24

Hora: las 21’10.

Lugar: El Anillo de Berlín.

Barullo de entradas y salidas, desvíos hacia Francfort del Oder, Küstrin y Postdam. Convoyes militares: velocidad máxima, treinta kilómetros por hora. La autopista describe una grandiosa curva.

Más allá de Babelsberg aparecen nuevos anuncios. Flechas rectas indican el camino hacia el «SECTOR DEMOCRÁTICO», flechas anguladas hacia el «SECTOR OESTE DE BERLÍN». Las luces se deslizan por encima de los letreros. Llueve torrencialmente. El cielo, por delante de nosotros se va aclarando.

El puesto de control de la zona, Dreilinden, apareció al volver una curva, iluminado por los reflectores. Había pocos coches en camino esa noche, delante del despacho de entrada no había nadie. Volví a ver retratos, leí nuevas sentencias y poesías, y todos los policías se mostraron muy cordiales.

A las 21’35 podíamos continuar.

Después de un kilómetro de oscuridad, apareció el puesto de control de la zona Oeste, una simple barraca alargada, ron rampas de carga, en el centro de la autopista. Un policía de Berlín nos hizo señal de aproximarnos. Se anotó el número del coche y fue tan amistoso como su colega del Este:

—¿Han venido por Töpen?

—Por Wartha —le respondí.

Al final de la rampa se encontraba un «Opel-Rekord» negro. Dos hombres con impermeable estaban sentados dentro. Uno de ellos descendió y se acercó lentamente, las manos en los bolsillos del impermeable, el sombrero tapándole los ojos.

—Todo en orden, pueden continuar —dijo el amistoso policía del Oeste. Apreté suavemente el pedal del gas. El coche rodó hacia el hombre del impermeable.

—Es él —dijo Brummer. Su voz sonaba dichosa—. ¿Ve usted, Holden, como la cosa funciona?

—Sí, señor.

El hombre se encontraba ahora delante de nosotros. Brummer bajó el cristal de su ventanilla. El hombre era joven. Se inclinó hacia el coche:

—¿Julius María Brummer?

—Sí.

—¿De Düsseldorf?

—Sí.

—Le hemos esperado a usted, señor Brummer.

—Sí.

—¿Es este su chofer?

—Sí.

—Perfectamente. Así el coche podrá volver a Düsseldorf.

Brummer preguntó atónito:

—¿Qué significa esto?

—Julius María Brummer —dijo lentamente el hombre joven—, me llamo Hart. Pertenezco a la Brigada Criminal. Le arresto por encargo de la Fiscalía de Düsseldorf.

La lluvia tamborileaba sobre el techo del coche y, en la bruma, relampagueaban muchas luces, rojas y blancas.

Dijo Hart:

—Cuando se supo este mediodía que usted había abandonado Düsseldorf, dirigiéndose a Berlín, la Fiscalía del Düsseldorf nos ordenó por telegrama que le arrestáramos en el puesto de control de la zona, ya que existía el peligro de intento de fuga.

—¿Cómo está redactada la denuncia? —preguntó suavemente Brummer.

—La denuncia —contestó el criminalista Hart— se refiere a falsificación de documentos, a fundación de empresas ficticias, emisión de papel de colusión, violencia, defraudación de impuestos y a faltas contra las leyes sobre divisas. Baje del coche.

Con su arrugado traje de verano, Brummer salió a la lluvia de la noche. Preguntó débilmente:

—¿Qué sucederá conmigo?

—Permanecerá hasta mañana en la Comisaría. Luego le pondremos en el avión de Düsseldorf.

—No puedo volar. Estoy enfermo del corazón.

—¿Tiene un certificado del médico?

—Naturalmente.

—Entonces le transportaremos en el tren que atraviesa la zona.

El viejo perro se puso a aullar.

—Sí, «Pupele», sí...

—Este animal se queda con el chofer —dijo Hart.

Súbitamente enfadado, exclamó Brummer:

—¡El animal está acostumbrado a mí! ¡No se deja separar de mí!

—¡Señor Brummer, por favor, usted está en prisión preventiva!

—Yo le digo que mi chofer no podrá con el perro. ¡El perro le matará! ¡Ataca a los hombres! ¡Declino toda responsabilidad!

—¡Usted no puede llevarse el perro al calabozo!

En la oscuridad delante de mí, se encendieron los faros de un coche y volvieron a apagarse. Los vi y Brummer los vio. Hart no los vio. Se encontraba de espaldas. La batalla alrededor del perro continuó.

—A lo menos hasta mi regreso a Düsseldorf, déjenme conservar el perro.

De nuevo se encendieron los reflectores y de nuevo, por tercera vez. Otra gente nos esperaba también aquí...

Nina
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