Hacia un sueño perdido
Qué prueba? ¿A qué te refieres, Xu Jun?
En el maestro se advertía un inusitado entusiasmo, pero la sonrisa había desaparecido del rostro de la joven.
—Observa, Shui. Tú debes de estar familiarizada con este distintivo —se expresó acuciante el maestro, que le mostró el extremo superior del revés del escrito.
Primero esbozó un rictus de duda. Luego, de comprensión.
—¡El dragón rojo imperial! —exclamó sobresaltada Shui—. Esa alegoría únicamente puede ser usada por el Bixia, so pena de muerte.
—Ya no me cabe duda de que este despacho iba dirigido al emperador. Pero la repentina muerte de Wuhang a su regreso, hizo que se olvidara. Y Yongzheng no tenía noticia ninguna de él. El mercader deseaba hacer méritos ante el nuevo emperador, informándole del paradero de la favorita de su padre, si es que realmente llegó a llevarse cabo esa ocultación.
—Ahora veo más luz en todo esto —insinuó Shui.
El alentado maestro insistió en sus sospechas.
—Resulta más que evidente que Wuhang ejecutaba este mapa y su información para la casa imperial, y no para él. Kangxi había muerto, pero estoy firmemente persuadido, que pensaba enviárselo a su hijo Yongzheng. El pequeño dragón rojo indica que, o es un papel salido de la cancillería real, o es un parte cifrado que debía ser entregado al emperador en persona.
—¿Y por qué estás tan seguro, Xu Jun?
—Porque un vulgar mercader lo lógico es que escriba sus diarios con letra kansu, la caligrafía popular. Pero puedes comprobar por ti misma que todo el documento está caligrafiado en ch’iai-Shu, el lenguaje cifrado de los escritos de la secretaría imperial. Lo que viene a demostrar que para ese mercader xianés no era el primer despacho confidencial que elaboraba para palacio. Era un confidente y espía de la Ciudad Púrpura.
Una oleada de asombro, mezclada con una incipiente alegría, cundió en el ánimo de Shui.
—Ahora es cuando realmente estoy segura de que la muerte de Xiaomei está ligada a un inconfesable secreto de palacio, cuya esencia ignoramos —se sinceró seducida.
—Es muy posible que así sea, Shui, y merece la pena estudiarlo más a fondo. Es apasionante.
—¿Y cómo lo conseguirás, querido?
—Verás. Al concluir los exámenes de Maestro Imperial, todo titulado debe visitar obligatoriamente la Gran Pagoda del Ganso Salvaje de Xian para examinar los escritos del monje Xuanzang, el verdadero artífice de la creación de la Ruta de la Seda, y el varón santo que enseñó en China los preceptos del Iluminado. Posee una abastecida y grandiosa biblioteca, y a su sabiduría someteré estos datos. La conozco bien, y está a menos de doscientos pasos de aquí.
La presencia de aquel hombre había sido providencial para la joven cortesana.
—¿Y después? —preguntó ansiosa la joven.
—Si saco algo en claro, nos uniremos a la caravana de la señora Miao, y buscaremos ese rastro. De lo contrario, olvidaremos este asunto y comenzaremos una vida nueva, ajenos a nuestro pasado. ¿Lo aceptas así, querida Shui?
Tras la indecisión, vinieron la curiosidad y la aceptación. Shui no hallaría una ocasión mejor para satisfacer su más antiguo y acendrado sueño. Ratificó.
—Ese será nuestro acuerdo, Xu Jun. Gracias.
Shui lo besó, rozándole apenas los labios.
Una tormenta matutina había limpiado la atmósfera y un aroma penetrante a tierra mojada flotaba en el ambiente de La Casa Dorada. Desde su ventana, Shui observaba la imponente mole de la Pagoda del Ganso Salvaje, donde Xu Jun investigaba a la luz del saber antiguo, y desde hacía ya varios días, el informe del mercader, que bien parecía el paradigma de la confusión.
El goteo del agua de la fuente, el trino de los pájaros que escapaban de sus nidos de las moreras, el olor a azafrán, cúrcuma y cilantro que llegaba de la cocina y el murmullo de los viandantes que abandonaban sus hogares, la habían sumido en un dulce sopor.
Fue amaneciendo y Shui contempló el firmamento, donde Dou, la Osa Mayor, y Xuanwu, la constelación del Norte, comenzaban a desdibujarse en la grisura del alba. Después se encomendó a Shao Lin, la diosa taoísta de la Astrología, para que iluminara la mente de Xu Jun. Pronto se levantarían las muchachas, y debía supervisar la orquestina y ajustar los instrumentos.
Pensó en Xu Jun, y abandonó el cuarto.
Solo pensaba en verlo de nuevo.
Unas horas después, Xu Jun limpió la pluma, espolvoreó sobre las conclusiones que había escrito partículas de yeso, sopló sobre ellas y se incorporó del asiento de la biblioteca, mientras exhalaba un largo suspiro. Se había levantado muy temprano, casi de noche, para completar las conclusiones del mensaje, tras haberse sumergido durante casi cinco días en su investigación. Pero al fin lo había concluido. Llamaría a Shui al cobertizo de las mercancías donde vivía, y la informaría.
