Capítulo 11

Le dolía la cabeza como si fuera a partírsele por la mitad. Siguió andando, manteniendo el ritmo, y cada paso era como un martillazo en el cráneo. Árbol, roca y ladera giraban a su alrededor, sus formas distorsionadas por el aturdimiento del dolor. No era nada; debía seguir adelante a pesar de ello, pues al atardecer estarían en casa. Llegarían a Pitnochie y por fin podría desahogarse. Podría compartir la angustia, la culpabilidad, la sinrazón, y quizá entonces se aliviaría un poco aquel tormento que había hecho presa a su cabeza, aquel frío que se aferraba a su corazón.

Donal estaba muerto, y no se había ido como él hubiera deseado, demostrando su valor en la batalla, sino en un acto cruel de asesinato a sangre fría. Había bebido de la copa de otra persona y había muerto en brazos de Bridei mientras las convulsiones sacudían y retorcían su cuerpo. Él no se había creído capaz de odiar a nadie, pero a quienesquiera que hubieran cometido esa acción los odiaba con una furia candente. Si algún día descubría su identidad los castigaría como ellos habían castigado a su amigo fiel. Les rodearía el cuello con las manos y miraría cómo se retorcían de dolor igual que lo había hecho Donal hasta el final, jadeando, sufriendo arcadas, combatiendo contra la muerte como el guerrero que era. Era un buen hombre, un hombre magnífico, valiente y franco. No era Donal quien tenía que haber muerto. Era Bridei.

Había ocurrido el mismo día que Gartnait y él recibieron sus marcas de guerrero en el Pozo del Cuervo, durante el viaje de regreso. En casa de Talorgen había un hombre que sabía grabar los delicados dibujos en la carne de la mejilla y el mentón utilizando unas agujas finas y pigmentos de color; dolió, pero fue un dolor bueno, y Bridei y Gartnait se sentaron juntos mientras les grababan las marcas en la piel, símbolo de su participación en una importante batalla para su rey. Después hablaron tranquilamente de tiempos pasados y recobraron la amistad que casi habían perdido en el poblado de los Confines de Galany, oscurecido por el humo. Gartnait volvió a explicarse de nuevo, con una disculpa; Bridei la aceptó y se reservó sus dudas.

Cuando los tatuajes estuvieron terminados, se celebró un banquete. Aunque la señora del Pozo del Cuervo seguía estando ausente, los miembros de la casa de Talorgen lograron preparar un magnífico festín de carnes asadas, cerveza que corría como el agua e incluso pasteles. Tras la marcha por la Gran Cañada hasta el lago de la Doncella los hombres estaban hambrientos y atacaron la comida con entusiasmo. Fokel de Galany ya no estaba con ellos; suya era la responsabilidad de transportar la Piedra del Mago a un lugar donde pudieran volver a clavarla en la tierra, dentro del territorio de Fortriu y lejos de las codiciosas manos de los escotos. En esos momentos la piedra se encontraba cerca de la cabecera del lago del Rey; los hombres de Fokel tenían que idear un método para transportarla por tierra, un reto que ejercitaría su fuerza y su ingenio al máximo. Había estado muy bien hacer bajar la piedra colina abajo con los troncos, pero las empinadas cuestas y los estrechos caminos de la Cañada requerirían de algo más que inventiva. Se hablaba de convocar a los druidas.

La cerveza circuló copiosamente durante el banquete. Hubo brindis, historias, risas y bromas; las jarras pasaban de mano en mano, las copas se colocaban aquí y allí en la mesa, se derramaban, se apuraban, se compartían y se volvían a llenar. Nadie sabía quién fue el que vertió la cerveza en la copa de Bridei. En cualquier caso, no había tenido suerte. De hecho, el muchacho había bebido muy poco durante toda la velada y sólo había comido lo suficiente para no mostrarse descortés. El tatuaje recién hecho le escocía, le dolía la cabeza y no podía apartar de su mente los pensamientos de la batalla y el período subsiguiente. Las noches que habían acampado bajo los árboles durante el viaje desde el lago del Rey había disfrutado de pocas horas de sueño. La copa de Donal estaba vacía. En lugar de coger una jarra para volver a llenarla, Bridei le había acercado su cerveza, que no había tocado, porque sabía que él no iba a beber más.

—Toma.

Y entonces… Oh, entonces… Bridei cerró los ojos mientras la imagen abrasaba su mente con toda su brutal realidad. Recordaba cada detalle, todos y cada uno de los momentos… No había durado mucho. Era un veneno potente. Intentaron desesperadamente hacer que Donal lo vomitara. Trataron de hacerlo andar, pero su cuerpo no tardó en ser presa de unos espasmos que le arqueaban la espalda y hacían que sus extremidades se sacudieran y que los ojos se le pusieran en blanco de manera disparatada. Emitía unos ruidos espantosos, propios de un animal. No, no había durado mucho; fue un momento terrible e inmundo tras otro, cien, mil momentos de horror, hasta que, finalmente, Donal murió en sus brazos mientras la sangre, el vómito y la inmundicia manchaban sus ropas, el suelo, los bancos y esteras a su alrededor. Su maestro no había conseguido volver a hablar después de agarrarse la garganta y decir con un áspero susurro de angustia: «¡Bridei!». Se había ido sin decir adiós.

Pitnochie. Piensa en Pitnochie, piensa en casa. Al menos esas cosas eran fuertes y seguras: los viejos robles, los susurrantes abedules, la granja con sus campos cercados y la pequeña cabaña de Fidich. La casa, baja y oculta en medio de los árboles que la tapaban. Broichan, severo y prudente, capaz de encontrar la enseñanza en cualquier historia, por cruel y macabra que fuera. Erip y Wid, llenos de la risa y la sabiduría de unas largas vidas bien vividas. Y Tuala… ¡Dioses, cómo necesitaba que Tuala le cogiera la mano, le escuchara y le dijera que todo se arreglaría de nuevo…!

Llegaron a la casa de Broichan antes de la puesta de sol, avanzando colina arriba bajo los robles, un grupo de hombres menos numeroso que el que había combatido en la batalla por los Confines de Galany. La mayoría había regresado a sus hogares, pero Talorgen y su hijo se dirigían a la corte con Ged de Abertornie y un considerable contingente de hombres de armas, incluyendo a los dos guardaespaldas de Aniel, Breth y Garth. Junto a ellos iban los hombres de la propia casa de Broichan que se habían sumado a la lucha: Elpin, Enfret y Cinioch. Urguist no había regresado; lo habían dejado descansando en paz, cubierto de tierra, en las orillas del lago del Rey.

Obedeciendo las órdenes de Talorgen, Breth y Garth se habían pegado a Bridei y lo seguían como había hecho Donal, aunque el joven no quiso dejar que probaran su comida. Le parecía una atrocidad esperar que otro hombre muriera en su lugar, como si de algún modo fuera más valioso que él. Ya había visto a un hombre morir por él.

El recibimiento fue caluroso, pero la casa parecía silenciosa. Enseguida descubrieron que Broichan no se encontraba allí. Para sorpresa y consternación de Bridei, se había marchado a Caer Pridne para volver a asumir sus obligaciones en la corte y había dejado instrucciones para que él siguiera cabalgando hasta allí con Talorgen, pues había llegado el momento de que por fin conociera al rey Drust el Toro. Ferat sonrió de oreja a oreja, admirando las marcas de guerrero de Bridei:

—¡Ah, mírate ahora; eres todo un hombre!

Mara no fue tan locuaz, pero no pudo reprimir una sonrisa al verlo en casa sano y salvo.

