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Provincia de Veracruz. Abril de 1820
En todo el día el sol no dio tregua y las nubes nunca llegaron a aliviar al martirio de Inés y Sofía Guillén. Pasaron las horas. Caló el hambre y, sobre todo, la sed. El sudor surgió en sus cuerpos, se evaporó, se secó, volvió a brotar. Comenzaron a dejar de sudar a falta de líquidos en el cuerpo. Se acercaba el delirio. Las dos intentaban esforzarse en sobrevivir, en no cerrar los ojos por miedo a no abrirlos jamás. Durante un buen tiempo escucharon el llanto de la pequeña Mariana en el interior del carruaje, hasta que simplemente cesó. Lentamente murió la esperanza.
De pronto, Sofía abrió los ojos. Sintió los pasos cerca de ella, vio las botas en el piso, vislumbró el horizonte, en el que el cielo ya comenzaba a teñirse de rojo, evidenciando que había transcurrido todo el día, quizá ocho o nueve horas. Intentó moverse sin resultado. Intentó emitir sonido y su lengua se atoró con el trapo en el que estaba envuelta. Volteó a su lado y pudo ver a Inés, desfallecida.
Nuevamente las botas. Trató de abrir los ojos y vio como entre lágrimas, como en sueños. Un caballo estaba cerca, dos, tres. Escuchó de nuevo los pasos. Alcanzó a distinguir la figura del jinete, vagamente. Un ruido, la puerta del carruaje, un rechinido, madera, sonidos indistinguibles. ¡Un llanto! Un llanto, el inconfundible llanto de la pequeña Mariana, la volvió a la realidad súbitamente.
Entonces pudo verlo. El jinete cargaba a su hija. Sofía intentó moverse, pero fue imposible. ¿Habría vuelto Alejandra a arrebatarle lo único que le quedaba? Intentó llorar y tampoco lo logró. Inés seguía desfallecida. Desde lo más profundo de su garganta, Sofía logró emitir un gemido que apenas fue audible a través de la mordaza. Entonces sintió cómo se aflojaba el nudo en el cuello y sintió que su lengua se liberaba. Pudo abrir la boca. Juntó todo su aliento para gritar, pero en ese momento sintió agua en la boca.
Abrió de nuevo los ojos y vio a la sombra, al extraño jinete desconocido, en cuclillas junto a ella, y sintió cómo le detenía la cabeza al tiempo que seguía vaciando agua en su boca. El líquido le dio fuerza y trató de moverse.
—Tranquila —dijo una dulce pero misteriosa voz.
Sofía enfocó mejor al extraño y vio que tenía a su hija en los brazos, inerte.
—Ella está bien —dijo la voz—, ya le di agua y se quedó dormida. Tranquila, las tres van a estar bien.
Sofía cerró los ojos de nuevo. Sintió alivio y sosiego después de ver a su hija. No tenía idea de lo que estaba pasando. Sintió cómo, nuevamente, tomaban su cuello y dejaban caer más agua en sus labios. Volteó nuevamente a ver al extraño salvador.
—¿Quién eres? —alcanzó a balbucear. El extraño jinete bajó una mascada que le cubría medio rostro y Sofía pudo ver unos ojos que le resultaban familiares, aunque en realidad nunca los había visto—. ¿Quién eres? —preguntó nuevamente con verdadera curiosidad, despertada por aquellos ojos claros.
El jinete se terminó de quitar la mascada y Sofía no entendía lo que pasaba. Era una mujer:
—Descansa. Todo estará bien. Soy Leonor. Leonor de Moctezuma y Cortés.