Gozaba viéndola dichosa.
Le envió un criado y aguardó, mientras se aseaba y limpiaba sus manos de tinta. Cuando la joven compareció en la cámara, las primeras palabras que salieron de la boca de Shui fueron:
—No decepciones mi curiosidad, Xu Jun. ¿Conseguiste encajar esos indescifrables datos? ¿Existe alguna esperanza?
En la mirada del maestro brillaba un sagaz fulgor.
—Siéntate y tomemos un té. Luego escucharás cómo he interpretado el mapa y el mensaje a la luz de cientos de datos. Al final he comprendido que se trata de un ideograma.
—¿Un ideograma? ¿Qué es eso, Xu Jun?
—Simplemente una información que se interpreta por el conjunto de lo que en él se manifiesta —le informó sereno—. No explica palabras por sí solas, sino ideas, incluso incluyendo a personas. Es un todo bastante ostensible.
Aquellas frases provocaron en Shui una gran excitación e interés, y su semblante se regocijó. Se acomodó con su natural distinción, se alisó la túnica color malva bordada con patos mandarines, y se tocó levemente el peinado, adornado con una peineta de jade. Con los labios y el rostro maquillados, a Xu Jun le pareció una princesa imperial. Le sonrió radiante.
El maestro, después de servirle una taza de humeante té, extrajo de su bocamanga dos papeles. El escrito de Wuhang y el de los resultados, que dispuso juntos en la mesa del austero cuarto donde dormía y que olía a sándalo. Shui esperó el sonido de su calmada voz.
—Tras bucear por los complejos vericuetos de este escrito, querida Shui, he transcrito cuanto explica con la ayuda del monje bibliotecario, que conoce todo sobre la Ruta de la Seda, tanto o más que a su propia alma. El informe de Wuhang posee el tufo inconfundible de pertenecer a un espía que aclara a su amo el paradero de algo, o de alguien —le informó, enarcando sus finas cejas—. Ya no hay duda.
—Te escucho —respondió Shui sin pestañear.
—Pues bien, te explicaré —señaló—. El mapa del dragón y esos lugares sagrados que aparecen, representan a cinco ciudades capitales de la Ruta de la Seda, que partiendo de Xian, arriba meses más tarde a la ciudad de Kucha, fin del viaje de todas las caravanas de Wuhang.
De inmediato, la cortesana lo cortó.
—No existe lugar más apropiado para esconder a una persona que un camino por donde transitan y viven miles de personas de todas las razas y religiones.
—Así lo pensamos mi ayudante y yo —prosiguió—. Aventuramos también nuestra conclusión. Días después del entierro del emperador Kangxi, Wuhang partió hacia Lanzhou, en el centro de nuestro país, donde hubo de atravesar el río Amarillo. Y tras pasar el primer puesto de vigilancia, se dirigió hacia Zhangye, donde sitúa «la Campana de Oro», que posiblemente sea el Templo del Gran Buda Gigante.
»Viaje comercial y espiritual. Todo va encajando.
»Digo espiritual, porque todo parece indicar que lo acompañaba alguien relacionado con el mundo místico. O los Hermanos del Diamante, o quién sabe si Xiaomei.
—¿Por qué despreciar esa deducción? —terció Shui.
Xu Jun se esforzaba en ser más coherente.
—Por el mapa sabemos que siguió después hacia la ciudad de Jiayuguan, también llamada el Paso del Valle Tranquilo. Allí comienza la Gran Muralla y se alzan muchos templos de la Luna. Primera dificultad.
—¿Por qué, Xu Jun?
—Porque son muy numerosos. El fortín que aparece dibujado entre ellos corresponde al que llaman el Primer Paso hacia el Cielo. Se llega a él por el peligroso corredor de Xexi bajo los montes Gobi. Nuestro reservado Wuhang se dirigió después a Dunhuang, tras atravesar la Puerta de Jade, que aparece aquí dibujada con un arco, principio y fin de los dominios chinos.
—¿Hemos de traspasar la Gran Muralla? —temió.
—Si no la hemos encontrado antes de llegar, sí —informó el maestro—. Además, se corresponde con otro de los santuarios dibujados en el mapa: las Grutas de Mogao, donde se halla esculpido un Buda gigantesco recostado. Allí también se erigen varios oratorios de la Luna.
—Fuera de las fronteras de China resulta azaroso aventurarse, Xu Jun.
Su confidente sonrió, ganándose su confianza.
—No debes temer más de lo necesario, que es tu salud y tu bienestar. Las caravanas van suficientemente protegidas. Nuestro mercader siguió la senda y se adentró después en tierras de creencias musulmanas y budistas, donde se encuentra otro de los lugares descritos en la carta: «las Cuevas o Refugios de Bezeklik», en las montañas Flamígeras, así llamadas porque en el ocaso brillan como el fuego. En su centro comercial, Turfan, se alzan mezquitas, pagodas, iglesias cristianas, y también templos de la Luna.
