cálculos, la situación ahora mismo da trece votos a Bridei hijo de Maelchon y doce a Drust —anunció Tharan con una voz cuya firmeza era digna de encomio—. Y todavía queda por emitir un único voto; el tuyo, hermano Suibne. A menos que vaya a haber alguna otra sorpresa —recorrió la sala con la mirada—. ¿No? Pues adelante entonces, hermano, acabemos con esto.
—Por supuesto. —El cristiano cruzó las manos delante de él; la expresión de su rostro era serena—. He considerado los discursos y lo que sé sobre este reino dividido. He pensado en la naturaleza de los dos candidatos, tan distintos en cuanto a fe y creencias, edad y comportamiento, convicciones y prioridades…
—Hermano —intervino Aniel con irritación—, no es necesario que los votantes pronuncien un discurso. Por favor, dinos cuál es tu decisión.
—No puedo hacerlo —repuso Suibne en voz baja—. Soy un hombre de Dios y considero inapropiado que el mío deba ser el voto decisivo en esta competición secular. Y, como escoto, me parece menos adecuado todavía. No me queda más remedio que abstenerme. —El hombrecillo retrocedió hacia la multitud, que había estallado en un coro de estentóreas protestas y ovaciones alborozadas.
—¡Basta! ¡Basta! —la voz de Tharan apenas se oía. Fue Broichan quien se acercó a la tarima, levantó ambas manos y las mantuvo en alto hasta que el barullo cesó. Le centelleaban los ojos.
—Declaro vencedor a Bridei hijo de Maelchon por trece votos a doce —anunció Tharan con solemnidad—. Y decreto que nuestro nuevo rey será coronado aquí en Caer Pridne dentro de un cambio de luna. Bajo la mirada de los dioses, saludo al nuevo gobernante de Fortriu. Bridei, ¿quieres decir algo?
Tuala apretó los labios; no era momento de derramar lágrimas. Deseó que Bridei mirara a su padre adoptivo. Si lo hacía, si miraba su rostro, nunca volvería a decir que el druida no sabía lo que era el amor. Pero Bridei miraba a la multitud, saludando con la cabeza, dirigiendo una sonrisa a todos y cada uno de los que lo habían apoyado, controlando el ritmo de su respiración para ser capaz de hablar con voz fuerte y calmada por encima del estruendoso latido de su corazón, de la bulliciosa distracción de una mente tan llena de pensamientos. Ella lo conocía demasiado bien.
—Sólo hablaré brevemente; este es un momento para la celebración, para el festín y la música, para la esperanza y el buen compañerismo. Nuestra gran tarea juntos, la vuestra y la mía, empieza por la mañana. Ya sabéis lo que alberga mi corazón; os doy las gracias y prometo serviros. Ahora sólo tengo dos cosas que decir. Primero, deseo expresar mi respeto hacia un digno oponente, Drust hijo de Girom, y desearle lo mejor. Espero que el futuro sea de cooperación y entendimiento, para que así podamos trabajar juntos a pesar de nuestras diferencias. Sólo de este modo podemos liberar nuestra tierra del azote de los invasores. Drust ha sido rey durante largo tiempo en el sur. Sólo puedo aprender de su experiencia.
Estas palabras fueron recibidas por un silencio sepulcral. Bridei no pareció inmutarse; sus planes eran a largo plazo, y Tuala sabía que él no esperaba la aceptación inmediata del cambio. Era necesario decirlo, pues Drust tenía cara de pocos amigos y Bargoit parecía una serpiente a punto de atacar. Era una situación difícil. Un miembro de la propia Circinn se había vuelto en su contra. Al hacerlo, el hermano Suibne les había ahorrado la vergüenza de que su atentado contra la vida de Bridei saliera a la luz. Tuala se preguntó si el sacerdote tenía conocimiento de ello. En cualquier caso, no le gustaría estar en su lugar esa noche.