Rápidamente los viajeros comunicaron las malas noticias, antes de que se hicieran demasiadas preguntas. La batalla se había ganado, pero con bajas. Urguist había caído con valor. Y otro viejo amigo no iba a volver a casa. El propio Bridei les contó las nuevas, a sabiendas del daño que les harían. Donal había formado parte de esa casa durante casi tanto tiempo como Bridei; su pérdida era muy dolorosa.

—¡Ah, pobre muchacho! —se lamentó Mara—. Es una muerte triste para un guerrero. Son tiempos terribles, terribles. Los ancianos también nos han dejado; esta noticia les hubiera afligido mucho.

—¿Erip y Wid? ¿No están en casa? Tenía la esperanza de verlos… —Algo en la mirada de Mara hizo que Bridei se callara de repente.

—Broichan envió a un mensajero a tu casa, mi señor —dijo mirando a Talorgen—. Ya hace tiempo.

—No llegó tal mensajero —repuso Talorgen—. ¿Qué noticias llevaba?

—Otra muerte. Un terrible resfriado se llevó a la tumba al anciano Erip este invierno. Antes ya no andaba bien del pecho. Lo enterramos en la colina. Y Wid no está. Se marchó con los druidas.

—Querréis instalar a los hombres —dijo Ferat—. Quedaos un par de noches, que descansen los caballos. Dejadme que os acompañe…

—¿Dónde está Tuala? —preguntó Bridei. Una sensación extraña se había ido apoderando de él al enterarse de cada ausencia, de cada pérdida; era como volver a tener cuatro años y que te lo quitaran todo.

Hubo un breve silencio.

—Se fue —contestó Mara con voz cansina—. Hace tiempo.

Bridei la miró enojado y el ama de llaves se estremeció visiblemente.

—Está en ese lugar del norte, la escuela para mujeres sabias. Banmerren —dijo la mujer—. Surgió la posibilidad de convertirse en sierva de la Brillante, una gran oportunidad para alguien como ella. Viajó hasta allí con la familia de mi señor —miró a Talorgen—. Muy apropiado. Broichan se sintió muy aliviado.

Bridei no se decidía a hablar. De hecho, no estaba seguro de que pudiera articular ni una sola palabra. Su corazón parecía haberse olvidado de cómo latir.

—Gracias por la oferta de hospitalidad. —Talorgen rompió el incómodo silencio—. Estamos muy cansados del viaje; a los hombres no les vendría mal cualquier cosa que podáis darnos de cena y un rincón cálido para dormir. No os molestaremos mucho tiempo. Ged y yo debemos estar de vuelta en Caer Pridne lo antes posible.

—No hay problema —dijo Ferat—. Dadnos un poco de tiempo y os prepararemos una cena digna de un rey. —Y al ver rostros familiares, añadió—: ¡Enfret! ¡Cinioch! ¡Bienvenidos a casa! ¡Elpin, muchacho! ¡Cuéntame las novedades!

A solas en su antigua habitación, Bridei luchó por ejercer el control sobre sí mismo. Era un hombre: tenía dieciocho años, era un probado guerrero y el hijo adoptivo del druida real. Ya no era el niño que había permanecido allí despierto mirando la luna y anhelando historias que desvanecieran las sombras. Ya no era el pequeño que una vez se había escondido en una grieta en las rocas mientras el acero de un asesino intentaba alcanzarle salvajemente. Era Bridei, hijo de Maelchon; había bajado la Piedra del Mago de los Confines de Galany y se había ganado la amistad tanto de guerreros como de jefes de clan. Fokel de Galany le había jurado lealtad para toda la vida; Ged de Abertornie le había regalado una capa tejida con unos llamativos cuadros y rayas de un verde, naranja y rojo escarlata intensos. Morleo lo había invitado a pasar un verano en su casa cerca de Aguasluengas, donde había unas truchas grandes como crías de foca. Era un hombre.

Era un hombre, le dolía la cabeza y tenía los ojos llenos de lágrimas sin derramar. Era un hombre y su mejor amigo había muerto ante sus propios ojos porque él le había ofrecido una bebida. Bridei puso un puño apretado contra la pared junto a la pequeña ventana cuadrada donde todavía había tres piedras blancas como ofrenda a la diosa. Apoyó la frente en la mano y cerró los ojos. ¿Por qué no podía llorar si estaba tras una puerta cerrada y nadie podía verlo? ¿Por qué no podía hablar, ni siquiera con Gartnait, ni siquiera con Talorgen? ¿Por qué la necesitaba tanto que era como si le doliera todo el cuerpo, un vacío enorme que suplicaba ser llenado? ¿Qué le pasaba? ¿Por qué se había ido Tuala? ¿Cómo pudo hacer una cosa así? Tuala amaba a la Brillante, y la Brillante siempre le había sonreído, eso había quedado claro desde el momento en que la diosa le había mostrado dónde encontrarla aquella fría noche del Solsticio de Invierno. Pero una sacerdotisa, una mujer sabia: eso no se lo esperaba. La lógica le decía que era razonable, e incluso conveniente. Su corazón gritaba que no.

Ya sabía que la gente se marchaba. Se iban para no regresar nunca. Así eran las cosas y aprendías a aceptarlo. Pero Tuala no. Tuala no podía irse; no podía abandonar Pitnochie. No podía dejarlo solo. No estaba bien. Si ella no estaba a su lado, ¿cómo podría llegar a ser lo que querían que fuera, lo que los dioses esperaban que fuera?

Apoyó la frente contra la fría piedra junto a la ventana. No le sirvió de mucho. El dolor punzante era como el discordante son de un tambor; era como el recuerdo de la guerra. Una mujer tratada como un objeto de venganza. Un joven guerrero acurrucado como un niño, temblando. Una criatura aterrorizada. Cadáveres ardiendo, un espantoso gemido, un lamento que surgía de las entrañas mismas de la desesperación. Donal… y Erip muertos, su viejo y querido amigo, su sonriente, pícaro y calvo sabio… Si ese dolor duraba mucho más tiempo, por la espada del Guardián de las Llamas que la cabeza se le iba a romper en dos, seguro. ¿Por qué no podía desahogarse? ¿Qué era lo que contenía aquellas lágrimas?

En el alféizar había un solo cabello atrapado bajo una de las pequeñas piedras blancas. La brisa lo levantó; Bridei lo tomó entre sus dedos y el cabello largo y oscuro se enroscó en su mano como si tuviera vida propia. Era de ella. Había estado allí antes de irse; quizá había pasado allí la noche, despidiéndose. ¿Habría tenido Broichan algo que ver? ¿La habría obligado a marcharse de nuevo, esta vez para siempre? Bridei tocó el recuerdo que todavía llevaba en torno a su muñeca, un pedazo de cinta descolorida y tan gastada que estaba a punto de deshilacharse. «¿Por qué dejaste que ocurriera esto?», le preguntó a la Brillante, aunque su cara todavía no era visible al otro lado de la ventana; apenas había anochecido y en las largas noches de verano su imagen no era más que una pálida sombra en la penumbra del cielo. «¿Por qué te la llevaste lejos de mí?». Y entonces regresó a su mente la imagen del cuerpo retorcido y los rasgos crispados de Donal, que había muerto por su culpa. Bridei se tumbó en el camastro y cerró los ojos. Era necesario seguir adelante. Lo habían adiestrado para aguantar, para enfrentarse a las cosas, para ser fuerte. Debía cabalgar hasta Caer Pridne y allí, por fin, Broichan tendría que darle respuestas: respuestas sobre Tuala y respuestas sobre sí mismo.

