Capítulo 19
¿Probarlo? ¿Probar que ellos podían alcanzar el cielo? ¿Mientras otros observaban para comprobar si lo que decían era cierto? La sola idea era absurda, pero no tenían muchas opciones. Y en cambio sí muchas razones para tener éxito. La familia de Zou Tun y sus vidas dependían de ello.
Joanna se volvió hacia Zou Tun y lo condujo hasta la cama.
—Joanna —susurró él —, eso no se puede probar.
—Claro que sí. Podrán comprobarlo en nosotros —afirmó ella, deseando que así fuera. En realidad no tenía idea de si podrían probarlo o no. Pero no se podía permitir dudar. Tenían que creer. Zou Tun tenía que creer.
Joanna lo besó, larga y lentamente. O al menos eso intentó. Trató de actuar de manera tranquila y confiada, pero en lugar de eso su actitud irradiaba miedo y dudas. En cambio, él se movió con la seguridad que ella necesitaba. Y cuando la besó, hizo lo que ella quería hacer: la calmó y le alivió el pánico. ¡Zou Tun la ayudó a encontrar su centro!
La muchacha contuvo la respiración cuando se dio cuenta. Ella sí tenía un centro. Su centro era Zou Tun y estaría perdida sin él, así que cerró los ojos y se olvidó de todo, menos de Zou Tun. Hizo caso omiso de la habitación y de la gente que los observaba. Se liberó del futuro y del pasado. Lo único que importaba era él. Y ella. Y el ahora.
Las palabras salieron fácilmente de su boca sin más consideraciones. Solo porque eran ciertas.
—Te amo —confesó Joanna.
Zou Tun permaneció en silencio contra los senos de la muchacha y sus labios se curvaron en una sonrisa que le acarició la piel. Joanna pensó que no iba a hablar porque estaba quieto. No obstante, levantó la cabeza y la miró directamente a los ojos.
—Siento tu amor —susurró y su cara se veía iluminada por un sentimiento de admiración —. Lo siento como el poder del sol. —Se detuvo un segundo —. Tú me das tanto poder, Joanna.
La muchacha sonrió al ver que los ojos de Zou Tun le hablaban. Sólo a ella. Pero todavía no le había dicho que la amaba. No como un hombre ama a su esposa. Cuando la miró de frente, no lo dijo, así que Joanna bajó los ojos y desvió la mirada.
—¿Qué ha pasado? Joanna, ¿qué estás haciendo?
Al escuchar el tono de alarma de la voz del monje, Joanna volvió a mirarlo. Pero no pudo hablar. Y al ver que ella no decía nada, la expresión de Zou Tun se llenó de miedo.
—¿Acaso no sabes que lo que hacemos hay que hacerlo con sinceridad? ¿De manera abierta? ¿Por qué te cierras y te escondes de mí?
Joanna se mordió el labio. El tenía razón. Ella debía decirle la verdad si realmente querían tener alguna esperanza de subir al Cielo.
Joanna tragó saliva antes de pronunciar las siguientes palabras.

—Cuando yo digo que te amo, Zou Tun, me refiero a ti. No a todas las otras cosas sino a ti, porque eres fuerte e inteligente y tratas con todas tus fuerzas de hacer lo correcto a pesar de que un imperio entero conspira contra ti. Te amo, Zou Tun. Con todo mi corazón. Tú eres mi centro y estoy dispuesta a abandonar a mi familia, mi cultura y todo lo que conozco sólo para estar a tu lado.
Los ojos de Zou Tun se llenaron de lágrimas mientras la besaba.
—Me honras de una manera indescriptible —afirmó con voz ahogada.
Joanna le devolvió el beso y le asió la cara entre las manos mientras lo acercaba más a ella, tocándolo con todo el deseo y el amor que había en su corazón. Pero Zou Tun se apartó con expresión sombría.
—¿Por qué te alejas de mí?
—Yo no…
Zou Tun interrumpió las palabras de la muchacha con un beso.
—No mientas, Joanna. Tú misma dijiste que eso nos hace daño.
Joanna asintió resuelta a expresarlo.
—Siento tanto amor por ti, Zou Tun, que me resulta doloroso saber que tu amor no es… no es sólo para mí. Que tú sólo me amas de una manera general.
