Capítulo 4
Zou tun se apartó de encima de la mujer bárbara, sintiéndose asqueado por lo que acababa de hacer. No tenía la costumbre de atar a nadie y mucho menos a una mujer. Pero ella tenía que entender que no había escapatoria para ninguno de los dos.
Se incorporó mientras todavía sentía el calor de ella ardiéndole en el cuerpo. ¿Cómo podían pensar que una criatura como ella fuera un fantasma? Parecía más mujer que la mayoría de las mujeres que conocía con la excepción de la emperatriz viuda. Desde luego, comparar a esa mujer tan loable con esta bárbara era ridículo; sin embargo, Zou Tun no pudo evitarlo. Ambas compartían el mismo fuego interior y a él no le gustaba la idea de contener semejante energía, cualquiera que fuera la razón.
Pero no tenía opción, así que se aseguró de que los nudos estuvieran apretados antes de secarse el té de la cara y la ropa. Había sido un movimiento audaz: arrojarle la bebida y tratar de apoderarse de la llave. Audaz y lo suficientemente sorprendente como para que hubiese funcionado con otra persona, no con él, que había sido entrenado en las artes de la lucha en el monasterio Shiyu. Sabía reconocer la tensión de los músculos y las miradas furtivas en los ojos de un hombre. Aun así, lo había pillado lo suficientemente desprevenido como para mojarlo.
Irritado consigo mismo, y con ella por provocarle pensamientos tan extraños, por sacarlo de su centro, Zou Tun fue hasta la puerta y la abrió. Una muchacha estaba esperando y él le solicitó ver a la Tigresa Shi Po. Estaba ansioso por comenzar su entrenamiento, lo cual significaba comenzar también el de la mujer bárbara. Cuanto más pronto comenzaran, más pronto terminaría todo esto.
Zou Tun esperó con impaciencia en la puerta mientras se masajeaba con irritación el pelo que comenzaba a crecer. Todavía no había decidido si mantendría la cabeza afeitada o dejaría que su cola Qing volviera a crecer. Y ahí nuevamente mostraba una indecisión inusual. ¿Era un monje o un heredero Qing? Zou Tun no estaba seguro, sólo sabia que sería extremadamente difícil mantener ambos papeles. De hecho, había pasado los últimos años tratando de ser los dos y lo único que había conseguido era acabar con sus hermanos muertos, una mujer blanca cautiva y una conciencia tan enredada por la culpa que no podía pensar correctamente.
Esa era la razón, suponía Zou Tun, por la cual había permitido que la Tigresa lo atrapara aquí. No podía regresar a Pekín en este estado de indecisión. Sus enemigos se lo comerían vivo, así que se estaba escondiendo aquí, «obligado» a recibir un entrenamiento inútil mientras decidía qué era exactamente lo que quería hacer después de regresar a Pekín.
Porque tenía que regresar. Su deber con su padre y su país era abandonar la vida monástica y sus sueños personales de iluminación. Él era un príncipe manchú y no podía permitirse el lujo de involucrarse en frivolidades religiosas a costa de su país. No lo haría.
Al menos, no durante mucho tiempo.










Zou Tun dio un paso hacia el pasillo. Aunque le estaba prohibido deambular por el enorme edificio, se sentía bullir de impaciencia. El hecho de que la Tigresa viviera en medio de tanta riqueza le causó risa. Las sectas religiosas de verdad despreciaban las comodidades mundanas y las consideraban una distracción y una tentación. Pero ¿qué se podía esperar de un culto femenino que glorificaba la sexualidad? Sólo esto: la atención a las formas más básicas de comodidad mientras que se ignoraban las posibilidades más elevadas.
Sm embargo, él todavía no iba más allá de disfrutar de una cama confortable y de suaves sábanas de algodón. Teniendo en cuenta su entrenamiento en el monasterio, creía que aquí podría dominar sus deberes rápidamente. Consideraría este tiempo como unas vacaciones antes de regresar a la capital. Por fortuna, era lo suficientemente disciplinado como para disfrutar de lo que lo rodeaba aunque eso también incluyera una mujer bárbara.
Shi Po se reunió con él seguida por una criada. La Tigresa se movía con tanta elegancia como siempre y su belleza era innegable. Pero Zou Tun había visto la frialdad que habitaba en su interior, así que no sintió ningún deseo al contemplar su esbelta figura.
—¿Deseas comenzar? —preguntó Shi Po en voz baja y melodiosa.
Zou Tun asintió con la cabeza y señaló a la mujer bárbara. Consciente de que Shi Po creía que la mujer había venido en busca del entrenamiento de la Tigresa, dijo:
—La herida de la garganta le resulta muy dolorosa. Tuve que atarla para evitar que se hiciera más daño.
La Tigresa miró hacia dentro y levantó una ceja.
—¿Es agresiva?
Zou Tun negó con la cabeza.
—Por lo general, no. Pero el dolor es grande —mintió —. Supongo que hay maneras de comenzar el entrenamiento pese a sus circunstancias, ¿no?
La mujer asintió con la cabeza y luego extendió una mano hacia un lado. La criada le entregó enseguida dos manuscritos, hizo una reverencia y se retiró. Luego Shi Po entregó los manuscritos a Zou Tun.
—Primero tenéis que purificaros. Las instrucciones para los dos están aquí, para ti y para ella. —Shi Po ladeó ligeramente la cabeza, señalando los otros manuscritos que le había entregado a Zou Tun —. Supongo que eres capaz de leer esto, ¿no es cierto?
Shi Po estaba jugando con él, tanteando la situación para ver si podía insultarlo. Era perfectamente consciente de que era un manchú de la Corte y que sabía leer.
—Su amabilidad no tiene comparación —afirmó Zou tun arrastrando las palabras —. Soy muy capaz de leer sus textos sagrados, pero me temo que la mujer bárbara no podrá hacerlo. Tendrá que enviar a alguien para que se los lea.
Shi Po levantó una ceja, como si algo la hubiese sorprendido.