Todavía no se lo has dicho? —preguntó Aniel con sus ojos grises fijos en Broichan y sus elegantes manos con las palmas juntas sobre la mesa delante de él. Estaban sentados en una estancia en Caer Pridne, el salón de una de las viviendas accesorias que se apiñaban dentro de los muros de la fortaleza de Drust, con vistas a la senda marítima que iba desde Fortriu a las Islas Luminosas y más allá. Su encuentro sería breve; aquel concilio llevaba mucho tiempo evitando llamar la atención, por lo que se reunía muy de vez en cuando, discretamente y en un emplazamiento distinto cada vez. El asunto que trataban era secreto y peligroso. Dicho asunto se estaba haciendo cada vez más urgente y se encontraron en cuanto Talorgen llegó a la corte; todavía llevaba puestas las botas de montar. Drust el Toro estaba enfermo. Los murmullos que se pronunciarían en la próxima celebración del Umbral serían los últimos de aquel rey. Tenían menos de un año, quizá sólo una estación, para colocar las piezas en su sitio y realizar su último y fundamental movimiento. Y había habido el intento de asesinato; no era el primero, pero sin duda fue el más audaz.

—Quería que Bridei participara en esta empresa sin el peso de tan elevadas expectativas sobre sus hombros. —El tono de Broichan era calmado como siempre, pero su mirada reflejaba cierta cautela—. Ya es hora de que sepa la verdad, estoy de acuerdo. Pero acaba de llegar, estará agotado tras la cabalgada desde Pitnochie. Mañana hablaré con él. Todavía estará llorando la muerte de su amigo; me imagino que se considera responsable, por ilógico que sea. Él ya lo sabe, por supuesto. Bridei es demasiado inteligente, demasiado astuto para dejar que esta verdad evidente lo eluda mucho tiempo, cuidadosos como hemos sido tanto yo como sus otros profesores para no ser explícitos en el tema de su propio origen y de lo que eso podía significar.

—Hace tiempo que tendrías que haberlo discutido con él —dijo Talorgen—. O dejar que lo hiciera yo. Así Bridei podría haber empezado a prepararse para lo que ahora parece de una inminencia alarmante. No disponemos de mucho tiempo. El chico debe presentarse a Drust en pocos días.

—Mañana por la noche, de hecho —señaló Aniel—. En la cena de celebración; el rey desea felicitarte, amigo, y a los guerreros que te han acompañado hasta la corte. Ya ha oído murmuraciones sobre el joven cuyo audaz ingenio hizo posible que la Piedra del Mago fuera arrebatada de las garras del enemigo. Tiene muchos deseos de conocerlo; la historia devolvió vida a su mirada.

—En tal caso Broichan debe hablar con Bridei sin demora. —Talorgen, ceñudo, tamborileó con los dedos sobre la mesa—. El rey conoce los orígenes del chico; reconoce que es un posible pretendiente. Necesitamos que Bridei esté alerta. Y que mantenga los ojos abiertos; si se puede cometer un asesinato en mi propia mesa en el Pozo del Cuervo, sin duda el peligro puede seguirnos hasta Caer Pridne. Breth y Garth tienen que estar atentos.

—Pero con disimulo. —Fola había permanecido en silencio hasta entonces—. Creo que nos hace falta algo más; no simplemente la capacidad de proteger a nuestro candidato de un cuchillo en la espalda antes de tener siquiera la oportunidad de presentarlo, sino la facultad de cortar de raíz esta amenaza. Según mis cálculos, hay al menos siete hombres que podrían ser propuestos para el reinado cuando llegue el momento. Apuesto a que no hay más que uno entre ellos con tan poco sentido de su propio valor que deba rebajarse a cometer intentos de asesinato. Talorgen ha fracasado en sus esfuerzos por descubrir la identidad del agresor, y menos aún el nombre de la persona que lo contrató. ¿Qué va a impedir que lo siga intentando día y noche desde ahora hasta la primavera, o mientras Drust aguante? Bridei necesita el servicio de guardaespaldas, no se puede negar. También precisa de protección especial. Un investigador con talentos especiales. Un hombre que no sea escrupuloso, que pueda buscar la verdad y que, de ser necesario, use su propio cuchillo sin vacilar.

Aniel le dirigió una fría sonrisa.

—Estás completamente desaprovechada en Banmerren, Fola —dijo.

—Hay un hombre así, por supuesto —dijo Broichan—. Drust tendría que acceder a su liberación para tal propósito. Si tuviera que pedirle semejante favor al rey tendría que contarle la verdad.

Aniel arqueó las cejas.

—¿Acaso no le cuentas siempre la verdad a tu rey? —preguntó con fingida sorpresa.

Uist soltó una explosiva carcajada desde un rincón. Los demás se sobresaltaron; casi se habían olvidado de la presencia del druida montaraz.

—Hay un tipo concreto de verdad reservado para los reyes —dijo mirándolos detenidamente desde las sombras con sus ojos vivarachos y cambiantes—. Consiste en lo que sus consejeros creen que debería saber. A mi entender, no hará falta que le cuentes nada. Con sólo echarle un vistazo al chico, Drust reconocerá lo que es evidente por su porte, su mirada, su forma de hablar; lo que es manifiesto en la manera en que los hombres le respetan. Es un rey en ciernes; el único candidato para Fortriu. Después de eso Drust te dejará tantos hombres peligrosos con cuchillos como quieras.

—Sólo necesitamos a uno en concreto —repuso Broichan.

—Tenemos que manejar el asunto con cuidado —señaló Talorgen—. Ya sabes lo que ocurrió la última vez que Bridei y ese hombre se encontraron.

—Son hombres. Lo resolverán. En cuanto a Drust y a ese banquete que mencionas, creo que tenemos que hablar en privado con el rey. No nos interesa que en la corte se empiece a chismorrear sobre Bridei y a hacer apuestas sobre sus posibilidades. ¿Por qué crees que he mantenido al chico alejado de todo este mundo durante tanto tiempo? Es la ventaja que tiene; la falta de distracciones estúpidas le ha permitido ser fuerte en el amor a los dioses y puro de valor y de propósito.

—El mundo en el que tiene que vivir es este —dijo Aniel—. El mundo de la estrategia, de las maquinaciones, de las mentiras y las verdades a medias, de las insinuaciones y las dudas. Un mundo de sombras. En cuanto se lo digas formalmente, debe penetrar en ese reino y seguir manteniéndose fuerte.

—Será lo bastante fuerte —replicó Broichan—. Desde que vino conmigo a Pitnochie, todos los momentos de su vida han sido dirigidos hacia este fin. La materia prima era buena; catorce años de rigurosa preparación la han hecho perfecta. No nos decepcionará.

Fola soltó una tosecilla; los cuatro hombres se volvieron a la vez para mirarla, tranquila y quieta en su asiento, con sus vestiduras de un suave color gris.

—¿Quieres expresar alguna reserva? —La voz de Broichan tenía entonces un ligero tono brusco.

—Simplemente quiero hacer un comentario. El peso de la expectativa es muy grande para unos hombros tan jóvenes. Yo también confío en las aptitudes de Bridei. Me da la sensación de que camina con el aliento de los dioses a su espalda. Te recuerdo simplemente que, en nuestro afán por congratularnos, no deberíamos olvidar el sacrificio que supone para él el futuro para el que le estamos preparando.

—¿Sacrificio? —repitió Broichan—. ¿A qué te refieres?

—A que tal vez, de haber tenido posibilidad de elección, él no habría optado por este destino. Que la vida de un rey lo es todo menos fácil. Tal como Uist nos dijo una vez, es un camino solitario; un camino de decisiones imposibles, de presión constante. Bridei lo aceptará; no tengo ni la más mínima duda de que los dioses le susurran al oído, pero no debemos esperar que todo esto lo llene de alegría.