El se puso rígido. No era la quietud que proviene de una actitud de paz y meditación. Era una quietud fría, una ausencia de movimiento que provenía de un alma paralizada.
—Está bien, Zou Tun. Lo entiendo. Y ¿sabes qué? No estoy segura de que importe —mintió. Pero esta vez Joanna se estaba mintiendo a sí misma. Tenía tantos deseos de creer que no importaba, de creer que su amor era suficiente —. Tomaré de ti todo lo que pueda y no anhelaré más. Así de grande es mi amor.
Zou Tun negó con la cabeza con un movimiento forzado.
—No —susurró —. No.
Joanna se apartó del monje, pues había algo en la manera en que sus cuerpos se tocaban que la hacía no sentirse bien. Si él quería tener esta discusión, la tendrían. Si la verdad realmente debía brillar, entonces lo diría todo.
—¿Por qué, Zou Tun? ¿Por qué no puedes amarme? ¿Qué tengo de malo? —Era una pregunta ridícula. Nadie podía forzar el amor aunque quisiera provocarlo. Pero Joanna no se podía quitar de encima la sensación de que él sí podría amarla si fuera diferente. Si sólo se propusiera cambiar.
Los ojos de Zou Tun parecían terriblemente afligidos.
—Tú no entiendes.
Joanna había estado tratando de acariciarlo, de establecer una conexión con él aunque no se sentía bien. Pero, al escuchar las palabras del monje, dejó caer la mano.
—Ayúdame a entender.
—¿Sabes qué significa el amor para un chino? —Zou Tun sacudió la cabeza —. Nosotros amamos a nuestros padres y honramos su posición. Amamos nuestro país y a nuestro emperador, porque él es el Hijo del Cielo y nos gobierna a todos. Amamos a nuestros hijos varones porque ellos son nuestro futuro y la garantía y la bendición de nuestra vejez.
—¿Y qué pasa con las hijas? ¿Y las esposas? ¿Y la emperatriz? —preguntó Joanna, que comenzaba a entenderlo —. ¿Qué suponen ellas para los chinos?
Zou Tun se encogió de hombros.
—No son nada. Sólo son los recipientes sagrados de nuestros hijos varones.
Joanna asintió, pues al fin empezaba a ver dónde radicaba la dificultad.
—Y yo soy un recipiente imperfecto —aventuró —. Una bárbara blanca que sólo puede concebir un hijo defectuoso, un niño mitad blanco, ¿no es así?
Zou Tun se miró las manos.
—Yo no quiero sentir eso, Joanna.
—Pero lo sientes. Y debido a eso te has contenido. No has podido amarme.
Zou Tun asintió y Joanna vio un terrible sentimiento de tristeza en cada una de las líneas de su cuerpo.
Ahora por fin lo entendía. A los ojos de Zou Tun, sí había algo de malo en ella. Era blanca Y mujer. Y ambas cosas la condenaban.
Joanna se levantó de la cama lentamente.
—No fui educada de esa manera, Zou Tun. Fui educada para ser una persona. Una persona valiosa, capaz de ayudar a mi esposo, a mi país y a mí misma. Y no creo que pueda vivir de otra forma.
—¿Adonde vas? —preguntó Zou Tun y la voz parecía ahogada por el miedo.
—Se puede condenar al amor a dejar de existir, Zou Tun. ¿Lo sabías? —Se alejó de la cama y luego se giró para mirarlo de frente. Con el rabillo del ojo pudo ver que uno de los tapices se movía. Había alguien detrás, observando. Eso significaba la muerte, pero Joanna no le prestó atención. Había muchas cosas en juego allí como para preocuparse por quién estaba oyendo. Lo único que le importaba en este momento era el amor de Zou Tun y su futuro juntos, así que se concentró sólo en él y se olvidó de todo lo demás.
—Yo te amo. Completamente. Totalmente. Podría haberme dicho a mí misma que no te amaba. Podría haberte sacado de mis pensamientos, podría haber inventado razones para odiarte. Y con el tiempo habría pensado que mi amor se había enfriado y endurecido. Es posible que nunca lo olvidara, pero se habría vuelto una cosa amarga, retorcida y horrible. —Sacudió la cabeza —. Sin embargo, yo no quería eso, así que te elegí. Elegí dejar que mi amor fluyera libremente. Hacia ti. Y renunciaré a todo para estar contigo.