—También deseo presentaros a mi futura esposa, la querida compañera de mi niñez: Tuala de Pitnochie. —Bridei miró hacia ella, con los ojos brillantes y las mejillas un poco sonrojadas. Ella irguió la espalda y alzó la barbilla tal como le había enseñado Rhian. Bridei extendió una mano.
—Ve, niña —susurró Rhian—. Ve con la bendición de la diosa.
—Estás preciosa, Tuala —le dijo Ana—. Camina despacio y sonríe.
Pero ella no sonrió. Parecía un momento demasiado solemne para hacerlo. Sencillamente fijó la mirada en la de Bridei y cruzó el salón como si flotara en el aire. Él la tomó de la mano y ella se quedó a su lado, sintiendo un temblor por todo el cuerpo, consciente de la inmensa valentía y la profunda vulnerabilidad de Bridei. Permaneció erguida y firme, mirando a los nobles y a las damas, a los guerreros y a los jefes de clan, a los druidas y a las mujeres sabias de la corte del rey. Inclinó levemente la cabeza. Entonces vio a Wid y sonrió aun sin querer hacerlo.
Un murmullo recorrió el salón una vez la pudieron ver todos. Ya estaba, pensó Tuala; aquel era el comienzo. Los chismes, la desconfianza, el rechazo; tendría que ser fuerte. En esos momentos se oyeron ciertas voces y creyó captar las palabras «Criatura salvaje» y «¿Esposa? ¡Imposible!» y «Una de los Seres Buenos». Bridei no pareció oírlas.
—Quiero dar la bienvenida a Tuala en nombre de todo Caer Pridne. —Era la voz profunda y resonante de Broichan, que había dado un paso adelante, con un férreo control sobre sus rasgos. Levantó una mano pidiendo silencio—. Como algunos de vosotros ya sabréis, Tuala creció en mi propia casa. Es una joven de cualidades excepcionales y adecuada en todos los sentidos para ser vuestra futura reina. Confío en que la recibiréis bien aquí en la corte, donde permanecerá bajo la tutela de la reina Rhian hasta el momento de la boda. Esta es una estación de grandes cambios para todos nosotros, una época de retos y oportunidades. Debemos estar abiertos a ello; debemos aprender de ello. —Si el druida del rey pronunció aquellas palabras con los dientes apretados, disimuló su renuencia de forma experta. El mensaje no expresado estaba claro. Si habláis en contra de la prometida del rey a causa de su diferencia, os arriesgáis a sufrir la ira de un druida.
De repente la sala quedó en silencio. Entonces Fokel de Galany dio un paso al frente.
—¡Por la hombría del Guardián de las Llamas! ¡No hay duda de que sabes cómo elegirlas, Bridei! —declaró con una amplia sonrisa que arrugó sus facciones morenas—. ¿Tu joven dama no tendrá alguna hermana? —Estallaron las risas, seguidas inmediatamente de un repiqueteo de platos cuando los sirvientes empezaron a entrar las copas y las jarras, las fuentes y los cuchillos necesarios para el festín. Los hombres se apiñaron en torno a la tarima; de pronto, todo el mundo quería hablar con Bridei.
—No pasa nada —murmuró Tuala—. Quieren que los oigas. Haz lo que debas hacer.
—Quédate conmigo —susurró él agarrándola firmemente de la mano—. Te necesito.
—Estaré aquí —dijo ella—. Siempre estaré aquí.
Historias dentro de historias —dijo Madreselva a Telaraña—. Sueños dentro de sueños. Sendas abiertas en el camino. Para tratarse de seres con una vida tan corta, los humanos parecen empeñados en hacer que las cosas les resulten lo más complicadas posible. Es una suerte para nosotros y para nuestro empeño que Bridei camine bajo la protección de los dioses y pueda ver con más claridad de la que suelen hacerlo los de su especie.
—Y también que nos hayamos asegurado de que tenga a Tuala a su lado.