—Dame tu opinión sincera, Broichan —dijo Talorgen—. Y tú también, Aniel. Ambos habéis estado cerca del rey últimamente, habéis tenido una buena oportunidad de evaluar la situación. Para decirlo sin tapujos, ¿cuánto tiempo le queda? Se está hablando del Umbral, más que de tener toda una estación por delante. Si los dioses lo permiten, Drust estará con nosotros para llevar a cabo ese oscuro ritual una vez más; la verdad es que nos resultará extraño ver a otro hombre arrodillarse junto al Pozo de las Sombras. Ahora decidme. ¿Sobrevivirá Drust a otro invierno?

Aniel miró a Broichan, y este le devolvió una mirada inescrutable.

—Sería casi una bendición que no lo hiciera —repuso Aniel en voz baja—. Oír cómo se esfuerza por respirar el frío aire invernal es como oír el dolor hecho sonido. Si la Diosa Madre es compasiva lo acogerá en su seno hacia el solsticio.

—Entiendo —dijo Talorgen—. Entonces debemos ponernos a trabajar, amigos míos. Cuando las aves de rapiña notan que su presa se debilita se preparan para abatirse con las garras extendidas. Tenemos que proteger tanto al viejo rey como al nuevo. Debemos encargarnos de que otra persona asuma la responsabilidad, al menos en espíritu, que siga ardiendo la llama durante los tiempos de oscuridad.

—Muy poético —observó Uist—, si bien un tanto confuso. Fola, te acompañaré durante el camino de vuelta a Banmerren. Es un largo trecho para una mujer sola. Como protector no es que sea gran cosa, pero aún así, con sólo echarme un vistazo, la gente suele salir corriendo con bastante rapidez, no sea que me dé por convertirlos en gansos o cisnes. En cuanto te devuelva sana y salva a tu fortaleza de mujeres, estoy pensando en irme en dirección a Circinn. Nos hace falta un poco de información de esos pagos. Si lo que dices es cierto y los dioses tienen verdadera intención de quitarnos a Drust en el plazo de una estación o dos, dudo mucho que su tocayo del sur permita que la sucesión vaya como nosotros queremos sin poner alguna objeción. Con suerte, un druida errante que parece un tanto desquiciado podrá pasar inadvertido. Os informaré a su debido tiempo.

—Ten cuidado —le advirtió Aniel—. Puede que creas que las vestiduras de tu oficio te protegen, pero en las tierras de Drust el Verraco no le tienen ningún cariño a la antigua fe. Ni cariño ni respeto. Lo mejor será que visites únicamente los poblados más aislados; procura estar bien alejado de su corte. El rey de Circinn tal vez te trate con cierta cortesía, pero sus consejeros son como comadrejas, astutos y despiadados.

—Vamos, Fola —dijo Uist, que hizo caso omiso de la advertencia—. Una caminata junto al mar les hará bien a nuestros ancianos huesos. Dejemos que estos hombres taimados se las arreglen solos y disfrutemos un rato de la canción de las olas y las gaviotas. A menos que seas demasiado digna como para que te vean en compañía de un viejo loco como yo.

—Creo que puedo soportarlo —dijo Fola al tiempo que se ponía de pie—. Broichan, no has preguntado por tu otro ahijado.

El druida se la quedó mirando sin comprender; estaba claro que la mujer había conseguido la insólita proeza de pillarlo desprevenido.

—Te refieres a Tuala —respondió al cabo de un momento—. ¿Cómo está? —Su tono carecía de inflexión.

—Le va muy bien. Es colaboradora, demuestra unas aptitudes extraordinarias y se aplica con empeño.

—Me complace oírlo. —Broichan habló como si aquello lo aburriera; estaba claro que contestaba sólo por pura cortesía y porque había otras personas presentes.

—También es sumamente desdichada, está completamente sola y siente una desesperada añoranza.

Hubo una pausa.

—Supongo que eso no es raro en tus recién llegadas —observó Broichan—. Estoy seguro de que te ocupas de ello con la misma competencia que con todo lo demás. Tuala tuvo la oportunidad de un buen matrimonio. Como una tonta, optó por dejarla escapar. Teniendo en cuenta lo que es, debería estar de rodillas agradeciéndote tu amabilidad.

—¿Matrimonio? —caviló Fola—. ¿Ella tendría entonces… doce, trece años?

En esos momentos reinó la tensión en la estancia; Aniel y Talorgen, que estaban cogiendo sus capas y se disponían a marcharse, fingían que la cuestión no les interesaba. Uist escuchaba sin ningún reparo, con unos ojos vivarachos y curiosos como los de un cuervo.

—Los suficientes —replicó Broichan—. Normalmente las chicas ya están casadas a esa edad, ¿no es cierto? ¿Por qué estamos hablando de esto, Fola? Tenemos un acuerdo. La felicidad de la chica, o la falta de ella, nunca fue parte de nuestra empresa. No tiene importancia. Es irrelevante. Y ahora debo irme; si me entretengo más podrían percatarse de mi ausencia. —Pasó junto a ella rápidamente, sus vestiduras ondeando tras él, abrió la puerta de roble de un empujón y se fue.

—Tienes un arte que no posee nadie más en todo Fortriu, Fola —dijo Aniel—. Las únicas veces que he visto perder el control a este hombre ha sido en tu presencia. ¿Quién es esa chica? Broichan nunca mencionó a una segunda ahijada. ¿Tiene alguna importancia o lo dices simplemente para irritarlo?

—Ya oíste lo que dijo. Él es el dueño del plan y, en su opinión, la chica es absolutamente insignificante. ¿Estás listo, Uist? Vamos pues, salgamos por atrás; con tus habilidades y las mías supongo que pasaremos del todo desapercibidos. Adiós, Aniel, Talorgen. No volveré aquí hasta el día del Umbral. Mandadme un mensaje si se me necesita con urgencia antes de entonces. Si no, espero estar bastante ocupada con mis alumnas sin importancia.

Tengo una duda —dijo Aniel al jefe del Pozo del Cuervo mientras paseaban por el adarve de Caer Pridne, deteniéndose aquí y allá para mirar hacia el norte por encima del mar como si se les hubiese antojado salir a tomar un poco de aire fresco—. Quiero que me digas si la compartes.

Talorgen aguardó con la mirada fija en el horizonte tras el cual se encontraban las Islas Luminosas, hogar de focas, frailecillos y de un rey cuyos parientes bien podrían tener derecho sobre Fortriu, si es que eran tan audaces como para manifestarlo. Había muchos hijos de sangre real entre los que elegir: quizá demasiados. Y sólo había uno a quien los dioses sonreían.

—Es referente al envenenamiento. Un hombre murió en tu propio salón. Pero el azar quiso que afortunadamente no fuera Bridei. Por lo que cuentas, los únicos hombres allí presentes eran los tuyos, los de Ged y los de Morleo, personas en las que confiamos, hombres por quienes sus jefes han respondido personalmente. Los habitantes de tu propia casa, todos cuidadosamente sondeados. Mis guardaespaldas. Un puñado de compañeros de Broichan que han demostrado su lealtad desde que Bridei era poco más que un bebé. Nadie podría haber puesto en peligro nuestra seguridad; eso fue lo que me dijiste, y no tengo ningún motivo para no creerte. Así pues, ese asesinato fue llevado a cabo por uno o más de los nuestros; en las filas de nuestros hombres de confianza hay un traidor.

—Yo pienso exactamente lo mismo. Ahora que Bridei se ha distinguido en el campo de batalla es de esperar que haya chismes y conjeturas. La gente sabe que es el hijo de Maelchon. Ha pasado mucho tiempo desde que Anfreda contrajo matrimonio con el rey de Gwynedd y se marchó para empezar una nueva vida lejos de Fortriu. Pero habrá quien lo recuerde; dentro de poco todo el mundo en la corte se dará cuenta de que Bridei tiene derecho a presentarse como candidato al trono.

—¿Me estás diciendo que es casi seguro que este intento de quitarle la vida vaya seguido de otro?