Zou Tun se levantó de la cama para ir junto a Joanna.
—Me inspiras una gran humildad —le confesó.
Pero ella levantó la mano.
—Tú tienes que hacer lo mismo, Zou Tun. Debes abandonarlo todo, mi amor. Debes desechar la idea de que soy un recipiente defectuoso; debes alejarte de las exigencias de tu país y de los deseos de tu padre. Debes elegirme a mí.
Zou Tun abrió los ojos como platos.
—Pero si ya he renunciado a mi trono. He venido aquí contigo —replicó —, arriesgando tu vida y la mía. ¿Qué más quieres?
—Tu corazón. Que me lo entregues libremente. A mí. —Y diciendo eso, Joanna lo arriesgó todo. Aun sabiendo que los estaban observando, que no estaban solos, lo hizo y levantó la cabeza con orgullo.
Se quitó la ropa. Estaba vestida a la usanza occidental, así que llevaba un vestido de montar que se quitó fácilmente a pesar de la torpeza que demostraron sus dedos y de las palpitaciones de su corazón. Vestido, corsé, combinación, liguero, todo cayó al suelo.
Zou Tun se quedó mirándola con la boca abierta.
—Joanna… —dijo con voz ronca por la emoción, pero luego negó con la cabeza.
—Entiendo que tu cultura sienta de otro modo, pero ésta es mi decisión. No permitiré que me toques hasta que tomes una decisión.
—Joanna, hay gente observando. Vamos a morir. Si ellos creen que he abandonado todo lo que…
—Moriremos si no lo haces —lo interrumpió Joanna —, Porque no puedo ayudarte a alcanzar el Cielo si sólo soy un recipiente que puedes cambiar por cualquier otro.
Zou Tun tragó saliva en un vano intento de aclarar también su mente.
—Nunca podría reemplazarte por nadie. Bárbara o manchú.
—Decídete a amarme, Zou Tun. Ábreme tu corazón.
Pero Zou Tun no lo hizo. No podía hacerlo. Joanna podía verlo en sus ojos y en la actitud contraída de su cuerpo. Él no la miraba. Estaba mirando el tapiz y pensando en la gente que estaba detrás.
—Éste es mi país —dijo.
Joanna no respondió. Sólo se quedó allí con el corazón y el cuerpo helados por estar desnuda.
—Esto es lo único que conozco —continuó, pero a continuación hizo una pausa —. Pero a medida que un niño crece va aprendiendo nuevas cosas. Y así he crecido yo.
Y he aprendido. —Súbitamente dio un paso adelante y se paró frente al tapiz y la gente que estaba escondida detrás al tiempo que les tapaba la vista de Joanna.
—Soy Kang Zou Tun, el que alguna vez fue heredero del trono imperial y monje Shaolin. Y esto es lo que tengo que decirles: estamos equivocados. Nuestras mujeres no son recipientes. No son criaturas inútiles sin inteligencia ni voluntad. —Respiró profundamente y las siguientes palabras resonaron con más poder del que Joanna le había escuchado —. Los bárbaros blancos están más adelantados que nosotros en ese aspecto, porque ellos educan a sus hijas con orgullo y destreza. De hecho —dijo mientras se giraba ligeramente para mirar a Joanna —, creo que sus mujeres son superiores en todos los aspectos. Lo cual significa que sus hijos, niños y niñas, también son superiores. —Zou Tun se enderezó y sus ojos volvieron a fijarse en el tapiz —. Y así yo, Kang Zou Tun, elijo a esta mujer, a esta mujer blanca, Joanna Crane, como mi esposa. Porque es lo que deseo.
Zou Tun se giró entonces hacia Joanna, derrochando tanta esperanza y tanto amor que hacía que todo su cuerpo resplandeciera.
—¿Quieres casarte conmigo, Joanna Crane? Hay que cumplir con ciertas ceremonias, pero si dices que sí ahora, en voz alta, la emperatriz tiene el poder de casarnos.