—Oh, señor. Todas mis muchachas están ocupadas en sus propios estudios. No tienen tiempo. Y tampoco se lo pediría, pues ellas no saben de asuntos de bárbaros. Me temo que tú eres el único a quien le puedo encomendar esa tarea.
Zou Tun apenas logró contenerse para no gruñirle. ¿Por qué no había seguido de largo cuando los Puños atacaron a la blanca? Por alguna razón la había ayudado y ahora estaba atrapado. Como era natural, la Tigresa Shi Po lo obligaría a entrenar a la mujer blanca; el chantaje no sería posible si no era él quien tocara a la blanca.






Al fondo de la habitación Zou Tun podía oír a la mujer forcejeando con las ataduras y con su respiración controlada pero no por eso menos furiosa. Sabía que la muchacha estaba tratando de demandar ayuda de la Tigresa, de comunicarle silenciosamente su situación. Por eso era bueno que él se viera obligado a comenzar su entrena miento. Porque ¿quién sabe qué podría entender la Tigresa, incluso viniendo de una bárbara sin voz? En especial una tan inteligente como Joanna Crane.
—Muy bien —dijo secamente Zou Tun —. La llamaré si tengo alguna dificultad. —Y luego, con un ademán brusco tan poco digno de su educación cortesana, trató de cerrar la puerta.
Pero la Tigresa lo detuvo interponiendo su delicado brazo y una fuerza que sorprendió a Zou Tun.
—No aceleres este proceso, mandarín —señaló con voz dura —. Moverse demasiado rápido puede arruinarlo todo. —Shi Po miró con desdén hacia la cama —. En especial con una criatura atada que no puede defenderse ni participar.
Zou Tun asintió en señal de comprensión con un movimiento rápido y corto y luego la empujó con fuerza fuera de la habitación. Ya era suficiente tener que purificar a la mujer blanca él mismo. Habría sido el colmo permitir que esta especie de demonio observara.
Zou Tun volvió al interior de la habitación y comenzó a desenrollar el primero de los nuevos manuscritos. El texto era sencillo y los dibujos, bastante gráficos. Zou Tun entendió su significado y su propósito. Lo único que le causaba repulsión era la idea de realizar esas acciones.
O lo que debería causarle repulsión.
Zou Tun colocó los manuscritos sobre la mesa y se volvió hacia la mujer que yacía totalmente expuesta ante él. La bata le cubría un poco el cuerpo, pero no le costaría nada dejarla desnuda. Sin embargo, ahora sólo se le veían los tobillos y una parte de la pantorrilla. Los pies sí estaban totalmente a la vista, blancos y con forma agradable. Pero no eran los pies lo que lo ocuparía ahora.
Tendría que tocarle los senos, directamente encima del centro del yin. Las manos se le retorcían sólo de pensarlo. Ya la había tocado antes, pero no con la intención de purificarla. Había tenido curiosidad por descubrir cómo era su textura, su materia, y había comprobado que era tan tibia y suave como cualquier mujer. Entonces, ¿por qué estaba tan nervioso ante la idea de volver a hacerlo?
Sólo era el regreso de su yo más elemental. Durante la época en que estuvo en el monasterio reprimió despiadadamente al animal que habitaba en su espíritu. Todo hombre tenía uno, pero los Shaolin sometían a esa criatura y canalizaban su energía a través del arte de la lucha. Pero teniendo en cuenta el pequeño espacio con que contaba, como cuando Zou Tun cedió a la curiosidad camino de Shanghai, ahora la criatura regresaba con sed de venganza, exigiendo todo tipo de depravaciones.
Y ahora tendría que darle incluso más espacio al permitirse tocar los senos de la mujer, acariciarlos y masajearlos para purificarlos. Sin embargo, sería una tarea fría, vacía de emociones, una tarea necesaria, que haría con el mismo interés con que vaciaba una bacinilla o atendía una pierna rota. Ése era el plan y la única esperanza para poder regresar a su centro.
Zou Tun se sentó al lado de su alumna, que seguía atada, con una determinación que rara vez se veía ni siquiera entre los monjes más devotos.
—Ahora tengo que purificar su yin —dijo lentamente —. El yin es su esencia femenina, su energía de mujer. El tiempo y la vida ordinaria lo han ensuciado, envejeciendo su cuerpo y enlodando su verdadero propósito de fundir su energía con la de un hombre. En consecuencia hay que limpiarlo. ¿Entiende lo que digo?




La muchacha se quedó absolutamente quieta cuando el se sentó en la cama. De hecho, Zou Tun temió que hubiese dejado de respirar. Tenía los ojos fijos en la cara de él y los músculos del vientre se tensaban al oírlo hablar. Estaba claro que entendía sus palabras. Si no, al menos sabía que él pretendía tocarla de una manera no acostumbrada usualmente entre desconocidos.
—Yo no voy a obtener ningún placer de esta tarea —afirmó Zou Tun mientras rogaba que lo que acababa de decir fuera cierto —. Pretendo terminarla tan rápido como sea posible. ¿Me comprende?
La mujer negó con la cabeza, pero no porque no lo comprendiera. Tenía miedo y el pánico le aceleraba la respiración y la restringía. La muchacha comenzó a tirar de las ataduras, forcejeando sin ningún resultado pero con mucha fuerza. Y, cuando él le puso la palma de una mano encima del esternón, los forcejeos aumentaron hasta volverse frenéticos.
Él sabía que no debía pelear contra ella. Cuando una mente está dominada por el pánico, hay que esperar a que se calme. En silencio. Con paciencia. Con el tiempo ella se cansaría y se daría cuenta de que él no quería hacerle daño. No obstante, era extremadamente difícil sentarse ahí sin hacer nada, con una mano apoyada suavemente contra el corazón de la muchacha, mientras que sus piernas y sus brazos se agitaban inútilmente tratando de liberarse. De hecho, si continuaba forcejeando, Zou Tun empezó a pensar que podría llegar a cortarse la circulación de manos y pies. Las correas de cuero estaban pensadas para contener suavemente a alguien; sin embargo, podían hacer daño si uno forcejeaba con macha fuerza.