—Lo considero muy probable —repuso Talorgen—, e imagino que Broichan también. Caminamos por un estrecho sendero, amigo mío. Por una parte, hay que asegurarse de que el joven brille. Debe esforzarse para impresionar y convencer a los poderosos de Caer Pridne de que es el mejor candidato para Fortriu. Por otro lado, cuanto más evidentes sean sus virtudes, más se esforzarán nuestros enemigos para anular sus posibilidades. Tenemos que estar atentos.

—¿Todavía no tienes ni idea de quién perpetró el asesinato que le quitó la vida a Donal?

—En absoluto. He interrogado a todos los hombres presentes, comprobé cinco veces los preparativos, me encargué de que un herbario intentara identificar la sustancia utilizada, y todo ello en vano. Otra cosa que sabemos sobre nuestro adversario: es inteligente.

—Talorgen —el consejero del rey habló entonces en un susurro—. No quiero creerlo, rehúyo tal posibilidad, pero te lo preguntaré. ¿Es posible que, incluso dentro de nuestro pequeño círculo, haya una persona que no es lo que parece ser? ¿Puedo haberme equivocado, después de tanto tiempo, al confiar en aquellos a los que consideré absolutamente fieles a nuestra causa?

Talorgen se quedó unos momentos en silencio.

—Sería un juego peligroso, sin duda —dijo con la mandíbula tensa—. Si semejante traidor quedara al descubierto ya podría empezar a temblar. Hay poderes entre nosotros cinco que abatirían al más fuerte de los hombres. ¿Quién iba a querer tener a Broichan como enemigo? No voy a contemplar esta idea, amigo. Tenemos que rezar; debemos rogarle al Guardián de las Llamas que proteja al chico el tiempo suficiente.

—Y tenemos que conseguir toda la ayuda posible para respaldarlo. Contratar los servicios del asesino del rey sería un buen comienzo.

Hay una niña —le dijo Fola a su viejo amigo Uist. Atravesaban la larga y pálida playa que describía una curva en torno a la bahía situada entre el promontorio fortificado de Caer Pridne y el boscoso cabo de Banmerren. Había bajado la marea; Uist se había despojado de sus sandalias y clavaba con placer los pies descalzos en la fina arena húmeda. La yegua blanca del druida caminaba tranquilamente junto a ellos, avanzando por su cuenta y sin necesidad de cabestro ni brida. Fola se inclinó a recoger una caracola; su delicado exterior rosáceo estaba roto y revelaba las cavidades que, una sobre otra, formaban una espiral perfecta. Una diminuta y misteriosa criatura de las profundidades que una vez hizo de aquel espacio su alojamiento secreto—. Bueno, una niña no, una jovencita. Según mis cálculos ya está a punto de cumplir catorce años. Me preocupa.

—¿Se trata de la chica que mencionaste, la que puso una mirada distante y una boca apretada en el rostro de nuestro amigo? Recuerdo que el anciano erudito, Wid, mencionó a un segundo alumno; fue deliberadamente poco claro al respecto. ¿Quién es?

—Supongo que ya no es ningún secreto. Es una criatura de los Seres Buenos; Broichan la ha tenido en su casa desde que era un bebé, desde que Bridei era muy pequeño. Crecieron juntos.

Uist lanzó un débil silbido. Se detuvo en seco y bajó la mirada hacia sus pies, que se hundían en la arena mientras el agua los anegaba y le mojaba los bajos de sus raídas vestiduras blancas.

—Broichan se lo ha tenido muy callado —dijo.

—Creo que tenía la esperanza de que ella se marcharía.

—¿Y no lo ha hecho? ¿No se ha marchado? Según parece la chica ahora está contigo; eso la aleja convenientemente tanto de Pitnochie como de Caer Pridne. Supongo que el problema fue el cariño entre los dos niños, uno de los cuales no se consideraba adecuado para el otro, ¿no? ¿Y por qué la acogió Broichan? Un hombre tan previsor como él debería haberse dado cuenta de lo peligrosa que era esa opción.

—La acogió porque respeta a los dioses —repuso Fola—. Siempre antepone su voluntad a sus propios deseos, aunque su compromiso con el plan consuma toda su vida. Y también porque Bridei lo quería así. Broichan quiere a ese muchacho como si fuera su propio hijo. El amor… complica nuestros juegos, viejo amigo; se insinúa, desbarata los planes más cuidadosamente preparados y amedrenta al más disciplinado de los corazones. Me gustaría que conocieras a la chica y me dieras tu opinión, no como hombre sino como siervo de la Brillante. Nunca pensé que diría esto, pero me estoy empezando a preguntar si nuestro concilio no corre peligro de perder el norte gracias a la intensa dedicación de Broichan a su causa. No quiero creer que su afán excesivo le impida ver la voluntad de la diosa. Esta niña…, esta jovencita está desesperada por regresar a Pitnochie, aun cuando se da cuenta de que ya no es bienvenida allí. Hay algo que la llama, algo más grande que ella misma. Veo lo que hay en su corazón y a mí me parece inquietantemente real. Cuando vuelve sus extraños ojos hacia mí, veo la mirada de la Brillante.

—Me intrigas —dijo Uist—. Y me alarmas… Como paso por Banmerren, creo que entablaré conversación con esta joven. Será una grata distracción de mi principal propósito en tu escuela. ¿Cómo está progresando la otra chica?

La expresión de Fola se ensombreció.

—Su preparación ha sido concienzuda; Morna estará dispuesta el día del Umbral. Es difícil, como siempre; difícil para todas nosotras.

—Hay preparados que puedes utilizar —dijo Uist con gravedad—. Supongo que ya los conoces. Hierbas que pueden profundizar su trance. Infusiones que purificarán el cuerpo y le permitirán separarse con más efectividad de este mundo y entrar más fácilmente en el otro.

—Conocemos algunos, pero intentamos retrasar su utilización hasta que el momento del rito está más próximo. Depende de cada chica. Algunas son fuertes y siguen adelante sin necesidad de ayudas de ese tipo. Algunas oyen la voz de los dioses y recorren el sendero de muy buen grado. Alterar la mente o el cuerpo con hierbas y pociones demasiado pronto puede reducir la efectividad de tales ayudas en el último momento; eso sería cruel, desde luego. Todavía no he visto a ninguna candidata que diera ese paso final sin tener por lo menos un poco de miedo.

—Bueno, pasaré algún tiempo con tu elegida —dijo Uist—. La aconsejaré en todo lo que pueda. Pero la que de verdad me intriga es la otra chica. Nunca he visto a una niña de los Seres Buenos de carne y hueso. ¿Posee una belleza sobrenatural como las mujeres de las historias?

Fola esbozó una sonrisa burlona.

—Eres demasiado viejo para preguntar esas cosas —dijo—. Tuala es ella misma. No hace falta decir nada más.

Bridei había tenido intención de encararse con su padre adoptivo en cuanto llegara a Caer Pridne y exigirle una buena explicación sobre varios asuntos: la muerte de Donal, la traición de Tuala, su amiga de la infancia, y su decisión de esperar a explicarle la verdad sobre sus planes hasta mucho después de que él ya hubiera reconocido la naturaleza de los mismos. Luego estaba la necesidad de ser vigilado y protegido como un crío vulnerable incluso entonces, cuando ya llevaba sus marcas de guerrero. A Donal lo habían matado por estar a su lado. ¿Quién sería el siguiente? ¿Breth, el de los hombros robustos y buena vista? ¿Garth con su sonrisa aparentemente dulce y el fuerte brazo con el que blandía la espada? Ya era hora de que Broichan empezara a tratarle como al hombre que era, y a confiarle la verdad.

