Capítulo 16

Ferada, creo que te lo estás cosiendo en la falda —dijo Ana con suavidad.

Ferada bajó la vista a su labor, masculló una maldición impropia de una dama y empezó a deshacer una hilera de puntadas torcidas, con la boca apretada. Se hallaban las dos sentadas a la luz de una lámpara, pues el día de invierno era oscuro incluso a tan temprana hora de la tarde y unas nubes densas ocultaban el rostro del Guardián de las Llamas, que, en las proximidades del solsticio, ardía con poca fuerza e intensidad. El bordado de Ana era exquisito: un dibujo de flores diminutas, crema sobre crema, con un estrecho festón de color azul huevo de pato.

—¿Qué ocurre? —preguntó entonces, al observar el impaciente movimiento de las manos de Ferada mientras sacaba el hilo dando unos tirones que casi rasgaron la tela—. Estás preocupada por algo, es evidente. Pareces exhausta. ¿Todavía estás pensando en el Umbral?

—¿Cómo no voy a pensar en ello? —el tono de voz de Ferada era adusto—. Después de enterarme no sabía si despreciaba a Fola por dejar que ocurrieran semejantes atrocidades o si la admiraba por su inquebrantable obediencia a los dioses. Sigo sin saberlo. Un ritual como ese sólo puede haber sido concebido por los hombres. ¿Cómo podría aceptarlo cualquier mujer consciente? No puedo creer que la Brillante permitiera que continuara, año tras año. Está muy mal.

—¡Chsss!

Ana miró a su alrededor con nerviosismo, como si los dioses se hallaran justo a sus espaldas, escuchando. Las dos chicas estaban solas en aquella tranquila estancia de los aposentos de las mujeres, pero en cualquier momento otras podrían unirse a ellas para coser. Entonces había muchas mujeres en Caer Pridne, todas esperando con sus hombres a la presentación de los candidatos, la asamblea, el anuncio de las nuevas estructuras de poder. En los siguientes diez días se decidiría el futuro de muchos. La estación fría proporcionaba mucho tiempo para dedicar a los trabajos artesanales como el bordado, el hilado y el tejido. No obstante, las mujeres mayores mostraban una marcada preferencia por el gran salón, con su amplia chimenea, su música y su abundancia de conversaciones interesantes. En semejantes épocas de cambio, las mujeres eran unas útiles transmisoras de información y podían ejercer una considerable influencia en sus hombres, siempre que tuvieran un oído agudo y unas buenas habilidades persuasivas.

—Quizá lo pienses —prosiguió Ana—, pero no deberías decirlo en voz alta.

—Estoy empezando a preguntarme por qué no. —Ferada arrancó el último pedazo de hilo díscolo y cortó el extremo deshilachado con los dientes—. Estoy empezando a preguntarme si creo en algo, aparte de que los hombres y las mujeres están motivados por la avaricia y las ansias de poder.

—¡Ferada! —Ana dejó su labor y miró a su amiga alarmada—. Es terrible que digas eso. ¿Qué hay del amor? ¿Qué me dices del deseo de ayudar a los demás? ¿Qué me dices de la mejora de tu pueblo y de tu reino?

Ferada arqueó las cejas.

—Antes creía en todo eso —respondió—. Y me alegro de que tú sigas manteniendo estos ideales. Supongo que te da esperanza, que es algo que te hace falta si tienes que permanecer aquí atrapada como rehén hasta que alguien decida dejarte volver a casa.

—Eres muy cínica —dijo Ana en voz baja—. Y en el fondo no crees en tus propias palabras. Hay muchos hombres y mujeres respetables, personas buenas y generosas. ¿Qué me dices de Bridei?

Las manos de Ferada dieron una sacudida involuntaria y la chica hizo un gesto de dolor al pincharse el dedo con la aguja.

—Vamos —dijo Ana—. Suéltalo.

—Necesito ver a Bridei. Pero no me dejarán visitarlo.

—Yo intenté entrar a verlo, pero, como ya te dije, Aniel no me lo permitió. Una de nosotras tiene que entrar y decírselo.

Ferada se la quedó mirando fijamente.

—Lo de Tuala —prosiguió Ana—. Hay que contarle lo que le ha ocurrido. Querrá saberlo en cuanto esté lo bastante recuperado.

Ferada frunció el ceño y se retorció los dedos.

—¿No se lo habrá dicho ya Broichan? Fola le mandó un mensajero.

La mirada de Ana era seria.

—Estoy segura de que Broichan sabe que Tuala se escapó. Y siendo su padre adoptivo, debería haber enviado a alguien a buscarla para intentar encontrarla. Pero no creo que le transmita la noticia a Bridei. Tan sólo faltan tres días para la presentación de los candidatos, y Bridei sigue enfermo, o al menos eso es lo que dice todo el mundo. Se disgustaría mucho al saber que Tuala está en paradero desconocido, que se marchó sola en mitad del invierno y que nadie ha podido averiguar adónde fue. Broichan querrá que Bridei esté en sus mejores condiciones para la presentación.

—Pero tú se lo dirías de todos modos… —señaló Ferada.

—¿Tú no lo harías?

—No lo sé. —Su tono de voz carecía de su seguridad habitual—. Sólo sé que necesito verle y que no sé cómo hacerlo.

Un grupo de mujeres entró en la habitación hablando con voces quedas y agradables: la reina Rhian, pálida pero serena, y tres de sus cortesanas. Todas llevaban sus cestas de labor. Las dos chicas se pusieron de pie e inclinaron la cabeza educadamente.

—No os molestéis, chicas —dijo Rhian, que se acomodó en un banco cerca del fuego de la pequeña chimenea—. Simplemente estamos buscando un lugar tranquilo; el salón está plagado de gente, la mayoría diciendo disparates, o al menos eso es lo que a mí me parece. Tengo información que os interesará. Aniel me ha dicho que Bridei ha mejorado mucho hoy; se ha incorporado y ha mostrado interés por el caldo caliente, esas fueron sus palabras. Doy gracias a los dioses por ello. Ha sido largo. Nunca vi un caso de disentería que dejara postrado a un hombre saludable durante tanto tiempo. ¿Qué han sido, diez, doce días? Rezo para que Bridei mejore lo suficiente y pueda hablar por sí mismo en la presentación. Hemos sabido que el rey de Circinn se encuentra a tan sólo un día de camino y que presentará su propia candidatura en persona.

Ana miró a Ferada y esta le devolvió la mirada. A ambas se les había ocurrido la misma idea. Ana hizo un leve movimiento con la cabeza que significaba: «Hazlo tú».

—Mi señora —se aventuró a decir Ferada—. Estoy segura de que el hecho de que visitaras a Bridei en persona contribuiría enormemente a su recuperación. Él valoraba por encima de todo la buena opinión del rey. Eso lo animaría, creo, si…

Dejó que su voz se fuera apagando en lo que pareció un repentino acceso de timidez infantil. Ana reprimió una sonrisa.

La mirada de la reina Rhian era perspicaz.

—¿Me lo pides como amiga de la familia? —inquirió.

—Y como amiga personal —añadió Ferada, que se ruborizó sin necesidad de artificio. El hecho de hacer semejante sugerencia a una reina era un tanto más audaz de lo que permitían las sutilezas del comportamiento en la corte.

—Ya veo —dijo Rhian, que paseó su mirada de Ferada a Ana—. Y supongo que os gustaría acompañarme en mi visita.

Ferada bajó la vista a sus manos.

—Eso sería muy grato. Sólo sería un momento; sé que ha estado gravemente enfermo.

—¿Vendríais las dos? —la reina arqueó las cejas.

—¡Oh, no! —intervino Ana—. Puede hacerlo Ferada… Quiero decir que basta con que vaya una de nosotras. Yo me conformo con esperar a que Bridei esté lo bastante bien como para volver a salir de su habitación.

—Casi vale la pena intentarlo sólo para ver si soy capaz de abrirme paso a través de ese formidable ejército de protectores que se ha reunido alrededor de él —dijo Rhian—. No sé quiénes intimidan más, si los guardaespaldas o los druidas. Muy bien, Ferada. Quizá mañana, después del desayuno. Mandaré a buscarte. ¿Te parece bien?

—Sí, mi señora. —Ferada hizo todo lo que pudo para parecer una chica locamente enamorada, no dejó de mantener la mirada baja y permaneció con las manos entrelazadas con recato. El anillo que le había dado su madre le pesaba en el dedo, incómodo; el engaste de esmalte verde con su ingeniosa bisagra estaba firmemente cerrado, ocultando su carga de polvos marrones de aspecto inofensivo—. Gracias.

—No hay problema —repuso Rhian—. No entiendo por qué sencillamente no se lo pides a tu padre, que se pasa la mitad del día allí arriba. De todos modos, en los asuntos del corazón, tal vez los padres no sean la mejor fuente de ayuda. Y tal vez haga falta una reina para atravesar la puerta de Broichan. Ya lo veremos.