Joanna sólo asintió, pues apenas podía creer lo que estaba pasando. Que él estuviera abjurando de todo, su país, su trono y su casa, de todo por ella. Por amor a ella.
—Sí —afirmó Joanna finalmente y su voz fue ganando fuerza a medida que siguió hablando —: Me casaré contigo. Con enorme felicidad.
Entonces Zou Tun la envolvió en sus brazos y la besó con toda la fuerza de su amor. Y cuando sus labios se separaron, sólo fue para susurrarle al oído:
—No lo sabía —le confesó Zou Tun —. Nunca creí que el amor pudiera ser tan liberador. Me siento… Me siento ligero. Me siento dichoso. Siento…
—Amor —terminó de decir ella —. Un amor inmenso, extraordinario y maravilloso.
Zou Tun se apartó un poco para poder mirarla a los ojos.
—Sí. Gracias por forzarme a elegir. Gracias por hacer que me liberara de las cadenas que me retenían.
Joanna trató de besarlo, pero él no la dejó.
—Ahora podemos ir al Cielo, Joanna. Estoy seguro. Juntos. Nuestro amor nos hará ligeros y libres, porque pertenecemos a ese lugar. ¿Quieres ir conmigo allí ahora?
Joanna sonrió.
—Por supuesto.
Zou Tun la condujo a la cama y la levantó en brazos con reverencia para luego depositarla sobre el colchón. Acto seguido se quitó la ropa y su hermoso cuerpo se dobló sobre ella mientras su dragón se estremecía con avidez.
Joanna sintió que la marea del yin se levantaba de nuevo, impulsada por el amor que circulaba libremente entre ellos.

—Puedo sentirlo —le dijo a Zou Tun —. El yin es tan fuerte. Y tu yang…
—Está en ebullición ya. Tenemos suficiente, Joanna. Tenemos suficiente poder…
—Amor —lo corrigió ella —. Es el amor lo que lo hace posible.
—Sí. Tenemos suficiente amor. El Cielo nos recibirá ahora.
Y así fue. Un beso en la boca y la marea del yin comenzó a elevarse. Una caricia en los senos y la cueva bermellón de Joanna se abrió para dar la bienvenida a Zou Tun. Ella estaba lista; sin embargo, él se tomó su tiempo. El monje la adoró con la boca y rodeó los pezones de la muchacha con la lengua para llevárselos a la boca después. Succionó fuente y rítmicamente para calentar su yin hasta llevarlo al punto de ebullición.
Joanna también lo tocó y acarició su dragón y lo besó por todo el cuerpo. Cambiaron de posición naturalmente y usaron la boca para hacer arder su sangre, para ayudar a sus cuerpos a volar.
El círculo de poder fluía con tanta fuerza porque su amor hacia que el yang de Zou Tun fuera como un río y el yin de Joanna como un océano que se vertían el uno en el otro.
Las contracciones de Joanna comenzaron inmediatamente. Esas maravillosas palpitaciones que sentía dentro de la cueva bermellón y que la empujaban cada vez más alto, más cerca del Cielo.
Joanna también condujo a Zou Tun al mismo punto y llevó su dragón hasta el momento de expulsar su nube blanca. Y luego se detuvo para hacer presión sobre el punto jen-mo y ayudarlo a retener su semilla.
Zou Tun la levantó y la puso a su lado, de manera que quedaron uno frente al otro.
—Tú eres mi amor —afirmó. Y luego le repitió a Joanna las palabras que ella había pronunciado —: Abandono todo por ti, mi familia, mi cultura y todo lo que conozco. Porque tú eres todo para mí. Te amo.
Joanna sonrió y lo empujó hasta que él quedó encima de ella. Y su cuerpo fue como un glorioso peso ante el cual Joanna abrió las piernas mientras el dragón de Zou Tun se estiraba para alcanzarla.
—Tú eres mi centro, Zou Tun. Nunca me había sentido tan plena, tan en paz como cuando estoy contigo. Te amo.
—Te amo.