Resultó que el druida del rey se adelantó a las exigencias de su ahijado. Se encontraron en las dependencias de Broichan dentro de los muros de la fortaleza, donde Bridei también se alojaría con sus dos guardaespaldas durante el tiempo que permaneciera en la corte. Estaba agotado tras la cabalgada desde Pitnochie; había esperado a que acomodaran a Nieveardiente en los establos reales, comió algo rápidamente con sus guardias y luego fue a buscar a su padre adoptivo. Breth y Garth estaban desempacando sus cosas en el dormitorio. Bridei encontró a Broichan en una pose habitual, de pie frente a una chimenea fría, al parecer absorto en sus pensamientos. La estancia estaba dispuesta de forma muy parecida a los aposentos privados del druida en Pitnochie: las herramientas de su oficio estaban en los estantes o colgaban de las vigas, sus manuscritos y material de escritorio cuidadosamente guardados. Al fondo de la estancia, un tablón en el suelo con una manta doblada encima parecía ser el acomodo para dormir, un tanto austero, de Broichan. Bridei esperaba que al menos en la otra habitación hubiera colchones de paja; los sueños no lo dejaban dormir bien y el dolor de cabeza no se le acababa de pasar.

—¿Mi señor?

—Bridei. Bienvenido a casa, hijo.

Entonces le fue posible avanzar a grandes zancadas y darle un rápido y firme abrazo; sentir lo delgado que se había quedado su padre adoptivo bajo las vestiduras negras que ocultaban su cuerpo. Bridei retrocedió y observó unas nuevas arrugas que surcaban el rostro del druida, unas nuevas hebras grises que asomaban entre su oscuro cabello trenzado.

—Estás bien, espero.

—Bastante bien, Bridei. He descubierto que la vida en la corte me complace menos de lo que lo hizo en otro tiempo. No hablaría de este modo ante el rey Drust, por supuesto. Él me necesita; yo le sirvo. Nada menos que lo que requieren los dioses. Pareces cansado. Ha habido pérdidas; lo lamento. Talorgen me contó que el mensajero que mandé no llegó para comunicarte la noticia sobre Erip. También quería… No importa. El anciano falleció plácidamente; al final tuvo una buena muerte. Estaba rodeado de amigos.

—Donal no murió plácidamente. Pereció en mi lugar. Yo mismo le puse la copa en la mano. —Con fuerza de voluntad, Bridei logró evitar que le temblara la voz.

—Siéntate, hijo. Tenemos que hablar. Ya sabes que no es la primera vez que alguien atenta contra tu vida, ni contra la mía. Ahora se trata de un nuevo enemigo, creo, pero los motivos son los mismos. Imagino que no te hace falta preguntarme por qué intentan eliminarte.

Bridei se quedó callado.

—Dímelo.

—¿No eres tú quien tendría que decírmelo, mi señor?

Broichan suspiró y fue a sentarse frente a Bridei; la mesa de trabajo quedó entre los dos.

—Creo que puedes prescindir del «mi señor», ahora somos dos hombres que se han reunido —dijo en voz baja—. Llámame por mi nombre, si quieres. Y ahora cuéntame. Dicen que eres un héroe: el hombre que ideó y ejecutó el audaz e ingenioso plan para arrebatar la Piedra del Mago al enemigo delante de sus narices. Talorgen también me ha dicho que te has desenvuelto sumamente bien en batalla y que te has comportado con serenidad y madurez durante el período subsiguiente. Por el tono que empleó, me da la impresión de que le gustaría que fueras su propio hijo. Así pues, lo haces mejor de lo que cualquiera hubiese esperado, ganas aliados y amigos y no ofendes a nadie. Tu historia te precede por la Cañada, una leyenda en ciernes. El Guardián de las Llamas te sonríe. Y aun así alguien intenta matarte. ¿Por qué?

—Ya sabes por qué. Porque soy el hijo de mi madre.

—¡Ah! —Broichan se recostó en su asiento con las manos detrás de la cabeza—. ¿Cuánto tiempo hace que llegaste a esa conclusión?

—Lo sospeché por primera vez hace mucho tiempo. Wid y Erip tenían mucho cuidado de evitar el tema durante esas largas sesiones sobre genealogía. La manera en que eludían la cuestión de mi propia ascendencia me alertó sobre su posible importancia. No recordaba su nombre; para un niño pequeño su madre es simplemente eso, madre. Al final le pregunté a Ferada y me enteré de que, en efecto, mi madre está emparentada con el rey por línea materna. Hay otras personas que tienen un parentesco más cercano, de primos hermanos. Carnach del Recodo del Espino es uno de ellos; lady Dreseida otra. Espero que no perdamos a Drust el Toro demasiado pronto. Pero si eso ocurriera, significa que soy uno de los que podrían presentarse como pretendientes al trono. Me imagino que ese es el motivo por el que se me ha preparado.

—¿Por qué no me lo preguntaste antes, Bridei?

—Si hubiese estado equivocado, el hecho de sugerirlo hubiera sido de una arrogancia supina. Presuntuoso. No tengo ninguna cualidad especial que me convierta en un pretendiente claro.

Broichan sonrió.

—Salvo que eres a la vez hijo de Maelchon e hijo de la sangre real de los priteni —dijo—. Combina eso con la preparación que te hemos dado y el resultado es un hombre que lo tiene todo para ser un rey en potencia. Tu madre estaría orgullosa de ti.

Hubo algo en su tono de voz que a Bridei le llamó la atención.

—Tú la conocías, ¿verdad? —preguntó.

—Oh, sí.

No se había equivocado, la moderación en la voz, el pequeño cambio en sus impenetrables ojos oscuros.

—Háblame de ella. No la recuerdo en absoluto.

—Anfreda era… excepcional. Sensata, alegre, de cabellos relucientes como una castaña madura y una sonrisa capaz de hacer que el corazón de un hombre dejara de latir. La verdad es que rompió muchos corazones cuando decidió contraer matrimonio con Maelchon y vivir lejos de Fortriu. Él era un hombre formal, pero impulsivo; a mí me parecía… Bueno, eso da igual. Tienes mucho de tu madre, Bridei. Es posible que también de Maelchon; él era un líder.

Bridei no iba a preguntar: «¿Tu corazón fue uno de los que ella rompió al marcharse?». Broichan tenía que estar por encima de esas debilidades humanas.

—Será pronto, ¿verdad? —preguntó en voz baja—. Dicen que el rey está muy enfermo, que quizá no pase del invierno.

—En efecto. Tenemos mucho que hacer y poco tiempo para conseguirlo. Mañana conocerás a Drust; no puedes reivindicar tu derecho hasta que él ya no esté y se inicie el proceso formal, pero a partir de ahora los candidatos empezarán a mostrar sus cartas. Esperamos a una delegación de Circinn, que probablemente sea nuestra amenaza más seria. A los demás intentaremos convencerlos. Algunos pueden comprarse con plata o incentivos; a otros se les puede persuadir por otros medios para que se unan a ti en vez de convertirse en pretendientes rivales. Aparte de ti hay otros dos posibles candidatos de la casa de Fortrenn, el más probable de los cuales es Carnach. Es mucho mejor si el norte sólo propone a un candidato fuerte. Si los jefes de clan de Fortriu están divididos entre ellos hay pocas esperanzas de derrotar a Drust el Verraco, que es probable que cuente con el apoyo de todos los jefes votantes de las regiones meridionales.

—¿Y qué pasa con las Islas Luminosas?

—Tienen a dos o tres hombres de linaje, pero me imagino que esta vez los folk se quedarán fuera de concurso. Aquí tenemos a una rehén real; tendrán en cuenta su seguridad. Drust demostró una excelente previsión al retener a la chica hace unos cuantos años, cuando acompañaba a sus familiares en una visita. Ya la conocerás; ha regresado a la corte.