Por fortuna para la mujer blanca, el dolor de la garganta la calmó mucho antes de que pudiera hacerse daño en los pies o las manos. Tenía que dejar de forcejear para poder respirar sin morirse de dolor. Y el hecho de concentrarse sólo en eso hizo que después de un rato se apaciguara el ritmo frenético de su corazón.
—Este ejercicio no pretende hacerle daño, señorita Crane —señaló Zou Tun, que se sorprendió al oír el tono brusco de su voz —. Aumentará y purificará su yin. No habrá dolor. Se lo juro —prosiguió aunque en realidad sabía muy poco sobre el yin de una mujer —. Pero por su propio bien, debe permanecer calmada. —Vacilo un momento —. Tal vez yo pueda ayudarla a encontrar su centro, ese lugar en su interior donde reina la paz personal.
Zou Tun no sabía si podría lograrlo. Nunca antes había ayudado a una mujer y mucho menos a una mujer como ella. Pero las cosas serían más fáciles para ambos si lo ayudaba. Así que cerró los ojos y deseó que su propia paz se deslizara dentro del cuerpo de la mujer, que su propio silencio interior acallara el terror de ella.
Zou Tun sintió que comenzaba a funcionan Percibió a través de la mano apoyada en el pecho de ella que la respiración de la mujer se estabilizaba. Un momento después supo que ella había aceptado lo que viniera a continuación. No había palabras para describir el momento, sólo sintió que ella había doblegado su enorme orgullo ante lo inevitable.
Cuando abrió los ojos, se sorprendió al ver una sola gota brillante deslizándose de uno de los ojos de la muchacha. Una lágrima, y después otra, del otro ojo. Y más. Brotaban una tras otra sin producir ningún sonido, sin un gemido, ni siquiera los sollozos espasmódicos que había oído de muchas otras mujeres que conocía. Era una sola lágrima tras otra, rodando silenciosas.
Lo único que Zou Tun pudo hacer fue quedarse mirando, observando cómo los rastros plateados se perdían entre el pelo de la muchacha.
En los textos sagrados Shaolin de Lao Tse el maestro hablaba de cómo los débiles superaban a los fuertes. De como el agua, a pesar de no tener forma y parecer inofensiva, iba penetrando suavemente y lograba vencer las más solidas barreras De la misma manera, las lagrimas de esta mujer disolvieron la voluntad de hierro de Zou Tun.




Sus lágrimas eran un mensaje para él, que decía que no podría conquistar su resistencia por la fuerza, que su falta de acción era, de hecho, más poderosa que la determinación de Zou Tun. Y él no podría continuar con esto sin abandonar completamente el Tao, el camino medio, según el cual vivían todos los monjes.
Zou Tun retiró la mano.
—Tal vez aún no está lo suficientemente fuerte para este ejercicio —sugirió y luego suspiró mientras sentía que la frustración volvía a invadirlo. Este parecía el momento perfecto para comenzar. Ella tenía que aceptar su situación. Había dejado de forcejear y yacía dócilmente sobre la cama. Éste era el momento absolutamente perfecto para comenzar; sin embargo, no podía. ¡Se había convertido en un chiquillo tan débil que el solo hecho de ver las lágrimas de una mujer fantasma lograba disuadirlo de su propósito! Sin embargo, a pesar de lo mucho que se reprendía, en el fondo Zou Tun sabía que ella lo había vencido.
No la tocaría sin su consentimiento, así que se volvió hacia el segundo manuscrito, resuelto a comenzar sus propios ejercicios.
Al igual que el texto de la purificación del yin, el ritual del yang era bastante explícito. Zou Tun se enervó ante la idea de realizar esos ejercicios frente a una mujer blanca, pero sabía que sería necesario. Si iban a ser pareja en este entrenamiento, ella tendría que acostumbrarse a ver su dragón. Y, como no podía purificarla, tenía que comenzar a purificarse él mismo. No obstante, hizo una pausa y se volvió hacia la mujer para explicarle:
—Como no podemos empezar a limpiar su yin, tendré que empezar con mi yang. No voy a tocarla, pues esto no es para usted. Pero sería bueno que no me distrajera durante el proceso. Es muy complicado —mintió. En realidad era muy sencillo. Lo difícil sería controlar el dragón.
La muchacha asintió con la cabeza en señal de comprensión; él respiró profundamente y se preparó para comenzar. Se puso de pie, totalmente consciente de que la extranjera lo estaba observando, y se fue desvistiendo con lentitud. No tenía mucha ropa. La camisa estaba mojada, así que no le resultó incómodo quitarse esa tela pegajosa de la piel. También fue un placer quitarse las medias y las botas, pues Shanghai era más calurosa que las tierras del norte, así que los pies agradecieron el aire fresco.
Pero luego llegó la hora de quitarse los pantalones. Zou Tun llegó incluso a sentir que la mujer contenía el aliento, obviamente aterrada por sus intenciones. Él le estaba dando la espalda, pero adivinaba la cara que ella debía de estar poniendo. Los ojos, abiertos por la impresión y el pudor, mientras que debajo se alcanzaba a ver un rayo de júbilo solapado. Todas las mujeres disfrutaban de ver un hombre en su estado más vulnerable: desnudo y excitado, ávido por lo que ellas tenían para ofrecer.
Afortunadamente su dragón no estaba desplegado en toda su extensión y, dada la situación tan humillante, lo más probable es que nunca llegara a estarlo. Tal vez nunca más lo haría. Así que Zou Tun resolvió comportarse como un hombre y realizar su tarea, costara lo que costara. Con la espalda rígida y movimientos bruscos se desabrochó el cinturón y dejó que los pantalones cayeran al suelo.
Antes de perder la determinación dio media vuelta.