Faolan… Id a buscar a Faolan… ahora… —estaba diciendo Bridei—. Encontradle…

—Túmbate —le ordenó Broichan—. Breth ha ido a buscarle. Nada es tan urgente que no pueda esperar mientras comes, descansas y te tomas un poco de tiempo para recuperarte.

—Debo mandar… un mensaje.

—Bébete esto. —La voz del druida era calmada y profunda. Le pasó el brazo por los hombros a Bridei, para levantarlo y sostenerlo. Sus largos dedos sujetaban una copa que llevó a los labios del enfermo.

El joven tomó un trago y lo escupió explosivamente. Broichan se quedó quieto mientras el líquido salpicaba las mantas.

—¿Qué haces? —dijo Bridei jadeando—. No puedo… dormir. Debo verla, Faolan.

—Tu guardaespaldas sumará su voz a las nuestras. —Uist se hallaba al pie del camastro, sus ojos claros y cambiantes estudiaban a Bridei mientras él luchaba por librarse de los cobertores que lo envolvían y balanceaba los pies hacia el suelo—. No estás en condiciones de hacer otra cosa que no sea descansar, sobre todo si piensas hacer tu presentación en persona. Queda poco tiempo; comprendo cómo te sientes, pero es por tu propio interés…

—Poco tiempo —dijo Bridei mirando fijamente al anciano druida—. ¿Cómo de poco? ¿Cuánto tiempo llevo… así?

—Desde la última luna llena —respondió Broichan, que volvió a alzar la copa—. Bebe, Bridei. Has tenido un sueño muy agitado. Lo necesitas.

—¡No! —La copa salió volando cuando el joven levantó la mano con una violencia que los sorprendió a todos—. ¡No! ¡No voy a tomármelo! ¿Cuánto tiempo, cuántos días? ¿Qué me pasa?

—Trece —dijo Uist, observando a su paciente con detenimiento.

—¿Qué?

—Calla, Bridei —dijo Broichan—. Todavía hay tiempo. Faltan tres días hasta la presentación. Aun así, si para entonces sigues sintiéndote demasiado débil, Carnach ha accedido a representarte…

—¿Qué me pasa? —Bridei consiguió poner los pies en el suelo, intentó levantarse y volvió a caer en la cama cuando se le doblaron las rodillas.

—¿No recuerdas nada? —Broichan fue a sentarse en un banco; en la estancia de fuera se oían entonces las voces de unos hombres.

—No desde…, desde la luna llena. —La voz de Bridei se redujo a un susurro. Su mirada era feroz—. ¿Qué…?

—Te atacaron, tal como había predicho Faolan —dijo Broichan con voz tirante—. Fue un plan muy mal concebido, lleno de riesgos. Mandarte solo por la noche a esa costa, con ese tiempo… Pero el escoto, como ya sabemos, no es un hombre que cumpla las reglas. Tampoco es una persona que corra riesgos a menos que esté seguro de tener éxito. Te agredieron tres hombres. Faolan te seguía de cerca. Uno fue capturado, dos resultaron muertos. Tu guardián cargó sobre sus hombros mucha responsabilidad; demasiada, a mi entender. Uist, aquí presente, apareció convenientemente en un momento determinado y contribuyó a la captura. Y lo que aún resultó más afortunado, reconoció al prisionero de Faolan de un encuentro anterior en Circinn. El hombre ha hablado; trabajaba para Bargoit. Este atentado contra tu vida, y suponemos que también otros en el pasado, se realizaron según las órdenes de Drust el Verraco.

—Te darás cuenta de lo que esto significa —dijo Uist—. Tenemos pruebas para desacreditar a tu rival en la candidatura. Si tus votos igualan los suyos, presentaremos el intento de asesinato del que has sido víctima como argumento decisivo. Faolan ha logrado lo que no pudieron conseguir los hombres más poderosos de Fortriu; prácticamente ha asegurado tu victoria.

—Lo cual no hubiese resultado ni mucho menos útil si hubieran matado a Bridei en el ataque —comentó Broichan.

—Trece días —dijo el joven con perplejidad, como si no hubiera oído nada más aparte de eso. «¿Trece días?».

—En efecto —repuso Uist—, has permanecido aquí inconsciente, o semi-inconsciente, todo ese largo tiempo. Recibiste un golpe muy fuerte en la cabeza. Hemos hecho correr la voz de que caíste víctima de la disentería. Eso explicará tu debilidad cuando aparezcas en público. Tus guardias han demostrado ser extremadamente eficaces a la hora de no permitir la entrada…

—Bueno —dijo Bridei, que se levantó finalmente haciendo uso de su fuerza de voluntad. No obstante, tuvo que aferrarse al respaldo de una silla para mantenerse derecho—. Ropa. Quiero salir… He de ver a Faolan…

—No. —La mano de Broichan en su hombro le obligó a volver a la cama; los ojos oscuros del druida tenían una expresión autoritaria—. No deben verte en este estado. No puedes aparecer en público hasta que tu mente recupere la claridad. Has susurrado, llorado, gritado y despotricado mucho durante todo este tiempo de oscuros sueños. Ahora debes descansar. Faolan vendrá; habla con él si crees que es imprescindible. Dale las gracias, pues su imprudente acción en realidad nos ha resultado muy ventajosa. Dale todos los mensajes que quieras. Luego tómate la pócima soporífera y duerme. Tengo la esperanza de que por la mañana te veremos mucho más recuperado.

Era cuestión de esperar. Esperar mientras las imágenes daban vueltas en su cabeza y su cuerpo se resistía a obedecerlo; no tenía fuerzas ni para levantar su propia copa y sus piernas se negaban a sostenerlo durante más de un solo paso antes de volverse como la gelatina. El dolor de cabeza se había convertido en una presencia sorda y latiente más parecida a la ira que al dolor. Tuala… allí en el árbol, esperándole… Debió de esperarlo toda la noche en medio del frío, bajo la lluvia… Habían pasado trece días, trece días enteros y ningún mensaje… Habría pensado… Debía de haber creído…

—Bridei. —Faolan estaba allí por fin. Había tardado mucho; ya casi estaba oscuro fuera, el sol se había puesto, casi había pasado otro día, otra oportunidad perdida. Los druidas se hallaban allí cerca, junto a la chimenea, hablando con voz queda. El escoto se quedó en la entrada, con una pesada capa sobre los hombros como si hubiera salido a algún sitio y acabara de llegar. Estaba pálido y su mirada era desacostumbradamente penetrante.

—Ven —susurró Bridei—. Acércate.

Faolan se aproximó a la cama; tomó asiento en un taburete de espaldas a los druidas, protegiendo así a Bridei de sus miradas. Era uno de los talentos que lo hacían tan útil: la habilidad de comprender muchas cosas sin que se las dijeran. Broichan y Uist no podían ver nada. No obstante, los druidas tenían fama de poseer una alarmante agudeza auditiva.

—¿Broichan? —dijo Bridei.

—¿Sí?

—Quiero hablar con Faolan… a solas. Uist y tú… podéis salir a tomar un poco de aire fresco… Lleváis mucho tiempo encerrados cuidando al enfermo…

—De ninguna manera… —empezó a decir el druida, y de pronto se quedó callado. Al cabo de un momento salió detrás de Uist a la antecámara y la puerta se cerró tras ellos.

—Asombroso —observó Faolan—. Pensaba que nadie podía decirle qué debía hacer a ese hombre.

—Sólo otro… druida —repuso Bridei—. ¿Por qué… dijeron que fuiste tú? Hablaron de un plan de… ataque. ¿Por qué?

—¡Ah! Tendría que haberme imaginado que esta sería tu primera pregunta. Parecía… conveniente. ¿Hubieras preferido que dijera la verdad?

—¿Qué… verdad?

—Que ibas a visitar a cierta joven dama en un lugar prohibido y que omitiste mencionárselo a tus guardias.

—¿Lo sabías?

—Te vi la vez anterior, no lo olvides: los ojos llenos de estrellas, los pies caminando por el aire, todos los síntomas habituales. Me pareció posible que pudieras ser tan insensato como para volverlo a intentar la siguiente luna llena. No me lo dijiste, claro está; sabías que no te dejaría ir. Yo ya tenía mis sospechas en cuanto al origen de un probable ataque.

—¿Qué me estás diciendo, Faolan? ¿Que les dijiste dónde encontrarme? ¿Que es gracias a ti que… que no pude…?

—¿Que no pudiste verla? ¿Tan importante es esa mujer para ti que borra de tu mente cierto asunto relativo al trono de Fortriu? No te habremos juzgado mal, ¿verdad Bridei?

Él dijo que no con la cabeza y lo lamentó inmediatamente, pues la jaqueca cobró vida de nuevo y empezó a martillearle las sienes con persistencia.

—Juzgado mal no…, malinterpretado… ¿Faolan…?

—¿Qué ocurre?