—Ya lo creo. Así pues, parece que hemos completado nuestra tarea. Siento cierto abatimiento a pesar del triunfo de esta noche. Las pequeñas vidas de los humanos son, a su manera, absorbentes.
—¡Oh! Aquí todavía quedan muchas cosas que pueden mantenerte entretenido —dijo Telaraña con una cascada de risas—. Puede que nuestro trabajo haya terminado con los jóvenes reyes de Fortriu, pero hay muchos caminos, muchas posibilidades. Esta noche bajo la mirada hacia Caer Pridne y observo a un hombre que no puede oír más que una simple nota del arpa del bardo sin tener que marcharse del salón. Esa música dulce es como un veneno para sus oídos. Veo a una joven cuyo camino ha quedado interrumpido cruelmente y me pregunto si se pasará la vida tambaleándose en el borde o saltará hacia lo desconocido. Veo a un artesano cuyas manos son capaces de crear magia, una magia que nunca estará a la altura de los sueños que corren por su mente. Veo a un druida de pie, solo, reflexionando sobre cuestiones de amor y deber, enfrentándose a su propia humanidad. Esto todavía no ha terminado, amigo mío. Incluso Bridei y Tuala, fuertes como son, van a necesitarnos otra vez.
—¡Ah, Tuala! Una criatura singular. A veces lamento que no viniera con nosotros.
—¿Cómo? ¿Y dejar a Bridei a la deriva? No seas tonto. Olvídate de Tuala; centra tu atención en otra persona. ¿Qué me dices de esa rehén real, una criatura deliciosa de largos cabellos como hilos de oro y una piel fresca y dulce como la fruta madura? Joven, buena, inocente… ¿Qué estragos no podríamos causar con ella? Se podría hacer bailar y bailar a estos hombres hasta que suplicaran parar…
—Vamos —dijo Madreselva—. Nos estamos entreteniendo sin motivo. Por el momento no voy a jugar con los hombres y mujeres de la corte de Bridei. Mi corazón está triste; no tengo ningún deseo de dedicarme a semejantes argucias y entremetimientos.
—Todavía no —dijo Telaraña—. Poco importa. Al fin y al cabo, son humanos. Crearán sus propias complicaciones, bailarán al son de sus propias melodías, realizarán los movimientos de sus propios juegos.
¡Ven! ¡Sígueme!
Y con un susurro de telaraña, el destello de un ala brillante y el brillo de un cabello plateado, se fueron. En el exterior del gran salón, solo en el adarve, Faolan se estremeció y miró hacia el cielo. Algo había pasado; no lo había visto, pero había notado su presencia. Si el escoto hubiera sido un hombre a quien los dioses le hubieran merecido algún crédito, hubiese pronunciado una plegaria, hubiese hecho una señal de protección o hubiera tocado un talismán oculto con los dedos. Pero él sólo confiaba en sí mismo. Era mucho más fácil así. A través de las puertas abiertas, el sonido del arpa lo persiguió hasta la oscuridad y le provocó un picor en los dedos. Clavó la mirada en la noche.
—¿Faolan?
Era Bridei, que entonces estaba solo y se acercaba por el camino del adarve con paso quedo, con el perrito tras él.
—Casi me sorprendes —dijo Faolan—. Debo de estar perdiendo mi habilidad.
—Quería hablar contigo a solas.
—Pues será mejor que seas rápido. Esta noche todo el mundo quiere un pedacito de ti.
—Me tomaré el tiempo que sea necesario; esto es importante. Me preguntaba si habías pensado en el futuro.
Faolan permaneció unos instantes sin decir nada. Cuando llegó, su respuesta algo tímida.
—Cualquiera que tenga un poco de sentido común difícilmente puede no hacerlo.
—¿Y has llegado a alguna conclusión?
—Todavía no.
Bridei apoyó los brazos en el parapeto. Era una noche despejada; las estrellas eran unos puntos relucientes de luz en un cielo donde la Brillante pendía durmiendo como una hoz plateada.