Estaba decidido a dejarla saciar su morbosidad, decidido a dejarla poner en evidencia el carácter taimado que habitaba en sus senos de mujer. Luego ya no tendría ningún interesa por ella, porque habría visto que era una mujer como cualquier otra. De hecho, menos que cualquier otra, por que era una mujer blanca.



Ése era su plan. Excepto que cuando dio media vuelta para quedar frente a ella, para dejarla saciar su morbosidad, no vio ningún rastro de falso horror en su mirada. Ni siquiera una solapada superioridad. En lugar de eso, la muchacha manifestaba una sencilla e ilimitada curiosidad.
Cuando él se quedó allí quieto, desnudo frente a ella, la muchacha entrecerró los ojos en actitud de estudio. Lo miró de arriba abajo, desde la punta de la cabeza hasta el pecho y, por último, su tallo de jade. Zou Tun no podía adivinar qué estaba pensando y ella no tenía voz para contárselo, así que optó por quedarse quieto y observarla mientras lo estudiaba con una intensidad que sólo había visto en los alumnos más dedicados. De hecho, la mirada de la muchacha se movía por toda su figura con el empeño y la dedicación típicos de un médico, mientras que a veces ladeaba o inclinaba la cabeza hacia uno u otro lado, aparentemente para tener un mejor ángulo de visión.
Incluso se mojó los labios de manera inconsciente y la pequeña lengua rosada los hizo brillar con la humedad. Zou Tun no creía que la muchacha tuviera ideas libidinosas; su actitud era más bien académica. Sin embargo, el cuerpo del hombre pareció reaccionar como si ella fuera la más atractiva de las seductoras.
Y bajo el escrutinio de la muchacha el tallo de Zou Tun se engrosó y se alargó. Su dragón había decidido aparecer y asomó la cabeza, con hambre.
—Comenzaré los ejercicios ahora —dijo Zou Tun con voz contenida por la timidez. Tomó el asiento que estaba frente a ella, se sentó y abrió las piernas para tener mejor acceso. Puso el manuscrito en el suelo y entrecerró los ojos en medio de la escasa luz para asegurarse de leer correctamente las instrucciones.
—«Lo que está agotado se renovará» —leyó en voz alta.
Zou Tun comenzó a acariciar su tallo con el pulgar de la mano izquierda desde la base hasta la cabeza del dragón. Era un movimiento estimulante, por supuesto. El ejercicio estaba destinado precisamente a fortalecer su resistencia a esas actividades. Por fortuna Zou Tun tenía mucha experiencia en mantener quieta la mente, sin importar lo que estuviera pasando en el cuerpo. Pero por lo general trataba de hacer caso omiso del dolor, no de la sensualidad Nadie se podía entrenar como Shaolin sin dolor. Ni podían sentarse inmóviles durante doce horas sin aprender a hacer caso omiso de las mayores incomodidades. Pero en esencia las dos técnicas eran iguales. Y así, el hombre realizo los setenta y dos masajes de la mano izquierda sin otro gesto que un poco de rubor y un dragón totalmente extendido.
Sólo cuando cambió de mano para repetir el proceso con la mano derecha comenzó a tener dificultades. Tuvo que cambiar ligeramente de posición para acomodar mejor el codo derecho al cambiar de mano. Eso rompió naturalmente su estado meditativo y por primera vez desde que comenzó volvió a tener conciencia de que la mujer blanca lo estaba observando.
La muchacha no emitió ningún sonido, De hecho, Zou Tun estaba seguro de que no se había movido. Pero, cuando sus ojos se cruzaron con los de ella, ya no pudo apartar la vista.
Zou Tun estaba seguro de que la muchacha había estado observando el movimiento de sus manos. Pero ya no. Ahora lo miraba a los ojos, con la mirada fija, el rostro ruborizado y respirando suave y lentamente. Realizar movimientos físicos mientras se encontraba en estado de meditación era una cosa. Era una técnica que Zou Tun había aprendido a dominar durante sus ejercicios de combate, incluso antes de ingresar en el monasterio. Pero masajearse el tallo de jade mientras una mujer lo observaba era algo completamente distinto.










Zou Tun no logró regresar a la soledad de sus pensamientos. No pudo pensar que estaba en un tranquilo centro de quietud. Ella estaba ahí, en su centro. En su círculo de paz. Y entre ellos no se podía restablecer el silencio, aunque ninguno dijera ni una palabra.
La expresión de la muchacha había dejado de ser acusadora. Zou Tun ya no podía detectar ni rastro de ira por estar atada a la cama. Incluso la curiosidad se había desvanecido, aunque todavía se podían detectar algunas señales. Tampoco parecía estar absorta en pensamientos lascivos, aunque su cuerpo parecía obviamente excitado. De hecho, mientras la observaba y continuaba realizando sus masajes con la mano derecha, Zou Tun vio que los labios de la muchacha se ponían más rojos y brillaban tras habérselos humedecido otra vez con la lengua. La seda que le cubría los senos se agitaba con cada respiración y Zou Tun no pudo resistir la tentación de dejar deslizar la mirada hacia los tentadores montículos, suaves y vibrantes.
Pero Zou Tun ni siquiera fue capaz de sostener la mirada ahí por mucho tiempo. Sus ojos volvieron a fijarse en la cara de la muchacha. En los ojos que lo observaban mientras la miraba fijamente. Y, entretanto, su dragón se volvió más grande y aumentó su deseo. El deseo de estar con ella.
Zou Tun sintió una contracción en el pubis y se dio cuenta de que estaba a punto de soltar una descarga. Sabía que no podría contenerse por mucho tiempo. Sin embargo, no pudo desviar la mirada. No podía ver otra cosa que no fuera los brillantes ojos de la mujer blanca.
¿Qué estaría pensando la muchacha? ¿Acaso le gustaba lo que veía? ¿Querría tocarlo? ¿Probarlo? Ésos eran los pensamientos que agitaban la mente de Zou Tun cuando todo debería estar en silencio. También lo visitaban imágenes que añadían potencia al sonido de la suave respiración de la mujer.