El mapa se desgranaba con precisa lógica, pero Shui se apocaba ante una ruta tan expuesta.
—Será como buscar una aguja en un pajar.
—Yo he calculado que tardaremos un año en visitar todos los santuarios de la Luna del trayecto.
—Qué empeño más descabellado el mío, Xu Jun.
—No lo es, y es factible llevarlo a cabo con paciencia, valor y esperanza. Wuhang, el astuto informador, hacía la ruta hasta Kucha en algo más de cinco meses. Esa sería nuestra última etapa. Allí se encuentran los últimos tres parajes puntualizados en el mapa del dragón: «el Soberano de los Monasterios», «las Cuevas Kyzil», y «el Manantial de las Lágrimas», en Kyzil. El problema es que según he comprobado en los manuscritos del Ganso Salvaje, existen varios templos dedicados a la Luna.
—Conozco ese lugar pues los músicos de la corte imperial proceden de Kyzil. Sus flautistas e intérpretes del laúd son los mejores del reino.
—Pues ese es el camino que siguió Wuhang, y las personas o persona que iban con él, ajenas a su negocio de mercadería, y que evidentemente practicaban un viaje iniciático y religioso. Y nosotros podemos hacerlo también, y escudriñar en esos monasterios. Parece como si otra vez volviera a colaborar con la Sociedad de Censores del general Nian, que el Cielo guarde.
—¿Y por qué estás tan seguro de que lo acompañaban personas extrañas a la caravana? —dijo con aire distraído.
Xu Jun creía en la verosimilitud de su teoría.
—Esa es la explicación a las constelaciones que aparecen esquematizadas al pie de cada ciudad, o punto de encuentro de las caravanas. Según hemos pensado, el monje que me ayudó a su interpretación y yo, Wuhang, el confidente del emperador, deseaba indicarle dónde se hallaban en ese momento, o bien las intérpretes del teatro, la comunidad del Diamante, o tu hermana, si es que a ella hace referencia el ideograma.
En las pupilas de Shui relució una consoladora esperanza. Y abriendo su dentadura perfecta, preguntó:
—¿Tú lo crees también así?
—Es más que probable, Shui. Es tu única oportunidad de cerrar para siempre esa herida que no consigues sanar. Seguiremos la caravana de dama Miao, y visitaremos todos los templos de la Luna de aquí a Kucha. Nos llevará tiempo y no pocas penalidades. Debes estar preparada, incluso para un hipotético desengaño. Todo cabe en este aventurado viaje.
—Lo asumo, Xu Jun, pero según esas estrellas, ¿dónde se hallan ahora ese grupo de mujeres paiyou?
El maestro puso sus ojos en el amarillento mapa.
—Según el monje amigo de la Pagoda del Ganso Salvaje, las paiyou suelen actuar en alguno de los oratorios de la Luna cercanos de Kucha, al final del invierno. Luego, en abril, se trasladan hacia los monasterios de Turfan y Dunhuang aprovechando la bonanza del clima, y finalmente parten hacia algunos de los santuarios de la Luna del Este, donde concluyen su periplo de actuaciones sagradas. Abril y mayo son los meses en los que actúan para sus devotos. Nunca fijan una ruta determinada, ni anuncian sus actuaciones. Pero en estos recintos, cientos de peregrinos acuden para verlas actuar e intimar con los espíritus.
A Shui le había calado en el alma aquella satisfactoria explicación, aunque su razón le dictaba que también podía tratarse solo de una mera suposición.
—Hablaremos con Miao y partiremos en su caravana, que regenta uno de sus cuñados, individuo experimentado en esos caminos. Para final de abril habremos arribado a las Grutas de Mogao de Dunhuang, y quiera el Buda Iluminado recompensarnos con una revelación sobre Xiaomei. Poseo cinco taels de plata que nos ayudarán a sufragar los gastos del viaje. ¡Qué esperanzada estoy!
—Así lo haremos, Shui. Pero prepara tu ánimo, tu corazón y tu cuerpo para un viaje de incertidumbres, cansancio y paciencia. Lo mismo tenemos que seguir el rastro durante dos semanas, que dos meses, o un año. Y, sobre todo, con la posibilidad de que todo sea un sacrificio que no clarifique tus dilemas. Puede ocurrir, y así debes asumirlo desde el principio.
—Merece la pena exponerse, Xu Jun. Ardo en deseos de partir, aunque tenga pavor a tan arriesgado viaje. Pero no puedo vivir una vida entera con esta inquietud desgarrando mi espíritu. Lo necesito. Me prepararé.
La calma se hizo en el sobrio salón. Xu Jun le sirvió té con paloduz y menta, y le acercó un dulce de almendras y canela. Solo se escuchaban sus respiraciones sosegadas y el crepitar de las candelas. Xu Jun contempló detenidamente el candoroso rostro de su amada Shui y dio gracias al Cielo por tenerla junto a él.
Miró luego a través del amplio ventanal. Un suave aroma a gardenias invadía la habitación. Entre los vidrios se recortaban las siluetas de dos sauces gigantescos, entre los que rielaba un sol esférico y luminoso.