En medio de su dolor y fatiga, a Bridei le pareció que había una nueva mirada en los ojos del escoto. Nadie podía calificar a ese hombre de blando, sin embargo había entonces una franqueza en su modo de mirar que hablaba de un cambio en cómo eran ahora las cosas entre ellos dos. Bridei tuvo la esperanza de que sus instintos le estuvieran respondiendo bien, enfermo o no.

—Debo mandar un mensaje —dijo—. Ahora, enseguida. Ella habrá esperado… mucho tiempo… No habrá sabido por qué…

Faolan sonrió a pesar de todo.

—¿Un mensaje a Banmerren? Creo que no. ¿Sabes que faltan menos de tres días para tu presentación y el anuncio de tu candidatura? Puede que hayamos eliminado a tres asesinos, pero no son nuestros únicos enemigos. Este lugar está lleno de hombres poderosos, hombres del sur; mañana se espera la llegada de Drust el Verraco a Caer Pridne. Están todos atentos buscando oportunidades para desacreditar a cualquiera que crean que se opondrá a él. Esto implica a Carnach, puesto que la mayoría siguen pensando que es un candidato, y te implica a ti. Ir a Banmerren es un riesgo demasiado grande.

Bridei intentó agarrar al escoto por la muñeca; sintió su mano débil como la de un niño, no podía asir con fuerza.

—Tengo que hacerlo —dijo—. Prometí…

Faolan frunció el ceño.

—¿Qué prometiste? —preguntó.

—Que… sería responsable. —La debilidad fluía por su cuerpo como una marea, adormeciéndolo, entorpeciendo su habla, tratando de minar su voluntad—. Que estaría allí… cuando ella…

—Bridei —le dijo Faolan en voz baja—. Esta noche no puedo hacer nada. Si pudieras pensar con claridad, reconocerías que es así. Volveré a hablar contigo por la mañana. Creo que deberías olvidarte de este asunto. Quizá te darás cuenta después de una noche de sueño. Hacer lo contrario no sólo supone arriesgar tu propio futuro, sino poner en peligro a esa chica. Ahora creo que será mejor que Broichan te vuelva a preparar esa poción, y cuando te la dé, tómatela. Has tenido pesadillas. Has hablado en voz alta.

—¿Qué dije…?

—Casi todo lo que dijiste me resultó demasiado confuso e imposible de interpretar; puede que esos druidas le hayan sacado más sentido. Y sí, había un nombre en concreto que pronunciabas mucho más que otros.

Bridei cerró los ojos.

—La necesito —susurró, maldiciendo su debilidad.

—Calla —dijo Faolan—. Espera a mañana. Has pasado por mucho más de lo que eres consciente. Casi te perdemos. Ahora me iré. Seguro que tus guardianes esperan con impaciencia que les dejes entrar de nuevo.

—Has dicho que me oíste cuando hablaba en mis pesadillas… ¿Estabas… aquí?

—Parece ser que los turnos de noche forman parte de mi trabajo —respondió Faolan con ecuanimidad—. He estado aquí, sí. Menos una noche en la que conduje a mi prisionero a un lugar seguro. Las demás las he compartido, no siempre con la buena voluntad de Broichan. Creo que te quería sólo para él. Será mejor que me vaya, esta capa está chorreando.

—Ponla… junto al fuego. Quédate… sólo un poco… —Bridei se dio cuenta de que ya no podía mantenerse incorporado; se tumbó de nuevo en la almohada mientras la frustración ante su desvalido estado se enfrentaba a un profundo deseo de un sueño tranquilo.

—Arriba los pies —dijo Faolan, y lo arropó bien con las mantas.

—Es curioso… que hagas… de niñera…

—Ya te lo he dicho —el escoto se levantó para quitarse la capa y la colocó sobre el banco junto al fuego—, para eso me pagan: para mantener con vida a idiotas como tú el tiempo suficiente para que consigan lo que se ha dispuesto para ellos. Sólo estoy haciendo mi trabajo.

—No te pagan… para ser… un amigo…

Faolan se quedó completamente callado. Bridei tenía los ojos entrecerrados, pero pudo ver que por el rostro del escoto pasaban rápidamente toda una sorprendente serie de emociones: sorpresa, tristeza, algo extraordinariamente parecido a la humildad y entonces, de pronto, la expresión dura y ausente con la que Faolan tenía costumbre de enmascarar cualquier evidencia de lo que sentía. Se sentó en silencio junto a su cama, con la mirada fija en la pared. Al cabo de un rato los druidas volvieron para preparar sus pociones soporíferas y Bridei bebió y se durmió.

La Brillante había quedado reducida a una mera tajada; se acercaba la noche del solsticio y la luna nueva. Resultaba extraña la manera en que todo estaba cambiando. Tuala ya no estaba hambrienta, ni sedienta, y sin embargo habían pasado varios días desde que se terminaron las últimas migas de la hogaza de pan. Sabía que estaba cansada, y que algo no andaba bien con sus pies, pero ya no podía sacarse las botas para echarles un vistazo. Eso ya no parecía tener importancia. Dañados como estaban, sus pies sencillamente seguían andando por los embarrados senderos del bosque. Tenía las manos en carne viva a causa de los sabañones; las envolvió bajo su empapado manto e hizo caso omiso del dolor. No era en absoluto trascendental. Estaba abandonando aquel mundo. Se marchaba. De hecho, pensaba que tal vez ya tuviera un pie al otro lado del margen, que ya se había adentrado en parte en el reino secreto. No sólo podía pasar sin comer, sino que además había empezado a ver cosas, cosas extrañas que nunca habían sido visibles en el bosque del lago de la Serpiente. Había criaturas en los árboles que la miraban; en cada horqueta, en cada rama, había algo que fijaba unos ojos extraños y luminosos en ella mientras caminaba; entre la húmeda maleza, debajo de cada arbusto, aparecían unos rostros pequeños, de frente arrugada, orejas largas, cabellos puntiagudos, narices afiladas, rostros de todas clases, con unos ojos redondos y brillantes como cuentas, llenos de curiosidad. En cada camino que tomaba algo correteaba delante de ella, algo que podía oír pero no ver. En cada cuesta sentía pasos que la seguían. Unas voces delicadas la llamaban, extrañas e inquietantes en la penumbra del día de invierno. «¡Tuala! ¡Tuala! ¡Ven a casa, hermana!».

A medida que iban bajando siguiendo el lago y se acercaban a Pitnochie se hizo más difícil encontrar refugio. Tuala se vio obligada a escarbar y hacer un hueco en el mantillo de hojas y echarse encima las frondas de helechos que pudo encontrar en un vano intento de protegerse del frío. En cuanto llegara al Espejo Oscuro, una vez hubiera cruzado realmente aquel margen, ya no volvería a tener frío nunca más. Agachada, tiritando bajo un formidable roble, pensó que, aunque sólo fuera para que cesara ese temblor, valía la pena hacerlo.

—Ya no queda mucho. —Madreselva estaba sentado en un tocón, y parecía sentirse muy a gusto en medio del frío del anochecer. La luz de la luna se había vuelto tan tenue que el hombre hoja quedó reducido a una figura imprecisa, negro sobre negro. Eso extrañó a Tuala. Si pertenecía a los Seres Buenos, ¿no debería ser capaz de encontrar el camino de noche, como estaba claro que podían hacer los dos seres que la acompañaban?—. Uno o dos días más —anunció Madreselva—, y todo habrá terminado.

—Me pregunto qué estarán haciendo en Caer Pridne —comentó despreocupadamente Telaraña al tiempo que pasaba sus largos dedos por su cabellera plateada, que mantenía su brillo lustroso incluso en la oscuridad—. ¿No has tenido tentaciones de buscar consejo en el agua, Tuala? ¿Ver lo que está haciendo tu Bridei?

—No.

Era mentira; la verdad es que sí había intentado verlo fugazmente un día que sus compañeros del Otro Mundo estaban ausentes y había encontrado un charco de agua bajo un cielo nublado. Se había agachado junto al borde, esperando las imágenes de la diosa. Había orado, había respirado hondo, había hecho todo lo posible para aclarar su mente y abrir su ojo de vidente. El agua, obstinadamente, había seguido siendo sólo lo que era: un charco que reflejaba unas nubes grises. Ni una sola imagen se había mecido en su superficie, aunque Tuala había permanecido allí hasta que le dolió la espalda y se le acalambraron las piernas. La Brillante le había vuelto la espalda; había abandonado a su hija. Ahora no miraría; si aquella ventana iba a cerrársele para siempre, prefería no saberlo todavía. Si el cuenco de hidromancia ya no iba a revelarle sus secretos nunca más, ya no volvería a mirar en él. Jamás.

—¿Por qué iba a buscar esas visiones? ¿Acaso no me habéis repetido mil veces que es mejor así? Bridei estará preparándose para presentarse como aspirante al trono. Broichan lo estará ayudando. Eso es todo. ¿No dijisteis que sería en el Solsticio de Invierno?

—Así es. En el solsticio los pretendientes darán un paso adelante y anunciarán su candidatura. En el solsticio tú retrocederás hacia el reino al que perteneces. Un equilibrio satisfactorio; con tu educación sabrás apreciarlo.