Las piernas de ella se crisparon sobre la cama, la bata de seda se deslizó un poco y se abrió una pequeña rendija. Ella se contuvo enseguida, pero el daño ya estaba hecho.
Los ojos de Zou Tun volaron hacia ese pequeño atisbo de muslo blanco que se alcanzaba a ver entre los pliegues. La tela temblaba un poco debido a la respiración y, mientras la muchacha le sostenía la mirada, Zou Tun se preguntaba por lo que había debajo de la tela. ¿Acaso sería tan tibia como una mujer china? Dado el calor que reverberaba en la pequeña habitación, Zou Tun no creía que pudiese estar fría.
Zou Tun cerró los ojos tratando de bloquear la imagen de la muchacha e hizo un esfuerzo por recuperar la concentración. Volvió a fijar la atención en su tarea y se sintió abrumado al descubrir que ya no se estaba masajeando el dragón sólo con el pulgar, sino que lo tenía agarrado con toda la mano. Zou Tun se detuvo y volvió a usar sólo el pulgar derecho, pero su dragón se encogió en señal de protesta por el cambio tan repentino.
Luego el aroma de la mujer penetró en su mente; era único y perturbador. Zou Tun conocía los distintos olores de los hombres: en la enfermedad o en la salud, en medio del éxtasis o la borrachera. Desde que tenía dieciocho años era capaz de identificar la condición de un hombre mediante el olor. Y los olores de las mujeres tampoco eran un desafío particular para él. Mongoles o Han, jóvenes o viejos, en celo o con la menstruación, había elaborado un catalogo de tales aromas mucho antes de que encontrara la paz que le ofrecía el Tao.
Pero esta mujer era diferente. Su aroma no estaba cubierto de flores ni saturado de opio. Teñía el aire con un sabor a miel y nublaba la mente de Zou Tun con una pizca de picante. El hombre abrió los ojos, pues sabía que el aroma de la mujer le resultaba más letal que la visión de su cuerpo ruborizado. Pero el hecho de volver a ver no detuvo el asalto olfativo y el perfume de la muchacha siguió nublándole la mente.




Una vez más Zou Tun la miró a los ojos y apretó su dragón. Trató de regresar al estudio, a la práctica de es te extraño camino taoísta, pero no pudo encontrar la paz que buscaba. Sintió el aroma de la muchacha en el aire y observó el fuego que le ardía en los ojos. Un fuego embrujado. El fuego de la gente fantasma, que parecía consumir su mente.
Zou Tun descubrió en los ojos de la muchacha inteligencia, curiosidad y un deseo que le crispaba el cuerpo por debajo de la bata. Una parte de su mente registró una ligera apertura en las piernas de la muchacha, un temblor en el vientre e incluso la vibración de los senos. Él sabía qué estaba pasando y absorbió la evidencia de la excitación de la muchacha, pero mantuvo la atención fija en los ojos: bronce líquido, resplandeciendo a la luz del fuego.
El cuerpo de Zou Tun se crispó. Había perdido su centro en medio de la bruma de esos ojos. Él estaba con ella y con un rápido movimiento acortó la distancia entre ellos.
O por lo menos eso fue lo que imaginó. Sin embargo, en realidad fue su yang, que saltó desde la boca del dragón. Una llamarada blanca salió disparada como no lo hacía desde antes de entrar en el monasterio. Y con ella salió su poder yang, pero no para fusionarse con el yin de la mujer blanca, sino para regarse inútilmente sobre su mano y el suelo, como si fuera un chiquillo que veía un seno empolvado por primera vez.
Zou Tun se miró la mano mientras que la humillación le recorrió el cuerpo tembloroso como una llama ardiente. ¿Qué había hecho? ¿Cómo podía fallar en la más sencilla de las tareas? Y entonces, sin previo aviso, la puerta de la habitación se abrió de par en par.
O así pareció. Pensando retrospectivamente, tal vez Zou Tun sí oyó que golpeaban. Pero hizo caso omiso de la llamada, pues sólo deseaba oír el rugido que precedía el fuego del dragón. En todo caso, ya no importaba. Ahora la Tigresa Shi Po estaba frente a él con las cejas negras levantadas en un gesto de disgusto.
Zou Tun no fue capaz de mirarla. De hecho, sólo atinó a buscar su camisa manchada de té para limpiar su vergüenza. Esta tarea tan sencilla estaba destinada a los practicantes más bajos de la escala, y él no había logrado realizarla.
—Tal como me temía —dijo Shi Po en voz baja y con un tono de tristeza —. Los monjes de mi hermano no tienen disciplina.
Zou Tun quiso defenderse. Quiso contarle sobre la mujer blanca y su fuego embrujado. Pero no lo hizo. Cualquiera que fuera el poder de la mujer fantasma, él era el único culpable. Sólo los hombres vacíos culpaban a una mujer de sus fallos y él no era así. De modo que apretó los labios y esperó mientras la Tigresa olfateaba el aire con la nariz arrugada.
—Impuros. Los dos. —Dio un par de pasos dentro de la habitación —. Yang inmaduro. Yin contaminado.
Hizo señas a una criada que llevaba una bandeja con té y esperaba fuera de la habitación —. Tal como me temía.
He traído té para ayudaros a recuperaros.
La criada entró y dejó la bandeja sobre la mesa que rilaba detrás del asiento. Zou Tun no dijo nada. No había nada que decir. Esperó como un chiquillo descarriado mientras la criada servía el té y se retiraba tras una reverencia. Luego, con la mandíbula aún apretada, se tomó rápidamente el líquido a pesar de que le quemó la garganta.
Shi Po atravesó la habitación y fue a detenerse al lado de la mujer fantasma.
—No has comenzado con ella —pronunció en tono acusador.
—No —respondió Zou Tun —. No está lista aún.