—Sabes que me gustaría que te quedaras —dijo en voz baja—. No como guardaespaldas; tengo en mente un papel distinto para ti, uno que te ofrecería nuevos retos, nuevas oportunidades.
—¿Acaso no estás satisfecho con el trabajo que he realizado? —Faolan no dejó de mirar hacia otro lado.
—Ya debes saber que ese no es el motivo —respondió Bridei—. Te has ganado con creces lo que sea que te pagaran. A mí me parece que tus talentos están un tanto desperdiciados en el sencillo trabajo de mantenerme a salvo.
—¡Sencillo! Tú me has dado muchos más problemas que Drust en todos los años que le serví. Pero es cierto, soy capaz de desempeñar toda una variedad de funciones distintas y lo he hecho con frecuencia. Traductor, asesino, espía. ¿Qué tienes pensado?
—Supongo —dijo Bridei— que es posible que te llamen para hacer cualquiera de esas cosas a su debido tiempo. Pero yo estaba pensando más bien en un puesto de asesor, consejero, compañero. Si quisieras tenerlo en cuenta.
Faolan estuvo un rato sin responder. Se quedaron uno al lado del otro mirando las estrellas mientras el perro blanco permanecía sentado a los pies de Bridei, atento en medio de la noche.
—Cuando estuviste enfermo dijiste algo sobre que no me pagaban para ser un amigo. Me da la impresión de que lo que buscas es precisamente eso, un amigo. Alguien que ocupe el lugar de Gartnait, o del compañero que tenías antes, el que fue envenenado. Dicen que estabais muy unidos.
Bridei no dijo nada, sólo aguardó.
—No creo que sea el hombre adecuado para un trabajo como ese, Bridei. Una simple tarea que ponga a prueba mis habilidades, con una paga apropiada al terminar, eso sí lo aceptaría de buen grado. No va conmigo ofrecer nada más.
—Entiendo. Me decepcionas, Faolan. Creo que niegas tu propia naturaleza.
—A ti te crio un druida. Buscas complicaciones allí donde no hay ninguna. Yo no deseo apartarme del camino sencillo, eso es todo.
—Lo lamento. Te echaré muchísimo de menos.
Hubo otro silencio que en esa ocasión fue de otro carácter.
—¿Me estás diciendo que es la única posición que tienes para ofrecerme? —El tono de Faolan fue dolorosamente prudente; hizo que a Bridei le entraran ganas de llorar—. ¿No tienes intención de contratarme como protector personal tuyo y de tu prometida?
—Pensé que aceptarías la otra oferta. No tengo preparada otra alternativa.
—Entiendo.
—¿Eso sí te lo plantearías? ¿Seguir con la carga de asegurar nuestra seguridad con la simple remuneración en forma de comida, alojamiento y un poco de plata?
—Con «un poco» no lo sé —dijo Faolan con una repentina exhalación—. Exijo unos honorarios elevados.
—Los satisfaré —dijo Bridei.
—Entonces tenemos un trato. —Faolan le tendió la mano; Bridei se la estrechó—. Quiero quedarme. No creí que fuera necesario tener que decírtelo.
—Servicio de guardia. Días largos, noches sin dormir, preocupación constante.
—Eso es lo que hago. Es la clase de trabajo que me conviene. También asumiré las obligaciones adicionales que me llevaban periódicamente a las tierras de Dalriada cuando trabajaba para Drust el Toro. No puedes permitirte el lujo de prescindir de una buena fuente de información.
—No —coincidió Bridei—. Ni de un buen amigo. Con el tiempo descubrirás lo que eso significa. Vamos, entremos y volvamos a enfrentarnos a la gente. No me gusta dejar sola a Tuala demasiado tiempo. Todo esto es nuevo para ella.
Faolan hizo una mueca.
—Da la impresión de que aprende con una rapidez asombrosa, lo mismo que tú. Seréis una pareja formidable.
—Eso espero —dijo Bridei—. Un reino depende de ello.