—Tengo frío —dijo Tuala, rodeándose el cuerpo con los brazos y apretando los dientes—. Mirad, está nevando.

Efectivamente, una delicada lluvia de copos blancos empezaba a caer poco a poco hasta la tierra por entre las grandes ramas desnudas del roble.

—Dos días más —dijo Telaraña—. No es mucho tiempo. Te veremos en el Espejo Oscuro. —Después de decir esto se fue con la misma rapidez que un parpadeo. Madreselva había desaparecido sin decir nada.

—No… —empezó a decir Tuala débilmente—. No os vayáis. —Se obligó a callarse. Empezó a respirar lentamente; podía hacerlo, podía seguir adelante aunque ellos decidieran abandonarla en los últimos momentos. Ya había estado sola antes. No era ninguna novedad. Simplemente haría avanzar sus pies poco a poco y seguiría andando hasta el final del camino.

Bridei se empeñó en levantarse y vestirse. Se obligó a caminar hasta la antecámara, a sentarse en la mesa que había allí y a saludar a todos los que se acercaban a preguntar por él: Aniel, Talorgen, Carnach acompañado de Tharan, lo cual era un tanto sorprendente. Creyó haberlo hecho de manera aceptable. Al cabo de un rato Breth y Garth llevaron a la gente hacia fuera y luego se quedaron mirando a Bridei mientras él se comía una ración de gachas con miel. Se sentía como un niño consentido, y así se lo hizo saber a los dos.

—Disfrútalo mientras dure —repuso Breth con una amplia sonrisa—. Ahora necesitas cama; uno no se recupera de una enfermedad como la tuya en un abrir y cerrar de ojos. Te ayudaré a volver a la otra habitación…

Garth, que estaba junto a la puerta de salida, carraspeó.

—Vienen más visitas —dijo en voz baja—. Esta vez son damas.

—Ya ha tenido suficientes…

—A estas no puede decirles que no.

La reina Rhian entró majestuosamente, con la cabeza alta y su figura envuelta en la mejor de las sedas teñida de un suave gris paloma que era a la vez favorecedor y adecuado para el luto. Tras ella iba Ferada, hija de Talorgen, con un vestido azul, un broche de plata en el hombro y el cabello rojizo peinado en alto con una corona de trenzas.

—Veo que estás lo bastante recuperado como para sentarte a la mesa, Bridei —dijo la reina con una sonrisa—. La verdad es que es tranquilizador; a juzgar por lo que han estado diciendo esperaba encontrarte postrado y balbuciendo disparates. No, no te levantes; no estaremos mucho rato. Oh, veo que hemos olvidado nuestro pequeño regalo, Ferada. Estoy segura de que Bridei puede prescindir de uno de sus hombres para que vaya a buscarlo. Garth, en mis aposentos hay una pequeña vasija con buen caldo de pollo; ve y habla con mi doncella, ¿quieres? Ella te lo dará. Lo he hecho yo misma. Por poco apetito que puedas tener, Bridei, te lo beberás con mucho gusto. Es sorprendentemente reconstituyente. ¡Vamos, joven, ve! —Sonrió y Garth obedeció sin mediar palabra.

Rhian tomó asiento frente a Bridei y lo observó detenidamente con sus amables ojos azules. Ferada se quedó de pie detrás de ella, retorciéndose los dedos.

—Un poco de aguamiel, ¿te parece? —La reina le dirigió una mirada a Breth, que desapareció en la cámara interior. Si se le hubiera ocurrido vedar el paso a la reina a los aposentos de Broichan, hubiese sido incapaz de encontrar las palabras para hacerlo bajo semejante arremetida de confiada buena voluntad.

—Y ahora cuéntame, Bridei —dijo Rhian—. ¿De verdad estás mejorando? Tu enfermedad te ha mantenido en cama mucho tiempo. Es una afección poco habitual en un joven sano.

—Estoy mucho mejor, mi señora. Espero que para el Solsticio de Invierno me habré recuperado del todo.

—¡Ah, sí! El Solsticio de Invierno… No tienes mucho margen de tiempo. Debemos tenerte recuperado para la asamblea, eso es lo que realmente importa. Mi esposo tenía una gran opinión de ti, Bridei. Tienes que hacerlo lo mejor posible, se lo debes a su memoria. No lo olvides. —Quizá brillaran lágrimas en sus ojos, pero era una reina; no dejaría que cayeran.

—Eres muy gentil, mi señora. Fue una triste pérdida. No puedo esperar igualarlo, pero daré lo mejor de mí, te lo prometo. La reina permaneció callada un momento cuando Breth regresó con una jarra pequeña de aguamiel y tres tazas y las depositó en la mesa.

—Estoy segura de que lo harás, hijo. Quizá el aliento de los dioses te inspire. Esta es una época de grandes cambios, de enormes cambios. Todos nosotros tendremos que ser fuertes. Bueno —Rhian se puso de pie como si de pronto hubiese recordado algo—, necesito hablar con Broichan. ¿Está dentro? —Miró a Breth y luego se dirigió con absoluta seguridad hacia la puerta interior, dio unos golpecitos enérgicos y acto seguido entró. Breth, con una expresión alarmada en su rostro, se apresuró a ir tras ella.

Ferada cogió la jarra de aguamiel y vertió el pálido líquido en dos tazas. Bridei quedó desconcertado por el cambio experimentado en ella. Siempre había parecido una chica con aplomo y segura de sí misma, una seguridad que con frecuencia lo había hecho sentir violento e incómodo. Ese día tenía un aspecto pálido y demacrado; sus manos se movían con torpeza mientras dejaba la jarra y colocaba una taza delante de él. Pero no le dedicaría tiempo a eso; se le había presentado una oportunidad y debía aprovecharla rápidamente antes de que regresaran los demás.

—Ferada. Necesito que lleves un mensaje. Un mensaje a Banmerren. ¿Puedes hacerlo?

Ella lo miró perpleja; casi daba la impresión de que no entendía sus palabras.

—Para Tuala. Es urgente. ¿Lo harás?

Ella seguía sosteniendo su propia taza; le temblaban tanto las manos que la aguamiel se derramó por el borde del recipiente.

—Para Tuala… Sólo quiero que le expliques lo que ha ocurrido. Que he estado enfermo desde la noche de luna llena; que no pude… —¡Por todos los dioses! ¿Qué le pasaba a esa chica? Sin duda no se estaba imaginando su estado de agitación; sus pecas destacaban claramente en un rostro blanco como la nieve y tenía los labios tan apretados que apenas eran una fina línea. Algo iba muy mal. Debía tranquilizarla. Sólo con pensar en la aguamiel se le revolvió el estómago; de todos modos, si tomaba uno o dos sorbos y fingía que no había ningún problema, tal vez ella se relajara y lo escuchara.

Alargó la mano para coger la taza de aguamiel, pero en ese momento, sin saber cómo, la mano de Ferada chocó con la suya y la taza que le había servido se volcó, derramando un río de líquido por el tablero de piedra de la mesa.

—¡Oh! —exclamó Ferada con un grito ahogado al tiempo que cogía la taza vacía y la ponía derecha de nuevo.

Bridei había evitado lo peor; apartó la jarra del charco de aguamiel. Estaba claro que ninguno de los que estaban en la habitación interior había oído aquella débil conmoción; la voz de la reina, briosa y jovial, se oía al otro lado de la puerta.

—¿Qué ocurre, Ferada? —le preguntó Bridei al darse cuenta de que la muchacha estaba aún más pálida—. ¿Qué ha pasado? ¿Es Gartnait?

—¿Cómo? ¿Por qué tendría que tratarse de Gartnait? —le temblaba la voz; con un pañuelo diminuto, intentó en vano frotarse la parte delantera de la falda, donde la aguamiel había oscurecido el azul de la tela de lana para convertirlo en un color gris tormenta—. Bridei, tengo que contarte una cosa. —Su voz quedó reducida a un susurro—. Es sobre Tuala. Se ha escapado.

—¿Qué?

—Me haces daño, Bridei.

Él se dio cuenta de que estaba de pie y tenía agarrada a Ferada por los hombros con fuerza; ella tenía una mueca de dolor en el rostro.

—Lo siento —dijo él, y la soltó mientras su corazón seguía golpeteando con rapidez e insistencia—. ¿Que se ha escapado? ¿Adónde? ¿Cuándo?

—Poco después de la luna llena. Al cabo de unos días. Nadie sabe a dónde ha ido.

Entonces se quedó frío; más frío que el invierno.

—¿Qué quieres decir con que nadie lo sabe? ¡Tienen que saberlo!

—No hemos tenido noticias. Sencillamente desapareció una noche. Fola mandó a unos hombres de la granja a buscarla, pero no encontraron ni rastro de ella. Entonces Ana y yo volvimos aquí. No me he enterado de nada más.