—¿Crees que el asesino de Donal estaba al servicio de Circinn? ¿Que Drust el Verraco quiere extender su influencia tanto sobre Circinn como sobre Fortriu?

Broichan meneó la cabeza.

—Lo segundo que has dicho, desde luego; ningún rey que se precie dejaría pasar la oportunidad, y el Verraco está rodeado de consejeros ambiciosos. Pero ¿un asesinato? Creo que no. Su reivindicación tiene peso suficiente en sí misma sin tener que recurrir a eso, y no te conoce. Dudo que te vea como a un serio rival. De momento.

—¿Entonces quién…?

—No lo sabemos. Eso significa que debes acceder a mis deseos por lo que se refiere a tu libertad personal, Bridei. Sé que no te gusta, que incluso la presencia de Donal, siendo amigo tuyo, te irritaba algunas veces, pero debes tener cerca de ti a Breth o a Garth en todo momento. Debes hacer uso de un catador. Y también habrá otro hombre. Le he mandado llamar para que te conozca; llegará dentro de poco.

—No necesito otro guardaespaldas.

—Aquellos que se preocupan por ti han acordado que lo tengas.

Bridei abrió la boca para protestar, pero se lo pensó mejor. Había una pregunta urgente que tenía que hacer enseguida, antes de que ese nuevo guardaespaldas viniera a perturbar su privacidad.

—Cuando llegué a Pitnochie, Tuala se había marchado —dijo, y de repente le resultó difícil mirar a Broichan a los ojos por temor a lo que pudiera ver en ellos—. Me dijeron que se había ido a la casa de las mujeres sabias en Banmerren. Que se había marchado para convertirse en una sierva de la Brillante.

Broichan juntó las manos delante de él.

—Es correcto —repuso—. Se la proveyó adecuadamente y fue escoltada para que llegara sin ningún percance.

—Ya la mandaste lejos una vez —dijo Bridei, esforzándose para mantener la voz bajo control—. En otra ocasión ya no la quisiste en Pitnochie porque te hubiera resultado embarazoso. ¿También la echaste esta vez? ¿Hiciste que se marchara?

El druida lo contempló en silencio, con serenidad en sus pálidos rasgos y sus ojos oscuros carentes de emoción.

—No, Bridei —respondió al final—. Fue Tuala la que decidió irse a Banmerren. Fola le ofreció un sitio allí, y ella aceptó la oportunidad. La situación le resulta muy conveniente.

El frío invadió el cuerpo de Bridei. Las palabras de su padre adoptivo tenían el sonido inconfundible de la verdad. Tuala había hecho lo que él nunca habría creído posible. Había cortado el vínculo entre ellos de un modo tan absoluto y repentino como si hubiera muerto.

—Entiendo —dijo con voz disonante.

—Convertirse en sierva de la Brillante es una profesión de mucho mérito —observó Broichan—. Los ancianos eran muy efusivos en sus elogios del talento de la niña como erudita. A pesar de su diferencia, espero que en la escuela de Fola se sentirá como en casa.

Como en casa, pensó Bridei. ¿Cómo iba a estar su casa en otro lugar que no fuera Pitnochie?

—Espero que sí —se obligó a decir, y en ese momento se oyó un leve sonido en la puerta. Broichan miraba por encima de él hacia alguien que estaba allí de pie. Bridei se levantó, se dio la vuelta y por un instante se quedó petrificado. Entonces, se hizo evidente el buen entrenamiento que había recibido de Donal. Agarró el cuchillo y empezó a cruzar la estancia a toda prisa. En el momento que tardó en hacerlo apareció una daga en la mano del otro hombre y una leve sonrisa en su rostro, un rostro que Bridei ya había visto antes y que no había olvidado.

—¡Deteneos!

Bridei se paró en seco con el cuchillo a dos palmos de la hoja alzada del otro. La mirada divertida del hombre se convirtió en una de irritación y luego de alarma. Broichan no utilizaba la magia muy a menudo; cuando la empleaba, uno recordaba por qué se había convertido en el druida del rey, temido y respetado en todo Fortriu, así como en todo Circinn. Lo único que había hecho era levantar su mano un poco y apuntar a ambos con su dedo, aquel en el que llevaba el anillo plateado en forma de serpiente. Bridei esperó, incapaz de moverse salvo por el rápido latido de su corazón. Fulminó con la mirada al hombre, que se hallaba igualmente inmóvil por el hechizo del druida, y cuyos ojos le devolvieron la mirada con una intensidad hostil.

—Os pido disculpas —dijo Broichan, que no parecía lamentarlo en lo más mínimo—. Antes de que os ataquéis el uno al otro, necesito un poco de tiempo para explicarme. Llegas pronto, Faolan. Mi hijo adoptivo reacciona como debe hacerlo un guerrero al ver a un enemigo en un lugar al que no pertenece. Bridei, en contra de las apariencias, este hombre es uno de los nuestros. Ahora voy a deshacer este hechizo y los dos guardaréis las armas y tomaréis asiento mientras explico todo esto. Sentaos a la mesa uno frente al otro, y mantened la boca cerrada hasta que haya terminado.

Chasqueó los dedos; los dos hombres pudieron volver a moverse. Bridei necesitó de todo su autocontrol para no avanzar de un salto y atacar.

—¡Este hombre es un espía! —protestó—. ¡Es un escoto! ¡Lo sé, yo mismo lo capturé! Pero… —Se quedó callado. El hombre llamado Faolan había enfundado su cuchillo, había caminado tranquilamente hacia el otro lado y se había sentado a la mesa—. Pensaba que estaba muerto —dijo, dándose cuenta entonces de lo estúpido que sonaba eso y preguntándose si había estado en lo cierto al tener dudas aquel día en el Pozo del Cuervo. Quizá todo había sido planeado para permitir que Gartnait y él lograran su pequeña victoria sin ningún riesgo real. Pero no; una cosa estaba bastante clara—: Es un escoto —repitió—. Lo oí hablar la lengua. Como un nativo. ¿Qué está haciendo aquí? Yo pensaba…

—¿No has oído lo que he dicho, Bridei?

—Lo siento, mi señor. Broichan.

—Faolan es, en efecto, escoto de nacimiento y educación. Está al servicio del rey Drust y lo ha estado durante varios años. Lo que ocurrió entre vosotros en el Pozo del Cuervo fue un desafortunado incidente. Debes olvidarte de eso, dejarlo atrás. Ahora Faolan trabaja para nosotros. Será tu sombra, te protegerá, irá a buscar a tus enemigos allí adonde Breth y Garth no pueden ir. Tiene un oído en cada puerta, un pie en cada campamento. Teniéndolo a tu lado hay más posibilidades de que permanezcas a salvo. Siempre y cuando hagas lo que él te diga.

Bridei se dio cuenta de que estaba fulminando con la mirada al escoto, que en esos momentos se examinaba las uñas de las manos con una expresión altanera.

—¿Por qué estaba en el bosque con un hombre al que después Talorgen torturó hasta matarlo? ¿Por qué intentaron escapar de nosotros y hablaban en ese idioma? ¿Por qué me dijeron que estaba muerto?

—Tengo unos conocimientos aceptables de la lengua de los priteni y no carezco de inteligencia —dijo Faolan con las cejas arqueadas—. Creo que podría arreglármelas hablando por mí mismo.

—¡En tal caso explícate! —le exigió Bridei.

—Regresaba de una misión; tenía que traer a un hombre, un hombre que poseía información. Él pensaba que estábamos reuniendo datos sobre las fuerzas de Talorgen. Mi intención era conducirlo a un punto donde nos pudieran hacer prisioneros. Resultó que ese día estabais vosotros de guardia; pudo haber sido cualquiera.