Ambos hablaron al unísono. Y entonces, mientras que el significado de esas maravillosas palabras resonaba en los pensamientos de Joanna, él la penetró. Su dragón se enterró en el fondo de la cueva bermellón de la muchacha. Ella sintió cómo la barrera de su virginidad cedía y se rompía. Pero antes de que pudiera gritar, antes de que pudiera protestar por la plenitud de la presencia de Zou Tun, por su solidez y su impresionante tamaño, comenzó a sentir el flujo de su yang. El río de energía bombeaba muy rápido y circulaba profundamente dentro del cuerpo de Joanna. Y era una sensación tan maravillosa que superaba de lejos cualquier incomodidad.
Joanna estaba abierta de par en par, disfrutando de una sensación de plenitud que llegaba hasta su centro porque se había convertido en una unión de yin y yang que superaba cualquier otra cosa que hubiese experimentado. Zou Tun hizo un amago de salir de ella, pero Joanna no se lo permitió. Envolviendo las piernas alrededor de él, lo atrajo hacia ella y el impacto del cuerpo de él fue como un gran impulso que la lanzó todavía más alto.
—No me dejes —le pidió ella jadeando.
—Nunca —le aseguró Zou Tun. Y luego se echó hacia atrás para mirarla a los ojos —. Ahora iremos al Cielo, Joanna.
Ella asintió.
—Sí.
No tuvieron necesidad de hablar más. Los susurros de amor fueron reemplazados por tiernas caricias de felicidad. La chispa de la pasión ardió con su luz eterna. Ninguno de ellos expresó nada en voz alta, pero ambos vieron la eternidad reflejada en los ojos del otro.
El dragón de Zou Tun se internaba una y otra vez en la cueva de Joanna. Y ella vio en los ojos de él que el momento se acercaba. Una bruma de asombro se apoderó de él, un soplo de poder y la liberación de la dicha.
El dragón de Zou Tun liberó su nube de yang.
El yin de Joanna lo recibió con marea alta.
Y mientras ambos gritaban de placer, sus almas ascendieron al Cielo y atravesaron la puerta celestial.
Desde su silla tras el tapiz la emperatriz viuda Cixi soltó un largo suspiro. Sabía que debía sentirse feliz. El muchacho Kang había resuelto uno de sus mayores problemas y eso debería hacer que ése fuera un buen día. A un lado el general Kang se retorcía de vergüenza mientras que al otro lado permanecía de pie el padre blanco de la bárbara. Crane era su nombre y se había girado de espaldas para no ver a su hija apareándose.
Los recién casados estaban quietos ahora y sus cuerpos yacían entrelazados mientras sus almas danzaban en el Cielo. La emperatriz habría creído estaban muertos si no hubiese observado cómo se movía el pecho de Kang al respirar. No, estaban en el Cielo, la mujer blanca también, mientras que media docena de hombres y eunucos los observaban con admiración. Ni siquiera su propio hijo, a quien había hecho llamar para que viera la perfidia de este heredero, tenía palabras con que describir lo que había visto.
Dos nuevos inmortales, y uno era una mujer blanca.
Cixi sacudió la cabeza, con tristeza. Ella los habría reconocido como inmortales aunque no hubiesen hecho más que aparearse con licencioso abandono. Necesitaba a las tropas del general Kang, necesitaba sus habilidades y ésta era la única manera de salvar su orgullo. Sí, habría dicho que el muchacho Kang era un inmortal para evitar el suicidio de su padre. El hecho de que ellos hubiesen logrado cumplir la tarea hacía que toda su razón se rebelara.
De envidia.
Una vez había amado con ese mismo abandono. Había amado con tanta plenitud que un solo beso le parecía como el Cielo. Había tenido un hijo en ese proceso y se había convertido en la cabeza, de un imperio. Y cuando su amante murió, la dejó rodeada de manos codiciosas que la atacaban desde dentro y desde fuera de las fronteras.
¡Cómo envidiaba a esta joven bárbara!
—Se están despertando —susurró un eunuco. Joanna y Zou Tun danzaron en el Cielo durante cerca de una hora, pero ahora ya comenzaban a moverse y a recuperar la conciencia en medio de risas y susurros. Sus ojos todavía resplandecían. Ni siquiera el general Kang podía negar su logro.
Se volvió hacia el emperador con ojos calculadores.