A Bridei empezó a darle vueltas la cabeza. ¿Por dónde empezar, qué preguntar, qué hacer? Trece días, había estado inconsciente trece días enteros mientras ella…

—¿Por qué no me lo dijeron? ¿Por qué nadie me lo dijo? —Tanto tiempo, tan lejos. Debía irse, en ese mismo momento. De inmediato.

—Probablemente sabían lo mucho que te disgustaría —dijo Ferada, e intentó secar el tablero de la mesa con el pañuelo empapado—. Quieren que estés lo mejor posible para la presentación.

—¡Mal rayo parta a la presentación! Todo este tiempo, sola, en invierno… ¿En qué están pensando? ¿Qué hace aquí Broichan cuando…? Pitnochie, allí es donde habrá ido. Seguro que Broichan podría haberle seguido el rastro, haberla encontrado… Si llega a Pitnochie estará a salvo, y yo puedo ir a buscarla.

—No creo que quiera quedarse allí —comentó Ferada muy seria—. Decía que no la querían; parecía sentirse muy desdichada cuando yo pasé por allí. Si hubiera podido quedarse en casa de Broichan, nunca hubiera optado por irse a Banmerren. ¿No lo sabías?

Las voces de la habitación interior se estaban aproximando a la puerta; la reina volvía.

—Cuéntamelo —dijo Bridei entre dientes—. ¡Rápido!

—Broichan la obligó a elegir. Casarse con un hombre que le había propuesto matrimonio o marcharse con Fola. Ella no quería casarse. Banmerren era el menor de dos males. Ella nunca quiso marcharse de casa, Bridei. Tengo que advertirte… Debes tener cuidado…

—¿Qué hombre? —las palabras salieron de un frío lugar de su interior, un lugar donde no había espacio para el perdón.

—Garvan, el picapedrero. Tuala dijo que era un buen hombre, pero no podía… Creía que la diosa había elegido por ella. Antes de abandonar Pitnochie se… Ella se…

—¿Qué? Date prisa.

—Se cortó el pelo y derramó su sangre para hacer un hechizo de protección para ti. No quería marcharse. No quería irse. Pero allí ya no había lugar para ella. Puede que se haya ido a casa, pero no a la de Broichan…

Bridei la miró perplejo. Ferada le devolvió la mirada con unos ojos llenos de sombras.

—¿Qué vas a hacer? —le preguntó.

—Encontrarla —respondió él—. Encontrarla antes de que sea demasiado tarde. ¿Me encubrirás?

Su capa estaba allí, y un par de botas de Garth en el rincón. Existía una pequeña posibilidad, tal vez la única. Si alguno de ellos era puesto sobre aviso, Breth, Garth, Faolan, Broichan (Broichan, que le había mentido, Broichan, que lo había traicionado), se lo impedirían. Ellos sólo pensaban en la presentación, en la asamblea, en el prolongado plan que entonces por fin se estaba concretando. No pensaban en una chica que estaba fuera en la nieve, que deambulaba sola siendo invierno, sin un solo amigo. Se le retorcieron las tripas.

—Diles que Faolan vino a buscarme, que estamos en conferencia privada y que regresaré aquí alrededor de mediodía.

—¿Cómo vas a…?

Él no esperó a escuchar sus palabras. El tiempo era precioso; el tiempo era cuestión de vida o muerte. Deseando con todas sus fuerzas que sus miembros recuperaran la fortaleza, agarró las botas, se echó la capa sobre el hombro y salió sigilosamente por la puerta exterior hacia el adarve. Entonces, invocando el hechizo de ocultación, se dirigió a los establos.

En Banmerren, Fola se hallaba a solas en sus aposentos privados con un cuenco de bronce en la mesa frente a ella. Había estado en trance un largo rato. Las visiones en el agua ya habían desaparecido, pero la mujer sabia mantenía su inmovilidad, buscando en lo más profundo de su interior la voz de la diosa, una luz que le revelara el camino que tenía por delante. La aceptación llegó lentamente y con dolor. Se habían equivocado, tanto ella como Broichan. Habían dejado que la ambición, el orgullo y la confianza en sí mismos nublaran su buen juicio. Habían hecho caso omiso de lo que la Brillante había dejado claro desde el principio: que, en efecto, debía aceptarse lo impensable, que debía admitirse lo imposible o todo fallaría y sus prolongados esfuerzos se verían frustrados en el último momento. Resultaba duro admitirlo; era una lección de humildad. Tan sencillo, tan obvio, y aun así no se habían dado cuenta, ninguno de los dos, ambos dedicados a los dioses, ambos llevando una vida de celibato, de obediencia, de erudición y autodisciplina. Ambos sin amantes ni hijos. Ahora Fola lo sabía con certeza. Quizá en el fondo lo había sabido la primera vez que conoció a Tuala bajo los robles, diminuta, rebosante de sentimientos y luchando para ocultarlos. En cuanto a Broichan, quizá nunca pudiera aceptarlo. Su plan había sido perfecto, todo había sido calculado, hasta el más mínimo detalle se había tenido en cuenta. Había entregado quince años de su vida a la gran causa de la unidad de Fortriu: la creación del rey perfecto, la gestación del líder que llevaría hacia la luz a aquel reino sumido en la ignorancia. Si Broichan no cedía, si Broichan no podía aceptar que su edificio estaba construido sobre unos cimientos imperfectos, todo estaría perdido, sin duda. Si el druida consideraba su propio criterio más certero que el de la diosa, quizá merecían perder.

Fola empezó a despertar su cuerpo, que entonces era como su retrato de arcilla, moviendo los dedos de las manos, de los pies, alterando su respiración, parpadeando, estirándose. Por último hizo una reverencia, con las palmas de las manos juntas, y se movió para devolver el agua del cuenco a la jarra. Entonces llamó a Luthana, buscó la capa que usaba para salir, unas botas resistentes, una capucha ceñida para protegerse del frío y, en compañía únicamente de la herbaria, atravesó las puertas de Banmerren y cruzó las arenas azotadas por el viento en dirección a Caer Pridne.

Una oportunidad. Nieveardiente miraba con impaciencia, listo para salir en cualquier momento, previendo una estupenda cabalgada como aquella de la que Bridei y Faolan habían disfrutado por los páramos hacia el lugar de los tres mojones. Nieveardiente era fuerte y complaciente, pero no aguantaría bien una larga carrera en medio de la oscuridad invernal. También estaba Fortuna, del que Bridei había sido incapaz de separarse, el alto y moteado Fortuna, el caballo más feo de los establos reales… La montura de Donal era esforzada, un caballo de mucha resistencia que sólo había hecho más que mejorar con la edad. Los hombres se habían encargado de que hiciera ejercicio con regularidad y estaba en buenas condiciones. Pero a pesar de sus largas patas no era famoso por su velocidad. Deprisa, deprisa, elige y vete; en cualquier momento alguno de sus guardaespaldas sospecharía e iniciaría una búsqueda. Coge un caballo, cualquiera, y vete… Junto a la compuerta se movió una sombra blanca: la yegua de Uist, Espuma, aquella inquietante criatura de pelaje perfecto y níveo, de crin sedosa, cola como una cascada y ojos extraños, tan astuta como el propio druida montaraz. Miró a Bridei y movió un poco las patas. Parecía decirle: «Vamos, decídete». Era una yegua rápida e incansable…, no era un animal corriente. Correría sin hacer caso de la nieve o la lluvia, moviéndose sin problemas por los bosques y marismas, manteniendo un ritmo constante durante todo el camino hasta Pitnochie.

Bridei se había forzado a llegar hasta allí, obligando a su cuerpo, poco dispuesto a cooperar. Sin embargo, se sentía sumamente débil; su mente no podía hacer mucho más. Abrió la compuerta. Para subir a lomos de la yegua, tuvo que trepar a un montadero y desde allí a una barandilla; un torpe espectáculo. Bridei se inclinó hacia adelante con las manos en el cuello de Espuma y le susurró al oído: «Llévame a casa». Tenía la esperanza de que lo comprendería. Iba a necesitar todas las fuerzas que le quedaban para mantenerse en su lomo y seguir respirando; no tendría capacidad para guiarla. No había cogido nada; ni comida, ni agua, ni armas, ni provisiones de ninguna clase. No había tiempo. Debía irse inmediatamente, antes de que lo descubrieran, y esperar que esa extraña criatura pudiera ser más veloz de lo que fueran capaces de serlo sus guardias. En algún lugar de su mente seguía rondando la idea de la elección, de los hombres y mujeres que dependían de él, la cuestión del destino. Pero todo ello había quedado reducido al tamaño de una bellota, de una avellana, desplazado por el peso de su miedo, su furia, su ardiente necesidad de encontrar pronto a su amada, enseguida, antes de que la perdiera para siempre.

—Vamos —susurró y, dando un giro nervioso, grácil como un cisne en pleno vuelo, la yegua lo sacó de Caer Pridne y se dirigió hacia el sudoeste en dirección a la Gran Cañada. Una pálida presencia en la penumbra invernal que se movía con la confianza de una criatura que avanza bajo la protección de unos poderes más antiguos que el tiempo, sin dejar ni una sola marca en el suelo blando tras ella.

