París

Viernes 10 de agosto de 1945

 

Comprende esto y comprenderás todos los conflictos del mundo: todos somos un campo de batalla; la guerra entre los individuos es la causa de la guerra entre las naciones, es la causa de todas las guerras. Todos los humanos somos iguales: luchamos con la misma voracidad por defender lo que según nosotros nos pertenece, aquello que deseamos y que nuestra razón nos justifica para poseer. La diferencia entre nuestras pequeñas guerras y las grandes guerras de los poderosos es tener o no tener el poder y los recursos.

Toda guerra necesita un pretexto. Los políticos lo buscan y los historiadores lo convierten en verdad al contar la versión de los vencedores; pero los demás nos convertimos en cómplices al no cuestionarlo. Todos somos culpables. La ignorancia y la inconsciencia son una opción; salir de ellas, también. La conciencia y el conocimiento nos confrontan con la realidad, con nuestra complicidad en la construcción de este infierno al que llamamos mundo.

Todas las guerras son por el poder, por los intereses de una élite; pero todas son peleadas por masas amorfas movidas por identidades e ideologías, por miedo. Una guerra termina y otra comienza; Japón ha sido aniquilado y Alemania dividida. Dos nuevos poderosos toman la estafeta europea en la guerra por el dominio mundial.

En 1914 un serbio mató en Bosnia al archiduque de Austria; treinta años después hay más de ochenta millones de muertos, ciudades destruidas, esperanzas aniquiladas, supervivientes temerosos. Ciento ochenta millones de soldados marcharon por Europa en esos treinta años; ciento ochenta millones de seres humanos dispuestos a matar y morir. La tercera parte de la población de un continente fue envenenada para asesinar por el beneficio de unos cuantos.

Una guerra entre poderosos comenzó hace siglos, y el asesinato del archiduque Francisco Fernando fue la chispa que encendió el barril de pólvora, el pretexto para desatar el infierno en la tierra. Comenzó una gran guerra europea que se hizo mundial, una guerra entre millones de personas, entre decenas de naciones, entre clases sociales, entre ideologías. Una guerra que en realidad comenzó como el conflicto entre cinco personas.

La guerra mundial fue un enfrentamiento entre cinco individuos, pero cada uno de ellos demasiado poderoso, demasiado obstinado y demasiado controlado por sus impulsos egoístas.

Entiende esta guerra y las comprenderás todas. Ésta enfrentó al rey de Inglaterra, el káiser de Alemania, el zar de todas las Rusias, el emperador de Austria y el sultán turco; cada uno de ellos disponía de barcos, fusiles, cañones, tanques y lo que fue la principal arma: millones y millones de proletarios a los que estaban dispuestos a sacrificar con tal de imponer sus razones y su dominio. Su poder.

Se busca poder para tener control. Detrás de la ilusión de control está el miedo: el más ambicioso de poder es el más temeroso de todos. Masas temerosas guiadas por los más temerosos de todos ellos. Hasta ahora, ése ha sido el camino de la humanidad; un camino que sólo puede conducir al abismo de la autodestrucción.

La historia de la humanidad está hecha de decisiones, pero esas decisiones nunca han sido tomadas por la humanidad. Las masas no toman decisiones; los que siguen ideologías ejecutan las decisiones de los ideólogos, los que se aferran a identidades hacen lo que se espera de su identidad, los que se comprometen con un sistema de creencias han renunciado a pensar, a buscar por su cuenta, a decidir, y han dejado que el pasado determine su vida.

La vida está hecha de decisiones, pero muy pocos humanos han tomado las decisiones de toda la especie. Sin importar el disfraz de la actual democracia, desde hace siglos la humanidad ha sido gobernada por un puñado de familias y poderosos. Ellos tienen intereses, guerras; las multitudes sin rostro son su armamento, sus sicarios.

Hemos construido un mundo basado en la frustración y la insatisfacción, en la miseria de la mayoría, en una carrera frenética hacia ninguna parte. En un mundo así, la única revolución verdadera es ser feliz, y esa revolución no pueden llevarla a cabo las masas, sólo los individuos. Para ser feliz es necesario ser libre, y para ser libre hay que ser un verdadero individuo. Un individuo no puede tener identidad o ideología, no puede vivir atado al pasado ni con miedo del futuro.

Soltar todo pasado y tomar verdaderas decisiones libres, afrontar las consecuencias de los actos, aceptar la realidad como es y no como queremos que sea, tomar nuevas decisiones para encauzar la vida, abrazar la incertidumbre. Sólo un mundo sin miedos, de individuos libres que saben tomar sus propias decisiones, con la felicidad como único baremo, es un mundo donde reinará la paz.

Nos acercamos al final de la historia, un final que será un nuevo principio; el final de una historia en que dos individuos encontraron su propia paz en un mundo al borde de la guerra; una historia en que dos seres lograron aportar su felicidad y plenitud a un mundo demasiado lleno de insatisfacción y frustraciones; una historia igual a todas, que se construye y reconstruye con nuevas decisiones; una historia de libertad en la que se descubre que la guerra y la paz siempre son una elección. La guerra es la elección de los débiles y los temerosos; siempre existe la alternativa de la paz.

Locura y razón
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