—Mi hijo es un inmortal —afirmó el general con evidente orgullo —. No hay mejor hombre para ser su ayudante. Con él a su lado China será invencible.
La emperatriz Cixi no dio tiempo a su hijo para responder.
—Con una mujer blanca a su lado los campesinos se sublevarán y terminarán lo que los extranjeros comenzaron. El imperio Qing terminará en desgracia.
El general Kang entrecerró los ojos con rabia.
—Una cópula no es un matrimonio.
A su lado el padre bárbaro se puso rígido de indignación. Su traductor acababa de comunicarle el anterior intercambio de palabras entre el general y la emperatriz.
—Si tocan a mi hija un solo pelo, toda América y Europa se levantarán para destruirlos. Yo mismo me encargaré de eso.
No era una amenaza que pudiera tomarse a la ligera. La gente fantasma estaba esperando cualquier pretexto para atacar a China. Y el emperador lo sabía.
Con un suspiro el emperador negó con la cabeza.
—No, general Kang. Su hijo efectivamente se ha casado con una extranjera. Hasta yo puedo ver el amor que los rodea.
—Ésa es la gloria del Cielo —protestó el general.
—Aun así —respondió el emperador —. Debemos dar a nuestros nuevos inmortales un templo en el cual puedan predicar, un lugar donde puedan criar a sus hijos e instruir a la nueva generación. —Hizo un gesto con la mano dirigido al eunuco que tenía más cerca —. Muéstrame el imperio.
Momentos después le trajeron un mapa desenrollado. El emperador señaló un pequeño punto.
—¿Qué es esto?
—Islas, su majestad imperial. La más grande se llama Hong Kong.
—Muy bien. Envíalos allá. —Suspiró y se puso de pie —. Amor y Cielo —espetó —. ¿Y quién dirige el país?
Yo, pensó la emperatriz mientras su hijo salía. Ella se ocupaba de las amenazas y las eliminaba. Protegía el poder de su hijo y se encargaba de que se salvara lo que pudiera salvarse.
Pero a diferencia de la bárbara blanca ella no había sido educada para exigir respeto, para obligar a los hombres que la rodeaban a verla como una persona valiosa. La emperatriz gobernaba detrás de las bambalinas. Se encargaba de las amenazas sin que nadie lo supiera. Porque así era la vida de las mujeres chinas.
Su mirada volvió a posarse sobre la pareja que yacía abrazada en la cama. Ella les construiría un templo en Hong Kong. Y enviaría guardias que protegieran su vida y la de sus hijos. No para proteger al emperador de las maquinaciones del general Kang. O para mostrar a sus enemigos que tenía el poder para hacerlo. Y ni siquiera porque el surgimiento de dos nuevos inmortales podría ser visto como una señal propicia para China.
No, lo haría porque la emperatriz veía en Zou Tun y la bárbara una esperanza para las mujeres de China. La esperanza de que algún día su país educara a las mujeres para que estuvieran al lado de sus hombres, empuñando su propia fuerza y su inteligencia de manera libre. Ésa era precisamente la promesa que Cixi veía en esta pareja.
Y ésa era la razón por la cual se aseguraría de que vivieran una vida larga y feliz.
La emperatriz Cixi se levantó y se llevó al resto de los hombres con ella.
—Déjenlos descansar ahí todo el tiempo que deseen —ordenó —. Podrán embarcarse para su nuevo hogar mañana. —Luego se volvió hacia los dos padres y les dijo con voz seca —: Vayan y hagan lo que el Hijo del Cielo ordenó —dijo con firmeza —. Difundan la noticia de esta gloriosa unión entre sus pueblos. Yo me encargaré de que los escolten a su nuevo hogar.
Los dos hombres se mostraron un poco renuentes, pero ninguno podía oponerse a la férrea voluntad de la emperatriz. Al final ambos hicieron una reverencia y se marcharon. El emperador ya había regresado a su trabajo, así que la emperatriz Cixi enfocó su atención en la siguiente amenaza política.
Sin embargo, no pudo quitarse de la cabeza a la pareja. Algún día, susurró para sus adentros, algún día todas las mujeres estarán al lado de sus hombres y serán amadas por sus compañeros y bendecidas por el Cielo.
Algún día.