Hacía un frío gélido en el adarve, al otro lado de los aposentos de las mujeres. Ferada estaba acurrucada detrás de las escaleras, con la capa encima de la cabeza y firmemente agarrada sobre su pecho, escondiendo el magnífico vestido azul, el hermoso broche de plata, el odiado y pesado anillo de plata y esmalte. Llevaba allí largo rato, sin que nadie la hubiera visto. Notaba un peso en algún punto de su vientre, como una piedra fría; pensó que tal vez fuera miedo. Miedo de la mano rápida de su madre, miedo de su mirada demente. Miedo de lo que le esperaba, a ella y a todos los demás. Le dolían los dedos; se había mordido todas las uñas hasta dejárselas en carne viva y había roído la carne del pulgar hasta que le sangró. Aun así, a pesar de su miedo, había algo más en su corazón, algo bueno y nuevo. No lo había hecho. Quizá fuera realmente un filtro de amor, tal como le había dicho su madre. Quizá. Ferada quería creerlo; deseaba que fuera cierto, por improbable que pareciera. Pero había visto la mirada en el rostro de Dreseida; conocía la fuerza de la mano de su madre, su poder, su ira terrible. ¿Por qué quería hacer que Bridei se enamorara de ella? Dreseida nunca había querido al ahijado de Broichan como marido para su hija, y no quería que fuera rey. Si Bridei se hubiera tomado la aguamiel, Dreseida hubiese convertido a su propia hija en una asesina.

Quizá no fuera cierto. Quizá no era más que su disparatada imaginación. Su madre era una mujer de impecable linaje, de gran inteligencia. Su padre era un hombre honesto, justo, muy admirado; era amigo de Broichan. «Que no sea verdad —pensó Ferada—. Que todo sea una pesadilla». Pero no podía dejar de pensar en aquella vez en que Donal había muerto en lugar de Bridei, en el comedor de su propia casa en el Pozo del Cuervo. Envenenado. ¿Hubo algún sirviente que, por lealtad o por miedo, estuvo dispuesto a matar siguiendo las órdenes de su señora?

Se estaba haciendo tarde y no podía pasarse todo el día escondida en aquel rincón. Para entonces Bridei ya haría rato que se habría ido. Y su madre querría una explicación. Tendría que decir… la verdad, pensó Ferada tristemente mientras se ponía de pie y se arreglaba la ropa arrugada. A partir de ahora haría eso, y si a la gente no le gustaba, mala suerte. Temblaba convulsivamente. Esas atrevidas declaraciones estaban muy bien allí fuera, sola, sin decirlas en voz alta. Otra cosa muy distinta sería enfrentarse a la mirada penetrante de su madre, a su lengua vilipendiadora, a su mano castigadora. Daba igual; lo haría. Pero primero… Ferada se quitó el anillo con dedos temblorosos y lo sopesó un momento en su palma. Se arrodilló; al pie del muro, entre las piedras, había una profunda hendidura a ambos lados de la cual crecía un musgo espeso. Ferada introdujo el anillo por ella y lo oyó caer para posarse, invisible, en la grieta. A continuación se levantó y se dirigió adentro.

Gartnait y Dreseida se hallaban en la cámara asignada a la familia. Ferada y su madre dormían en los aposentos de las mujeres junto con los niños más pequeños y Talorgen y Gartnait en los de los hombres. Pero como familia noble y emparentada con el rey, disponían de ciertas estancias para su uso exclusivo; aquel era su principal lugar de reunión. Su madre y su hermano se quedaron en silencio cuando ella entró.

—¡Vaya, vaya! —dijo Dreseida en voz baja—. Me has sorprendido, hija. Parece que tu misión puede haber tenido éxito. No pensé que fueras capaz.

A Ferada se le hizo un nudo en el estómago. Paseó su mirada de Gartnait a su madre.

—¿Cómo? —dijo—. No entiendo…

—Están haciendo correr el cuento de que Bridei ha empeorado repentinamente. —La voz de Dreseida sonaba calmada, pero sus ojos tenían un excitado regocijo que a Ferada le produjo repugnancia—. A la hora del desayuno está levantado y recibiendo visitas; antes de mediodía vuelve a estar completamente indispuesto, la puerta cerrada y unos guardias de expresión adusta montando guardia fuera. Diría que pronto habrá algún comunicado. Si tu joven amigo ha recibido su última visita de la Diosa Madre, a Broichan le resultará difícil mantenerlo en secreto más allá del Solsticio de Invierno. Necesitarán un nuevo candidato, o Drust el Verraco intervendrá y se hará con todo.

—Pero… —comenzó a decir Ferada; eso no podía ser, era una equivocación, era el renacimiento de la pesadilla—. Yo sólo…

—Fuiste lista, hija, muy lista. Me enteré de lo de la breve visita de la reina. Eso te proporcionó la tapadera perfecta. Rhian es tan noble y recta que nunca recaerían en ella las sospechas de una mala acción. Buen trabajo, querida.

Ferada respiró hondo.

—De modo que no era un filtro de amor —dijo, pensando con rapidez.

Dreseida enarcó las cejas de manera desmesurada; sus labios se crisparon.

—Vamos, querida. ¡No me digas que te lo creíste de verdad!

La joven miró a su hermano. Estaba pálido, con la mandíbula tensa y las manos a la espalda. Sabía exactamente cómo se sentía, igual que se hubiera sentido ella de haber llevado a cabo su misión tal como se lo habían ordenado.

—Es tu mejor amigo —susurró.

—Es un obstáculo —el tono de voz de Gartnait era monótono—. Siempre lo ha sido. —Era como si estuviera repitiendo una lección aprendida de memoria.

—¿Un obstáculo para qué? Tú nunca serás rey. ¿Qué me dices de Carnach, de Wredech, de los familiares de Ana, de cualquiera de ellos? Padre nunca consideró siquiera…

—¡Contén tu lengua! —le espetó su madre, y Ferada se calló de golpe, con los ojos fijos en el rostro acongojado de su hermano. Ya tenía que saberlo; seguro que sabía que era imposible. ¿Qué le habría dicho Dreseida para inducirle a creer que podía hacerlo?—. Tu hermano ha estado trabajando duro. Y es mi hijo. Estará preparado.

—Madre —dijo Ferada, sabiendo lo que debía decirles pero incapaz de hacerlo—. ¿Por qué? ¿Tanto odias a Bridei?

La mujer esbozó una macabra sonrisa.

—No es por él. Es por su madre. Anfreda se llevó lo que era mío. Me privó de mi oportunidad; me robó el futuro. Tan insignificante y afectada como era y todos suspiraban por ella como si fuera una perra en celo. Era asqueroso. La perspectiva de que un hijo suyo gobierne Fortriu me da náuseas.

—¿Se llevó lo que era tuyo? ¿A qué te refieres? ¿A Maelchon?

—Estaba dispuesto a pedirme en matrimonio; así me lo dijo. Hubiera sido reina. Era un hombre poderoso, un verdadero líder. Como esposa suya hubiera disfrutado de una influencia inmensa. Entonces apareció ella dando saltitos, la dulce y pequeña Anfreda, y él no volvió a mirarme.

—Pero te casaste con padre.

—Sí, lo hice —repuso Dreseida con los dientes apretados—. Y tengo a mi hijo, y es mi hijo quien será rey de Fortriu, no el suyo. Esa es la voluntad de los dioses.

Había algo en su rostro que asustó a Ferada más que cualquier amenaza, más que cualquier golpe.

—Madre, ¿has tenido en cuenta lo que esto supone para Gartnait? —preguntó—. Faltan menos de dos días para las declaraciones. No ha hecho un discurso formal en su vida. No puedes hacerle algo así. Es cruel e injusto.

—Puedo hacerlo —dijo él bruscamente. Su hermana notó la desesperación en su tono de voz, a pesar de todos sus esfuerzos por parecer confiado, y sintió lástima por él.

—Hablaré en nombre de Gartnait en el Solsticio de Invierno —declaró Dreseida con firmeza—. Los representantes están permitidos y yo soy de linaje real. Presentaré su candidatura de manera que ni siquiera Broichan podrá refutarla. Lo único que tiene que hacer Gartnait es presentarse ante la asamblea, dar un discurso preparado y estar presente en la votación. No soy estúpida, hija.

—No, madre. —Ferada vio que su hermano movía los pies, fue a decir algo, se lo pensó mejor y cerró la boca. Iba a tener que decírselo. Había jurado decir la verdad… Sólo quería echar a correr y esconderse, como una chiquilla asustada.

—Madre —se obligó a decir—, no creo que Gartnait quiera realmente ser rey. Y no creo que lo sea.

—¿Qué tonterías estás diciendo? Por supuesto que quiere…

—Madre. No le di la poción a Bridei. No se está muriendo; ha ido a buscar a Tuala. Ella se escapó de Banmerren hace un tiempo. Yo se lo conté y él se marchó.