—¿Quieres decir que incluso entonces estabas trabajando para Talorgen?

—Para Drust. Talorgen me conoce.

—¡Pude haberte matado! —Bridei estaba atónito, ofendido, humillado.

—Sobreestimas tus propias habilidades si eso es lo que crees —repuso Faolan, que parecía más bien aburrido con la conversación—. Lo que sí hiciste fue ponerme a la vista de todos más de lo que nos convenía a Talorgen o a mí. Eso redujo mi efectividad en la región del Pozo del Cuervo. Los consejeros de Gabhran creen que soy de los suyos, o que lo era; eso hacía posible que pudiera viajar por Dalriada y tener acceso a los consejos de los escotos. Por desgracia, cuantas más personas conocen mi rostro, incluso entre nuestros propios hombres, menor es mi efectividad como espía. De ahí la decisión de Drust de traerme de vuelta a la corte para que esperara aquí un tiempo. Eso tengo que agradecértelo a ti, y esto también —se arremangó la túnica para mostrar una fea cicatriz que tenía en la parte superior del brazo—. Menos mal que todavía puedo blandir mis armas o te habrías ganado un enemigo peligroso.

—Perdona —dijo Bridei con educación—, pero me parece que ya tengo uno.

—No te guardo ningún rencor —dijo Faolan—. Sólo espero que se me pague regularmente. Pero tienes razón. Me han dicho que tienes un enemigo. Por eso estoy aquí.

Bridei se volvió hacia el druida.

—¿Por qué me mintió Talorgen? —preguntó—. ¿Por qué me dejó creer que este hombre estaba muerto?

—Debes preguntárselo tú mismo —contestó Broichan—. Imagino que le resultaba conveniente, y a Faolan también, que fueran los menos los que supieran la verdad.

—Pero yo… —Bridei contuvo sus palabras.

—Si te sentiste culpable por ello, fuiste un estúpido —terció Faolan sin rodeos—. Si empiezas a simpatizar con el enemigo has perdido la batalla antes de comenzar a luchar. Con razón me has contratado, mi señor.

—Sí —dijo Broichan—. Tu falta de escrúpulos es tan bien conocida como tus habilidades y discreción. Te necesitamos. Bridei, debes aceptarlo.

—¿Qué va a hacer?

—Faolan es su propio amo. Se le contrata sabiendo que llevará a cabo la tarea requerida siguiendo sus propias reglas. Se le han explicado los motivos por los que debe protegerte y la probable naturaleza de los que quieren hacerte daño. Él te explicará lo que es necesario hacer.

—¿Entonces se va a quedar en estos aposentos? ¿Va a seguirme a todas partes, a pesar de que Garth y Breth están haciendo un trabajo muy bueno y a pesar de que ya no soy un niño pequeño que necesita un perro guardián para alejar las sombras?

Broichan hizo girar el anillo plateado en torno a su dedo.

—¿Calificarías a Donal de simple perro guardián? —le preguntó en voz baja.

Bridei notó que las lágrimas acudían repentinamente a sus ojos de manera alarmante; al parecer el niño pequeño no se hallaba muy lejos a pesar de las marcas de guerrero.

—Donal era mi amigo.

Ni Broichan ni el escoto respondieron. Debió de quedarles claro a ambos, pensó Bridei, que Faolan no podía llegar a ser amigo de nadie en toda su vida.

—Tengo aptitudes —dijo el hombre—. Puedo protegerte. No es necesario que nos caigamos bien.

—Perdóname —repuso Bridei—, pero me pregunto qué credibilidad puedes tener aquí en la corte, un hombre de Dalriada en pleno corazón de Fortriu. Cierto, tu aspecto no sugiere tus orígenes de forma inmediata, pero seguro que la gente debe preguntarse por qué un hombre que va armado como guerrero no lleva en su cara el cómputo de las batallas. Y en cuanto abras la boca el acento te delatará. —Miró a Broichan—. Dices que este hombre puede ir allí adonde Breth y Garth no pueden, que tiene un pie en cada campamento. ¿Cómo puede ser de este modo cuando enseguida se ve que es un escoto?

Faolan le dirigió una débil sonrisa.

—¡Vaya! —dijo con voz socarrona—. ¿El rey de Fortriu confía en mí y tú no vas a hacerlo? Llevo mucho tiempo ejerciendo mi oficio, Bridei. Soy un experto en todas sus artes, y una de ellas es tener la habilidad de hacerse invisible, de pasar desapercibido en cualquier entorno, ya sea aquí, entre los priteni, o en los salones del rey Gabhran de Dalriada. En cada lugar tengo un nombre distinto y un aspecto diferente que inmediatamente se olvidan. El acento varía; hoy no vi ninguna necesidad de cambiarlo. En cuanto a Caer Pridne, el rey ha dejado claro que estoy aquí bajo su protección, escoto o no. Las personas de su círculo de allegados ya me conocen. Si en cualquier momento llegan visitas incómodas, simplemente me aseguro de que no me vean. ¡Ah!, y una pequeña corrección. No soy un hombre de Dalriada. Trabajo a sueldo. Mi lealtad dura mientras dure la misión.

—Entiendo. —A Bridei no le pareció ni mucho menos tranquilizador. Equivalía a decir que estaba dispuesto a cambiar de bando por una bolsa más llena de plata.

—Y ahora —dijo Faolan—, ¿me llevarás con esos dos guardias tuyos para que pueda hablar con ellos? Tengo que empezar comprobando tus aposentos y haciendo algunos arreglos generales.

—Sígueme —respondió el joven, esforzándose por ser cortés. Era evidente que no tenía elección.

—Bridei —dijo Broichan por detrás de él—. Esto es lo que supone el camino que hemos tomado. Así es para Drust, y así será para ti. Recorre el camino y acepta lo que llegue con él: protectores, consejeros, hombres que te saludan con adulación servil, otros que no dudarán en hundirte un cuchillo en la espalda… Créeme, un hombre como Faolan es un buen compañero en un viaje así. Ha demostrado su valía más de cien veces.

Tuala, pensó Bridei. Tuala, que se había ido para siempre; Tuala encerrada detrás de unos altos muros. Tuala en un lugar que los hombres tenían prohibido pisar. Tuala decidiendo olvidarse de él. De no ser por esa noticia, puede que hubiera reaccionado ante las cosas de una forma controlada y no le hubiese dado al escoto la impresión de ser un niño caprichoso. En tanto que Faolan entraba en los dormitorios a grandes zancadas, y mientras se hacía evidente que Breth y Garth aceptaban sin reparos que a partir de entonces él iba a ser el responsable, Bridei se quedó en la entrada sin decir nada, con los dedos sobre la estrecha cinta que llevaba en torno a la muñeca. Al tocar su familiar suavidad, los extremos deshilachados finalmente cedieron y el corto pedazo de galón cayó en su mano. Quizá era una señal. Aunque ella no hubiese decidido abandonarlo, aunque se hubiese quedado a su lado, ¿qué clase de vida sería esta para ella, para una niña cuyo ser estaba enteramente en armonía con el roble, el abedul y el serbal, el búho, la nutria y el venado, con el cabrilleo de las aguas del lago de la Serpiente y el alto y solitario pico del Rasguño del Águila? ¿Qué placeres podía tener la vida en la corte para una chica que amaba las historias, los sueños y los silencios? Rodeada de guardias y cortesanos, de asesinos y conspiradores, ¿cuánto tiempo sobreviviría su flor del bosque? Esperar que permaneciera a su lado sabiendo, como imaginaba que ella sabía hacía tiempo, adónde lo conduciría su futuro, era pedirle que se marchitara y muriera en nombre de una promesa hecha entre unos niños. Debía dejarla ir. Debía seguir el camino solo. Eso era lo que los dioses exigían.