La Tigresa torció los labios con desprecio,



—Está más que lista. Su cuerpo grita de dolor. La sangre está llena de agentes contaminantes. —Shi Po se dio vuelta y miró fijamente el dragón de Zou Tun —. Temías la reacción que tendrías si la tocabas. —Asintió para sí misma —. Un hombre sabio conoce sus limitaciones —dijo y suspiró al tiempo que se recogía las mangas —. Muy bien. Esta vez lo haré yo misma.
Zou Tun se incorporó alarmado, pero eso no fue nada comparado con la reacción de la mujer blanca. Aunque debió de causarle un gran dolor, emitió un grito ronco. Sacudió la cabeza, forcejeando contra las ataduras, y agitó los brazos y las piernas como nunca antes lo había hecho. Hacía un rato Zou Tun había, temido que se lastimara las manos y los pies. Ahora temía que se rompiera las muñecas. La piel ya se le veía pálida por las marcas. Pronto asomaría la sangre.
—Se asusta mucho cada vez que alguien se acerca —dijo Zou Tun y se movió hacia donde estaba la Tigresa.
Shi Po encogió los hombros.
—No temas por mi seguridad. Esas correas son más fuertes de lo que parecen. No se romperán. —Shi Po bajó las manos y abrió la parte de arriba de la bata de la muchacha. Un gracioso seno se asomó erguido y blanco.
Entonces Zou Tun hizo algo impensable: volvió a romper su promesa de no usar la violencia. Atacando como lo haría una serpiente, agarró la mano de la Tigresa y la contuvo cuando trató de zafarse.
—La señorita Crane no desea aprender hoy. —Con la mano que tenía libre cerró la bata de la mujer fantasma.
Shi Po entrecerró los ojos.
—Todos los animales tienen miedo de lo que no entienden. —Al ver que Zou Tun no la soltaba, lo fulminó con la mirada —. ¿Acaso no puedes percibir lo enferma que está? Necesita que la purifiquen, incluso más que tú. Ésta es la única manera de hacerlo con quienes no pueden aprender.
—Es una mujer bárbara, no una idiota. —Zou Tun bajó la mirada hacia la mujer blanca y vio la manera en que resoplaba, rápidamente y llena de terror. Sí, en realidad parecía un animal asustado, pero él sabía que era más inteligente que muchas de las mujeres chinas que había conocido. Resoplar de esa manera era la única forma en que podía manejar el miedo que la atenazaba sin desmayarse. Ese gesto le permitía obtener el aire que necesitaba —. Su lesión es mayor de lo que parece —admitió Zou Tun.
—Su miedo es aún mayor y tú tienes el corazón demasiado blando para hacer lo que hay que hacer —pronunció Shi Po con tono de acusación.
Zou Tun frunció el ceño y volvió a mirar a la Tigresa. Había algo diferente en su tono; tras esas palabras había algo que él no logró entender. Luego se escuchó otra vez desde la puerta. Una voz grave. La voz de un hombre, discreta e inquisitiva.
—¿Acaso quieres que ella sea iniciada como tú? ¿Con violencia y dolor? —Era Kui Yu, el esposo de la Tigresa, que habló en voz suave pero no por ello menos poderosa.
Zou Tun todavía sostenía la delicada muñeca de Shi Po, así que sintió la repentina tensión y la rabia que brotó de ella. La mujer apretó los ojos y fue tal su furia que Zou Tun aflojó la mano cuando ella contestó a su esposo.
—¿Te atreves a interferir en mi instrucción? —le preguntó en un susurro.
Zou Tun se quedó todavía más aterrado. ¡Una mujer nunca le habla así a su esposo! Ciertamente no en público. En Pekín una mujer que se comportara de esa manera sería azotada o colgada. Sin embargo, Kui Yu no respondió con rabia. Sólo sonrió con amabilidad, casi como si algo le hiciera gracia de verdad. En realidad Zou Tun habría pensado que el hombre era idiota si no hubiera sido por la inteligencia de sus palabras.





—Claro que no —dijo con voz suave —. No sé nada sobre esta práctica y nunca se me ocurriría interferir. Sólo llegué temprano a casa y quisiera compartir el té conti go. El día parece opaco si no tengo tu belleza a mi lado. —Lanzó una mirada casi desdeñosa a la mujer blanca —. ¿Acaso ella no es la pareja de nuestro invitado? Con seguridad purificarla es su tarea. Tú no tienes por qué ensuciarte las manos con ella.
Luego Kui Yu extendió el brazo y tomó suavemente la muñeca de su esposa de la mano de Zou Tun para escoltarla hacia la puerta. Pero Shi Po no quería irse. No antes de lanzar una última mirada fulminante por encima del hombro.
—La gente fantasma se llena de muerte. Por su propio bien, esa muchacha debe ser purificada. Y yo no permitiré tanta enfermedad en mi casa durante más tiempo. —Le clavó una mirada de rabia a Zou Tun —. Dime ahora si podrás hacerlo.
Junto a Zou Tun, la mujer blanca se puso tensa de miedo, pero él sabía que no debía discutir. La señorita Crane comenzaría sus ejercicios, quisiera o no. Así que el hombre inclinó la cabeza ante lo inevitable.
—Haré lo que hay que hacer.
Enseguida la Tigresa volvió su acida mirada hacia Joanna.
—Usted pasó por muchas cosas para venir aquí. No sé por qué, y no me importa. El cielo le ha ofrecido una bendición. Pureza, salud, tal vez podrá encontrar hasta la iluminación entre estas paredes. Acepte la atención de este hombre ahora mientras su garganta se recupera. Luego, cuando esté lista, podrá volver a elegir: la iluminación o el seguro deterioro de su cuerpo. No es necesario volverse un esperpento, blanca. Pero pronto se convertirá en eso si no se purifica.
Zou Tun dio media vuelta y vio cómo Joanna se ponía rígida sobre la cama. Tenía los ojos muy abiertos y su mirada saltaba de la Tigresa a la criada. Las dos eran mujeres hermosas y llenas de gracia, pruebas vivientes del poder restaurador del régimen de la Tigresa. ¿Estaría considerando Joanna Crane la posibilidad de aceptar esta práctica?, se preguntó Zou Tun. Seguramente no. Seguramente era demasiado inteligente para creer que el sexo y la iluminación podrían ir de la mano. Sin embargo, Zou Tun no podía negar la especial atracción de la belleza. ¿Qué mujer no lo querría?