Las facciones de Dreseida habían ido cambiando de manera alarmante mientras su hija hablaba. En esos momentos su rostro estaba crispado por una furiosa incredulidad. Su voz sonó con una suavidad sepulcral.

—Repítelo, Ferada, y dime que no es cierto. Cuando hables, recuerda exactamente lo que te expliqué en el pasado sobre las consecuencias de la desobediencia.

—No estoy dispuesta a ser una asesina, ni siquiera por la mejor de las causas. Menos aún por una causa inútil como esta. Gartnait no sirve para ser rey, hasta una ciega se daría cuenta de ello. Bridei ha regresado a Pitnochie. No estará presente para las declaraciones. Pero, como tú has dicho, eso no tiene por qué importar. Se aceptan representantes. Quizá padre sea el suyo.

Dreseida dio un paso hacia su hija. Echó el brazo hacia atrás, preparándose para asestar un contundente golpe; Ferada contuvo el aliento y se quedó inmóvil, inmutable.

—No, madre. —Gartnait puso las manos en el brazo de Dreseida y la detuvo—. Así no —miró a Ferada—. Será mejor que te vayas. Déjamelo a mí. Y mantén la boca cerrada por el bien de todos. Ya has hecho bastante daño.

Ferada se detuvo un momento en el umbral y entonces, al ver la mirada en los ojos de su madre, se marchó a toda prisa.

En cuanto Ferada se fue y la puerta se hubo cerrado bien tras ella, Dreseida miró a su hijo a los ojos y dijo:

—Tu hermana me ha fallado. Tú eres mi hijo. Esta es tu oportunidad para demostrar lo que vales. Para demostrarles lo que puedes ser.

Él tragó saliva e irguió los hombros.

—Lo encontraré. Yo lo haré. Haré que os sintáis todos orgullosos de mí.

Ella movió la cabeza en señal de asentimiento.

—Tendrás que darte prisa; por lo visto te lleva ventaja. Debes irte inmediatamente, y cuando tengas oportunidad, tienes que actuar de forma eficaz y sin ser visto. Tiene que ser perfecto. ¿Comprendes? Nada de esto debe empañar tu nombre.

—Sí, madre. Soy un probado guerrero, no lo olvides. Sé lo que tengo que hacer.

—Entonces vete.

—¿Y qué pasa con las presentaciones? No estaré…

—Quizá sea mejor que estés ausente; eso me proporcionará una justificación para hablar en tu nombre. Claro que debes regresar a tiempo para la asamblea. Nueve días; es suficiente. Con suerte lo alcanzarás mucho antes de que se acerque a Pitnochie. Ha estado enfermo, eso lo retrasará. Puede que haya otros que también lo persigan. Debes mantenerte alerta.

—Adiós, madre. Lo haré lo mejor que pueda por ti. Te lo prometo. Dreseida suspiró y puso la mano en el hombro de su alto hijo.

—Adiós, Gartnait. Cabalga rápido y sin ningún percance. Que el aliento de los dioses te respalde.

—Que la Brillante vele por ti hasta mi regreso.

Apostados frente a la entrada de los aposentos de Broichan había dos adustos guardias: Gwrad, al que normalmente se le encontraba atendiendo al primo del rey Carnach, y otro hombre cuyo rostro lleno de cicatrices y orejas prominentes lo identificaban como Imbeg, el guardaespaldas de Tharan. Le impidieron el paso a Fola hasta que ella alzó la voz lo suficiente para que Talorgen saliera a ver qué pasaba. Poco después, en la cámara de Broichan, se reunieron otra vez los cinco: un concilio secreto, no tan secreto esa vez, pues el cambio de guardia debía de haber puesto sobre aviso a Caer Pridne de que acontecían sucesos poco habituales.

Fola tomó asiento junto al camastro vacío, entonces despojado de la ropa de cama. Los cuatro hombres permanecieron de pie. El único que parecía estar tranquilo era Uist, una figura blanca sumida en las sombras junto a la chimenea. Aniel tamborileaba con los dedos sobre la mesa; Talorgen andaba de un lado a otro; Broichan, el imperturbable Broichan, retorcía un retazo de cinta verde entre sus largos dedos como si deseara hacerla jirones y su rostro tenía un aspecto cadavérico debido a la tensión.

—¿Cómo lo supiste? —quiso saber casi antes de que la mujer se hubiese sentado.

—¿Cómo supe el qué? —Fola mantuvo un tono de voz calmado.

—Que Bridei no estaba. Que se lo han llevado a pesar de todas las garantías que se me dieron de que estos guardias eran expertos, de que no permitirían que lo acechara ningún peligro…

—No puedes culpar a Breth y Garth —intervino Aniel—. Su lealtad siempre ha sido impecable. Además, todavía no sabemos lo que ha ocurrido.

—Nuestros enemigos lo han secuestrado; quizá ya lo hayan matado —a Broichan le tembló la voz—. ¿Qué otra cosa podría ser? ¿Cómo pudieron dejar que ocurriera? ¿No había nadie vigilando?

—Broichan.

Ante el tono de voz de Fola todos guardaron silencio.

—A Bridei no lo han secuestrado. Está cabalgando en dirección a Pitnochie. Ha ido a buscar a Tuala.

Nadie dijo una palabra. Las manos de Broichan se apaciguaron, la cinta quedó colgando entre ellas.

—Lo he visto en el agua. Una visión certera. He venido aquí para advertiros de que otra persona debe presentarse en nombre de Bridei en el Solsticio de Invierno. Para entonces él se hallará lejos de Caer Pridne, en un viaje que ha emprendido solo.

—¡No! —exclamó Broichan, que se acercó a la mujer a grandes zancadas y clavó en ella sus ojos oscuros. Fola lo miró fijamente—. ¡Es imposible! Bridei está comprometido con esto. Obedece la llamada del Guardián de las Llamas en todo. Él no haría…

—Lo ha hecho. Ya lleva bastante tiempo de camino; la hija de Talorgen le comunicó las noticias sobre Tuala y él se marchó de inmediato.

—¿Qué noticias? —preguntó Talorgen con el ceño fruncido—. ¿Qué podía saber Ferada?

Fola lo miró.

—Que Tuala se ha escapado —respondió—. ¿No te lo dijeron?

—¿Estás diciendo que Bridei tiene intención de cabalgar hasta Pitnochie? —inquirió Aniel—. Pero si está muy debilitado por la herida y la enfermedad. A duras penas podía andar, así que hacer un viaje a caballo tan largo y peligroso en esta estación inclemente no le resultará fácil. Irá despacio; se le puede alcanzar, traerlo de vuelta…

—No será fácil seguirle el rastro —dijo Fola mirando a Uist, que le devolvió la mirada con unos ojos brillantes—. Eso si mi visión me proporcionó una verdadera imagen de la yegua que montaba.

—¿Cuánto tiempo hace que esa chica se marchó? —preguntó Talorgen—. Puedo entender hasta qué punto consternaría eso a Bridei. ¿Se organizó una búsqueda?

La expresión de Fola se volvió muy severa de pronto. Clavó los ojos en Broichan como si fuera un alumno que hubiera cometido una infracción imperdonable.

—Cuéntaselo —dijo—, puesto que parece que esta noticia que hice llegar con tanta urgencia hace casi catorce días no ha pasado más allá de tus propios oídos. Cuéntales que tu hija adoptiva se escapó de Banmerren por la noche y que mi gente buscó y no encontró ni rastro de ella. Diles a dónde crees que fue y por qué. Y explica a tus leales amigos por qué no se te ocurrió comunicárselo a Bridei, con tacto y delicadeza, cuando recuperó el sentido. Podías haberlo tranquilizado asegurándole que habías mandado rápidamente a tus propias partidas de búsqueda, aunque sólo fuera para suavizar el golpe que la noticia podía suponer para él. Vamos, Broichan. Aquí nuestro código es la verdad; somos un concilio de cinco personas, obligadas por la confianza mutua a compartir toda la información pertinente a nuestra causa. Explícaselo.

—La yegua —dijo Broichan como si no la hubiera oído—. Dejaste que se llevara a Espuma. Esto es cosa tuya… —Había vuelto su feroz mirada hacia el druida de cabello blanco; su voz cortaba como una espada—. ¡Esa criatura nunca llevaría a otra persona sin tu consentimiento! ¿Cómo vamos a localizarlo a tiempo si es ella la que lo lleva hasta allí? Me has traicionado… —dio un paso hacia Uist al tiempo que alzaba las manos, quizá para agarrar al anciano por los hombros y sacudirlo, quizá para propinar un castigo más severo, pues el silbido y el chisporroteo de un enojado hechizo pareció adueñarse de la atmósfera que lo rodeaba. Los ojos de Uist estaban llenos de un movimiento arremolinado y engañoso; sus dedos se enroscaron en torno al báculo que estaba apoyado en la pared a su lado y una luz plateada parecía brillar en su extremo, allí donde estaba alojada la piedra en forma de huevo.

—¡Dejadlo ya los dos! —gritó Fola cansinamente—. Nosotros no peleamos como chiquillos. Esta situación no sólo se ha manejado mal, sino que ha estado equivocada desde el principio. Tuala desempeña un papel importante en ella. No interpreté las señales correctamente hasta ahora, cuando ya casi es demasiado tarde.

—¿Qué quieres decir? —quiso saber Broichan—. Tuala no forma parte de nuestros planes. Si se ha ido es para bien. No había necesidad de iniciar una búsqueda; no tenía ningún sentido. Ya sabes lo que es. Esos argumentos, un largo viaje, el tiempo, son irrelevantes para alguien de su especie. Habrá regresado con su propia gente. Era inevitable. Es Bridei quien debe preocuparnos, sólo él.

—Uist —dijo Fola—, me imagino que tú has sido consciente de esta pequeña dificultad hace más tiempo que yo; de lo contrario tu yegua no se hubiera puesto a disposición de Bridei. Tal vez mi amigo aquí presente lo comprenderá mejor si se lo explica otro hombre.

—Algo sé sobre la historia de esta chica —dijo Uist, que volvió a colocar el báculo contra la pared—. Que fue depositada en la puerta el día del Solsticio de Invierno bajo la luna llena y que Bridei la encontró. Que fue criada en la casa de un druida y educada por unos sabios, y que luego fue enviada a Banmerren para que completara su educación. La he conocido. Es una criaturita excepcional, sensata, seria, llena de una dulzura natural y poseedora de una belleza que no había tenido el privilegio de ver desde la primera vez que puse los ojos sobre Fola, aquí presente, cuando era una linda joven de dieciséis años.

La mujer soltó un resoplido.

—Sigue —dijo Aniel con irritación—. Necesitamos que Bridei regrese; dinos qué debemos hacer.

—Yo iré a buscarlo —el tono de Broichan fue autoritario—. No es necesario involucrar a nadie más.

—Somos un concilio de cinco personas —intervino Talorgen con gravedad—. No lo olvidemos. Uist, termina lo que estabas diciendo.

—Me pregunté por qué la Brillante había dispuesto un camino tan poco habitual a esa muchacha. Tuala es una buena chica, y quiere a nuestro joven, eso está claro, a pesar de todos sus esfuerzos por ocultar su mirada cuando habla de él.

—¿Lo quiere? ¿Como una hermana?

—No, Aniel, no como una hermana. Con la apasionada devoción de alguien que con el tiempo se convertirá en amiga íntima, amante y esposa. Con la dedicación de una persona que lo apoyará a lo largo de las pruebas y duras experiencias del reinado. Y él la quiere a ella, ¿acaso no he permanecido despierto durante estas catorce noches en compañía de sus sueños? Bridei necesita a esa chica. Sin ella, nuestro rey perfecto fracasará.

—¡Esto es un auténtico disparate! —la indignación de Broichan era casi palpable. Los hombres comunes y corrientes se hubieran encogido ante su mirada fulminante. Sus compañeros lo miraron con preocupación. Broichan podía equivocarse. El druida del rey había cometido un error y ahora, a menos que se efectuaran los movimientos adecuados hábilmente y con rapidez, el prolongado juego estaría perdido—. ¡Es una chica de los Seres Buenos! ¡Nunca sería aceptada como reina! ¡Bridei se pondrá en ridículo!

—¿Acaso no es lo bastante fuerte como para hacer frente a algo así? —preguntó Fola—. ¿Tan mal concepto tienes de tu propia creación que abandonarías el juego por miedo a que cediera bajo la desaprobación de unos cuantos cortesanos estrechos de miras? Bridei es fuerte, Broichan. Y ella también. Creo que juntos avanzarán llenos del amor de los dioses y se convertirán en una poderosa fuerza para variar.

—Debo confesar que parece bastante extraño: una de los Seres Buenos como esposa del rey —caviló Aniel—. No hay duda de que será todo un reto convencer a la corte de que es una idea sensata. Pero confío en tu criterio, Fola. ¿Qué debemos hacer?

—Dejar ir a Bridei —respondió ella—. Dejar que siga su propio viaje, que la encuentre y la traiga de vuelta.

—¿Es que has perdido completamente el juicio? —gritó Broichan, y su puño descendió sobre la mesa con estrépito—. Bridei está enfermo; tiene la mente confusa. Hemos soportado muchas noches de sueños oscuros; no es de extrañar que ahora haya actuado de un modo tan irracional. ¿Has olvidado qué fue lo que lo postró en la cama? Realizar solo un viaje semejante supone exponerse a un nuevo ataque. Además, ¿cómo va a valerse por sí mismo si está demasiado débil para caminar más de dos pasos sin que le fallen las piernas? Tengo que ir tras él.

—Ni siquiera a ti te resultaría fácil encontrarlo —dijo Uist—. A Espuma sólo se la encuentra cuando ella quiere. Por eso no puede estar confinada en unos establos.

—Entonces iré a Pitnochie y lo esperaré allí. —Broichan había cogido una capa de una percha y de pronto tenía en la mano su báculo, un magnífico trozo de roble oscuro grabado con numerosos pequeños signos y dibujos—. Viajaré con rapidez; no iré por los caminos de los humanos. Haré que el chico entre en razón. Y lo traeré de vuelta a tiempo para la asamblea. Uno de vosotros deberá presentarse en su nombre en el Solsticio de Invierno. El dominio que esta chica ejerce sobre él es más fuerte de lo que yo creía. ¿Quién sabe por qué impredecibles senderos podría conducirlo si no se ponen trabas a su salvaje influencia? ¡Dioses, que las cosas hayan llegado a este punto en el último momento! Parece que tu hija ha tenido que ver en este desastre, Talorgen. Será mejor que le pidas a Ferada que domine su lengua antes de que cause más estragos.

El hombre se puso rígido, sus puños se alzaron.

—Broichan —Fola se puso de pie y se colocó entre los dos—, no debes ir. Bridei estará mejor si dejas que siga su camino él solo. Regresará a tiempo para la asamblea; está entregado al futuro para el cual lo has preparado. ¿No confías en tu propio hijo?

Nadie la corrigió. Al cabo de un momento, Broichan dijo:

—Confío en él. Es en Tuala en quien no confío. Desde el principio me di cuenta de que era mi enemiga. Supe que se entrometería. Mi error fue dejar que permaneciera demasiado tiempo en mi casa, dejar que se ganara su afecto con astucia…

—Hablas como un enamorado celoso —dijo Fola sin rodeos—. Pregúntate por qué lo hiciste, por qué no echaste a la niña de tu casa. ¿Fue porque querías al chico y deseabas que fuera feliz, o porque, en el fondo, reconocías que esa era la voluntad de la Brillante?

—Mientras perdemos el tiempo en vanas discusiones —replicó Broichan con frialdad— Bridei viaja solo por campos cubiertos de nieve, confuso y enfermo. ¡No voy a consentirlo más!

—¿Vas a irte a pesar de nuestro consejo?

—Iré, y me cercioraré de que nuestros prolongados esfuerzos no queden desperdiciados. Iré y traeré de vuelta a nuestro futuro rey. —Salió rápidamente de la habitación, su cabello trenzado balanceándose en torno a sus hombros vestidos de negro, la larga capa arremolinándose tras él como una enojada nube tormentosa. Los demás se miraron en un anonadado silencio.

—Al menos tiene razón en una cosa —comentó finalmente Aniel—. Bridei corre el peligro de ser víctima de un nuevo ataque, ya sea casual o planeado. Como mínimo tendríamos que…

—Faolan —terció Talorgen—. Él se encargará de protegerlo mejor de lo que pueda hacerlo nadie dadas las circunstancias. Enviaré a Gwrad a buscarlo. Aunque creas que debemos dejar que haga su viaje solo, Fola, debes estar de acuerdo en que no estaría de más un protector.

—No voy a contradecir el criterio de un guerrero.

—¿Quién va a presentarse en su nombre en el Solsticio de Invierno? ¿Estamos de acuerdo en que sea Carnach?

Llamaron a la puerta y, para su sorpresa, fue Ferada quien entró, con una expresión contrita y seguida por Gwrad. Todos se la quedaron mirando fijamente. La hija de Talorgen era conocida por su aspecto inmaculado, su elegante atuendo y su excelente comportamiento, un reflejo de su madre. Ahora su cabello estaba alborotado, su rostro tenía una palidez fantasmagórica salvo por los ojos enrojecidos e hinchados. Llevaba la falda manchada y apretaba el manto que le cubría los hombros con unas manos de blancos nudillos. Temblaba como si hubiera pasado largo rato fuera expuesta al frío. Fola emitió una queda exclamación consternada. Talorgen avanzó alarmado hacia ella.

—¡Ferada! ¿Qué ocurre?

—Padre, tengo que hablar contigo en privado. Hay algo que debo explicarte —dijo Ferada con una voz quebrada por el prolongado llanto.