Zou Tun se dio cuenta de que Joanna quería hablar, se estiraba en la cama y los ojos le brillaban con inteligencia, pero ya no hubo tiempo, pues el marido de la Tigresa volvió a interrumpir.
—Tengo sed, esposa mía. ¿Por casualidad tenemos más de ese té especial? ¿Ese con jengibre y lirio?
Shi Po se dio la vuelta y frunció un poco el ceño a pesar de que sus rasgos se suavizaron.
—¿Lirio? No existe ningún té de jengibre y lirio. Lo que da sabor a tu té es el crisantemo, esposo mío. Con otras especias que sólo yo conozco.
—Ah —exclamó Kui Yu mientras comenzaron a caminar por el pasillo —. No tengo cabeza para esas cosas. Sin ti probablemente tomaría lodo y hierba y llevaría una vida miserable.
Y así se fueron, dejando a Zou Tun y a Joanna Crane solos en la habitación. Zou Tun cerró la puerta enseguida y la trancó, aunque obviamente la Tigresa tenía una llave. Pero la puerta cerrada les daba una cierta sensación de privacidad, en especial porque él se aseguró de que quedara bien trancada.
Luego dio media vuelta, tratando de buscar mentalmente su propio centro de paz para reunir la fuerza que necesitaba para cumplir con su tarea. Fue hasta donde estaba la mujer blanca y se sentó a su lado.
—Usted entiende que la Tigresa percibe estas cosas, cierto? Ella se dará cuenta si no realiza los ejercicios.
La mujer asintió con la cabeza una vez en señal de que realmente entendía lo que estaba pasando.





—No puedo dejarla salir. Y yo tampoco puedo huir de aquí. En consecuencia, tengo que hacerlo.
La mujer tragó saliva y Zou Tun vio cómo las lágrimas inundaban esos brillantes ojos de color bronce.
Zou Tun se estiró y levantó uno de los manuscritos del suelo.
—Son ejercicios sencillos. Usted puede ver que no le harán daño.
Abrió el pergamino para mostrarle, pero desde don de ella estaba, atada a la cama, la muchacha no podía ver el texto. El cuarto era demasiado oscuro, pues la única luz entraba por lo alto de los muros. Aun así, ella trató de leer. Entrecerró los ojos y Zou Tun se dio cuenta de que su mirada oscilaba entre el texto y el dibujo. Él sabía que ella no podía ver mucho, así que dejó caer las manos y se puso el pergamino sobre las piernas.
—Quisiera desatarla.
La mirada de la muchacha había estado siguiendo el manuscrito, aunque no podía leerlo. Pero, al oír sus palabras, fijó los ojos en él.
—Shi Po no es tonta y su esposo tampoco. Debe de haber guardias al otro lado de la puerta. Usted no podría escapar aunque lograra vencerme. ¿Entiende lo que digo?
Zou Tun vio cómo la expresión de la muchacha languidecía y supo que había adivinado lo que pretendía. Todavía alimentaba la idea de escapar.
—¿La gente fantasma sabe cumplir su palabra?
Joanna parpadeó y luego asintió con vigor.
—Muchos hombres hablan de cómo los blancos son tan inconstantes como el viento que los trajo aquí. Hoy prometen una cosa con toda su voluntad y luego su estado de ánimo cambia y quieren otra cosa. Son presa de su propia naturaleza animal y no pueden controlar sus actos. ¿Es eso cierto?
La muchacha frunció el ceño con seriedad y negó vehementemente con la cabeza.
—Eso creía —afirmó Zou Tun —. Creo que la gente fantasma tiene los mismos defectos que muchos de mis compatriotas. —Luego hizo una pausa para asegurarse de que ella le prestaba toda su atención —. Usted también ha demostrado vivir sometida a los caprichos.
La muchacha abrió la boca para contradecir a pesar del dolor en la garganta, pero él le puso un dedo sobre los labios para detener el sonido.
—Usted hirió a su caballo por un capricho —le recordó Zou Tun.
La muchacha apretó los labios, pues estaba claramente en desacuerdo. Pero luego, para sorpresa de Zou Tun, asintió con la cabeza.
—Ah, ¿entonces está de acuerdo?
Joanna encogió los hombros, pues obviamente no quería concederle toda la victoria. Y por alguna extraña razón eso le hizo sonreír.
—Muy bien. Ha demostrado que es capaz de aprender. Grábese esto en la mente: tenemos que purificar su yin. Por su propia salud y también para la práctica. El proceso llevará muchos días.
Los ojos de la muchacha se abrieron al oír la palabra «días» y enseguida negó con la cabeza.
—Sí. Días. Pero cuanto más pronto sea purificada, más rápido podremos comenzar el entrenamiento y más rápido terminará este cautiverio. Yo no estoy más interesado que usted en permanecer aquí, pero es necesario.
La muchacha entrecerró los ojos con furia. A él no le importó. Ésa era la verdad. Él no se podía ir y tampoco podía permitir que ella regresara al seno de los bárbaros hasta que él se hubiese marchado. En consecuencia, tendría que quedarse con él como su pareja en esta extraña Religión.
—Le propongo un trato: la desataré si usted accede a quedarse aquí. De otra manera, la dejaré atada. O, peor aún, puedo pedir una pareja distinta —mintió Zou Tun —. En ese caso, no sé quién la purificaría. La decisión quedaría en manos de Shi Po y ella no es una mujer muy tierna que digamos.
La mujer blanca no respondió, pero se quedó quieta y eso le indicó a Zou Tun que entendía con claridad sus opciones.
—¿Quiere hacer ese trato conmigo? —preguntó Zou Tun —. ¿Aceptará que yo la entrene? ¿Sin pelear contra mí?
Al principio la muchacha no respondió. En lugar de eso, se quedó mirándolo con los ojos entrecerrados. Zou Tun sintió el peso de su mirada, como si estuviera evaluando cuánto valían su sinceridad y su decencia, comparadas con las de algún desconocido que eligiera Shi Po.
Luego el Cielo intervino para ayudarla: se escuchó un ruido justo al otro lado de la puerta. No fue un sonido fuerte, sólo el movimiento de unos pies cansados. Zou Tun vio cómo los ojos de la señorita Crane volaban hacia la puerta y adivinó lo que estaba pensando. Se preguntaba si la persona que estaba fuera la ayudaría o le haría daño. ¿Estaba ahí el guardia para mantenerlos encerrados? ¿O tal vez podría convencerlo para que la ayudara?
Zou Tun decidió responder a sus preguntas. Sin decir palabra, agarró la bandeja con el té frío, quitó la tranca a la puerta y la abrió todo lo que pudo. En el pasillo, justo enfrente de la puerta, había no sólo uno sino dos guardias fuertemente armados. Ninguno de los dos pareció sorprenderse cuando miraron hacia dentro y vieron a una mujer fantasma encadenada a la cama; sólo hicieron una mueca de envidia. Uno de ellos recibió la bandeja de manos de Zou Tun.
Luego Zou Tun cerró la puerta y bloqueó las miradas maliciosas de los hombres. Enseguida regresó hasta la cama.
—Decida ahora —le pidió —. ¿Quiere hacer ese trato conmigo? Si le quito las ataduras, ¿aceptará lo que tengo que hacer?
La muchacha lanzó una última mirada a la puerta. Su desaliento era evidente. No quería que uno de esos hombres la tocara. Y así, con un suspiro, asintió con la cabeza. Aceptaría el trato.
Sin decir otra palabra, Zou Tun le desató las manos y los pies, y la ayudó a sentarse, mientras ella trataba de frotarse las muñecas para reanimarlas. Luego espero pacientemente, a sabiendas de que ninguno de los dos quería proceder con la tarea. Sin embargo, Zou Tun era muy consciente del paso del tiempo. ¿Cuánto tiempo estaría Shi Po con su marido? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que viniera a inspeccionar cuánto habían progresado?
Zou Tun no lo sabía, pero temía la reacción de la Tigresa si no comenzaban pronto. Con la voz más suave posible que fue capaz de emitir se volvió hacia la señorita Crane.
—Tenemos que comenzar ya. Por favor, quítese la bata.

5 de marzo de 1896
Querido Kang Zou:
¡Algo terrible me ha ocurrido! Espíritus malignos mataron a mi querido pájaro cantor. Ay, hermano mío, estaba cantando con tanta dulzura, pero luego hubo un gran estallido y su canción dejó de sonar. Cuando fui corriendo a ver a mi querido pajarito, encontré una cosa vieja y marchita, una criatura absolutamente despreciable que alguna vez me dio mucha felicidad. ¡Qué horrible que un ave tan joven sea atacada sin necesidad!
Mi única explicación es que yo atraje hacia mí esos espíritus de muerte. La melancolía de tu ausencia me causa tanto dolor que atraigo los males. Ay, por favor, hermano mío, ¿no podrías venir a casa sólo por un tiempo corto? Para salvarme de los fantasmas que ahora deben estar acercándose.
Confucio habla del orden familiar natural. El nuestro está en desequilibrio sin tu presencia.
Tu acongojada hermana,
Wen Ji
Traducción decodificada:
Hijo, un gran mal amenaza nuestro país. Mi lucha contra los bárbaros blancos no ha obtenido buenos resultados. El enemigo tiene una cierta magia fantasmal que destruye a nuestros valientes soldados. Los chinos caen como hombres viejos y acabados con sólo oír el estallido de las armas de los blancos. Si no obtenemos éxito pronto, el apellido de nuestra familia desaparecerá para siempre de la boca del emperador.
Debes darme noticias de tus hallazgos. Nuestra única esperanza está en tus manos.
No olvides tus obligaciones con la familia y el país. Un buen hijo y un buen manchú cumplirían su tarea con celeridad.
Tu ansioso padre,
General Kang
30 de marzo de 1896
Querida Wen Ji:
Me uno a tu dolor y tiemblo al pensar que esos terribles fantasmas estén amenazando nuestro jardín familiar. ¿Acaso no hay manera de defenderse de esos monstruos? He hecho ofrendas en nombre tuyo y oro incesantemente por tu bienestar.
Aquí en las montañas el clima se va calentando con mucha lentitud y mis estudios avanzan todavía más despacio. Pero he encontrado gran sabiduría aquí, asombrosas maravillas en los escritos de Lao Tse. Aunque constantemente temo por ti, mi alma está conociendo la paz por primera vez. Mi corazón se esfuerza continuamente por alcanzar la iluminación y paso muchas horas luchando por caminar en armonía con lo natural. Me gustaría que pudieras estar aquí conmigo, aprendiendo de la sabiduría del Abad. Pero, claro, eso es imposible.
Tal vez el Cielo nos vuelva a sonreír y deje caer lo imposible en tus manos.
Tu esperanzado hermano,
Kang Zou
Traducción decodificada:
Querido padre:
Me duele saber que la batalla contra los bárbaros va tan mal. ¿No hay nada que puedas hacer para combatirlos? He hecho ofrendas a Buda por tu bienestar.
No he progresado mucho en la búsqueda de los conspiradores. Pero he descubierto grandes conocimientos entre los monjes. El Tao trae paz y gozo a mi corazón y paso mucho tiempo luchando por caminar el sendero de un verdadero monje.
Desearía mostrarte estas cosas, enseñarte a ti tal como a mí me han enseñado. Pero, claro, siendo un general tú no puedes darte esos lujos. No obstante, si me dedico con seriedad a mis estudios, tal vez Buda bendiga a nuestra familia con la buena suerte.
Tu devoto hijo,
Zou Tun